CONCUPISCENCIA
VocTEO
 

Del latín concupiscere (desear ardientemente, ansiar), este término indica el deseo intenso de conseguir algo agradable o de un bien (tanto real como aparente). Según la Escritura, está siempre presente en la vida del hombre y tiene de suyo un carácter ambivalente, aunque no puede negarse que se la presenta sobre todo en su significado negativo de inclinación al mal. Los autores sagrados no refieren la concupiscencia sólo a la esfera sexual, sino a diversas situaciones humanas.

A lo largo de la historia del pensamiento teológico se dan dos orientaciones de fondo en la comprensión de la concupiscencia: la primera, fuertemente influida por el helenismo, hace remontar la concupiscencia a la conflictividad entre el espíritu y la materia que está presente en el hombre; a pesar de estar orientado hacia el bien y la verdad, el espíritu del hombre está fuertemente condicionado por la tendencia a las cosas sensibles y al placer; en esta perspectiva, la concupiscencia se configura como "un conjunto de inclinaciones espontáneas e irracionales" (M. Flick - Z. Alszeghv), que se escapa del control de la razon o que puede conducir al hombre a lo que la razón misma juzga que no es verdadero o bueno.

La segunda orientación concibe la concupiscencia como la deficiencia o el debilitamiento de la capacidad de dirigirse con equilibrio y decisión hacia el bien o hacia los fines justos; no debe entenderse como una inclinación natural al mal o al bien limitado, sino como un signo de la falta de armonía que es "consecuencia de la debilidad de la razón y de la voluntad libre, que no logran someter a las fuerzas inferiores, sino que incluso se ven absorbidas por ellas" (M. Flick - Z. Alszeghy).

Sobre la relación entre la concupiscencia y el pecado original, mientras que Agustín establece una especie de equivalencia entre las dos realidades, Tomás de Aquino afirma que es consecuencia del pecado original, que es «la pasión sostenida por un fuerte deseo" y aunque no es necesariamente negativa y/o mala, en la actual condición de la humanidad se configura sobre todo como impulso hacia el mal y no hacia el bien: "La concupiscencia es desordenada -señala el Angélico- en cuanto que contrasta con la razón inclinando hacia el mal o suscitando dificultades para el bien".

En el pensamiento luterano se niega todo posible aspecto «positivo" o "natural" de la concupiscencia; en el ser humano, cuya naturaleza ha quedado «tremendamente arruinada» (Lutero), la concupiscencia se concibe como pecado fundamental que, a partir de Adán, está presente en todos los hombres, en los que permanece incluso después del bautismo.

El concilio de Trento, en contra de la concepción luterana, afirma que la concupiscencia permanece ciertamente en los hombres redimidos, inclinándolos al pecado; por eso hay que combatir contra ella, pero sin confundirla con el pecado mismo, mientras el hombre no siga sus impulsos (cf. DS 1515).

Cuando en 1567 Pío V condenó algunas proposiciones de Miguel Bayo (/bayanismo), afirmó entre otras cosas que el hombre pudo haber sido creado por Dios también con concupiscencia; de esto se deduce que la concupiscencia no es de suyo negativa.

Precisamente esta última afirmación del Magisterio puede constituir la base para una valoración equilibrada de la concupiscencia. Si se la entiende como desequilibrio o como impulso que el hombre prueba hacia el bien aparente o hacia valores y fines relativos y no absolutos, no se la puede considerar como algo que pertenezca necesariamente a la condición humana; tampoco se la puede considerar solamente en un sentido negativo, es decir, unida exclusivamente con el pecado.

La concupiscencia debe considerarse ante todo en relación con la condición singular de sujeto encamado, que quiso el Creador para el hombre: precisamente como tal, está llamado a ejercer su propia responsabilidad, procurando ante todo reconstruir fatigosamente el equilibrio y la armonía perdidos, sin renunciar a priori a aquellos elementos de su personalidad que más fácilmente podrían orientarse hacia fines realmente buenos. En el ejercicio de la responsabilidad y en el esfuerzo por construirse a sí mismo, las propias «pasiones » pueden tener una función positiva.

Como enseña Tomás de Aquino, la vida moral alcanza su cima cuando todo el hombre se orienta hacia el bien; escribe: «Entra dentro de la perfección misma del bien moral que el hombre se dedique a él no sólo con su esfuerzo volitivo, sino también con el sensitivo». Pero esto requiere equilibrio, madurez, realismo. Las «pasiones» pueden realmente obstaculizar el camino de maduración y de perfección del hombre, bien sea impidiendo la decisión justa, bien confundiendo a la inteligencia en el reconocimiento de la verdad, o bien frenando el impulso de la voluntad hacia el bien auténtico.

G. M. Salvati

 

Bibl.: K. Rahner Sobre el concepto teológico de concupiscencia. en Escritos de teología, Taurus, Madrid 1961, 379-416; M. Flick - Z. Alszeg.hy, El pecado original, Barcelona 1961 : 1d., El hombre bajo el signo del pecado, Sígueme, Salamanca 1972: J B. Metz, Concupiscencia, en CFT 1, 255-264