ALMA

Aunque "en filosofía el problema  del alma demostró siempre que era de los más discutidos y complicados» (C. F abro), y a pesar de la constatación de  que "es dificilísimo conocer qué es el alma» (santo Tomás de Aquino), no es posible concebir al hombre en una perspectiva teológica prescindiendo de esta realidad. Se reconoce su existencia a partir del fluir concreto de la vida, de los actos puestos en el ser por los vivientes, que son testigos tanto del principio que los produce como de la naturaleza o cualidad del mismo principio.

Etimológicaniente, el término alma  (alianza, en latín) se relaciona con la respiración, con el aliento, entendidos como manifestación de la vitalidad.

Por eso indica genéricamente el principio de vida de los seres vivos. Tomás de Aquino afirma que la existencia del alma parece evidente, si se considera que entre las criaturas hay algunas que tienen en sí mismas el principio vital,  como las plantas, los animales y los hombres, que se diferencian inmediatamente de las cosas producidas por artificio o inanimadas: de manera particular, el hombre posee la evidencia de que existe en él el alma a partir de su experiencia personal del sentire et intelligere, es decir, de la vida sensitiva y de la intelectiva. Por eso, "se dicen animados aquellos cuerpos en los que se percibe que se realizan las operaciones de la vida (inmanentes) en cualquiera de sus grados (vegetativo, sensitivo, intelectivo). (...) El alma es por tanto lo que da al viviente la naturaleza de ser tal y de obrar de tal manera: es el primer principio que especifica al  cuerpo y lo mueve a las funciones vitales» (C. Fabro).

En la Biblia, la palabra "alma» sirve  para indicar la vida o el hombre viviente; no se concibe nunca como una parte o un elemento separado: el término indica sobre todo al " sujeto de las manifestaciones vitales, especialmente de las conscientes y espirituales» (G. Lanyemever): por eso mismo puede ser objeto de juicio por parte de Dios y puede recibir de él un castigo o una recompensa. La supervivencia del alma se concibe en la sagrada Escritura como un don de Dios y va siempre ligada a la resurrección corporal.

El pensamiento griego, junto a la  acentuación de la diferencia entre la dimensión corporal y la dimensión espiritual, propone una visión dualista del hombre, que aparece como una realidad en la que se conjugan los dos diversos campos del ser, está compuesto de un cuerpo marcado por la finitud, por el límite, por la tendencia hacia abajo y hacia la muerte, y de un alma, que tiende a lo infinito, a lo alto, y está hecha para la eternidad, ya que es inmortal. Por eso mismo muchas veces se comprende la realización máxima del hombre como liberación o escape de la materia.

Los teólogos de los primeros siglos no evitaron por completo las sugestiones de la visión antropológica griega, aunque siempre se preocuparon de afirmar: a) que todo el hombre ha sido creado bueno por Dios: b) que también el cuerpo está destinado a la salvación.

Gran parte de la antropología patrística acogerá «la distinción conceptual entre el alma y el cuerpo como entre dos substancias parciales de las que se compone el hombre» (G. Langemeyer).

Con Tomás de Aquino, el alma se concebirá como forma corporis, o sea, como principio que confiere vitalidad a todo el hombre. Por el contrario, a partir de Descartes vuelven a acentuarse la diferencia y el contraste entre el alma y el cuerpo, con repercusiones inevitables en la teología cristiana.

El Magisterio eclesial a lo largo de los tiempos, además de rechazar algunas afirmaciones erróneas sobre el alma (por ejemplo, la negación de la existencia del alma individual y de la inmortalidad del individuo: DS. 1440), hizo suya la visión del alma como forma corporis (DS 902) y como realidad inmortal (cf.. por ejemplo, DS 1440). Se afirma de ella que ha sido creada directamente por Dios (DS 3896), de la nada (DS 685), que es distinta de la substancia divina (DS 281), que es el principio vital del hombre (DS 2833), que es superior al cuerpo (DS 815) y de naturaleza espiritual (DS 276-2812).

La teología contemporánea tiende a conceder un lugar secundario al concepto de alma, prefiriendo hablar de hombre, de persona. Pero sigue siendo indiscutible la distinción en el hombre entre pensamiento, voluntad y sensibilidad, que remite a una realidad ontológicamente rica y que confiere al sujeto humano su singularidad y su dignidad.

G. M. Salvati

 

Bibl.: E. Kliner Alma, en SM, 1, 100-108; J L. Ruiz de la Peña, lmagen de Dios, Sal Ierrae, Santander 1988, 91-151.