DOCUMENTACIÓN

 

Juan Pablo II: "El valor del compromiso en las realidades temporales"

Intervención del Santo Padre en la audiencia general del miércoles

CIUDAD DEL VATICANO, 13 dic (ZENIT.org).- "Tenemos que replantear nuestro designio de paz y de desarrollo, de justicia y de solidaridad, de transformación y valoración de las realidades terrestres y temporales". Frente a los abusos del hombre, que en ocasiones se comporta como un "tirano" con la naturaleza y con los demás hombres, Juan Pablo II invitó a los cristianos a comprometerse en la construcción de un mundo mejor.

¿La guía en esta tarea? La misma Biblia, respondió.

Ofrecemos, a continuación, la intervención íntegra pronunciada por el Santo Padre en la audiencia general de este miércoles. 

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1. El apóstol Pablo afirma que "nuestra patria está en los cielos" (Filipenses 3, 20), pero con esto no quiere decir que podamos esperar pasivamente la entrada en la patria, al contrario, nos exhorta a comprometernos activamente. "No nos cansemos de obrar el bien; que a su tiempo nos vendrá la cosecha si no desfallecemos. Así que, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe" (Gálatas 6, 9-10).

La revelación bíblica y lo mejor de la sabiduría filosófica concuerdan en subrayar que, por un lado, la humanidad está orientada hacia lo infinito y a hacia la eternidad y, por otro, está firmemente arraigada en la tierra, dentro de las coordenadas del tiempo y del espacio. Es una meta trascendente que hay que alcanzar, pero a través de un recorrido que se desarrolla en la tierra y en la historia. Las palabras del Génesis son esclarecedoras: la criatura humana está ligada al polvo de la tierra, pero al mismo tiempo tiene un "aliento" que le une directamente con Dios (cf. Génesis 2, 7).

2. El Génesis afirma, además, que el hombre, salido de las manos divinas, fue colocado "en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase" (2, 15). Los dos verbos del texto original hebreo son los que se usan en otros lugares para indicar también el "servir" a Dios y "observar" su palabra, es decir, el compromiso de Israel con respecto a la alianza establecida con el Señor. Esta analogía parece sugerir que una alianza primaria une al Creador con Adán y con toda criatura humana, una alianza que se cumple en el compromiso por henchir la tierra, subyugando y dominando los peces del mar y los pájaros del cielo y todo ser que serpea sobre la tierra (cf. Génesis 1, 28; Salmo 8, 7-9).

Por desgracia, con frecuencia, el hombre no cumple esta misión que le ha sido confiada por Dios como un artífice sabio, sino como un tirano prepotente. Al final, se encuentra con un mundo devastado y hostil, con una sociedad fracturada y lacerada, como nos sigue enseñando el Génesis con la gran imagen del capítulo tercero, en la que describe la ruptura de la armonía del hombre con su semejante, con la tierra y con el mismo Creador. Este es el fruto del pecado original, es decir, de la rebelión que tuvo lugar desde el inicio contra el proyecto que Dios había confiado a la humanidad.

3. Por ello, tenemos que replantear con la gracia de Cristo Redentor, nuestro designio de paz y de desarrollo, de justicia y de solidaridad, de transformación y valoración de las realidades terrestres y temporales, bosquejado en las primeras páginas de la Biblia. Tenemos que continuar la gran aventura de la humanidad en el campo de la ciencia y de la técnica, excavando en los secretos de la naturaleza. Es necesario desarrollar --a través de la economía, el comercio, la vida social--, el bienestar, el conocimiento, la victoria sobre la miseria y sobre toda forma de humillación y de dignidad humana.

La obra creativa es, en cierto sentido, delegada por Dios al hombre, de modo que continúe tanto en las extraordinarias empresas de la ciencia y de la técnica como en el compromiso diario de los trabajadores, de los estudiosos, de las personas que con sus mentes y sus manos quieren "cultivar y cuidar" la tierra y hacer más solidarios a los hombres y a las mujeres entre sí. Dios no está ausente de su creación, es más "ha coronado de gloria y de esplendor al hombre", haciéndole, son su autonomía y libertad, una especie de representante suyo en el mundo y en la historia (cf. Salmo 8, 6-7).

4. Como dice el salmista, en la mañana "el hombre sale a su trabajo, para hacer su faena hasta la tarde" (Salmo 104, 23). También Cristo valora en sus parábolas esta obra del hombre y de la mujer en los campos y en el mar, en las casas y en las asambleas, en los tribunales y en los mercados. Las utiliza para ilustrar simbólicamente el misterio del Reino de Dios y de su aplicación progresiva, consciente de que con frecuencia este trabajo es anulado por el mal y el pecado, por el egoísmo y la injusticia. La misteriosa presencia del Reino en la historia sostiene y vivifica el compromiso del cristiano en sus tareas terrenas.

Al participar en esta obra y en esta lucha, los cristianos están llamados a colaborar con el Creador para realizar sobre la tierra una "casa del hombre" que sea más conforme con su dignidad y con el designio divino, una casa en la que "amor y verdad se han dado cita, justicia y paz se abrazan" (Salmo 85, 11).

5. Desde esta perspectiva quisiera volver a proponer a vuestra meditación las páginas que el Concilio Vaticano II ha dedicado, en la constitución pastoral "Gaudium et spes" (cf. capítulos III y IV), a la "actividad humana en el universo" y a "la tarea de la Iglesia en el mundo contemporáneo".

"Hay algo cierto para los creyentes: la actividad humana individual y colectiva o el conjunto ingente de esfuerzos realizados por el hombre a lo largo de los siglos para lograr mejores condiciones de vida, considerado en sí mismo, responde a la voluntad de Dios" (Gaudium et Spes, 34).

La complejidad de la sociedad moderna hace cada vez más arduo el compromiso de animar las estructuras políticas, culturales, ecuménicas y tecnológicas que con frecuencia no tienen alma. En este horizonte, difícil y prometedor, la Iglesia está llamada a reconocer la autonomía de las realidades terrenas (cf. Gaudium et Spes, 36), pero también a proclamar eficazmente "la prioridad de la ética sobre la técnica, la primacía de la persona sobre las cosas, la superioridad del espíritu sobre la materia" (Congregación para la Educación Católica, "En estas últimas décadas", 30-12-1988, n. 44). Sólo así se realizará el anuncio de Pablo: "La ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios..., en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Romanos, 8 19-21).

N.B. Traducción realizada por Zenit.


 

La Iglesia al servicio de la dignidad del hombre en República Dominicana

Palabras de Juan Pablo II al recibir al nuevo embajador ante el Vaticano

CIUDAD DEL VATICANO, 11 dic (ZENIT.org).- Juan Pablo II confirmó esta mañana el compromiso de la Iglesia católica en la República Dominicana a favor de los derechos fundamentales de la persona humana, comenzando por el de la vida, y su empeño para impulsar el progreso del país, especialmente a través de la educación, al recibir al nuevo embajador de este país ante la Santa Sede.

De este modo, el pontífice sintetizó en unas pinceladas, la labor de evangelización que la Iglesia está realizando en el país caribeño.

Ofrecemos a continuación el texto íntegro pronunciado por el Santo Padre.

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Señor Embajador:

1. Me es grato recibir las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Dominicana ante la Santa Sede, expresándole al mismo tiempo mi más cordial bienvenida y los mejores deseos para la misión que su Gobierno le ha encomendado. Agradezco sus amables palabras y, en particular, el deferente saludo del Señor Presidente de la República, Ingeniero Hipólito Mejía, del que se hace portador. Le ruego que le haga llegar mi aprecio por ello, junto con los mejores deseos para el querido pueblo dominicano.

No puedo olvidar que, siguiendo la ruta de los primeros evangelizadores, ésa fue la primera tierra americana que me recibió al comienzo de mi Pontificado. Era como la puerta de entrada a una parte del mundo, llena de riqueza humana y hospitalidad, en la cual arraigó con fuerza la Cruz de Cristo y ha florecido la Iglesia, a la que he querido llevar "nueva esperanza en su esperanza" (Discurso de llegada a Santo Domingo, 25-I-1979).

A este primer encuentro siguió otro, particularmente significativo para la Iglesia y para América, cuando, de nuevo en la República Dominicana como umbral del Continente, celebré el V Centenario de la primera evangelización. En aquella ocasión invité a los Obispos, reunidos para la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, a recibir la herencia del inconmensurable esfuerzo de los primeros misioneros con otro no menos comprometido e importante para el nuevo milenio, como es el de la nueva evangelización.

2. En esta perspectiva de la evangelización, que es la misión propia de la Iglesia, adquieren un particular significado las relaciones diplomáticas con la Santa Sede, que su Gobierno le ha encomendado. A este respecto, el mensaje de Cristo propone la salvación para la persona humana en su integridad y, por tanto, predicar el Evangelio significa ofrecer luz, infundir esperanza y dar nuevo impulso al ser humano en sus posibilidades como individuo y como sujeto esencialmente social. En efecto, "la fe ilumina todo con una luz nueva y manifiesta el plan divino sobre la vocación integral del hombre, y por ello dirige la mente hacia soluciones plenamente humanas" (Gaudium et spes, 11).

La Iglesia, pues, en el estricto respeto de las competencias propias de las autoridades civiles, busca el bien de las personas, de las familias, de las instituciones sociales y de la comunidad nacional. Por eso, una estrecha colaboración con quienes tienen la responsabilidad de administrar el bien común de un pueblo redundará sin duda alguna en beneficio del progreso humano, social y espiritual de todos.

3. Los puntos de encuentro y de colaboración entre la Iglesia y los Estados son bien conocidos y, más que a intereses concretos y particulares, atañen a aquellos campos en los que se decide la plena dignidad humana y se cultivan los valores sobre los que se ha de ir construyendo un mundo cada vez más justo, solidario y pacífico. En un momento histórico como el actual, en el que muchos factores impulsan a pensar únicamente en resultados inmediatos, produciendo desconcierto en las personas e inestabilidad en la sociedad, es sumamente importante velar para que no se pierda lo más genuino y arraigado en la naturaleza humana.

Por eso la Iglesia pide un esfuerzo a todos para que la sociedad, que ha de proteger y llevar a plenitud la existencia de todo ser humano, no se convierta, a través de fórmulas engañosas, precisamente en una amenaza para su vida. La inviolabilidad de la vida humana, en las diversas fases de su desarrollo o en cualquier situación en que se encuentre, es una premisa de los demás derechos humanos, límite para toda potestad humana y fundamento para una consciente e incansable búsqueda de la paz.

4. La Iglesia en la República Dominicana no ha dejado de preocuparse por el bien de sus gentes y el progreso humano del país. Lo hace con sus instituciones educativas, culturales y asistenciales, pero sobre todo, infundiendo un espíritu de esperanza cristiana y de compromiso social, para que todos se sientan responsables en construir un futuro mejor. No pretende con ello sino cumplir con su misión de evangelizar, firmemente convencida de que ésta es la forma más noble y eficaz de orientar la profunda vocación de cada dominicano a la excelsa dignidad que Dios le ha dado.

5. Señor Embajador, le expreso mis mejores deseos para el desempeño de su importante Misión diplomática, así como para que Usted y su distinguida familia tengan una estancia en Roma llena de dicha y de provecho. Llega Usted en un momento particular, cuando el Jubileo del año 2000 de la Encarnación de Cristo está llegando a su conclusión. La Iglesia de Roma ha estado abierta al mundo, a cada sector de la sociedad, a los fieles de toda edad y condición social. Han venido en busca de una paz interior que sólo la reconciliación con Dios y con los hermanos puede dar. Pero, al mismo tiempo, han llenado con sus experiencias profundas y enriquecido con su diversidad todos los rincones de esta antiquísima Sede de Pedro.

Al pedirle que tenga a bien transmitir mis saludos al Señor Presidente de la República, le aseguro mi plegaria al Todopoderoso, por la materna intercesión de Nuestra Señora de Altagracia, para que asista siempre con sus dones a Usted a sus colaboradores, a los gobernantes y ciudadanos de su noble País, a los que recuerdo siempre con particular afecto.