JUBILEO DE LOS DISCAPACITADOS

 

El Papa vive el momento más emocionante del Jubileo con los discapacitados

Pide a los políticos que garanticen sus derechos y inserción social

ROMA, 3 dic 2000 (ZENIT.org).- Juan Pablo II vivió esta mañana uno de los momentos más emocionantes de este año al presidir en Roma el Jubileo de las personas discapacitadas.

Más de 7.500 minusválidos, acompañados por 4.500 familiares y voluntarios, se congregaron en la Basílica de San Pablo Extramuros para participar en la eucaristía presidida por el Papa.

Él mismo, al final del encuentro, no pudo dejar de ocultar su conmoción: "Hoy ha sido una de las celebraciones jubilares más significativas y queridas para mí".

Realmente fue una misa particular. Los cantos estuvieron dirigidos por la orquesta Essagramma, compuesta por cincuenta músicos con discapacidades. Algunos eran muchachos autistas, otros padecían graves formas de retraso mental, alguno sólo era capaz de tocar un pequeño instrumento de percusión. Para ellos, la música es su gran pasión y una de las maneras privilegiadas de comunicación.

Las composiciones musicales habían sido compuestas especialmente para la ocasión con el objetivo de que los presentes pudieran disfrutarlas más intensamente.

Las lecturas y las oraciones de los fieles, la procesión del ofertorio..., fueron realizadas por personas con discapacidad. Toda la celebración fue traducida en el lenguaje de los gestos para permitir a las personas que no pueden oír seguir la eucaristía.

Junto a Juan Pablo II celebraron varios sacerdotes que tienen discapacidades físicas.

En nombre de toda la asamblea, saludó al pontífice una muchacha discapacitada, llamándole "el papá de todos los hombres y mujeres de buen voluntad". Y añadió: "Tu caminar cansado te hace también maestro de sufrimiento, pero de tu sufrimiento surge una sabiduría que, como la proa de un barco, surca las olas para trazar una estela que conduce al sentido de la vida y del sufrimiento".

"Somos conscientes de que tenemos un cuerpo demasiado impedido para contener almas demasiado grandes --añadió la joven--. Nuestras almas han crecido porque no están contaminadas por la fuerza de la posesión, del éxito, o la conquista de los primeros lugares".

Estas personas con discapacidad, minusvalía, síndrome de Down..., provenían de quince países representando a Estados Unidos, Colombia, Italia, Togo, Francia, Corea, Bélgica, Paquistán, Polonia, Argentina, Suiza, Australia, Austria, Brasil y Etiopía.

"En vuestro cuerpo y en vuestra vida", les dijo el Papa en la homilía con voz temblorosa, "sois portadores de una aguda esperanza de liberación"

En alusión al período litúrgico que comenzaba en ese domingo para la preparación de la Navidad, el pontífice añadió: "toda persona marcada por una dificultad física o psíquica vive una especie de "adviento" existencial, la espera de una "liberación", que sólo se manifestará plenamente para ella como para todos con el final de los tiempos. Sin la fe, esta espera puede asumir los tonos de la desilusión, del desaliento; apoyada por la palabra de Cristo, se transforma en esperanza viva y operante".

El Papa explicó que ha querido convocar esta jornada jubilar dedicada especialmente a personas con discapacidad para que todos los cristianos "hagamos nuestras vuestras ansias y vuestras expectativas, vuestros dones y vuestros problemas".

Antes de despedirse de ellos, el Papa no les llamó personas con discapacidad, sino personas con "una habilidad diferente", pues como había constatado en la homilía "la discapacidad no es sólo necesidad, sino también y sobre todo estímulo".

Las palabras más apremiantes las pronunció al dirigirse a los responsables políticos a todos los niveles. Concentrando sus fuerzas, el obispo de Roma les dijo: "Quisiera pedir, en esta solemne circunstancia, que trabajéis para que se aseguren condiciones de vida y oportunidades tales por las cuales, vuestra dignidad, queridos hermanos y hermanas con discapacidad, sea efectivamente reconocida y tutelada".

"En una sociedad rica en conocimientos científicos y técnicos, es posible y es un deber hacer más con los medios que exige la conciencia civil: tanto en el campo de la investigación biomédica para prevenir la discapacidad, como en los tratamientos, la asistencia en la rehabilitación, hasta en la nueva integración social".

Ahora bien, el Papa no se contentó con pedir que se respeten "los derechos civiles, sociales y espirituales" de los discapacitados. Exigió que se garanticen "las relaciones humanas: relaciones de ayuda, de amistad, en las que se comparte todo. Por este motivo --aclaró--, hay que promover formas de atención y de rehabilitación que tengan en cuenta la visión integral de la persona humana".

Fueron conmovedoras las escenas cuando al final de la eucaristía Juan Pablo II saludó a los enfermos. Saludó uno tras otro a los sacerdotes discapacitados. Después, abrazó a los niños, que le fueron presentados por sus padres. El Papa recorrió la nave central de la basílica, como estaba previsto, pero después rompió el protocolo y se adentró en las naves laterales de la basílica.

En la tarde de hoy, las personas discapacitadas y sus acompañantes vivieron una fiesta en la sala de las audiencias generales del Vaticano.


Testimonio de un minusválido: Al menos una carta en Navidad

Carta de un minusválido de 74 años de edad

ROMA, 3 dic 2000 (ZENIT.org).- Con motivo del Jubileo de las personas con discapacidad, Ambrosio, un italiano minusválido, ha enviado este mensaje al Papa y a los sacerdotes de todo el mundo. Lo ofrecemos tal y como nos ha llegado.

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Soy un minusválido de 74 años. A la edad de 12 meses fui afectado de una parálisis espástica. A los 8 años perdí a mi madre y desde entonces vivo en un instituto.

Veo que la sociedad, no obstante progrese en todos los sectores, margina cada vez más al que no "rinde", o sea: al enfermo, al anciano, al minusválido, y esta es una constatación que comporta gran sufrimiento a quien se encuentra en estas condiciones.

También hace sufrir el ver cómo tantos sacerdotes, que se preocupan y se esfuerzan por tantas cosas, descuidan a estas personas a quienes sólo la fe, con su ayuda, podría sostener y hacerles mucho bien.

Sería bueno que el párroco escribiese, al menos en Navidad y en Pascua, una carta a todos los que sufren en su parroquia, pidiéndoles como caridad el ofrecer las penas y las oraciones por las necesidades de la comunidad, para hacerlos partícipes de la vida comunitaria, evitando así que se sientan inútil y una carga.

Es tiempo de reavivar en las comunidades parroquiales la fe en la Providencia, a través del don más precioso que la comunidad posee, o sea de la ofrenda cotidiana del sufrimiento de estos "predilectos de Dios". La ayuda que tendría toda la Parroquia a partir de esta ofrenda de sí, sería enorme.

Reconocer a Jesús en el pobre, en el enfermo y en el minusválido o en el anciano, quiere decir también amarlo y ayudarlo. ¿Y por qué, entonces, no dar la posibilidad también a algún minusválido o anciano que no tenga dificultad en el habla, como lamentablemente me sucede a mí, que haga una lectura litúrgica o realice un trabajo en la secretaría o incluso como catequista? No basta haber derribado las barreras arquitectónicas; hay otras barreras mucho más difíciles para derribar. Tenemos necesidad de sentirnos amados, para sentirnos "normales".