Informe especial |
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Ejercicios Espirituales con el Papa Arrepentimiento y perdón: los dos secretos de la liberación personal El cardenal George profundiza en los frutos de la conversión CIUDAD DEL VATICANO, 6 mar 2001 (ZENIT.org).- ¿Es posible perdonar al asesino del propio hijo? Esta fue una de las preguntas que afrontó esta mañana el cardenal Francis Eugene George, arzobispo de Chicago, en el segundo día de ejercicios espirituales predicados al Papa y a la Curia romana. El purpurado estadounidense ofreció su respuesta en dos meditaciones consagradas a la senda que conduce a la liberación más profunda que puede alcanzar el hombre, la conversión. Para ilustrar sus palabras echó mano a dos ejemplos tomados del Evangelio, Zaqueo y María. El primero, es ejemplo de esa libertad que surge del arrepentimiento; la segunda, de la que nace del perdón de los enemigos. La libertad del arrepentimiento Zaqueo, el jefe de publicanos y rico, experimenta el perdón de sus pecados y la llamada a la conversión por parte de Cristo y responde generosamente diciendo: "Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo" (Lucas 19, 8). "No hay sólo un cambio de actitud, sino también una voluntad de reparación", subrayó el cardenal George. "El proceso de conversión implica entonces una libertad para donar, una nueva capacidad para entregarse generosamente. Esta libertad para darse, fruto de la conversión del corazón, se pone en claro contraste con la necesidad de apegarse a las cosas". La libertad del perdón a los enemigos Por otra parte, "La Piedad" de Miguel Ángel, así como otras muchas representaciones artísticas de María, muestran muy bien la difícil experiencia de perder un hijo, algo que es obviamente más trágico si es de manera violenta. Esta imagen de la Virgen le ofreció al cardenal estadounidense la oportunidad de hablar de un acontecimiento acaecido en 1996, cuando cerca de Chicago Mario Ramos asesinó a un compañero, Andrew. El párroco y toda la parroquia rezaron intensamente para que se llegara a la reconciliación del muchacho muerto. Y la cadena del odio se rompió. Dos cartas: una de Mario Ramos desde la cárcel y otra de la madre de Andrew sellaron el arrepentimiento del primero y el perdón de la segunda. "Sólo la gracia puede romper el ciclo de la violencia --explicó George--; sólo algo que va más allá del hombre y de sus categorías; sólo el grito de Cristo que, inocente, desde la cruz, perdona a quienes le están matando". La paradoja cristiana "Si percibiéramos las cosas simplemente con categorías humanas, proclamar las palabras de Jesús sobre el amor a nuestros enemigos sería completamente inútil y vano. Nosotros no proclamamos la sabiduría de este mundo, ni de los gobernantes de este mundo, que son perecederos. Por el contrario, nosotros proclamamos la sabiduría de Dios misteriosa y escondida. Nosotros conservamos la viva memoria de gracia del pasado --"Padre, perdónales"-- y de una nueva posibilidad en el futuro --"Amad a vuestros enemigos"--".
"Dios nos ha amado antes"; nuestra respuesta: el desapego Cardenal George: la conversión es un don CIUDAD DEL VATICANO, 5 mar 2001 (ZENIT.org).- La vida cristiana no es más que una respuesta a Dios que nos ha amado primero. Una respuesta que, en tiempos de consumismo, requiere particularmente el desapego de todo lo que no nos conduce hacia él. Así se pueden sintetizar las primeras dos meditaciones que pronunció esta mañana el cardenal Eugene George, arzobispo de Chicago, ante Juan Pablo II y sus colaboradores de la Curia Romana, al inicio de sus ejercicios espirituales. Durante esta semana, la agenda del pontífice deja a un lado encuentros con jefes de Estado, líderes de la Iglesia o peregrinos para dedicarse a la contemplación, guiado por las meditaciones de este predicador. En la tarde de ayer, el purpurado ya había enmarcado el objetivo de las 22 de meditaciones que componen el conjunto de los ejercicios espirituales, al profundizar en el lema que le acompañará durante cada meditación: "Una fe para todos los pueblos: conversión, libertad, y comunión en Cristo". El punto de partida del predicador ha sido la libertad del hombre para elegir a Dios, la fe personal vivida con plena conciencia. Vivir esta experiencia, añadió, "quiere decir convertir el corazón". Y convertirse presupone un "desapego". Desapego: el precio del cristiano Para ilustrar sus palabras, citó como ejemplo al primer Papa de la historia, Pedro, quien después de una pésima noche de pesca aceptó echar las redes de nuevo al lago fiándose de la palabra de un tal Jesús, a quien no conoce. Desde entonces, explica el cardenal, "Pedro vive el desapego. Es decir, acepta dejarlo todo: familia, costumbres, el consuelo de las cosas cotidianas, incluso el propio lenguaje, la manera de expresarse". El desapego es, de hecho, "el precio del cristiano", algo que experimenta particularmente quien tiene un papel de guía de la comunidad universal de los creyentes. "Muchos de vosotros, al servir a la Iglesia en el contexto de la Curia, sabéis por experiencia personal cuál es este coste, experimentáis la pena que sigue al desapego de tantas cosas que pueden ser consideradas como apegos legítimos y naturales", explicó George hablando siempre en un italiano perfecto que no escondía su acento estadounidense. "No es fácil ni sencillo alejarnos de todo eso que nos es tan cercano y querido --continuó constatando--. Así fue para Pedro y así lo es así para nosotros. Abandonar estos lazos fuertes y naturales para seguir al Señor sigue siendo un desafío continuo, que requiere siempre la gracia liberadora de Dios, la conversión". Dios da el primer paso Cuando regresa con las redes llenas hasta los topes, Pedro, sin embargo, se siente indigno. "Regresa plegado por el peso de su pecaminosidad --añadió el predicador en la segunda meditación de la mañana--. Es un hombre que tiene necesidad de la gracia de Dios". De modo que el desapego de las cosas no es suficiente para garantizar al hombre la plena comunión con Dios. La acción del hombre es precedida por un acto de amor preventivo y gratuito por parte de Dios, pues "la conversión es siempre un don". La abundancia de la gracia siempre precede al hombre en su historia, constató el arzobispo de Chicago. Como ejemplo ilustrativo, recordó el caso de África en los últimos cien años. El extraordinario crecimiento espiritual registrado en el continente, celebrado en el primer Sínodo de la historia africana, que precedió al Jubileo, es un ejemplo claro de la acción de Dios, pues una obra así no podría ser atribuida a un esfuerzo humano. "La conversión --por tanto-- es algo sumamente dinámico, se mueve entre la opción del hombre y la gracia de Dios". Respuesta de amor al amor Los cristianos del tercer milenio "estamos llamados a descubrir y redescubrir y a no cansarnos nunca de descubrir que somos amados y perdonados por Dios --concluyó el predicador del Papa--. Esto significa escuchar, reflexionar y orar sobre la palabra que proclama la Buena Nueva. Significa tomar la decisión firme con la gracia de Dios para hacer esos cambios que son una lógica consecuencia de nuestra respuesta a un amor tan grande".
El inesperado poder liberador de Cristo La Iglesia no es una "entidad moralizadora", aclara el cardenal George CIUDAD DEL VATICANO, 7 mar 2001 (ZENIT.org).- La liberación más grande que puede experimentar el hombre, la emancipación de su propio egoísmo, se ha convertido en el tema central de las dos meditaciones pronunciadas esta mañana por el cardenal Francis Eugene George ante Juan Pablo II y sus colaboradores de la Curia romana. Para ilustrar mejor sus reflexiones, en el tercer día de ejercicios espirituales, el arzobispo de Chicago recordó una experiencia que ha vivido en primera persona. Al hablar de la liberación traída por Cristo a cada hombre, un desconocido le dijo una vez en Zambia: "Es demasiado bello para ser verdad el hecho de que Dios nos ame así". En un mundo que percibe con frecuencia a la Iglesia como una "entidad moralizadora", se hace por tanto más urgente todavía, recordó el cardenal George, la necesidad de poner en primer plano el anuncio de Jesús y revivir esa sorpresa que han experimentado tantas personas desde los orígenes del cristianismo al experimentar la fuerza liberadora de su amor. Y ante el Papa y sus colaboradores puso precisamente el ejemplo del primer obispo de Roma, Pedro, quien "ante todo proclama la Buena Nueva, la noticia sorprendente de que Dios ha venido para habitar entre su gente, que los ha salvado e invitado a participar en la plenitud de su vida. Esa proclamación, hecha con pasión, sorprende a quienes la escuchan hasta el punto de que ellos mismos comprenden las consecuencias que tiene para sus vidas. Y se preguntan qué es lo que tienen que hacer". En el fondo, explicó en la segunda meditación de esta mañana el purpurado, en nuestra época, "el poder salvífico de Dios nos libera para que podamos ser nosotros mismos". Se habla con frecuencia de libertad, añadió, pero con frecuencia es identificada con la libertad para escoger y con la facultad para ejercer los propios derechos políticos. Pero el horizonte es mucho más amplio, recordó el predicador. Gracias a la salvación traída por Cristo, el hombre experimenta la liberación de su propio egoísmo y de sus propias idolatrías. "El secreto de mi auténtica identidad está escondido en el amor y en la misericordia de Dios --añadió--. No puedo encontrarme conmigo mismo sino es en Dios". Se trata de un pensamiento que ya había profundizado el cardenal George en las meditaciones que pronunció ayer por la tarde, al afirmar que la encarnación de Cristo, experimentada hoy al igual que en los tiempos de los primeros cristianos como un "escándalo", demuestra que Dios "quiere encontrarse con nosotros en nuestra realidad" y no en "fugas metafísicas". La comunión, el antídoto para sobrevivir en una sociedad distraída El cardenal George plantea como requisitos la Palabra y los sacramentos
El "poder" y la "pobreza", las dos caras de la misión Penúltimo día de meditaciones dirigidas por el cardenal George CIUDAD DEL VATICANO, 9 mar 2001 (ZENIT.org).- Pobreza y poder son los dos elementos aparentemente contradictorios que caracterizan la misión del cristiano. Así lo constató esta mañana el cardenal Francis Eugene George, al dirigir sus meditaciones al Papa y a la Curia Romana. El arzobispo de Chicago dedicó el penúltimo día de estos Ejercicios Espirituales a la última consigna que dejó Cristo a sus discípulos: la misión. Una misión que no se puede entender sin estos dos elementos, pobreza y poder, y que no tienen nada que ver con la visión del mundo. Para Jesús el auténtico poder es el poder de perdonar, aclaró George, "el poder de romper los lazos que tienen al hombre esclavo del pecado y de la muerte". La otra cara de la misión es la pobreza. Una fuerza que se comprende mejor al contemplar la vida de Charles de Foucauld, Doroty Day, la Madre Teresa de Calcuta... apóstoles del siglo que acaba de terminar que anunciaron el Evangelio como pobres. La pobreza también es diferente desde el punto de vista de Jesús, añadió el predicador del Papa. Debe estar al servicio de la misión y no constituirse en un fin en sí misma. En este sentido, recordó que hay varios tipos de pobreza, como la de quien, por ejemplo, tiene que sacrificarse en vez de dedicarse a las necesidades pastorales directas de la gente. Es el caso precisamente de muchos de los colaboradores del Papa que trabajan en la Curia romana, quienes en ocasiones tienen que afrontar duros trabajos de oficina, menos gratificadores quizá que las satisfacciones humanas que puede alcanzar un misionero. Ahora bien, para entender el sentido cristiano de la misión, añadió, es necesario comprender el misterio por el que Cristo se hizo hombre. "La paradoja de la Encarnación y la paradoja de nuestra misión están intrínsecamente ligados --aclaró--. Así como Jesús vino a nosotros, así también nosotros lo llevamos al mundo. Así como viene a nosotros en la pobreza, y con poder, así también nosotros lo llevamos al mundo con nuestra pobreza y con su poder". En la segunda meditación de esta mañana, el cardenal George insistió en la necesidad de salir al encuentro de los últimos, los desesperados, los que se sienten lejos de Dios, y que en ocasiones son hostiles ante la misma Iglesia.
El Papa agradece los ejercicios espirituales del cardenal George La paradójica red de la Iglesia: "¡quien es apresado queda liberado!" CIUDAD DEL VATICANO, 11 mar 2001 (ZENIT.org).- Una red que libera en vez de capturar. Con esta expresión paradójica Juan Pablo II quiso subrayar ayer, sábado, la libertad que nace de la conversión, tema fundamental en los ejercicios espirituales que este año ha predicado en el Vaticano el cardenal Francis Eugene George. En esa semana consagrada por el pontífice y sus colaboradores a la meditación, el arzobispo de Chicago se sumergió en el Evangelio de Lucas para profundizar en los "grandes temas de la conversión, de la libertad y de la comunión", en la coyuntura del cristianismo a inicios de milenio: "Una fe para todos los pueblos". Al concluir los ejercicios espirituales de este año el Papa quiso agradecer al predicador su "estilo personal y sobrio" con el que ha puesto de manifiesto la eficacia de la "Palabra evangélica". Al mismo tiempo, indicó cómo el cardenal estadounidense ha sabido crear un clima apostólico en sus meditaciones a través de referencias a los documentos elaborados tras los sínodos de los obispos por continentes que precedieron al Jubileo del año 2000. El Papa recordó la invitación de Jesús a sus discípulos de remar mar adentro y echar las redes, invitación que el mismo obispo de Roma renovó al final de ese año santo en su carta apostólica "Novo Millennio Ineunte". "Confiando en la eficacia de la palabra de Cristo --dijo el Papa al concluir los ejercicios espirituales--, la Iglesia echa las redes en el gran océano del nuevo milenio que acaba de comenzar. Es una red singular: ¡quien es apresado queda liberado!" "En efecto, la fe en Cristo es libertad que nace de la conversión personal y que abre a la comunión con todos los hombres". De este modo, con una sola frase, el pontífice sintetizó las más de veinte meditaciones predicadas por George. Antes de las palabras del Papa, el purpurado estadounidense había pronunciado su última predicación reflexionando como conclusión en el "Magnificat" de María y en particular en esa alegría que impregna el himno. No es una alegría superficial que olvida las dificultades --dijo--: es una alegría que, liberada del pasado y de los esquemas del futuro, vive el presente como "el tiempo y el lugar en el que habita Dios". "La alegría no puede ser nunca el resultado único de nuestros esfuerzos personales. Se nos dona como le fue donada a María, como una gracia gratuita", concluyó el cardenal George.
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