DOCUMENTACIÓN

 

LA GLORIA DE LA TRINIDAD EN EL BAUTISMO DE JESUS

Palabras de Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles

CIUDAD DEL VATICANO, 12 abr (ZENIT.org).- El bautismo de Jesús a orillas del Jordán es uno de los momentos más sorprendentes de la Biblia en el que la presencia y la acción de la Trinidad, el misterio central del cristianismo, se hace perceptible. Este fue el tema de la reflexión de Juan Pablo II de este miércoles, en la serie de intervenciones que está teniendo en este Jubileo para ayudar a los cristianos a comprender la relación y unión del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ofrecemos a continuación las palabras del Papa.

* * *

1. La lectura que se acaba de proclamar nos lleva a orillas del Jordán. Nos detenemos hoy espiritualmente en la vera del río que discurre a través de los dos Testamentos bíblicos para contemplar la gran epifanía de la Trinidad en el día en el que Jesús se presenta en el escenario de la historia precisamente en aquellas aguas, para iniciar su ministerio público.

El arte cristiano personificará este río con los rasgos de un viejo que asiste sorprendido a la visión que tiene lugar en su seno acuático. En él, de hecho, como afirma la liturgia bizantina, «se lava el Sol Cristo». Esta misma liturgia de la mañana del día de la Teofanía o Epifanía de Cristo imagina un diálogo con el río: «Jordán, ¿qué es lo que has visto para turbarte de esa manera? --He visto al Invisible desnudo y me estremeció el temblor. ¿Cómo es posible no temblar ante él? Los ángeles temblaron al verle, el cielo enloqueció, la tierra tembló, el mar retrocedió con todos sus seres visibles e invisibles. ¡Cristo se apareció en el Jordán para santificar todas las aguas!».

El bautismo, manifestación de la Trinidad

2. La presencia de la Trinidad en aquel acontecimiento es afirmada límpidamente en todas los pasajes del Evangelio que narran este episodio. Acabamos de escuchar la más amplia, la de Mateo, que introduce también un diálogo entre Jesús y el Bautista. En el centro de la escena surge la figura de Cristo, el Mesías, que realiza en plenitud toda justicia (cf. Mateo 3, 15). Él es quien lleva a cumplimiento el proyecto divino de salvación, haciéndose humildemente solidario con los pecadores.

Su humillación voluntaria alcanza un ensalzamiento maravilloso: sobre él resuena la voz del Padre que le proclama «Hijo mío predilecto, en el que me complazco» (ibídem, v. 17). Es una frase que armoniza dos aspectos del mesianismo de Jesús: el davídico, a través de la evocación de una poesía real (cf. Salmo 2, 7) y el profético, a través de la cita del primer canto del Siervo del Señor (cf. Isaías 42,1). De este modo, tiene lugar la revelación del íntimo lazo de unión de Jesús con el Padre celestial, junto a su investidura mesiánica frente a toda la humanidad.

El aleteo materno del Espíritu

3. En la escena irrumpe también el Espíritu Santo bajo forma de «paloma» que «desciende y se posa» sobre Cristo. Podemos recurrir a otras referencias bíblicas para ilustrar esta imagen: como la paloma, que indica el final del diluvio y el surgir de una nueva era (cf. Génesis 8, 8-12; 1 Pedro 3, 20-21), o como la paloma del Cantar de los Cantares, símbolo de la mujer amada (cf. Cantar 2, 14; 5, 2; 6, 9), o la paloma que es casi un escudo para indicar a Israel en algunos pasajes del Antiguo Testamento (cf. Oseas 7, 11; Salmo 68, 14).

Es significativo un antiguo comentario judaico al pasaje del Génesis (cf. 1, 2) que describe ese aletear con ternura materna del Espíritu sobre las aguas primordiales: «El Espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas como una paloma que vuela en torno a sus pequeños sin tocarles» (Talmud, Hagigah 15a). En Jesús, desciende como una fuerza de amor sobreabundante, el Espíritu Santo. Precisamente al referirse al Bautismo de Cristo, el Catecismo de la Iglesia Católica enseña: «El Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción viene a "posarse" sobre él. De él manará este Espíritu para toda la humanidad» (n. 536).

La Trinidad y la historia

4. En el Jordán, por tanto, toda la Trinidad está presente para revelar su misterio, autentificar y sostener la misión de Cristo e indicar que con él la historia de la salvación entra en su fase central y definitiva. Esta involucra al tiempo y al espacio, a las vicisitudes humanas y el orden cósmico, pero en primer lugar, a las tres divinas Personas. El Padre confía al Hijo la misión de llevar a cumplimiento, en el Espíritu, la «justicia», es decir, la salvación divina.

Cromacio, obispo de Aquileia, en el siglo IV, en una homilía sobre el bautismo y el Espíritu Santo afirma: «Así como nuestra primera creación fue obra de la Trinidad, así también nuestra segunda creación es obra de la Trinidad. El Padre no hace nada sin el hijo y sin el Espíritu Santo, porque la obra del Padre es también del Hijo y la obra del Hijo es también del Espíritu Santo. Sólo hay una gracia de la Trinidad. Por tanto, somos salvados por la Trinidad, porque en el origen fuimos creados tan sólo por la Trinidad» (Sermón 18 A).

El bautismo cristiano

5. Tras el bautismo de Cristo, el Jordán se ha convertido también el río del bautismo cristiano: el agua de la pila bautismal es, según una tradición de las Iglesias de Oriente, un Jordán en miniatura. Lo prueba esta oración litúrgica: «Nosotros te pedimos, entonces, Señor, que la acción purificadora de la Trinidad descienda sobre las aguas bautismales y que reciban la gracia de la redención y de la bendición del Jordán en la fuerza, en la acción y en la presencia del Espíritu Santo (Grandes Vísperas de la Santa Teofanía de nuestro Señor Jesucristo, «Bendición de las aguas»).

En una idea semejante parece inspirarse también san Paolino de Nola al componer unos versos como explicación del baptisterio: «Esta pila, generador de las almas necesitadas de salvación, libera un río vivo de luz divina. El Espíritu Santo desciende del cielo en este río y une las aguas sagradas con el manantial celeste; la ola se llena de Dios y genera de la semilla eterna una santa progenitura con sus aguas fecundas» (Carta 32, 5). Al salir del agua regeneradora de la pila bautismal, el cristiano comienza su itinerario de vida y de testimonio.


 

EL DESARROLLO NO SOLO PUEDE MEDIRSE CON LA CAPACIDAD DE PRODUCCION

Palabras de Juan Pablo II al nuevo embajador de Argentina

CIUDAD DEL VATICANO, 14 abr (ZENIT.org).- Los grandes desafíos para el futuro de Argentina --que no puede medirse sólo por su capacidad de producción-- fueron afrontados hoy por Juan Pablo II al recibir al nuevo embajador de este país ante la Santa Sede, Vicente Espeche Gil. Ofrecemos a continuación las palabras que pronunció el Santo Padre.

* * *

Señor Embajador:

1. Con gusto recibo las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Argentina ante la Santa Sede. Le agradezco sinceramente las palabras que ha tenido a bien dirigirme, que son una muestra de las buenas relaciones existentes entre esta Sede Apostólica y esa noble Nación del Cono Sur americano, cuyos habitantes, como Usted ha señalado, a la vez que conservan en sus tradiciones profundos valores humanos, se sienten muy arraigados en la fe católica, de la que surge un sentido de la vida y una guía moral con repercusiones beneficiosas para la vida social argentina.

Agradezco asimismo el amable saludo de parte del Señor Presidente de la Nación, el Doctor Fernando de la Rúa, en el cual manifiesta sus sentimientos personales y el deseo de acrecentar la tradicional cooperación entre la Iglesia y el Estado para la consecución del bien común. Le ruego, Señor Embajador, que se haga intérprete de mi reconocimiento por ello ante el primer Mandatario del País, a quien hago mis mejores votos por su alta y delicada responsabilidad.

2. En los últimos años, Usted ha representado a su Nación en Israel, que yo he tenido la dicha de visitar recientemente dentro de la gran peregrinación a los lugares relacionados con la historia de la salvación. Ahora, después de haber desarrollado su misión diplomática en la tierra donde vivió el Hijo de Dios hecho hombre, viene Usted a continuar su labor ante esta Sede Apostólica, en la misma representación diplomática en la que ya hace unos años prestó sus servicios.

En estas circunstancias, le resultará familiar la naturaleza de esta nueva e importante responsabilidad que su Gobierno le ha encomendado. Es, en cierto modo, una misión del todo singular, teniendo en cuenta el papel que desempeña la Santa Sede en el concierto de las naciones para conseguir una mejora de las relaciones entre los pueblos, una convivencia más pacífica y una colaboración más estrecha entre todos. Su actividad, de carácter eminentemente espiritual, se inspira en la convicción de que «la fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre; por ello orienta el espíritu hacia soluciones plenamente humanas» («Gaudium et spes», 11). Por eso, la Santa Sede, además de prestar atención a las Iglesias particulares de cada nación, se preocupa también por el bien de todos los ciudadanos y trata de hacer valer en los foros internacionales aquellos derechos de las personas y los pueblos que hacen honor a su dignidad y a la excelsa vocación que Dios ha otorgado a cada ser humano.

3. Deseo asegurarle, Señor Embajador, que en mi solicitud por todas la Iglesias, me siento muy cerca de Argentina, me alegro con sus logros y comparto sus preocupaciones.

En este sentido, es motivo de satisfacción el que la Nación haya podido vivir en los últimos años en un clima de serenidad política, sin grandes sobresaltos, aun cuando haya debido enfrentarse a una herencia de serias dificultades en la convivencia y delicadas situaciones en el campo económico. Ha demostrado así que el País puede afrontar su propio destino mediante una normal actividad democrática, que asegure la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y la alternancia ordenada de los gobernantes, en el reconocimiento de la aportación que cada uno ha dado a la vida de la Nación. Deseo ardientemente que esta madurez cívica se afiance cada vez más en una recta concepción de la persona humana. Una conciencia profunda de estos valores favorecerá el que, no obstante las legítimas diferencias, se produzca una confluencia entre las diferentes fuerzas políticas para resolver aquellas cuestiones más acuciantes, que afectan a los intereses generales de la Nación y, sobre todo, a las exigencias de la justicia y de la paz.

En esta tarea, su Gobierno es consciente de la importancia que ha de darse, no sólo a las medidas propias de la técnica administrativa o financiera, sino también a la concienciación de los ciudadanos para que participen con esperanza y espíritu de colaboración en el bien común, sin que las legítimas divergencias se transformen en antagonismos irreductibles. Para ello hacen falta ideales verdaderamente profundos y duraderos, anclados en la verdad objetiva sobre el ser humano, de los que los más altos responsables de la sociedad han de dar testimonio con su afán de servicio, trasparencia y lealtad, contagiando, por decirlo así, a todo el pueblo su propio compromiso de construir un futuro mejor.

4. También es importante que los programas de un Gobierno para impulsar decididamente el crecimiento de la Nación tengan en cuenta la integridad del progreso del ser humano, que es individual y social al mismo tiempo, y en el que los valores espirituales y religiosos no son menos básicos que los materiales.

En efecto, el crecimiento de un País no se puede medir exclusivamente por la riqueza que produce, aún cuando ésta sea una condición indispensable y, por tanto, un objetivo a perseguir. Por eso, cuando se relega alguna de las dimensiones esenciales del desarrollo integral se corre el riesgo de crear nuevos desequilibrios y, a fin de cuentas, poner en peligro incluso las conquistas ya logradas. Su Gobierno es consciente de que no basta un incremento de la producción si ésta no se transforma en bienestar real para todos, que no existe un verdadero bienestar sin una adecuada educación en los diversos niveles y accesible a todos, un orden social justo y una administración de justicia ágil. Tampoco se construirá un futuro sólido y esperanzador si se abandonan los valores e instituciones básicas de toda sociedad, como la familia, la protección de los menores y los más desasistidos y, menos aún, si se horadan los fundamentos mismos del derecho, la libertad y la dignidad de las personas, atentando a la vida desde el momento de su concepción. Como Usted ha indicado, estos valores son patrimonio común, que han de ser defendidos también en los foros internacionales para ofrecer un futuro más esperanzador a todo el género humano.

5. Señor Embajador, en este momento en que comienza el ejercicio de la alta función para la que ha sido designado, le deseo que su tarea sea fructuosa y contribuya a que se consoliden cada vez más las buenas relaciones existentes entre esta Sede Apostólica y la República Argentina, para lo cual podrá contar siempre con la acogida y el apoyo de mis colaboradores. Al pedirle que se haga intérprete ante el Señor Presidente de la Nación y del querido pueblo argentino de mis sentimientos y augurios, le aseguro mi plegara ante el Todopoderoso, por intercesión de la Virgen de Luján, para que asista siempre con sus dones a Usted y a su distinguida familia, al personal de esa Misión Diplomática y a los gobernantes y ciudadanos de su País, al que recuerdo con afecto y sobre el que invoco abundantes bendiciones del Señor.


 

LA IGLESIA UTILIZA LOS BIENES CULTURALES PARA EVANGELIZAR

El Papa a la Comisión Pontificia para los Bienes Culturales de la Iglesia

CIUDAD DEL VATICANO, 14 abr (ZENIT.org).- La Comisión pontificia para los bienes culturales de la Iglesia celebró su asamblea plenaria del 30 de marzo al 1 de abril. Durante las reuniones se reflexionó sobre el tema: «Los bienes culturales en el marco de la nueva evangelización». Juan Pablo II recibió a los participantes en la asamblea plenaria la mañana del viernes 31 de marzo en la sala de los Papas y, después de escuchar las palabras que le dirigió el presidente de este organismo, monseñor Francesco Marchisano, pronunció en italiano el discurso que ofrecemos a continuación tal y como ha sido traducido por «L'Osservatore Romano».

* * *

Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra acogeros a cada uno de vosotros, miembros de la Comisión pontificia para los bienes culturales de la Iglesia, reunidos durante estos días en asamblea plenaria. Os saludo con afecto.

Saludo, en particular, a vuestro presidente, el arzobispo Francesco Marchisano, y le agradezco las corteses palabras con las que ha querido presentar la actividad y las perspectivas de la Comisión, recordando, entre otras cosas, el jubileo de los artistas. El dicasterio lo preparó con gran esmero, y el éxito de su celebración me dio una gran alegría. Con los numerosos artistas presentes en la basílica de San Pedro, en cierto modo, pude continuar de viva voz el diálogo que había comenzado con la «Carta a los artistas».

El concepto de bien cultural

2. También vuestra asamblea plenaria, que eligió como tema: «Los bienes culturales en el marco de la nueva evangelización», se inserta muy bien en el horizonte del gran jubileo, al estar en sintonía con su finalidad primaria, que es el anuncio renovado de Cristo dos mil años después de su nacimiento.

En los trabajos de vuestra asamblea, sobre la base del notable esfuerzo realizado durante los últimos años por vuestra Comisión, ante todo habéis tratado de delimitar el concepto de «bien cultural» según la «mens» de la Iglesia; luego, habéis fijado vuestra atención en el ingente patrimonio histórico-artístico existente, diagnosticando la situación de tutela y conservación en que se encuentra con vistas a su valoración pastoral; asimismo, os habéis ocupado de la formación de los agentes, promoviendo oportunos contactos con los artistas de las diversas disciplinas.

Tenéis que proseguir el camino loablemente emprendido, y yo quisiera animaros hoy a no escatimar esfuerzos para lograr que los testimonios de cultura y arte confiados a la custodia de la Iglesia se valoren cada vez más al servicio del auténtico progreso humano y de la difusión del Evangelio.

3. En efecto, los bienes culturales, en sus múltiples expresiones --iglesias, diversos monumentos, museos, archivos, bibliotecas...-- constituyen un componente notable de la misión evangelizadora y de promoción humana que es propia de la Iglesia.

Auténtico humanismo

Especialmente el arte cristiano, «bien cultural» muy significativo, sigue prestando su singular servicio, comunicando con extraordinaria eficacia, a través de la belleza de las formas sensibles, la historia de la alianza entre Dios y el hombre y la riqueza del mensaje revelado. En los dos milenios de la era cristiana, ha manifestado de forma admirable el ardor de numerosos confesores de la fe, ha expresado la conciencia de la presencia de Dios entre los creyentes y ha sostenido la alabanza que la Iglesia eleva a su Señor desde todos los rincones de la tierra. Los bienes culturales son documentos cualificados de los diferentes momentos de esta gran historia espiritual.

Por otra parte, la Iglesia, experta en humanidad, utiliza los bienes culturales para la promoción de un auténtico humanismo, según el modelo de Cristo, hombre «nuevo» que revela el hombre al propio hombre (cf. «Gaudium et spes», 22). Por tanto, no ha de sorprender que las Iglesias particulares se comprometan a promover la conservación de su propio patrimonio artístico-cultural a través de intervenciones ordinarias y extraordinarias, que permitan su valoración plena.

Al servicio de la misión de la Iglesia

4. La Iglesia no es sólo custodia de su pasado; es, sobre todo, animadora del presente de la comunidad humana, con miras a la construcción de su futuro. Por tanto, incrementa continuamente su patrimonio de bienes culturales para responder a las exigencias de cada época y cada cultura, y se preocupa asimismo por entregar cuanto se ha realizado a las generaciones sucesivas, para que también ellas beban en el gran río de la «traditio Ecclesiae».

Precisamente desde esta perspectiva es necesario que las múltiples expresiones del arte sacro se desarrollen en sintonía con la «mens» de la Iglesia y al servicio de su misión, usando un lenguaje capaz de anunciar a todos el reino de Dios. Por consiguiente, al formular sus proyectos pastorales, las Iglesias particulares han de utilizar adecuadamente los propios bienes culturales. En efecto, éstos tienen una singular capacidad para ayudar a las personas a percibir más claramente los valores del espíritu y, testimoniando de diferentes modos la presencia de Dios en la historia de los hombres y en la vida de la Iglesia, disponen los corazones a acoger la novedad evangélica. Además, al proponer la belleza, que por su misma naturaleza posee un lenguaje universal, ciertamente ayudan a la Iglesia en su tarea de encontrar a todos los hombres en un clima de respeto y tolerancia recíproca, según el espíritu del ecumenismo y del diálogo interreligioso.

Valor estético

5. La nueva evangelización exige un renovado compromiso en el culto litúrgico, que es también una rica fuente de instrucción para el pueblo fiel (cf. «Sacrosanctum Concilium», 33). Como es sabido, el culto ha encontrado desde siempre un aliado natural en el arte, de modo que, además de su intrínseco valor estético, los monumentos de arte sacro poseen también el catequístico y cultual. Por eso, es preciso valorarlos teniendo en cuenta su hábitat litúrgico, conjugando el respeto a la historia con la atención a las exigencias actuales de la comunidad cristiana, y haciendo que el patrimonio histórico-artístico al servicio de la liturgia no pierda nada de su elocuencia.

Tutela jurídica

6. Será necesario, asimismo, seguir promoviendo la cultura de la tutela jurídica de dicho patrimonio en las diversas instituciones eclesiales y organizaciones civiles, trabajando con espíritu de colaboración con los diferentes organismos estatales, y prosiguiendo los contactos tanto con los encargados de la gestión de los bienes culturales como con los artistas de las diversas disciplinas. En este sentido, mucho ayudará el diálogo con las asociaciones que tienen como fin la tutela, la conservación y la valoración de los bienes culturales, así como con los grupos de voluntariado. En particular, corresponde a vuestra oficina invitar a quienes están relacionados directa o indirectamente con este ámbito a «sentire cum Ecclesia», para que cada uno transforme su labor específica en una valiosa ayuda a la misión evangelizadora de la Iglesia.

Incrementar el amor a la belleza

7. Amadísimos hermanos y hermanas, ¡gracias de corazón por vuestro trabajo y por la contribución que dais a la tutela y a la valoración plena del patrimonio artístico de la Iglesia! Espero de corazón que ese patrimonio se convierta en un medio cada vez más eficaz para llevar el mensaje evangélico a quienes están alejados y para incrementar en el pueblo cristiano el amor a la belleza, que abre el espíritu a la verdad y al bien.

Invoco la protección materna de María sobre vuestro trabajo, y os aseguro de buen grado mi recuerdo ante el Señor por vuestras intenciones. Os bendigo de corazón a vosotros y a cuantos colaboran generosamente con vosotros.