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ENSEÑANZAS


14. La doctrina de Jesús

14.1. Introducción

Casi todo lo expuesto hasta aquí se puede comprender como enseñanzas de Jesús en un sentido amplio. Sin embargo, nos ceñimos ahora a una serie de temas que provienen de las sentencias y dichos que aparecen en los Evangelios. No es que Jesús hable de una forma escueta y sucinta, por más que aconseje no emplear mucha palabrería en las cuestiones de Dios (Mt 6,7), sino que la tradición ha reunido sus enseñanzas en sumarios, sea por la coincidencia del contenido, sea por razones mnemotécnicas. Con todo, conviene relacionarlas con dos aspectos que siempre hemos tenido presentes: ellas caen bajo el paraguas del Reino; dimanan de las nuevas perspectivas que ofrece la presencia del Dios de la bondad y la misericordia; y, por otro lado, Jesús ratifica con su estilo de vida que las enseñanzas son ver-dad en la medida en que se practican y testimonian el Reino.

El contenido de los dichos de Jesús se encuadra en la rica tradición religiosa de Israel. La enseñanza nace de la dinámica interna del Reino o responde a la solicitud apremiante de la gente para resolver sus interrogantes sociales y religiosos. En cualquier caso, no refleja una doctrina sistemática, y menos trata de diseñar un comportamiento que abarque todos los aspectos éticos de la existencia humana. En algunos temas las uniremos nosotros guiados por la lógica de la exposición. Casi todas ellas han aparecido en los capítulos anteriores, pero les daremos un matiz nuevo que enriquezca lo expuesto hasta ahora.

¿Qué novedad aportan las enseñanzas de Jesús para la experiencia creyente de sus seguidores? Lo novedoso es el Reino, y novedosas serán sus concreciones cuando se relacionen con la vida y la piedad en cuanto exigencias éticas. Pero hay que advertir que Dios se deja ver en el Reino por su voluntad libre y gratuita. Él es el que descubre la necesidad de conversión y penitencia. Por consiguiente, los comportamientos humanos nacidos de la apertura y obediencia a Dios se producen por su influencia, y estos comportamientos en modo alguno provocan la cercanía y presencia de Dios. Es una regla que no debemos olvidar en todas las páginas que siguen.


14.2. El Sermón del monte o de la llanura

Los Evangelios relatan que el Reino se revela con la enseñanza y la actuación de Jesús que certifica con su vida la veracidad de sus exigencias. Lo prueban, sobre todo, en el Sermón del monte (Q/Mt 5,1-7,29) y de la llanura (Q/Lc 6,17-47)1. Mateo distingue a Jesús como el último profeta y el maestro que enseña con plena autoridad. Y propone dos cuestiones fundamentales en

1 Esta colección de sentencias expuesta en forma de discurso, se divide en Mateo teniendo en cuenta el contenido de los capítulos 5-7: 1° Las Bienaventuranzas (Mt 5,3-12); sobre la ley (5,17-48); 2° sobre la limosna, la oración y el ayuno (6,1-18); 3° sobre el poseer (6,25-34); 4° el cap. 7,1-29 trata de diversos avisos y está muy fragmentado: juicio y corrección fraterna (vv.1-5), fidelidad a la oración (7,6-11), los dos caminos (7,13-14), los falsos profetas (7,15-20), cumplir la voluntad del Padre (7,21-23), dos formas de construir la vida (7,24-27). En Lucas hay tres partes: la Las Bienaventuranzas y las maldiciones (Lc 6,20-26); 2a Imperativos sobre el amor a los enemigos, el juicio, el perdón y la compasión (6,27-38). Se incluye aquí la Regla de oro (6,31); 3a Serie de parábolas y metáforas sobre la corrección, las obras del corazón, la escucha de la Palabra como fundamento de la vida (6,39-49).- Mateo valora más la montaña como lugar de la manifestación final de Dios y Lucas la llanura, que sigue la línea profética que afirma que al final de los tiempos todo terreno se igualará; ambos tienen en cuenta a Ex 19.- La mayoría de los exegetas están de acuerdo en que se perciben con claridad en el Sermón las bases fundamentales de la predicación de Jesús como predicador escatológico, no obstante las aplicaciones que hace la fuente «Q» y la indudable labor redaccional de Mateo y Lucas.

apretada síntesis: La revelación de Dios como único absoluto para el hombre y las exigencias éticas que origina dicha revelación, exigencias que se centran en el amor al prójimo, y en esto se cifra toda «la ley y los profetas» (Mt 5,17). La fuerza y la gracia que hacen posibles las obras del Reino provienen de Dios; de ahí la necesidad de la oración del Padrenuestro para mantenerse en la visión nueva que señala Jesús. Por otro lado, las imposiciones arrancan de una relación de amor que es fundante o está en el origen de todas ellas. No se describen todos Ios casos posibles para amar que se le pueden presentar al cristiano a lo largo de su vida. Los requerimientos de Jesús son pautas para obrar que no tienen meta ni límite. Además, su enseñanza —destaca el primer evangelista— considera la unidad básica de escuchar y practicar, más que comprender en el nivel de los principios gnoseológicos: «... quien quebrante el más mínimo de estos preceptos y enseñe a otros a hacerlo será considerado mínimo en el Reino de Dios. Pero quien lo cumpla y lo enseñe será considera-do grande en el Reino de Dios» (Mt 5,19).

La radicalidad de la dependencia de Dios y de los comportamientos éticos ¿es una utopía o un programa realizable en las relaciones humanas? ¿Ese programa va dirigido a todos sus seguidores o solamente a los discípulos? A pesar de las distintas interpretaciones, el Sermón es un programa para la vida cristiana situada en la historia. Ni se exponen las exigencias éticas para un tiempo delimitado, como si el Reino fuera a aparecer de una forma plena e inminente en la vida de Jesús, ni, por otro lado, se pueden dulcificar, espiritualizando o interiorizando sus normativas2. Mateo describe la voluntad de Dios proclamada y vivida por Jesús en el contexto del Reino. Los comportamientos nacen de las exigencias del Reino: la buena noticia a los pobres,

2 Ya lo advierte «Q»: «No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial». Q/ Mt 7,21; Lc 6,46; «Muchos me dirán aquel día: Señor, Señor ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: ¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad». Mt 7,22-23.

el sentido de la vida, las acciones acordes con la voluntad de Dios, el amor incondicional a los demás. Todo ello simboliza la relación filial del hombre nacida de la donación de un Dios Padre lleno de amor. La palabra de Jesús se dirige a las preocupaciones cotidianas de la gente, como el hambre, el dolor, la pobreza. Es en el «ahora»3 donde hay que insertar el amor que debe abarcar todos los actos de la vida de los discípulos4. Así se observa el contraste entre una vida conducida en precario en todos los sentidos y la del Reino a la que invita Jesús. Dios y sus exigencias de amor se introducen en la pobreza de la gente. Se abre entonces un horizonte nuevo que genera esperanza en un mundo cerrado y limitado por toda clase de males.

Esta nueva manera de conducirse en la vida se ofrece a todos los que quieran seguir a Jesús. El Sermón no constituye unas instrucciones ordenadas sólo a sus discípulos más cercanos o a los más comprometidos de las comunidades cristianas posteriores. En todo caso, la justicia de los seguidores de Jesús debe superar la de los letrados y fariseos (Mt 5,20) y, por medio de ellos, debe repercutir en todos los pueblos, porque éstos ya atienden al Maestro, como ex profeso indica Lucas'.


14.3. Las Bienaventuranzas

Mateo (5,3-11) y Lucas (6,20-23) comienzan el Sermón con las Bienaventuranzas fundados en la fuente «Q». Ya las hemos

3 Cf. Q/Lc 6,21; Mt 5,6; EvT 69; Lc 6,25.

4 Esta visión la encuadra Lucas en la misión de Jesús, que ha venido a anunciar la buena nueva a los pobres, a los prisioneros, a los ciegos, etc. según Isaías (61,1-2). La cita se coloca en el pórtico de la presentación en la sinagoga de Nazaret (4,18-19). La multitud que le sigue escucha la palabra (Q/Lc 6,27.47; Lc 6,18), y de ésta salen las instrucciones que deben cumplir dentro del ámbito del amor.

5 «... una gran multitud del pueblo, venidos de toda la Judea, de Jerusalén, de la costa de Tiro y Sidón» (Lc 6,17; cf. 7,1), estas últimas son ciudades fenicias que pertenecen a la provincia romana de Siria. Mateo termina su Evangelio con el envío de los discípulos a todo el mundo (28,19-20) y sitúa a la muchedumbre como oyente del Sermón (4,25-26; 7,28-29).

introducido con ocasión del Reino futuro de Dios6. Jesús anuncia que el Reino pertenece a los pobres, a los hambrientos y a los que lloran, por eso son dichosos, o bienaventurados (makarioi). Declara las paradojas como si fuera un nuevo Moisés que desciende del Sinaí revestido de autoridad. Así proclama el nuevo proyecto de Dios sobre su pueblo, que son «palabras de vida» (Hech 7,38).


14.3.1. «Dichosos los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece» (Lc 6,20). Pobre (ptóchos) es el que está escondido o el oprimido que tiene que mendigar para sobrevivir y, por tanto, no se le tiene en cuenta en las relaciones sociales. No es el pobre que trabaja por lo que sea (penés). El pobre pasa de maldito a la cercanía de Dios. Dios se ha fijado en su desamparo, lo que hace que se fíe y confíe en Él7. La paradoja de que los pobres serán dichosos no es por la pobreza, pues ésta no constituye un estado de felicidad, sino porque Dios va a reinar de inmediato: «Yo sé que el Señor defiende al oprimido y hace justicia al pobre» (Sal 140,13). Entonces recuperará su dignidad humana. De aquí la satisfacción, el gozo inmenso e interior que se manifiesta de una forma objetiva en compartir los bienes en este mundo como preámbulo de la dicha definitiva, cuando Dios instaure su Reino y dé la salvación a sus elegidos8. Jesús lo demuestra: los pobres

6 Cf. supra, 8.4.1. 2., 245. Lucas trae cuatro bienaventuranzas que corresponden a la 1a, 2a, 4a y 9a de Mateo. Lucas elabora un discurso corto, que está integrado en el largo Sermón de Mateo (caps.5-7), y lo redacta bajo las perspectiva del amor al prójimo; sin embargo el primer evangelista relaciona las exigencias evangélicas con las de la ley judía, e intenta superarlas en determinados campos éticos. La visión divergente de Mateo se ahonda en las Bienaventuranzas al acentuar la actitud espiritual del hombre, realidad que Lucas deja en su crudeza objetiva presente de pobreza, hambre, aflicción y persecución en contraste con el futuro.

7 Cf. Dios sale en su defensa: Lev 25,35; Dt 24,14-15.19-22; 27,19; Sal 146,5-7; Is 58,6-7; 61,1-2; etc.; por eso confían los pobres: Sal 39,18; 68,30-34; etc., a los que en la época cristiana se les une la santidad: Sant 1,9; 2,5; 5,1-6.

8 En el Antiguo Testamento leemos: «Durante seis años sembrarás tu tierra y recogerás la cosecha, pero el séptimo año la dejarás en barbecho. Deja que coman los pobres de tu pueblo» (Ex 23,10-11); en Lucas: «Los creyentes estaban todos unidos y poseían todo en común; vendían bienes y posesiones y las repartían según la necesidad de cada uno». Hech 2,44-45; cf. 4,32.34-35.

son los primeros a los que se les anuncia esta era de gracia9 y los primeros que hay que invitar frente a los que presuntamente tienen derecho al banquete. Así sucede con Lázaro (Lc 16,19-31) o con aquellos que son capaces de cambiar de vida como Zaqueo (Lc 19,1-10).

Mateo añade que la felicidad es también para los pobres «de espíritu» (pneumati)(Mt 5,3). Del estado de pobreza se desplaza el sentido a la actitud humana de inferioridad: la humildad. Entonces la sumisión de los pobres a Dios se contrapone a la arrogancia de los prepotentes que cierran su corazón a las necesidades de su prójimo y se alejan de la voluntad divina. Está en la línea de la humildad que se exige a los que desean entrar en el Reino en contra de la vanidad de los escribas10. La tercera bienaventuranza de Mateo: «Dichosos los desposeídos, porque heredarán la tierra» (5,5) es una concreción de la de los pobres y una cita del Sal 37,11. Prays se relaciona con la afabilidad (Mt 11,29) y está lejos de la violencia (Mt 21,5)11. Los pobres de espíritu y los desposeídos comprendidos como tolerantes comportan una triple dirección: hacia Dios siendo obedientes y sumisos, hacia la tierra utilizando sus bienes, y hacia el prójimo evitando cualquier brote de rechazo o alejamiento. Recibirán el Reino, porque constituyen en la actualidad el auténtico interés de Dios; poseerán la tierra, porque gozarán en el futuro de los bienes que lleva consigo el Reino: «disfrutarán de una gran

9 Q/Lc 7,18-19.22-23; Mt 11,2-6; Lc 4,18; 7,20-21; etc.

10 «Os aseguro que si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de Dios. Quien se humille como este niño, es el más grande en el Reino de Dios». Mt 18,1-4; cf. Mc 9,30-32; Lc 9,44-45; Is 66,2; «En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y fariseos...». Mt 23,1-12.

11 Prays en Mateo no hace relación directa a un afecto como la ira (manso), aunque la contemple en su horizonte, ni entraña la no violencia como lo entiende el pacifismo en contraposición al poder impuesto a la fuerza. Está más en la línea de los pobres de espíritu expuesto en la primera Bienaventuranza: benigno, tolerante, amistoso, humilde, etc.

prosperidad», como termina el v.11 del Salmo 37. Por una causa y por otra vivirán la paz de la gente afable, modesta, benigna, en definitiva, la que experimenta la humilde confianza en Dios y no se irrita por el progreso de la maldad12.

«Dichosos los que ahora pasáis hambre, porque os saciaréis» (peinóntes/chortasthesesthe) (Q/Lc 6,21). El hambre actual no es una situación permanente. Esto es un alivio para los que no poseen las mínimas condiciones humanas para vivir. La causa del cambio de esta situación desesperada está en Dios: Él quiere colmar a aquellos que confían en su justicia, y que no se hundan en las condiciones sociales que ponen en peligro la vida. Dios representa entonces lo que acrecienta sus fuerzas para salir del estado de postración. También es una espera largamente anunciada: «Calmó las gargantas sedientas y a los hambrientos los colmó de bienes»13. La bienaventuranza arranca de la voluntad divina, de su decisión de crear una nueva relación con su criatura en la que no se darán estados y situaciones que pongan en peligro su existencia. La nueva relación se establecerá muy pronto; es inminente. Por ello Jesús sacia el hambre de la multitud (Lc 9,10-17par) y avisa a los que están saciados (empimplémi) que, por desconocer las necesidades ajenas, pueden verse vacíos al término del tiempo (6,25).

Mateo incorpora a los que tengan «sed de justicia» (dikaiosyné) (Mt 5,6), justicia que responde a la voluntad de Dios que se cumple por la práctica del amor al prójimo y corresponde al anhelo que guía al creyente a seguir la conducta que Dios mantiene con su pueblo. Aquí está la herencia del Reino (25,37): «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber, emigrante y te acogimos, desnudo y te vestimos?». No se refiere el Evangelista a la justicia que se alcan-

12 Como reza el citado Salmo (37,8-9) frenando la indignación de los justos por la felicidad que exhiben los malvados: «Cohíbe la ira, reprime el coraje, no te exasperes hasta obrar mal; pues los malvados serán excluidos, pero los que esperan en el Señor poseerán una tierra».

13 Sal 108,9; cf. 37,19; 132,15; Is 35,10; 49,10.13; 65,19; Ez 34,29; Eclo 24,21; etc.

za por la exhibición de las prácticas religiosas: «Guardaos de hacer obras buenas en público para ser contemplados» (Mt 6,1); ni siquiera a la justicia legal o distributiva.

«Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis» (klai ontesl gelasete) (Q/Lc 6,21; Mt 5,5). Llorar alude a la emoción intensa que encierra el dolor por algo o alguien que se ha perdido, en concreto por un familiar o amigo que fallece. Así se ve en los casos de la viuda de Naín (Lc 7,13), o de los que lamentan la muerte de la hija de Jairo (Lc 8,52), o de las mujeres ante la próxima muerte de Jesús (23,28), o de Pedro por haberle traiciona-do (22,62), o de la pecadora (7,36-50), o en las lágrimas de Jesús por Jerusalén (19,41), o por la muerte de su amigo Lázaro (Jn 11,35). En sentido figurado llorar significa la angustia por una existencia insatisfecha. Es un sentimiento interior y también exterior. Dicha experiencia la captan los demás por las lágrimas o los lamentos del sufrimiento.

Reír indica el convencimiento del creyente de que Dios cumple sus promesas, de que Dios es fiel a su palabra. Reír aquí no denota la manera despreocupada y fácil de situarse en la vida y menos los sentimientos gozosos que entraña el triunfo y la venganza de los oprimidos cuando son liberados de los opresores, como sucedió con la vuelta del destierro de Babilonia de la parte del Israel esclavizado en tierras paganas14. La raíz de la alegría está en Dios que enjuga las lágrimas, que es un consolador nato: «Yo mismo les traeré restablecimiento y curación, y les revelaré un rebose de paz y de fidelidad» (Jer 33,6)15.

Mateo interioriza y espiritualiza la bienaventuranza: «Dichosos los afligidos, porque serán consolados» (penthountesl parakléthesontai) (Q/Mt 5,4) siguiendo a Is 61,216. La aflicción o la

14 «Dichoso el que agarre y estrelle tus hijos contra la peña». Sal 137,9; cf. Sal 126; Jer 31,7-14; Zac 2,10-17; etc.

15 «Yo vi sus andanzas, pero lo curaré, lo guiaré, lo pagaré con con-suelos; y a los que hacen duelo por él, les haré brotar en los labios este canto: Paz al lejano, paz al cercano -dice el Señor-, y lo curaré». Is 57,18; cf. Is 40,1.29.31; 41,17.

16 Tristeza de los afectados por los desastres de Jerusalén: «Para con-solar a los afligidos, los afligidos de Sión», de la que Tobías augura una reconstrucción gloriosa: 13,16. Con ello Dios conforta a su pueblo: «Como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo». Is 66,13; cf. Jer 31,13.

tristeza puede estar motivada por cualquier contratiempo, físico, psíquico o espiritual, por una desgracia nacional o cataclismo cósmico, incluso por el castigo de Dios o por el tirano de turno que rompe las esperanzas de los creyentes, como sucede con los discípulos cuando ajustician a Jesús: «¿Pueden los invitados a la boda ayunar [Mt: hacer duelo] mientras el novio está con ellos? Mientras tienen al novio con ellos, no pueden ayunar [Mt: Llegará el día en que les arrebaten el novio y entonces ayunarán]» (Mc 2,19par). El creyente se vuelve hacia Dios que le consuela, y le consuela porque cambia la situación mala, no querida, por otra donde se palpa la felicidad, como es el caso del pobre Lázaro: «Respondió Abrahán: Hijo, recuerda que en vida recibiste bienes y Lázaro por su parte desgracias. Ahora él es consolado y tú atormentado» (Lc 16,25).

Las tres Bienaventuranzas son una proclamación de la inminencia de la llegada del Reino, siguiendo la declaración de Is 61,1-2 de la intervención liberadora de Dios sobre los pobres, hambrientos y afligidos al final de los tiempos. Copian la corriente veterotestamentaria de que Dios sale en defensa de los que sufren, transforma su penosa situación y les regala una vida llena de gozo. Jesús anuncia la buena noticia del cambio en el espacio de los marginados y, por consiguiente, les crea una esperanza de salvación. Y dicho anuncio lo ratifica con su conducta, cuyo estilo de ser es una verdadera revelación de la bondad salvadora de Dios. Lo que se advierte en las tres Bienaventuranzas es la nueva disposición de Dios que recrea para bien la situación de los pobres, de los hambrientos y de los que lloran.


14.3.2. «Dichosos cuando os odien los hombres y os destierren y os insulten y denigren vuestro nombre a causa de este Hombre [Mt: por causa mía]»17. La cuarta Bienaventuranza de

17 Q/Lc 6,22; Mt 5,11; cf. EvT 68: «Dice Jesús: Felices vosotros si os odian y os persiguen»; 69: «Dice Jesús: Felices son esos que han sido perseguidos en su corazón».

Lucas y la novena de Mateo evoca una situación real de la comunidad cristiana, que no es admitida dentro del contexto judío donde se desenvuelve: «Lo mismo trataron vuestros padres a los profetas» (Q/Lc 6,23; Mt 5,12)18. La persecución reproduce la misma condición de sufrimiento que la de los pobres, los hambrientos y los que lloran. Sin embargo se expone aquí el futuro para unos cuantos cuyo sufrimiento se les retribuirá al final frente al presente de la pobreza. La causa de la persecución en esta Bienaventuranza es la fidelidad a Jesús, la voluntad actual de Dios, como en otro tiempo lo experimentó Israel: «Por tu causa nos matan a cada momento, nos tratan como a ovejas de matanza» (Sal 44,23).

En el ámbito del discipulado, Jesús manifiesta en la proclamación del Reino que el que «se empeñe en conservar la vida la perderá, quien la pierda la conservará» (Lc 17,33; cf. Jn 12,25). Existe un trueque entre el sacrificio de esta vida y la ganancia de la eterna, que después los cristianos añaden por causa de Jesús19.

En el momento presente, los cristianos sienten los efectos de la persecución como odio, que les separa de su pueblo y de su sinagoga, a la vez que atenta contra su dignidad humana y su honor. La difamación les aboca a la condena y a la muerte. Y todo ello motivado por su solidaridad con el proyecto de vida de Jesús, de forma que como él fue rechazado, así también lo son ellos (Q/Lc 6,40; Mt 10,24-25). Pero es preferible esta situación límite, que Mateo apostilla «con falsedad» (Mt 5,11), antes que el halago, pues como Dios resucitó a Jesús, también puede cambiar a su discípulo la desdicha en dicha, la pena en alegría. Otra vez las circunstancias se invierten, pero sin revancha por

18 Jerusalén que ha resistido la llamada de Dios, asesinando a los profetas (Neh 9,26), hace lo mismo con el último: Jesús va a sufrir el destino de ellos: «¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y apedreas a los enviados, cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina reúne a la pollada bajo sus alas; y os resististeis. Pues bien, vuestra casa quedará desierta». Q/Lc 13,34-35; Mt 23,37-39; Mc 11,9.

19 Cf. Mc 8,34-35par; Q/Lc 14,27; Mt 10,38; EvT 55; cf. Mt 16,25; Lc 10,38-39; 17,33; Jn 12,25-26; supra, 13.3.2. 3., 476-480.

parte de los perseguidos sobre sus perseguidores. El gozo interior que entrañan estas experiencias negativas proviene de la conciencia de que Dios les va a recompensar y no del valor que comportan dichas incomprensiones: «Saltad entonces de alegría, que vuestro premio en el cielo es abundante» (Q/Lc 6,23; Mt 5,12).

Una variación de esta Bienaventuranza es la octava de Mateo: «Dichosos los perseguidos por la justicia, porque el Reino de Dios les pertenece» (Mt 5,10). No se persigue aquí al que obra mal, sino al que practica la justicia, es decir, a los que son fieles y respetan los derechos de Dios que se explicitan en la Alianza. En la Alianza se contienen los más sagrados deberes con relación a Dios y al prójimo. Por eso hay que desearla, buscarla (Mt 6,33) y cumplirla. Entonces la obediencia a la voluntad de Dios se erige en el programa fundamental de la vida del creyente, ya que respetar sus derechos es lo que garantiza la entra-da y la posesión del Reino.


14.3.3. Mateo aporta tres Bienaventuranzas más hasta completar el número de nueve. No están en Lucas. Las tres se insertan en el pensamiento sapiencial judío referido antes, y acentúan la dimensión práctica para aquellos a quienes se les ha pro-metido el Reino de los cielos. La primera exigencia del Reino es la misericordia: «Dichosos los misericordiosos, porque los tratarán con misericordia» (Mt 5,7). Dios se presenta con estos modos desde el principio de la historia de la salvación20. Es misericordioso con los necesitados y con los pecadores.

Esta conducta divina determina los comportamientos de los justos (Eclo 28,1-7) y constituye una de las actitudes fundamentales de Jesús que simboliza la presencia del Reino. Usa de la misericordia con los publicanos (Mt 9,13; Lc 19,10), con los enfermos y los pecadores (Mt 9,27). Por eso afirma su prioridad sobre el sacrificio (Mt 9,13) e identifica la relación de amor de

20 «El Señor, el Señor, el Dios compasivo y clemente, paciente, rico en bondad y lealtad, que conserva la misericordia hasta la milésima generación». Éx 34,6-7; cf. 33,19; Sal 86,15; 103,8; 111,4; 145,8; etc.

Dios con los hombres, sobre todo en la parábola del rey que perdona una gran deuda a su siervo, aunque después éste sea incapaz de reproducir la decisión graciosa del rey con un compañero suyo (18,21-35).

Misericordia no equivale a la especial sensibilidad que poseen determinadas psicologías ante los infortunios personales y sociales. Designa una forma de actuar y un sentido de vida que se traduce en la conducta clave de los seguidores de Jesús. Lucas (Q / 6,36) lo afirma sin rodeos: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso», y Mateo cambia esta exigencia por la perfección (5,48), quizás porque ya la ha enunciado en esta Bienaventuranza. El amor de misericordia hacia los necesitados será la patente que los cristianos enseñen para ser reconocidos por Dios en el juicio: «Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era emigrante y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, estaba enfermo y me visitasteis, estaba encarcelado y acudisteis» (25,35-36)21. Estas obras de misericordia están al alcance de toda persona, aunque no posea nada para ayudar materialmente.

La misericordia también se explicita con el perdón. El relato citado del rey que tiene paciencia y perdona la gran deuda a su siervo expresa una actitud que será la regla para todos los que se integren al Reino. Recuerda la pregunta de Pedro a Jesús sobre cuántas veces debe perdonar. La repetición sin límites del perdón, «te digo que no siete veces, sino setenta y siete» (Mt 18,22), recrea la conducta de Dios reflejada al final de la parábola: «Así os tratará mi Padre del cielo si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano» (18,35). La variante que ofrece esta advertencia es que Dios se moverá para perdonar los peca-dos en la misma medida en que el hombre perdone a sus semejantes, según reza el Padrenuestro (Q/Mt 6,12.14-15; Lc 11,4).

21 Es la regla que usará Dios al final: «La medida que uséis para medir la usarán con vosotros» (Q/Mt 7,2; Lc 6,38). Más tarde la Carta de Santiago (2,13) lo afirmará con más crudeza: «Será despiadado el juicio del que no tuvo piedad».

«Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios» (Mt 5,8). Mateo hace hincapié en la actitud humana que está descrita en el Sal 24,3-4: «¿Quién puede subir al monte del Señor?, ¿quién podrá estar en el recinto sacro? El de manos inocentes y puro corazón, el que no acude a los ídolos ni jura en falso»22. Las manos y el corazón refieren la acción que engloba todos los sentimientos, afectos y pensamientos del hombre, y que, en el caso del servicio al templo, implica la integridad y pureza de vida. La tendencia intensa que une a los ídolos se contrarresta con la inocencia del corazón, que abarca todas las potencias humanas, que hace posible la mirada divina, porque el corazón es el lugar oculto y profundo en el que se da el encuentro con Dios. Por eso los actos que no proceden del corazón, donde se tiene la coherencia entre pensamiento, palabra y hecho, son hipócritas, como veremos después (Mc 7,1-23; Mt 15,1-9).

Los limpios de corazón (katharoi te kardia) recuerdan a aquellos que colman la profunda aspiración del creyente judío de estar purificado de toda idolatría para mantener una relación íntegra con Dios en contra del formalismo y la impureza: «Este pueblo se me acerca con la boca y me glorifica con los labios, mientras su corazón está lejos de mí, su culto a mí es precepto humano y rutina» (Is 29,12; cf. Mt 15,8). De ahí el deseo de cambiar de las relaciones externas de la alianza por otras fundadas en un corazón purificado de los ídolos de pecado y de muerte23. Este espacio interno en el que se enraíza «el amor a Dios con todo el corazón» (Dt 6,5) se cumple en la sexta Bienaventuranza de Mateo con la promesa del encuentro definitivo con Dios: «verán a Dios», no de contemplación estática, sino de comunión de vida. El acceso a Dios es el final de la sintonía, no exenta de

22 Se relaciona estrechamente con el Sal 15,1-3: «Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?, ¿quién habitará en tu monte santo? El de conducta intachable y que practica la justicia; el que dice la verdad sincera-mente y no calumnia con su lengua; el que no hace mal al prójimo y no difama a su vecino»; cf. 73,13.

23 Es lo que hará directamente Dios con la nueva alianza, cf. Jer 31,33; Ez 11,19; 36,25-26; Prov 22,11; «Crea en mí, Dios, un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme». Sal 51,12.

opacidades, que sucede en el tiempo entre Dios y el creyente, tanto en la oración personal, como en la oración en común en el templo tributándole el culto debido.

«Dichosos los que procuran la paz, porque se llamarán hijos de Dios» (eirénopoioi) (Mt 5,9). Esta Bienaventuranza condensa las dos anteriores atribuidas a los misericordiosos y limpios de corazón (5,7-8) y cae dentro de las que trazan una actividad o actitud positiva en la vida. Los que trabajan por la paz no son los responsables de la sociedad, que tienen la obligación de solucionar los conflictos, ni siquiera aquellos que mantienen unas relaciones armónicas con todos los hombres, sino los que procuran una vida digna en todas las dimensiones que comporta el ser humano, según el ideal que transmite el término schalóm24 y que incluye devolver la dignidad a los marginados. Procurar la paz se centra en la tradición de entonces de dedicarse a la reconciliación entre las personas y rehacer los lazos rotos de los que participan en la misma cultura y religión. Es más, la dimensión de la paz, que es una tarea cotidiana (Mt 5,23-24; cf. Mc 11,25), ha de ir más allá del pequeño círculo que recorre la vida de los humanos; debe alcanzar a todos los hombres, incluidos los enemigos, en la medida en que, al ser una realidad teológica, vista la realidad desde Dios, toda criatura es objeto de su experiencia (Q / Mt 5,43-45; Lc 6,27-36).

Bendito es quien favorece la paz y el amor. La paz, como don de Dios y como quehacer humano, junto con el amor y el honor debido a los padres, es realidad escatológica, que permanece en el mundo futuro, y es allí donde se revelará la condición filial por la que todo viviente participará de la vida propia de Dios. Por eso los que trabajan por la paz, en cuanto actividad divina, «se llamarán hijos de Dios» (Mt 5,9).

24 1Mac 14,4-15; Sal 72,2-3.7; Is 11,1-9; Is 45,7; Jer 33,6-9; etc. Es el mensaje que deben llevar los discípulos: «Al entrar en la casa, saludadla. Si la casa es digna, llegue a ella vuestra paz; mas si no es digna, vuestra paz se vuelva a vosotros». Q/Mt 10,12-13; Lc 10,5-12; Mc 6,10-13; Lc 9,4-5; EvT 14.


14.4. La ley del amor

14.4.1. Introducción

La Torá significa en sus orígenes una instrucción de Dios y sirve para solventar situaciones concretas que se le presentan a Israel para cumplir su voluntad, voluntad de Dios que origina y define la ética judía25. Tras la reforma deuteronomística la Torá designa ley de Dios, la escrita por Moisés, que está recogida en el Deuteronomio (28,61) y que después del exilio se amplía a todo el Pentateuco (Neh 8,3). Las instrucciones son verbales, que hay que recordar y no rechazar (Ex 18,20), o escritas para observar y guardar (Sal 119,34). La Torá, sin embargo, existe en función de la alianza; ésta es el cauce por donde discurre la vida de Israel una vez que Dios le ha elegido y constituido como pueblo de su propiedad. Por eso los mandamientos no son preceptos, sino acontecimientos divinos de salvación que se reactualizan en el creyente y en el pueblo por la obediencia: «El mandamiento está a tu alcance: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo» (Dt 30,14). La Torá, aunque se traduzca por ley, no admite que se compren-da sólo en un sentido legalista, pues lo primero son los hechos salvadores de Dios realizados en el marco de la Alianza. Después la Alianza entre Dios e Israel se cumple por medio de la Ley.

Sin embargo, es probable, aunque lo decimos con mucha reserva, que la Torá se transforme con el tiempo en un cuerpo legal desgajado de las situaciones históricas del pueblo y, por tanto, separado de la Alianza. Entonces el creyente se relaciona con Dios por el cumplimiento de la Ley y no por la percepción de un Dios vivo que se revela en los acontecimientos personales y sociales de salvación, como pasa con la Alianza. Paulatina-

25 Cf. el descanso sabático, Éx 16,28; Moisés resuelve los pleitos del pueblo según las leyes y mandatos de Dios, Éx 18,16. También dan instrucciones los profetas, Is 1,10; Miq 4,2; Jer 6,19; los jueces, Dt 17,9.11-12; los sacerdotes, Os 4,6; Jer 2,8; o simplemente instrucciones humanas enseñadas por los sabios, Prov 13,14.

mente unirse a Dios significa acatar sus normas con el sentido jurídico que tiene en la cultura griega. La Ley se universaliza y cubre todos los ámbitos de la vida humana, de la historia de Israel y del cosmos, alcanzando un puesto tan fundamental que se coloca como mediadora esencial entre Dios y el hombre. No se puede prescindir de ella si se quiere cumplir la voluntad de Dios y configurar la identidad judía. Es cierto que existen otras fuentes del comportamiento para el judaísmo, como es la creación, por la que la literatura sapiencial deduce conductas específicas para Israel, y la espera escatológica con la que se inaugura un nuevo mundo. En uno y otro caso, la sabiduría de Dios situada en la creación y en el nuevo orden escatológico sólo se pueden leer en la Torá, que monopoliza la lectura e interpretación de la auténtica voluntad divina. Por eso, y sólo en ella, se manifiesta en todo caso lo que Dios pide que el pueblo haga para conducirse con verdad en sus caminos.

La tradición más cercana a Jesús avala dos posturas diferentes sobre la Ley. Cuando comprende la Torá como voluntad de Dios, entonces la radicaliza. Como expondremos después con las antítesis y, por ejemplo, con el cuarto mandamiento del Decálogo, defiende la obediencia debida a los padres contra la costumbre del corbán, la ofrenda sagrada, por la que un hijo puede ofrecer a Dios los bienes debidos a los padres (Mc 7,9-13). Por otro lado, Jesús libera de la casuística farisaica que, aunque no es la nota distintiva de la piedad judía de entonces, es una de sus características, como se contempla en los preceptos de pureza de los alimentos (Mc 7,15.20; Mt 15,11) y en el precepto del descanso sabático26.

Esta ambivalencia se entiende, en parte, por el convencimiento de Jesús de la cercanía del Reino como criterio único de

26 Los animales que no contaminan, Lev 11,1-23; que contaminan, 11,24-46; Dt 14,4-20; ante el mandato de la Torá: «Separar lo sacro de lo pro-fano, lo puro de lo impuro» (Lev 10,10); «Separad también vosotros los animales puros e impuros, las aves impuras de las puras, y no os contaminéis con animales, aves o reptiles que yo he separado como impuros». Lev 20,25. Lo mismo sucede con el divorcio, Mc 10,2-12; Dt 24,1; cf. infra, nota 73, 560.

actuación, ya que la experiencia de la proximidad de Dios como Padre es el fundamento de su ministerio. Y en la proclamación del Reino prevalecen las relaciones inmediatas de Dios con su pueblo marginado antes que la formalidad jurídica propia de una sociedad estable y asentada en una tierra y unas costumbres aptas para su entendimiento común. Esta situación no es lo que preocupa a Jesús: Dios sale al encuentro de los pobres y de los pecadores, y establece, por el mensaje de su palabra y el testimonio de sus obras, las exigencias apremiantes para la entrada en el Reino, que está al llegar.


14.4.2. Las antítesis de Mateo (5,21-48)

El pensamiento de Mateo sobre la Ley no es fácil de discernir, sobre todo porque inserta en su perspectiva teológica las tradiciones intermedias que, en parte, dependen del mismo Jesús. Parece que, en términos generales, en la actualidad se está de acuerdo en que Mateo toma en serio este tema, por las múltiples referencias que hace de la Ley27 y, por otro lado, continúa la tradición de Jesús de abrogar algunos contenidos de la Torá junto a su ratificación y cumplimiento.

La posición ante la Ley la formula Mateo de una manera pro-gramática en 5,17-20: «No penséis que he venido a abolir la ley y los profetas. No vine para abolir, sino para cumplir. Os aseguro que, mientras duren el cielo y la tierra, ni una i ni una tilde de la ley dejará de realizarse. Por tanto, quien quebrante el más mínimo de estos preceptos y enseñe a otros a hacerlo será considerado mínimo en el Reino de Dios. Pero quien lo cumpla y lo enseñe será considerado grande en el Reino de Dios. Porque os digo que si vuestra justicia no supera a la de los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de Dios».

Jesús cumple la Ley con sus enseñanzas, y esto se entiende en un sentido amplio: darle su auténtico significado, o añadir algo que le falta, o simplemente perfeccionarla. Pero cumplir la Ley con su conducta significa que lleva a cabo las promesas de la Ley

27 Cf. Q/ Mt 5,18; Lc 16,17; Mt 5,17; 11,13; 12,5; 22,36.40; 23,23.

y los profetas o que obedece y observa sus exigencias: «Brille vuestra luz ante los hombres, de modo que, al ver vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre del cielo» (Mt 5,16). Buenas obras, por ejemplo, son las que señala el profeta Oseas (6,6): «Porque quiero lealtad, no sacrificios; conocimiento de Dios, no holocaustos» (Mt 22,40). Se cumplirán todos los preceptos de la Torá, tanto los menos importantes, como los más importantes. Cada precepto exige un esfuerzo humano que Dios recompensa. La observancia forma parte esencial de la validez de la norma. Mateo lo enseña en ambos aspectos: «¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas!, que pagáis el diezmo de la menta y el anís y el comino, y descuidáis lo más grave de la ley, la justicia, la misericordia y la lealtad. Eso es lo que hay que observar, sin descuidar lo otro» (Mt 23,23). Si esto es así, Jesús enseña y guarda con su conducta toda la Ley, y con esta conducta se erige en señor de ella28 por la plenitud que entraña su misión escatológica.

Pero el comportamiento (justicia) de los discípulos de Jesús debe superar a la de los letrados y los fariseos para pertenecer al Reino; implica cumplir la voluntad divina en sus exigencias más duras, que se formulan con el precepto del amor, tal y como veremos en la sexta antítesis. En este aspecto existe una tensión evidente entre el cumplimiento de toda la Torá, en la que tantas prescripciones ridículas ponen en peligro la libertad, y el mayor y más importante de los mandamientos. En la práctica, el amor lleva consigo la superación y la invalidación de las prescripciones que se le oponen por estar en contra del hombre u ocultar el rostro benevolente de Dios Padre. Aunque también es verdad, pero en un plano estrictamente teórico, que toda ley es un don

28 En este sentido también Lucas sitúa a Jesús bajo el paraguas de la Ley. Su comienzo consagrado al Señor, según la Ley (2,22-23.27.39), evita la abrogación de la Ley del Lev 11 según hemos comentado sobre Mc 7,1-23; en fin, la Ley y los profetas sólo existen hasta Juan; a partir de él, además, hay que contar con el Reino (Q/Lc 16,16-17; Mt 11,12-13; 5,18): «La ley y los profetas duraron hasta Juan. A partir de entonces se anuncia la buena noticia del Reino de Dios y todos quieren forzar su acceso. Pero es más fácil que pasen cielo y tierra que no que falle un acento de la ley».

divino, ya que es expresión de la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios, como la ha vivido e interpretado Jesús, es la norma última que desvela las verdaderas intenciones y raíces de la Torá, como después se observará en las antítesis.

El Evangelista escribe este preámbulo a las antítesis para evitar toda ruptura con Israel, sobre todo porque Israel sirve al Dios vivo, Padre de Jesús, al que pertenecen los judíos convertidos en sus seguidores. Pero el criterio de acceso a la Ley es el amor como lo ha enseñado y vivido Jesús. De ahí que, en la práctica, la conducta (justicia) de los letrados y fariseos no se iguala a la del discipulado cristiano, porque ellos entienden la Torá como entidad legal absoluta y no como nació al principio, es decir, como fruto de las relaciones de Dios con su pueblo establecidas en la Alianza, es decir, como una historia de salvación cuyo culmen está en Jesús.

Mateo coloca a Jesús en el monte, igual a Moisés, y proclama las antítesis con demandas cada vez más fuertes hasta llegar al clímax del amor a los enemigos. Este amor es la clave de interpretación de la Ley. A ello se añade que quien lo anuncia es alguien que reclama una autoridad propia de las prerrogativas de Dios ante el pueblo: «Habéis oído que se dijo [...] pero yo os digo». Por eso en algunas antítesis se cuida mucho de que todo el material esté en la tradición veterotestamentaria. Con la fórmula de las antítesis, desconocida en la literatura judía, aunque tenga cierta afinidad en la enseñanza rabínica, se demuestra cómo todos los preceptos, pequeños y grandes, se someten al examen del amor. Las leyes no quedan abolidas (Mt 5,17), pero sí relativizadas al depender del amor (22,40); no negadas, pero sí radicalizadas por el amor.


la Del homicidio

«Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás (Éx 20,13; Dt 5,17). Pues yo os digo que todo el que se deje llevar de la cólera contra su hermano responderá ante el tribunal. Quien llame a su hermano inútil responderá ante el Consejo. Quien lo llame loco incurrirá en la pena del fuego» (Mt 5,21-22).

Se parte de un mandato de Dios a los padres que son el fundamento de la tradición29. No matar está, efectivamente, en el Decálogo y se arropa con una normativa muy definida con la que se defiende la vida humana. Incluso cuando no se pueda demostrar, se alude al juicio divino para que el homicida no escape del castigo correspondiente30. Los casos que se equiparan al homicidio, como es la cólera y sus crudas concreciones, como llamar al hermano raka/more (imbécil/ loco), son descalificados, se deben evitar para mantener unas relaciones humanas pacíficas dentro de la atmósfera que se respira en el Reino. No son en sí objeto de un proceso penal, pero se insertan en las relaciones con Dios que fundamentan la comunidad. Se interiorizan, porque en el corazón es donde se deciden las actuaciones de los hombres (Mt 15,18-20)31 y se asumen las exigencias de la ley divina.

Entre las afrentas no existe una diferencia pronunciada. Hay que advertir que la cólera es el principio del que proceden los otros dos insultos. A la cólera se le asigna seguramente el Tribu-

29 El «se dijo a los antiguos» tiene el sentido que especifica la Misnd: «Moisés recibió la Torá del Sinaí y la transmitió a Josué (cf.24,31), Josué a los ancianos, los ancianos a los profetas (Jer 7,25), los profetas la transmitieron a los hombres de la Gran Asamblea. Éstos decían tres cosas: sed cautos en el juicio, haced muchos discípulos, poned una valla en torno a la Torá». Abot 1,1, 837.

3° Lev 24,17: «El que mate a un hombre, es reo de muerte»; Núm 35,30-31: «En casos de homicidio, se dará muerte al homicida después de oír a los testigos. Pero un testigo no basta para dictar pena de muerte. No aceptaréis rescate por la vida del homicida reo de muerte, porque debe morir» ; cf. É. 21,12; Dt 17,8-13.

31 Aunque no tan severas como aparecen en Mateo, existen amonestaciones contra la ira y el insulto en Prov 15,1; 20,7.9; 29,11.22; Eclo 10,6; 27,30; etc. Misnd: «R. Eliezer decía: séate querida la honra de tu compañero como la tuya propia, no te dejes llevar fácilmente de la ira, colócate en el día precedente a tu muerte». Abot 2,10, 842; «Y quien replica a su prójimo con obstinación o le habla con impaciencia destruyendo la base de su estar con él, rebelándose contra la autoridad de su prójimo que está inscrito antes que él, se ha hecho justicia con su mano; será castigado un año». 1QS 6,25-27, 57; porque, a veces, las injurias empujan al homicidio: «Antes de prender, el horno echa vapor y humo; antes de la sangre ha habido insultos». Eclo 22,24.

nal local compuesto por 23 miembros; a la acusación de imbécil o tonto, el Sanedrín, consejo central constituido por 71 miembros. Sin embargo se le mete en el infierno o la condena escatológica al que tacha a otro de loco. Pero esta supuesta gradación simboliza un corrimiento consciente del castigo perentorio, que impone el tribunal humano, al tribunal divino, cuyo castigo es definitivo. En los tres casos se enuncia un criterio para la sanción muy distinto a lo que se evidencia en las relaciones sociales. Se da un salto de lo que es una cuestión social o, en cierta manera, jurídica, a una dimensión ética que incide en la relación con Dios, con lo que se obliga Dios a que tome posición frente al agresor. En esta circunstancia negativa constituiría un castigo eterno. Detrás de las penas terrenas a los actos de cólera que dañan la existencia aparece Dios como autor de la vida y, por tanto, como juez que los castiga. Aquí reside la antítesis al AT y la defensa de la Torá leída como declaración de la voluntad de Dios bajo los preceptos de la misericordia y el amor. No existe, pues, una contestación al Decálogo, sino una mayor exigencia en su cumplimiento.

Para acentuar este aspecto de las relaciones dentro de la comunidad, se traen a colación dos parábolas que demandan la reconciliación. La primera se orienta a las relaciones con Dios; la segunda, a las relaciones humanas. La dimensión positiva de la reconciliación entre los hombres repara la negativa de matar o de excluir al otro: «Si mientras llevas tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene queja de ti, deja la ofrenda delante del altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y después ve a llevar tu ofrenda» (Mt 5,23-24; cf. Mc 11,25)32. El acto más importante del culto, presentar la ofrenda en el templo por medio del sacerdote, hay que interrumpirlo, porque la relación con Dios que presupone el culto pasa por las relaciones frater-

32 Mateo procura acentuar esta actitud dentro de la comunidad, propia de la tradición judía, cf. 6,12.14-15; 18,35; Misnd: «Las transgresiones del hombre contra Dios, el Día del Perdón las perdona. Pero los pecados contra el prójimo, el Día del Perdón no los perdona en tanto no lo consienta su prójimo». Yomá, 8,9, 354.

nas: «Id a estudiar lo que significa misericordia quiero y no sacrificios (Os 6,6)» (Mt 9,13; 12,7). De hecho quien practica la misericordia ya está haciendo la ofrenda: «Practicar el derecho y la justicia Dios lo prefiere a los sacrificios» (Prov 21,3); «El que observa la Ley hace una buena ofrenda, el que guarda los mandamientos ofrece sacrificio eucarístico, el que hace favores ofrenda flor de harina, el que da limosna ofrece sacrificio de alabanza» (Eclo 35,1-3)33. No es cuestión de infravalorar el culto, sino de cómo se debe realizar, lo que supone la reconciliación y la misericordia como relación previa.

«Con el que te pone pleito busca rápidamente un acuerdo, mientras vas de camino con él. Si no, tu rival te entregará al juez, el juez al alguacil y te meterán en la cárcel. Te aseguro que no saldrás hasta haber pagado el último céntimo» (Q / Mt 5,25-26; Lc 12,58-59)34. Recuerda la parábola del rey que perdona una enorme deuda a un criado, siendo éste incapaz de condonar una pequeña a un compañero: «E indignado [el rey] lo entregó a los torturadores hasta que pagara la deuda íntegra. Así os tratará mi Padre del cielo si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano» (Mt 18,34-35). Es imposible pagar a Dios todo lo que se le debe según indica la dimensión teologal que comporta el pecado, sobre todo cuando se entiende que atentar contra el hermano es lo mismo que herir a Dios. De ahí la necesidad imperiosa de restaurar la paz mutua para que Dios no emita un juicio, siempre definitivo, de condena. Detrás de esto late el amor a todos, incluso a los enemigos, que refiere la última antítesis.

33 Dios aborrece, en cambio, el sacrificio del malvado: «Los sacrificios del malvado son execrables, y mucho más si los ofrece con cálculo». Prov 21,27; cf. 15,8.

34 «Antes de hablar, infórmate, antes de caer enfermo, busca remedio; antes de ser juzgado, examínate, y a la hora de la cuenta te perdonarán». Eclo 18,19-20; cf. Prov 6,1-5; 25,7-8.


2a Del adulterio

«Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio (Éx 20,14; Dt 5,18). Pues yo os digo que quien mira a una mujer deseándola ya ha cometido adulterio con ella en su corazón» (Mt 5,27-28). Además del sexto mandamiento, la radicalización de Jesús también se relaciona con el noveno: «no codiciarás la mujer de tu prójimo» (Éx 20,17). Otra vez se contempla el paso de la cobertura jurídica propia de la vida matrimonial judía35 a las relaciones que, impulsadas por el deseo de la posesión y el dominio, transforman al otro en un objeto o en algo para usar en beneficio propio. Mirar aquí es un acto humano, porque es un mirar intencionado, que en la tradición sapiencial se une a la lujuria: «Mujer lasciva tiene ojos engreídos, y se la conoce en los párpados. [...] Guárdate de los ojos impúdicos, y no te extrañe que te ofendan» (Eclo 26,9.11).

Con ello se quebrantan los principios éticos y religiosos que postula el Reino de Dios. Y se cita el corazón como el lugar más apropiado, porque en él residen las actitudes básicas de los actos y, lógicamente, es en donde se toman las decisiones; por eso se erige en el centro de la persona moral36. No se condena el impulso sexual puesto por Dios al principio de la creación (Gén 2,24), sino el desvío de las relaciones de amor donde la mujer se

35 «Si uno comete adulterio con la mujer de su prójimo, los dos adúlteros son reos de muerte». Lev 20,10; cf. Dt 22,22; es más: «El que tiene relación sexual con una joven prometida: no es culpable en tanto no sea joven, virgen y prometida y se encuentre en la casa de su padre. Si son dos lo que tienen unión sexual con ella, el primero es puesto a muerte por lapidación y el segundo por estrangulamiento». Misná, Sanedrín, 7, 9, 739; cf. Dt 22,23-27.

36 Así es lógico lo que recomienda el Señor a Moisés: «Di a los israelitas: Haceos borlas y cosedlas con hilo violeta a la franja de los vestidos. Cuando las veáis, os recordarán los mandamientos del Señor y os ayudarán a cumplirlos sin ceder a los caprichos del corazón y de los ojos, que os suelen seducir». Núm 15,38-39; «Que tu corazón no codicie su belleza ni te dejes prender por sus miradas». Prov 6,25; cf. Dt 28,47; Jer 4,19; etc; cf. supra, la De homicidio.

reduce a un objeto. Por otra parte, al ser la mujer propiedad del varón, como se comprende en la cultura de Israel, el desearla incluye un ataque a su «propiedad», a uno de los bienes de la casa familiar (Éx 20,17; Dt 5,21). Es más, el deseo adulterino de otra mujer cae bajo el ámbito de la defensa del matrimonio, que Mateo trae en la siguiente antítesis, y de la normalidad en las relaciones que Jesús mantiene con ellas, como antes dijimos. Jesús está lejos, por tanto, de la misoginia peculiar de los rabinos y de su pureza en los deseos, pues indican más una infravaloración de la mujer que un respeto a su dignidad37. El Reino acentúa la unidad matrimonial y, por consiguiente, excluye como algo obvio el adulterio y aquello que lo puede provocar, como es la mirada lujuriosa.

A la antítesis, Mateo añade lo siguiente: «Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser arrojado entero al horno. Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala. Más te vale perder un miembro que acabar entero en el horno» (Mt 5,29-30). Estas sentencias comportan en los Evangelios varias acomodaciones, como el escándalo a los niños o a los «pequeños creyentes» (Mc 9,43.45.47), o cualquier escándalo, que a veces no se puede evitar por las exigencias del Reino (Mt 18,8-9; Lc 17,2). Aquí se aplican a las faltas sexuales bajo el prisma de la radicalidad del Reino. Ojo «derecho» y mano «derecha» es símbolo de lo más importante, por-que es lo más valioso y, en cualquier caso, son medios que se emplean para pecar38. Por eso debe cortarse o sacrificarse uno o algunos de los valores humanos (ojo y mano) para evitar lo que nunca tiene remedio: la condena eterna.

37 Antes citamos a la Misnd que aconsejaba distanciarse incluso de la propia mujer (supra, 13.3.2. 4.c, nota 51, 482). A ello se añade el que no se procure estar a solas con ella, ni saludarla, ni mirarla, pues su voz, su cabello, sus ojos son lujuriosos, cf. BILLERBECK, 1 299-300.

38 Si la «derecha» se piensa como un bien, la Escritura emplea los «miembros» del cuerpo con relación al pecado: «Si aparté mis pasos del camino, siguiendo los caprichos de los ojos, o se me pegó algo a las manos, ¡que otro coma lo que yo siembre y que arranquen los retoños! Si me dejé seducir por una mujer y aceché a la puerta del vecino...». Job 31,7-9.


3ª Del divorcio

«Se dijo: Quien repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio (Dt 24,1). Pues yo os digo que quien repudia a su mujer -salvo en caso de fornicación- la induce a adulterio, y quien se case con una divorciada comete adulterio» (Mt 6,31-32; cf. Lc 16,18).

Mateo cita un texto del Deuteronomio donde se regula el divorcio (Mt 24,1)39. En otro texto defiende la unidad del matrimonio según la voluntad de Dios sin olvidar el acta de divorcio prescrita por Moisés: «Por vuestro carácter inflexible os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres. Pero al principio no fue así» (19,8). Y Marcos expresa, sin la excepción de la fornicación de Mateo, el pensamiento de Jesús de esta manera: «Pero al principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer (Gén 1,27; 5,2), y por eso abandona un hombre a su padre y a su madre, se une a su mujer, y los dos se hacen una carne. De suerte que ya no son dos, sino una sola carne (Gén 2,24). Pues lo que Dios ha juntado que el hombre no lo separe» (Mc 10,6-9; Mt 19,3-9)40.

39 La Misnd lo dice así: «La parte esencial del libelo de divorcio es: "Tú quedas libre para (casarte) con cualquier hombre". R. Yehudá dice: "sea ésta para ti de parte mía una escritura de divorcio, una carta de licencia-miento y un documento de disolución de modo que puedas casarte con quien quieras"». Guittín, 9,3, 613. Sin embargo el texto del Dt 24,1 forma parte de un todo (24,1-4) en el que se plantea el caso de que un hombre que da el acta de divorcio a su mujer y ésta se casa con otro y se divorcia de nuevo o muere el segundo marido, el primer marido no puede casarse de nuevo con ella. Con todo, el judaísmo el v.1 lo lee como una norma jurídica con sentido en sí mismo y así lo transmiten Mateo y Marcos (10,4).

40 La pregunta inicial de los fariseos, que da pie a que Jesús exprese su pensamiento al respecto, difiere entre Marcos y Mateo. El primero refiere una pregunta general sobre el divorcio (10,2): «¿Puede un hombre repudiar a su mujer»; el segundo escribe (19,3): «¿Puede uno repudiar a su mujer por cualquier cosa?». Mateo se hace eco de la disputa que existe entre los rabinos Samay y Hilel: «La escuela de Samay afirma: nadie se divorciará de su mujer a no ser sólo si encuentra indecencia, ya que está escrito: porque encontró en ella algo ignominioso (Dt 24,1). La escuela de Hilel enseña: incluso si lo deshonró [literalmente, se dejó quemar el cocido], ya que está escrito porque encontró en ella algo ignominioso. R. Aquiba dice: incluso porque encontró a otra más hermosa que ella, ya que está escrito: si no encuentra gracia a sus ojos». Misnd, Guittín 9,10, 615.

Jesús contesta a los fariseos invocando la intención primera de Dios. El hombre y la mujer son dos personas (Gén 1,27) con idéntica dignidad, de manera que el proyecto divino sobre su unión se funda en esta igualdad personal. Jesús pasa por alto Gén 3,16 donde se contempla la relación conyugal bajo la experiencia del pecado y se acepta el dominio del hombre sobre la mujer: «Tendrás ansia de tu marido y él te dominará». La igual-dad entre el hombre y la mujer del principio se fortalece con la otra cita de Gén 2,24: la unión del hombre a la mujer, por la que se justifica la separación de los padres, supone una adhesión completa, y su comunión origina una realidad nueva que con-forma la imagen de Dios en la historia (Gén 1,27)41. Hacerse «una sola carne» implica una alianza originada por la voluntad divina, superior y distinta a la voluntad humana de acopla-miento de los cónyuges. Por esto el consentimiento humano es reflejo y símbolo del amor de Dios a su criatura, y la voluntad no se contempla con la capacidad de deshacer lo que ha realiza-do Dios. El hombre, pues, no posee la facultad de crear la nueva realidad humana, «hacerse una sola carne», proveniente de la voluntad de Dios. La conclusión de Jesús es evidente: el divorcio que se origina a partir de la decisión del varón no es lícito. El acta de repudio queda anulada por oponerse a la intención divina en los orígenes de la creación42. Moisés permite, que no manda, dar el libelo de repudio para salvar una situación que nace de la dureza del corazón y que lleva consigo abandonar a

41 lEsd 4,18-20.25 (II 461): «Pues por mucho oro y plata y cualquier otro objeto apetecible que reúnan, si ven una sola mujer esbelta y guapa, lo dejan todo y se quedan con la boca abierta por ella. Abren la boca y la con-templan y todos la prefieren al oro, la plata y cualquier objeto apetecible. Abandona el hombre a su propio padre que le crió, a su propia tierra y se junta a su mujer. [...] Ama el hombre más a su mujer que a su padre y a su madre»; cf. Tob 6,19.

42 La secta del Qumrán prescribe lo mismo: «No tomará mujer de entre todas las hijas de las naciones, sino que tomará para sí mujer de la casa de su padre. No tomará otra mujer además de ella, porque sólo ella estará con él todos los días de su vida. Si muriese, tomará para sí otra de la casa de su padre, de su familia». 11Q19, 57,16-19, 223.

la mujer a su suerte con el riesgo de que se convierta en una esclava o sea vendida43.

Según Mateo hay una excepción para justificar el divorcio: la fornicación (porneia). Este término significa un desorden sexual o cualquier acto sexual no legítimo. En nuestro caso alude a la actividad sexual que una mujer casada practica fuera de su matrimonio, que es lo mismo que adulterio44, aunque Mateo lo distingue en 15,19 con su palabra específica: moicheia. Cuando se comete adulterio, la unión conyugal se deshace, pues para Israel la fornicación fuera de las relaciones conyugales destruye su cultura y su piedad45.

En la tercera antítesis Jesús añade que un varón que se case con una divorciada comete también adulterio. Dt 24,4 prohíbe a un varón casarse de segundas nupcias con la mujer que antes fue su esposa y se había divorciado de ella: «Sería una abominación ante el Señor: no eches un pecado sobre la tierra que el Señor, tu Dios, va a darte en heredad». Mateo tipifica este peca-do como adulterio y lo aplica a todas las mujeres separadas. Pero, de hecho, sólo impide casarse a las adúlteras, pues el divorcio se da en su caso exclusivamente.

En definitiva, Jesús, al identificar divorcio y adulterio, «quien repudie a su mujer [...] comete adulterio», ratifica la defensa de la unión según la voluntad primera de Dios y que es algo que no se tiene en cuenta en la jurisprudencia judía de entonces. Con ello impide que la mujer sea rechazada por el marido al tener éste solo la capacidad para dar el acta de divorcio. Es una consecuencia de la defensa de la mujer contemplada

43 Veamos un caso especial, pero que refleja la mentalidad de entonces. Como botín de guerra entra la mujer («Están agarrando y repartiendo el botín, una muchacha o dos para cada soldado». Núm 5,30) y puede suceder que el soldado se enamore de ella y se case. «Si más tarde deja de gustarte, la dejarás irse, si quiere, pero no la venderás; no hagas negocio con ella después de haberla humillado». Dt 21,14.

44 Para los LXX porneia es traducción de zenunim que en el ámbito sexual viene a significar prostitución: Gén 38,24; Os 1,2, y en el ámbito religioso idolatría: 2Re 9,22; Ez 23,11.29.

45 Cf. Lev 18,6-25; Dt 24,4; 27, 20-23; Os 4,2-3; Jer 3,1-3,9.

en el ámbito del Reino, en el que se ampara la dignidad de todos los excluidos por cualquier causa en la sociedad. Por eso Jesús no cita a la Torá para avalar su opinión. Cita a Dios, «al principio no fue así», porque es el que salvaguarda la vida humana y mantiene su potencia amorosa. Con ello favorece la igualdad y corresponsabilidad del hombre y la mujer, que la Ley no contempla; y mantiene el principio teológico del matrimonio como una alianza que es un espejo de la alianza de Dios con su pueblo en la que se resalta la fidelidad y la misericordia mutuas (hesed). De ahí que el que no haga constante memoria de la misericordia y fidelidad inscrita en la alianza matrimonial se plantee el hecho del repudio imprevisto por Dios en la creación de la pareja humana.


4a Del juramento

«También habéis oído que se dijo a los antiguos: No perjuréis, y cumplirás tus juramentos al Señor (Lev 19,12; Núm 30,2). Pues yo os digo que no juréis en absoluto; ni por el cielo, que es trono de Dios, ni por la tierra, que es estrado de sus pies (Is 66,1); ni por Jerusalén, que es la capital del Soberano (Sal 48,3); ni por tu cabeza, pues no puedes volver un pelo blanco ni negro. Sea vuestro lenguaje sí, sí, no, no. Lo que pase de ahí procede del Maligno» (Mt 5,33-37)46.

El juramento es la fórmula que se utiliza en muchas culturas para avalar que una afirmación es verdadera. La crítica al jura-mento se fundamenta en dos bases distintas. La religiosa, por-que el hombre lleva a Dios en su interioridad, o porque degrada a Dios al inmiscuirlo en temas estrictamente humanos. Por eso, y segunda, el hombre debe ser fiable por sí mismo, por sus cualidades y condición de ser racional y libre. Sin embargo, Mateo relaciona la prohibición del juramento con la santidad de

46 Sant 5,12: «Ante todo, hermanos, no juréis; ni por el cielo ni por la tierra ni de otro modo. Vuestro sí sea un sí, vuestro no un no, y así no os someter 'n a juicio».

Dios, cuyo nombre se profana, y nadie puede aducir el derecho de conocer su ser e intencionalidad. Es mejor ganarse la credibilidad por la honradez de los actos que se realizan a lo largo de la vida. De ahí que aparezca una tendencia en Israel a eludir los juramentos en las relaciones humanas47.

Jesús se une a esta práctica que invalida los juramentos que se emplean con una frecuencia cotidiana48 e incluso en el derecho divino y en los mandamientos (Núm 5,19-22)). Son los votos que la ley impele a cumplir con fidelidad extrema49. Él defiende la santidad del Padre. Por el Reino, radicaliza la prohibición de toda clase de juramentos, también los que deben hacerse ante los tribunales o cuando interviene la lealtad al Estado50. Una prueba de esto es no jurar «ni por el cielo ni por la tierra» que se

47 Oseas afirma (4,1-2): «El Señor pone pleito a los habitantes del país, que no hay verdad ni lealtad ni conocimiento de Dios en el país, sino jura-mento y mentira»; y el Eclesiástico (23,9-11): «No te acostumbres a pronunciar juramentos ni pronuncies a la ligera el nombre santo. Como el siervo sometido a interrogatorio no saldrá sin cardenales, así el que jura por el nombre de Dios continuamente no quedará limpio de pecado»; y los esenios, según JOSEFO: «Todas sus palabras tienen más valor que un juramento, pero tratan de no jurar». Guerra, 2,135, 283; Herodes les dispensa del juramento de fidelidad, Ant., 15 371, II 940; aunque juraban al entrar en la secta: «Se comprometerá con un juramento obligatorio a retornar a la ley de Moisés, con todo lo que prescribe, con todo el corazón y con toda el alma...». 1QS 5 8-9, 54-55, y en los juicios: «Sobre el juramento. Lo que dice: "Tú no te harás justicia por tu mano", pero aquel que obliga a hacer un juramento en campo abierto, no en presencia de jueces o por su orden, se ha hecho justicia por su mano». CD-A, 9,8-10, 88.

48 Una muestra de ello lo tenemos en la Misná, Shebuot 3,1-9, 771-773.

49 No jurar en falso en nombre de Dios: Lev 19,12; Esd 20,7; o mantener el voto sin pedir su anulación: «Esto es lo que ordena el Señor: Cuando un hombre haga un voto al Señor o se comprometa a algo bajo juramento, no faltará a su palabra; como lo dijo lo hará». Núm 30,2-3; cf. Dt 23,22; Sal 50,14.

50 «... mientras al resto del pueblo [Herodes] pretendía obligarlo bajo juramento a prestarle fidelidad y lo forzaba a confesar que guardaría decididamente lealtad jurada a su régimen. [...] y trataba de convencer también a que juraran fidelidad al propio fariseo Polión y Samayas, así como todos aquellos discípulos que escuchaban las enseñanzas de los referidos maestros». JOSEFO, Ant., 15,368-372, II 940; cf. BILLERBECK, I, 322-325.

usa para evitar el nombre de Dios. Es lógico, entonces, que Jesús exija la veracidad en las palabras que comunican a los hombres y hacen posible sus relaciones. Ellas son un espejo de la actitud amorosa y verdadera que Dios mantiene con sus criaturas desde el principio de la creación, sin necesidad de recurrir a fórmulas que rectifiquen la mentira en tantas palabras y afirmaciones de los hombres. Incluso existe una base humana: al hombre no se le ha dado el poder ni de modificar el pelo de su cabeza, es decir, es impotente para cualquier juramento, que no sólo por el res-peto al nombre de Dios. Por eso termina Mateo diciendo que es mejor dar consistencia a la palabra por la honradez de la vida, - «sí, sí», la intensificación que conduce a la realidad de la afirmación y a negar la hipocresía-, que invocar a Dios para que autentique las declaraciones humanas, pues, en este caso, es dar paso al mal (Mt 5,37).


5a De la venganza y de la paz

«Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente (Éx 21,24). Pues yo os digo: no opongáis resistencia al malvado. Antes bien, si uno te da un bofetón en la mejilla derecha, ofrécele la izquierda. Al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica déjale también el manto. Si uno te fuerza a caminar mil pasos, haz con él dos mil. Da a quien te pide y no rechaces a quien te pide prestado» (Q/Mt 5,38-42; Lc 6,29-30).

La ley del talión la refiere Jesús como el culmen de la ética del judaísmo y se comprende dentro de las perspectivas de la historia de Israel, es decir, es necesaria la represalia o venganza al mal ocasionado. Al mal se le responde con la misma lógica violenta y conforme al principio de proporcionalidad51. Con

51 La cita es de Éx 21,23-25: «Pero cuando haya lesiones, las pagarás: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, cardenal por cardenal»; de forma más extensa y aplicándola a cinco casos se encuentra en Lev 24,20; Dt 19, 21.

esto se le señalan unos límites a la venganza, pues en otros tiempos la revancha era mayor que el daño y de consecuencias imprevisibles52. Más tarde, con el pensamiento sapiencial, aparece la idea de no entristecerse del mal ajeno, pues ello no complace a Dios y se puede caer en desgracia53; es más, se aconseja que se haga el bien como otra forma de respuesta al mal: «Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber» (Prov 25,21). Aunque existen otros textos en este sentido, no inducen a pensar que sea una actitud generalizada en la pie-dad y en los comportamientos del pueblo54

Jesús radicaliza esta nueva manera de actuar y coloca su fundamento en la voluntad divina, en la nueva actitud de amor que Dios ha adoptado en sus relaciones con el hombre. Por eso está fuera de lugar devolver el daño sufrido, pues lo que provoca es aumentar la intensidad de la violencia y desgarrar aún más las heridas abiertas por la agresión. Incluso el principio de proporcionalidad aplicado a la violencia y del que quedan restos en Jesús cuando se atribuyen al bien hecho55, se supera por la nueva dimensión de Dios que se concreta en sus actuaciones históricas de reconciliación con su pueblo pecador. Los méritos que Dios paga proceden más de su bondad que de los mereci-

52 «Por un cardenal mataré a un hombre, a un joven por una cicatriz. Si la venganza de Caín valía por siete, la de Lamec valdrá por setenta y siete». Gén 4,23-24.

53 «No me alegré en la desgracia de mi enemigo, ni su mal fue mi alborozo». Job 31,29; cf. Prov 20,22; 24,17-18; etc.

54 Veamos como ejemplo dos datos contrapuestos aportados por la literatura de Qumrán: «Cuando se desate la angustia le alabaré, lo mismo que le cantaré por su salvación. No devolveré a nadie una mala recompensa; con bien perseguiré al varón. Pues (toca) a Dios el juicio de todo ser viviente, y es Él quien paga al hombre su soldada». 1QS 10,17-18, 62-63; «Los jueces lo investigarán, y si se [trata de] un falso testigo que acusó falsamente a su hermano harás con él lo que él planeó contra su hermano; así extirparás el mal de en medio de ti. Los demás lo oirán y temerán y no osarán hacer de nuevo semejante cosa en medio de ti. Tu ojo no se apiadará de él; vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie». 11Q19 61,9-12, 226.

55 Cf. Mc 10,28-30par; Mt 5,12.46-47; 6,2.4; 25,14-30; Lc 14,12-14; etc.

mientos nacidos de una vida justa y honrada56, en la que el creyente se debe ceñir a su trabajo mirado siempre por el Dios pro-vidente, y ha de ser agradecido por la experiencia del perdón y de la paz provenientes de Él 57.

Con este horizonte, Mateo aporta cuatro ejemplos tomados de la vida cotidiana para romper la proporcionalidad al mal recibido. La comunidad del Evangelista es consciente de la renuncia a la venganza y a la violencia que conlleva (Mt 26,51-54), no obstante las incomprensiones que encuentra por doquier: «Mirad, para eso os estoy enviando profetas, doctores y letrados: a unos los mataréis y crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad» (Mt 23,34). Y los creyentes cumplen la actitud de paz, según la enseñanza y testimonio de Jesús.

Dar un guantazo en la mejilla era corriente entonces como señal de injuria y desprecio, y dársela a los discípulos, que es seguramente a lo que se refiere el dicho, incluye menospreciar el mensaje de Jesús. Si la bofetada va a la mejilla derecha el agresor tiene que ser zurdo o pega con el revés de la mano, que es lo más probable. Entonces se comprende con más claridad que la intención no es hacer daño físico, sino humillar y despreciar. Se cita al siervo del Señor que no responde a los insultos, como luego comprobaremos que le sucede a Jesús en su pasión y muerte: «Ofrecí mis espaldas a los que apaleaban, mis mejillas, a los que me mesaban la barba; no me tapé el rostro ante ultrajes y salivazos» (Is 50,6).

El segundo caso tiene como fondo É. 22,25-26: «Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de poner-se el sol, porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo y para acostarse. Si grita a mí, yo le escucharé, porque yo soy

56 El creyente en Jesús debe dar a los hermanos el amor recibido de Dios olvidando la paga divina: «Los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te alimentamos; [...] Y el Rey les contestará: Os ase-guro que lo que hayáis hecho a uno solo de estos mis hermanos menores me lo hicisteis a mí». Mt 25,37-40; cf. 6,1-2.

57 C Lc 7,36-50; 17,7-10; 19,1-10.

compasivo» (cf. Dt 24,12-13). El manto tiene más valor que la túnica y es fundamental para pasar las noches en Palestina. Al que se queda con una prenda de vestir, a pesar de ser un robo, el discípulo de Jesús no debe reclamársela; antes al contrario, su actitud, nacida de la largueza del amor divino, le conduce a ir más allá en la generosidad con el necesitado o ladrón dándole lo que es necesario para vivir; las exigencias del amor superan a los derechos propios, como es exigir el manto para abrigarse por la noche.

Lo mismo se ha de responder al abuso de recorrer una milla, seguramente referido a un servicio público exigido por la autoridad militar o los funcionarios públicos a sus súbditos. Por último, Jesús ahonda en la recomendación de Éx 22,24: «Si prestas dinero a uno de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero, cargándole de intereses». Se excluyen las condiciones en las que se encuentran los que solicitan ayuda o los motivos que invocan. La dedicación de la persona al servicio del Reino conlleva la entrega de todos los bienes y de una forma permanente. Se pone a disposición del Reino la vida y cuanto ella abraza58. Por eso se confían las cosas sin más razones al que pide, sin condiciones y sin restricciones. No hay que menospreciar o ser insensible al necesitado; la frase que explica esto es dura: «dar la espalda». En el paralelo de Lucas se añade: al que «te quite algo no se lo reclames» (Q / Lc 6,30; EvT 95); no es preciso requerir lo robado cuando se vive pendiente y dependiente de Dios, ya que Él vela por los servidores del Reino de una forma continuada: «Por eso os recomiendo que no andéis angustiados por la comida y la bebida para conservar la vida o por el vestido para cubrir el cuerpo...» (Q / Mt 6,25; Lc 12,22).

La posición de Jesús se entiende por la plena superación de la ley del talión. Es cierto que esta enseñanza no pretende cambiar el orden jurídico y menos situar en el plano personal e interior la respuesta a la violencia ajena. Estos niveles de las relacio-

58 «Quien se aferre a la vida, la perderá; quien la pierda por mí la conservará». Mt 10,39; cf. 17,25; Q/Lc 14,27; Mt 10,38; Mc 8,34; EvT 55; Mc 8,35; Lc 9,24; 17,33; In 12,25.

nes sociales son ajenos a la intencionalidad de Jesús. Él parte siempre del Reino de Dios, y las conductas humanas que se dan dentro de este espacio divino, que comprende a toda la creación, se orientan a superar todo tipo de violencia, sea cual fuere el origen: político, militar, económico, personal, cultural, etc. Por eso cualquier restricción de la no respuesta a la violencia es traicionar la doctrina y práctica de Jesús. Su actitud ataca de lleno las fuentes de la violencia y rompe los círculos infernales que se producen con la venganza indiscriminada o con la ley proporcional al daño recibido. La enseñanza y exigencia de Jesús da lugar a la llamada no resistencia activa. Pero no hay que olvidar el principio de donde parte Jesús: sólo por la experiencia personal de la bondad de Dios es posible la superación de la violencia. De ahí la frase con la que termina la antítesis. Es un amor que exige la oposición a la violencia y la renuncia a la ley del talión. Esta convicción se establece en las antípodas del sentir común de que la violencia encuentra su límite y se puede frenar exclusivamente con otra violencia más poderosa. Jesús afronta con originalidad profética una de las bases fundamenta-les para que la paz sea una realidad en la historia.


6a Del amor y del amor a los enemigos

Un escriba se le acerca a Jesús y le pregunta sobre el manda-miento más grande de la ley (entolé) con el sentido del manda-miento que está por encima de todos (Mt 22,36). No es cuestión de distinguir entre mandamientos y preceptos más importantes y menos importantes, sino de aquel que manifiesta la única voluntad de Dios más allá de todo el conjunto de la Ley, pero que, a la vez, la funda y la justifica como principio fundamental. Se refiere al que Israel recuerda mañana y tarde: «Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es uno solo. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas tus fuerzas (Dt 6,4-5). El segundo es: Amarás al prójimo como a ti mismo ( ev 19,18). No hay mandamiento mayor que éstos» (Mc 12,29par El Reino, pues, revela a un Dios que ama a su criatura como a un hijo, y le exige que le ame. Para esto, Dios da la capacidad para hacerlo con el seguimiento de Jesús, según vimos en el discipulado, y según la forma con la que Jesús ama (Mt 11,27). La potencia del amor de Dios depositada en la vida humana conduce a confiar plenamente en Él, por lo que se vive cumpliendo sus mandatos y caminando por las vías que señala para serle fiel.

Arranca el mandamiento de una experiencia irrenunciable para todo judío: Dios, que es uno (Mc 12,29.32; Lev 6,4), absorbe todas las capacidades humanas para su reconocimiento en la vida de Israel por medio de la adoración. Dios desea una reciprocidad intensa y excluye las medianías y cálculos en las respuestas a su entrega amorosa. Corazón, alma, mente y fuer-zas resumen la entrega total y sin condiciones (cf. Mt 6,24). Además el amor (agap2)59 lleva consigo la iniciativa sin interés, el respeto al otro, que cuando es Dios se transforma en alabanza y adoración, y la dimensión cognoscitiva que completa a la afectiva.

Jesús añade a continuación la cita del Levítico (19,18) sobre el amor al prójimo (Mc 12,31). La Escritura no compara el amor a Dios y el amor al prójimo, porque, entre otras cosas, Israel distancia al máximo la incidencia y el valor de Dios para su vida y la presencia de sus prójimos o próximos, los demás judíos y los extranjeros asimilados por la convivencia social, aunque todos pertenezcan al pueblo de Dios (Lev 19,34; Dt 10,19). Por eso el amor al prójimo se dispone como un precepto más entre otros muchos en el código de santidad (Lev 19,3-37). Sin embargo, Jesús los une en la línea de condensar el Decálogo o legislar teniéndolo presente: a Dios se dirigen los tres primeros mandamientos, el resto al prójimo, que ya está en la tradición judía y

59 Agapaó, amar, que aparece en los textos citados, es el amor de persona a persona, el amor a Dios, el amor al prójimo y supone intensidad y profundidad; phileó ocurre en el NT mucho menos que agapaó; se emplea más en la relación entre amigos y sin ningún acento teológico, como en Q/Mt 10,37; Lc 14,26-27; EvT 55.101; Mc 12,38-39par; 14,44par; Mt 6,5; etc., aunque en Jn 5,20 y 16,27 se usa para expresar el amor de Dios a Jesús y a los discípulos; stergo comporta un aspecto más sentimental y eraó es el amor deseado y apasionado.

en el contexto de Jesús60. La unión que establece Jesús constituye valorar a Dios y valorar al prójimo como principios que dan unidad a los demás mandamientos y preceptos. De ahí su importancia y fundamentalidad. Por último, la relación entre los dos mandamientos supone concretar el criterio de verificación de uno y otro. El amor de Dios se autentiza en la práctica del amor al prójimo, y viceversa.

Al darle todo el valor a estos dos mandamientos, Jesús no sólo supera la estrecha orientación del Levítico61, sino que impide confundirlos con la tendencia natural de adorar al Ser Supremo y considerar a los demás iguales a uno mismo, como dicta la mejor filantropía griega. Para Jesús es un mandato divino, no es una cuestión de la naturaleza humana. Aunque amar al prójimo como a sí mismo coincide con la regla de oro (Q/Lc 6,31; Mt 7,12): «Como queréis que os traten los hombres tratadlos vosotros a ellos», con la que indica el servicio para obrar el bien y defiende los intereses de los demás como se hace con los propios. Así

60 Cf. Dt 27,15-26; Lev 19,1-18; Ez 18,5-9; etc. «Amad al Señor durante toda vuestra vida, y unos a otros con un corazón verdadero». TestDan., 5,3 (V 106); «... guardaréis los mandamientos del Señor, seáis misericordiosos con el prójimo y mostréis entrañas de misericordia hacia todos, no sólo hacia los seres humanos, sino también hacia los irracionales». TestZab., 5,1 (V 101); «Amad, por el contrario, al Señor y al prójimo y tened compasión del pobre y del débil». Testls., 5,2 (V 95); «Temed al Señor y amad al prójimo» 7,6 (V 96); «Amé al Señor con todas mis fuerzas, e igualmente a los hombres como a mis hijos». TestBen., 3,3-5 (V 152); «Sobre tres cosas se sostiene el universo: sobre la Torá, sobre el culto y sobre la caridad». Misnd, Abot 11,2, 837; cf. Yomá, 8,9, 354; FILÓN DE ALEJANDRÍA subraya con énfasis el amor a Dios y al prójimo como los preceptos y actitudes fundamentales de la vida creyente, si bien hay que advertir que son virtudes humanas defendidas por una filantropía al más puro estilo helenista, cf. Sobre las virtudes 51,9. Versión de J. Ma Triviño (Buenos Aires 1976) (V 21-22); ÍD., Sobre las leyes particulares, 2,63; 4,135 (IV 286-287.424).

61 La relación entre los israelitas tiene una tendencia negativa: no vengarse ni odia se (Lev 19,17-18), y otra positiva con el extranjero: «Dios grande, fuerte terrible, no es parcial ni acepta soborno, hace justicia al huérfano y a la iuda, ama al emigrante, dándole pan y vestido. Amaréis al emigrante, porq e emigrantes fuisteis en Egipto». Dt 10,18-19.

supera el amor individual cuando significa la vida egoísta o centrada exclusivamente en el yo cerrado y alejado de las necesidades sociales.

El mandamiento del amor al prójimo al unirlo al del amor de Dios adquiere la dimensión de universalidad que parte del Padre a todos, justos e injustos, y funda la relación fraterna: el pertenecer a una vocación y destino común filial. El amor al prójimo, pues, abarca el amor al enemigo (Q / Lc 6,27; Mt 5,43-44), el amor al extranjero (Lc 10,25-37) y el amor al pecador (Lc 7,36-50), todos criaturas de Dios. Por consiguiente, el punto de partida es teológico y no antropológico. Cuando Lucas une a este texto (Lc 10,27) la parábola del Samaritano (10,30-37), -los samaritanos eran gente odiada por los judíos62-, y propone su conducta como modelo de este tipo de amor, no está lejos del obrar de Jesús, pues su actuación le conduce a dar la vida por muchos (Mc 10,45). Porque la clave de la parábola no está en quiénes son los prójimos (que son todos), sino en la actitud de amor de una persona que hace que todos sean sus prójimos. Este amor al alejado como servicio hasta la muerte se une al des-tino del Maestro en cuanto expresa la voluntad divina de salvar al hombre marginado, expoliado de su dignidad, aunque sea extranjero o enemigo.

Termina Marcos con un aviso importante puesto en boca del escriba innominado: «Muy bien, Maestro; es verdad lo que dices: que Dios es uno solo y no hay otro fuera de Él. Que amar-lo con todo el corazón [...] vale más que todos los holocaustos y sacrificios» (Mc 12,32-33). Como se ha observado en la relación

62 Es tal la enemistad mutua que incluso los samaritanos son capaces de esparcir huesos de muertos en el templo de Jerusalén con tal de profanar el lugar sagrado por antonomasia de Israel: «Con motivo de la celebración de la fiesta de los ázimos, que llamamos Fiesta de Pascua, es costumbre que Ios sacerdotes abran a media noche las puertas del templo. Pues bien, tan pronto como ellos las hubieron abierto unos samaritanos que habían entrado secretamente en Jerusalén esparcieron entre los pórticos del templo osamentas humanas. Esto hizo que se impidiera a todo el mundo el acceso al templo, cosa inhabitual hasta entonces en tales circunstancias». JOSEFO, Ant., 18,30, II 1083; cf. supra, 10.3.3. 4., 363-367.

de Jesús con el templo existe una acentuación de la práctica del amor por encima del culto que comprueban los Evangelios: «Qué bien profetizó Isaías de vuestra hipocresía cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí» (Is 29,13)63. Sin embargo, no podemos decir que Jesús rehace por completo el culto para cambiarlo por la ética del amor. Tal humanización de la religión no se contiene en la revelación del Reino, cuando sigue siendo prioritario el amor a Dios, probado y celebrado en el espacio que los hombres sepa-ran de la creación para dedicárselo. No obstante, el amor al prójimo supone la instancia crítica de Jesús al culto externo; es el que demuestra el nivel del amor a Dios y su autenticidad a fin de que no se aleje de sus verdaderos intereses.

Jesús da un paso más. Es la última antítesis de Mateo: «Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo (Lev 19,18) y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos. Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué premio merecéis? También lo hacen los recaudadores. Si amáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? También lo hacen los paganos. Sed, pues, perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto» (Q / Mt 5,43-48; Lc 6,27-28.35).

Jesús cita el texto reseñado del Levítico en el que se manda el amor y la defensa de aquellos que pertenecen al pueblo de Israe164. Es, pues, un amor práctico, que no teórico. Esta exigencia tiene en cuenta otro pilar de la religiosidad del pueblo elegido y que Mateo refiere al final del párrafo: «El Señor habló a Moisés: Di a toda la comunidad de los israelitas: Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo» (Lev 19,2). El punto de partida es el mismo con el que termina la antítesis anterior pero escrito

63 Mc 7,6; Mt 15,7; cf. Lc 10,25-37; Is 1,11; Os 6,6; 1Re 15,22; etc.

64 «No guardarás odio a tu hermano. Reprenderás abiertamente a tu conciudadano y no cargarás con pecado por su causa. No serás vengativo ni guardarás rencor a tus conciudadanos. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor». Lev 19,17-18; cf. Dt 22,9-11; Ez 33,1-9; Mc 12,31par.

en positivo: el amor de Dios a su criatura, la ilimitada ternura o la libre cercanía del amor de Dios a toda persona. Esto provoca la profunda alegría y el gozo interior de los que descubren y aceptan este nuevo movimiento divino65 y les obliga a vivirlo con todos los hombres en el contexto de la presencia del Reino.

Entonces el campo de las relaciones humanas se queda sin fronteras al no levantar Dios muro alguno para establecer con-tacto con los vivientes. Por su paternidad universal fundamenta una dignidad común y un común reconocimiento entre todos. De esta manera se supera la obligación de no querer a los que no forman parte del pueblo o de la misma etnia o familia, o son aborrecibles por su conducta66, además de borrar la imagen de un Dios que simboliza la violencia humana67.

Jesús recomienda la oración por los enemigos («rezad por los que os persiguen») ante la experiencia del rechazo personal y social que acabamos de citar (Mc 10,9-10; Mt 10,17-18). La razón no es la participación de una misma naturaleza, o defender la armonía del cosmos como espejo de la bondad de Dios al estilo griego, o el texto del Salmo (145,9): «El Señor es bueno con todos». Jesús absolutiza y radicaliza el amor como obras y acciones concretas que determinan la conducta permanente de cualquier seguidor suyo ante el que le descalifica y le hace un daño

65 Cf. Mt 13,44-46; cf. Mc 10,21par; Q/Lc 9,57-60; Mt 8,18-22.

66 Israel desprecia a los hombres que rechazan a Dios. Oposición de Ester, 14,14-15: «Señor, que lo sabes todo, y sabes que odio la gloria de los impíos, que me horroriza el lecho de los incircuncisos y de cualquier extranjero»; del salmista, 139,21-22: «A los que te odian, Señor, yo los odio, me repugnan los rebeldes contra ti. Los odio con odio implacable, los tengo por enemigos»; exclusión de los malhechores, Sal 26,5: «Detesto la banda de los malhechores, con los malvados no me siento»; de los mentirosos, Sal 119,104: «Reflexiono sobre tus decretos, por eso detesto toda senda falsa»; de los pecadores, Eclo 12,4-7; etc.

67 «Por eso dice el Señor: extiendo mi mano contra los filisteos, voy a ajusticiar a los verdugos, voy a acabar con los supervivientes de la orilla del mar. Haré con ellos una venganza terrible, castigos despiadados, y sabrán que yo soy el Señor cuando ejecute en ellos mi venganza». Ez 25,16-17.

real. Presupone la afirmación de Lucas: los que os odian, los que os maldicen, los que os injurian (Lc 6,17), lo que lleva consigo ser bien vistos por Dios: «Bienaventurados los perseguidos...» (Mt 5,10-11). Y son del agrado divino porque reproducen el amor paterno de Dios a todas sus criaturas (Mt 5,9).

El amor a los enemigos va más allá de la oración y abarca una serie de gestos y acciones sociales que posibilitan la identidad histórica del Dios de Jesús por medio de sus conductas. Si el comportamiento de sus seguidores reproduce el de cualquier familia o grupo cerrado, nada supone de novedad la relación bondadosa de Dios. Pues Dios no sólo se acerca al hombre por su amor, sino que lo hace para toda la creación, sin exclusión alguna. Es el Dios del amor universal, y no el Dios al que se le da culto en el templo de Jerusalén (Mc 11,15-19par), o en el Garizín (Jn 4,20).

Por último, Mateo manda la imitación de Dios fundándose en el texto de Lev 19,2 y que reproduce también en la invitación que hace al desconocido que desea seguirle: «Si quieres ser perfecto...» (Mt 19,21). La tradición judía piensa que Noé, Abrahán, etc., son creyentes intachables tanto por la piedad personal como por la obediencia a Dios68. Apunta a la actitud interior por la que la persona se adhiere a Dios con todo el corazón69 y con el cumplimiento de todo lo que manda la Ley, tal y como lo tienen prescrito los esenios del Qumrán70. Con todo, la perfección se

68 «Noé fue el hombre más justo y cabal de su tiempo». Gén 6,9; cf. Eclo 44,17.

69 Cf. Mc 12,28-41par; Lev 19,18; Dt 6,5.

70 Cumplir la palabra de Dios: «Todos los que se ofrecen voluntarios a su verdad traerán todo su conocimiento, sus fuerzas y sus riquezas a la comunidad de Dios para purificar su conocimiento en la verdad de los preceptos de Dios y ordenar sus fuerzas según sus caminos perfectos y todas sus riquezas según su consejo justo. No se apartarán de ninguno de todos los mandatos de Dios sobre sus tiempos: no adelantarán sus tiempos ni retrasarán sus fiestas. No se desviarán de sus preceptos verdaderos para ir a la derecha o a la izquierda. Y todos los que entren en la Regla de la Comunidad establecerá una alianza ante Dios para cumplir todo lo que ordena y para no apartarse de su seguimiento por ningún miedo, terror o aflicción». 1QS 1,12-17, 49; de la santidad: «... y que no conozca nada de sus consejos, hasta que hayan sido purificadas sus obras de toda perversidad marchando en el camino perfecto [...] Estos son los preceptos en los que marcharán los hombres de santidad perfecta unos con otros» 1QS 8,17-18.20, 59.

encamina a mantener el amor procedente de Dios y practicarlo en las diferentes vicisitudes históricas que experimentan los seguidores de Jesús. Y es un amor de misericordia, como escribe Mateo antes en la Bienaventuranza respectiva (Mt 5,7).

De hecho, Lucas cambia la exigencia de perfección de los discípulos que dice Mateo por la de la misericordia, que refleja la actitud de Dios que deben reproducir los creyentes (oiktirmón): «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Q / Lc 6,36). El tercer evangelista explica cómo debe ser la actuación de los discípulos. Ellos han de responder con amor al mal que reciben de los demás. Los discípulos deben hacer el bien, bendecir y orar ante la enemistad, el odio, la maldición y el maltrato de los hombres (Q/Lc 6,27-28). Y lo simboliza en la acción del samaritano con el herido o medio muerto que se encuentra abandonado en el camino (10,29-37).

El programa evangélico que Jesús establece y que se enraíza en Dios supone interiorizar por medio de la plegaria el amor a todos; en este aspecto se contesta al mal con el bien, se desacelera la potencia de la violencia y se abre sin límites el servicio del amor, no reduciéndolo al ámbito sectario de la raza, la amistad y la familia; por último, invita Jesús, si es necesario, a ofrecer la vida por los demás (Jn 15,13). Se pasa de amar al prójimo como a sí mismo al don de sí mismo a todos, en el que se contempla el sacrificio extremo que envuelve el amor: «Quien se aferre a la vida la perderá, quien la pierda por mí la encontrará» (Mc 8,35par). Es la única manera de adquirir el estatuto de ser hijos de Dios, porque, con esta actitud, se alcanza la auténtica dimensión divina que entraña el amor universal: «... y seréis hijos del Altísimo, porque El es bueno con los desagradecidos y los per-versos» (Lc 6,35; cf. Mt 5,45).


14.4.3. Variaciones sobre las antítesis

Las exigencias radicales de Jesús no siempre tienen un fiel reflejo en las primeras comunidades que intentan vivir el Evangelio sin glosa. Las antítesis aparecen nítidas y con sentido en la cercanía del Reino, pero algunas de ellas pierden vigor cuando los discípulos se encargan de transmitirlas.

El matrimonio que Jesús defiende según la voluntad divina manifestada al principio de los tiempos, como ha reflejado Marcos (10,6-12), se atenúa por la posibilidad del divorcio en caso de fornicación, según enseña Mateo (5,32). Y todavía se puede aliviar más por la ley del amor universal divino. Este amor cubre un arco mucho más amplio que el que permite la exigencia de prohibir el divorcio o de casarse a los divorciados. Esto origina que muchas mujeres queden abandonadas por los criterios de actuación indicados. Si Dios ha salido al encuentro de los pecadores y estigmatizados de la sociedad, parece paradójico que sus propias exigencias generen hombres y mujeres proscritas en el Reino. La ley suprema del amor contrasta con la ley de la antítesis y de la fidelidad exigida en los albores de la creación, sobre todo cuando en otro ámbito Mateo ofrece el perdón en el caso de la excomunión de un creyente de la comunidad (Mt 18,15-17.22). Ciertamente Israel posee el acta de repudio en poder sólo del varón (cf. Mt 19,7; Dt 24,1). Esto remedia en parte los problemas matrimoniales. Pero los resuelve en parte (la comunidad de Mateo presenta la fornicación y Pablo aduce la defensa de la fe común de los cónyuges [1Cor 7,12-17]), ya que no permite a la mujer esgrimir el mismo derecho, como defienden también Marcos (10,12) y Lucas (16,18).

El proyecto originario de Dios, que para Israel es en la práctica un proyecto de futuro, es reafirmado por Jesús en la línea de Ezequiel (20,25): «¿Acaso les di yo preceptos no buenos, mandamientos que no les darían la vida?». Lo cierto es que los discípulos se pasman de la radicalidad de Jesús: «Si ésa es la condición del marid con la mujer, más vale no casarse» (Mt 19,10), aunque sea una rase que da pie en Mateo al párrafo de los eunucos por el Rei o (19,12). Como en el Génesis, también Jesús ratifica el matrimonio monogámico como proyecto de futuro cuando se identifica con la primera voluntad de Dios al principio de la creación fundado en su creencia monoteísta. Él supera la triple relación del hombre con la mujer (esposa, amante y madre) diversificadas en varias mujeres según se da en las culturas vecinas por sus creencias politeístas: Israel, y Jesús con él, unieron dicha relación en una sola mujer con igual dignidad que el varón.

Sobre el juramento dice Jeremías (4,2): «Si juras por el Señor con verdad, justicia y derecho, las naciones desearán tu dicha y tu fama». Estas palabras que convidan a jurar en defensa de la verdad, la justicia y la ley, valores que deben presidir las relaciones humanas, se encarga Mateo de trasladarlas para discernir los juramentos que dañan al hombre según el punto de vista farisaico de su tiempo, Mt 23,16-22. Como en la fidelidad extrema del matrimonio, la ley del amor está por encima del radicalismo exigido para no jurar. Para evitar el perjurio nos dice Jesús que la única corrección de la mentira está en la veracidad de los comportamientos y de las palabras, pues Dios es intocable en este ámbito. Pero también es verdad que la alusión a Dios como amor garantiza el orden correcto exigido en las relaciones humanas. El peligro de excluir a Dios en las fidelidades entre los hombres está en que se imponga la mentira y la ambigüedad vistas las actuales condiciones históricas de las culturas. De ahí que cumplir los juramentos y votos a Dios (Mt 6,33) como reclamarlo por y como amor para asegurar la veracidad puede ser una de las mejores garantías para respetar la vida humana.

Más llaman la atención los dichos atribuidos a Jesús sobre la violencia que contradicen de una manera directa al saludo y defensa de la paz y el amor a los enemigos. Veamos. Hay un pasaje en Lucas referido a la violencia: «Y les dijo: Cuando os envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo? Contesta-ron: Nada. Les dijo: Pues ahora, el que tenga bolsa lleve también alforja, quien no la tiene, venda el manto y se compre una espada. Os digo que se ha de cumplir en mí lo escrito: Ha sido contado entre los malhechores (Is 53,12). Lo que se refiere a mí toca a su fin. Le dijeron: Señor, aquí hay dos espadas. Les contestó: Basta ya» (Lc 22,35-38). El diálogo entre Jesús y sus discípulos corresponde a circunstancias concretas de algunas comunidades pos-pascuales muy distintas a las de sus seguidores durante el ministerio en Palestina: «No toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata...» (Mc 6,8par). Este cambio de las condiciones de la predicación del Reino parece que lo tiene previsto Lucas cuando recuerda la advertencia de Jesús: «Marchad, que yo os envío como ovejas entre lobos» (Q/Lc 10,3; Mt 10,16). Evangelizan en medio de muchas dificultades, contrariedades, incluso persecuciones. Por eso necesitan la espada. Además deben llevar bolsa o alforja, porque, por lo general, trabajan y se ganan el pan con el sudor de su frente (cf. 2Tes 3,8).

Jesús vive momentos muy tensos. Son los previos a su pasión y muerte. De hecho la cita de Is 53,12 del siervo inocente y perseguido y la premonición de que su vida toca a su fin con su llega-da a Jerusalén, mira al cumplimiento de la voluntad divina y, a la vez, interpreta su trágico destino. Y este destino de Jesús continuará en el futuro con sus seguidores. Éstos, en la situación descrita antes, toman al pie de la letra las palabras de Jesús que les incitan a la autodefensa y le presentan dos espadas71. La respuesta de Jesús «basta», es una conclusión del diálogo, si bien puede referirse a las ilusiones de los discípulos sobre un mesianismo no servicial y sufriente, rechazando a los seguidores que no admiten o no saben ya de su estilo de vida histórico. Por consiguiente, el horizonte actual de la comunidad, lleno de incomprensiones, se parece al tiempo de la pasión del Señor, pero las respuestas son diferentes de las del momento de la proclamación del Reino.

Otro pasaje lucano es el que refiere la misión de Jesús como signo de división: «Vine a aplicar fuego a la tierra, y ¡qué más quisiera que ya prendiera! Tengo que pasar por un bautismo, y cómo me apuro hasta que se realice. ¿Pensáis que vine a traer paz a la tierra? No paz, os digo, sino división. En adelante habrá una familia de cinco, divididos: tres contra dos, dos contra tres...» (Q/Lc 12,49-53; Mt 10,34-36). El fuego, simbólico, puede

71 Recuerda el prendimiento, cuando uno de los presentes (Mc 14,43; o de los que acompañan a Jesús: Mt 26,51; Lc 22,29; o Simón Pedro, In 18,10) saca una espada y hiere al siervo del Sumo Sacerdote. Jesús rechaza la acción violenta.

significar la palabra de Dios (Jer 5,14), o el juicio de Dios (Sal 66,12), o el Espíritu (Hech 2,3). La misión de Jesús, el hacer que la tierra arda, termina con la entrega del Espíritu a los discípulos. Pero previamente él ha de recibir el bautismo de muerte que supone el sufrimiento (Mc 10,38; cf. 14,36) y es expresión de su implicación en la venida del Reino, ante el cual no vale irenismo alguno. El mensaje de Jesús establece unos criterios de valor que provocan una crisis en los oyentes, y les conduce a decidir el sentido final de sus vidas como salvación o perdición. Y se hace más urgente en la medida en que Jesús presiente su muerte. No existe paz como no sea aceptar las claves del Reino, donde la prioridad de su recepción está por encima de las mismas relaciones familiares (Lc 14,26). Y este sino lo ha anunciado Lucas mismo nada más nacer Jesús con la profecía de Simeón (Lc 2,33-35). Lo que en nada se opone a la esperanza de paz que proclama en su ministerio72.


14.4.4. De la pureza y la impureza

Jesús defiende algunas leyes contenidas en la Torá como expresión de la voluntad de Dios, además de las correcciones provenientes de las comunidades primitivas cristianas. Ahora, por el contrario, Jesús actúa contra las leyes de pureza liberando a sus seguidores de ellas, porque no son espejo de la voluntad de Dios, sino de la voluntad e intereses de algunos grupos religiosos de Israel. Pero en este caso, no todos los judíos seguidores de Jesús están dispuestos, como en el caso de las antítesis, a deshacerse de las costumbres de pureza practicadas por mucho tiempo.

En efecto. Los tipos de comunicación de los creyentes con Dios en las religiones y, por tanto, en el Yawismo, suponen casi siempre las leyes de pureza. Las personas, los espacios, los tiempos y las cosas se separan de la vida para dedicárselos a Dios; las experiencias que comporta la vida, como el nacer, reproducirse y morir están imbuidas de un misterio que se une a Dios o procede de Él o está en su entorno. Por eso el hombre las respe-

72 Cf. Lc 2,14.29; 7,50; 8,48; etc.

ta y se somete a las normativas que preservan a la divinidad de toda mezcla con la contingencia. Cuando se relaciona con Él debe alejarse de lo profano. Esto se observa, sobre todo, cuando le da el culto debido. De ahí se derivan una serie de ritos que, además, aseguran la identidad de los pueblos en la historia. No es extraño, pues, que se elaboren y se exijan imperiosamente las leyes que garantizan un encuentro limpio entre los creyentes y la divinidad de la que dependen.

Israel distingue lo puro y lo impuro. Por ejemplo, son puros los animales que se ofrecen a Dios en sacrificio o la tierra prometida y regalada por Dios73, e impuros los dioses falsos y la pro-piedad en la que les dan culto, además de cierta clase de animales y actos humanos74. Todo esto hace que no se pueda participar en el culto. La duración de la impureza está decretada en algunos de los ámbitos mencionados (Dt 23,12). Con la reforma de Josías, los sacerdotes elaboran la Ley de santidad (Lev 17-26). La normativa sobre la pureza e impureza la relacionan con las exigencias de santidad y la colocan dentro de la revelación divina atribuida a Moisés y dependiente de los acontecimientos del Sinaí. Por tanto estos preceptos, junto a las leyes morales75, conforman

73 «Noé construyó un altar al Señor, tomó animales y aves de toda especie pura y los ofreció en holocausto sobre el altar». Gén 8,20; «... no debes contaminar la tierra que el Señor, tu Dios, va a darte en heredad». Dt 21,22.

74 «¿Cómo te atreves a decir: No me he contaminado, no he seguido a los ídolos? Mira en el valle tu camino y reconoce lo que has hecho. Camella liviana de extraviados caminos», lo vuelve impuro la tierra pura dona-da por Dios: «Yo os conduje a un país de huertos, para que comieseis sus frutos sabrosos; pero entrasteis y contaminasteis mi tierra, hicisteis abominable mi heredad». Jer 2,7.23; cf. Os 5,3; 6,3. Si han hecho impura la tierra propia, más impura será aquella en que tienen su sede los dioses falsos como Egipto, Asiria, etc., Os 9,3; los animales impuros son, entre otros, el camello, la liebre, el león, el jabalí, etc. Dt 14,1-21; algunos actos humanos son impuros, cf. Dt 23,11; 1Sam 20,40; 2Sam 11,4; etc., cf. supra, nota 27, 531.

75 «Yo soy el Señor, vuestro Dios, santificaos y sed santos, porque yo soy santo. No os volvais impuros con esos reptiles, que se arrastran por el suelo. Yo soy el Señor que os saqué de Egipto para ser vuestro Dios: sed santos, porque yo soy santo». Lev 11,44-45; cf. Lev 11.19; Ez 20,30-31.43; 22,3-4; Is 52,11; 65,,3-5; 66,3; Ag 2,10-14; etc.

irremediablemente la identidad de Israel como pueblo elegido y frente a los pueblos vecinos. El cumplimiento de estos preceptos es básico para mostrar la fidelidad a Dios y evitar el dominio de los paganos o impuros76. Sin embargo, la legislación de la pureza cultual, sobre todo acentuada a partir de Ezequiel, entra en unas exigencias tan radicales y pormenorizadas que lo más lógico es que sea prácticamente imposible cumplirla en una vida social normalizada77.

Pero también defiende Israel una pureza moral en las tradiciones más antiguas y que se mantiene a lo largo de los siglos con claros altibajos. Isaías experimenta la impureza humana con pánico, diríamos, ante la santidad de Dios (Is 6,5); Jeremías invoca la purificación y el perdón del pueblo (Jer 33,8); Habacuc refiere la pureza de los ojos divinos cuando contempla los sufrimientos del pueblo que no puede soportar (Hab 1,13). La pureza moral se acentúa con los Salmos y es la que hace posible el auténtico encuentro con Dios78.

Jesús sigue esta línea. Resalta la pureza moral e infravalora la pureza cultual; al menos los redactores evangélicos lo muestran así. Impone las manos a un leproso, toca a los muertos y la hemorroisa toca la orla de su manto, come con publicanos y pecadores (Mc 2,15-17par)79. En su tiempo esenios y fariseos defienden medidas severas contra la impureza ritual, que inclu-

76 Tan es así que sufren los creyentes el martirio antes de caer en la impureza legal, como sucede en la persecución de Antíoco IV Epífanes, cf. 1Mac 1,41-46; 2Mac 6,18-31; 7,1-41.

77 Sobre todo Núm 19; para la pureza de los sacerdotes, Ez 44,25-27; en el posexilio Lev 11-16; 5,2-3; Núm 5,1-4; etc. Y es lógico cuando el pueblo convive con paganos o gobernados por ellos. Es una protección de su identidad que proviene de una elección divina que no se puede quebrar o manchar.

78 Cf. Sal 15; 18; 24,3-4; 51,12; 73,1.13; aunque también existe la impureza cultual: «¡Oh Dios!, los paganos han invadido tu heredad, han profanado tu santo templo, han reducido Jerusalén a ruinas». Sal 79,1; cf. 106,39.

79 Leproso: Mc 1,41; Lev 13,44-46; 14,17-18; hija de Jairo: Mc 5,21; Lc 8,44; Lev 19,11-13.16; 22,4; Núm 19,13; el hijo de la viuda de Naín, Lc 7,14; etc; hemorroisa: Mc 5,27par; Lev 15,25; ciertas curaciones, a la vez, purifican: Mc 1,40-45; Mt 10,8; 11,5par; Lc 4,27; 7,22; 17,14; etc.

ye la impureza moral. Con esto se hace más necesaria la purificación ante una situación de pecado80.

Marcos (7,1-23; Mt 15,1-20) relata la tercera controversia que establece Jesús con los fariseos. Después de la tenida sobre el descanso sabático cuando los discípulos arrancan espigas (Mc 2,23-28) y cuando cura al hombre de la mano atrofiada (3,1-6), se presentan ahora junto a los escribas para defender las leyes de pureza. Todo parte de que observan que «algunos de sus discípulos toman alimentos con manos impuras, es decir, sin lavárselas» (Mc 7,2)81. Ante este hecho, le preguntan: «¡Por qué no siguen tus discípulos la tradición de los mayores, sino que comen con manos impuras?» (Mc 7,5). Una práctica que realizan los sacerdotes antes de oficiar en el templo, que los fariseos asumen y tratan de imponerla a los creyentes judíos. Con lavarse las manos, quizás, se eliminan las impurezas de cantidad de enseres que durante el día se manosean, además de afianzarse en el sentido de pertenencia del pueblo de Dios. Las leyes de pureza forman parte de todo un sistema de identificación de Israel frente a las culturas vecinas82.

Jesús no responde directamente a la pregunta, sino que interroga sobre el fundamento de dicha tradición: «Qué bien profetizó Isaías de vuestra hipocresía cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí; el culto que me da es inútil, pues la doctrina que enseñan son preceptos humanos (29,13). Descuidáis el mandato de Dios y mantenéis la tradición de los hombres» (Mc 7,6-8). Cuando Jesús los llama hipócritas no piensa en el fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que se experimentan o se tienen. Es una cuestión objetiva. Se refiere a la disparidad y separación entre la norma y

80 Cf. supra, 4.3.1., 178-180.

81 Lo mismo hace Jesús: «... un fariseo le invitó a comer en su casa. Nada más entrar, se recostó en su mesa. El fariseo, que lo vio, se extrañó de que no se lavase ant de comer». Lc 11,37-38.

82 Cf. La purificación de las manos es un precepto rabínico, que no de la ley escrita. Conduce tal precepto a que los sacerdotes con manos impuras no invaliden las ofrendas y sacrificios que ofrecen en el templo, cf. Misnd, Jaguigá 2,5-6, 434; Yadayim 1-4, 1417-1427.

la realidad, y la realidad es la desobediencia a las normas de Dios que se olvidan en favor de las normas establecidas por las tradiciones humanas. El culto no vale, porque los labios emiten palabras que no provienen del corazón; y en el corazón es donde se asienta la recta intención y el sentido de la vida que crea y modula la revelación divina. Este culto exterior es una comedia y, por tanto, vano. Dios les da la espalda; de ahí la responsabilidad (hipocresía) de este grupo religioso. Ellos establecen la distancia y no correspondencia entre la interioridad, el corazón, y su expresión externa, los labios83.

Para remachar la argumentación, Jesús recurre de nuevo la tradición; dice «vuestra tradición» en vez de «la tradición de los mayores» que antes invocaron los fariseos y escribas (Mc 7,5)84 para criticar la interpretación que hacen del cuarto mandamiento, en concreto la práctica del Corbán con la que desatienden a los padres en favor del culto debido a Dios: «Pues Moisés dijo: Sustenta a tu padre y a tu madre (Éx 20,12; Dt 5,16) y también Quien abandone a su padre y a su madre es reo de muerte (cf. É. 21,17; Lev 20,9). Vosotros en cambio decís: Si uno declara a su padre o su madre que el socorro que le debía es corbán (es decir, ofrenda sagrada), no le dejáis que haga nada por su padre o por su madre. Y así invalidáis el precepto de Dios en nombre de vuestra tradición» (Mc 7,9-13)85. La interpretación de la Ley de

83 La raíz está en Dt 31,29: «... porque sé que cuando yo muera [Moisés] os pervertiréis y os apartaréis del camino que os tengo señalado», y en tiempos de Jesús tal distancia la establecerán las normas humanas: «¡Qué no harán los gentiles si la impiedad os convierte en tinieblas y atraéis la maldición sobre vuestra raza [...] sobre la que brilla la luz de la ley, otorga-da a vosotros para iluminación de todos los mortales». TesLev 14,4 (V 56); «He leído en las tablas celestiales que desobedecéis totalmente y que cometéis terribles impiedades contra él, no atendiendo a la ley de Dios, sino a preceptos de hombres». TestAse., 7,5 (V 135-136).

84 «Tradición de Ios mayores» es seguir su camino o comportarse como ellos, cf. 2Re 20,3; Prov 8,20; Eclo 11,9; etc. Estos grupos religiosos tratan de unir sus prácticas piadosas, «vuestra tradición», a la de los Padres y así imponerla al pueblo.

85 Ley creada por los escribas con base en Núm 30,3: «Cuando un hombre haga un voto al Señor o se comprometa a algo bajo juramento, no faltará a su palabra; como lo dijo lo hará». Un hijo puede apartar a sus padres del usufructo de Ios bienes si éstos los declara como ofrenda a Dios bajo juramento. Los pasa del ámbito profano al ámbito sagrado. No obstante se discute sobre el voto del corbán en la segunda mitad del siglo I, cf. Misná: «R. Eliezer dice: se comienza a hablar con una persona (haciendo mención) del honor de su padre y de su madre. Los sabios lo prohíben. R. Sadoq dice: antes que comenzar hablándole del honor del padre y de la madre, se ha de comenzar hablándole del honor de Dios. Si fuera sí, no habría voto. Los sabios están de acuerdo con R. Eliezer que si se trata de algo referente a él y su padre y a su madre, se ha de comenzar hablándole del honor de su padre o madre». Nedarim 9,1, 540; así, pues, no es tan fácil anular el voto, pero se interroga sobre él.

estos grupos religiosos, y que ellos erigen en tradición va en contra de la misma Ley, traicionando la voluntad divina, como es el cuidar a los padres. Atropellan la Ley por una costumbre que es humana, aunque se funde en el nombre de Dios y vaya en favor de su culto, es decir, le den el rango teológico. Como en el párrafo anterior, el culto hecho con dichos bienes es falso, es vano, porque no se puede ir en contra del amor de Dios concretado en el cuarto mandamiento aunque sea para darle culto. Está en la línea profética tantas veces citada: «misericordia quiero, que no sacrificio» (Mt 9,13; 12,7), sobre todo cuando éste se sustituye o es a costa del servicio debido a los demás. No es legítimo imponer cargas onerosas, apelar de una forma fraudulenta a la Ley, anularla, en fin, dar curso a una religiosidad ritualista y externa que sólo sirve para avalar el orgullo de los observantes. Por eso remacha el Evangelista: «Y de ésas hacéis otras muchas» (Mc 7,13).

Sin embargo, Jesús mantiene la prioridad del anuncio del Reino por encima del cuarto mandamiento. Cuando llama para seguirle por la inminencia de la venida del Reino se salta el mandamiento del amor y cuidado de los padres: «Otro discípulo le dijo: Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre. Jesús le contestó: Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos»86. Anular este sagrado deber es tan radical que se con-

86 Q/ Lc 9,59-60; Mt 8,21; obligación de enterrar, BILLERBECK I 487-489; Elías deja que Eliseo se despida de sus padres antes de seguirle (1Re 19,20-21), supra, 13.3.1., nota 8.

trapone a la ley universal del amor que preside todas las actuaciones de Jesús y según las variantes de las antítesis. La paradoja que expresa la inhumanidad de la exigencia se entiende como un simbolismo que indica la seriedad de la llamada a una vida nueva muy distinta de la vida cotidiana que incluye la muerte y sus deberes, y la ruptura con la familia es evidente. No obstante, el Evangelista trata de insertar la exigencia dentro del amor: «Quien ame a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí»87.

Después de la polémica con los escribas y fariseos sigue una instrucción; primero a la gente, después a los discípulos. Jesús es presentado como un maestro de sabiduría, puesto que en este caso no va contra la interpretación de la Ley, sino contra la Ley misma sobre los tabúes de pureza e impureza de los animales y alimentos citados antes (Lev 11; Dt 14,3-21): «No hay nada fuera del hombre que, al entrar en él, pueda contaminarlo. Lo que sale del hombre es lo que contamina al hombre» (Mc 7,15; cf. Mt 15,11). Y apuntilla el redactor: «con lo cual declaraba puros todos los alimentos» (Mc 7,19). En coherencia con lo comentado, se reafirma Jesús en que el corazón es la sede del bien y del mal. Un corazón dañado por el mal es fuente de todas las iniquidades y contagia a todo el hombre, pues de él salen «los malos pensamientos, fornicación, robos, asesinatos, adulterios, codicia, malicia, fraude, desenfreno, envidia, calumnia, arrogancia, desatino» (Mc 7,21-22)88. Todos estos pecados intensifican el endiosamiento del yo a cuenta del desprecio a los demás. La auténtica pureza es una cuestión moral en la que los vicios que dañan al prójimo son los verdaderamente impuros. De ahí que

87 Q/Mt 10,37; Lc 14,26; cf. Mc 10,29; EvT 55.101; cf. supra, nota 59, 549.

88 Catálogos de virtudes y vicios tenemos en Sab 14,24-26; Mt 15,18-19; y bastantes en los escritos paulinos (Rom 1,29-31; 13.13; 1Cor 5,10-11; 6,9-10; etc.) provenientes del estoicismo que el judaísmo helenista conocía bien. De los doce citados por Marcos, los seis primeros están en singular y los restantes en plural; múltiplos del tres, tres están prohibidos expresa-mente en el Decálogo (robo, homicidio y adulterio), los demás están en relación o son derivados de esta segunda tabla.

lo primero que hay que cuidar es que el contenido del plato esté limpio, es decir, que no provenga del robo: «¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas!, que limpiáis por fuera la copa y el plato cuando por dentro están llenos de robos y desenfreno. ¡Fariseo ciego!, limpia primero por dentro la copa y así quedará limpia por fuera» (Mt 23,25-26).

Las dos controversias y la instrucción reseñadas son aprovechadas por Jesús para fundar la moral en el nivel de los principios válidos para toda la historia posterior, principios que deben vivir y defender sus seguidores. En el primer caso para superar la Ley oral o tradiciones; en el segundo, más importan-te, para abrogar una parte de la Ley escrita, por la cual hubo hasta mártires (2Mac 6,18-30; 7)89. Un motivo, por cierto, que se le echará en cara para procesarlo, pues para él sigue siendo fundamental el amor a Dios y al prójimo, contenido esencial del Reino, por encima de todas las tradiciones y todos los preceptos.


14.4.5. Del descanso sabático

Otra fuente de los conflictos que Jesús mantiene con los grupos religiosos que defienden la Torá es el descanso sabático. Jesús no discute la validez de este precepto, como más tarde sucede con las comunidades cristianas primitivas de procedencia pagana. Él lo acepta y lo cumple, porque es consciente de la

89 El severo juicio de Jesús se parece a la manera como Ios profetas critican un culto corrupto, cf. Is 1,10-20; Jer 7,20-28; Os 6,6; Am 5,21-24; Miq 6,6-8; etc., y que está muy bien regulado en Lev 1-7; como en el tiempo de Jesús, los esenios dudan sobre la autoridad del templo, cf. DC 4,13-18, 83; cf. 5,6, 83; 20,23, 94; supra, 4.1; 12.3.3. 3, nota 93. Con todo, reafirmamos que Jesús habla en términos de principios, y no se refiere a su aplicación concreta y práctica. Por eso las comunidades cristianas judías tuvieron problemas con el pensamiento de Jesús sobre la pureza. Marcos lo avisa cuando escribe que «los discípulos le preguntaban el sentido de la comparación», del dicho de lo que entra e el hombre no mancha al hombre, sino lo que sale de él (Mc 7,15). Él mismo cura al leproso y obedece el precepto y lo envía al sacerdote para certificar la curación (Mc 1,41-44; cf. Lev 14,2-32); o rechaza el pago del impuesto del templo, pero obedece (Mt 7,26).

validez de su institución. El sábado, al dedicarse al Señor, tiene una doble función: descansar del agobio del trabajo90 y celebrar un día de fiesta dedicado al Señor en memoria de la conquista de la libertad de Egipto: «Recuerda que fuiste esclavo en Egipto y que te sacó de allí el Señor, tu Dios, con mano fuerte y brazo extendido. Por eso te manda el Señor, tu Dios, guardar el día del sábado» (Dt 5,15). Con la absolutización de la ley comienza la tendencia a concretar qué se debe o no se debe hacer en sábado. Se desliga del descanso con respecto al trabajo, de la libertad con relación a la esclavitud de Egipto y de la promesa de la definitiva liberación futura91. Al distanciarse de Dios la observancia del sábado se vuelve contra el hombre y se convierte en un precepto sustentado en sí mismo y justificado por sí mismo por encima de todos los demás preceptos92.

En tiempos de Jesús las disputas se centran en los casos en que hay que guardar el descanso y el modo de observarlo. Los esenios son los más radicales en el cumplimiento del precepto.

90 El precepto del descanso del sábado para dedicarlo al Señor incluía el descanso de los esclavos, emigrantes y hasta de los animales, y como recuerdo de la liberación de Egipto: cf. Éx 20,8-11; Dt 5,12-15; Jub., 2,19-21 (II 86); cf. Gál 4,10-11; Rom 14,5; Col 2,16.

91 Uno de Ios signos del aislamiento del sábado de su contexto histórico es lo que transmite el Libro de los Jubileos, que lo entronca en el cielo: «He escogido a la estirpe de Jacob de cuantos he visto, y me lo he designa-do como hijo primogénito, santificándomelo por toda la eternidad: les enseñaré el sábado, para que en él descansen de todo trabajo» (2,17-19). El descanso sabático lo cumplen también los ángeles: «A todos los ángeles de la faz y a todos los ángeles santos, estas dos grandes clases, nos ordenó que descansáramos con él en el cielo y la tierra». Jub., 2,18 (II 86); cf. 2,30 (II 87).

92 «Me escogeré un pueblo entre todos los pueblos. También ellos observarán el sábado, Ios consagraré como mi pueblo y los bendeciré. Como santifiqué el día del sábado, así me los santificaré y me los bendeciré; serán mi pueblo y yo seré su Dios». Jub., 2,19 (II 86); BILLERBECK, I 905. La transgresión del descanso sabático se compara a la idolatría, al incesto y al asesinato, por eso se llega al extremo de que a quien profana el sábado se le excomulga y se puede condenar a muerte: «Guardaréis el sábado porque es día santo para vosotros; el que lo profane es reo de muerte; el que traba-je será excluido de su pueblo». Éx 31,14-15; cf. 35,2; Núm 15,32-36; Ez 20,13; Jub., 2,25.27 (II 86-87); BILLERBECK, I 905.

Por ejemplo, sobre el cuidado de los animales o los pasos que se pueden dar en este día93. Y los fariseos discuten cantidad de cosas que se pueden o no se pueden hacer en sábado divididos según la escuela de Samay y de Hilel o según algunos maestros94. Se admiten dos situaciones que rompen el descanso sabático y en que casi todos los grupos están de acuerdo, como es la defensa de la vida propia, que incluye, si es necesario, la muerte del enemigo95, y la defensa de la vida ajena. Dentro de esta órbita es lógico que se contemple también la curación, pero hasta cierta medida: «Si una persona siente dolores en la gar-ganta, se le puede dar una medicina por vía bucal en el día de sábado, ya que hay peligro de vida y todo peligro de vida des-plaza al sábado»96. Con sentido común se impone la custodia de los derechos fundamentales de la vida sobre el cumplimiento del precepto, quedando éste relativizado.

En este marco se coloca Jesús. Al hilo de lo que acabamos de exponer, se plantea la cuestión de si es lícito curar de ciertas enfermedades en sábado. Los relatos del hombre de la mano

93 «Que nadie ayude a parir a un animal el día del sábado. Y si lo hace caer a un pozo o a una fosa, que no se le saque en sábado». CD 11,4, 89; «Que no marche fuera de la ciudad más de mil codos [...] que nadie vaya tras el animal a apacentarlo fuera de su ciudad, excepto mil codos». Ibíd., 10,21; 11,5-6, 89.

94 Cf. Misnd, Shabbat 1,4-11-2,1-5, 222-225; Erub, per totum, 263-287.

95 Matatías se levanta contra Antíoco IV una vez que los soldados de éste mataron a mil judíos que no se defendieron por cumplir el precepto del sábado (1Mac 2,29-38). Entonces comentaron Matatías y sus hijos: «Como todos hagamos lo que nuestros hermanos, sin luchar contra los paganos por la vida y nuestra Ley, nos van a eliminar muy pronto del país. Aquel mismo día celebraron consejo y acordaron lo siguiente: Al que nos ataque en sábado le responderemos luchando; así no pereceremos todos, como nuestros hermanos en la cuevas» (1Mac 2,39-41).

96 Misnd, Yoma 8,6, 353; «Si uno tiene dolor de muelas, no puede sorber vinagre para evitarlo, pero sí puede hacer el habitual moje, y, si cura, queda curado. Si uno tiene dolores de lumbago, no puede friccionarse con vino o vinagre, aunque sí puede hacerio con óleo, aunque no con aceite de rosas. Los príncipes pueden ungir sus heridas con aceites de rosas, ya que es así su costumbre de ungirse en los días ordinarios. Rabí Simeón decía: todos los israelitas son príncipes». Shabbat 14,4, 243; cf. supra, 9.2.3.b. nota 48, 304.

paralizada (Mc 3,1-6), de la mujer encorvada (Lc 13,10-17), del paralítico que está treinta y ocho años esperando sumergirse en las aguas medicinales de Betesda (Jn 5,1-9), etc., llevan a la pregunta de si es lícito curar en sábado, porque no existe una verdadera urgencia en los casos reseñados como los que cuenta Lucas: «Supongamos que a uno de vosotros se le cae un hijo o un buey a un pozo: ¿no lo sacará en seguida, en sábado?» (Lc 14,4) y por los que Jesús interroga con razón según la práctica admitida por todos menos los esenios: «¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer el bien o el mal?, ¿salvar la vida o dar muerte?» (Mc 3,4).

Una escena de Marcos (2,23-27par) puede dar la clave para comprender la polémica de Jesús con los fariseos sobre el descanso sabático. «Un sábado atravesaba unos sembrados y los discípulos de camino se pusieron a arrancar espigas. Los fariseos le dijeron: Mira lo que hacen en sábado: algo prohibido» (Mc 2,23-24). El motivo de arrancar las espigas es el hambre, y la pregunta-reprensión de los fariseos no es el robo, pues está permitido sin la hoz (Dt 23,26), ni caminar más de dos mil pasos, sino el incumplimiento del descanso preceptivo. Arrancar espigas es igual que recolectar la cosecha, uno de los trabajos a evitar en el día santo97. Marcos redacta la contestación de Jesús con una historia en forma de pregunta ciertamente amoldada a su argumentación: «¿No habéis leído lo que hizo David cuando pasaba necesidad y estaban hambrientos él y sus compañeros? Entró en la casa de Dios, siendo sumo sacerdote Abiatar, y comió los panes presentados (que pueden comer sólo los sacerdotes [Lev 24,5-91) y repartió a sus compañeros» (Mc 2,25-26). Pero según 1Sam 21,1-10 David se acerca a Nob huyendo de Saúl y entra solo en el santuario. Allí se encuentra a Ajiméleq y no Abiatar y le pide pan. Al no tener pan ordinario «el sacerdote le dio pan consagrado, porque no había más pan que el presentado al Señor, retirado de la presencia del Señor, para poner el pan reciente del día» (1Sam 21,7).

97 Misnd, Shabbat 7,2, 232; BILLERBECK, I 615-618.

Marcos cuenta que a David le siguen sus compañeros como a Jesús le siguen sus discípulos. David no coge directamente el pan ni lo distribuye, sino que lo pide. En el fondo, el responsable es Ajiméleq al no negarse a darle las doce roscas de pan dedicadas al Señor. La única condición que exige es que David y sus soldados estén en estado de pureza, es decir, no hayan tenido relaciones con mujeres. Sin embargo, la variación del texto se orienta a igualar ambas situaciones para unificar los motivos por los que deciden David tomar los panes de la pro-posición y Jesús defender a los discípulos no obstante saltarse el descanso sabático. En un primer paso se quebranta el precepto por la necesidad de comer. Si David lo hace, y no se le culpa por ello, también pueden hacerlo los discípulos de Jesús.

Pero la conducta de los discípulos y la defensa de Jesús tiene más alcance: la libertad ante el precepto98. Si fuera exclusivamente el hambre lo que les lleva a romper el sábado no se aduciría el ejemplo de David, pues la necesidad hubiera justificado arrancar espigas y comer. Marcos enfoca el hecho para igualar a Jesús con David. Si éste está capacitado para interpretar la Ley y dar lugar a una excepción haciendo partícipes a sus acompañantes, de la misma forma está facultado Jesús para aplicarla a sus discípulos. Es continuar un estilo de vida cobijado bajo el paraguas del Reino que le lleva a radicalizar algunos preceptos de la Ley y a obviar otros, y, como en este caso, reorientarla en su sentido primero según la urgencia del Reino.

Jesús descubre el sentido primero del precepto, porque el descanso humano imita al descanso divino en el trabajo de la creación (para Dios) y de su responsabilidad (para el hombre), ya que éste es su imagen (Gén 1,26). Por tanto, el precepto es un don que proviene de Dios y a Dios remite para darle gracias y bendecirle por los dones. El hombre imita a Dios al cumplirlo, participando de su señorío ante la obra creada, celebrándola y

98 Marcos recalca esta libertad de Jesús ante la Ley con respecto al leproso (1,41), al perdón d los pecados (2,5), al dejarse acompañar por pecadores (2,15), a la contraposición entre el Reino y las instituciones judías (2,21-22), etc.

gozando de ella al descansar. De ahí la libertad de todo para no reducirse a las cosas por la exclusiva productividad y maniatar la vida con mil reglas que tapan la auténtica voluntad de Dios expresada en la creación y en el descanso del séptimo día (Gén 2,3). Con este sentido, entonces, se entiende el dicho de Jesús al final del párrafo de Marcos: «El sábado se hizo [Dios lo hizo] para el hombre, no el hombre para el sábado» (Mc 2,27)99. Y como a David, Marcos termina dándole plena facultad a Jesús glorificado, confesado como Hijo de Dios (1,11) en contraposición al hombre como imagen de Dios (hijo de Adán) del párrafo anterior: «De suerte que este Hombre es Señor también del sábado» (Mc 2,28; cf. 2,10).


14.5. Otras enseñanzas

14.5.1. Pobreza y riqueza

Sobre esta cuestión debemos tratar si Jesús rechaza toda forma de riqueza como un mal para el Reino en el sentido analizado con el discipulado: sólo Dios basta para vivir, por su cercanía inmediata o su presencia creciente en la historia (Q / Lc 12,31; Mt 6,33). Así, envía a sus seguidores a la predicación. Forma parte de la tradición la idea de que Jesús no tiene donde reclinar la cabeza (Q/Lc 9,58; Mt 8,20), exige a sus seguidores abandonar la familia y repartir los bienes (Mc 1,16-20par) y anunciar el Reino sin el más mínimo sostén vital 100. Incluso añade que dicha renuncia será recompensada por Dios (Mc 10,28-30par), por lo que hay que excluir toda preocupación por el sustento diario (Q / Lc 12,22-31; Mt 6,25-34).

99 Expresiones similares se cuentan en 2Mac 5,19: «Pero el Señor no eligió al pueblo para el lugar santo, sino el lugar santo para el pueblo»; para el sábado existe esta afirmación del siglo II d.C. de R. Simeón ben Menasya: «A vosotros se os ha dado el sábado, no vosotros al sábado», pero su contexto es el aducido antes sobre la defensa de la vida humana ante un peligro cierto de muerte (Mek. Éx 31,13-14).

100 Mc 6,8-9; Q/Lc 10,4; Mt 10,9-10.

Por otro lado observamos que Jesús era un artesano (Mc 6,3), que no un pobre que vive de la limosna, y algunos discípulos pertenecen al mismo ámbito social101, A ello se añade que la imagen que da en su ministerio está muy alejada de la austeridad de Juan Bautista e incluso se opone a ella (Mc 1,6-7; Mt 11,18). Alrededor de Jesús hay mujeres que le ayudan con sus bienes en pleno ministerio (Lc 8,3; 10,38-39); recibe ayuda para celebrar la última cena (Mc 14,14-15par); come en la casa de Pedro (Mc 1,29-30) o en su casa de Cafarnaún (Mt 4,13); cuida de que sus discípulos o la gente se alimenten (Mc 6,31par) y él mismo visita a personas acomodadas102. No es, pues, un asceta que fustiga los males de la sociedad viviendo con extrema penitencia y alejado de la gente.

En las enseñanzas supone la pacífica posesión de bienes. Hay que cumplir el cuarto mandamiento cuando los padres lo necesitan (Mc 7,9-10par), ayudar a los pobres (Mt 6,2; 25,40), dar buena parte de lo que se posee (Q/Lc 10,8-9; Mt 10,10-13), prestar dinero sin la esperanza de recuperarlo (Q/Lc 6,30.34; Mt 5,42), porque de las cosas propias se puede disponer según la propia voluntad (Mt 20,15).

Pero también es verdad que exige a sus discípulos la renuncia a los bienes; Lucas apostilla que hay que dejarlos todos (Lc 14,33), como dice al rico que desea seguirle (Mc 10,21par). En la parábola del banquete de bodas (Q/Lc 14,15-24; Mt 22,1-10), símbolo nupcial del Señor y Jerusalén, que en los nuevos tiempos prefigura al Mesías esposo de la comunidad cristiana, se rechaza a los invitados oficiales (Israel) y se escoge a los pobres, lisiados, ciegos y cojos (Lucas), o malos y buenos (Mateo).

A esto se añade la advertencia sobre los peligros que trae consigo la riqueza y el poder que ella genera, sobre la que no debe nunca fundarse el sentido de la vida. Se ha analizado en la petición de los hijos de Zebedeo para ocupar los puestos más importantes en el futuro Reino y el eco que suscita en los discípulos (Mc 10,35-45; Mt 20,20-23). Hay que cambiar la riqueza y

101 Mc 1,20; 2,14-15; Mt 9-910.

102 Mc 14,3; Lc 7,36; 11,3

el poder por el servicio para orientar la vida según el Reino: «Pues este hombre no vino a ser servido, sino a servir...» (Mc 10,45), servicio que es el sacramento del amor (Mt 19,19). Jesús lo avisa cuando el rico declina su invitación a seguirle por la riqueza que poseía: «¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de Dios» (Mc 10,25par). Porque «nadie puede estar al servicio de dos amos, pues u odiará a uno y amará al otro o apreciará a uno y despreciará al otro. No podéis estar al servicio de Dios y del Dinero» (Q/Lc 16,13; Mt 6,24).

La codicia conduce a que el hombre sea poseído por las riquezas, de forma que pierde su libertad al ponerse a merced del dinero, un dios al que se le entrega la vida. Pierde su ser. Por eso la codicia es una idolatría (Col 3,5). Aquí radica el principio del mal de las riquezas. Después se añade otro no menos importante. El que está sujeto al dinero desconoce las necesidades de los que le rodean y pasa con facilidad a su explotación. Entonces lo que es un don de Dios, la posesión de los bienes103, se convierte en un signo diabólico, porque esta riqueza se crea y se alimenta con el hambre de los hombres, en definitiva, por la explotación de los pobres. Para evitar esto, Jesús aconseja introducir en el horizonte vital a los marginados: «Cuando ofrezcas una comida o una cena, no invites a tus amigos o hermanos o parientes o a los vecinos ricos [...]. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos» (Lc 14,13)104.

Otro aspecto de las riquezas es cuando se relacionan con el límite que la muerte pone a la vida. Los bienes no fundamentan su durabilidad. En primer lugar, porque la seguridad de la vida depende de Dios, y no del que la disfruta y de lo que posee. Un hombre recoge una gran cosecha y proyecta cambiar todos los

103 Cf. Gén 13,2; 24,35; 26,13-14; 30,43; 32,6; 33,11; Dt 28,3-6.11-12; Lev 26,3-10; Sal 112,3;1 Re 3,13; 10,14-25; etc.

104 Am 2,6; 5,11-12; 8,4-6; Is 1,15-17.23; 3,14-15; Miq 2,2; etc. Son las malaventuranzas que Lucas (6,24) escribe a continuación de las bienaventuranzas: «Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque recibís vuestro con-suelo».

graneros. Y piensa: «Querido, tienes acumulados muchos bienes para muchos años; descansa, come y bebe, disfruta. Pero Dios le dijo: ¡Necio!, esta noche te reclamarán la vida. Lo que has preparado ¿para quién será? Pues lo mismo es el que acumula para sí y no es rico para Dios» (Lc 12,16-21). El hombre por su traba-jo y por Dios recibe un bien, pero en su interior cambia el sentido del don por la actitud de posesión originada por la avaricia que se explicita en un monólogo egoísta y hedonista. Se apropia de lo que la cosecha comporta de gracia. Habla solo con los bienes con los que planifica su futuro105, y prescinde de toda la realidad. Descuida lo que avisa el Salmo (39,6-7): «Me concediste unos palmos de vida, mis días son como nada ante ti. El hombre no dura más que un soplo (Job 7,16), el hombre se pasea como un fantasma; por un soplo se afana, atesora sin saber para quién». La insensatez se revela cuando aparece la muerte anunciada por una voz que proviene de fuera y le pregunta sobre el futuro de lo que ha acumulado. Ya lo ha recordado Lucas poco antes: «¿Qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero si se pierde y se malogra él?» (9,25). La vida es un regalo. El hombre es administrador y responsable de ella, y los bienes no bastan para eternizarla, ya que, al final, terminan perdiéndose, o pasando a otros; en cualquier caso no son para el propietario. Más vale atesorar para Dios, es decir, el dinero que pasa a los demás porque se dialoga con ellos: el dinero dado y distribuido106, y desterrar el ansia y avaricia de la acumulación: «No andéis buscando qué comer y qué beber; no estéis pendientes de ello [...] vuestro

105 «.., pero vosotros, fiesta y alegría, a matar vacas, a degollar corderos, a comer carne, a beber vino, "a comer y a beber, que mañana moriremos». Is 22,13; cf. Ecl 2,24; 3,12-13; 8,15; 9,7; Tob 7,10; Sab 2,6-12; etc; cf. supra, 10.3.4.

106 «Con todo, ten paciencia con el pobre y no le des Larga en la limos-na; por amor a la ley recibe al menesteroso, y en su indigencia no le despidas vacío; pierde tu dinero por el hermano y el prójimo, no dejes que se oxide bajo una piedra; invierte tu tesoro según el mandato del Altísimo, y te producirá más que el oro; guarda limosnas en tu despensa, y ellas te librarán de todo mal; mejor que escudo resistente o poderosa lanza, lucharán contra el enemigo a tu favor». Eclo 29,8-13.

Padre sabe que os hace falta. Basta que busquéis el Reino de Él, y lo demás os lo darán por añadidura» (Q / Lc 12,29-31; Mt 6,31-33). Esto es hacerse rico para Dios (Lc 12,21).

En segundo lugar, Dios puede cambiar la situación de esta vida con la muerte. Lucas lo describe en la parábola reseñada sobre el rico y el pobre Lázaro (Lc 16,19-31). El Evangelista traza un cuadro en el que se dibuja la compensación en el más allá. Se da un cambio drástico del rico que banquetea y se divierte en esta vida por una situación de tormento y desgracia, y del pobre que yace a su puerta, enfermo y llagado, a un espacio de gracia en el seno de Abrahán. En el caso del rico parece que Dios está con él; justamente todo lo contrario aparenta suceder con el pobre, expresión de la indigencia y de la lejanía divina. Pero hay una advertencia previa que hace Jesús a los «amigos del dinero» (Lc 16,14) y Lucas la resalta en las bienaventuranzas y malaventuranzas que recorren las páginas evangélicas: Dios es capaz de cambiar las situaciones históricas de los hombres expresadas en la riqueza y la pobreza, en el poder y la debilidad, en el pecado y la gracia107. Y Dios actúa, como en el avaricioso, al experimentar el hombre la muerte que, en este caso, iguala a Lázaro y al rico; rompe los planes a los que poseen bienes y esperanza de vida, y vuelve el rostro de salvación a los pobres. Lo curioso de este caso es que no existe fundamento ético alguno. No manifiesta el relato una conducta mala y buena asignada al rico y al pobre sobre la cual se basa la condena y la salvación. Tampoco hay juicio y sentencia. La riqueza, que manifiesta el favor divino, se transforma en condena por una intervención directa de Dios, y Lázaro sin mérito alguno es salvado. Se invierten sin más las situaciones anteriores. Se puede conjeturar que el rico, en la medida en que desconoce al pobre y no comparte con él los bienes, resulta ser un desconocido para Dios; pero a Lázaro simplemente se le aplica la promesa que Jesús anuncia en las Bienaventuranzas a los pobres (Q/Lc 6,20; Mt 5,3).

107 Cf. Mc 9,35.49-50; 10,31; Q/Lc 13,30; Mt 20,16; EvT 4; Q/Lc 14,11; Mt 23,12; Q/Lc 34-35; Mt 5,3-12; Mt 18,4; 19,30; 21,31; 23,12; Lc 1,52-53; 10,31; 18,14.17; etc.; para esta parábola, supra 10.3.4., 367.

En los casos analizados no se da una visión de la riqueza y la pobreza en términos absolutos, y menos una valoración por sí mismas, que sean buenas o malas en esta vida, malas o buenas en el más allá. No hay una catalogación moral al margen de la historia. Son las situaciones concretas las que determinan la prohibición y maldad de la posesión de los bienes, y corresponde a cuando se erigen en dioses y sus poseedores vuelven la espalda a Dios y a los necesitados, o provocan situaciones inhumanas. En estos casos Dios reacciona cambiando las condiciones de vida o condenando. Tampoco es válida la renuncia sin más a los bienes para alcanzar una supuesta paz interior anulando los deseos y sentimientos que provocan las riquezas. Las aspiraciones de los filósofos estoicos y cínicos no entran dentro del horizonte de actuación de Jesús. Éste vive y enjuicia las posiciones de los hombres por el Reino, por la cercanía de la bondad de Dios que trueca las circunstancias para salvar a los que no tienen o se les ha despojado de su esperanza.

Por último, merece la pena comentar el relato de Lucas (16,1-9) sobre el administrador sagaz, en principio desconcertante. A un hombre rico le llegan noticias de que su administrador le defrauda. Le pide cuentas para echarlo. El administrador piensa: «¿Qué voy a hacer ahora que el amo me quita el puesto? Para cavar no tengo fuerzas, pedir limosna me da vergüenza» (Lc 16,3), al estilo del proverbio: «Hijo mío, no vivas de limosna; más vale morir que andar mendigando» (Eclo 40,28). Entonces llama a los deudores de su amo rebajándoles los débitos a fin de que una vez relevado de su puesto, sea acogido en sus casas. A los deudores los convierte en cómplices de su fraude. Pero el caso no termina aquí: «El amo alabó al administrador deshonesto por la astucia con que había actuado» (Lc 16,8). No se fija ni en lo que le ha robado ni en la actitud moral del administrador, sino en su picardía. Con el dinero confiado hace una injusticia para granjearse amigos, y Dios, que refleja al amo defraudado, encima lo premia recibiéndolo en su gloria. Alaba el ingenio para salir de la emergencia, pero el administrador sigue siendo un truhán para evitar la pobreza, en este caso, justificada. Al elogio del amo se une el que Jesús lo presenta como modelo. La conclusión, pues, no es menos desconcertante: «Pues los ciudadanos de este mundo son más astutos con sus colegas que los ciudadanos de la luz. Y yo os digo que con el dinero sucio os ganéis amigos, de modo que, cuando se acabe, os reciban en la morada eterna» (Lc 16,8-9). Lucas trae otros dos ejemplos parecidos donde los protagonistas no son nada ejemplares, como es el caso del amigo importuno (11,5-8) y el juez inicuo (18,1-8).

Se añaden a continuación tres máximas sapienciales de Jesús: «El que es de fiar en lo menudo, es de fiar en lo mucho; el que es deshonesto en lo menudo, es deshonesto en lo mucho. Pues si con el dinero sucio no habéis sido de fiar, ¿quién os con-fiará el legítimo? Si en lo ajeno no habéis sido de fiar, ¿quién os encomendará lo vuestro? Un empleado no puede estar al servicio de dos amos: pues odiará a uno y amará al otro o apreciará a uno y despreciará al otro. No podéis estar al servicio de Dios y del dinero» (Lc 16,10-13). Jesús dice a los discípulos que fijen la atención en la astucia del administrador para evitar su ruina futura. En el ministerio que ejercen para la extensión del Reino también deben preocuparse por saber lo que la gente hace para salvar sus negocios y evitar la candidez, porque sus obras tienen repercusión en el más allá. Así el uso de los bienes implica ganarse amigos, para que nos abran las puertas de la eternidad. Pero la riqueza para el Evangelista siempre es injusta. La comprende a partir de la expoliación de los pobres y de una distribución desigual. Por lo tanto, los discípulos deben darla a los pobres, y al regalarla, compran una morada en el cielo (Lc 12,33), en el que serán acogidos por ellos. Ése es su futuro escatológico, distinto al histórico del administrador, y ganado con su fidelidad al dinero legítimo porque se distribuye a los que no lo tienen. En esto reside la diferencia de servir a Dios ayudando a los pobres o servirse a sí mismo acumulando (idolatrando) riquezas.


14.5.2. El Estado

Los Evangelios trasmiten pocas referencias de las relaciones de Jesús con el poder político, a pesar de haber sido éste el que le condenó y ejecutó. Hay palabras como la dirigida a Herodes: «zorro» (Lc 13,3), para describir su personalidad: astuta y maquiavélica, o entendida también como «raposo», un animalejo sin importancia, como signo de desprecio108. También es severa la frase que manifiesta su opinión sobre los potentados y los dirigentes políticos: «Sabéis que quienes parecen dominar los pueblos los oprimen, y los poderosos imponen su autoridad» (Mc 10,42par)109 Jesús ratifica el conocimiento público y el juicio común sobre el comportamiento del poder político-militar y la relevancia económica de los jefes y poderosos que sofocan la libertad de los pueblos y los explotan impunemente. Por eso la redacción alude al espejismo que suponen las jefaturas políticas, o, en el caso de Lucas (22,25), la ironía de titularse encima «bienhechores», como es la costumbre en este tiempo para la mayoría de los emperadores. La comunidad de Marcos, que sabe lo que es la persecución de Nerón, tiene buena cuenta de esto. El único soberano es Dios, que, como Creador y Providente, cuida, protege y gobierna a sus hijos. Es la aspiración de Israel que se transmite en el cántico de María: «[El Señor] ... desbarata a los soberbios en sus planes; derriba del trono a los potentados y ensalza a los humildes» (Lc 1,51-52)110. Según el nuevo contenido que le da Jesús al poder, entendido como ser-vicio, es lógica la reserva ante la clase política, al menos con-templada como un absoluto vital y en su práctica común. La experiencia que Jesús tiene de Dios, para él la verdadera autoridad, y la experiencia de las autoridades de los pueblos, para todos seres corruptos y explotadores, hace que se mantenga distante de ellas, alejamiento que se puede interpretar como descalificación humana y social.

La distancia que establece con el poder se observa en el relato del tributo al César (Mc 12,13-17par). El Sanedrín envía a unos fariseos y herodianos (Mc 11,27)111 para tramar una acusación contra Jesús. Ellos constituyen el poder religioso y político

108 Cf. Ez 13,4; Neh 3,35; supra, 2.1.4., 117.

109 Cf. Sal 10,5.10; supra, 13.3.2.a., 472.

110 Cf. Cánticos de Ana (1Sam 2,1-11) y Débora (Jue 5); Job 12,19; 5,11.

11 Lo herodianos citados también en Mc 3,6; cf. Mt 22,16, pueden ser partidarios de Herodes el Grande, o Antipas (JOSEFO, Ant., 14,450, II 873), e incluso de Agripa I, que gobierna Palestina desde el 41 al 44 d.C. y Agripa II (50-92 d.C.). No hay referencia de ellos ni como secta ni como partido político. Es probable que la tradición cristiana de Palestina los haya asocia-do a los fariseos contra Jesús para acusar a éstos por unirse a un grupo desacreditado y corrupto y en parte colaborador de Roma, relación que los fariseos rechazan.

de su entorno e intentan desacreditarlo ante el pueblo y las autoridades. Marcos sitúa la escena en el templo y así asegura los espectadores. Comienzan alabándole: «Maestro, nos consta que eres veraz y que no te importa nadie porque no eres partidista, sino que enseñas sinceramente el camino de Dios» (Mc 12,14). En el fondo es una cruel hipocresía, debido a la postura que mantienen contra Jesús, que el Evangelista ya ha dicho con ocasión de la curación del hombre que tenía una mano paralizada (Mc 3,6). Parten de una verdad para los cristianos, «maestro», y suena a una ironía del redactor contra ellos, pues son los prime-ros que no le creen como una persona sincera, imparcial y recta, que no se decanta por la multitud o por los jefes según intereses que están fuera del Reino112. Cuando le dicen que enseña los caminos de Dios, comparan a Jesús con los rabinos que señalan el comportamiento que Dios pide al pueblo por medio de instrucciones prácticas teniendo en cuenta la Ley.

La pregunta que hacen a continuación es breve y astuta. Plantean si es conforme a la voluntad de Dios que cada persona pague un tributo que va a las arcas del Emperador pagano: «¿Es lícito pagar tributo al César o no? ¿Lo pagamos o no?» (Mc 12,14). El impuesto a Roma lo manda Coponius en el año 6 d.C. al ser destituido Arquelao113. El segundo interrogante coloca a Jesús en una alternativa y debe responder con claridad. Si la res-puesta era positiva, Jesús se echaría encima a la gente ante la

112 Esta imparcialidad es propia de todo judío creyente: «No daréis sentencias injustas. No serás parcial ni por favorecer al pobre ni por honrar al rico. Juzga con justicia a tu conciudadano». Lev 19,15; cf. Dt 10,17; 1Sam 16,7; etc.

113 JOSEFO dice al respecto: «Durante su gobierno un galileo, llamado Judas, incitó a sublevarse a los habitantes del lugar, pues les reprochaba que soportasen el pagar tributos a los romanos y que, además de a Dios, se sometiesen a otros señores mortales». Guerra 2,118, 278-279.

impopularidad del impuesto; sería un colaboracionista; si era negativa, pasaría como un revolucionario ante el poder romano. En ambos casos la respuesta es comprometida en el ámbito social.

Jesús responde pasando la pregunta del plano teórico al práctico, el nivel en el que los judíos deben decidir y donde real-mente se plantea el problema: «Adivinando su hipocresía, les dijo: ¿Por qué me tentáis? Traedme un denario, que lo vea. Se lo llevaron y les pregunta: ¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Le contestan: Del César. Y Jesús replicó: Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mc 12,15-17). La efigie es de Tiberio y la inscripción «César Tiberio, hijo del divino Augusto, digno de veneración» y en el reverso «Pontífice Máximo» con la imagen de Livia, la emperatriz madre, que lleva en la derecha el cetro y en la izquierda una rama de olivo simbolizando la paz celestial, pues está sentada en un trono propio de los dioses. La moneda naturalmente no es propiedad del Emperador, pero su imagen la hace válida.

Jesús ratifica el impuesto y, con él, la autoridad de Tiberio. A éste corresponde el poder administrativo, militar y judicial. En este caso concreto, la moneda simboliza el poder económico que está en la base del poder político de Tiberio y, por otro lado, la lealtad y sumisión de los judíos al usarlo. Pero Jesús lo separa de Dios, ya que el hombre le debe pagar el tributo de darle culto y obedecerle, entregarse con todo su ser, según el Deuteronomio (6,4-5) y según el hilo conductor del ministerio de Jesús: «Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón ...» (Mc 12,29-30par). La autoridad divina es el límite de todo poder político. Es más. Toda autoridad humana conlleva la dimensión provisional inscrita en el tiempo. Sin embargo, la divina, además de ser la auténtica, tiene el carácter permanente. La distancia que Jesús mantiene con el poder no supone un rechazo que conduzca a la rebelión al estilo que poco más tarde abanderaron los zelotas114 pero tampoco la sumisión115. La verdadera dignidad humana la da Dios, al

114 Los zeIotas piensan que no se puede obedecer a Roma, sino sólo a Dios. Es la cuarta secta judía según Josefo, además de los fariseos, saduceos y esenios (Guerra, 2,119, 279). Esperan la llegada del Reino terreno y, por tanto, político de Dios. De ahí que no reconozcan al Emperador como autoridad suprema. «Quienes sustentan las ideas enseñadas por esta escuela concuerdan con el punto de vista de los fariseos en todas las cuestiones, con la única diferencia de que su amor a la libertad es inconmovible, puesto que no aceptan otro jefe y soberano más que únicamente a Dios». JOSEFO, Ant., 18,21-22, II 1082; cf. 18,6-10, II 1079-1080.

115 «Que cada uno se someta a las autoridades establecidas, pues toda autoridad procede de Dios; ÉI ha establecido las que existen. Por eso quien resiste a la autoridad resiste a la disposición de Dios. Y quienes se resisten cargarán con su pena. Los gobernantes no infunden miedo a los que obran bien, sino a los malhechores. ¿Quieres no temer a la autoridad? Obra bien. Pero si obras mal, teme, que no en vano empuña la espada. Es ministro de Dios para aplicar el castigo al malhechor. Por tanto, hay que someterse, y no sólo por miedo al castigo, sino en conciencia. Por la misma razón pagáis impuestos: las autoridades son funcionarios de Dios, dedicados a su oficio. Dad a cada uno lo debido: impuesto, contribución, respeto, honor; lo que toque a cada uno». Rom 13,1-7; cf. Sal 72; Jeremías con relación a Nabucodonosor, 27,6. No se sabe lo que pensaría Pablo al respecto cuando poco más tarde, en el año 64, se da la persecución de Nerón. Sin embargo, y en el mismo sentido, cf. lPe 2,13-17.

que hay que obedecer en cualquier caso, pues es superior y más decisiva para la salvación que la de los jefes políticos, aunque éstos puedan arrebatar la vida en caso de conflicto, como sucede, por ejemplo, con las persecuciones romanas, que soportan los cristianos de la comunidad de Marcos.

Con todo, si Jesús enseña una contraposición radical a Dios de una forma directa no se refiere a la política sino al dinero cuando domina a la persona y origina la pobreza. Por eso, relaciona en la escena del rico el reconocimiento del único Dios a la renuncia a los bienes (cf. Mc 10,18par). La escena se cierra con la admiración de los presentes por la respuesta de Jesús. Se intensifica la simpatía de la gente y crece en la misma medida el temor de las autoridades por dicha fama (Mc 11,18.32; 12,12). Es un aviso de que las autoridades judías están pensando cómo entregar a Jesús al poder romano.


14.6. Conclusión

El Reino que proclama Jesús revela a Dios como el único absoluto y da lugar a unas exigencias éticas que se centran en el amor a todos, incluidos los enemigos. En esto se resumen «la ley y los profetas» (Mt 5,17). Los comportamientos exigidos dimanan de la relación de amor con la que Dios se revela a su pueblo y no responden a un cuadro doctrinal derivado de un sistema de pensamiento cerrado y definitivo. Más bien Jesús da pautas a seguir y las enseña con su estilo de vida que es un espejo donde se revela al Dios del Reino.

Jesús se dirige a la gente sencilla que sufre el dolor y la pobreza y aquí inserta la donación de un Dios Padre lleno de amor restituyendo la relación filial y, con ella, la dignidad humana. Por ello es «buena noticia». En las Bienaventuranzas Dios cambia estas situaciones marginales a los que confían en su justicia y amor. Y corresponde a Jesús proclamar la nueva disposición de Dios para con sus hijos, nueva disposición que transforma su situación de pobreza, de hambruna, de aflicción, etc.

Jesús se mueve dentro del ámbito de la Torá, que expresa la voluntad y actuación de Dios en determinadas situaciones históricas de Israel y, a la vez, libera de la casuística exigida en el cumplimiento de los preceptos de pureza y del descanso sabático. Se coloca ante la Ley con una actitud crítica, pero siempre dentro de las coordenadas que marcan la religiosidad yawista y en una actitud de obediencia. Se da, pues, en Jesús la coexistencia entre la radicalidad del cumplimiento y la libertad. Fomenta con órdenes precisas actitudes de reconciliación y de paz, de verdad, del recto uso de las relaciones sexuales, de la indisolubilidad matrimonial; pero, a la vez, ve bien liberarse del matrimonio para la entrega sin límites al Reino (Mt 19,12) y ofrece el perdón sin condiciones a las mujeres que rompen el vínculo conyugal116

Esta línea de la libertad ante la Ley se acentúa en el ámbito

116 Cf. L 7,36-50; Jn 8,2-11. Aunque estos relatos estén revestidos por tradiciones posteriores a Jesús, cuadran perfectamente en su actuación misericordiosa con los pecadores: «Del médico no tienen necesidad los sanos, sino los enfermos. No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores». Mc 2,17.

ritual y cultual. Se observa en los preceptos de pureza y del descanso sabático. Aquí se toca la experiencia personal de Dios como amor y amor misericordioso que integra a los pecadores y restituye la dignidad a todos los marginados por cualquier causa. Este Dios de todos hace que la defensa de la libertad ante algunos preceptos tenga la finalidad de que nada impida su relación paternal y el afianzamiento de la filiación de todas las criaturas.

Ahora bien, la voluntad divina se formula con el mandamiento del amor, que en la práctica anula la normativa que perjudica al hombre e ignora la bondad de Dios, aunque en teoría Jesús percibe que toda ley es un don ya que manifiesta la voluntad primera de Dios. Esta tensión se entiende porque Jesús anuncia la cercanía del Reino, cuyo mensaje e incidencia histórica formulan el criterio único de actuación. Por eso todos los preceptos están sujetos al único criterio del amor, que es como se manifiesta Dios, ahondando el sentido primero de la Torá inserta en los acontecimientos salvadores que origina la alianza de Dios con Israel. El amor no anula los preceptos (Mt 5,17), pero sí los relativiza, pues la validez de los preceptos depende del amor (22,40), y Jesús lo restituye como el fundamento y el principal de todos ellos (Mc 12,28-34par).

Por otro lado, Jesús exige que el hombre se vuelva y mire al rostro cercano y amoroso de Dios (Mc 1,15). Invita a una con-versión que es inaplazable. Para ello pide la decisión por el Reino sin más titubeos, pues el juicio aparece en el horizonte de todos. La urgencia para optar por amor al Reino lleva a la radicalidad de ciertas decisiones que los seguidores deben ofrecer como única respuesta a la actitud de amor de Dios. Ciertamente Dios ofrece a todos su amor; pero para que este amor sea efectivo debe ser correspondido por todas las potencias que posee el hombre (Mc 12,30.33par). Esta es la inquietud, la preocupación y la ansiedad de Jesús.