III

JUAN BAUTISTA

 

4. Vida y misión

4.1. Las referencias históricas

Lucas escribe: «El año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo gobern7aélor de Judea Poncio Pilato, tetrarca de Galilea Herodes, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de Traconftida y Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, la palabra del Señor se dirigió a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto» (3,1-2)1. Augusto muere el 19 de agosto del 14 d.C. y Tiberio es elegido por el Senado romano el 17 de setiembre del mismo año. Suponiendo que Lucas adopta el calendario juliano en el que se inicia el año el 1 de enero, y suponiendo también que cuenta como primero de gobierno de Tiberio el 14, el año quince de su gobierno corresponde al 28 d.C. Este cálculo, siempre aproximado, introduce a Juan en la tradición de las narraciones de las vocaciones proféticas como Jeremías, Amós o Sofonías' y en la historia de Jesús de Nazaret.

1 La cita comprende los años 626 al 587 más o menos. Es el estilo que sigue Lucas con Juan Bautista. «Palabras de Jeremías, hijo de leidas, de los sacerdotes residentes en Anatot, territorio de Benjamín. Recibió palabras del Señor durante el reinado de Josías, hijo de Amón, en Judá, el año trece de su reinado, y de Joaquín, hijo de Josías, hasta el final del año once del reinado de Judá de Sedecías, hijo de Josías; hasta la deportación de Jerusalén, en el mes quinto». Jer 1,2-3; cf. Am 1,1; Sof 1,1; etc.

En efecto, Juan aparece en la región de Perea en la Transjordania2 y en núcleos urbanos como Betania (Jn 1,28) y Ainón, cerca de Salín (3,22). Los Sinópticos lo sitúan en la región de Judea, cerca de Jerusalén, en el desierto y a lo largo de la ribera del Jordán3. Según las tradiciones evangélicas, Juan existe con relación a Jesús y la actividad de Juan se coloca en lugares con referencia a la actividad de Jesús. Por ejemplo, si el centro es Jerusalén, la ciudad sagrada por antonomasia, donde Jesús culmina su recorrido del anuncio del Reino, Juan permanece siempre en la periferia, en el desierto, o en la Tranjordania, más allá del río Jordán, en la tierra de los gentiles (Pella, Decápolis). En cualquier caso, es probable que actúe en la región de Perea, que es jurisdicción de Herodes Antipas, pues éste le encarcela en su fortaleza de Maqueronte, sita en esta región, donde le ejecuta4.

Juan vive en lugares apartados de los grandes centros urbanos. Esto se indica con el término «desierto», que no necesaria-mente se entiende un lugar inhabitado y estéril, sino más bien un sitio alejado de las grandes concentraciones humanas; es el lugar solitario que Jesús busca también para descansar e instruir a la gente y a los discípulos (Mc 6,31.39). Su indumentaria y alimentación son austeros, muy parecida a la de los nómadas del desierto. Juan lleva un vestido de piel de camello, para protegerse del calor durante el día y del frío por la noche, con un cinturón de cuero a su cintura, muy corriente en este tiempo; y se alimenta de langostas y miel silvestre5. De esta forma también se aparta de la comida preparada por manos humanas, cumple las

2 «Pasó de nuevo [Jesús] a la otra orilla del Jordán, donde Juan bautizaba en otro tiempo, y se quedó allí». Jn 10,40.

3 «Toda la población de Judea y de Jerusalén acudía a que los bautizase en el río Jordán...» (Mc 1,5par). Como hemos visto (cf. supra, 3.1, 145-146) es una región situada entre el centro montañoso de Palestina y la parte sur del valle del río Jordán y el Mar Muerto: «Lot echó una mirada y vio que toda la vega del Jordán hasta la entrada de Zoar era de regadío, como un paraíso, como Egipto». Gén 13,10.

4 JOSEFO, Ant., 18,116, II 1098; cf. supra, 2.1.4., 115.

5 «Juan vestía un traje de piel de camello, se ceñía un cinturón de cuero, y comía saltamontes y miel silvestre». Mc 1,6; cf. Mt 3,4.

prescripciones sobre la pureza que se indican en el libro del Levítico (11-16) con el fin de evitar la contaminación, y así ofrecer a Dios aquellos alimentos que más le agradan y entrar en la órbita divina: «podéis comer [...] langosta en todas sus variedades, el cortapicos en todas sus variedades, el grillo en todas sus variedades, el saltamontes en todas sus variedades, ...» (Lev11,22).

Este estilo de vida hace pensar que Juan pertenezca a los Esenios6. Sin embargo hay varios aspectos que los diferencian. Juan no es presentado dentro de una estructura y cumpliendo unas normas que amparen y favorezcan ciertas actitudes que hagan al creyente grato a Dios. Juan actúa en soledad y, a lo más, seguido por un grupo de discípulos7, lo cual está bien lejos del ideal comunitario esenio. Por otra parte, no siente preocupación alguna por el cumplimiento estricto de la ley, en el sentido que lleve a una purificación que libre al converso del castigo divino. Él se inclina más por un bautismo que se recibe una vez y como signo de conversión. Lo que sí está en su línea de actuación es la denuncia que hace de la religiosidad oficial de Israel con su vida y predicación. Si los esenios critican un sacerdocio y templo corruptos y profanados, Juan, al que se da por cierto que pertenece a una familia sacerdotal (Lc 1,1-80), se presenta alejado física y espiritualmente del tipo religioso que encarnan los sacerdotes dedicados al servicio del templo de Jerusalén.

Es posible que Juan forme parte del grupo de profetas que denuncian con su ejemplo una religiosidad equivocada por verse incapaz de restituir la libertad de Israel en orden a ser el auténtico pueblo de Dios. En este tiempo, o en tiempos posteriores a Juan, escribe Josefo, se dan, además de los esenios, eremitas como Banus, que vive apartado de la gente con una austeridad muy parecida a la de Juan8, además de otros profetas que

6 Cf. supra, 2.3.3., 137-139.

7 «Al día siguiente estaba Juan con dos de sus discípulos». Jn 1,35; «Surgió una discusión de los discípulos de Juan con un judío a propósito de las purificaciones». 3,25; cf. Q/Lc 7,18; Mt 11,2.

8 «Con una dura disciplina y mucho esfuerzo pasé por las tres [sectas de los fariseos, saduceos y esenios]; pero después de comprobar que la experiencia obtenida en ellas era insuficiente para mí, al oír hablar de un tal Banus, que vivía en el desierto usando como vestido lo que le proporcionaban los árboles y como alimento lo que producía la tierra espontáneamente, que se bañaba varias veces, de día y de noche, en agua fría para purificarse...». Autobiografía, 2,11, 101.

invitan al pueblo a la salvación por medio de la reproducción de ciertos sucesos de la historia de Israel, como el éxodo, la construcción de nuevo templo, etc. Todos intentan recrear las esperanzas judías de libertad y, por lo general, mueren a manos del poder constituido9. Y este es el estilo de muerte que encuentra Juan a manos de Herodes Antipas.

En efecto, Herodes encarcela a Juan Bautista en Maqueronte, donde lo decapita. Los motivos que aducen los Evangelios y Josefo son diferentes. Mc 6,17-29par cuenta que la causa es la crítica del Bautista a la unión de Herodes Antipas y Herodías, mujer de su hermanastro Herodes, hijo de Herodes el Grande y de su tercera mujer Mariamme, distinta a la asmonea asesinada. El Evangelio de Marcos (6,17) dice que es de su hermano Filipo, tetrarca de Iturea y Traconítida (cf. Lc 3,1), seguramente ya fallecido cuando sucede este acontecimiento10. Esto lleva a Antipas a separarse de su mujer, hija de Aretas IV, rey nabateo. Quizá esta circunstancia agrava las relaciones de Antipas con Aretas, siempre tensas por las constantes reivindicaciones mutuas que hacen

9 Josefo cuenta la crucifixión de Jacobo y Simón, hijos de Judas Galileo por Tiberio Alejandro (Ant., 20,99, II 1219; Guerra, 2,118, 279); de la represión de los samaritanos en Garizín por Pilato (Ant., 18,85-87, II 1093); etc., cf. supra, 1.4; 3.4.2. Del sacrificio de Teudas dice el historiador judío: «... en las fechas en que Fado [nombrado el 44 d.C.] era procurador de Judea un mago, de nombre Teudas, procuró persuadir a una masa infinita de personas a que recogieran sus pertenencias y lo siguieran hasta el río Jordán, pues les decía que era un profeta, y les aseguró que a una orden suya se abrirían las aguas del río y que de esta manera les haría fácil el cruce. Y con estas palabras embaucó a muchos. Fado, sin embargo, no les dejó que disfrutaran de su necedad, sino que envió un escuadrón de caballería que cayó sobre ellos de una manera inesperada, aniquiló a muchos e hizo prisioneros a otros. Y al propio Teudas, a quien cogieron vivo, le cortaron la cabeza y la llevaron a Jerusalén». Ant., 20,96, II 1218.

10 Ant., 18,109-115, II 1097-1098.

sobre la línea fronteriza que separa sus territorios. De hecho, Aretas entabla una guerra contra Antipas, lo derrota, y lo hubiera arrasado a no ser por la inmediata intervención de Vitelio, legado de Siria. Josefo relata la interpretación de los judíos sobre la derrota: «... algunos judíos eran de la opinión que el ejército de Herodes había perecido por castigo de Dios, quien de esta manera habría castigado muy justamente a Herodes en represalia por la muerte de Juan, de sobrenombre Bautista [...] Y los judíos opinaban que el descalabro de sus fuerzas expedicionarias se había producido en represalia por la muerte de hombre tan insigne, al querer Dios castigar así a Herodes»11.

Sin embargo, y he aquí la otra razón que da Josefo sobre su muerte, Antipas comete tal asesinato porque Juan «era un hombre bueno, quien recomendaba incluso a los judíos que practicaran las virtudes y se comportaran justamente en las relaciones entre ellos y piadosamente con Dios y que, cumplidas estas condiciones, acudieran a bautizarse [...] Y como el resto de las gentes se unieran a él (pues sentían un placer exultante al escuchar sus palabras), Herodes, por temor a que esa enorme capacidad de persuasión que el Bautista tenía sobre las personas le ocasionara algún levantamiento popular (puesto que las gentes daban la impresión de que harían cualquier cosa si él se lo pedía), optó por matarlo, anticipándose así a la posibilidad de que se produjera una rebelión a instancias de él, juzgando este hecho mucho mejor que tener que arrepentirse luego, al encontrarse con problemas tras sufrir un revés». Dicha rebelión no viene de la directa predicación de Juan, cuya actividad es dis-tinta a los nombrados Astronges, Simón y Judas, pero sus recomendaciones y llamadas a la conversión pueden provocar o suscitar el espíritu de libertad y autonomía que está siempre a flor de piel en buena parte del pueblo judío. «Entonces Juan, tras ser trasladado a la citada fortaleza de Maqueronte, fue ejecutado en ella»12.

11 Ibíd. 18,116-119, 1099.
12
Ibíd.


4.2. El predicador

El documento «Q» ofrece un sermón de Juan que tiene todos los indicios de pertenecer al contenido de su misión: «¡Camada de víboras! ¿Quién os ha enseñado a escapar de la condena que se avecina? Dad fruto válido de arrepentimiento y no os pongáis a deciros: Nuestro padre es Abrandn; pues os digo que de esas piedras puede sacar Dios hijos para Abrahán. El hacha está ya aplicada a la cepa del árbol: árbol que no produzca frutos buenos será cortado y arrojado al fuego» (Q/Lc 3,7-9; Mt 3,7-10).

Juan se presenta como un profeta escatológico que anuncia una intervención definitiva de Dios. Esta acción divina no va encaminada a cambiar las pésimas condiciones en las que vive el pueblo por otras mejores, como sucedió en tiempos del profetismo del siglo VIII a.C. con Amós, Miqueas, Isaías y Oseas. Ellos buscaron una transformación en la vida de sus conciudadanos con una acentuada crítica socia113, con el rechazo a las alianzas políticas de sus jefes14, y con un severo correctivo al sincretismo religioso y a la degradación de los servidores del culto15, todo ello favorecido por los poderes políticos, económicos y religiosos de este tiempo.

13 «¡Ay de los que convierten la justicia en acíbar y arrastran por el suelo el derecho, odian a los fiscales del tribunal y detestan al que depone exactamente! Pues por haber conculcado al indigente exigiéndole un tribu-to de grano, si construís casas de sillares, no las habitaréis; si plantáis viñas selectas, no beberéis de su vino. Sé bien vuestros muchos crímenes e innumerables pecados; estrujáis al inocente, aceptáis sobornos, atropelláis a los pobres en el tribunal». Am 5,7-12; cf. 2,6-14; 6,12; Os 10,12-13; 2,21; Miq 3,1-3.9-11; 6,8; Jer 4,3; Is 1,23; 5,1-7; etc.

14 «Oprime Efraín, quebranta el derecho, está empeñado en seguir la idolatría. Pues yo soy polilla para Efraín, carcoma para la casa de Judá». Os 5,11-12; cf. Is 7; 30,15; etc.

15 «¡Qué me importa el número de vuestros sacrificios? —dice el Señor. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones; la sangre de novillos, corderos y machos cabríos no me agrada. Cuando entráis a visitarme y pisáis mis atrios, ¿quién exige algo de vuestras manos? No me traigáis más dones vacíos, más incienso execrable. Novilunios, sábados, asambleas... no aguanto reuniones y crímenes. Vuestras solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. Cuan-do extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda». Is 1,10-17; cf. Os 4,1-4; Am 5,21-27; etc.

Lo que más bien proclama Juan es una intervención de Dios en la línea de la profecía orientada de forma escatológica que surge después del fracaso de los restauradores del posexilio con sus denodados esfuerzos de salvar al pueblo elegido como nación por medio de la edificación del templo, reestructuración de las tradiciones y regeneración de las costumbres. El permanente sometimiento del pueblo a las grandes potencias y las manifiestas injusticias que sufren los judíos de manos de los potentados de turno relega e incluso hace olvidar en parte el deseo de que Israel y Judá retomen su dignidad como nación, según la monarquía idealizada de David.

En este tiempo la esperanza no se centra en que Dios se acerque a sus elegidos y dé la posibilidad de disfrutar la justicia y la libertad que se experimenta en la época en la que Israel se con-figura en tribus. Por el contrario, y con ciertas raíces históricas, en el posexilio nace una profecía escatológica que defiende una actuación divina al final de los tiempos para abrir definitiva-mente la historia a unas nuevas posibilidades de vida que destierren el pecado, la muerte, la injusticia y la esclavitud. En este «final de los días», o en este «detrás de los días» se dará una situación en la que se inaugurarán «un cielo nuevo y una tierra nueva»16 a partir de un juicio divino17. Se conseguirá, es verdad, la paz /plenitud (shalom), la justicia/equilibrio (sedagd) y la amistad (hesed), como se viene prometiendo como contenido de la esperanza desde mucho tiempo en Israel, pero esta vez se lleva-

16 Is 65,17; cf. 66,22; Ap 21; se abren en los apocalipsis a una recreación total más allá de la paz paradisíaca, cf. Is 11,1-9.

17 «Dice el Señor de los ejércitos: el día que yo actúe, ellos serán mi propiedad; los perdonaré como un padre al hijo que le sirve; entonces veréis la diferencia entre buenos y malos, entre los que sirven a Dios y no le sirven...». Mal 3,17-21; cf. 2,17; 3,5; Is 29,17-24; 56,9-57; Dn 2,28; 8,17.

rá a cabo con una intervención personal del Señor, que rehará la existencia humana y la del cosmos con la consiguiente novedad que supone la presencia de la gloria divina en la creación18.

Juan actúa, más o menos, dentro de este marco, es decir, bajo la certeza del «día del Señor», que en su voz se transforma en la ira inminente de Dios; de la santidad de Dios que reacciona ante la infidelidad de su pueblo, y con ciertos tonos apocalípticos muy evidentes en el texto citado del documento «Q». Juan está convencido de que, definitivamente, «llega implacable el día del Señor, su cólera y el estallido de su ira, para dejar la tierra desolada exterminando de ella a los pecadores» (Is 13,9; cf. Sof 1,14-16).

La clara conciencia de Juan sobre la pronta intervención divina no le conduce a una revisión de las instituciones sociales y religiosas, como sucedió en tiempos pasados, porque, entre otras cosas, él ya ha prescindido del templo, del sacerdocio y de las instituciones políticas; y, por otra parte, tampoco pretende detener y frenar la inminencia de la acción condenatoria del Señor con las consabidas reformas, sino que su pretensión es que la gente que se le acerca tome conciencia de su pecado y pueda descubrir a Dios y encontrarse con Él de una forma ami-gable y misericordiosa. Por eso advierte que ya está el hacha dis-puesta a cortar, y lo infructuoso será desechado, «porque el fin está fijado» (Dn 8,19), «porque lo que está decidido se cumplirá» (11,36)19.

Esta advertencia la hace Juan como «hijo de Israel», como un miembro más perteneciente al pueblo elegido que vive con dolor el peligro de la situación. Pues no hay que olvidar que el profeta no se coloca más allá de la esperanza de su pueblo o

18 «Porque así dice el Señor: Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz; como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones. Mamaréis, os llevarán en brazos, y sobre las rodillas os acariciarán». Is 66,12; cf. 65,17; Ez 38-39.

19 «Mirad, el Señor de los ejércitos desgaja con violencia el ramaje, son talados los árboles próceres, los más altos se desploman; es cortada a hachazos la espesura del bosque y a manos del Poderoso el Líbano va cayendo». Is 10,33-34; cf. 32,19; Q/Lc 3,19; Mt 3,10.

fuera de las vicisitudes que atraviesan los creyentes, sino que se inserta, a pesar de sus posibles visiones y experiencias persona-les divinas, típicas de cualquier profeta, en la relación próxima y liberadora del Señor. Por esto pretende convencer a los israelitas que se le acercan de que sean conscientes de la gravedad de la situación. Porque no vale la garantía de tener «por padre a Abrahán» (cf. Q/Lc 3,8; Mt 3,9), ya que lo que se ha perdido es la consecuencia política y la consiguiente libertad que le da la Alianza como pueblo elegido, aunque sigan creyendo en la patente salvadora que entraña. En definitiva, es una nueva situación inscrita en la dimensión escatológica a inaugurar, donde Dios puede rehacer todo de nuevo, haciendo hijos suyos a personas desconocidas y situadas en la periferia de Israel.

Las diatribas lanzadas por Juan intentan provocar una con-versión que, por una parte, alcance al individuo20, al pueblo21 y a toda la humanidad22; y, por otra, suponga en el creyente un cambio de corazón, de toda la interioridad humana23 y que se exprese en la conducta. Se hace referencia al término shub, vuelta, retorno al camino de Dios, que jamás se debió abandonar. Alcanza, pues, lo más profundo de la persona y va más allá de toda práctica religiosa, incluso del bautismo que el mismo Juan realiza. Esta enmienda y arrepentimiento sigue el pensar de Ezequiel: «Quitaos de encima los delitos que habéis perpetrado y estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo, y así no moriréis, casa de Israel» (18,31; cf. 36,26).

20 «Así dice el Señor: Yo, el alfarero, os preparo un castigo y medito un plan contra vosotros. Que se convierta cada cual de su mala conducta, enmendad vuestra conducta y vuestras acciones» (Jr 18,11); «El Señor viene a entablar un pleito con los jefes y príncipes de su pueblo. Vosotros devastabais las viñas, tenéis en casa lo robado al pobre. ¿Qué es eso? ¿Trituráis a mi pueblo, moléis el rostro de los desvalidos?». Is 3,14-15; cf. 5,1-7; Am 2,7.

21 «Pues bien, casa de Israel, os juzgaré a cada uno según su proceder. Arrepentíos y convertíos de vuestros delitos y no caeréis en pecado». Ez 18,30.

22 Is 19,22-25; cf. 45,1-25; 66,18-21.

23 «Aunque se consuman mi carne y mi mente, Dios es la roca de mi mente, mi lote perpetuo». Sal 73,26.

No obstante esto, la transformación del creyente y de la colectividad judía no fuerza el cambio de la decisión divina. La enmienda mira exclusivamente al hombre, pues sea cual fuere el comportamiento humano, Dios está ya al llegar. La decisión divina está tomada, y corresponde al hombre modificar su vida.


4.3. El Bautista

4.3.1. «Yo os bautizo con agua en señal de arrepentimiento» (Mt 3,11; cf. Mc 1,5). Juan une la conversión al bautismo, y éste confiere al profeta su sobrenombre: el Bautista. Josefo y los Evangelios lo nombran de esta forma como signo distintivo de su vida y misión24.

En la tradición judía el agua lleva consigo cierta idea de destrucción, de aniquilación: «Me cercaban lazos de Muerte, torren-tes destructores me aterraban» (Sal 18,5); «Me hundo en un cieno profundo y no puedo hacer pie; me he adentrado en aguas hondas y me arrastra la corriente» (Sal 69,3). Y, además, lavarse, o sumergirse, o zambullirse en el agua es signo también de dejar un estado de vida y pasar a otro; por ejemplo, de la esclavitud a la libertad, o de abandono de unas costumbres vitales y sociales y adhesión a otras nuevas, realidad que sucede cuando un pagano se convierte a las creencias judías. En el libro de los Reyes (2Re 5,1-14) se cuenta que un jefe del rey de Arán, llamado Naamán, leproso, por mandato del profeta Eliseo se bañó siete veces en el Jordán y quedó curado. Y con el tiempo pasa a significar el hecho de bautizarse, zambullirse en el agua, en definitiva un rito de purificación: «Uno se purifica del contacto de un cadáver y lo vuelve a tocar, ¿de qué le sirve el baño [de purificación]?» (Eclo 34,25; cf. Jud 12,7). Por último, el agua es símbolo de fertilidad y de bienestar, como canta el salmista (46,5): «Un río con sus acequias alegra la ciudad de Dios: santuario de la morada del Altísimo» (cf. Ez 47; Is 8,5-8).

24 «... quien de esta manera habría castigado muy justamente a Herodes en represalia por la muerte de Juan, de sobrenombre Bautista...». Ant., 18,116, II 1098; cf. Mc 1,4; 6,25; 8,28; Mt 3,1; 11,11-12; 14,2.8; 16,14; 17,13; Lc 7,20; 9,19.

Este lavado ritual como signo de purificación es corriente en la época de Juan. Tiene su origen cuando el pueblo judío se radicaliza en esta costumbre purificatoria, después de la helenización de las costumbres y la persecución de Antíoco Epífanes, con la rebelión de los Macabeos el año 166 a.C.25. Este sentido de purificación se observa cuando Simón toma Gazara: «Simón [...] purificó las casas en que las había ídolos, y entonces entró en la ciudad entre cantos de alabanza y acción de gracias. Echó fuera de la ciudad todo lo que la profanaba e instaló en ella gente observante de la Ley» (1Mac 13,47-48). Con esto Israel buscó de nuevo su identidad, y progresivamente la pureza pasó de los sacerdotes al servicio del templo a todos los creyentes judíos. Prueba de ello es que Josefo sitúa el origen de los esenios, fariseos y saduceos en esta idea de purificación26, y en tiempos de Juan alude a la costumbre de Banus de bañarse con frecuencia en agua fría para purificarse27.

Especial importancia comporta la purificación y las abluciones entre los esenios del Qumrán, contemporáneos del Bautista, y con ellas transfieren a la comunidad los niveles de pureza y santidad que, de una forma progresiva, existen en los círculos concéntricos señalados en torno al «sancta sanctorum» del Templo de Jerusalén. Los esenios del Qumrán relacionan la impureza ritual con la impureza moral, de forma que es necesaria la purificación ante una situación de pecado por ausencia patente de Dios, ausencia que alcanza a todos los humanos: «Yo pertenezco a la humanidad impía, a la asamblea de la carne perversa. Mis iniquidades [...] pertenecen a la asamblea de los gusanos y de quienes caminan en tinieblas» (1QS 9,9-10, 60). La equiparación de impureza y pecado conduce a una situación tal que sólo es posible la salvación por la actuación Dios: «Con la abundancia de su bondad él expiará todas mis iniquidades, y con su justicia él me purificará de la impureza del hombre y del pecado del hijo del hombre» (1QS 11,14-15, 65). De esta manera la purificación lleva consigo también la salvación.

25 Cf. supra, 2.3.1., 133.
26 Guerra, 2,119-166, 279-290.
27 Cf. supra, nota 8, 171-172.

La purificación se expresa por las abluciones y termina en la comunión con los ángeles en el templo celeste (1QM 12,7-9, 156). Pero esta salvación sólo es dada a los miembros de la comunidad: «Puesto que por el espíritu de la comunidad de verdad/ con relación al camino del hombre/serán expiadas todas sus iniquidades para que contemple la luz de la vida; y por el santo espíritu, [dado] a la comunidad en su verdad, será purificado de todas sus iniquidades; y por el espíritu de rectitud y de humildad será expiado su pecado; y por la humildad de su alma para todas las leyes de Dios será purificada su carne, asperjándola con aguas lustrales y santificándose con aguas de pureza»28.

A pesar de las diferencias con Juan subrayadas antes, los esenios también forman parte del ambiente existente en Israel y en el que se percibe una situación social de degradación religiosa, de la cual se intenta salir por el arrepentimiento y cambio de conducta personal. Así se puede evitar el castigo divino y ganar, por el contrario, el favor de Dios por su bondad. Juan, sin duda, se coloca en esta órbita. Aunque él es el «Bautista», el que sumerge en el agua a todo el que se le acerca, y, al parecer, lo hace una sola vez, indicando con ello que la venida de Dios es inminente; mas el fiel judío acude a Juan arrepentido de sus pecados y en la espera de un juicio que Juan anuncia cercano.

4.3.2. El sentido de este rito, en continuidad con lo dicho, lo expresa Marcos de la siguiente manera: «Apareció Juan [...] predicando un bautismo de penitencia para el perdón de los peca-dos. Toda la población de Judea y de Jerusalén acudía [...] confesando sus pecados» (1,4-5). El pecado se centra en el ámbito de la maldad humana y no hay por qué desligarlo de la gran tradición profética y del contexto en el que se mueve el Bautista. La estructura fuertemente teocrática de Israel, fundada en la Alianza, hace del pecado un desviarse del camino que se recorre con el Señor en la historia, o un rechazo a los continuos proyectos vitales que, nacidos de la fidelidad a la Alianza, cubren

28 1QS 3,6-9, 52; cf. 4,20-22, 53-54.

toda la vida personal e institucional de la sociedad. De esta forma los pecados afectan al comportamiento moral, social y político.

Juan, como todos los profetas, reprocha a las «gentes» (Q / Lc 3,7), o a los «fariseos y saduceos» (Q/Mt 3,7), su «dureza de corazón» (Jer 7,26), sea cual fuere el origen del pecado, personal o social, pues en cualquier caso es una realidad que afecta a la relación con Dios, al vínculo que posibilita la existencia humana desde Dios (Is 1,2-3). Por consiguiente, pecar es romper la relación amorosa de Dios29; o la relación fiel30; o la relación justa31; o lo que es peor, olvidar a quien sostiene y justifica la vida misma: «... de ese pueblo que se niega a obedecerme, que se porta obstinadamente, que sigue a dioses extranjeros y les rinde adoración. Serán como ese cinturón inservible» (Jer 13,10).

De ahí que no sea extraño que también en estos tiempos del Bautista se sienta y se piense como abominable, digno de destrucción y quema, dar la espalda a Dios o dejar de convivir con Él allí donde se manifiesta y habita de una forma privilegiada. La arrogancia o autosuficiencia del poder político es digna de condena; ellos gobiernan al margen de su pertenencia al Señor y del bien del pueblo, vendiéndose a los más poderosos a costa de lo que sea: «Pues ha marchado a Asiria Efraín como burro cimarrón. Efraín contrata amores...» (Os 8,9; cf. Is 2,10.12-17). El menosprecio a los huérfanos y a las viudas, comprendidos como

29 Jer 3,1-5; cf. Is 48,8; Os 2,1-3; Ez 16,8-18.

30 «Pues bien, respetad al Señor, servidle con toda sinceridad; quitad de en medio a los dioses a los que sirvieron vuestros padres al otro lado del río y en Egipto, y servid al Señor». Jos 24,14; cf. Is 9,9-10; Ex 17,12; Dt 32,4; 1Re 8,56-58; Sal 25,10; 31,6; 36,6; etc., ya que la infidelidad a Dios lleva a la del hombre: «... Guárdese cada uno de su prójimo, no os fiéis del hermano, el hermano pone zancadillas y el prójimo anda difamando; se estafan unos a otros y no dicen la verdad, entrenan sus lenguas en la mentira, están depravados y son incapaces de convertirse: fraude sobre fraude, engaño sobre engaño, y rechazan mi conocimiento». Jer 9,2-5.

31 «Así dice el Señor: A Israel, por tres delitos y por el cuarto, no lo perdonaré: porque venden al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias; revuelcan en el polvo al desvalido y tuercen el proceso del indigente». Am 2,6-7.

los más pobres de los pobres32 y símbolo de las permanentes injusticias de las clases dominantes, supone un atentado a la experiencia primera de Dios, donde la razón de la existencia de Israel, es decir, la tierra y la libertad unidas a la Alianza, fueron un don de Dios ofrecido al comienzo de su historia (cf. Am 2,6-16). Por eso es impensable que la justicia se lleve a cabo por razón de los intereses de los ricos, que se valen de toda clase de artimañas para someter a los débiles: «Sus casas están llenas de fraudes como una canasta está llena de pájaros, así es como medran y se enriquecen, engordan y prosperan; rebosan de malas palabras, no juzgan según derecho, no defienden la causa del huérfano» (Jer 5,27-28).

Esto conduce a la rebelión contra el Señor (Am 4,4), porque su culto es la tapadera de tales injusticias, ejercido por sacerdotes degradados y sometido a toda clase de corruptelas33, lo que con-lleva que ni siquiera se justifique dicho culto, ni para Dios, ni para los creyentes: «Sus jueces juzgan por soborno, sus sacerdotes predican a sueldo, sus profetas adivinan por dinero; y encima se apoyan en el Señor diciendo: ¿No está el Señor en medio de nosotros? No nos sucederá nada malo. Pues por vuestra culpa Sión será un campo arado, Jerusalén será una ruina, el monte del templo, un cerro de breñas» (Miq 3,11-12).

Estos ecos de la gran tradición profética del siglo VIII a.C. siempre se actualizan cuando se pretende una nueva reforma de la sociedad israelita, o se hace referencia al límite del tiempo o fin de la historia ante situaciones pecaminosas. Por eso bien puede clamar el Bautista por boca de Oseas: «... que no hay ver-

32 «Tus jefes son bandidos, socios de ladrones: todos amigos de sobornos, en busca de regalos. No defienden al huérfano, no se encargan de la causa de la viuda». Is 1,23; cf. 10,1-2; Miq 3,1-3.9.11.

33 «Aunque nadie acuse, nadie reprenda; ¡contigo va mi pleito, sacerdote! [...] (La fornicación), el vino y el licor quitan el juicio a mi pueblo, consulta a su leño, escucha el oráculo de su vara. [...]Sacrifican en la cumbre de los montes y queman ofrendas en las colinas, debajo de encimas y álamos y terebintos de agradable sombra. [...] Sacrifican con rameras del templo (EI pueblo incauto va a la ruina)». Os 4,4.11-14; cf. 7,14; Is 28,7-13; Jer 2,8; 6,13; Miq 3,11; Sof 3,4; Mal 1,6-2,9.

dad ni lealtad, ni conocimiento de Dios en el país, sino jura-mento y mentira, asesinato y robo, adulterio y libertinaje, homicidio más homicidio. Por eso gime el país y desfallecen sus habitantes» (4,1-3). Esta ofensa a Dios, que se revuelve contra la misma creación, le obliga a clamar: «¿Es a mí a quien irritan — oráculo del Señor— o más bien a sí mismos, para su confusión? Por eso dice el Señor: Mirad, mi ira y mi cólera se derraman sobre ese lugar, sobre hombres y ganados...» (Jer 7,19-20), y lleva a Juan a proponer la conversión para librarse del juicio de condena del Señor: «Dad fruto digno de conversión» (Q/Lc 3,8; Mt 3,8).


4.3.3. Este arrepentimiento de los pecados se expresa con una confesión general, al estilo como se describe en los profetas: «Todos estábamos contaminados, nuestra justicia era un paño asqueroso; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento [...] Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano» (Is 64,5-7)34. El creyente de Israel participa de los pecados que corroen la relación histórica de Israel con el Señor y confiesa su participación en la medida en que participa también de los bienes salvíficos que el Señor concede conti uamente a su pueblo. Es adoptar una actitud sumisa y conf ada en la clemencia de Dios, donde se recrea la esperanza en e que va a perdonar. Por eso también este acto colectivo implica alabanza y acción de gracias. Es el contenido de la palabra hebrea yádáh, y, por lo tanto, tiene un significado muy dis-tinto a la confesión individual que la tradición cristiana ha favorecido para recibir el juicio salvador de Dios. La máxima expresión de esta confesión colectiva de Israel, conducida por

34 En la comunidad del Qumrán: «[Y todos] los que entran en la alianza confesarán después de ellos y dirán: Hemos obrado inicuamente, [hemos transgredido, hemos pe]cado, actuado impíamente, nosotros y nuestros padres antes que nosotros, en cuanto que marchamos [contraria-mente a los preceptos] de verdad y justicia [...] su juicio contra nosotros y contra nuestros padres; pero él ha derramado su gracia misericordiosa por siempre jamás». 1QS 1,24-2,1, 50; cf. Neh 9,16-37; Dn 9,4-19.

el sumo sacerdote en el templo, se celebra en el Día de la Expiación, yón kippur, fijada el 10 del mes de tishri (setiembre-octubre) de cada año (cf. Lev 16).

Por consiguiente, el reconocimiento del pecado ante Juan es una muestra del alejamiento, tanto de la gente como del Bautista, del lugar privilegiado de la reconciliación. Las afirmaciones referidas sobre la degradación del culto oficial en tiempos anteriores, también se reproducen en este tiempo del bautista Juan. No es extraño que los piadosos judíos busquen ante él la posible respuesta misericordiosa de Dios. El bautismo, entonces, «para el perdón de los pecados» (Mc 1,4), supone un acto simbólico mediante el cual se garantiza de alguna forma la salvación ante la inminente venida del Señor. Y dicho bautismo va más allá de una simple señal externa del arrepentimiento interior del creyente. Es expresar que, tanto el perdón como la salvación venidera, proceden y se originan en la acción de Dios, que está por encima del esfuerzo humano que acarrea la conversión. Como también es verdad que dicho esfuerzo humano muestra el cambio de conducta del arrepentido y manifiesta a los demás la coherencia de su actitud y el comienzo de una nueva vida regalada por Dios.

Aunque Lucas (3,10-14) relate una tradición posterior, quizás unida al discipulado de Juan, la recomendación que hace de ciertas normativas morales, propias del pensamiento grecorromano sobre el cultivo de la virtud, no es del todo excluyente del profetismo escatológico. En este sentido, Juan, como maestro de sabiduría, aplica a tres grupos la práctica de la justicia, que se añade a las recomendaciones que da Mateo (3,7) a los saduceos y fariseos. Así, como signo de la conversión, avisa a las gentes que compartan la comida y el vestido, expresión del manda-miento de amor al prójimo, para que nadie sufra la desnudez, según Dt 15,4; a los recaudadores que ajusten su cobro a lo man-dado; y a los soldados, seguramente mercenarios de Herodes Antipas, hombres alistados en su ejército, que vivan con su sueldo sin extorsionar al pueblo.

En definitiva, la acción bautismal de Juan se sitúa en el umbral del encuentro definitivo de Dios con el hombre, y con dicho encuentro el Bautista garantiza al convertido la apertura a la salvación. Esto es posible porque en el acto y espacio futuros en el que se encontrará el creyente con Dios, recibirá el perdón de sus pecados.


4.4. El que viene (Ho erchomenos)

4.4.1. Juan, como profeta escatológico, añade algo más a todo lo que ha propuesto a la gente: la intervención última de Dios se lleva a cabo por medio de un enviado suyo, por un mediador, como casi siempre ha ocurrido en la historia de la salvación. Y dice: «Detrás de mi viene (erchetai) uno con más autoridad que yo, y yo no tengo derecho a agacharme para soltarle la correa de las sandalias. Yo os bautizo con agua, él os bautizará con Espíritu Santo» (Mc 1,7-8; cf. Q/Lc 3,16; Mt 3,11).

Es cierto que las esperanzas judías sobre el final de la historia presentan muchos perfiles y se configuran de las formas más variadas. De esta manera, el personaje a quien se refiere Juan puede ser el apocalíptico «hijo del hombre». Aunque es un ser humano, supera su condición natural y está capacitado para 11evar a cabo la salvación en nombre de Dios35. O un mesías «juez», que dilucidará al final de los tiempos el futuro de cada persona, separando el bien y el ma136; o un mesías profeta, al estilo de Moisés37, o de Elías, del cual ya había anunciado Malaquías que

35 «Seguí mirando, y en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo una figura humana, que se acercó al anciano y fue presentada ante él. Le dieron poder real y dominio: todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin». Dan 7,13-14; cf. Ez 2,1; Q/Lc 9,58; Mt 8,20.

36 «Caos, caos, todo lo convierto en caos. Pero esto no sucederá hasta que llegue el que ha de ejecutar la sentencia que yo le he encargado». Ez 21,32.

37 «Un profeta de los tuyos, de tus hermanos, como yo, te suscitará el Señor, tu Dios; a él le escucharéis. [...] Suscitaré un profeta de entre sus her-manos, como tú. Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá». Dt 18,15-20; cf. 1Mac 4,40-41; 14,41.

precedería al Señor en su actuación como juez de la historia38; o un mesías rey a la manera de David39; o un mesías sacerdotal, como Melquisedec, que además sugiere la secta del Qumrán40; o el Enmanuel, el mesías salvador, largo tiempo esperado y anunciado por los profetas41

Por otra parte, en ese «más fuerte» puede indicar Juan al mismo Dios42, siendo él su portavoz previo. Las imágenes evangélicas de que «el hacha ya está aplicada a la cepa del árbol: árbol que no produzca frutos buenos será cortado y arrojado al fuego» (Q/Lc 3,9; Mt 3,10) insinúan que es el Todopoderoso el

38 «Y yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible: reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra». Mal 3,23-24; cf. 3,2-21; Mt 17,10.

39 «A ti, Judá, te alabarán tus hermanos, pondrás la mano sobre la cerviz de tus enemigos, se postrarán ante ti los hijos de tu padre. [...] No se apartará de Judá el cetro ni el bastón de mando de entre sus rodillas hasta que le traigan tributo y le rindan homenaje los pueblos». Gén 49,8-10.

40 «Lo ha jurado Yahvé y no va a retractarse: 'Tú eres por siempre sacerdote, según el orden de Melquisedec' (Sal 110,4; cf. Gén 14,18-20). Pero Melquisedec ejecutará la venganza de los juicios de Dios [en ese día, y ellos serán librados de las manos] de Belial y de las manos de todos los espíritus de su lote]. En su ayuda (vendrán) todos 'los dioses de [justicia'; él] es qui[en prevalecerá en ese día sobre] todos los hijos de Dios, y él pre[sidirá la asamblea esta. Éste es el día de [la paz del que] habló [Dios de antiguo por las palabras de Isa]ías el profeta, que dijo: 'Qué] bellos son sobre los montes los pies del pregonero que anuncia la paz, del pre[gonero del bien que anuncia la salvación,] diciendo a Sión: —tu Dios reina']. Su interpretación: Los montes son los profe[tas...] Y el pregonero es [el un]gido del espíritu del que habló Da[niel [...] y el pregonero del] bien que anuncia la salva[ción es aquel del que está escrito que [él se lo enviará 'para consolar a los afligidos, para vigilar sobre los afligidos de Sión']». 11QMel 13-20, 186-187.

41 «Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la joven está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel». Is 7,14; cf. 8,8; 9,6; 11,3-4; Miq 5,1-5; Mt 1,20; Lc 1,13-14.30-31.

42 «Aquel día trillará el Señor las espigas desde el Gran Río hasta el Torrente de Egipto; pero vosotros, israelitas, seréis espigados uno a uno. Aquel día sonará la gran trompeta, y vendrán Ios dispersos de Asiria, los desterrados de Egipto, para postrarse ante el Señor en el monte santo de Jerusalén». Is 27,12-13; cf. 1,24; Jer 13,24; 15,7; Mal 3,19.

que se avecina para salvar la bondad de la creación. O se puede pensar en Dios en su función de juez escatológico que Mateo dice al final del párrafo paralelo al citado más arriba de Marcos: «Ya empuña el bieldo para aventar su era: el trigo lo reunirá en el granero, la paja la quemará en un fuego que no se apaga» (3,12; cf. Is 66,24). Incluso se puede relacionar el bautismo escatológico con el Espíritu, según Marcos, con la actuación de Dios en los tiempos finales de la historia43. A pesar de esto, no parece que Juan piense en Dios, simplemente por lo que dice a continuación sobre su indignidad de desatarle la correa de las sandalias, además de que no parece necesario designar a Dios como «más fuerte que él». La frase conduce y se orienta hacia alguien que pertenece a su ámbito histórico, aunque sea más poderoso. Se puede añadir que la pregunta que hace el Bautista por medio de sus discípulos, si es Jesús el que ha de venir (Mt 11,3), excluye la referencia a Dios. El sentido de la frase citada indica el con-vencimiento de Juan de que alguien, más decisivo que él en la historia de la salvación, actuará esta salvación después de su bautismo.

Por eso, la imagen de que no tiene derecho a desatarle las correas de la sandalias (Marcos/Lucas), o llevarle las sandalias (Mateo), ahoiidan la distancia entre Juan y el que ha de venir, «el más fuerte», y sugieren que él no es digno para realizar la función que tiene encomendada Dios al que enviará en un futuro. Aunque esta imagen de servidumbre que implica el desatar las sandalias puede significar también la del nuevo esposo, que, según la ley del levirato44, adquiere la viuda cuando el hermano

43 «Después derramaré mi espíritu sobre todos: vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes verán visiones. También sobre siervos y siervas derramaré mi espíritu aquel día. Haré prodigios en cielo y tierra [...] antes de llegar el día del Señor grande y terrible. Todos los que invoquen el nombre del Señor se librarán: en el monte de Sión quedará un resto —lo dice el Señor—, en Jerusalén los supervivientes que él convoque». Joel 3,1-5; cf. Ez 36,25-27; 1QS 4,21, 54.

44 «Antiguamente había esta costumbre en Israel, cuando se trataba de rescate o de permuta: para cerrar el trato se quitaba uno la sandalia y se la daba al otro. Así se hacían los tratos en Israel. [...] Boaz dijo a los concejales y a la gente: Os tomo por testigos [...] de que adquiero como esposa a Rut, la moabita, la mujer de Majlón, con el fin de conservar el apellido del difunto en su heredad, para que no desaparezca el apellido del difunto entre sus parientes y paisanos». Rut 4,7-10; cf. Dt 25,5-10.

de su marido difunto no la quiere tomar por esposa y darle un hijo para perpetuar su nombre. Es entonces cuando el pariente más cercano toma las sandalias del hermano del difunto para desposarse con su mujer. El gesto es el contrato de cambio y símbolo del derecho que da el poner los pies en una nueva tierra. En este caso, la antigua alianza, la que ha tenido al Señor y a Israel desposados45, queda anulada46, y Juan abre un nuevo camino, por mucho tiempo anunciado47, en el que se encontrarán definitivamente Dios y el hombre por medio de la presencia de alguien que ha tomado las sandalias para desposar a un nuevo pueblo con el que realmente se dé la fidelidad y amor mutuo, y que antes no se dio entre el Señor e Israel por la infidelidad de éste. En esta alianza se acentuará el perdón de los pecados por voluntad divina (Ez 36,25), la retribución personal por la responsabilidad individual de los actos (Ez 14,12), la exclusión de una religiosidad externa, acentuando una relación con Dios por la hondura del corazón, sin descuidar la fidelidad a la ley y una presencia de Dios que se palpará en la buenas cosechas y en la paz de Israel48.

45 «Pues el que te hizo te toma como esposa: su nombre es el Señor de los ejércitos. Tu redentor es el Santo de Israel, se llama Dios de toda la tierra. Como mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar el Señor; como esposa de juventud». Is 54,5-6; cf. Os 2.

46 «Actuaré contigo conforme a tus acciones, pues menospreciaste el juramento y quebrantaste la alianza». Ez 16,59.

47 «Pero yo me acordaré de la alianza que hice contigo cuando eras moza y haré contigo una alianza eterna». Ez 16,60; cf. infra, nota 49.

48 «Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres; vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios. Os libraré de vuestras inmundicias, llamaré al grano y lo haré abundar y no os dejaré pasar hambre; haré que abunden los frutos de los árboles y las cosechas de los campos, para que no os insulten los paganos llamándoos —muertos de hambre». Ez 36,28-30.

Los bautizados con agua por Juan, que serán desposados con el que enviará el Señor, también tendrán la oportunidad de que, el que viene, les bautice «con Espíritu Santo»49. Esta dimensión escatológica del Espíritu anunciada desde antiguo como un don mesiánico50, y que está en el ambiente de Juan51, se ha descrito como aliento de Dios para expresar su fuerza, o como una lluvia que empapa la tierra y una aspersión que moja por entero al hombre52 y que infunde la vida de Dios. Este Espíritu santo de Dios originará la renovación interior del hombre53 dando lugar a una nueva alianza o a una nueva situación del hombre ante Dios54 y ante los demás hombres. He aquí la descripción de Isaías: «Hasta que se derrame sobre vosotros un aliento de lo alto; entonces el desierto será un vergel, el vergel contará como un bosque, en el desierto morará la justicia, y el derecho habitará en

49 «Yo os bautizo con agua, él os bautizará con Espíritu Santo». Mc 1,8; Q/Lc 3,16; Mt 3,11; cf. In 1,33; Hech 1,5; 11,16.

50 «Después de esto yo derramaré mi espíritu sobre todo mortal y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, vuestros ancianos tendrán sueños, vuestros jóvenes verán visiones. Y hasta sobre siervos y siervas derramaré mi espíritu en aquellos días. Y realizaré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, fuego y columnas de humo». J13,1-3; cf. Núm 11,29; Ez 36,27; Hech 1,8; 2,16-21.

51 «Porque por el espíritu de consejo verdadero sobre los caminos del hombre son expiadas todas sus iniquidades para que pueda contemplar la luz de la vida. Y por el espíritu de santidad que le une a su verdad es purificado de todas sus iniquidades. Y por el espíritu de rectitud y humildad su pecado es expiado. Y por la sumisión de su alma a todas las leyes de Dios es purificada su carne al ser rociada con aguas lustrales y ser santificada con las aguas de contrición». 1QS 3,6-9, 52.

52 «Os rociaré con agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar». Ez 36,25; cf. Is 63,14; Miq 3,8.

53 «Infundiré mi espíritu en vosotros para que reviváis, os estableceré en vuestra tierra, y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago —oráculo del Señor—». Ez 37,14.

54 «Mirad que llegan días —oráculo del Señor— que haré una alianza nueva; [...] así será la alianza que haré con Israel en aquel tiempo futuro — oráculo del Señor—: meteré mi Ley en su pecho, la escribiré en su corazón, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo». Jer 31,31-33; cf. 4,4; Is 55,10; 59,21; 61,8; Ez 11,20; 36,25-29; 37,10.27; Sal 51,12; Bar 2,35.

el vergel, el efecto de la justicia será la paz, la función de la justicia, calma y tranquilidad perpetuas» (32,15-18). Por eso el bautismo de agua de Juan es sólo un preámbulo, o una sombra de lo definitivo, que dará más adelante alguien capacitado por el mismo Espíritu a fin de llevar a cabo la postrera renovación de Israel en sus mismas entrañas, y no una renovación superficial que pueda perderse, como tantas veces ha sucedido, ante cualquier obstáculo que encuentre.

4.4.2. Esta voz del Bautista, que apunta a un personaje más importante que él y a una acción más decisiva que la suya, con las que Dios introducirá la salvación a su creación, no responde a un conocimiento claro del que va a ser el enviado por Dios. A esto se añade que cuando Juan está ya encarcelado por Herodes en la fortaleza de Maqueronte y próxima ya su muerte (Mc 6,17-20par), comprende que todas sus expectativas sobre el final de la historia no corresponden a lo que está viviendo en esos momentos. Se encuentra en una situación parecida a la de Pablo, que esperaba también que los acontecimientos de la resurrección final se darían mientras él viviera55, y que más tarde tuvo que corregir ante la evidencia de que tal suceso se retrasaba56.

A la impotencia de Juan se añade la potencia que demuestra Jesús de Nazaret, cuando comienza la predicación en Galilea con signos y prodigios57 que, de alguna manera, varían las previsiones de la actuación iracunda de Dios en los tiempos finales. Así, pues, llama poderosamente la atención de Juan que, de una forma inesperada, alguien de su entorno inaugure un estilo de ser ante Dios y los hombres muy distinto al suyo y con un men-

55 «Esto os lo decimos apoyados en la palabra del Señor: los que que-demos vivos hasta la venida del Señor no nos adelantaremos a los ya muertos» (1Tes 4,15); cf. 1Cor 15,51-52.

56 Cf. Flp 1,20-26; cf. 2Cor 4,16-5,10.

57 «Israelitas, escuchad mis palabras. Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante vosotros con Ios milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien sabéis» (Hech 2,22); «Por estas fechas vivió Jesús, un hombre sabio, [si es que procede llamarlo hombre]. Pues fue autor de hechos extraordinarios...». JOSEFO, Ant., 18,63, II 1089.

saje y unas obras sorprendentes, por más que el mismo Jesús, como Juan, espera que la anunciada intervención divina esté cercana. Sus discípulos le comunican la actuación triunfante de Jesús (Q/Lc 7,18; Mt 11,2) y es posible que nazca en él un interrogante sobre la persona del Nazareno y se sienta atenazado por la duda sobre la importante variación de su mensaje.

Es entonces cuando Juan envía a sus discípulos con este recado: «¿Eres tú el que había de venir, o tenemos que esperar a otro? [... Jesús] les respondió: Id a informar a Juan lo que habéis visto y oído: ciegos recobran la vista, cojos caminan, leprosos quedan limpios, sordos oyen, muertos resucitan, pobres reciben la buena noticia. Y dichoso el que no tropieza por mi causa»(Q/Lc 7,18-23; Mt 11,3-6). Al interrogante, por la lógica duda de Juan, responde Jesús con las señales que han dado los profetas sobre los tiempos finales cuando el Señor se decidirá definitivamente a salvar a su pueblo y a emprender el éxodo final con situaciones bien patentes de liberación: la vida para los muertos58; el oído, la vista y el alimento para los sordos, los ciegos y los pobres59; la autonomía y el habla para los paralíticos y los mudos60; y sobre todo la buena nueva a los marginados61

Pero Jesús silencia los castigos que acompañan a este tiempo y

58 «¡Vivirán tus muertos, tus cadáveres se alzarán, despertarán jubilosos los que habitan en el polvo! Porque tu rocío es rocío de luz, y la tierra de las sombras parirá». Is 26,19; cf. 25,8; Ez 37; Os 13,14.

59 «Aquel día oirán los sordos las palabras del libro, sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos; los oprimidos volverán a festejar al Señor y los pobres se alegrarán con el Santo de Israel». Is 29,18-19; cf. 6,3; 1Sam 2,5-6.

60 «Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará, porque ha brotado agua en el desierto, torrentes en la estepa, el páramo será un estanque, lo reseco un manantial». Is 35,5-6.

61 «El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor, el día del des-quite de nuestro Dios; para consolar a los afligidos, los afligidos de Sión». Is 61,1-2.

el futuro de venganza y desquite, que son parte importante del mensaje de Juan: «Dios viene vengador» (Is 35,4); «día de la venganza del Señor» (61,2); «serán aniquilados los que se des-velan por el mal» (29,20); «¿De qué os servirá el día del Señor si es tenebroso y sin luz? Como cuando huye uno del león y topa con el oso, o se mete en casa, apoya la mano en la pared y le pica la culebra ¿No es el día del Señor tenebroso y sin luz, oscuridad sin resplandor?» (Am 5,18-20).

El mensaje esperanzador de Jesús y el éxito que encuentra en los inicios de su proclamación caminan hacia su verdadera meta nacida de su experiencia de Dios: «... para dar la buena noticia a los que sufren» (Is 61,1), porque el Espíritu santo del Señor se ha derramado sobre él (Is 11,2; cf. Lc 4,18-19). Este convencimiento de Jesús sobre su elección divina y el lugar prominente que ocupa en la economía salvadora diseñada por Dios para Israel hace que invite a Juan a admitirle como el enviado divino anunciado y cambie de postura de probable perplejidad y sorpresa. Por eso: «Y dichoso el que no tropieza por mi causa» (Q/Lc 7,23; Mt 11,6).

Sin embargo, no hay respuesta alguna de Juan, y menos en un sentido positivo, es decir, que crea que Jesús es el que él ha anunciado como el «más fuerte» y el que «bautizará con Espíritu santo». Que se mantengan los discípulos de Juan en la era cristiana62, es un indicio de la no aceptación por parte de Juan de las pruebas de Jesús. Otra vez más un profeta no ve cumplidos sus designios a lo largo de su existencia, aunque, en este caso, haya tenido la posibilidad de admitir a Jesús como el enviado del Señor por el testimonio de los dos testigos escogidos entre sus discípulos y la prueba de los milagros en favor de los pobres (Q/Lc 7,18; Mt 11,2).

4.4.3. Una vez que se marchan los discípulos de Juan, es cuando Jesús se dirige a la gente ofreciendo su personal testimonio sobre el Bautista. Es importante reseñar esta opinión de Jesús, porque ayuda a perfilar la misión de Juan dentro del con-

62 Cf. Lc 11,1; Hech 18,25-26; Jn 3,25-26; 4,1-2.

texto de la historia de la salvación. «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto?, ¿una caña sacudida por el viento? ¿Qué salisteis a ver?, ¿un hombre elegantemente vestido? Mirad, los que vis-ten con elegancia y disfrutan de comodidades habitan en palacios reales» (Q/Lc 7,24-25; Mt 11,7-8). Jesús ratifica la percepción que de Juan tiene todo el pueblo, y que expresa lo descrito sobre su género de vida. La austeridad de Juan ante su convencimiento sobre la cercanía del día del Señor le configura como un personaje diametralmente opuesto a la debilidad de las cañas situadas a las orillas del Jordán en su recorrido cercano al desierto de Judea. Las cañas simbolizan la veleidad y frivolidad de ciertos personajes, o de algunos ambientes humanos e instituciones corrompidas. La aureola de sobriedad y de penitencia que caracterizan a Juan (cf. Mc 1,6; Mt 1,6.80) contrastan con el relajamiento que suele darse en la vida de los reyes y sus cortes, donde se mezclan la ambición y el lujo refinado que raya en el afeminamiento (malakos). Este mundo, cuyo exponente bien puede ser Herodes y su gente (cf. Lc 13,32), y que ha encerrado a Juan en la cárcel privándole de su libertad (cf. Mt 11,2; Lc 3,19-20), es el llamado a desaparecer en el momento y espacio de Dios que se avecina, por reducir al hombre a la auténtica esclavitud.

Pero Jesús amplía el horizonte de Juan más allá de la crítica severa a la vía infructuosa que recorre Herodes, ratificando la existencia valiosa del Bautista. «Entonces ¿qué salisteis a ver?, ¿un profeta? Os digo que sí, y más que profeta [...] Os digo que entre los nacidos de mujer ninguno es más grande que Juan»(Q / Lc 7,28; Mt 11,9-11). Jesús eleva a Juan a la más alta categoría de la economía salvadora. Su llamada y misión encomendadas por Dios no tienen parangón con ninguno de los profetas anteriores, tanto en Israel como en otros posibles ámbitos dentro de la humanidad. Él se inscribe en la cima de la dignidad humana y profética (cf. Job 14,1; 15,14).

A pesar de todo esto, Juan se queda en el umbral del nuevo tiempo que inaugura Dios con la presencia en la historia de su enviado: «Y, sin embargo, el último en el reino de Dios es mayor que él» (Q/Lc 7,28; Mt 11,11). Juan experimenta lo que le sucedió a Moisés, que, avistando la tierra prometida, no entra ni disfruta de ella, permaneciendo en la periferia (Dt 34,1-7). Esta nueva etapa histórica que inaugura una nueva presencia de Dios, la de su Reinado, es otra cosa muy diferente a lo acontecido hasta ahora. Así, los que siguen a Jesús, los más pequeños (cf. Mt 10,42), es decir, cualquiera que pertenezca al ámbito del Reinado, se coloca en un espacio nuevo jamás alcanzado en las anteriores etapas de la salvación. Por esto, y en la opinión del pueblo, Juan se entiende como el riguroso asceta, que ni se plega a los poderosos ni es seducido por la riqueza, dando un mensaje de penitencia y conversión ante el «día del Señor» que está al llegar, y, con ello, intenta rescatar a los hombres de la aniquilación fina163.

Por el contrario, y en el mismo tiempo, Jesús, perteneciente al mundo nuevo del Reinado, participa la alegre noticia del amor misericordioso de Dios a los marginados y pecadores en medio de sus labores y problemas cotidianos. De ahí que no sea extraño que los celosos de la fe judía proclamen: «Vino Juan el Bautista, que ni comía pan ni bebía vino, y decís: Está endemoniado. Vino este hombre, que come y bebe, y decís: Mirad que comilón y bebedor, amigo de recaudadores y de pecadores» (Q/Lc 7,33-34; Mt 11,18-19). Sin embargo, Dios continúa su plan de salvación, a pesar de todos los obstáculos humanos, con la predicación exigente de Juan y las obras asombrosas de Jesús. Y muchos creyentes reciben sus bautismos (Jn 3,22; 4,1) y aceptan y cumplen sus mensajes (Mc 1,22.32).

63 Cf. supra, 4.1., 172.