Mi madre y mi padre: Testigos del martirio en tiempo de los Boxers

Homilía de P. Francis Li en la Eucaristía de conmemoración de los Mártires chinos

Hong Kong. Fides, 10-11-2000.- Durante la Eucaristía en honor de los Mártires chinos, celebrada en la catedral de Hong Kong el 29.11.2000, el P. Francis Li, 80 años, de la parroquia de Santa Margarita, presentó un conmovedor testimonio sobre el martirio de algunos miembros de su familia. Su homilía, en chino, fue repetida después en inglés. Presentamos seguidamente el excepcional testimonio en traducción de nuestra redacción:

"El Evangelio de hoy (Mc 10,28-31) nos dice que quienes siguen a Jesús recibirán no sólo una recompensa centuplicada, sino que encontrarán también persecuciones. Jesús nota la reacción de Pedro a estas palabras. Y así, durante la Última Cena, repite a los discípulos: "Si el mundo os odia, sabed que primero me ha odiado a mí… Si me han perseguido a mí, os perseguirán también a vosotros (Jn 15,18-20)".

La historia de la Iglesia nos dice que la Iglesia crece en medio de persecuciones. La sangre de los mártires es semilla de cristianos. Esta es la razón por la que ha crecido la Iglesia en China.

Me siento muy honrado de dar testimonio respecto a los miembros de mi familia y de mi pueblo natal. Fueron verdaderamente mártires de la fe. Ante todo, somos felices de que el gobierno chino, en todos los mass media, haya hecho tanta publicidad de la canonización al inicio de este mes. Esto ha permitido a la gente de Hong Kong y del mundo entero conocer que la Iglesia iba a celebrar una canonización. Los que oyeron la noticia comenzaron a preguntarse: ¿Qué es una canonización? ¿Quienes son las personas canonizadas? ¿Por qué son canonizadas? ¿Y por qué hay personas que se oponen a su canonización?

Nuestra diócesis ha preparado una serie de conferencias y una celebración eucarística esta tarde en honor de los mártires chinos. Si asimilamos en nuestras vidas lo que hoy escuchamos aquí, seremos capaces de responder satisfactoriamente a esta preguntas.

La palabra "martirio", en el contexto de la fe cristiana, significa testimoniar la fe hasta el punto de sacrificar la propia vida por la fe. Por ejemplo, hablando de la Revolución de los Boxers de hace 100 años, si se te ordenaba apoyar al gobierno de la dinastía Qing y fuiste matado porque no lo hiciste, esto no es considerado un martirio. Pero los Boxers ordenaron a los misioneros y a los cristianos renunciar a su fe. Estos fueron asesinados porque se negaron a hacerlo. Esto es considerado martirio.

Durante las persecuciones de 1900, en la provincia de Shanxi, fueron enviados al Vaticano los nombres de 2.418 cristianos que habían dado su vida por la fe. En la ciudad de Taiyuan hubo 69 personas mártires del Señor. De éstos, sólo 26 fueron canonizados el pasado 1º de octubre. Los 69 mártires dieron su vida en tres fechas diferentes: el 9, el 12 y el 14 de julio. Dos mujeres murieron el 12 y 39 católicos el 14 de julio. Entre ellos se encontraban mi abuelo Li Zhongyi y mi tío Li Shiyan.Otros tres fueron gravemente heridos, entre ellos mi padre Li Shiheng.

Lo que sigue es el testimonio de las experiencias de mi madre y de mi padre en esos días.

Mi madre contaba: ‘Hacia las cuatro de la tarde del 9 de julio, mientras recitábamos las oraciones, oímos repentinamente descender del cielo una música bellísima. Nunca habíamos oído una música semejante. Repentinamente vimos una fila ordenada de banderas blancas venir de Taiyuan hacia nosotros. Esas banderas pasaron sobre nuestras cabezas y la música se hizo más fuerte y más deliciosa aún a nuestros oídos. Todos aplaudimos en nuestros corazones y nos arrodillamos. Comenzamos a animarnos unos a otros, pensando que se trataba ciertamente de la señal de que los obispos y los sacerdotes habían entregado ya su vida por la fe. Al día siguiente, una banda de soldados llegó a nuestra casa y nos anunció que los obispos y los otros habían sido matados. Todos pensamos entonces que también para nosotros había llegado la hora de dar la vida por nuestra fe. Comenzamos a prepararnos recitando oraciones sin interrupción. Después de un poco, un soldado nos gritó: ‘¿Renegáis vuestra religión o no?’. No se oyó siquiera un sonido de respuesta. Luego, el soldado ordenó que dos de las mujeres cristianas más ancianas fueran atadas y colgadas en el jardín. Lo hacían para infundir temor de la muerte a las muchachas más jóvenes. Las dos ancianas no tenían ningún temor. Animaban continuamente a las muchachas, diciendo: ‘Muchachas, ¡no tengáis miedo; la puerta del cielo está abierta; preparaos para subir al cielo!’.

El 12 de julio algunos oficiales volvieron y trataron de atemorizarnos y empujarnos a renegar la fe. Y volvieron a encontrar un silencio total. Entonces los soldados descolgaron a las mujeres ancianas atadas y las llevaron fuera. Pasados unos momentos, los soldados volvieron a entrar con dos vasos de sangre y nos dijeron que era la sangre de las dos mujeres que habían matado. No nos mataron, pero nos enviaron de nuevo a la iglesia’.

Lo que sigue es la narración de mi padre: El 14 de julio, Yuxian, gobernador de Shanxi, publicó una orden: todos los católicos que no quieren renegar su fe deben reunirse cerca de la Puerta Norte. Al oír esta orden, todos los católicos estaban excitados, sus corazones llenos de alegría. Todos juntos comenzaron a caminar hacia el lugar establecido. A lo largo del camino se sostenían y animaban unos a otros. Mi abuelo era uno de esos fervorosos católicos. Apenas oída la orden, dijo a mi padre, que entonces tenía 15 años, y a mi tío: Vamos, hoy estaremos en el cielo. Luego se despidió de su familia y comenzó a caminar hacia el lugar del martirio. Desde sus casas hasta ese lugar había sólo 20 minutos de camino, pero pasaron por algunas calles alargándolo.

Llegados al lugar del martirio, se encontraron con otros muchos católicos reunidos ya. La mayor parte se conocían. El puesto no era muy amplio y los cristianos eran muchos. Apenas conseguían un puesto para sí. Todos se arrodillaron, bien compuestos, y comenzaron a recitar las oraciones a las que estaban más afeccionados. Según la costumbre del tiempo, los hombres tenían los pelos recogidos en una coleta. Para facilitar el trabajo del verdugo, cada uno alzó la coleta, teniéndola delante de sí con las manos. Doblaron el cuerpo hacia adelante y estiraron el cuello todo lo posible. De tal modo había lugar suficiente para que la espada cortara el cuello con precisión.

Esperaron durante más de tres horas por la mañana y no había señal del verdugo. Los cristianos comenzaron a agitarse. ¿Era posible que se les negara la corona del martirio? Hacia medio día una banda de verdugos, guiada por algunos soldados, llegó al lugar. Se intensificó el murmullo de las oraciones de los cristianos. Y estiraron el cuello todavía más. A la orden "¡Matad!", los verdugos comenzaron a golpear con la espada en todas las direcciones. Mi abuelo y mi tío estaban arrodillados a lo largo del sendero de la plaza. Sus cabezas rodaron por el suelo. Sucedió, sin embargo, que mi padre estaba arrodillado cerca de una roca. Por eso, cuando la espada cayó sobre él, tropezó con la roca y le cortó sólo parte de la carne de su cuello. Su garganta no sufrió daño alguno. Dado que los cristianos eran muchos, los verdugos no prestaban atención a que las cabezas estuviesen separadas de los cuerpos. De este modo, a mi padre le fue negado el privilegio de ver a Dios cara a cara, como, sin embargo, sucedió a mi abuelo y a mi tío.

Cuando el comandante ordenó terminar la narnicería, los verdugos habían asesinado sólo al 10% de los cristianos presentes. Los soldados y los verdugos regresaron a su campamento. Los católicos que no habían sido martirizados estaban muy contrariados. Detuvieron a los verdugos, implorándoles que los mataran. Pero sin resultado. La órden había sido dada ya. Los verdugos no habrían agitado más sus espadas. Los cristianos cayeron en los brazos unos de otros y lloraron…

Mi abuelo y mi tío se encontraban entre lo 39 mártires de la fe de ese día. Mi padre estaba herido, pero sobrevivió. Seguidamente comentaría: Cuando la espada del verdugo descendía sobre mi cuello, lo único que sentí fue el frío de la hoja. Luego perdí los sentidos. Permanecí en un charco de sangre durante dos días y dos noches. No sé cuánta sangre perdí. Por la mañana del tercer día, es decir el 16 de julio, un no cristiano pasaba por allí y notó un pequeño movimiento entre los cadáveres. Se acercó y vió a un conocido. Luego oyó a mi padre que susurraba con un hilo de voz: tengo sed. Esta persona de buen corazón, comprendiendo que mi padre había perdido mucha sangre, tomó agua de lluvia de un charco y, sirviéndose de una vaso de barro, la versó gota a gota en los labios de mi padre. Luego corrió a casa de mi abuela para decirle que su hijo estaba todavía vivo. Mi abuela lo llevó temporalmente a otra aldea a cerca de 10 millas de la ciudad.

Sobre la herida de mi padre no se aplicó ninguna medicina, ni la familia tenía dinero para comprar inyecciones o pastillas. Mi abuela encomendó a mi padre a los cuidados de Dios. Pensaba, Dios ajustará todo. La herida se cerró milagrosamente y se curó completamente. Seguidamente, mi padre, narrando la historia de su casi-martirio, habría dicho: desde el día en que fuí herido hasta la curación no sentí nunca ningú n dolor. ¿No es una prueba de que Dios está siempre conmigo?

El escuchar las experiencias de los santos mártires nos lleva a percibir cuán verdad es lo que decía San Pablo: "Ninguna criatura podrá separarnos nunca del amor de Dios en Cristo Jesús nuestro Señor" (Rom 8,39). A través de la intercesión de los santos mártires de China, pidamos al Señor que nos ayude a seguir su ejemplo y a testimoniar el Evangelio en nuestra vida cotidiana amando a Dios y a nuestro prójimo. Dios os bendiga".