XIX (Ap 21-22)
La Jerusalén celeste
Como acabamos de escuchar, hermanos muy queridos,
el ángel del Señor habló al bienaventurado Juan diciendo:
Ven, te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. Y
me llamó en espíritu a un monte grande y alto1. En el
monte designa a Cristo. Y me mostró la ciudad santa de
Jerusalén, que bajaba del cielo de cabe Dios2. Ésta es la
Iglesia, la ciudad establecida sobre el monte, la esposa
del Cordero3; en verdad esta misma ciudad fue
establecida entonces en el monte cuando fue conducida
sobre los hombros del pastor como oveja a su propio
redil4. Porque si una es la Iglesia y otra es la ciudad que
baja del cielo, serían dos esposas, lo cual es
absolutamente imposible; y además ha dicho que esta
ciudad estaba desposada con el Cordero.
Por ello está claro que ésta es la Iglesia que describe
así cuando dice: Tenía la claridad de Dios: su lumbrera
era semejante a una piedra preciosisima5. La piedra
preciosísima es Cristo. Tenía un muro grande y alto, con
doce puertas, y sobre la puertas doce ángeles6. Ha
mostrado que las doce puertas y los doce ángeles son los
apóstoles y los profetas7, porque, como está escrito,
nosotros estamos «edificados sobre el cimiento de los
apóstoles y profetas»8; y como el Señor ha dicho a Pedro:
«Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia»9.
La ciudad es la Iglesia
Del lado de Oriente tres puertas, del lado de
Septentrión tres puertas, del lado del Mediodía tres
puertas, del lado del Poniente tres puertas10°. Y como
esta ciudad que ha sido descrita representa a la Iglesia
extendida por toda la tierra, se dice que tiene tres puertas
en cada una de sus cuatro partes, porque el misterio de la
Trinidad es predicado en la Iglesia a través de las cuatro
partes del mundo11.
Y el muro de la ciudad tenía doce fundamentos, y sobre
ellos doce nombres, los de los doce apóstoles del
Cordero12. Lo que son las puertas lo son también los
fundamentos; lo que es la ciudad, lo es el muro y lo es el
revestimiento. Y el que hablaba conmigo, tenía una
medida, una caña de oro13. En la caña de oro muestra a
los hombres que hacen parte de la Iglesia, frágiles
ciertamente en cuanto a la carne, pero estables en una fe
radiante, como dice el Apóstol «Llevando un tesoro en
vasos de barro»14.
Y el revestimiento del muro de la ciudad era de oro
puro, semejante a vidrio transparente15. La Iglesia es de
oro pues su fe resplandece como el oro; lo mismo que los
siete candelabros, el altar de oro y las copas de oro, todo
esto sirvió de figura de la Iglesia. Pues como el vidrio
volvió a la pureza de la fe; porque lo que aparenta por
fuera también lo es al interior, y nada hay disimulado sino
que todo es transparente en los santos de la Iglesia.
Los fundamentos del muro de la ciudad estaban
hermosamente labrados de toda clase de piedras
preciosas: el fundamento primero era de jaspe; el
segundo, de zafiro; el tercero, de calcedonia; el cuarto, de
esmeralda; el quinto, de ónice; el sexto, de cornalina; el
séptimo, de crisólito; el octavo, de berilo; el nono, de
topacio; el décimo, de ágata; el undécimo, de jacinto; el
duodécimo, de amatista16. Ha querido nombrar la
diversidad de piedras preciosas en los fundamentos para
mostrar los dones de las diversas gracias que son
concedidas a los Apóstoles, como dijo a propósito del
Espíritu Santo «Repartiéndolas a cada uno en particular
según su voluntad»17. Y esto es porque él distingue:
Doce perlas cada una, y cada una de las puertas era de
una sola perla18. Y en estas perlas, como se ha dicho, él
designó a los apóstoles; se les denomina puertas porque,
mediante su doctrina, abren la puerta de la vida eterna.
En la plaza, que era semejante al vidrio y al oro puro,
mostró a la Iglesia.
Cristo es la claridad de la Iglesia
Y la plaza de la ciudad era de oro puro, como un vidrio
transparente. Y templo no vi en ella, pues el Señor Dios
omnipotente es su templo, como también el Cordero19.
Esto es porque la Iglesia está en Dios y Dios en la Iglesia.
La ciudad no tenía necesidad de sol ni de luna para que
alumbren en ella20: porque la Iglesia no es guiada por la
luminaria o por los elementos del mundo, sino que es
conducida por Cristo, Sol eterno, a través de las tinieblas
del mundo. Pues la gloria de Dios la ilumina y su antorcha
es el Cordero21, el mismo que dijo: «Yo soy la luz del
mundo22, y de nuevo: «Yo soy la luz verdadera que
ilumina a todo hombre que viene a este mundo»23.
Caminarán las naciones guiadas por su luz24 hasta el fin.
Y los reyes de la tierra llevan a ella su gloria25. Los reyes
de la tierra representan a los hijos de Dios. Y sus puertas
no se cerrarán de día, que noche no habrá allí26 hasta la
eternidad. Y ellos traerán la gloria y el honor de las
naciones27, es decir, de aquellos que creen en Cristo. Y
no entrará en ella nada profano, ni quien obre
abominación y mentira, mas sólo los escritos en el libro de
la vida del Cordero28.
El río y el árbol de la vida: el bautismo y la Cruz
Y me mostró un río de agua como de cristal, que salía
del trono de Dios y del Cordero en medio de su plaza29.
Mostró la fuente del bautismo en medio de la Iglesia,
procedente de Dios y de Cristo; porque ¿cuál puede ser
la belleza de la ciudad si el río desciende en medio de su
plaza para obstáculo de sus habitantes? A una y otra
mano del río crecen el árbol de la Vida que da doce
frutos, como que mes tras mes cada uno de ellos rinde su
fruto30. Dice esto a propósito de la Cruz del Señor; pues
no hay árbol alguno que fructifique en todo tiempo, a no
ser la Cruz que llevan los fieles que son regados por el
agua del río de la Iglesia, y que da fruto perpetuo en todo
tiempo31. Y estará en ella el trono de Dios y del
Cordero32, ciertamente desde ahora y por siempre, y sus
siervos le adorarán; y verán su rostro33, como dice: «El
que me ha visto a mí, ha visto al Padre»34,
«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios»35. Y el nombre de él se verá en sus
frentes. Y no habrá allí noche, y no tienen necesidad de
luz de antorcha ni de luz de sol, porque el Señor Dios
irradiará luz sobre ellos, y reinarán por los siglos de los
siglos36. Todas estas cosas han comenzado a partir de la
Pasión del Señor.
El libro sellado a los soberbios y abierto a los humildes
Y el ángel me dijo: No selles las palabras de la profecia
de este libro, porque el tiempo está próximo. El que
agravia, agravie todavía, y el sucio ensuciese todavía37.
Éstos son aquellos por los que él había dicho: Sella lo que
hablaron los siete truenos38. Y el justo obre justicia
todavía, y el santo santifíquese todavía 39. Éstos son
aquellos por los cuales él dijo: No selles las palabras de la
profecía de este libro40. Así las divinas Escrituras están
selladas para todos los soberbios y para aquellos que
prefieren el mundo a Dios; pero para los humildes y para
los que temen a Dios, están abiertas. He aquí que vengo
presto, y conmigo está mi recompensa, para pagar a cada
uno según fueren sus obras, yo soy el alfa y la omega, el
primero y el último, el principio y el fin. Dichosos los que
guardan estos mandatos para tener derecho al árbol de la
Vida y puedan entrar en las puertas de la ciudad41.
Porque los que no guardan los mandamientos no
entran por las puertas sino por otra parte, para éstos el
libro de la vida está sellado. De éstos aún sigue y dice:
¡Afuera los perros, y los hechiceros y los fornicarios, y los
homicidas y los idólatras, y todo el que ama y obra
mentira!42. Yo, Jesús, envié mi ángel para testificaros
estas cosas en las Iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de
David, la refulgente estrella matutina. El Espíritu y la
desposada dicen: «Ven»43: es decir, el esposo y la
esposa, Cristo y la Iglesia. Y el que tenga sed, venga; y el
que quiera tome de balde agua viva44; es decir, el
bautismo. Testifico yo a todo el que oiga las palabras de
la profecía de este libro: si alguno añadiera algo a ellas,
Dios añadirá sobre él las plagas escritas en este libro. Y si
alguno quitare algo de las palabras del libro de esta
profecía, Dios quitará su parte del árbol de la Vida y de la
ciudad santa, que han sido descritas en este libro45. El ha
dicho esto por los falsificadores de las santas Escrituras,
no por aquellos que dicen simplemente lo que sienten. Si,
vengo presto 46.
Recapitulación
El monte elevado, al cual S. Juan dijo que había
ascendido, representa el Espíritu. La ciudad de Jerusalén
que él dijo haber visto allí, es figura de la Iglesia; es la que
el mismo Señor mostró en el Evangelio cuando dijo: «No
puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un
monte»47. Y cuando dice que ella tiene una luz semejante
a una piedra preciosísima, ved en ella la gloria de Cristo.
En las doce puertas y en los doce ángeles reconoced a
los apóstoles y a los profetas, según lo dicho: «Edificados
sobre los cimientos de los apóstoles y profetas»48. Y
puesto que esta ciudad que es descrita representa a la
Iglesia que está extendida por toda la tierra, se dice que
ella tiene tres puertas en cada una de las cuatro partes a
causa del misterio de la Trinidad. En la vara de oro mostró
a los hombres de la Iglesia, frágiles en la carne pero que
tienen por fundamento una fe luminosa, según las
palabras del Apóstol: «Teniendo este tesoro en
recipientes de barro»49. Lo que dice de la ciudad de oro,
el altar de oro y las copas de oro, se trata de la Iglesia por
su recta fe. Y el recipiente muestra la pureza de esta fe. El
que haya querido referir los nombres de las diversas
piedras preciosas en los fundamentos es para mostrar los
dones de las diversas gracias que le han sido concedidas
a los apóstoles. Pero en estas piedras preciosas ha
designado a los apóstoles que son denominados puertas
porque, con su doctrina, abren la puerta de la vida eterna.
Y cuando dice: Templo no vi en ella, pues el Señor Dios
omnipotente es su templo, como también el Cordero50, lo
afirma porque Dios está en la Iglesia y la Iglesia está en
Dios. Y al decir que la ciudad no tiene necesidad de sol ni
de luna51, es porque la Iglesia no es iluminada por el sol
visible sino que es iluminada espiritualmente por la luz
eterna de Cristo en medio de las tinieblas de este mundo,
como él mismo dijo: «Yo soy la luz del mundo»52. Por los
reyes de la tierra, él ha querido que se entienda a los
hijos de Dios, es decir, a los cristianos; en el río de agua
pura como el cristal, la fuente bautismal que viene de Dios
y de Cristo, en medio de la Iglesia.
Él dijo que el árbol junto al río da el fruto doce veces,
una vez cada mes. Entendedlo de la Cruz, que da fruto a
Dios a través del mundo entero, pero no sólo todos los
meses sino también todos los días en los que son
bautizados. Y al decir: El Señor Dios irradiará luz sobre
ellos, y reinarán por los siglos de los siglos53, todas estas
cosas comenzaron con la Pasión del Señor. Pero cuando
más arriba dijo en el libro: Sella lo que hablaron los cuatro
truenos54, lo dijo de aquellos de los que dice: Para que el
sucio, ensucie todavía más, y el que agravia, agravie
todavía55. Y cuando escribe: No selles las palabras de la
profecia56, ha querido decirlo de los santos y justos. Así
las divinas Escrituras son selladas para todos los
soberbios y para los que prefieren el mundo a Dios,
abiertas sin embargo para los humildes y para los que
temen a Dios. Y puesto que el Apocalipsis de Juan el
Evangelista termina con estas palabras: He aquí que
vengo presto57, pidamos para que, según su promesa,
Jesucristo el Señor se digne venir hasta nosotros y, por su
misericordia, nos libre de la prisión de este mundo y, por
su bondad, nos conduzca a su felicidad; Él, que con el
Padre y el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los
siglos, Amén.
........................
1. Ap 21, 9-10.
2. Ap 21, 10.
3. Cf. Mt 5, 14; cf. Primasio, 287, 78-81 (923, 7-10), Beda, 195
59-196, 1: Beato, II, 387, 5-9. 16-20.
4. Cf. Lc 15, 5.
5. Ap 21, 10-11.
6. Ap 21, 12.
7. Cf. Beato, II, 391, 6-8.
8. Ef 2, 20.
9. Mt 16, 18.
10. Ap 21, 13.
11. Cf. Beda. 196, 26-28; Apringio, 73, 10-11; Beato, II, 393, 9-11.
12. Ap 21, 14.
13. Ap 21, 15.
14. 2 Co 4, 7.
15. Ap 21, 18.
16. Ap 21, 20.
17. 2 Co 12, 11.
18. Ap 21, 21.
19. Ap 21, 22.
20. Ap 21, 23.
21. Ap 21, 23.
22. Jn 8, 12.
23. Jn 1, 9.
24. Ap 21, 24.
25. Ap 21, 24.
26. Ap 21, 25.
27. Ap 21, 26.
28. Ap 21, 27.
29. Ap 21, 27-22,
30. Ap 22, 2.
31. Cf. Cesareo, Serm. 112, 4; 124. 3; Beato, Il, 412, 13-413, 4.
32. Ap 22, 3.
33. Ap 22, 3-4.
34. Jn 14, 9.
35. Mt 5, 8.
36. Ap 22, 4-5.
37. Ap 22, 10-11.
38. Ap 10, 4.
39. Ap 22, 11.
40. Ap 22, 10.
41. Ap 22, 12-14; cf. Beato, II, 420, 12-16.
42. Cf. Beato, II, 422, 18-423, 3.
43. Ap 22, 15-17.
44. Ap 22, 17; cf. Beato, 11, 425, 1-2.
45. Ap 22, 18-19.
46. Ap 22, 20; cf. Beda, 206, 34-36; Beato, II, 425, 19-462, 2.
47. Mt 5, 14.
48. Ef 2, 20.
49. 2 Co 4, 7.
50. Ap 21, 22.
51. Ap 21, 23.
52. Jn 8, 12.
53. Ap 22, 5.
54. Ap 22, 5.
55. Ap 22, 11.
56. Ap 22, 10.
57. Ap 22, 20.