XVI (Ap 18-20)

Babilonia y Jerusalén: los pecadores y los santos
BABILONIA/JERUSALEN JERUSALEN/BABILONIA: 
Cada vez que oís nombrar a Babilonia, hermanos 
queridísimos, no entendáis una ciudad construida con 
piedras, porque Babilonia significa confusión, como se ha 
dicho repetidas veces; pero reconoced que con este 
nombre se designa a los hombres soberbios, ladrones, 
lujuriosos e impíos recalcitrantes en sus pecados; por el 
contrario, cada vez que vosotros oyéseis el nombre de 
Jerusalén, que quiere decir visión de paz, entended por 
ella los hombres santos que pertenecen a Dios. 
Porque Babilonia ofrece la imagen de los hombres 
malos, es por lo que él dice a este propósito en el pasaje 
siguiente: Porque del vino del furor de su fornicación han 
bebido todas las naciones, y los reyes de la tierra que 
fornicaron con ella1, es decir, el uno con el otro; en 
efecto, todos los reyes no pueden haber fornicado con 
una sola prostituta; pero mientras que los impúdicos, que 
son los miembros de la meretriz, se corrompen 
mutuamente, se dice que ellos han fornicado con la 
meretriz, es decir, por sus costumbres disolutas. Después 
de esto continúa diciendo: Y todos los mercaderes de la 
tierra se enriquecieron con la pujanza de su lujo2. En este 
lugar habla de aquellos que son ricos en pecados, porque 
el exceso de lujo engendra más bien la pobreza que la 
riquezas3. 

Babilonia dividida: la conversión de los pecadores
Y oí, dice, otra voz venida del cielo que decía: «Salid de 
ella, pueblo mio, para que no os hagáis cómplices de sus 
pecados y no participéis en sus plagas»4. En este lugar 
demuestra que Babilonia está dividida en dos partes: 
porque cuando, bajo la inspiración de Dios, los pecadores 
se convierten al bien, Babilonia se divide; y esta parte, 
que se separa de ella, se hace Jerusalén. En verdad, 
cada día se pasa de Babilonia a Jerusalén, y de Jerusalén 
se extravían a Babilonia, cuando los malos se convierten 
al bien y cuando aquellos que parecían ser buenos por su 
hipocresía, se manifiestan públicamente como malos. 
/Is/52/11/CESAREO: Finalmente, en cuanto a los 
buenos la Escritura dice también por medio de Isaías: 
«Salid de en medio de ellos y no toquéis nada impuro: 
salid de en medio de ella y separáos de ella vosotros que 
lleváis los vasos del Señor»5. El Apóstol recuerda esta 
separación diciendo: «Sin embargo el sólido fundamento 
puesto por Dios se mantiene firme, y el Señor conoció a 
los que son los suyos y apártese de la iniquidad todo el 
que pronuncie el nombre del Señor6. No os hagáis 
cómplices, dice, de sus pecados y no seáis afligidos por 
sus plagas7. Pues está escrito: «El justo, muera de la 
muerte que muera, gustará el reposo8, ¿cómo puede el 
justo tener parte en el pecado cuando es llevado con el 
impío en la caída de la ciudad? No puede ser, a no ser 
que, cuando los buenos abandonan la ciudad del diablo, 
es decir, las costumbres impúdicas e impías, alguno de 
entre ellos quisiera permanecer y deleitarse en las 
voluptuosidades de Babilonia; si actúa así, sin duda 
alguna será partícipe de su plaga9. 

Salir de Babilonia: mudar de conducta
Pero cuantas veces dijo salid10, no lo entendáis 
corporalmente sino espiritualmente. Se sale de en medio 
de Babilonia cuando se abandona una mala conducta. 
Porque en una sola casa, y en una sola Iglesia, y en una 
sola ciudad viven juntos los habitantes de Jerusalén y los 
de Babilonia. Y sin embargo, entretanto los buenos no 
sigan a los malos y los malos no se conviertan a los 
buenos, se reconoce a Jerusalén en los buenos y a 
Babilonia en los malos. Ellos habitan juntos 
corporalmente, pero según su corazón ellos están muy 
divididos; porque el género de vida de los malos es 
siempre terrestre, porque ellos aman la tierra y han 
puesto toda su esperanza y todo el deseo de su alma en 
las cosas de la tierra; pero el espíritu de los buenos, 
según el Apóstol, está siempre fijo en las cosas 
celestes11, porque ellos gustan las cosas de lo alto12. 
Salid, dice, de ella, pueblo mio, es decir de Babilonia, para 
que no os hagáis cómplices de sus pecados y no seáis 
afligidos por sus plagas. Porque sus pecados llegan a 
tocar el cielo, y se acordó Dios de sus iniquidades. 
Pagadle como ella misma pagó, y dobladle al doble de la 
medida de sus obras; en la copa en que escanció 
escanciadle doblado; cuando ella se dió al placer y al lujo, 
dadle otro tanto de tormento y duelo13. Todas estas 
cosas las dice Dios a su pueblo, a los cristianos buenos, 
es decir, a la Iglesia: Pagadle como ella misma pagó14; en 
efecto, es de la Iglesia que salen sobre el mundo las 
plagas visibles e invisibles. Porque Babilonia, es decir, el 
pueblo de todos los malos y todos los soberbios, dice en 
su corazón: sentada estoy como reina, y viuda no soy, y el 
duelo jamás lo veré; por esto un solo díá vendrán sus 
plagas: muerte, duelo y hambre; y será abrasada en 
fuego15. Si ella muere y es quemada en un día ¿qué 
sobreviviente llorará la muerte? o ¿cuánta puede ser el 
hambre de un solo día? Pero por este día ha querido 
hablar de la breve duración de la vida presente durante la 
cual han sido afligidos espiritual y corporalmente16; 
porque para todos los soberbios y para aquellos que se 
han entregado a las voluptuosidades, le sobrevienen más 
grandes penas sobre el alma que sobre el cuerpo. 
En realidad, ellos son castigados con una más grande 
plaga cuando ellos se glorían de sus iniquidades y reciben 
así, por un justo juicio de Dios, licencia para hacer el mal. 
De tal suerte que ellos no merecen ser castigados con los 
hijos de Dios, sino que se cumple en ellos lo que está 
escrito: «No comparten las penas de los hombres y con 
los hombres no son castigados; por eso su soberbia los 
sostiene»17. 

Lamentaciones de los reyes de la tierra por la caída de 
Babilonia 
Porque fuerte es el Señor Dios que la juzgará. Y llora 
rán y plañirán sobre ella los reyes de la tierra que con ella 
fornicaron18. ¿Qué reyes lloraron su ruina, si estos reyes 
la han abatido? Ahora bien, lo que es la ciudad también 
son los reyes que la lloran19. No es el pecado de la lujuria 
que han cometido con ella lo que ellos lloran haciendo 
penitencia sino que es que reconocen que la prosperidad 
del mundo, por la cual ellos estaban esclavos de sus 
voluptuosidades, ha desaparecido; y porque estas cosas 
que por la lujuria les placían anteriormente comienzan a 
cesar por ellos, los libertinos se destruyen mutuamente 
como el humo de la Gehenna inminente quedándose, 
dice, lejos por el temor de su tormento20. Quedándose 
lejos no de cuerpo sino de espíritu, porque cada uno teme 
para sí lo que ve a otro sufrir por las calumnias y el poder 
de los soberbios. Diciendo: ¡Ay! ¡ay! la ciudad grande 
Babilonia, la citudad poderosa, porque en una sola hora 
ha venido tu juicio21. El Espíritu dice el nombre de la 
ciudad, pero aquellos lloran que el mundo sea arrebatado 
enteramente en muy poco tiempo y que toda actividad 
arruinada haya cesado22. 

Lamentaciones de los malos por la caída de Babilonia
Y los mercaderes de caballos y de carros y de esclavos 
que a costa de su comercio se enriquecieron, se 
mantendrán a lo lejos llorando y lamentándose diciendo: 
¡Ay! ¡ay!, la ciudad grande23. Por todas partes donde el 
Espíritu habla de mercaderes enriquecidos por ella, 
significa la riqueza de los pecadores. Vestida de lino 
finisimo y púrpura y escarlata, y engalanada con oro y 
piedras preciosas y perlas24. ¿Es que una ciudad es 
vestida de lino fino y de púrpura? ¿No serán más bien los 
hombres? Es porque éstos son los mismos que se 
lamentan de ser despojados de todas estas cosas de las 
que se ha hablado. Y todo piloto, y todo el que navega en 
los mares, y los marineros y cuantos se fatigan en el mar, 
se mantuvieron lejos y gritaron al ver el humo de su 
incendio25. ¿Es que todos los pilotos y todos los 
marineros que se fatigan en el mar han podido estar 
presentes para ver el incendio de una sola ciudad? Pero 
él quiere decir que todos los que aman el mundo y los que 
realizan la iniquidad temerán en viendo la ruina de su 
esperanza26. Después de esto dice: Y vi a la bestia y a 
los reyes de la tierra con sus huestes27. La bestia 
representa al diablo28; los reyes de la tierra y sus 
huestes, a todo su pueblo. Reunidos para dar la batalla al 
que iba montado en el caballo y su hueste29, es decir, a 
Cristo y a la Iglesia. Y vi a otro ángel que descendía del 
cielo30. Es el Señor Cristo en su primera venida31. Y 
tenía la llave del abismo32, es decir, que Dios le dio el 
poder sobre su pueblo; pues bien, por abismo hay que 
entender el pueblo malo. Y él tenía una gran cadena en 
su mano33, es decir, que Dios le dió el poder en su mano. 
Y cogió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo, y 
Satanás, y lo ató para mil años34, en su primera venida, 
como dice él mismo: «¿Cómo puede uno entrar en la casa 
del fuerte y saquear su ajuar si no ata primero al 
fuerte?»35. En efecto, cuando expulsa al diablo del 
corazón de sus fieles, él lo envía al abismo, es decir, al 
pueblo malo36; y él mostró esto visiblemente cuando, 
expulsando los demonios, les permitió pasar de los 
hombres a los cerdos que iban a ser engullidos en el 
abismo37: esto es lo que se realiza principalmente en los 
herejes. 
........................
1. Ap 18, 3. 
2. Ap 18, 3. 
3. Cf. Beda, 185, 31-35; Beato, II, 305, 12-19.
4. Ap 18, 4. 
5. Is 52, 11. 
6. 2 Tm 2, 19, cf. Primasio, 253, 52-60 (905, 33-41); Beda, 185, 
36-38; Beato, II, 306, 1-19; II, 114, 6. 
7. Ap 18, 4. 
8. Sb 4, 7. 
9. Beato, II, 307, 1-6. 
10. Ap 18, 4. 
11. Cf. Flp 3. 20. 
12. Cf. Col 3, 2.
13. Ap 18, 4-7. 
14. Ap 18, 6; cf. Beato, II 308, 17-309, 7. 
15. Ap 18, 7-8. 
16. Cf. Beda, 185, 42-44; Beato, II, 309, 12-310, 3. 
17. Sal 72, 5-6. 
18. Ap 18, 9. 
19. Cf. Beato, II, 310, 7-10. 
20. Ap 18, 9-10. 
21. Ap 18, 10. 
22. Cf. Beda, 186, 12-19; Beato, 311, 4-13.
23. Ap 18, 15-16. 
24. Ap 18, 16. 
25. Ap 18, 17. 
26. Cf. Beda, 186, 40-48; Beato, II, 313, 1-15. 
27. Ap 19, 19. 
28. Cf. Primasio, 270, 222 (913, 49-51). 
29. Ap 19, 19; cf. Beato, II, 339, 14-17. 
30. Ap 20, 1. 
31. Cf. Primasio, 271, 4-5 (914, 34-37); Beda, 191, 15; Beato, II, 
344, 2-3. 
32. Ap 20, 1. 
33. Ap 20, 1. 
34. Ap 20, 2. 
35. Mt 12, 29. 
36. Cf. Primasio, 271, 6-272, 10 (914, 37-43); 273, 32-37 (915, 
12-18): Beda, 191, 16-17. 33-35; Beato. II, 345, 6- 12. 
37. Cf. Mt 8, 32.