XII (Ap 15-16)


Las siete plagas
En la lectura que acaba de ser recitada, hermanos muy 
queridos, S. Juan dijo que había visto en el cielo otra 
señal grande y maravillosa: siete ángeles, es decir, a la 
Iglesia1, que tenían siete plagas, las últimas, pues en ellas 
se consumó la cólera de Dios2. Las llamó últimas, porque 
la cólera de Dios hiere siempre al pueblo rebelde con 
siete plagas, es decir, perfectamente, como Dios mismo 
repite frecuentemente en el Levítico: «Y yo os heriré siete 
veces por causa de vuestros pecados»3. 
Y yo vi como un mar de vidrio4: llama así a la fuente 
transparente del bautismo. Mezclado de fuego5, es decir, 
al espíritu o a la tentación6. Y los vencedores de la bestia 
estaban sobre el mar de vidrio7, es decir, el bautismo, 
teniendo citaras de Dios8, es decir, los corazones 
consagrados de los que alaban a Dios9. Y los que 
cantaban el cantar de Moisés, el siervo de Dios, y el 
cantar del Cordero10, es decir, uno y otro Testamento. 
Grandes y admirables son tus obras11, y lo que sigue. 
Estas palabras provienen del uno y otro Testamento que 
cantan éstos de los que acabamos de hablar. Repite lo 
que había expuesto diciendo12: Y tras esto vi, y he aquí 
que se abrió el tabernáculo del testimonio en el cielo13. El 
templo, ya lo hemos dicho, significa la Iglesia; el ángel que 
salió del templo y dio una orden al que estaba sentado 
sobre una nube14, es el mandamiento del Señor. Porque 
hay una salida que equivale a un mandamiento, como dice 
el Evangelista: «Salió un edicto de César Augusto»15. 
Vestidos de lino nítido y brillante, y ceñidos en torno a 
los pechos de cintos de oro16. Manifiestamente muestra 
en los siete ángeles a la Iglesia; en efecto, así al inicio la 
había descrito en Cristo: Tenía, dice, un cinto de oro 
sobre los pechos17. 

Las siete copas de oro
Y uno de los cuatro vivientes dio a los siete ángeles 
siete copas de oro rebosantes de la cólera de Dios18. 
Éstas son las copas que llevan con perfumes los ancianos 
y los vivientes que representan a la Iglesia, al igual que 
los siete ángeles; y los perfumes significan bien la cólera 
de Dios bien la palabra de Dios. Mas también todas estas 
cosas dan la vida a los buenos pero a los malos 
comportan la muerte, como está escrito: «Para unos, olor 
de la vida para la vida, para otros olor de la muerte para 
la muerte»19. En efecto, las oraciones de los santos, 
significadas por el fuego que sale de la boca de los 
testigos, son la manifestación de la cólera contra el mundo 
y los impíos20. Esto es porque no basta a los orgullosos y 
a los impíos no amar ni imitar a los que son santos, sino 
que todavía ellos les persiguen por todas partes que 
pueden. Todas estas plagas son espirituales y se 
producen en el alma; porque en este tiempo todo el 
pueblo impío resultará indemne de toda plaga corporal, 
porque no merece ser castigado en el siglo presente 
como si recibiese todo poder para ejercer sus crueldades; 
pero es castigado espiritualmente, es decir, que todos los 
impíos y soberbios sufren los pecados voluntarios y 
mortales que son como úlceras en sus almas21. 

La segunda copa
El segundo derramó su copa sobre el mar22, y lo que 
sigue. El mar, los ríos, las fuentes de agua, el sol, el trono, 
las bestias, el río Éufrates, el aire sobre el que los ángeles 
derramaron las copas, es la tierra y los hombres; porque 
él ordenó a todos los ángeles derramarlas sobre la tierra. 
Pero todas estas plagas deben ser comprendidas de 
modo contrario; dado que es una plaga incurable y 
grande ira es recibir la potestad de pecar, principalmente 
contra los santos, y no tener conciencia de la falta. Existe 
una cólera de Dios más grande: el error que suministra 
alimentos a la injusticia. Ésta es la plaga de la ira de Dios: 
punzar estas heridas, y alegrarse y complacerse cada uno 
en sus pecados. Así la prosperidad de los malos son las 
úlceras de las almas y la adversidad de los justos tiene 
como recompensa los gozos eternos23. 
Pero en el tercer ángel y en el cambio del agua en 
sangre ves todos los ángeles de los pueblos, es decir, los 
hombres que interiormente tienen el alma sanguinaria24. 


La cuarta copa
El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol y los 
hombres fueron abrasados por un gran incendio25. Esto 
tendrá lugar con el fuego de la gehenna; porque el diablo 
en el tiempo presente cuando mata en el alma a sus 
partidarios, no solamente los abrasa en su cuerpo, sino 
en cuanto le es permitido, los glorifica, y a esta gloria y a 
este gozo el Espíritu Santo los ha denominado plagas y 
dolores26. 
Y blasfemaron el nombre de Dios que tenía la potestad 
sobre estas plagas y no hicieron penitencia27. Como ellos 
no fueron castigados con estas plagas por Dios en el 
cuerpo sino en el alma no hicieron memoria del Señor, 
pero se hunden cada vez más en el mal; y es por esto por 
lo que ellos blasfemaron persiguiendo a sus santos28. 

La quinta y sexta copa
El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la 
bestia, y quedó su reino en tinieblas29. Pues el trono de 
la bestia, es su Iglesia30, es decir, la congregación de los 
soberbios que es cegada por esta especie de plagas. Se 
despedazaban las lenguas por sus dolores31, es decir, 
que ellos se dañaban blasfemando por la especie de la 
cólera de Dios32 porque estimaban por alegría el ser 
traspasados. Y no hicieron penitencia33, pues estaban 
endurecidos por la alegría34. 
Y el sexto ángel derramó su copa sobre aquel gran río 
Éufrates35, es decir, sobre el pueblo, y su cauce se 
secó36, como más arriba dijo, la mies de la tierra ya está 
madura37, es decir, ya está preparada para ser quemada. 
Para preparar el camino de aquellos que son de la parte 
del sol naciente38, es decir, de Cristo; en efecto, esto 
acabado, los justos salen al encuentro de Cristo39. 
.......................
1. Cf. Beato, n, 211, 11-15. 
2. Ap 15, 1. 
3. Lv 26, 24;cf. Victorino, 137, 4-8; Beato, n, 211, 16-212, 6. 
4. Ap 15, 2. 
5. Ap 15, 2. 
6. Cf. Victorino, 49, 6; Beato, II, 212, 13-15; I, 457, 2-3. 
7. Ap 15, 2. 
8. Ap 15, 2. 
9. Cf. Primasio, 221, 19. 
10. Ap 15, 3. 
11. Ap 15, 3. 
12. Cf. Victorino, 67, 3; Primasio, 222, 32-34 (891, 17-18); Beda, 
177, 50-53; Beato, II, 216, 1-3. 
13. Ap 15, 5. 
14. Ap 14, 15. 
15. Lc2, 1;cf. Beato, II, 218, 1-7. 
16. Ap 15, 6. 
17. Ap 1, 13. 
18. Ap 15. 6-7.
19. 2 Co 2, 16. 
20. Cf. Primasio, 223, 70-74; Beda, 178, 41-46; Beato, II, 218, 
3-12. 
21. Cf. Beda, 181, 55-182, 1; Beato, II, 230, 9-231, 4. 
22. Ap 16, 3. 
23. Cf. Ticonio, L. R. 27, 6-7; Primasio, 231, 146-148 (896, 10-13); 
Beda, 181, 48-53. Beda cita explícitamente a Ticonio; Beato, II, 232, 
16-233, 13; I, 49, 2-6. 
24. Cf. Beda, 179, 54-55; Beato. II, 12-14. 
25. Ap 16, 8-9. 
26. Cf. Beda, 180, 19-22; Beato, II, 240, 12-13; II, 241, 7-10. 
27. Ap 16, 9.
28. Cf. Beda, 180, 38-41; Beato, II, 242, 6-10. 
29. Ap 16, 10. 
30. Cf. Beda, 180, 26-29. 35; Beato, II, 243, 12-17. 
31. Ap 16, 10. 
32. Cf. Ap 16, 11. 
33. Ap 16, 11. 
34. Cf. Beda, 180, 36-37. 42-43; Beato, II, 244, 3-7. 
35. Ap 16, 12. 
36. Ap 16, 12. 
37. Ap 14, 15. 
38. Ap 16, 12. 
39. Cf. Primasio, 231, 144-154 (896, 13-19); Beda, 180, 46-54; 
Beato II. 245, 2-15.