VIII (Ap 10-11)


El libro: dulzura y amargura de la predicación
La voz del cielo1 es el mandamiento de Dios que toca el 
corazón de la Iglesia y que le ordena recibir la paz que él ha 
anunciado que, una vez abierto el libro, le pertenecería a la 
Iglesia. Y fui al ángel para que me diera el libro2. Esto lo dice 
de la Iglesia, en la persona de Juan, en su deseo de ser 
instruida; y entonces me dijo: Toma y cómelo3, es decir, 
ábrelo en tus entrañas e inscríbelo en la anchura de tu 
corazón4. Y te amargará las entrañas, bien que en tu boca 
será dulce como la miel5, es decir, cuando tú lo hayas 
recibido quedarás encantado por la dulzura de la palabra 
divina, pero sentirás la amargura cuando comiences a 
predicar y a llevar a cabo lo que has entendida6s, como está 
escrito: «Por las palabras de tus labios yo seguí las vías 
difíciles»7. Y de otro modo: Será, dice, en tu boca dulce 
como la miel y amargo en tu vientre 8. En la boca se 
entienden los cristianos buenos y espirituales; en el vientre, 
los carnales y lujuriosos. Por consiguiente, cuando se 
predica la palabra de Dios, ella es dulce para los 
espirituales, pero para los carnales «para los cuales», según 
el Apóstol, «su Dios es el vientre»9, la palabra es amarga y 
áspera. 

La medición del templo
Y me fue dada una caña semejante a una vara, diciendo: 
«Levántate y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que 
adoran en él»10. La expresión «levántate» significa el 
despertar la Iglesia, pues Juan no estaba sentado cuando 
oía esta palabra11. Medir el templo, el altar y a los que 
adoran en él12. El manda hacer el censo a la Iglesia y 
prepararla para el fin, y a los que adoran en él13. Pero como 
no adoran todos aquellos que parecen hacerlo dice 
también14: Y el atrio de fuera del templo, déjalo allá afuera, 
y no lo midas15. El atrio son los que simulan estar en la 
Iglesia, y los que están afuera ya sean los herejes ya sean 
los católicos que viven en el mal. Porque ha sido entregado 
a las gentes, y hollarán la Santa Ciudad cuarenta y dos 
mese16. Los que son excluidos y a los que se le es dado, 
unos y otros la hollarán17. 

Los dos testigos: los dos Testamentos y la Iglesia 
Y daré orden a mis dos testigos18;, es decir, a los dos 
Testamentos, y profetizarán mil doscientos sesenta días19. 
Indicó el número de la última persecución, y de la paz futura, 
y de todo el tiempo que discurre desde la pasión del Señor; 
porque uno y otro tiempo tienen el mismo número de días 
como se dirá en su lugar20. Vestidos de saco21, es decir, 
con cilicios: porque pertenecen al orden de los penitentes, 
es decir, al orden de aquellos que confiesan sus pecados, 
por eso dice que están «vestidos de saco» por el espíritu de 
humildad22. A continuación él muestra quiénes son estos 
dos testigos diciendo: 
Éstos son los dos olivos y los dos candelabros que están 
en la presencia del Señor de la tierra23. Éstos son los que 
«están» no los que «estarán». Los dos candelabros es la 
Iglesia, pero por causa del número de los Testamentos dijo 
dos; de igual modo que dijo cuatro ángeles para significar la 
Iglesia, aun cuando sean siete siguiendo el número de los 
ángeles de la tierra, así también toda la Iglesia es 
representada por los siete candelabros si bien enumera uno 
o más de uno según los lugares. 
Pues Zacarías contempló un solo candelabro de siete 
brazos24, y estos dos olivos, es decir, los dos Testamentos, 
verter el aceite en el candelabro, es decir en la Iglesia. Así 
como en el mismo lugar tiene los siete ojos, la gracia 
septiforme del Espíritu Santo, que están en la Iglesia y 
observan atentamente toda la tierra25. 

La oposición a los testigos y a la Iglesia
Y si alguno quiere herirles o matarles, un fuego saldrá de 
su boca y devorará a sus enemigos26, es decir, si alguno 
hiere o quisiera herir a la iglesia, con las oraciones de su 
boca será consumido por el fuego divino ya sea en el 
presente para su corrección, ya sea en el siglo futuro para la 
condenación27. Éstos tienen la potestad de cerrar el cielo 
para que no llueva durante los días de su profecia28. Dice 
«tienen»; no dice «tendrán» 29. Dice esto para significar el 
tiempo que transcurre actualmente; pero el cielo es cerrado 
espiritualmente, para que no llueva, es decir, para que—por 
el juicio secreto de Dios, pero sin embargo justo—la 
bendición no descienda de la Iglesia sobre la tierra estériles. 

Y una vez que hubieren terminado su testimonio, la bestia 
que sube del abismo le hará la guerra31. Muestra 
abiertamente que estas cosas tendrán lugar antes de la 
última persecución32, cuando dice: Una vez que hubieren 
terminado su testimonios, es decir el que presentan hasta la 
revelación de Cristo. Y los vencerá y los matará34. 
«Vencerá» en aquellos que habrán sucumbido, «matará» en 
aquellos que habrán testimoniado a Dios35. Y su cuerpo 
será arrojado en las plazas de la gran ciudad36. Por los dos 
él no habló más que de un solo cuerpo, y en algunas 
ocasiones habla de cuerpos no solo para indicar el número 
de los Testamentos sino también el cuerpo único de la 
Iglesia, según estas palabras: «Has echado mis palabras a 
mis espaldas»37. 

La muerte de los testigos 
En las plazas de la gran ciudad38, es decir, en medio de 
la Iglesia39. 
Y muchos de los pueblos, y tribus, y lenguas, verán su 
cuerpo durante tres días y medio40, es decir, tres años y 
seis meses; en efecto, mezcla el tiempo ya sea el presente 
ya sea el futuro, como dice el Senor: «Llegará», dice, «la 
hora en la que todo aquel que os matare estimará prestar 
culto a Dios» 41. Y es lo que ahora acontece y lo que 
vendrá. Y no dejará depositar sus cuerpos en una tumba42. 
El ha descrito su deseo y su combate. Nada puede hacer 
que la Iglesia no esté en su memoria, según estas palabras: 
«Ni vosotros entráis ni a los que entran dejáis entrar»43, 
aunque muchos hayan entrado a pesar de los que los 
combatían, es por esto que ellos no permitían depositarlos 
en una tumba44. 
Y los que habitan sobre la tierra se gozarán sobre ellos y 
celebrarán banquetes y se intercambiarán regalos45. Esto 
siempre ha tenido lugar y todavía ahora se intercambian 
presentes y en los últimos tiempos se alegrarán y celebrarán 
banquetes; pues cada vez que los justos son afligidos los 
hombres injustos exultan y festejan. Puesto que estos dos 
profetas los habían atormentado46: por las plagas que 
afligen al género humano por causa del desprecio de los 
Testamentos de Dios. Porque la vista misma de los justos 
agobia a los injustos, como ellos mismos dicen: «Su sola 
presencia nos es insufrible»47. Pero ellos se alegrarán en 
todo lugar como si ellos no tuviesen ya más nada que 
soportar impacientemente después de haber dispersado y 
matado a los justos y después de haberse adueñado de su 
heredad48. 

La resurrección de los testigos
Y al cabo de los tres días y medio, un espíritu de vida 
enviado por Dios entró en ellos49. Ya se ha hablado de los 
días. Hasta aquí el ángel describió lo que llegará, después 
introduce como ya cumplido lo que entiende que ha de venir. 

Y se levantaron sobre sus pies, y cayó gran temor sobre 
los que estaban mirando. Y oí una gran voz, venida del cielo, 
que les decía: «Subid acá». Y subieron al cielo en la nube50. 
Esto es lo que dijo el Apóstol: «Seremos arrebatados sobre 
la nube al encuentro del Señor»51. Pero antes de la venida 
del Señor esto a nadie podía acontecer, como está escrito: 
«En primer lugar, después los que están con Cristo en su 
venida»52. Se excluye así la conjetura de los que estiman 
que estos dos testigos eran dos hombres que habían 
ascendido al cielo entre las nubes antes del advenimiento de 
Cristo. ¿Pero cómo los habitantes de la tierra se han podido 
alegrar de la muerte de los dos testigos si ellos han muerto 
en una sola ciudad, e intercambiarse regalos si pasan tres 
días antes de que se alegren de su muerte aquellos que se 
entristecerán por su resurrección? ¿O qué regalos o qué 
placer puede encontrarse para festejar en las plazas cuando 
los cadáveres humanos contaminaron estos festines con el 
olor infecto que ellos expendieron durante tres días?53. Que 
el Señor se digne liberarnos. 
........................
1. Ap 6, 8. 
2. Ap 10, 9. 
3. Ap 10, 9. 
4. Cf. Fragmentos de Turín, 136, 1-137, 2; Primasio, 162, 75-77 
(864, 45-47); 163, 87-88 (864, 58-59; 865, 1-2); Beda, 161, 42-43. 
49-51; Beato, II, 60, 13-61, 7. 
5. Ap 10, 9. 
6. Cf. Fragmentos de Turín, 137, 2-138, 1; Primasio, 163, 87-92 
(865, 5-7); Beda, 161, 53-55; Beato, II, 63, 3-4.
7. Sal 16, 4. 
8. Ap 10, 9. 
9. Flp 3, 19. 
10. Ap 11, 1. 
11. Cf. Fragmentos de Turín, 140, 1-3, Primasio, 165, 2-3 (866, 5-6) 
Beda, 162, 11-14; Beato, II, 64, 7-9. 
12. Ap 11, 1. 
13. Ap 11, 1. 
14. Cf. Fragmentos de Turín, 140, 3-ó; Primasio, 165, 5-6 (866, 
18-19); Beda, 162, 17-18; Beato, II, 65, 1-2. 
15. Ap 11, 2. 
16. Ap 11, 2. 
17. Cf. Ticonio, L. R., 61, 2-4; Fragmentos de Turín, 141, 4-142, 2; 
Beato, II, 65, 10-14. 
18. Ap 11, 3. 
19. Ap 11, 3. 
20. Cf. Fragmentos de Turín, 143, 2-10; Primasio, 166, 30-32 (866, 
41-43); Beda. 162, 44-45; Beato, Il, 68. 1-2. 4. 10-13. 
21. Ap 11, 3. 
22. Cf. Fragmentos de Turín, 144, 1-2: Primasio, 167, 49-50 (867, 
5-7); Beda, 162, 44-45.
23. Ap 11, 4. 
24. Cf. Za 4, 2-14. 
25. Cf. Fragmentos de Turín, 145, 1-147, 8. 
26. Ap 11, 5. 
27. Cf. Primasio, 168, 60-65 (867, 20-24); Beda, 162, 55-56; Beato, 
II, 71, 3-5. 
28. Ap 11, 6. 
29. Cf. Fragmentos de Turín. 149, 1-2; Prirnasio, 168, 68. 
30. Cf. Ticonio, L. R., 5, 11-14; Fragmentos de Turín, 150, 3-6; 
Prirnasio, 168, 69-71; Beda, 163. 5-12; Beato. 11, 72, 4-7. 
31. Ap 11. 7.
32. Cf. Fragmentos de Turín, 152, 8-153, 1; Primasio, 169, 85-89 
(867, 54-56); Beda, 163, 20-23; Beato, II, 72, 15-73, 1. 
33. Ap 11, 7. 
34. Ap 11, 7. 
35. Cf. Fragmentos de Turín, 153, 2-4; Primasio, 169, 92-94 (867, 
57-868, 2); Beda, 163, 29-34; Beato, II, 75, 6-8. 
36. Ap 11, 8. 
37. Sal 49, 17; cf. Fragmentos de Turín, 154, 5-155, 5; Primasio, 
169, 96-100 (868, 2-10); Beda, 163, 29-34; Beato, II, 75. 14-76, 5. 
38. Ap 11, 8. 
39. Cf. Fragmentos de Turín, 155, 9; Primasio, 169, 100-170, 101 
(868, lC-12); Beato, II, 76, 6-7. 
40. Ap 11, 9. 
41. Jn 16, 2; cf. Fragmentos de Turín, 156, 6-157, 6; Beato, II, 76, 
14-77, 3. 
42. Ap 11, 9. 
43. MI 23, 13; 
44. Cf. Fragmentos de Turín, 158, 7-159, 6; Beda, 163, 53-164, 3; 
Beato, II, 77, 9-78, 3. 
45. Ap 11, 10. 
46. Ap 11, 10. 
47. Sb 2, 15. 
48. Cf. Fragmentos de Turín, 160, 1-162, 7; Primasio, 170, 110-120 
(868, 27-34); Beda, 164, 4-11; Beato, II, 78, 8-79, 10.
49. Ap 11, 11. 
50. Ap 11, 12. 
51. 1 Ts 4, 16. 
52. 1 Co 15, 23. 
53. Cf. Fragmentos de Turín, 163, 1-166, 2; Beda, 164, 13-14. 19-21; 
Beato, II, 80, 10-81, 9.