III (Ap 3-4)
Hermanos muy queridos, acabamos de oír como el
bienaventurado Juan increpa terriblemente al hombre
pecador; y esto porque consideramos con gran temor y
tememos con temblor lo que dijo: Yo conocí tus obras: que
tienes nombre de que vives, y estás muerto1. Muere el que
ha cometido un pecado mortal2, como está escrito: «El alma
del que peque es quien morirá3. Y lo que es más lamentable,
muchos de los que están vivos en sus cuerpos llevan
manifiestamente las almas muertas.
Cristo como puerta
Anda vigilante y confirma a los que estaban para morir4.
Esto dice el Santo y verdadero, el que tiene la llave de
David5, es decir, el poder real, el que abre y nadie cierra, el
que cierra y nadie abre6. Está claro que Cristo abre a los
que llaman, y a los hipócritas, es decir, a los simuladores,
cierra la puerta de la Vida7.
He aquí que he puesto delante de ti una puerta abierta 8.
Esto se afirmó para que nadie pueda decir que alguien tiene
el poder de cerrar, aunque sea en parte, la puerta que Dios
abre a la Iglesia en el mundo entero9. Y prosigue: Que
tienes escasas fuerzas10. La alabanza proviene de Dios, el
que abre la puerta de la Iglesia al que tiene una fe débil11.
Y escribiré sobre él el nombre de mi Dios12, ciertamente
con lo que los cristianos somos señalados. Y el nombre de la
ciudad de mi Dios, de la nueva Jerusalén que desciende del
cielo13. Designa nueva Jerusalén a la Iglesia celeste que
nace de Dios. Por otra parte la denominó nueva por la
novedad del nombre de cristiano y porque, siendo viejos,
nosotros llegamos a ser nuevos14.
Los ricos que no practican la limosna
Tu no eres ni frío ni caliente15, es decir, inútil. En efecto,
esto puede decirse de los ricos estériles que, a pesar de
tener bienes, no hacen limosnas. Ellos no son pobres porque
tienen bienes, pero ellos no son ricos porque nada hacen
con sus riquezas16.
Te aconsejo que compres el oro17, es decir, para que
haciendo limosnas y dedicándote a las buenas obras, tu
mismo puedas ser oro y recibir de Dios la inteligencia y
merecer sufrir el martirio mediante una vida santa18.
La Iglesia como cielo
Y he aquí, dice, que una puerta es abierta en el cielo19.
La puerta abierta se refiere a Cristo, pues Él es la puerta20.
Denomina cielo a la Iglesia, donde tienen lugar las realidades
celestes, tal como dice el Apóstol: «Instaurar todas las cosas,
las de los cielos y las de la tierra»21. Por cielo se entiende la
primitiva Iglesia de los judíos, en cambio, la tierra significa la
Iglesia de los gentiles. Y prosigue: Sube acá y te mostraré22.
Esto no se refiere solamente a Juan sino a la Iglesia o a
todos los creyentes; pues el que viere la puerta abierta en el
cielo, es decir, el que creyese que Cristo había nacido,
sufrido y resucitado, sube a lo alto y contempla las cosas
futuras23.
Y he aquí que el trono estaba puesto en el cielo24, es
decir, en la Iglesia. Y el que estaba sentado era semejante a
una visión de color piedra jaspe o cornalina25. Estas
comparaciones corresponden a la Iglesia. El jaspe tiene el
color del agua y la cornalina el color del fuego; con estas
figuras, como ya ha sido dicho, quiere dar a entender dos
juicios: uno por el agua, que ya ha tenido lugar en el diluvio,
y otro que tendrá lugar, en el futuro, por el fuego26.
Los veinticuatro ancianos y la Iglesia
En derredor del trono vi veinticuatro sedes, y sobre las
veinticuatro sedes veinticuatro ancianos sentados27. Los
ancianos significan toda la Iglesia, como dice Isaías:
«Cuando él sea glorificado en medio de sus ancianos»28.
Ahora bien los veinticuatro ancianos son los prepósitos y los
pueblos. En los doce apóstoles se indica a los prepósitos y
en los otros doce al resto de la Iglesia29.
Y del trono salen relámpagos y voces30: en efecto, de la
Iglesia salen los herejes pues «salieron de entre
nosotros»31. También tiene otro significado, a saber, que los
rayos y las voces indican la predicación de la Iglesia. En las
voces se reconocen las palabras, en los relámpagos los
milagros.
Delante del trono un mar de vidrio32: el mar semejante al
cristal es la fuente del bautismo33; delante del trono quiere
decir antes del juicio. Pero por trono se entiende, a veces, el
alma santa, tal como está escrito: «El alma del justo es la
sede de la sabiduría»34. Otras veces es la Iglesia en la que
Dios tiene su sede.
Los cuatro animales: Cristo y la Iglesia
Y en medio del trono cuatro animales35, es decir, los
Evangelios en medio de la Iglesia 36. Llenos de ojos por
delante y por detrás37, es decir, en el interior y en el
exterior. Los ojos son los mandamientos de Dios. Por delante
y por detrás38, es decir, la facultad de ver el pasado y el
futuro39. En el primer animal semejante a un león se
muestra la fortaleza de la Iglesia 40, en el novillo la pasión de
Cristo41. En el tercer animal, que es semejante a un hombre,
se representa la humildad de la Iglesia; porque ella no se
jacta en absoluto con un sentimiento de orgullo aun cuando
posee la adopción de hijos42. El cuarto animal representa a
la Iglesia, semejante a un águila43, es decir, volando
libremente y elevada por encima de la tierra por dos alas,
como levantada por los timones de los dos Testamentos o de
los dos mandamientos44. Pues cuando el evangelista Juan
contempló que el misterio cuadriforme de estos cuatro
animales se había realizado en Cristo, que él le vio nacer
como un hombre, sufrir como un novillo y reinar como un
león, le vió entonces retornar al cielo como un águila.
Los ancianos y los testimonios de la Escritura
Y cada uno de los cuales tenía seis alas en torno45. En
los animales se representan los veinticuatro ancianos,
porque seis alas por cuatro animales hacen veinticuatro alas.
En efecto, alrededor del trono él vió a los animales allí donde
él dijo que había visto a los ancianos. Pero ¿cómo un animal
con seis alas puede ser semejante a un águila, que tiene dos
alas, a no ser porque los cuatro animales no son más que
uno? Ellos tienen veinticuatro alas en las que nosotros
vemos significados los veinticuatro ancianos que son la
Iglesia que él ha comparado a un águila46.
Para otros las seis alas son los testimonios del Antiguo
Testamento. Pues así como un animal no puede volar si no
tiene alas, de igual modo la predicación del Nuevo
Testamento no engendra la fe a no ser que contenga los
testimonios explícitos del Antiguo Testamento que lo han
anunciado, por los cuales es elevado de la tierra y emprende
su vuelo. Ciertamente siempre que un acontecimiento
predicho se encuentra después realizado hace la fe
indubitable; si, por otra parte, las cosas que habían
anunciado los profetas no tuviesen su cumplimiento en
Cristo, su predicación sería vacía. La Iglesia católica
sostiene todo lo que desde el principio fue anunciado y
después se ha realizado. Con toda razón el animal viviente
vuela y se levanta desde la tierra hacia el cielo.
Y no descansaban47. Aquellos animales son la Iglesia,
que no encuentra descanso, sino que alaba continuamente a
Dios. Podemos, asimismo, entender por los veinticuatro
ancianos los libros del Antiguo Testamento, y los patriarcas y
los apóstoles; por los relámpagos y los truenos, que se dicen
que salen del trono, podemos entender las predicaciones y
promesas del Nuevo Testamento48.
Arrojando sus coronas delante del trono49: porque los
santos, tengan la dignidad que tengan, todo lo asignan a
Dios, del mismo modo que aquellos que, según el evangelio,
extendían las palmas y las flores bajo sus pies, es decir, le
atribuían todas sus victorias.
Porque tu creaste todas las cosas y existíán y fueron
creadas por tu voluntad50. Ellas existían según Dios, en
posesión del cual todas las cosas existían antes de haber
sido hechas; pero ellas habían sido creadas para ser vistas
por nosotros, como dice Moisés a la Iglesia: «¿No es éste tu
Padre, que te ha hecho, te ha poseido y te ha creado?»51.
Él te ha poseido en su presciencia, él te ha hecho en Adán y
él te ha creado a partir de Adán52.
........................
1. Ap 3, 1.
2. Cf. Fragmentos de Turín, 59, 1-2; Primasio, 37, 1-7 (809, 40-46);
Beato, I, 358, 6-9.
3. Ez 18, 20.
4. Ap 3, 2.
5. Ap 3, 7.
6. Ap 3, 7.
7. Cf. Fragmentos de Turín, 63, 1-6; Primasio, 38, 31-32 (810, 12);
Beda, 141, 1-2; Beato, 1, 380, 8-14; cf. A. ORBE, Teología de San
Ireneo, II, 252, III, 176. 531.
8. Ap 3, 8.
9. Cf. Fragmentos de Turín, 63, 7-9; Beato, I, 383, 5-10.
10. Ap 3, 8.
11. Cf. Fragmentos de Turín, 64, 2-6; Beda, 141, 14-16; Beato, I, 387,
11-14.
12. Ap 3, 12.
13. Ap 3, 12.
14. Cf. Ticonio, L. R. 7, 24-26; 5, 11-14. 28-29; Fragmentos de Turín,
72, 9-73, 2; Primasio, 41, 99-105 (811, 29-40); Beato, I, 408, 1-4. Cf. A.
ORBE, Teología de San Ireneo, III, 551.
15. Ap 3, 16.
16. Cf. Fragmentos de Turín, 75, 5-7; Primasio, 42, 130-43, 135
(812, 17-26); Beato. II, 413, 17-414, 2.
17. Ap 3, 18.
18. Cf. Fragmentos de Turín, 75, 8-77, 4; Victorino, 43, 17-45, 1;
Primasio, 44, 162-169 (812, 50-53. 55-56); Beato, I, 415, 3-18; cf.
ClPRIANO, De opere et eleem., 14 (CSEL 3, 384, 9-12: PL 4, 634,
34-37).
19. Ap 4, 1.
20. Cf. Jn 10, 7.
21. Ef 1, 10.
22. Ap 4, 1.
23. Cf. Ticonio, L. R. 71, 23-24; Fragmentos de Turín, 80, 6-7;
Primasio, 46, 1-14 (813, 42-51); Beda, 142, 55-56; 142, 59-143, 1;
Beato, I, 440, 4-441, 4; cf. E. ROMERO-POSE, Et caelum ecclesia et
terra ecclesia. Exegesis ticoniana de Apoc. 4, 1, Augustinianum 19/3
(1979) 469-486. Cesáreo recoge y transmite un pequeño resumen del
símbolo de la fe.
24. Ap 4, 2.
25. Ap 4, 3.
26. Cf. Victorino, 47, 16-20 (Apringio, 28, 1-5); Primasio, 47, 31-35
(814, 17- 18); Beato, 447, 1 -7.
27. Ap 4, 4.
28. Is 24, 23.
29. Cf. Primasio, 4X, 43-57; Beda, 143,26-34; Beato, I, 450, 15-453,
6.
30. Ap 4, 5.
31. 1 Jn 2, 19.
32. Ap 4, 6.
33. Cf. Victorino, 49, 5-6; Apringio, 29, 6; Beato, 1, 457, 1-2; II, 212,
13-14.
34. Pr 12, 23 (LXX).
35. Ap 4, 6.
36. Cf. Beato, I, 462, 5 (cf. Apringio, 29, 15-16).
37. Ap 4, 6.
38. Ap 4, 6.
39. Cf. Beato, I, 462, 6-8 (cf. Apringio).
40. Cf. Beato, I, 469, 8-9.
41. Cf. Beato, I, 469, 12-13.
42. Cf. Beato, I, 469, 46, 15-470, 2.
43. Ap 4, 7.
44. Cf. Beato, 1, 471, 6-8.
45. Ap 4, 8.
46. Cf. Primasio, 55, 200-210 (817, 58-818, 8); Beato, 1, 471,
10-472,3.
47. Ap 4, 8.
48. Cf. Victorino, 55, 1-61, 2; Beato, I, 501- 1-504, 14.
49. Ap 4, 10.
50. Ap 4, 11.
51. Dt 32, 6.
52. Cf. Primasio, 58, 267-271 (820, 8-16); Beato, 1, 504, 15-505, 6.