VIDA DE S. CESÁREO
La principal fuente de información para recabar noticias
sobre la vida de S. Cesáreo es la Vida escrita por Cipriano
de Tolón y otros amigos y discípulo. San Cipriano había sido
ordenado obispo de Tolón por S. Cesáreo y por encargo de
la hermana de este último, Cesárea, escribió la Vita muy
poco tiempo después de la muerte de aquél.
S. Cesáreo nació en torno a los años 469/470-3 en
Chalons-sur-Saone, en el reino de los burgundios. Su
familia, de procedencia romana, era de condición
acomodada. Después de ser clérigo ingresa, como monje, en
el monasterio de Lérins a la edad de treinta años. Durante
su vida monástica pudo conocer los escritos de los Santos
Padres, entre otros, la obra de Ireneo, Orígenes, Ambrosio,
Juan Crisóstomo, Efrén latino, Hilario de Arlés, Vicente de
Lérins, Fausto de Riez y, sobre todo, S. Agustín. La precaria
salud de Cesáreo no le permitió resistir la vida del
monasterio y esta es la razón por la que encontró en Arlés,
cambiando de estado, un clima más propicio. En Arlés acudió
a las lecciones del retórico Juliano Pomerio, al que estimaba
en alto grado. En esta misma ciudad es ordenado diácono,
presbítero y encargado del seguimiento de un cercano
monasterio. En el mes de diciembre del 5024 es consagrado
obispo de la importantisima sede de Arlés en la que sucede
a Aecios. Durante su largo pontificado se vió implicado en
situaciones conflictivas de orden político por la confrontación
de godos, francos y burgundios. Más en concreto en el año
505 con el rey visigodo Alarico II y en el 512 con el ostrogodo
Teodorico, tuvo que sufrir por dos veces la acusación de
traición de las que pudo salir indemne y victorioso. Asimismo
el pontificado de Cesáreo fué considerado como ejemplar
por su entrega a todos, especialmente a los pobres, y por su
dedicación a la predicación. Es de resaltar también su
amperio para con la vida monástica, escribiendo reglas y
asistiendo a monasterios. Desarrolló una amplia labor
conciliar: Agde (506), Arlés (524), Carpentras (527), Orange
(529), Vaison (529), Marsella (533), y trató de aportar
soluciones al problema del arrianismo y semiarrianismo. El
Papa Símaco confirió a Cesáreo el privilegio del pallium y la
delegación apostólica para toda la Galia. Murió el 2..7 de
agosto del 542.
2. OBRA LITERARIA DE S. CESÁREO
El más conocido de los escritos de Cesáreo —«después
de S. Agustín el más grande predicador popular de la
antigua Iglesia latina»— son los 238 Sermones (no todos
ellos auténticos) que, debido a la influencia agustiniana, se
han transmitido a la posteridad bajo el nombre de S. Agustín.
Son homilías en las que se comenta el texto bíblico o se
refieren a fiestas litúrgicas sin dejar de reflejar en muchos de
ellos el clima social-religioso de aquel momento
Entre las restantes obras es de resaltar un tratado que
lleva por título De mysterio sanctae Trinitatis, en el que se
denota la clara influencia de S. Agustín, Fausto de Riez,
Hilario de Poitiers, Ambrosio y Fulgencio. El Brevianum
adversus haereticos, es un resumen de teología trinitaria,
con intención claramente antiarriana, escrito contra los
godos. En el De gratia, escrito que sigue el agustinismo más
radical, se asevera que la gracia necesaria para la salvación
sólo se concede a algunos predestinados. Al Testamentum,
y a algunas Cartas pastorales —entre ellas la Admonitio
(dirigida a los obispos sufragáneos)—hay que añadir dos
Reglas (Regula ad monachos y Regula ad virgines), las más
antiguas, y rígidas reglas que se conservan en la Galia8.
3. EL COMENTARIO AL APOC. DE CESÁREO U
HOMILÍAS PSEUDOAGUSTINIANAS
Dom Morin, el más autorizado editor de la obra de S.
Cesáreo, le atribuyó las Homilías pseudoagustinianas que en
realidad son un Comentario al Apocalipsis del obispo galo.
Las razones aportadas por el sabio benedictino —estudio del
léxico y estudio comparativo con el resto de la obra de S.
Cesáreo— fueron suficientes para refutar la autoría de las
Homilías a S. Gennadio tal como había defendido O.
Bardenhewer.
Antes de decir algo sobre la forma y contenido de las
Homilías o Comentario al Apoc. creemos oportuno señalar
los precedentes exegéticos de este escrito o, lo que es lo
mismo, presentar algunos rasgos referentes a la historia de
los Comentarios al Apoc., historia en la que se inserta el
escrito de Cesáreo.
Desde los inicios de la exégesis cristiana el libro del Apoc.
atrajo la atención de distintos autores y tradiciones. Es el
único libro del N.T. explícitamente profético y se prestaba
para el desarrollo ya sea cristológico ya sea eclesiológico.
Desde un principio se atribuía el Apoc. al apóstol S. Juan
(Apoc. 1, 1.4.9; 22, 8), a excepción de Gayo y los Logos que
concedían la autoría del libro de las revelaciones a Cerinto.
Dionisio de Alejandría, por su parte, lo creía escrito por otro
Juan, distinto del apóstol. Así se explica que Eusebio de
Cesarea dude a la hora de asignar un autor al Apoc.
S. Jerónimo nos testimonia que los milenaristas Justino e
Ireneo interpretaron el libro de Juan. Con todo, a pesar de
las noticias que podían dar pie a ello, ni los asiáticos Justino
e Ireneo, ni el alejandrino Clemente ni Metodio de Olimpo,
Tertuliano, Comodiano y Lactancio no escribieron un
comentario propiamente dicho al Apoc. sino que se ciñeron a
comentar algunos pasajes. Según Eusebio de Cesarea
Melitón de Sardes había escrito una obra, no llegada hasta
nosotros, titulada Sobre el diablo y el Apoc. de S. Juan. S.
Jerónimo también nos testimonia que S. Hipólito nos había
dejado un comento al Apoc, que por desgracia tampoco ha
llegado hasta nosotros; sin embargo podemos recuperar
algunas exégesis en las restantes obras del escritor y en el
Apoc. siríaco del Dionisio bar Salibi. Según referencia de un
fragmento latino de Orígenes, él mismo escribió una
interpretación del Apoc.
Los primeros comentaristas consideran el Apoc. como un
libro que mira primariamente a la revelación de los últimos
tiempos; gustan hacer lecturas más bien de tipo literalista y
tratan de armonizarlo con la literatura apócrifa y con las
revelaciones del libro del Daniel. Como era de esperar el
contenido privilegiado era la cristología muchas veces en
confrontación con el Anticristo.
Si exceptuamos a los alejandrinos Clemente y Orígenes,
los primeros intérpretes del Apoc. son partidarios del
milenarismo, es decir, del establecimiento del reino, durante
un tiempo determinado, aquí en la tierra. Puede que la
diversidad de lecturas y las consecuencias dogmáticas
derivadas de las mismas, ya sea de sesgo literal o ya sea
espiritualistas, hayan favorecido la desaparición de los
primerisimos comentarios.
El más antiguo comentario al Apoc. llegado hasta
nosotros es el de Victorino de Pettau (s. III), conservado
gracias a la recensión hecha por S. Jerónimo. Victorino en su
comento sigue a Orígenes pero sin despreciar las
interpretaciones de los asiáticos, es decir, abraza el
alegorismo sin abandonar elementos y tradiciones de los
literalistas que propiciaban el sentido milenarista de ciertos
pasajes del Apoc. Uno de los principios más urgidos por
Victorino para lograr un sentido unitario al libro de Juan es el
de la recapitulación, principio hermenéutico que había
alcanzado la cima en el s. II especialmente con Ireneo de
Lión. Fiel al sentido recapitulativo, cada escena, cada
pasaje, cada una de las imágenes, símbolo o visión del
Apoc. no es más que la presentación del mismo hecho;
trátase de distintas caras de una idéntica realidad. Para
Victorino el Apoc. es el libro que nos refiere lo acontecido, y
lo que vendrá, en la Iglesia, además de reflejar ricos perfiles
cristológicos. El libro de S. Juan, según Victorino, es el más
apto para descubrir las relaciones entre cristología y
eclesiología. El matiz de profecía histórica es resaltado, en el
comento de Victorino, por la figura de la bestia leída a la luz
del Nero redivivas que emergerá como el Anticristo en la
persona de Nerón.
El milenarismo heredado por Victorino es mucho más
mitigado que el de Cerinto, Papías, Justino, Ireneo, Melodio y
Tertuliano.
Mas el comentario al Apoc. más significativo en la historia
de la literatura cristiana es, sin lugar a dudas, el escrito por
el donatista Ticonio (s. IV)2'. Toda la tradición exegética
latina a partir del s. IV depende del perdido comento
ticoniano. El donatista junto a la interpretación del Apoc. es
el autor de una de las más importantes guías hermenéuticas
de la exégesis cristiana (el Líber regularum).
El libro de las reglas hace alarde de la utilización del
principio de la recapitulación. Para Ticonio el Apoc. es la
magna profecía de toda la Escritura, es la revelación
definitiva de Dios sobre Cristo y su cuerpo, la Iglesia (resp.
Reglas I, II, VII). Las siete reglas servirían como hilo
conductor para discernir lo que en el Apoc. se dice de Cristo
personalmente y lo que se refiere a su cuerpo.
El comentario al Apoc. constituía una excelente ocasión
para ver el alcance y el valor de las Reglas, al mismo tiempo
que era el libro ideal para presentar la rica y debatida
doctrina de este momento, en plena crisis donatista, sobre la
Iglesia.
Pocos comentarios bíblicos han sido tan utilizados,
imitados y copiados como el de Ticonio. Desgraciadamente
no tenemos noticias de copias manuscritas posteriores al
siglo IX, a excepción del fragmento hallado en Budapest.
Pero si nos atenemos a las obras de todos aquellos que le
siguieron podemos recuperar el perdido comentario
ticoniano. En esto radica el gran interés en seguir cada uno
de los que se han atenido al texto ticoniano.
Entre los seguidores de Ticonio, de su interpretación al
Apoc., destaca Primasio (s. VI), africano como el donatista.
En el Comentario de Primasio se advierte asimismo la
influencia de S. Agustín quien, por otra parte, admiró y se
dejó cautivar por mucho de lo afirmado y escrito por Ticonio.
Primasio, buen conocedor de lo que había significado la
diatriba donatista, trata de expurgar del comentario todo
aquello que considera cismático.
El texto de Ticonio no quedó encerrado en la geografía
africana. Al igual que la literatura de signo y sentir católico se
expendió por las Galias —es de recordar Lérins como
importante lugar de confluencia— también obras donatistas
no dejaron de circular y ser aprovechadas en el Continente
europeo. Un buen ejemplo es el que nos ofrece Cesáreo con
su comentario al Apoc. Éste sigue de cerca, con mayor
respeto que Primasio, el texto del Comentario de Ticonio. Y
lo sigue de un modo tan respetuoso con la letra de la
explanación del donatista fuese por ser un eslabón
fundamental, en la cadena ticoniana, para recuperar y
reconstruir el más importante comentario latino al Apoc.