DE LAS COSTUMBRES DE LA IGLESIA CATOLICA y DE LAS COSTUMBRES DE LOS MANIQUEOS

Traductor: P. Teófilo Prieto, O.S.A.

LIBRO SEGUNDO

DE LAS COSTUMBRES DE LOS MANIQUEOS

El sumo bien es por esencia el ser en sumo grado

I. 1.Nadie, pienso yo, dudará que la cuestión del bien y del mal, que es lo que aquí se trata, es objeto de la moral. ¡Ojalá sea tanta la claridad y la serenidad de la vista de la inteligencia de quienes se consagran a la investigación de las cosas, que puedan contemplar de hito en hito aquel sumo bien, nada superior a él en excelencia: y sublimidad, al cual se somete el alma racional pura y perfecta! Porque verían también con qué rectitud y justicia se le llama el supremo ser, el primer ser, que es siempre lo mismo, en absoluto idéntico a sí mismo; que es inaccesible a toda corrupción o cambio; que ni está sujeto al tiempo ni puede ser hoy de distinto modo de como era ayer. Este ser es el que verdaderísimamente es, pues significa una esencia subsistente en sí misma e inaccesible a toda mutación. Este ser es Dios, el cual no tiene contrario, porque al ser sólo se opone el no ser. No existe, pues, ninguna naturaleza contraria a Dios. Pero puesto que para la contemplación de estas cosas llevamos al contrario, el bagaje de una inteligencia llagada y embotada, bien por pueriles opiniones, bien por una perversa voluntad, sacrifiquémonos todo lo posible por alcanzar algún conocimiento de objeto tan elevado, caminando paso a paso, con cautela, no como suelen buscarlo quienes lo contemplan, sino como los que andan en tinieblas, a tientas.

Qué es el mal. El mal, dicen con mucha razón los maniqueos, es lo que es contrario a la naturaleza; pero esta definición destruye su herejía.

II. 2.Es costumbre maniquea el proponer la cuestión del origen del mal a quienes intentan convencer de la verdad de su herejía. Haced, ¡oh maniqueos!, esta hipótesis que sea hoy, por ejemplo, la primera vez que caigo yo en vuestras manos, y me atreva a pediros, con vuestro beneplácito, que pongáis entre paréntesis vuestras convicciones sobre esta 'cuestión y, como simples ignorantes, unáis vuestros esfuerzos a los míos en la investigación de este gran misterio. Vosotros queréis saber cuál es el erigen del mal, y yo, a mi vez, empieza la pregunta sobre su naturaleza. ¿Quién procede en la investigación con más lógica, yo o vosotros? ¿Los que investigan el origen sin saber de qué o los que investigan primero su naturaleza con el fin de no caer en el gran absurdo de investigar el origen de lo desconocido? Es verdaderísimo lo que decís: ¿quién hay tan ciego que no vea que el mal de una cosa cualquiera es todo lo que es contrario a su naturaleza? ¿Y no caéis en la cuenta de que esta definición destruye vuestra herejía? Ya que ninguna naturaleza es mala, si el mal es contra la naturaleza; y vuestra doctrina es que el mal es una naturaleza o substancia. Añádase a esto que lo que es contrario a la naturaleza se opone a ella y tiende a su destrucción, tiende a hacer que lo que es no sea más; porque una naturaleza no puede ser otra cosa que lo que constituye cada ser en su especie. Por consiguiente (y vosotros permitiréis que yo me sirva del término esencia, que viene de ser, o del término substancia, que le reemplaza con frecuencia, términos desconocidos de los antiguos y que reemplazan con el de naturaleza), por consiguiente, dio yo que el mal, si queréis atender (poniendo entre paréntesis vuestra pertinacia), es lo que ataca a la esencia de un serlo que tiende a hacer que no exista más.

3. Cuando la Iglesia católica enseña que Dios es el autor de todas las naturalezas y substancias, los que son capaces de comprender esta verdad concluyen que Dios no es el autor del mal. ¿Cómo es posible que la causa del ser de todo lo que existe sea luego causa del no ser, causa de que pierda su esencia y tienda a la nada? Esto sería a los ojos de todos el mal general. ¿Cómo, pues, es posible que ese vuestro reino del mal, que, según confesión vuestra, es el sumo mal, sea contrario a la naturaleza o substancia, siendo él mismo una naturaleza y una substancia? Si obra contra sí mismo, tiende a destruir su mismo ser, y el día que lo lograra realizaría el sumo mal; pero eso es irrealizable, porque, además de existir, es eterna. Luego la conclusión es que el sumo mal no es una substancia.

4. ¿Qué hacer en estas circunstancias? Yo sé que hay entre vosotros quienes no pueden en absoluto comprender estas verdades; conozco a otros, por el contrario, que, debido a su buen ingenio, las entrevén, pero, sin embargo, siguen las inspiraciones de su mala voluntad, que les ciega y hace perder el juicio; y lo emplean más bien en proponer objeciones contra ellos, con el mal fin de seducir con facilidad a los torpes y débiles, que en reconocer ellos mismos su invencible verdad. Pero jamás me pesará haberlo escrito, persuadido de que algún día lo leerá alguno de vosotros con juicio sereno y abandonará vuestra herejía; y otros, espíritus rectos, sometidos a Dios y limpios de esta vuestra peste de doctrina, no podrán, después de leído, ser engañados por vuestras palabras.

La definición del mal como algo nocivo es también destructiva de la secta maniquea

III. 5. Sigamos con el mayor interés, y, a ser posible, con la mayor claridad, nuestras investigaciones. Vuelvo de nuevo a insistir sobre la naturaleza del mal. Si decís que el mal es lo que causa daño, no contradecís a la verdad. Pero lo que reiteradamente os suplico es que reflexionéis, examinéis y seáis sinceros, y que busquéis la verdad, no con la torcida intención de combatirla, sino con la buena intención de descubrirla. Todo lo que causa daño priva de algún bien a lo que daña; y si no priva de algún bien, no hay daño alguno. ¿Hay algo más evidente, claro y manifiesto, aun a la inteligencia más mediocre, con tal que no sea pertinaz? Sentado esto las consecuencias que se siguen son incontables. A vuestro reino del mal, que, según creéis, es el sumo mal, nada le puede dañar, porque carece de todo bien. Si hay dos naturalezas, como vosotros lo afirmáis, el reino de la luz y el reino de las tinieblas; si el reino de la luz es Dios, como confesáis, cuya naturaleza es simple, toda igual en perfección, en este caso es necesario que admitáis una consecuencia contradictoria de vuestro sistema, pero inevitable que esta naturaleza, que no solo admitís, sino que confesáis muy alto ser el sumo bien, es inmutable, impenetrable e inviolable, pues de no ser así no sería el sumo bien, el bien por excelencia; esta naturaleza es inaccesible a todo daño. Por otro lado, si daño es privación de algún bien, como he mostrado, ¿qué daño se puede causar al reino de las tinieblas, no habiendo allí bien alguno? Luego se sigue que, si no se puede dañar al reino de la luz, porque es inviolable, ¿a quién o a qué dañará lo que llamáis el mal?

Diferencia entre el bien por esencia y el bien por participación

IV. 6. Pero, puesto que no podéis libraros de estas redes, fijad la atención en la sencillez y claridad de la doctrina católica. Esta distingue el bien que es en sumo grado y por sí mismo, esto es, por esencia y naturaleza, del bien que lo es por participación; éste recibe el bien que lo constituye del sumo bien, sin mudarse ni perder nada. Este bien por participación es la criatura, sujeto único capaz de deficiencias, de las que no puede ser Dios el autor, pues lo es de la existencia y, por decirlo así, de la esencia. Notemos esta palabra, pues ella sola nos da la clave del enigma del mal; pues, lejos de ser una esencia, es con toda verdad una privación e implica, por lo tanto, una naturaleza a la que puede hacer daño. Esta naturaleza no es el sumo mal, a la que causa daño con la privación de algún bien, ni el sumo bien, puesto que puede ser despojada de algo, y si es buena, no lo es por esencia, sino por participación. Ella no es buena por naturaleza, porque decir creada es decir que tiene de oro toda su bondad. Dios sólo es el sumo bien, y todo lo que ha hecho es bueno, pero no como Él. ¿Quién habrá tan insensato que sostenga que las obras son iguales al artista y las criaturas al Creador? ¿No están del todo llenas, ¡oh maniqueos!, vuestras exigencias? ¿Queréis algo más claro y explícito todavía?

La definición del mal como una corrupción es destructiva de la secta maniquea

V. 7. Vuelvo a insistir por tercera vez sobre la naturaleza del mal. El mal, contestaréis, es la corrupción. ¿Quién podrá negar ser esto el mal en su generalidad? ¿La corrupción no va contra la naturaleza? ¿No es ella la que daña? Pero mi respuesta es que la corrupción no es nada en sí misma; no es una substancia, sino que existe en una substancia a la que afecta. Esta substancia a la que toca la corrupción no es la corrupción, no es el mal; porque una cosa que es atacada por la corrupción es privada de su integridad y de su pureza; si ella no tuviera pureza alguna de la que pudiera ser privada, no podría, evidentemente, ser corrompida; y la pureza que ella posee no le puede venir sino de la fuente de toda pureza. Además, lo que se corrompe se pervierte; pero la perversión es privación del orden, y el orden es un bien, y, por consiguiente, lo que ataca a la corrupción no está desprovisto del bien, y precisamente el no estar desprovisto del bien hace posible su privación por la corrupción. De lo que se sigue que si ese vuestro reino de las tinieblas está despojado, como decís, de todo bien, no puede estar sujeto a la corrupción, porque carece de todo lo que ella puede destruir. Seguid todavía, en vuestra audacia, diciendo que Dios y el reino de, Dios pueden ser destruidos por la corrupción, cuando os es imposible explicar de ese modo la destrucción del reino de Satanás, como vosotros lo describís.

Qué es la corrupción y qué es lo que puede estar sujeto a ella

VI. 8. ¿Qué enseña la luz católica? Lo, adivináis sin duda: la verdad. Enseña que sólo son corruptibles las substancias creadas; que la substancia que es el sumo bien es incorruptible, y que la corrupción, que es el sumo mal, no puede ser corruptible, porque no es una substancia. A vuestra pregunta qué es la corrupci6n, vosotros mismos veréis la respuesta con solo fijaros en el cambio que hace en lo corruptible: deja marcado su sello en todo lo que toca. Todo objeto herido por ella decae de lo que era y pierde su permanencia y hasta su ser, porque el ser y la permanencia son correlativos: he aquí por qué es inmutable en sí mismo el ser que lo es en el más alto y sumo grado. Lo que cambia para ser mejor es porque tendía a la perversión, a la pérdida de su esencia, que no hay que atribuir en modo alguno al autor de la esencia. Algunas cosas cambian para ser mejores, lo que es una tendencia hacia el ser: es un retorno, una conversión, no una perversión o' destrucción; y porque la perversión es destrucción del orden, la tendencia al ser es tendencia al orden; y conseguido el orden, tocan al ser mismo en cuanto lo sufre la capacidad de la criatura. El orden reduce a una cierta unidad lo que organiza. La esencia del ser es la unidad, y en la misma medida que es uno es ser; la obra de la unidad es producir la conveniencia y la concordia, por las que las cosas compuestas tendrán la medida de su ser; mientras que las cosas simples son por sí mismas, pues ellas son la unidad; las que no lo son imitan esta unidad por la concordia de sus partes, y la medida de su unión es la medida de su ser. Concluyo, pues, que el orden produce el ser; el desorden, al contrario, que se puede llamar también perversión y corrupción, produce el no ser; y, por consiguiente, todo lo que se corrompe tiende, por esto mismo, a no ser más. Por lo que produce la corrupción podéis descubrir el sumo mal, pues éste es el término al que la corrupción lleva o conduce.

La bondad divina no permite la corrupción de alguna cosa hasta no ser. Diferencia entre el crear y el ordenar

VII. 9. La bondad de Dios, sin embargo, no deja que las cosas lleguen a ese extremo; y todas las cosas defectuosas de tal modo las ordena, que las' sitúa en el lugar más conveniente mientras por un movimiento ordenado no retornen al principio del que se alejaron. Y así, las almas raciona1es, en las que es poderosísimo el libre albedrío, si desfallecen, son puestas en los grados inferiores de la creación, según lo exige el orden. Se hacen miserables debido a este juicio de Dios, que fija su lugar según lo merecido. He aquí el porqué de esta admirable sentencia que tanto combatís: Yo hago los bienes y creo los males. La palabra crear, aquí significa ordenar, regular, y es por lo que muchos manuscritos dicen: Yo hago los bienes y ordeno los males. Hacer es dar el ser a lo que no lo tenía, mientras que ordenar es disponer lo que ya existía de tal manera que llegue a mejorar, que llegue a más alto grado de perfección. Cuando dice Dios: Yo ordeno los males, significa que Él dispone las cosas que desfallecen, que tienden al no ser, y no las que ya llegaron a ese extremo. La divina Providencia, se ha dicho con verdad, no deja a ningún ser que vuelve a la nada.

10. Mi intención es mostraras la. puerta de la salud y vuestra desesperación hace perder la esperanza a los ignorantes. La puerta no se abre sino a la buena voluntad, a la que únicamente la divina clemencia da el ósculo de paz, según el canto de los ángeles: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Es suficiente lo dicho para que observéis que esta disquisición religiosa acerca del bien y del mal no tiene más salida que esta: todo lo que existe recibe de Dios el ser, y su decadencia no es obra de Dios, sin que esto quiera decir que no esté dentro de la providencia divina, que le sitúa dentro del orden general. No sé qué más se puede hacer por vosotros, si aun no lo comprendéis; lo único que se me ocurre es desmenuzar más y más lo dicho, mientras la piedad y la inocencia no levanten vuestra inteligencia a cosas mayores.

El mal no es una substancia, sino un desorden contrario a la substancia

VIII.11. Ya sé yo que a mí pregunta sobre la esencia del mal contestaréis diciendo que el mal es lo contrario a la naturaleza, lo que daña, lo que destruye u otras definiciones parecidas. Pero todas estas contestaciones son la ruina de vuestra doctrina, como ya os lo he demostrado; aunque quizás ahora, como vuestro hábito es hablar puerilidades con los que tenéis por niños, sea vuestra respuesta que el mal es el fuego, el veneno, las fieras y otras cosas semejantes. En una ocasión, a una persona que afirmaba que el mal no es una substancia, uno de los primates de esta herejía le dio esta respuesta: Mi mayor satisfacción seria poner en sus manos un escorpión y ver si retiraba o no la mano. Si la retira, es señal, en contra de sus palabras, que el mal es una substancia, si es que no tenía la osadía de negar que este animal lo es; y se expresaba así no en presencia de su adversario, sino delante de nosotros, que espantados se lo referíamos; con los niños, como he dicho, no hablaba sino puerilidades. ¿Quién no sabe, aunque sea muy poca su instrucción, que estas cosas dañan a la naturaleza cuando se encuentra en condiciones contrarias a las suyas, y no perjudican cuando se halla en las mismas condiciones, y con mucha frecuencia son de gran utilidad? Si el veneno de su naturaleza fuera malo, su primera víctima sería el mismo escorpión; pero sucede lo contrario, que si del todo se le quita el veneno, infaliblemente perece. Por lo que se ve ser un mal para su cuerpo perderlo y para el nuestro recibirlo; un bien para él tenerlo y un bien para nosotros el carecer de él ¿Luego una misma cosa es buena y mala? No lo que sucede es que el mal es lo contrario a la naturaleza, así de este animal como de la nuestra; el mal es el desorden, que, lejos de ser una substancia, es el enemigo de toda substancia. ¿Cómo es esto, diréis? Fijad la atención en sus efectos y lo comprenderéis, con tal que aun haya en vosotros alguna luz interior. El mal lleva al no ser todo lo que destruye, mientras que Dios es el autor de la esencia; y, por lo tanto, no puede existir esencia alguna que arrastre al no ser donde ella estuviere. Allí donde hay orden hay ser, y la causa del desorden es la nada.

12. La historia refiere de una mala mujer ateniense que se acostumbró a beber en pequeñas dosis la cantidad ordinaria, de veneno que bebían los condenados a muerte, y consiguió no hacerle a ella perjuicio alguno. Luego, cuando se la condenó a la misma pena, bebió, como los otros, la misma cantidad, y por la costumbre que tenia de beberla no la mató lo que se consideró como cosa prodigiosa y se acabó por desterrarla. Si el veneno es malo por naturaleza, ¿cómo pudo hacer esta mujer que no lo fuera para ella? ¿Hay algo de más absurdo? Lo que sucede es que, siendo el veneno una cierta inconveniencia, logró esta mujer por una costumbre moderada crear una conveniencia entre el veneno y su cuerpo. Pues de otro modo, ¿de qué artificio podría valerse aquella mujer para que lo inconveniente no le causara daño alguno? La razón es porque lo que verdadera y generalmente es malo, lo es siempre y para todos sin excepción. Yo podría citar otros muchos ejemplos. El aceite es saludable a nuestro cuerpo y muy nocivo a los animales de seis pies; el eléboro puede ser alimento, medicina y hasta veneno; la sal, tomada sin medida, es también un veneno, y, sin embargo, es fuente de muchas ventajas y comodidades para el cuerpo; el agua del mar, como bebida para los animales de la tierra, es nociva; como baño es útil y muy saludable a muchos, y en ambos casos es la causa del bienestar de los peces; el pan nutre al hombre y causa la muerte al halcón; el cieno mismo, cuyo olor y sabor repugnan y hacen daño, refresca en el estío y es remedio de las heridas producidas por el fuego. ¿Qué hay más despreciable y abyecto que el estiércol y la ceniza? Sin embargo, son tan convenientes para los campos, que los romanos creyeron un deber dar honores divinos a su inventor, Estercucio, de quien recibió también el nombre.

13. Pero ¿qué necesidad hay de reunir detalles, que serían interminables? ¿No es útil a 'la naturaleza el uso conveniente de los cuatro elementos y en extremo nocivo su uso inconveniente? El aire nos vivifica; sepultados bajo tierra o sumergidos en el agua, perecemos; y un gran número de animales, el contrario, viven arrastrándose bajo la arena o tierra ligera, y los peces, puestos al aire, mueren; el fuego destruye nuestros cuerpos, mientras que su uso conveniente nos libra del frío y aleja de nosotros multitud de enfermedades. Este mismo sol al que adoráis de rodillas, y que es lo más hermoso de las cosas visibles, ¿no fortalece la vista de las águilas, mientras a la nuestra la hiere y deslumbra? ¿No es la costumbre la que hace que aun nosotros mismos lleguemos a mirarle de hito en hito sin molestia alguna? ¿No os parece bien su comparación con el veneno, que el hábito hizo inofensivo' a aquella célebre mujer ateniense? Un poco de atención y de reflexión basta para ver que si una substancia es mala por la sola razón de ser nociva a alguien o a alguna cosa, también merece la misma calificación esta hermosa luz ante la que os postráis. Es mejor que digáis que esta inconveniencia en virtud de la cual un rayo de sol puede deslumbrar nuestra vista, aunque para ella no haya cosa más agradable que la luz, es el carácter propio del mal en su generalidad.

Inconsistencia de las fábulas de los maniqueos acerca de los bienes y de los males

IX. 14. Mi intención, en esta tan molesta y minuciosa enumeración de detalles, no es otra que lograr, si es posible, desaparezca esa vuestra irracional costumbre de decir: el mal es la tierra en toda su profundidad y en toda su extensión, o un espíritu errante sobre la tierra, o los cinco antros de los elementos: el de las tinieblas, el de las aguas, el de los vientos, el del fuego y el del humo; o los animales nacidos en cada uno de estos elementos: las serpientes en las tinieblas, los peces en las aguas, los pájaros en el aire, los cuadrúpedos en el fuego y los bípedos en el humo. Estos seres, tal y como vosotros los describís, no podrán existir, ya que todo lo que existe ha sido, como tal, creado necesariamente por el Dios supremo y, en la medida de su ser, es bueno. Si, pues, el dolor y la flaqueza son un mal, allá en el mundo de vuestra fantasía existen animales de tanta fuerza y vigor, que hasta os atrevéis a decir que sus mismos abortos, después de haber contribuido a la fábrica del mundo cayendo del cielo a la tierra, no pudieron morir. Si ser ciegos y sordos es un mal, esa vuestra raza de animales veía y oía; si la mudez es un mal, ella poseía un lenguaje tan articulado, distinto y claro, que hasta uno de ellos pronunció contra Dios un discurso con agrado de todos en una gran asamblea; si la esterilidad y el destierro son un mal, allí hay una gran fecundidad y, además, viven en tierra y regiones propias; si la servidumbre y la muerte son también un mal, allí hay reyes, y viven una vida tal que, según vuestras palabras, ni después de la victoria de Dios puede el espíritu morir.

15. ¿Podéis decirme ahora la causa de que en el sumo mal descubra tanto bien, opuesto al mal de que he hablado? O si éstos no son males, ¿lo será una substancia en cuanto tal? Si ni 'la flaqueza ni la ceguera son un mal, ¿lo serán un cuerpo débil y las tinieblas? Si ni la sordera, ni la mudez, ni la esterilidad son un mal, ¿lo serán los sordos, y mudos, y estériles? Si ni el destierro, ni la servidumbre, ni a muerte son un mal, ¿lo serán los animales que andan errantes o envía alguien al destierro, los que sirven o alguien les fuerza al servicio, los mortales o que les infiere alguien la muerte? Pero si todas estas cosas son los males no lo serán la fuerza corporal, ni la vista, ni el oído, ni la palabra que persuade, ni la fecundidad, ni el suelo patrio, ni la libertad, ni la vida, bienes que existen en vuestro reino del mal; y ¡todavía tenéis la osadía de llamarlo sumo mal!

16. En fin, si el mal es la inconveniencia (nadie lo negó jamás), ¿qué más conveniente y adaptable que estos elementos a los animales que allí viven, como son las tinieblas para las serpientes, el agua para los peces, el aire para las aves, el fuego para los cuadrúpedos y el humo para los bípedos? ¡Cuánta concordia establecéis en el reino mismo de la discordia y cuánto orden en la sede misma del desorden! El mal es lo que es nocivo, se dijo ya antes (no repito el gran principio de que el daño no se da donde no hay bien alguno); pero si este principio os parece obscuro, al menos es muy claro y manifiesto a todos que el mal es lo que daña, y en ese vuestro reino, el humo no era nocivo a los animales bípedos, sino que, al contrario, él los engendró, crió y alimentó, sin ser obstáculo a su nacimiento, desarrollo y dominio. Ahora, sin embargo, como consecuencia de su mezcla con el mal, se ha vuelto tan nocivo, que no le podemos soportar nosotros, que somos bípedos, y nos ciega, oprime y mata. ¿Cómo se explica que tan fiera inhumanidad, tenga su origen de la mezcla del bien con los elementos malos y que haya tanto desorden en el reino mismo de Dios?

17. ¿Cómo se explica, sobre todo, la visión en las demás cosas de esta conveniencia, que sedujo al autor de vuestra secta y le llevó a urdir tantas fábulas mentirosas? ¿Cuál es, digo yo, el porqué de la conveniencia entre las tinieblas y las serpientes, entre el agua y los peces y entre el aire y las aves? ¿Por qué, sin embargo, el fuego abrasa a los cuadrúpedos y el humo nos ahoga? ¿Cuál es la explicación de la perspicacia de la vista de las serpientes, y de que el sol les cause tanto bienestar, y de que haya más donde el aire es más puro, claro y sereno? ¿Hay algo más absurdo que el que estos habitantes, estas almas de las tinieblas, en ninguna parte se hallen tan a gusto y mejor que donde se goza de los resplandores de la luz? Y si decís que es el calor lo que les atrae, entonces hubiera sido mucho más conveniente nacer las ágiles serpientes en el fuego que el pesado asno; y, sin embargo, quién no sabe lo amigo que es de esta luz el áspid, cuyos ojos son comparables a los del águila. Pero dejemos esta discusión sobre las bestias y pongamos la atención, os lo ruego, en nosotros mismos, sin tan obstinada pertinacia y vacío el espíritu de tan vanas y perniciosas fábulas. ¿Quién creerá esta singular extravagancia de que en el reino de las tinieblas, sin ningún rayo de luz, los animales bípedos tengan tan perspicaz, viva, centelleante y extraordinaria vista, que en sus tinieblas vean, contemplen, admiren y busquen con pasión la luz purísima del reino de Dios, que tantos elogios os ha merecido y que, según vuestra secta, es tan visible a sus ojos? Y, por otra parte, ¿es creíble que la mezcla de la luz, del sumo bien, de Dios mismo, haya producido tanta debilidad e impotencia en nuestra vista, que no sea capaz de distinguir nada en las tinieblas si de sufrir los rayos del sol, y fuera de ese reino nos veamos reducidos a andar a tientas buscando lo que otras veces veíamos?

18. Lo mismo se puede decir si la corrupción es un mal, que nadie lo duda. Entonces el humo no destruía a los animales y ahora sí. Y por no descender a detalles (que sería del todo inútil y muy largo), los animales tan exentos estaban y libres de la corrupción, que aun los mismos sin aptitud para nacer, precipitados desde el cielo a la tierra, han podido no sólo vivir y engendrar, sino hasta urdir una conjuración, conservando su antiguo vigor, y todo por ser concebidos antes de la mezcla del bien y del mal; y a consecuencia de la mezcla, los' mismos animales nacidos de ellos son débiles en extremo y sucumben fácilmente a la corrupción. ¿Quién podrá soportar por más tiempo tales errores, a no ser quien o no lo ve o se muestra, por no sé qué increíble hábito y familiaridad con vosotros, insensible al peso abrumador de tantas razones?

Los tres sellos de la moralidad falsamente imaginados por los maniqueos

X. 19. Lo dicho basta ya para ver en qué tinieblas y errores estáis sumergidos en la cuestión del bien y del mal en general. Vengamos ahora al examen atento de los tres sellos de vuestra moral, de los que tan vanamente os jactáis y tanto pregonáis. ¿ Qué sellos son éstos? Son el de la boca, el de las manos y el del seno. ¿ Qué sentido dais a esto? ¿Significa acaso que la pureza y santidad de un hombre está en la boca, en las manos y en el seno? ¿Qué diréis en el caso de que uno peque con los ojos, oídos y narices, o que hiera a uno con los pies o lo mate? ¿De dónde su culpabilidad, pues no ha pecado ni con la boca, ni con las manos, ni con el seno? La palabra boca, decís, significa todos los sentidos radicados en la cabeza; la palabra manos, toda acción, y la palabra seno, toda pasión carnal. ¿De dónde proceden en este caso las blasfemias, de la boca o de las manos? Pues la blasfemia es una acción de la lengua. Si reducís todas las acciones a una sola categoría, ¿qué razón hay para unir la acción de los pies con la de las manos y separar la de la lengua? ¿Es, acaso, porque la lengua tiene una significación en sus palabras que queréis desligar de la acción, que no la tiene; de manera que el sello de las manos sería, más bien, la abstención de toda acción mala, carente de significación? ¿Qué diréis cuando alguien comete una falta con algunos de sus manos, como puede tener lugar en la escritura con gestos significativos? Porque esto no es acción ni de la boca ni de la lengua, sino de las manos. ¿Hay mayor locura que, siendo tres los sellos, boca, manos y seno, se haga responsable a la boca de pecados que hacen las manos? y si el sello de las manos significa la acción en general, ¿qué motivo hay para incluir en ella la de los pies y excluir la de la lengua? ¿No veis ahora las graves dificultades a que da lugar el apetito de novedad, sobre todo cuando lleva además, como en este caso, el sello del error? Porque estos tres sellos, cuya división pregonáis como una novedad, no son en modo alguno el medio de purificación de todos los pecados.

El sello de la boca en los maniqueos es un conjunto de blasfemias contra Dios.

XI. 20. Tenéis libertad para hacer todas las distinciones que os plazcan y para pasar en silencio todo lo que os venga bien; y redúzcase la discusión únicamente a lo que tanta costumbre tenéis de pregonar como una novedad. Es propio del sello de la boca la abstención de toda blasfemia. Esta consiste en hablar mal de los buenos; y de aquí la opinión generalmente admitida de que la blasfemia son palabras malas contra Dios; porque de la bondad de los hombres se puede dudar, así como de la de Dios nunca. ¿A qué quedará reducido el tan decantado sello de la boca si la razón os constriñe a confesar que nadie dice contra Dios peores cosas que vosotros? Porque la verdad es así: Existe una razón, no abstrusa y difícil, sino clara ,y evidente a todo entendimiento y, además, invicta, y tanto más cuanto que a nadie se le puede ocultar que nos mueve con fuerza irresistible a confesar que Dios, a quien no puede tocar indigencia, debilidad ni miseria alguna, es incorruptible, inmutable e inviolable. El conocimiento de estas verdades está tan comúnmente arraigado en toda alma racional, que basta sólo pronunciarlas para arrancar vuestro consentimiento.

21. Sin embargo, cuando comenzáis el recitado de vuestras fábulas, víctimas de una increíble ceguera, queréis convencer a otros, tan ciegos como vosotros, que Dios es corruptible, sujeto al cambio, a la alteración y a la indigencia, así como también a la debilidad y a la miseria. Pero esto es muy poco todavía: Dios, según vosotros, además de ser corruptible, es ya una cosa corrupta, y no sólo sujeto al cambio, sino que está ya del todo cambiado; es poco ser capaz de la indigencia, es ya pobre; y cuando se dice que puede de estar sujeto a la debilidad y a la miseria, no se dice todo, pues además es ya débil y miserable. Vosotros decís que el alma es Dios o una parte de Dios. En verdad que no comprendo que una parte de Dios no sea realmente Dios; cuando es cierto que una parte de oro, de plata o de piedra es también oro, y plata, y piedra; y si nos fijamos en cosas de mayor extensión, sucede lo mismo. Una parte de tierra, de aire, lo mismo que de fuego o de luz, es igualmente tierra, y agua, y aire, y fuego, y luz. Según esto, no veo cuál se la razón de no ser Dios una parte suya. ¿Acaso porque la organización de la forma divina es como la del hombre y los demás animales? Pues es verdad que una parte del hombre no es hombre.

22. Hagamos separadamente un análisis de cada una de estas opiniones. En 'a hipótesis de que Dios sea como la luz, se seguirá, sin poderlo rehusar, que una parte de Dios es Dios. Ahora bien, cuando decís que el alma es una parte de Dios, no podéis excluir de ella (del alma) la corrupción, dada su estulticia y necedad; ni el cambio, puesto que ha dejado de ser sabia, y menos la profanación, ya que carece de la perfección propia; ni tampoco la indigencia, pues se la ve pedir auxilio; ni la debilidad y miseria porque necesita remedio y tiene ardorosos deseos de felicidad. Todo este cúmulo de defectos, como consecuencia necesaria de vuestro sacrílego modo de pensar, alcanza a la misma substancia de Dios. Si, por el contrario, no reconocéis estos defectos en el alma, en esta hipótesis, no se necesita del Espíritu Santo para enseñar la verdad a la que ya es sabia, ni que se rejuvenezca por la verdadera religión la que no está envejecida; tampoco son necesarios vuestros sellos para perfeccionar a la que ya es perfecta; son vanos también los auxilios divinos, puesto que no hay en ella indigencia alguna; ni Cristo mismo será médico de la que ya goza de perfecta salud; y, finalmente, la misma promesa de una vida feliz es una cosa vana cuando ya se disfruta de la felicidad. ¿Qué sentido tiene entonces llamarse Cristo en el Evangelio el libertador, cuando dice: Si el Hijo os diere la libertad, seréis verdaderamente libres? 1 ¿Por qué? San Pablo ha dicho también: Vosotros, hermanos, sois llamados a la verdadera libertad 2. ¿No se sigue de aquí que es esclava el alma, pues aun no ha conseguido la verdadera libertad? Y como, según vosotros, una parte de Dios es Dios, aun a El mismo le llega la corrupción de la insipiencia, el cambio y la alteración, con la pérdida de su perfección, la debilidad de las enfermedades y todo género de miserias y una infamante esclavitud.

23. Si no admitís que una parte de Dios es Dios, no puede seguir siendo Dios incorruptible, inmutable e inviolable, cuando una de sus partes es afectada de la corrupción, del cambio o de la imperfección; ni sumamente rico, pues hace todas las diligencias posibles, por que se le restituye su parte; tampoco disfruta de la perfecta salud, ni de la felicidad, ni de la libertad, puesto que una de sus partes es débil, miserable y sujeta a la servidumbre. Aquí tenéis las consecuencias que necesariamente entraña vuestra afirmación de que el alma, oprimida del peso de tantas miserias, es una parte de Dios. Cuando purifiquéis vuestra secta de todos estos errores y de otros parecidos, entonces, y sólo entonces, estará limpia vuestra boca de blasfemias. Esto sería, ciertamente, abandonar vuestra secta, pues no es maniqueo quien no cree ni repite lo que vuestro jefe dejó escrito.

24. La condición para estar limpios de blasfemias es la fe o la inteligencia de que Dios es el absoluto y sumo bien superior en excelencia a todo lo que puede existir en la realidad o en el pensamiento. La razón de los números es irresistible a toda alteración o violación, y no hay naturaza alguna extraña que pueda hacer que el número que sigue al uno no sea doble; estas leyes son inmutables, y aún tenéis la osadía de afirmar que Dios no lo es; esta ley guarda da inviolablemente su pureza, y os resistís a reconocer al menos algo igual en Dios. ¿Podrá realizar ese vuestro reino de las tinieblas la división en dos partes iguales del inteligible número tres, cuya unidad es tal, que no puede ser fraccionada? Ve, sin duda, vuestra inteligencia que no hay odio que pueda llegar a tanto. ¿Cómo, pues, podrá este mismo odio infringir la ley de la Divinidad? Y si esto no se puede lograr, ¿cuál fue la necesidad de la mezcla de una de sus partes con el mal y de su precipitación en tantas miserias?

Los maniqueos no hallan salida o subterfugio alguno

XII. 25. De aquí nació lo que, aun estando muy atentos a lo que oíamos, nos ponía en graves aprietos; no veíamos salida alguna cuando se trataba de saber qué haría a Dios el reino de 'las tinieblas si se resistía al combate, debido a la gran miseria de una de sus partes. Porque, en el caso en que no pudiera ese reino de las tinieblas dañar o alterar en nada la paz de Dios, nos dolía sobremanera la despiadada crueldad con que se nos trataba, metiéndonos en tantas calamidades; y en el caso contrario, en que pudieran dañar en algo o alterar su paz, se seguiría no ser incorruptible, romo lo exige la naturaleza de Dios. Hubo quien dijo que Dios no quiso substraerse al mal ni impedido en El, sino que, debido a su bondad natural, había querido poner orden en ese reino de las tinieblas, inquieto y perverso. No se lee esto en los libros de los maniqueos; lo que sí se indica allí muchísimas veces y se dice muy alto es que Dios tomó todas las precauciones para impedir la invasión de sus enemigos. Pero demos por verdadero el pensamiento de este orador, que no tenía otra cosa que replicar. ¿Deja acaso Dios en este caso de ser cruel o débil? Porque esta bondad para con ese reino contrario es una verdadera ruina para sus amigos; añádase a esto que, si su naturaleza, no pude estar sujeta a la corrupción y al cambio, tampoco a la nuestra la alteraría o afectaría mal alguno, y, además, podría poner orden en el reino enemigo sin la perversión de nuestra naturaleza.

26. Pero aun me faltaba por decir lo que recientemente oí en Cartago. Se lo oí a un hombre que deseó con la mayor ansia verlo libre de esta secta, y que estaba en esta cuestión con las mismas angustias y dificultades, el cual se atrevió a decir que el reino de Dios tenía fronteras, que podían invadir sus enemigos; pero que Dios de ningún modo podía ser violado. Esta opinión jamás se hubiera arriesgado a emitirla vuestro doctor, porque vería, sin duda, entrañada en ella, mejor que en cualquiera otra, la ruina de su secta. Y así es en realidad de verdad; pues si alguien aun de inteligencia mediocre oyera que en aquella naturaleza existe algo violable y algo inviolable, comprendería con facilidad que existen tres naturalezas, una violable, otra inviolable y una tercera que produce la violación o naturaleza violadora.

Para emitir un juicio acerca de la abstinencia maniquea hay que tener hay que tener en cuenta no tanto lo que se hace cuanto la intención con que se hace

XIII. 27. Pero estas blasfemias, que, salidas del corazón, están siempre en vuestros labios, os prohíben seguir pregonando a todo viento vuestro sello de la boca, para seducir a gente sencilla e ignorante. Aunque puede ser que sigáis creyendo que su grandeza y belleza consiste únicamente en la abstención de carnes y de vino. En este caso falta saber con qué fin lo hacéis; pues si el fin a que referimos nuestras acciones, es decir, en vista del cual obramos, es no sólo sin mancha de pecado, sino, además, laudable, nuestras acciones seguirán la misma suerte y serán merecedoras de alabanza; pero si, por el contrario, el fin que contemplamos y miramos cuando hacemos algo es con razón y justicia digno de reprensión, no habrá nadie que no repruebe y censure aun lo mismo que hacemos.

28. De Catilina se dice que podía soportar el frío, el hambre y la sed; este hombre puerco y sacrílego tenía esto de común con nuestros apóstoles. ¿En qué se diferencia este parricida de ellos, sino en la diversísima intención que tenía? Él sufría todo esto con el fin torcido de saciar sus más inmoderadas e inhumanas pasiones, mientras que los apóstoles tenían la sanísima intención de dominadas y someterlas al imperio de la razón. Vosotros mismos, cuando se elogia el gran número de almas católicas que son vírgenes, tenéis la perversa costumbre de decir: También la mula es virgen. Esta insensata respuesta, debida a la ignorancia de la doctrina católica, ¿no significa, sin embargo, lo inútil de la continencia si no se refiere por una razón determinada a un fin rectísimo? ¿No pueden los católicos hacer también comparación entre vuestra abstinencia de vino y carnes y la de los jumentos, la de muchos pájaros y la de innumerables especies de gusanos? Pero, para no caer en vuestra insensatez, me abstendré de juzgar precipitadamente hasta examinar con qué intención lo hacéis, ya que es común entre nosotros mirar únicamente a la intención en esta clase de costumbres. Si es por moderación y para refrenar vuestras pasiones que os abstenéis de tales alimentos y bebidas, que nos deleitan y satisfacen, os escucho con gusto y os apruebo y alabo. Pero no es así.

29. Se puede hacer la hipótesis posible de la existencia de un hombre tan parco y sobrio, que, con el fin de dominar el apetito de comer y de beber, sólo haga una comida al día y en la cena, unas pocas verduras cocidas y aderezadas con una miaja de tocino, dos o tres sorbos de vino para humedecer la boca, y así diariamente. Hágase ahora, al lado de la anterior hipótesis, otra también posible, de otro hombre a quien, sin' probar el vino ni la carne, se le sirve en la comida toda clase de frutos, los más exquisitos y peregrinos, y bien espolvoreada con toda clase de especias, y en la cena lo mismo; y junto con todo eso saborea bebidas variadas y finas, como agua dulcificada con miel, mosto cocido, jugos de frutas variadas, muy parecidos al vino, pero superiores en suavidad y finura, y sin medida y sin necesidad, sino por puro placer, y esto no un día ni dos, sino todos los días. ¿Quién de estos dos hombres, en cuanto a la comida y bebida se refiere, juzgáis hace vida de más continencia? No os creo tan ciegos que no deis preferencia al que come y bebe poco o con sobriedad, sobre el derrochador y tragón.

30. Ese es, al menos, el canto de la verdad, aunque vuestro error cante muy de otra manera. Si el santo o elegido que se gloria de los tres sellos hiciera la vida del último que acabo de describir, acaso tuviera la censura de uno o dos de los más graves y serios, pero no se le podría condenar como violador del sello. Si, por el contrario, este mismo santo o elegido viene a cenar una sola vez con el hombre de la primera hipótesis, y se untare un poco los labios con una miaja de tocino o comiera un trozo pequeño de jamón, y refrescara la boca con un sorbo de vino desvirtuado, por la autoridad de vuestro fundador, no sin admiración, pero a la vez con vuestro consentimiento, se le juzgará como violador del sello y, como tal, condenado al infierno. ¡Oh! Os lo pido con el mayor interés: abandonad vuestro error, oíd a la razón, resistid un poco al hábito o costumbre. ¿Se puede pensar algo de mayor locura y perversidad? ¿Es posible decir o pensar mayor insensatez: que al hombre que tiene el vientre tan lleno de setas, arroz, trufas, pasteles, pimienta y otras especias; que se gloría de eructar a todo eso, y así todos los días, no se le juzgue violador de los tres sellos, es decir, de la regla de la santidad, mientras que a ese mismo que no come más que legumbres mal aderezadas y en cantidad apenas suficiente para las necesidades de su cuerpo, y no bebe más de tres sorbos de vino desvirtuado en gracia de la salud, por una sola vez que pasa de aquellos banquetes a esta frugalísima comida, se le preparan tan ciertos castigos?

Tres causas hacen laudable la abstinencia de ciertos manjares

XIV. 31. Pero es que dice el Apóstol: Es bueno, hermanos, no comer carne ni beber vino 3. ¡Como si alguien de los nuestros negara la bondad de este consejo! Lo que hay que tener presente son los motivos de que ya hice mención y están expresados en estas palabras: No os cuidéis de las concupiscencias de la carne 4, o bien las que el mismo apóstol San Pablo indica luego, como, por ejemplo, refrenar la gula, que suele hacerse más rabiosa e inmoderada con estas cosas; no escandalizar a los hermanos o evitar que los débiles hagan actos de idolatría. En la época que escribía esto el Apóstol se vendía en el mercado mucha carne, ofrecida a los ídolos, y se hacían libaciones a los falsos dioses de los gentiles; y por eso muchos hermanos aún no fuertes y bien instruidos en la fe, que tenían obligación de acudir al mercado, preferían abstenerse de la carne y del vino a caer, sin saberlo, en lo que creían una comunicación con los ídolos. Otros más instruidos y fuertes en la fe, despreciaban estas creencias con más seguridad, pues sabían qué un alimento no podía manchar sino por una mala conciencia, como lo dice la palabra del Señor: No mancha al alma lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella 5. Sin embargo, tenían presente la flaqueza de los hermanos, que les llevaba a abstenerse de estas cosas, para no serles ocasión de escándalo. Esto no es una simple conjetura, es un hecho consignado en las mismas epístolas de San Pablo. Cuando alegáis estas palabras: Es bueno, hermanos, no comer carne ni beber vino 6, ¿por qué no completáis el pensamiento del Apóstol con lo que sigue: ni hacer nada que pueda ofender, o escandalizar, o debilitar a vuestro hermano? ¿No indica esto último el fin por el que el Apóstol lo preceptúa?

32. Esta doctrina está bien clara en multitud de pasajes aducidos ya en el libro anterior y en muchísimos otros que faltan por aducir, y que confieso es muy largo y pesado transcribirlos aquí todos; pero, en vista del interés de los que no leen ni estudian sino con mucha indolencia las san Santas Escrituras 7, me veo obligado a transcribir el texto todo íntegro. Recibid con caridad al débil todavía en la fe, sin disquisiciones con él sobre su modo de pensar. Hay quien cree que le es permitido comer de todo, mientras que el débil cree que sólo legumbres. El que come de todo no desprecie al que no come, y éste, a su vez, no tenga en menos al que come; pues Dios tiene providencia de él. ¿Quiénes sois vosotros para condenar al siervo de otro? Si cae o queda en pie, esto mira a su Señor; pero quedará, sin duda, en pie, pues poderoso es el Señor para sostenerle. No falta tampoco quien, además, distingue de días, y a otro, sin embargo, todos le parecen lo mismo: que siga cada cual su manera o modo de pensar. El que distingue los días, y lo mismo el que come de todo que el que se abstiene, lo hacen con el fin de agradar al Señor y, además, le dan por ello las gracias. Porque ninguno de nosotros vive ni muere para sí mismo pues, bien se viva o bien se muera, es para el Señor para quien se vive o se muere, y, lo mismo vivos que muertos, somos siempre del Señor. Jesucristo vivió, murió y resucitó para ejercer su soberano dominio sobre los vivos y los muertos. ¿A qué viene, pues, condenar y tener en menos a tu hermano? Todos nos presentaremos ante el tribunal de Jesucristo, conforme a lo que está escrito: Yo juro por mí mismo, dice el Señor, que toda rodilla se doblará en mi presencia y toda lengua confesará que yo soy Dios. Cada uno, según esto, dará cuenta a Dios de sí mismo. No nos juzguemos, pues, los unos a los otros, sino mirad más bien que no debéis dar ocasión a vuestro hermano de caída o de escándalo. Yo sé, y estoy persuadido, que, según la doctrina del Señor, nada hay impuro en sí mismo, sino solamente para quien lo juzga o lo cree así. Pero sabed que si con la comida de alguna cosa causáis tristeza a vuestro hermano, no camináis según la ley de la caridad. No haga perecer el alimento a vuestro hermano, por el que Cristo dio su vida. No seáis ocasión de que se blasfeme del bien que gozamos. El reino de Dios no es comida ni bebida, sino paz, justicia y gozo en el Espíritu Santo. El que en esto sirve a Cristo, agrada a Dios y es aprobado de los hombres. Busquemos, pues, lo que conserva la paz y lo que edifica a todos. No quieras por los alimentos destruir la obra de Dios. Todos los alimentos, es verdad, son puros; pero es malo comerlos con escándalo. Es bueno no comer, ni beber, ni hacer lo que hiera, escandalice o debilite a tu hermano. ¿Tienes una fe clara? Guárdala en tu corazón a los ojos de Dios. ¡Feliz el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba! Pero el que duda si puede o no comer de un manjar y, con todo, se decide a ello, es condenado porque no obra según su fe, porque todo lo que se hace contra la fe es pecado. Deben los más fuertes soportar las debilidades de los enfermos y no buscar su propia satisfacción. Trate cada uno de agradar a su hermano en todo lo que es bueno y edifica, pues Jesucristo no buscó nunca sus propias satisfacciones 8.

33. Aparece muy claro que la prohibición del Apóstol, a los más firmes en la fe, de las carnes y del vino tenía como finalidad evitar el escándalo de los más débiles, no atemperándose a su debilidad, y la ocasión de que creyesen que los mismos que, debido a su fe más robusta, juzgaban limpios codos los alimentos, servían a los ídolos, rehusando abstenerse de tales manjares y bebidas. Este mismo pensamiento es expresado por San Pablo en lo que escribe a los Corintios: En lo que se refiere a los alimentos sacrificados a los ídolos, sabemos que el ídolo no es nada en el mundo y que no hay más que un solo Dios. Porque, aunque haya muchos a quienes se les llame dioses, ya en la tierra, ya en el cielo y de este modo sean muchos los dioses y muchos los señores, sin embargo, para nosotros no hay más que un solo Dios, que es el Padre, de quien todo tiene su origen y que nos ha hecho para; Él, y un solo Señor, Jesucristo, por quien todo ha sido hecho y por quien somos nosotros todo lo que somos. Pero no hay ciencia en todos; pues muchos, creyendo que los ídolos son algo, comen de los manjares a ellos sacrificados, y su conciencia como débil que es, se mancha con ellos. El alimento no nos recomienda delante de Dios; pues ya comamos, ya nos abstengamos, no somos más ni menos en la presencia del Señor. Guardaos, sin embargo, de que esta vuestra libertad no sea para los más débiles y enfermos ocasión de pecado. Si alguien de los poco instruidos viere a alguno de los más sabios sentarse ala mesa en el altar de los ídolos ¿no sería esto para él un aliciente para hacer lo mimo? Y entonces vuestra conciencia sería ocasión de la pérdida del hermano, por quien Cristo dio su vida. Y ya sabéis que pecar de esta suerte contra vuestro hermano y herir su conciencia todavía débil es pecar contra Jesucristo. Por lo tanto, si mi alimento escandaliza a mi hermano, jamás comeré carne, con el fin de no escandalizar 9.

34. En otro pasaje, el mismo Apóstol añade: ¿Es que con esto quiero decir que lo sacrificado a los ídolos tenga alguna virtud o sea alguna cosa? Lo que digo es que los paganos sacrifican a los demonios, y no a Dios, y por eso no podéis beber el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios, y ni podéis tomar parte en el altar del señor y en el altar de los demonios. ¿Es que queremos irritar y herir los celos del Señor? ¿Somos acaso más fuertes que Él? Todo me es permitido sí, todo me es permitido; pero no todo conviene ni edifica. No busque nadie su propio interés, sino el interés de los demás. Podéis comer de todo lo que en el mercado se vende sin escrúpulo alguno de conciencia; pero si alguien os dijere: Esto es sacrificado a los ídolos, absteneos de comerlo, en atención al que os lo indica y a la conciencia; me refiero a la conciencia del otro, no a la vuestra. ¿Por qué mi libertad ha de ser juzgada por la conciencia de otro? Si lo que como lo hago con acciones de gracias no hay razón para que se hable mal de mí por una cosa por la que doy gracias a Dios. Pues ya sea que comáis, ya sea que bebáis, ya sea que hagáis otra cosa, hacedlo todo a la mayor honra y gloria de Dios. No escandalicéis ni a judíos, ni a gentiles, ni a la Iglesia de Dios: como yo, que no pretendo otra cosa sino agradar a todos en todo, sin buscar nunca mi utilidad, sino la utilidad de todos, con el fin de que todos se salven. Sed mis imitadores, al modo como yo mismo lo soy de Cristo 10.

35. Toda esta doctrina muestra bien a las claras con qué intención debe abstenerse de carnes y de vinos. Esta intención es triple: la represión de la delectación que hay de ordinario en estos alimentos y bebidas, en las que se llega a veces hasta la embriaguez; la ayuda a la enfermedad de los débiles por los sacrificios y libaciones hechos a los ídolos, y, finalmente, por algo aún más loable todavía, que es la práctica de la caridad, respetando la conducta de los débiles, que se abstienen de estos alimentos. Vosotros juzgáis que todas las carnes son impuras, en contra del Apóstol 11, que toda juzga limpio, si no es para el que las come contra su conciencia. Lo que yo creo es que a vosotros os manchan por el hecho de que las juzgáis impuras o inmundas. Son palabras de San Pablo: Creo y confío en el Señor Jesús, que nada es común en sí mismo y, al contrario, todo es común para el que así lo juzga. La palabra común todos saben que significa impuro y manchado. Pero ¿ no es de necios tratar en serio de las Escrituras con vosotros, que entontecéis la razón con toda clase de promesas y con irracional osadía y pertinacia pretendéis sostener que estos libros, recomendados por toda la autoridad de la religión, están falsificados con falsas adiciones? Os reto a que me probéis por la razón cómo manchan las carnes a los que las comen sin escándalo alguno, ni con falsa conciencia ni con apetito desordenado.

Por qué prohíben los maniqueos comer carne

XV. 36. Es preciso, ante todo, conocer la razón total de esta supersticiosa abstinencia, la cual está concebida en los siguientes términos: Una parte de Dios se mezcló con la substancia del mal para refrenarla y reprimir su sumo furor (son palabras de vuestro doctor); y de la mezcla de ambos, la del bien y la del mal, está formado el mundo. Mas la parte divina tiende sin cesar a purificarse de toda la substancia del mundo y a remontarse a su propia esfera; pero en su salida de la tierra y tendencia hacia el cielo se precipita en los árboles, cuyas raíces radican en la tierra, y así fecundiza y vigoriza y es causa del desarrollo de toda clase de hierbas y arbustos. De esto se nutren los animales, que, al juntarse, atan a la carne aquella parte o miembro divino, y le hacen torcer de su ruta segura, y le detienen y enredan en toda clase de errores y aflicciones. Cuando los alimentos preparados con esta clase de plantas y de frutos se destinan a los santos, o lo que es lo mismo, a los maniqueos, con su castidad, plegarias, oraciones y salmos, separan todo lo que hay en ellos de claridad y de divinidad, lo purifican, es decir, lo perfeccionan totalmente, y, desligado de toda suciedad, vuela sin dificultad a su propio reino. Por eso, a un pobre que ande de puerta en puerta pidiendo limosna y no sea de vuestra secta prohibís que se le dé pan, frutos y aun agua, que es bebida tan ordinaria, por temor de que a la parte divina, mezclada en estas cosas, se le cierre el camino de retorno debido a la mancha de los pecados de este pobre mendigo.

37. La carne, según vosotros, no es más que un amasijo de sordideces. Es doctrina vuestra que se desliga algo de la parte divina cuando se recogen las plantas y los frutos; cuando se los machaca, o muele, o cuece, o muerde, o come, todo lo cual les hace sufrir; también cuando los animales se mueven, bien sea retozando, bien en los ejercicios de adiestramiento, bien cuando se les utiliza para el trabajo o bien cuando hacen alguna otra cosa; y, finalmente, durante el sueño, cuando se verifica en el cuerpo, con el calor interior, lo que se llama la digestión. Puesta totalmente en libertad la parte divina en todas estas circunstancias, del resto, que es lo más sórdido y sucio, se forma la carne por medio de la generación. En el hombre, sin embargo, esta carne se une a un alma de buena índole, porque en las circunstancias señaladas no se ha desligado totalmente de ella el elemento divino. Pero, cuando llega a su separación total de la carne, el resto no es otra cosa que un amasijo de inmundicias, y el alma de quienes las comen queda sucia y sórdida.

Revelación de los más monstruosos misterios maniqueos

XVI. 38. ¡Oh obscuridad de das cosas y de la naturaleza, cuánta falsedad encubres! ¿Quién hay que, ignorante de las causas de la naturaleza y privado, además, de la más pequeña luz de la verdad, no se deje seducir por los fantasmas corpóreos y no juzgue verdadera toda esa realidad, precisamente porque no aparece, pero que se la reviste de ciertas imágenes de las cosas visibles y se la expresa y describe con estilo tan brillante? Esta turbamulta y gran grey humana (así se llama a estos hombres) se libra de tan groseros errores, no tanto por el razonamiento cuanto por el temor religioso. Por lo cual será tal el empeño que ponga en rebatirlos, que bastará una sencilla exposición para que no sólo el juicio de los prudentes los repruebe, sino hasta las inteligencias más comunes vean su gran falsedad y mentira.

39. Lo primero que os exijo es la explicación de la existencia de ese algo no sé qué de divino en el trigo, legumbres, coles, flores y frutas. La explicación es el brillo del color, el perfume de los olores y la suavidad de los sabores; las cosas putrefactas, al contrario, en las que no existe nada de esto, muestran bien a las claras que se les ha ido todo este bien. ¿No os da siquiera vergüenza la afirmación de que la nariz y el paladar sean medios adecuados para conocer a Dios? Pero dejemos eso: os hablaré en latín, aunque, como suele decirse, sea mucho para vosotros. Es asequible a toda inteligencia que, si el color es signo de la presencia del bien en los cuerpos, ¿no es verdad que el estiércol de los animales, que es la inmundicia de la misma carne, muestra distintos colores, como, por ejemplo, el blanco, el rojo y otros más que en las flores y frutos miráis como testigos de la presencia y de la unión de Dios mismo? ¿Por qué el color rojo de la rosa es signo de la abundancia del bien y no lo es el color rojo de la sangre? ¿Cuál es la explicación de que os gane las simpatías el color de la violeta y ese mismo color os cause desprecio en los biliosos, ictéricos y en las deyecciones de los niños? ¿Es razonable ver en la nitidez y brillo del aceite una señal de abundancia de la mezcla del bien, y os servís de ello para la limpieza del vientre y de las fauces, y os asusta tocar con los labios un color muy parecido que destilan las carnes grasas? ¿Por qué miráis como salido de 'los tesoros de Dios al melón y no pensáis lo mismo del tocino rancio de un jamón o de la yema de un huevo? ¿Cuál es la razón de que la blancura de las lechugas os hable de Dios y la de la leche no os diga lo mismo? Sigo hablando todavía de los colores, que, a la verdad, si los contemplamos en un prado esmaltado de flores, no son tan hermosos como en las plumas de un pavo real, aun naciendo de la generación y de la carne.

40. ¿Os muestra también el olor la presencia del bien? Pues sabed que la carne de ciertos animales sirve para hacer perfumes de la mayor suavidad y delicadeza, y que los alimentos cocidos con carne, aunque no sea de la mejor calidad, exhalan un olor mucho más agradable que si se cuecen solos. ¿Juzgáis, finalmente, de la pureza de las cosas por la suavidad del olor? Luego debéis comer con más avidez el lodo que beber el agua de una cisterna; porque la tierra seca, rociada, regala al olfato de una manera muy peregrina y desprende un olor mucho más agradable que el agua de lluvia simplemente. ¿Es signo de la presencia de la divinidad en los cuerpos el sabor? Estoy entonces de acuerdo con vosotros en que esa porción divina se manifiesta más en los dátiles y en la miel que en la carne de cerdo; más en esta carne que en las habas, y en los higos más que en el hígado del cerdo con ellos cebado; pero también tenéis que concederme que abunda más lo divino en este hígado que en el animal. ¿Qué diréis si este razonamiento os obliga a confesar que hay raíces más puras que la carne, no distinguiéndose nada ambas cosas en la participación de lo divino si el sabor es señal de su presencia? Las mismas legumbres son más sabrosas cocidas con carne. Las hierbas que comen los animales para su alimento y no se pueden probar, convertidas en jugo de leche, revisten un color más bello y su sabor es muy agradable.

41. ¿Es que pensáis, acaso, que donde se unen estos tres bienes a la vez, el color, sabor y olor, allí existe más abundante el bien? Cese entonces ya vuestra admiración y elogios de las flores, pues que, a juicio del paladar, no se pueden soportar. Ni podéis siquiera preferir la verdolaga a la carne, que cocida la supera en el color, olor y sabor. El cochinillo asado (en esta disertación sobre el bien y él mal se me obliga a buscar argumentos, más que en los autores y escritores, en los alimentos y en el modo de prepararlos), el cochinillo asado, repito, presenta un color blanco, un olor muy suave y un gusto delicioso: esto es para vosotros la señal más perfecta de la presencia de la divinidad; este triple testimonio os convida, solicita con fuerza y atrae a que lo purifiquéis con vuestra santidad; arremeted, pues, con él. ¿Qué fuerza os sujeta? ¿Qué se os ocurre oponer a esta conclusión? Si se fija la atención en el color solamente; se ve que el de las deyecciones de un infante o niño de teta supera al de las lentejas; si en el olor, el de una albondiguilla asada es superior al del higo, por otra parte tan dulce y tan verde; si en el sabor, el de un cabrito asado es mucho más sabroso que la hierba que come; y, finalmente, existe una carne en la que se unen o juntan estas tres señales. ¿Queréis todavía más? ¿Se os ocurre alguna contestación? ¿Os manchará la comida de tan delicados manjares, y estas monstruosidades que con tanta pertinacia sostenéis dejarán intactas vuestra limpieza: e inocencia? Por otra parte, vuestra secta prefiere, sin duda, un rayo de este sol que nos alumbra a todas las carnes y frutas, no por el olor y el sabor de que carece, sino precisa y únicamente porque supera a los demás cuerpos por la excelencia de: su brillantísimo resplandor. ¿Por qué no veis en esto mismo la fuerza irresistible que os exhorta y obliga a preferir el brillo del color a los demás signos de la mezcla de lo divino?

42. He aquí cómo se os han cerrado todas 'las salidas, hasta el punto de que os veis en la necesidad ineludible de confesar que hay más de lo divino en la sangre y restos de animales fétidos, pero brillantemente coloreados, que se echan en las alcantarillas, que en las pálidas hojas de la oliva. Ya sé que contestaréis a esto, como soléis siempre, diciendo que 'las hojas de la oliva, cuando se queman, echan una llama que muestra la presencia de la luz, mientras que no sucede esto con las carnes entregadas al fuego. ¿Qué diréis en el caso de la grasa, que casi todos los italianos la utilizan para alimentar sus lámparas? ¿Qué pensáis del estiércol del buey? Es en verdad más sucio que su carne, y, sin embargo, cuando está bien seco, los campesinos se sirven de él para el fogón; y se dice de él que nada hay más combustible y Que su humo es de las cosas más saludables. ¿Por qué, si el brillo y resplandor son signos que revelan la presencia de una parte de la divinidad, no la purificáis, manifestáis y dais libertad vosotros mismos? Pues esta parte divina reside principalmente en las flores (no hablo de la sangre ni de lo que se halla en la carne o en todo lo que es parecido a ella), y las flores no podéis ponerlas en los banquetes; y aunque os alimentarais de carne, no usaríais en vuestras comidas las escamas de los peces, ni ciertos gusanos y moscas que en las tinieblas brillan con una luz o resplandor muy peculiar.

43. ¿Qué subterfugio os queda, sino decir que para descubrir la presencia de lo divino en los cuerpos no son jueces idóneos ni los ojos, ni el olfato, ni el gusto? Una vez puestos estos sentidos entre paréntesis, ¿qué razón alegaréis cuando decís que existe mayor participación de Dios en las plantas que en la carne, o que en absoluto hay en las plantas algo de lo divino? ¿Es acaso la belleza lo que os mueve, no la que consiste en la suavidad de los colores, sino la que resulta 'de la armonía de las partes? ¡Ojalá fuera esto verdad! Porque no tendrías jamás la osadía de comparar árboles torcidos con los cuerpos de los animales, cuya forma resulta de una simetría perfecta entre sus miembros. Mas si os halaga 'el testimonio de los sentidos (que es lo que sucede a quienes no pueden por la inteligencia conocer las esencias de las cosas), ¿cómo demostrar que, debido a la acción del tiempo y a ciertas trituraciones, se va o sale de los cuerpos la substancia del bien, que es lo mismo que irse Dios de allí y emigrar de un lugar a otro? Pero esto es el colmo de la locura, máxime no justificando vuestro modo original de pensar por señal o indicio alguno. Muchos frutos cogidos de los árboles o arrancados de la tierra mejoran si se deja transcurrir algún tiempo antes de comerlos, como los puerros, achicorias, lechugas, uvas, manzanas, higos y ciertas peras; y muchos adquieren, además, un color más agradable si no se comen al cogerlos, y son más saludables al cuerpo, y el paladar siente o experimenta un perfume más exquisito; pero estas ventajas y esta suavidad no existirían si, como decís, estas frutas estuvieran más vacías de la bondad o del bien en la medida del tiempo de su separación de la tierra, que es como su madre. La carne misma de los animales sacrificados el día anterior es más saludable y de mejor sabor; cosa extraña, según vuestra secta, ya que con el tiempo se produce una mayor exhalación de la substancia divina.

44. ¿Quién no sabe que el vino añejo es más puro y mejor y que, lejos de trastornar el sentido por la intensidad de su perfume, como pensáis, es muy útil para fortalecer el cuerpo si se usa con la moderación que es necesaria en todas las cosas? El mosto nuevo, al contrario, produce rápidamente efectos perniciosos: casi al momento de estar en la cuba y empezar a fermentar, a quienes lo contemplan desde arriba para observarlo les causa un mareo, que les hace caer, y si no acuden a tiempo en su ayuda, acaba con ellos, y en cuanto a la salud se refiere, ¿quién ignora la inflación y tensión muy nocivas que produce en el cuerpo? ¿La explicación de estos inconvenientes será que encierra en sí mayor suma de bien, y al vino añejo, debido a la pérdida de una gran parte de la substancia divina, carece de tales inconvenientes? Es absurdo que digáis esto vosotros, que juzgáis de la presencia de Dios en los cuerpos por las sensaciones de la vista, olfato y gusto. ¿Qué mayor perversión del juicio puede haber que mirar al vino como la hiel de los príncipes de las tinieblas y no abstenerse, sin embargo, de comer las uvas? ¿Hay más hiel cuando el vino está encerrado en la cuba que cuando aun está en las uvas? Si el fruto, sazonándose más, con el tiempo pierde el bien que tenía, ¿por qué los racimos colgados y cubiertos son más suaves, dulces y saludables? ¿El vino mismo es más limpio, de más brillo y más saludable substraído a la luz, perdiendo la substancia que puede hacerlo bueno?

45. ¿Qué decir de los árboles y de su ramaje, que con el tiempo se secan y, sin embargo, no podéis decir que se vuelvan peores? Desaparece lo que produce el humo, y lo restante da esa llama de brillo que tanto acariciáis, y que es prueba que el bien es más puro en el árbol seco que en el verde. De lo cual se sigue este dilema que os atenaza fuertemente: o negáis que la parte de Dios sea mayor en la llama pura que la envuelta en humo, y se sigue la destrucción de toda vuestra doctrina, o confesáis que los árboles cortados o arrancados de raíz, cuanto más tiempo se conservan, dejan escapar con más abundancia la naturaleza del mal que la del bien. Concedido esto, la conclusión será que de los frutos recogidos se puede escapar mayor abundancia de mal y en las carnes puede quedar mayor abundancia de bien. Baste lo dicho del sujeto tiempo.

46. Si la agitación, maceración y la acción de restregar unos objetos con otros son ocasión de que se vaya la naturaleza divina, otros objetos semejantes que mejoran con el movimiento os arguyen de falsedad. Así, por ejemplo, cierto jugo de la cebada es una bebida que tiene mucho de parecido con el vino, y mejora cuando se lo mueve o agita. Y se da el hecho que merece señalarse: esta bebida emborracha con muchísima facilidad y rapidez y nunca le disteis calificación de hiel de los príncipes. La harina, mezclada hábilmente con un poco de agua, se endurece algo, y con el movimiento mejora; y sucede, además, un fenómeno, al parecer muy contrario y absurdo: que, substraída a la luz, blanquea más. El que fabrica pasteles agita la miel hasta darle cierto brillo y un sabor más dulce y agradable; dad, si podéis, una explicación de esto, si es que el bien se va de allí. Si es de vuestro agrado probar la presencia de Dios, no solamente por los sentidos de la vista, olfato y gusto, sino también por las delicias del oído, es sabido que la carne suministra abundancia de nervios y de huesos, con que se fabrican las cítaras y flautas; y para darles sonoridad se les deseca, restriega y retuerce lo mejor que sea posible. Como veis, la misma dulzura de la música, que, según vosotros, es de origen celestial, tiene, según nosotros, su origen en las sordideces de las carnes muertas, desecadas con el tiempo, bien restregadas y bien afinadas, por la torsión. ¿No son, sin embargo, estas operaciones las que hacen que se vaya la substancia divina de 'las cosas vivas y de las sometidas a la cocción? ¿Por qué, pues, los cardos cocidos no son nocivos a la salud? ¿Es necesario que se siga creyendo que durante su cocción se va de ellos Dios o una de sus partes?

47. ¿A qué seguir, puesto que decirlo todo no es fácil ni necesario? ¿A quién se le oculta que la cocción convierte en más suaves y saludables muchos alimentos? Lo que no debiera ocurrir si por movimientos de esta naturaleza se va de ellos el bien. Os juzgo faltos en absoluto de recursos para probar por estos sentidos corporales que la carne es impura y mancha el alma de quien la come, por la única razón de que los frutos, como consecuencia de muchas transformaciones, se convierten en carne; puesto que precisamente vosotros creéis que el vino es menos impuro que el vinagre, a pesar de ser añejo y ser su corrupción; y vuestra bebida ordinaria, que es una especie de vino cocido, debería ser más impura que el vino, si es que el movimiento y la cocción fuerzan a los miembros divinos a retirarse de los objetos corporales. Mas, si no es así, ¿ por qué sostener con tanta pertinacia y ceguedad que de los frutos recogidos, y puestos en las bodegas, y manipulados, y cocidos, y digeridos, huye o se les va la substancia del bien y no queda de ellos más que una materia sórdida para la generación de los cuerpos?

48. Y si ni el color, ni la belleza, ni el olor, ni el sabor, son signos de la presencia del bien en estos objetos, ¿ qué otro signo os falta por alegar? ¿No será acaso otro signo una cierta fuerza y resistencia que estos frutos parece que pierden cuando se los separa de la tierra y se manipula con ellos? Si éste es el motivo (aunque fácilmente se echa de ver su falsedad, pues muchos frutos separados de la tierra crecen en fuerza, como del vino se dijo, que, cuanto más viejo, tiene más fuerza), si es éste el motivo, repito, ningún alimento participa tanto de la divinidad como la carne, pues los atletas, a quienes tan necesario les es el vigor y la fuerza, no se nutren de legumbres y fruta, sino de carne.

49. ¿ Pensáis, acaso, que los árboles superan en excelencia a nuestros cuerpos por la única razón de que la carne se nutre del fruto de los árboles, mientras que los árboles no se alimentan de la carne? Es que no ponéis atención en lo que está a la vista de todos, de que los árboles más vigorosos y fecundos y las mieses más abundantes absorben la sabia del estiércol; y esto va contra vosotros, que no se os ha ocurrido, respecto de la carne, calificativo más grave que llamarla un receptáculo de basuras. De esto se nutre lo que tenéis por limpio, de lo más inmundo que existe dentro de las cosas inmundas. ¿Despreciáis la carne por su origen de la unión de los sexos? Buscad entonces vuestras delicias en la carne de los gusanos, que sin esta unión aparecen muchos y muy grandes en las frutas, árboles y en la misma tierra. No comprendo esta vuestra tan mala fe. Puesto que si realmente os causa horror la carne porque se origina de la unión de un padre y de una madre, ¿ por qué afirmáis que los príncipes de las tinieblas han nacido del fruto de sus árboles? ¿No os causan más horror y asco todavía esos seres de las tinieblas que las carnes, que, sin embargo, no queréis ni gustar siquiera?

50. La opinión de que las almas de los animales se originan de los alimentos de los padres y de que la gloria mayor es libertar de estas prisiones la substancia divina, prisionera en vuestros manjares, contradice vuestra práctica y os está siempre urgiendo con gran fuerza a comer la carne. ¿Por qué, en efecto, no dais libertad a las almas, que quedarán prisioneras de los cuerpos de quienes se nutren de carne, posesionándoos de ellas con antelación y comiendo estas carnes? La secta contestará a esto que no es en la carne donde reside el bien, sino en los frutos que comen con la carne. ¿Qué decir entonces del alma del león, que se nutre de sola carne? El león bebe, replica la secta, y su alma está formada del agua unida a la carne. ¿Qué explicación cabe respecto de una multitud innumerable de seres, de las águilas, por ejemplo, que sólo comen carne y no tienen necesidad alguna de beber? Aquí toda razón falta, porque no hay réplica posible. Pues si, en efecto, el alma proviene de los alimentos y existen animales que engendran sin tomar bebida y cuya comida, además, es únicamente carne, debe haber en ella un alma, a cuya purificación debierais cooperar, según vuestra costumbre, comiendo carne. A no ser que creáis que el cerdo, que se nutre de frutos y bebe agua, posee un alma de luz, mientras que las águilas, amigas del sol y de la luz, tengan un alma de tinieblas por alimentarse de carne sola.

51. ¡Qué contradicciones y qué absurdos! No incurrierais, ciertamente, en ellos si, libres de vuestras tan fútiles fábulas, hubierais seguido el camino de la verdad, que considera la abstinencia de manjares exquisitos como un medio para reprimir las pasiones y no de evitar una inmundicia que no existe. Porque si alguien, sin atender a la naturaleza de las cosas ni a la fuerza del alma y cuerpo, coincide con vosotros en que el alma se mancha con los manjares, tampoco habrá oposición entre vosotros y yo en la afirmación de que la manchan mucho más la codicia y la pasión, ¿qué mayor sinrazón o locura que borrar del número de los elegidos a quien quizás sólo en gracia de la salud y sin codicia alguna come una miaja de carne, mientras que a otro que con pasión desmedida desea los manjares y come con voracidad trufas bien espolvoreadas de pimienta se le juzgue, a lo sumo, como algo intemperante, pero no se le condene como corruptor del sello? Vuestra secta rechaza, en efecto, a quien sin pasión y únicamente por motivo de salud se le sorprende comiendo un poco de carne de gallina, mientras que admite entre los santos al que se jacta públicamente de haber deseado con pasión tortas y pasteles, debido a que no tienen mezcla alguna de carne; retiene dentro a quien la pasión sumerge en las mayores impurezas y arrojáis fuera, como una basura, a quien sólo puede manchar el alimento; cuando es verdad que las manchas que tienen su origen en la concupiscencia son mucho más graves, por confesión vuestra, que las que se originan únicamente de los alimentos; entre vosotros se abraza con caricias y halagos a quien domina el ansia desmedida de comer frutas y legumbres preparadas con la mayor delicadeza y suavidad y, además, no se contiene, y al que para saciar el hambre y sin pasión alguna participa en una mesa común, tan dispuesto a tomar su parte como a dejarla, le excluís de vuestras filas. ¡Oh, qué costumbres tan admirables, qué enseñanzas tan sublimes y qué prodigiosa continencia!

52. Es también un crimen en vuestra secta que alguien, a excepción de los elegidos, toque los manjares que se sirven en los banquetes, como para purificarlos. ¡Qué vergüenza y qué fuente de crímenes y de torpezas es esta costumbre! Pues con mucha frecuencia se sirven en los banquetes tal cantidad de alimentos, que no se pueden consumir, debido al pequeño número de comensales; y como es un sacrilegio dar lo superfluo a otros o dejarlo perder, sois víctimas de grandes indigestiones a causa de la ardiente pasión de purificar todo lo que se sirve. Y una vez ya inflados hasta casi reventar, hacéis una violencia cruel a los niños que os están confiados a que coman las sobras; en Roma se le acusó a un maniqueo de haber causado la muerte a unos niños desgraciados por la violencia con que les obligó a obedecer tan cruel superstición. Rehusara darlo crédito si no supiera que juzgáis como un crimen horrendo dar las sobras a otros que no sean los elegidos o dejarlas que se pierdan: necesidad que casi todos los días produce las más asquerosas indigestiones y a veces llega hasta el homicidio.

53. Estos principios os llevan a prohibir dar pan al pobre, y, sin embargo, la misericordia, o más bien, la envidia, os inspirará darle dinero. ¿Qué recriminaré en primer lugar en esta práctica, vuestra crueldad o vuestra vesania o locura? ¿ Qué le sucederá si se halla en un lugar donde no hay nada que vender? Este pobre hombre perecerá de hambre, mientras que vosotros, que pasáis por hombres sabios y bienhechores, os compadecéis más de los pepinos que de vuestros semejantes. ¿Cabe calificar con más propiedad y claridad esta práctica de falsa misericordia y de una verdadera crueldad? Pongamos ahora la atención en vuestra vesania o locura. ¿Qué ocurrirá si con la plata que le dais adquiere pan? ¿La parte divina no sufrirá en el que lo recibe del vendedor lo mismo que hubiera sufrido recibido de vosotros? Este pobre pecador cubre de suciedades e impurezas la porción de Dios que ansía volver a reanudar el vuelo en dirección a su reino; y lo más gravé es que cooperáis a este crimen con vuestra plata, y, sin embargo, vuestra prudencia, con ser tanta, llega a ver diferencia entre poner la víctima en manos del homicida y poner el dinero para comprarla y sacrificarla. ¿Qué mayor locura o insensatez que ésta? Porque sucederá una de dos cosas: o la muerte del mendigo, si no adquiere pan que comer, o la muerte del pan, si lo adquiere; el primero es un homicidio real, lo mismo que el segundo, según vuestra doctrina, y de los dos sois responsables. Otra de vuestras prescripciones, saturada de perversidad e insensatez, es la prohibición a vuestros oyentes de matar los animales y no de comer carne; pues si la carne no mancha, ¿por qué no la coméis vosotros?; y si mancha, ¿qué mayor insensatez que creer mayor crimen la libertad del alma de los puercos que la mancha del alma del hombre con la carne de este animal?

Cuál es el sello de las manos en la secta maniquea

XVII. 54. Tratemos ya y examinemos detallada y atentamente el sello de las manos. Lo primero que hay que tener en cuenta es que el mismo Jesucristo juzgó 12 como muy supersticiosa esta vuestra práctica de no matar los animales ni cortar los árboles 13. Él declaró, en efecto, que no existe relación alguna entre nosotros y los animales y los árboles, cuando dio licencia a los demonios para que fueran a la piara de cerdos y cuando se secó la higuera que maldijo por no hallar en ella fruto alguno. Ciertamente que ni los puercos ni la higuera habían cometido pecado alguno, ni somos tan necios que creamos que el árbol elige voluntariamente la fecundidad o la esterilidad. Ni hay necesidad de haceros ver que nuestro Señor quiso por estos hechos significar otra cosa, porque no hay nadie que no lo sepa. Pero con certeza se puede asegurar que si, como pretendéis, fuera un homicidio matar un animal o cortar un árbol, no hubiera elegido el Hijo de Dios el homicidio como signo; porque si hizo prodigios con los hombres, con quienes nos unen los vínculos de la sociedad, fue curándolos, no matándolos. Y lo mismo hiciera con los animales y los árboles si hubiera creído que entre ellos y nosotros había los vínculos de unión que imagináis.

55. He utilizado aquí el argumento de autoridad, porque, cuando habláis del alma de los cerdos y de una cierta vida atribuida a los árboles, me es imposible seguir en todas vuestras sutilezas. Pero como vosotros, para no ser aplastados por la verdad de las Escrituras, os defendéis con el recurso de decir que están falsificadas; aunque no neguéis la autenticidad de los pasajes relativos a la higuera estéril y a la piara de cerdos, no me desviaré de mi propósito, por temor de que veáis cuán contrarios son a vuestra doctrina y los consideréis como interpolados. Mi propósito es, pues, exigiros en primer lugar a vosotros, que tan hábiles sois en prometer razones y verdad, una demostración del mal que se puede hacer a un árbol, no digo sólo cogiendo los frutos y arrancando las hojas (entre vosotros se condenaría como corruptor del sello al que esto hiciera con conocimiento de causa), pero ni aun sacándolo de cuajo. ¿No dice vuestra secta que el alma racional que existe en los árboles, cuando se cortan, se libra de las cadenas que la tenían prisionera en una gran miseria y sin ninguna utilidad? ¿No se sabe que vosotros, o mejor El fundador de vuestra secta, suele amenazar con un castigo, aunque no el mayor, el que los hombres lleguen a hacerse árboles? ¿Será posible que el alma llegue a ser más sabia en un árbol que en un hombre? Sabemos, por razones eficacísimas, que es un deber respetar la vida del hombre, no sea que se la quiten a quien por su sabiduría y virtud podría aprovechar muchísimo a otros, o a quien podría, llegar a la sabiduría, bien con la ayuda de una advertencia exterior, bien con la iluminación de su pensamiento por un rayo divino. La verdad, apoyada en razones las más juiciosas y en el consentimiento general, dice que, cuanto es más sabia el alma del hombre libre de las cadenas del cuerpo, tanto más se debe acelerar su salida. Por lo cual, el que corta un árbol no hace más que dar libertad a un alma que no adelantaba nada en la perfección de la sabiduría. Y sobre todo vosotros, los santos, debierais cortar los árboles, y una vez libres las almas de estos vínculos, llevarlas, con vuestras oraciones y salmos, a una mansión mejor. ¿O esto sólo lo podéis hacer con las almas que vuestro espíritu no ayuda, pero que tan bien sabe engullir vuestro estómago?

56. Sabéis también muy bien que las almas de los árboles, durante su existencia en ellos, no progresan en la sabiduría, y, sin embargo, experimentáis las más graves dificultades cuando se os pregunta la razón de no enviar a los árboles un apóstol o la razón de no predicarles la verdad quien se la predica a los hombres. Vuestra contestación obligada es que en esta situación las almas no pueden comprender los divinos preceptos. Pero he aquí que las dificultades os aprietan por otro lado con más fuerza todavía afirmáis que estas almas oyen vuestra voz, entienden vuestras palabras, distinguen los cuerpos y sus movimientos y ven hasta los pensamientos. Si esto es verdad, ¿cuál puede ser la razón de no aprender de un apóstol de la luz? ¿A qué obedece no poder aprender más fácilmente que nosotros, si penetran las interioridades del espíritu? El maestro que experimenta tanta dificultad en la enseñanza por medio de la palabra. podría con facilidad instruirlos con sólo el pensamiento, pues aun mucho antes de hablar vería sus ideas en la inteligencia. Pero si todo esto es falso, reconoced, al fin, el error en que estáis sepultados.

57. Vosotros, es verdad, no recogéis personalmente los frutos ni arrancáis las hierbas; pero ordenáis que lo realicen vuestros oyentes, y, además, decís que les es de mucho provecho, no sólo a ellos, sino también a los alimentos. ¿Qué nombre, vuelvo a repetir, que reflexione bien las cosas, puede tolerar esta tan absurda? ¿Qué importa que tú mismo personalmente no cometas el crimen, si ordenas que lo cometa otro? Contestáis que no queréis hacerle cometer el crimen. Pero entonces, ¿cómo dar libertad a aquella parte divina sepultada en las lechugas y en los puerros, si no hay nadie que los arranque y ofrezca a los santos para purificarlos? ¿Cuál sería tu actitud en la hipótesis de que, yendo tú de paseo por un campo en el que los derechos de amistad te dan libertad para coger la fruta que quieras, vieras a un cuervo posado en un higo? ¿No te parecería, según vuestra doctrina, oír al higo dirigirte la palabra y pedirte con lágrimas que lo recojas y sepultes en tu santo vientre, con el fin de purificarlo y resucitarlo, antes de dejarse devorar por el cuervo, donde será mezclado con su cuerpo impuro y condenado a sufrir otras transformaciones? ¿Qué hay más cruel, si vuestra doctrina es verdadera? ¿Y qué mayor ineptitud si es falsa? Si quebrantáis el sello, ¿qué mayor contradicción con vuestra disciplina? Y si lo guardáis, ¿qué mayor enemistad con un miembro de Dios?

58. Este resultado muestra solamente el aspecto falso y ridículo de vuestro sistema; pero 'lo cierto y claro es que existe en vosotros una crueldad que nace de vuestro mismo error. Es el caso de un hombre que, deshecho el cuerpo por la enfermedad y agobiado por la fatiga, se halla tendido y casi muerto sobre el camino, sin apenas poder proferir algunas palabras, y que sería, sin duda, un refrigerio para su cuerpo darle aunque no fuera, más que una pera. Tú pasas por delante de él y ves que te pide tu asistencia y ruega con instancia que le cojas del árbol más próximo algo de fruta, que ningún derecho, ni humano ni divino, prohíben, por la inminencia de la muerte; pero tú, que te precias de cristiano y de santo, sigues tu camino, dejando abandonado a este hombre por compasión a las lágrimas del árbol y por no ser condenado a los castigos maniqueos, como violador del sello. ¡Qué costumbres y qué extraña y peregrina inocencia!

59. Pero descubridme ya qué es lo que os inquieta en la muerte de los animales, puesto que sobre esta materia hay muchas cosas que decir. ¿Qué mal causa al alma de un lobo quien lo mata? El lobo, mientras viva, será lobo y no obedecerá a la vez de ningún predicador que le prohíba chupar la sangre de los corderos, mientras que la muerte libra a su alma, según vosotros racional, de los lazos del cuerpo. A vuestros oyentes les está prohibido matarlos, y con más rigor que si se tratara de los árboles. No repruebo estas impresiones corporales que experimentáis; porque vemos y comprendemos por los gritos de 'los animales que la muerte les es dolorosa; pero el hombre lo puede despreciar, pues ninguna relación le une con la bestia, que no tiene alma racional. Lo que quiero yo explicarme es qué sentimientos podéis experimentar en la contemplación de los árboles, y veo que en esto padecéis una ceguera completa. Porque, dejando a un lado que no se manifiesta en los árboles por ningún movimiento sentimiento alguno de dolor, ¿no es evidente que el árbol no está nunca mejor que cuando crece, se cubre de hojas y se carga de flores y frutos? Esto, como sabéis, se debe ordinariamente y en gran parte a la poda. Si el hierro le fuera tan doloroso como pretendéis, con tantas heridas se le vería debilitarse, más bien que brotar con fuerza en los sitios cortados y revivir con mayor vida, que es como dar muestras de alegría.

60. ¿Por qué, pues, creéis que es mayor crimen matar un animal que cortar un árbol, siendo su alma (la, del árbol) más pura que la de la carne? Hay, dice vuestra secta, una compensación cuando una parte de lo que se arranca de los campos se da a purificar a los elegidos y a los santos. Ya se rebatió y se demostró suficientemente que no hay razón alguna para establecer que los frutos tengan mayor participación de la divinidad que la carne. Pero supongamos que un hombre emplea la vida en la compra de carne y utiliza su lucro o ganancias en la adquisición de los alimentos de los elegidos, y se los procura con más abundancia que el labrador o campesino, ¿no podrá decir en este caso vuestro defensor que por la misma ley de compensación le será lícito a ese hombre matar los animales? Pero replica él que hay todavía otra razón mucho más secreta. Al hombre astuto y listo no le faltan nunca, dada la obscuridad de los hechos de la naturaleza, subterfugios contra los ignorantes. Aquellos celestes príncipes que, vencidos y encadenados en ese vuestro reino de las tinieblas, ocupan aquellos lugares que la orden del Creador del mundo les asignara, poseen en la tierra cada uno sus animales; y quienes se atreven a quitarles 'la vida son culpables a sus ojos, y se les impide salir de este mundo, y se les machaca y tritura con los castigos y penas de que su fiereza inhumana es capaz. Yo sé que gente ignorante y que no ve con tanta obscuridad temblará con estas amenazas y creerá que es como se dice. Pero yo seguiré de manera indeclinable mi propósito, y, prestándome Dios su auxilio, desharé estas obscuridades mentirosas con la luz de la más clara verdad.

61. Yo trato de averiguar si los animales que viven sobre la tierra o en el agua descienden de aquella raza de príncipes por vía de generación y por unión de sexos, ya que, según vosotros, los que nacen proceden de aquellos abortos que existen en aquel vuestro reino del mal; y si es así, quiero saber si es lícito matar a las abejas, ranas y otros muchos animales que nacen sin la unión de los sexos. No es lícito, contestan ellos. No es, pues, el parentesco con no sé qué príncipes la razón de prohibir a vuestros oyentes matar los animales. 0, si admitís entre todos los cuerpos un parentesco general, los árboles también participarán en la misma categoría de las ofensas cometidas contra los príncipes. ¿Por qué, pues, no ordenáis a vuestros oyentes que los perdonen? Reducidos de nuevo a la impotencia, repiten que la falta que cometen los oyentes con los árboles es expiada por los frutos que llevan a vuestras reuniones. Han llegado hasta a decir que los que en el matadero degüellan los animales y venden su carne, con tal que sean vuestros oyentes y empleen sus ganancias en procuraras alimentos, pueden creer permitida esta inmolación, y que la falta cometida es expiada en vuestros festines y banquetes.

62. Si decís lo que acerca de los frutos y legumbres, que se llegó al acuerdo de que esta inmolación puede expiarse, pues es imposible que los oyentes se abstengan de matar animales (los elegidos no comen carne), ¿qué diréis entonces de las espinas y de las hierbas inútiles, que los agricultores destruyen arrancándolas de los campos que quieren limpiar, y de las que no se puede sacar alimento alguno en compensación? ¿ Cómo podrá expiarse una devastación tan general que no procura alimento alguno a los santos? ¿Perdonáis, acaso, en vista de la que comeréis de las frutas y legumbres, toda falta cometida en aumentar su producción? Pero si los campos son arrasados por la langosta y por las ratas y los ratones como con alguna frecuencia sucede, ¿les matará con impunidad un agricultor oyente vuestro, que no comete el crimen sino en vista de una mayor producción? Heos aquí otra vez en un callejón sin salida: o concedéis a vuestros oyentes el derecho de matar los animales, derecho que les rehúsa vuestro fundador, o les prohibís la agricultura, que les es permitida. Con frecuencia se os oye decir que un usurero es más inocente que un campesino; hasta ese punto llegáis, hasta ser más amigos de los melones que de los hombres, ya que para impedir hacer daño a los melones permitís que el hombre se arruine por la usura. ¿Es ésta la justicia que se busca y se pregona? ¿No es más una superchería execrable, digna de reprobación? ¿Es ésta una piedad digna de elogio o, más bien, una execrable inhumanidad?

63. ¿Por qué, si vosotros os abstenéis de la matanza de los animales, no perdonáis a los piojos, ni a las pulgas, ni a las chinches? Y lo extraño es que creáis justificada plenamente esta medida con decir que estos insectos son la porquería de nuestro cuerpo. Lo que es abiertamente falso por lo que a las pulgas y chinches se refiere. ¿No es a todos evidente que estos animales no tienen su existencia de nuestro cuerpo? Y, además, si reprobáis la unión de los sexos con tanta vehemencia, que os parece hasta excesiva, ¿no os parecerán más puros los que sin unión alguna se originan de nuestro cuerpo? Ellos engendran, sin duda, por generación; pero, sin embargo, no nacen de nuestro cuerpo por generación alguna de parte nuestra. Pero, si se deben considerar como muy. impuros los animales que nacen de cuerpos vivos, con mayor razón lo serán los que tienen su origen de cuerpos muertos. Se os oye decir también que se pueden matar impunemente los ratones, las culebras y los escorpiones, que son producidos de los cadáveres humanos. Pasemos en silencio lo obscuro e incierto. Es una opinión muy común que los cadáveres de los bueyes producen las abejas; luego sin castigo alguno se les puede quitar la vida. Y si esto os parece dudoso, ¿negaréis, al menos, que los escarabajos tengan su origen del estiércol hecho una pelota, sepultada debajo de la tierra? Estos animales y otros, que sería largo de contar, deben ser miradas por vuestra secta como más impuros que los piojos, y, a pesar de eso, os parece criminal destruir aquellos; así como una necedad perdonar a los piojos, a no ser que vuestra poca estima obedezca a que son animales pequeños. Si, cuanto más pequeño, es, a vuestro juicio, más despreciable, se sigue necesariamente que preferiréis un camello a un hombre.

64. Ahora recuerdo aquella gradación que me inquietaba con frecuencia cuando oía vuestras explicaciones. Si la pequeñez autoriza la destrucción de una pulga, nada impedirá quitar la vida a una mosca; que tiene su nacimiento en, un haba. Si no perdonáis a la mosca, ¿por qué no matar al insecto algo más fuerte cuya cría es seguramente más pequeña que la mosca? Se seguirá también que no habrá obstáculo para destruir una avecilla cuya cría es de la misma talla que esta mosca, y lo mismo la langosta y al ratón que sus crías. No me alargo más, pues basta para ver que de grado en grado se llegará hasta el elefante, hasta poder matar sin pecado alguno esta bestia monstruosa, quien, debido a su pequeñez, puede sin pecado destruir una pulga. Basta ya de semejantes niñerías.

El sello del seno. Infames misterios de los maniqueos

XVIII. 65. Resta únicamente tratar del sello del seno, en el que vuestra castidad queda muy maltrecha. No contentos solamente con la condenación de la unión de los sexos, realizáis también la profecía del Apóstol reprobando las nupcias, única y honesta justificación de la unión carnal. Yo sé que aquí vosotros vais a protestar a grandes gritos y excitar por todos los medios el odio y la envidia contra mí, diciendo que vuestra recomendación y alabanza, casi excesivas, de la castidad perfecta, no es una condenación de las nupcias 14, puesto que a los oyentes, que son el segundo grado de vuestra secta, no les está prohibido el matrimonio. Pero así que cesen esos gritos, voceríos y protestas tan saturadas de indignación, me permitiréis que yo con mucha suavidad y dulzura os haga preguntas como las que siguen: ¿No sois vosotros quienes, por la unión de las almas con la carne, consideráis la procreación de los hijos como algo aún más criminal que la unión misma de los sexos? ¿No sois los que nos solíais recomendar con insistencia que nos fijáramos, en cuanto fuere posible, en el tiempo durante el cual la mujer, después de la purificación, es más apta para engendrar, y que nos abstuviéramos en ese tiempo de todo comercio carnal con ella, para no exponer a que el alma se uniese con la carne? De donde se sigue que, si vosotros pretendéis tener una mujer, no es para engendrar hijos, sino para satisfacer la concupiscencia. Pero el matrimonio, según las leyes nupciales, es la unión de un hombre y de una mujer con el fin de engendrar hijos; y a cualquiera que le parezca mayor crimen la generación que la unión, por esto mismo prohíbe las nupcias: hace de la mujer, más bien que esposa, una prostituta, que por regalos se entrega al hombre para satisfacción de su concupiscencia. Allí donde la mujer es esposa, allí hay matrimonio; pero no hay matrimonio donde se impide la maternidad; allí no hay esposa. Prohibís, por consiguiente, el matrimonio y no podéis con razón alguna libraros de este crimen, que ya os reprendió el mismo Espíritu Santo.

66. Pero cuando con tanta vehemencia os oponéis a la unión de los sexos, que encadena el alma a la carne, y con vehemencia y energía aún mayores afirmáis que por el alimento de los santos sale el alma de la esclavitud de las semillas, ¿no confirmáis al mismo tiempo vosotros, ¡oh miserables!, las sospechas que se forman contra vosotros? ¿Por qué, cuando coméis trigo, habas y lentejas y otras semillas, se cree que es voluntad vuestra dar libertad al alma y no se ha de creer lo mismo respecto de las semillas de los animales? Lo que decís de la impureza de la carne de un animal muerto, porque no tiene alma, no lo podéis decir de la semilla de un animal vivo, que, según vosotros, tiene encadenada un alma que se manifestará en la prole, y en la que confesáis está sepultada el alma del maniqueo mismo. Y como tales semillas no os las pueden presentar vuestros oyentes para purificarlas, ¿ quién no caerá en la sospecha de que vosotros mismos hacéis estas purificaciones secretas y que les ocultáis estas acciones infames, por temor de que os abandonen? Y si vosotros no las hacéis, y quiera Dios que así sea, ¿no veis a qué sospechas vuestra superstición da libre curso y cuán irracional es irritarse contra los que así juzgan, dándoles vosotros motivos, pues proclamáis que por el alimento y la bebida libráis las almas de los cuerpos y de los sentidos? No quiero detenerme más en esto; es bastante para mostraros cómo hay lugar para haceros toda clase de invectivas. Pero la materia es tal, que más bien retrae que convida a seguir su desarrollo; y yo creo haber demostrado en todo mi discurso que, lejos de querer exagerar, no he hecho más que indicar los hechos visibles y las razones evidentes. Pasemos, pues, a otra cosa.

Los crímenes de los maniqueos

XIX. 67. Ahora ya está bastante claro el juicio que se merece vuestra doctrina de los tres sellos. Tales son vuestras obras, tal el fin de vuestros preceptos admirables, donde nada es cierto, ni verdadero, ni racional, ni inofensivo, sino todo al contrario, dudoso; más todavía, todo es, sin duda alguna, falsísimo, contradictorio, absurdo y abominable. En fin, se descubren en vuestras costumbres tantos y tan graves pecados, que, si alguien de alguna capacidad quisiera entablar causa contra todos, para cada uno serían pocas las páginas de un volumen. Si observareis tales preceptos y practicareis tales enseñanzas, seríais de lo más inepto, insensato e ignorante que existe en el mundo; pero, como sólo os contentáis con elogios y con enseñar lo que no practicáis, se sigue que no es posible imaginar ni encontrarse con gente ni más falsa, ni más peligrosa, ni de peor intención que vosotros.

68. Durante los nueve años íntegros que oí las explicaciones de vuestra doctrina con gran vigilancia y asiduidad, no pude conocer ni a uno solo de vuestros elegidos que, desde el punto de vista de vuestros preceptos, no haya sido sorprendido en pecados o no haya dado que sospechar. Oíamos que muchos se daban al vino y a la carne y a los placeres del baño; y a otros se les acusó, sin posibilidad de réplica, de corruptores de las mujeres del prójimo. Pero supongamos que lo que se dice es más de lo que en realidad es. Lo que yo vi con mis propios ojos, y conmigo otras personas (algunas de las cuales ya están libres de tal superstición y las demás espero que recobrarán dicha libertad), lo que vimos, digo, en una encrucijada de Cartago, en una plaza muy concurrida, fue que no uno solo, sino más de tres elegidos requebraban a mujeres que pasaban con gesticulaciones tan lúbricas, que excedían en mucho a la desvergüenza y deshonestidad más groseras. ¿No es evidente que tal maestría en esas cosas procedía de costumbres muy arraigadas y de que vivían así entre ellos, pues ninguno se avergonzaba de la compañía de los demás? ¿No son todos, o casi todos, unos corrompidos con la misma especie de corrupción? Estos hombres, en efecto, no vivían juntos en la misma casa, sino en sitios distintos; pero puede ser que bajaran juntos del lugar donde habían tenido su asamblea general. Nosotros, profundamente ofendidos, presentamos también graves quejas. ¿Creéis, sin embargo, que hubo alguien de los elegidos que juzgara un deber castigarlos, no digo ya con la expulsión de sus juntas, sino al menos con una fuerte reprensión, proporcionada a tan monstruosa deshonestidad?

69. La sola excusa posible de esta impunidad es que, como en esta época la ley pública prohibía tales reuniones, se temía que los culpables descubriesen los secretos de la secta. Allí también se predica con jactancia que sufrirán persecución en este mundo, y, con el fin de hacerse más recomendables, se atribuyen lo del texto sagrado de que el mundo les persigue con odio y saña 15, y de que allí se ha de buscar la verdad, pues la promesa del Espíritu Santo Paráclito dice que este mundo no la puede recibir 16. No es éste el lugar para tratar asuntos tales; pero tened presente que si hasta el fin de los siglos se os persigue sin interrupción, es porque persisten también impunes hasta el fin de los siglos tal disolución y complicidad en tan infamantes torpezas, mientras temáis castigar a los que las cometen.

70. Esto mismo se nos respondió a nosotros cuando presentamos a los primates de la secta la queja de una: mujer por lo que le había acaecido, y era que, reunida con otras compañeras y creyéndose segura, debido a la fama de santidad de los maniqueos, entraron allí de improviso muchos elegidos, y uno de ellos apagó la luz, e ignorante de quién era el que la abrazaba y hacía violencia, no pudo escaparse de sus manos sino a fuerza de gritos y de voces. ¿Estas deshonestidades, conocidas de nosotros, no deben ser consideradas como fruto de una inveterada costumbre? Esto sucede (notad bien esta circunstancia) la noche misma que celebraban la vigilia de una fiesta. Y aunque en realidad de verdad no hubiera miedo de traición, ¿quién podía llevar a juicio en presencia del obispo al que tomó tales medidas para no poder ser reconocido? ¿No se debía también imputar esta deshonestidad a todos los que juntos entraron, ya que la luz se apagó en medio de las risas y griterío desvergonzados de los asistentes?

71. Daban muchos motivos para toda clase de muy malas sospechas, pues se veía que les comía la envidia, la avaricia, la glotonería; los altercados y contiendas y su movilidad de carácter no tienen igual ¿Se puede con razón pensar que se abstienen de lo que exige su profesión cuando se ven en la obscuridad y las tinieblas? Había dos hombres de bastante buena reputación, de ingenio fácil y muy hábiles en las discusiones y más que los otros íntimamente unidos conmigo, sobre todo uno, debido a sus gustos literarios, y el cual es al presente presbítero. Pero a los dos les comía la pasión de la envidia; uno de ellos acusó al otro, no públicamente, sino a ocultas, con palabras y murmuraciones, a quien se le ofrecía, de que había hecho violencia a la esposa de uno de los oyentes. El otro, para justificarse, acusó a su vez en presencia de nosotros, del mismo crimen a un elegido que vivía con el mismo oyente como amigo fidelísimo, al que, al entrar de improviso en la misma casa, sorprendió con esta mujer; él pretendía hacer ver que su rival y enemigo, carcomido de envidia, había aconsejado a los dos culpables echasen sobre él esta calumnia, por temor de ser él acusado del crimen, si la cosa se descubría. Nosotros estábamos, lo confieso, en mucha angustia, y aun no atreviéndonos a dar asentimiento a 'lo que se decía acaecido con esta mujer, nos hacía sufrir mucho 'la envidia tan tenaz que existía en aquellos dos hombres, que nos parecían como lo mejor de la secta, y esta envidia tan tenaz y violenta nos llevaba como a la fuerza a hacer toda clase de conjeturas.

72. Finalmente, en el teatro se veía con mucha frecuencia, juntamente con un presbítero de pelo blanco, muchos elegidos cuya edad y aparentes costumbres eran como credenciales de su gravedad. No hablo de mucha gente joven que se veía de ordinario en plena contienda y discusión con actores y cocheros. Esto era suficiente para probar cómo podían abstenerse de crímenes ocultos quienes se dejaban vencer de esta sed de placeres, que les delataba a las miradas de sus oyentes, y les traicionaba cuando, sorprendidos, se avergonzaban y huían. ¿Y qué decir del crimen de este otro santo cuyas disputas nos llevaron con mucha frecuencia a la quinta de un vendedor de higos? ¿Cómo se hubiera descubierto si hubiera podido conseguir hacer mujer y no madre a una virgen consagrada al Señor? Pero el embarazo no permitió quedase oculto este crimen secreto e increíble. Tan pronto como la madre se lo descubrió a un hermano suyo joven, lo llevó muy a mal; sin embargo, en consideración a la religión, no le delató a la justicia; pero consiguió (porque cosas como éstas no se podían tolerar) que este santo fuese expulsado de esta iglesia. Después, para que este crimen no quedara impune, se juntó con algunos amigos y a puñetazos y puntapiés lo mataron. Y, gravemente herido, gritaban que por la autoridad de Manés se le perdonase, que Adán, el primer héroe, había pecado que después de su caída había sido más santo.

73. Tal es la opinión que os habéis forjado de Adán y Eva: es una fábula muy larga; aquí sólo tocaré lo que dice relación a mi asunto. Adán, decís, de tal modo fue engendrado por sus padres, por aquellos príncipes, verdaderos abortos de las tinieblas, que su alma casi toda era luz, sin apenas mezcla de tinieblas. Vivía santamente a causa de la sobreabundancia del bien, hasta que la parte mala se turbó y le hizo caer en las obras de la carne; ésta fue su caída y su pecado; pero después hizo una vida mucho más santa. En el crimen de que se trata, mis quejas no se refieren tanto al culpable, que, con apariencias de elegido y de santo, cubrió a toda una familia de deshonra e infamia por su acción criminal; no, no es esto lo que os echo en cara, pues no veo aquí más que el hecho de un hombre totalmente pervertido, más bien que una consecuencia de vuestras costumbres; no es a vosotros a quienes repruebo acción tan deshonesta, sino a. él solo personalmente. Lo que no comprendo es que, siendo el alma, según vuestra secta, una parte de Dios, afirméis, a pesar de eso, que la exigua mezcla del mal supere y venza a la sobreabundancia y fecundidad mucho mayor del bien. ¿Quién es el hombre que, creyendo esto, si la pasión le llama y le atrae, no recurra a este pensamiento 'para su defensa, más bien que para refrenarla y domarla?

Los crímenes de los maniqueos descubiertos también en Roma

XX. 74. ¿Qué más diré yo de la santidad de vuestras costumbres? Los crímenes que acabo de referir fueron conocidos por mí mismo en esta ciudad donde se cometieron. Lo que pasó en Roma durante mi ausencia, es muy largo de contar; sin embargo, algo diré. Las cosas salieron con tal fuerza e ímpetu a la superficie, que ni a los mismos ausentes podían permanecer ocultas; y cuando volví a Roma, me aseguré yo mismo de la verdad de lo que había oído, aunque el testigo ocu1ar que me lo refirió me merecía crédito, dada su amistad conmigo y su bien probada sinceridad. Entre vuestros oyentes había uno que no tenía que envidiar en nada a los elegidos en vuestra tan decantada abstinencia, bien instruido en las artes liberales, y que quería defender y defendía de hecho con elocuencia, vuestra secta, y que sufría muchísimo cuando en sus discursos le echaban siempre en cara las costumbres criminales de tantos elegidos que vivían tan perdidamente aquí y allá y en todas partes sin morada fija. Su más vehemente deseo era reunir, en lo posible, en su casa a todo el que estuviere dispuesto a observar los preceptos de la secta; y él se comprometía a sufragar sus gastos: era muy rico y muy poco apegado al dinero. Lo que le dolía y de lo que se lamentaba era de ver que sus esfuerzos no tenían eficacia, debido a la disolución los obispos, cuya cooperación tanto necesitaba para la realización de sus proyectos. En estas circunstancias tenía la secta un obispo de exterior duro y tosco, en verdad, como yo mismo lo supe por experiencia; pero, no sé cómo, por esta misma dureza parecía más severo en la observancia de las buenas costumbres. El oyente hacía mucho tiempo que deseaba hablar con él, y cuando se presentó la ocasión la aprovechó para comunicar con él sus proyectos, los cuales aprobó y fue, además, por ellos felicitado, y se ofreció con gusto a ser el primero que viviera con él. Hecho esto, se reunieron con él todos los elegidos que se pudo encontrar en Roma. Se propuso como norma de vida un reglamento tomado de la carta de Manés; pero a muchos de ellos les pareció un yugo intolerable y se fueron y los demás se quedaron por vergüenza. Se comenzó a vivir como se había determinado y como lo prescribía autoridad tan grande: el oyente, a la vez que urgía con vehemencia a todos al cumplimiento de todos 'los puntos de la regla, iba el primero a todo. Durante este tiempo se suscitaban con excesiva frecuencia riñas y altercados entre los elegidos, echándose en cara unos a otros sus crímenes, que el oyente veía 'con dolor y procuraba que en sus altercados se descubrieran a sí mismos, y aparecían cosas infames e inhumanas. Entonces se conoció lo que eran aquellos hombres, que se creían los únicos capaces de soportar todo e1 rigor de su doctrina y preceptos. ¿Qué se podía ya sospechar de los demás, o mejor, qué juicio emitir sobre su conducta? ¿Qué más? Obligados como estaban, acabaron por declarar sordamente que aquella disciplina era insoportable, y desde este momento comenzó la sedición y rebelión. El oyente defendía su causa con un dilema muy sencillo: o se debían cumplir todos los preceptos o había que considerar como el más insensato de los mortales a quien imponía tales receptos con condiciones tales que nadie podía practicar Sin embargo triunfó, como no ¡podía menos de suceder, la gritería desenfrenada de casi todos contra la opinión o parecer de uno solo. Al fin el mismo obispo cedió y con gran infamia huyó también. Aceptaba, a lo que parece, contra la regla, manjares exquisitos que le llevaban ocultamente, y que pagaba con esplendidez con dinero particular que ocultaba con mucho tacto y cautela.

75. ¿Tendréis aún la osadía de negar la verdad de estos hechos? Porque esto sería cerrar los ojos a la luz y no querer ver lo que todo el mundo conoce. Pero ojalá rechacéis esto, por porque, como son hechos tan claros y tan fáciles de conocer quienes les interesen, se comprenderá que no puede jamás salir verdad alguna de quienes con tan obstinada pertinacia niegan la verdad de hechos tan evidentes. Os ruego que utilicéis otros medios de defensa, que seguramente no reprobaré. Podéis decir, por ejemplo, que existen todavía entre vosotros quienes practican los preceptos y que no se les debe hacer responsables de las transgresiones de los demás, o que no es necesario en modo alguno saber cuáles son los hombres que profesan vuestras doctrinas, sino más bien lo que son esas doctrinas en sí mismas. Muy bien; pero aun cuando yo admitiera ambas respuestas (tropezáis, desde luego con la imposibilidad de demostrar la existencia de observantes fieles de los preceptos y de limpiar vuestra herejía misma de tantos absurdos y crímenes), os exigiría, sin embargo, la razón de vuestra tan maldita persecución contra los católicos por el mal ejemplo de algunos: cuando se trata de vuestros adeptos, eludís la cuestión, o no la eludís, con mayor desvergüenza todavía, y queréis por todos los medios convencer a los demás que en vuestro muy reducido número se ocultan no sé quienes que practican con fidelidad sus preceptos; mientras que, cuando se trata de la inmensa multitud de la Iglesia católica, seguís una conducta contraria, queriendo ocultar su inmensa santidad, que resplandece más que la luz del sol.