LA SAGRADA ESCRITURA Y SAN AGUSTÍN PREDICADOR

Pedro Langa Aguilar, OSA
Doctor en Teología y Ciencias Patrísticas,
licenciado en Teología Dogmática,
profesor en el Instituto Patrístico Agustinianum,
Pontificio lnstituto Regina Mundi
y Ateneo Pontificio Regina Apostolorum (Roma),
así como en el Centro Teológico San Agustín
y Centro Ecuménico Misioneras de la Unidad (Madrid).
Consultor de la CERI y colaborador de Radio Vaticano. 


LAS siguientes reflexiones intentan poner de relieve la 
trascendental importancia de la Sagrada Escritura en aquel 
predicador incomparable que fue San Agustín, junto a San Juan 
Crisóstomo, el más grande de todos los Padres de la Iglesia en 
este sublime oficio. El autor, uno de sus especialistas, expone en 
estas páginas, a través del contenido y de la forma y demás 
aspectos de los sermones agustinianos, la presencia suave, 
sugeridora, decisiva, litúrgica, salmódica de la Biblia en la 
predicación del Obispo de Hipona, magnífico maestro para los 
predicadores de la nueva evangelización a la que hoy se nos 
convoca.


BI/LECTURA-FRECUENTE: La Sagrada Escritura es como la 
llave de oro que nos abre el corazón de San Agustín. «Sean tus 
Escrituras -confiesa- mis castas delicias: ni me engañe en ellas ni 
con ellas engañe» 1. Todo un programa de vida en permanente 
servicio de amor, a cuyo protagonista cabría aplicarle las 
palabras de San Pablo a Timoteo: «Desde niño conoces las 
Sagradas Letras, que pueden darte la sabiduría que lleva a la 
salvación» (/2Tm/03/15), y de cuyo ministerio podríamos decir lo 
que el Vaticano II de la Tradición, que «da a conocer a la Iglesia 
el canon de los Libros sagrados y hace que los comprendan 
cada vez mejor y los mantengan siempre activos. Así... el Espíritu 
Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y 
por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la 
verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra 
de Cristo (cf. Col 3, 16)» 2. 
Desde su ordenación hasta su muerte, en efecto, vivió 
acogido al amor de la Divina Palabra (=DP). Dispensarla, Fray 
Luis diría declararla, fue la más importante de sus actividades; 
estudiarla, el más urgente de sus deberes. Funciones una y otra 
de un ministerio siempre al servicio del Verbo, no sólo en la 
predicación, sino también en el estudio, y dialogando, y 
discutiendo, y meditando y escribiendo. Sirvió a la Palabra de 
Diossirviéndola, de presbítero y de obispo, en privado y en 
público, como catequista, orador, liturgista, escritor y salmista 
redivivo. En las reflexiones que siguen me atendré a su oficio de 
predicador. 

1. MINISTRO DE LA PALABRA
Una vez presbítero de la comunidad hiponense (391), solicita 
de su obispo Valerio tiempo hábil, por lo menos hasta Pascua, 
«para meditar las divinas Escrituras» 3, en cuyos salubérrimos 
consejos espera estar para entonces, o tal vez antes, instruido 4. 
Se le alcanza ya sin dificultad que debe estudiarlas y dedicarse a 
la oración y a la lectura, pues los hechos le han enseñado qué 
necesita un hombre para distribuir el sacramento y la Palabra de 
Dios, pero aún desconoce cómo administrar tales misterios 
buscando la salvación de los otros antes que el propio beneficio 
5. «¿Cómo conseguir eso, se pregunta, sino pidiendo, llamando 
y buscando, es decir, orando, leyendo y llorando, como el mismo 
Señor preceptuó?» 6 Vive hasta el episcopado (395), pues, 
«meditando día y noche la divina ley» 7 y comunicándosela 
generoso al monasterio del huerto, en cuya comunidad ha de 
encontrar, cuando ciña la mitra, eficaces colaboradores de la 
Iglesia local y, andando el tiempo, fecundo plantel de sacerdotes 
8. San Posidio atribuye tan prodigioso desarrollo a la madurez 
bíblica del grupo y al ejemplar magisterio del joven monje 9, 
llamado pronto a «edificar la Iglesia del Señor con la palabra de 
Dios y la recta doctrina» 10. 

Dispensador de la palabra y del sacramento 11 es la 
definición de sacerdote que recurre en sus escritos, desde las 
primeras cartas hasta los sermones, donde a menudo figura 
como partiendo y repartiendo el pan: «Pero la paz -predicó por 
mayo del 411 en Cartago- es semejante a aquel pan que se 
multiplicaba en las manos de los discípulos del Señor cuando 
ellos lo partían y repartían (frangendo et dando)» 12. Servicio de 
amor ejercido con infatigable constancia hasta los últimos días 
de vida. El entrañable amigo y biógrafo Posidio asegura que 
«hasta su postrera enfermedad predicó ininterrumpidamente la 
palabra de Dios en la iglesia con alegría y fortaleza (alacriter et 
fortiter), con mente lúcida y sano consejo» 13. 
La palabra que procuraba declarar a los fieles llegaba a éstos 
como fruto de una riquísima vida interior, es decir, resultado de 
intensa meditación, selectiva traducción y cuidadosa exposición a 
la vez 14, servida como pan tierno sobre la mesa 15, horneado al 
fuego lento de un laborioso estudio escriturístico y de una 
incesante plegaria. El ápice de la elocuencia, decía él, consiste 
en crear espacios de silencio, o sea, condiciones propicias para 
pensar, momentos oportunos de callar, actitudes ideales para 
adorar, circunstancias, en fin, atingentes a esa vida que 
diariamente se abre a Dios, como las flores. La ordenación hizo 
de nuestro retórico de Tagaste eso: un diligente servidor de la 
palabra 16. 
Hay en la expresión de que vengo hablando llama evangélica, 
resonancias paulinas, peso patrístico y hondura teológica. 
Ministro de la palabra y del sacramento equivale, 
agustinianamente, a ser como un ecónomo de la gracia, 
administrador de los misterios, pontífice entre Dios y los 
hombres, criado fiel y solícito partiendo y repartiendo el pan de la 
Palabra y de la Eucaristía 17; buen samaritano, en resumen, que 
levanta de la cuneta al malherido para curarle piadosamente en 
el mesón las heridas del cuerpo y del corazón 18.
Es orador sagrado, según él, quien «interpreta y enseña la 
Escritura» 19 el que sabe con ella caminar como defensor de la 
fe y debelador del error, pronto a dialogar y a exponer pronto 
con sabiduría y elocuencia. Y si con elocuencia no, porque no a 
todos es dada, sí, al menos, con sabiduría, tanto más grande y 
abundante en el desempeño del oficio, cuanto mayor sea el 
conocimiento de la Escritura, que no consiste ni primaria ni 
principalmente en leerla mucho y aprendérsela de memoria, 
aunque bien esté, quién lo duda, sino en «comprenderla con 
rectitud y escrutarla con diligencia», más aún, en «penetrar con 
el ojo de la mente su mismo corazón», porque «tanto más o 
menos sabiamente habla un hombre cuanto más o menos 
hubiere aprovechado en las santas Escrituras. No digo -explica- 
en tenerlas muy leídas y en saberlas de memoria, sino en calar 
bien su esencia y en indagar con ahinco sus sentidos» 20. 
Dispensar la Palabra de Dios revestía para él, por eso mismo, 
un carácter carismático. Convencido por fe de la acción profunda 
del Espíritu en el fondo del alma, Agustín de Hipona no pretende 
otra cosa cuando predica que ser, dijérase con el lenguaje de la 
técnica moderna, un amplificador, como si de un altavoz se 
tratase repitiendo lo que una voz divina le inspira, ya que «todos 
nosotros -aclara- tenemos por maestro interior a Cristo» 21. Él 
entonces no hace más que servir lo que la gracia divina le quiere 
dar: «Quiera el Señor favorecernos con su gracia, como lo 
esperamos, para que yo merezca recibir de su mano la vianda 
que me propongo serviros» 22. 

PREDICACION/ORACION: «Los que hablan con elocuencia 
son oídos con gusto. Los que sabiamente, con provecho» 23. 
Mas como para hablar es preciso antes saber escuchar, «pierde 
el tiempo predicando exteriormente la palabra de Dios quien no 
es oyente de ella en su interior» 24. Dicho de otro modo, la 
palabra de un predicador que no entiende esta voz, resulta vana. 
El Vaticano II, hablando de la lectura asidua de la Escritura, 
recogió este sabio pensamiento en la Dei Verbum, 25, según 
veremos en la última parte de este trabajo. Se explica, pues, su 
afán de estudiar las divinas Escrituras y el carácter 
eminentemente bíblico de su predicación, elemental al principio, 
claro es, y por eso mismo necesitado de oportuno aprendizaje, 
pero incesante siempre y progresivo, ya que, siendo maestro, se 
siente discípulo. Quiere alimentar a los otros de la misma mesa 
de la que él se nutre. Porque, desde esta cátedra -puntualiza-, 
aunque seamos para vosotros como maestros, en realidad 
somos con vosotros condiscípulos bajo aquel único Maestro 25. 

«Quienes predicamos la palabra de Dios a los pueblos no 
estamos tan alejados de la condición humana y de la reflexión 
apoyada en la fe que no advirtamos nuestros peligros. Pero nos 
consuela el que donde está nuestro peligro por causa del 
ministerio, allí tenemos la ayuda de vuestras oraciones. Y para 
que sepáis, hermanos, que vosotros estáis en lugar más seguro 
que nosotros, cito otra frase del mismo apóstol, que dice: Cada 
uno de vosotros sea rápido para escuchar y lento, en cambio, 
para hablar (Iac 1, 19)» 26. Al fin de sus días, es curioso, se 
lamentará de haber tenido que hablar tanto, él, a quien por gusto 
le hubiera gustado mucho más callar y escuchar. «¿Cuándo 
podré yo suficientemente referir con la lengua de mi pluma -se 
pregunta en las Confesiones- todas tus exhortaciones, todos tus 
terrores y consolaciones y direcciones, a través de los cuales me 
llevaste a predicar tu Palabra y dispensar tu Sacramento a tu 
pueblo?» 27. 
Dispensar la Palabra de Dios, en fin, es como suministrar «un 
espejo en el que podemos mirarnos todos» 28, desentrañar el 
sentido de la palabra de Dios, «que penetra hasta el fondo de 
nuestras almas y busca el quicio del corazón» 29. La imagen de 
Juan reclinando su cabeza en el pecho del Señor le da pie para 
definir más y mejor, si cabe, este sublime oficio. El ministerio de 
la palabra tiene que ver con los íntimos secretos de Dios, en los 
que todo es penumbra que sólo la luz de la humildad ilumina, y 
con las disposiciones a veces tan versátiles de los oyentes 
donde unos corazones acogen y otros rechazan, unos se rinden 
y otros resisten, siendo la palabra, a fin de cuentas, la que ayuda 
a discernir, porque «las palabras de nuestro Señor Jesucristo, 
máxime las que menciona el evangelista Juan, que no sin razón 
reposaba sobre el pecho del Señor, sino para beber el alto 
secreto de su sabiduría y verter luego en su Evangelio lo que su 
amante corazón bebiera, son tan secretas y profundas a la 
inteligencia, que alborotan a los corazones perversos y ejercitan, 
en cambio, los corazones rectos» 30. 

2. PREDICADOR 
De presbítero, primero (391-95); como obispo auxiliar, más 
tarde (395-96/97); y por último, en treinta y tres largos años 
nada menos (396/97-430), como obispo de Hipona. Al principio 
es posible que junto al ambón (pulpitum), presente Valerio en la 
cátedra (exedra), y desde el 396/97 hasta el 430 sentado en ella 
como enseñante (didáscalos), o sea, desenrollado el texto sobre 
sus rodillas. La cátedra tenía para él más importancia que su 
mesa de trabajo. El antiguo profesor de Retórica comentaba 
ahora, en Hipona y por numerosas iglesias locales de África a la 
redonda, el Libro de la Verdad. Así lo pinta el cuadro más 
antiguo que de él poseemos: fijos los ojos sobre el Libro y 
pendiente a la vez del pueblo arracimado y de pie en el entorno. 
La posición sedente daba un aire familiar al discurso, se 
prestaba a la intimidad, facilitaba la confidencia, ese contexto 
necesario para que el mensaje llegue más persuasivo, el 
reproche, si procede, más aleccionador, el inciso más insinuante, 
el énfasis más agudo, la novedad más sorprendente, la idea más 
honda y la palabra, en fin, más cálida. Si la predicación 
(PREDICACION/CONSISTE) consiste a fin de cuentas en hablar 
algo sobre Dios, bastante desde Dios y mucho con Dios, Agustín 
de Hipona mantuvo este crescendo con extraordinaria fidelidad a 
quien por él hablaba, dentro siempre de un clima intimista y 
optimista, propicio a la sencillez y a la anticipada confianza con 
sus entrañables hiponenses. Así se explican aquellos aplausos 
cuando los oyentes intuían por dónde iba a tirar, o el silencio 
ante el misterio, o el agrado cuando sonaba la hora de la 
confidencia, como el día en que dijo: «Más seguro está quien 
oye la palabra que quien la pronuncia» 33. 

2.1. Estilo
Una vez presbítero, comprende que su voz, tanto tiempo 
pregonando doctrinas profanas, ha de servir en adelante sólo a 
la Palabra de Dios. La suya es, ante todo, merece la pena 
subrayarlo, Biblia de un pastor de almas. La verdad es que si por 
sus escritos se trasluce la extraordinaria personalidad del autor, 
en los sermones diríase que éste se hace singular, único. La 
llama vida de sus ojos, el irresistible empuje de sus ideas, la 
fuerza persuasiva del gesto y el incesante hechizo de su palabra 
suave, convicente, cautivadora dimanan, justo es decirlo, de la 
entrañable ternura que la Biblia le producía. Diríase que su 
predicación es, por encima de todo metahistórica, porque dicha 
ya tantos siglos hace, parece, no obstante, de ayer: tan cordial 
como inteligente, tan grave como sencilla, tan suave como 
sugeridora se trasluce. Quien se adentra por la tupida fronda de 
sus sermones advertirá luego que las reglas o teorías 
predicacionales expuestas en De doctrina christiana IV fueron 
vividas antes de ser redactadas: esbozando allí el retrato del 
ministro de la Palabra, Agustín, en realidad, acaso sin quererlo, 
nos dejó su propio retrato. 
De las modalidades en la oratoria, la más accesible es 
propiamente bíblica, porque la Iglesia de su tiempo, como del 
nuestro a fin de cuentas, creía ciegamente en el carácter divino 
de los Libros santos; y luego porque la Iglesia de entonces, más 
aún que la de ahora -y gracias mayormente a su exégesis 
alegórica- veía en la Santa Escritura la suma de los 
conocimientos humanos. Semejante veneración por la Palabra 
de Dios se apoyaba en el respeto que la Antigüedad dispensó 
siempre a la palabra en general. Homero y Virgilio se ven 
reemplazados, y de modo eminente, por los libros de la Biblia. 
Era la suya, por otra parte, una predicación viva, directa, 
conectada con el auditorio, de intima familiaridad y, por tanto, de 
un carácter carismático que le hacia sentirse, a la vez que 
asequible y cordial y directo, uno con su auditorio y, consciente 
de su onus episcopatus, responsable de su suerte 37. Predicar 
es, dirá desde la misma esencia del oficio, «trabajar con la 
palabra y la doctrina por la eterna salud de los hombres» 38. 
La forma externa de sus sermones le consiente a uno percibir 
sin tardanza un estilo muy personal, compuesto de elementos a 
menudo diferentes entre sí, cuando no contrapuestos, capaces, 
cómo no, de arrancar la atención dei público. Una gran 
simplicidad aliada a una exuberancia a veces barroca, una viveza 
familiar asociada a una elevación que más de una vez tiende a 
ser hasta patética, un lenguaje llano, simple, sencillo, corriente, 
pero adornado de artificios propios de quien es orfebre del 
idioma, amigo de jugar con los sonidos y las palabras, y sobre 
todo con unción bíblica que corre al unísono de elementos 
populares que hacen recodar la diatriba estoica y cínica. Estos y 
otros elementos, a la postre, tan diversos entre sí, como digo, 
constituyen conjuntamente un estilo personal, singular, lírico a 
veces. 
Más que analizar este estilo desde las reglas y preceptivas de 
la retórica antigua, cumple tener presente que tal predicación, 
toda ella nutrida de la Biblia, pertenece, a pesar de los muchos 
elementos tradicionales, a otro mundo bien diverso del forjado 
por la Retórica antigua. Se trataría, a decir verdad, de un estilo 
más que nada homilético, acorde con las normas que él mismo 
dejó teorizadas, expuestas, en el De doctrina christiana, para el 
orador cristiano. 

2.2. Método
El de su predicación bíblica no es otro que explicar los 
versillos litúrgicos utilizando un discurso que, en ocasiones, 
puede antojarse extrañamente fragmentario y como 
desparramado. Produce el efecto típico del miope sin gafas 
descifrando línea por línea. Jamás una mirada de conjunto, ni 
resumen de un período. Los predicadores de su tiempo seguían 
los métodos de los glosadores bíblicos, los cuales se plegaban 
de buen grado a lo que en la escuela habían aprendido: el 
grammaticus, por ejemplo, a base de seguir su método ancestral 
para comentar a Homero y Virgilio. Es raro que Agustín anuncie 
de propósito el tema fundamental de un salmo o sermón de 
Cristo en el IV Evangelio. Le basta, eso sí, una frase, un versillo, 
un fragmento, una preposición simplemente, para sus rápidas y 
verosímiles y maravillosas construcciones. Una sola palabra de 
los salmos, por ejemplo, le permite hacer hablar a la Biblia. Como 
al arpista a quien las vibraciones de una sola nota le bastan para 
que se le despierte concentrada toda la música, así a San 
Agustín un simple concepto, un adjetivo, una preposición si 
acaso, le permiten hacerse con la sonoridad de toda la Biblia. 
Encontramos diseminadas en sus sermones señales por las 
que alcanzar una idea muy aproximada de lo que debió de 
suponer para él este pesado compromiso de la predicación. Tal 
vez en ninguna parte haya dejado una descripción con tanto 
colorido, con tanta viveza, tan pletórica de su actividad 
homilética, de sus temores y esperanzas de predicador, como en 
un sermón del aniversario de su consagración (de proprio natuli) 
que ha llegado a nosotros, sermón que podría calificarse, a juicio 
de la afamada estudiosa Cristina Mohrmann, como las 
Confesiones de San Agustín 40. 

2.3. Contenido
Invariablemente, y fundamentalmente, la Biblia. Lo demás, y 
en dicha expresión están contenidos todos los saberes profanos 
(filosofía, artes liberales, historia, etc.) será siempre accesorio, 
en función ancilar. De tal modo vive en y de la Escritura que le 
basta una asociación de palabras para dar vida, rápidamente, a 
un término ignorado, y hacerle dulce como la miel. Su medio vital 
es, en principio, evidentemente el Nuevo Testamento. Pero es 
sobre todo en los salmos, como digo, donde se siente invadido 
por esta dulce y penetrante suavitas que él considera 
indispensable y, a su juicio, digna de ser transmitida como sea 
en un sermón. Agustín es capaz de sacar de un solo versillo 
salmódico, ya digo, multitud de cosas: a menudo es de una 
claridad cristalina que recuerda ciertas páginas de los diálogos 
de Platón. Es la seguridad y la simplicidad conjuntamente vividas 
por un cristiano de la llamada época decadente, meta accesible 
por asidua lectura del Libro de los libros. 

2.4. Exegesis
No abordo aquí el ancho y complejo asunto de la 
interpretación bíblica, con todas las técnicas y recursos, por 
considerarlo materia propia de la Biblia en sí misma. Baste sólo 
decir, en función de la Biblia y del Agustín predicador, que con 
un procedimiento como el referido, la exegesis se eleva 
insensiblemente hasta el estilo grandioso, sublime. Para los 
antiguos, la exégesis alegórica era, por supuesto, el mejor medio 
de evadirse de la esclavitud de la letra y elevarse a regiones 
superiores, sin quedar clavado en las banalidades del 
comentario letra a letra. Desde su teoría de la iluminación, 
pensaba que los diferentes lectores podían descubrir en los 
Libros santos lo previsto por el Espíritu Santo, quien había 
incluido y, en consecuencia, querido dichas posibilidades en este 
libro que sobrepasa toda ciencia, llamado Biblia. Es la teoría de 
la pluralidad de sentidos de la Escritura sobre una letra única. 
Junto al sentido histórico, coloca el etiológico (que suministra el 
motivo o la razón de ser), el analógico y el alegórico, y éste no 
menos probante que el primero 42. La Biblia, en resumen, está 
llena de enigmas, y él pensaba ingenuamente que Dios lo había 
querido así con un propósito pedagógico. 
Pero su mejor exégesis es la que brota espontánea, grácil, 
suave, de la diaria meditación, de ese momento en que el 
obispo, antes de empezar la celebración de los santos misterios, 
se recoge en el secretarium (recinto de la basílica equivalente a 
la sacristía). Nada se reserva ni esconde al pueblo de cuanto en 
la meditación bíblica descubre. Pero tampoco hay dos 
enseñanzas, una para los sencillos y otra para los doctos. La 
fuente de la verdad cristiana es una sola y accesible a todos. De 
ahí que los temas de los sermones sean idénticos a los de sus 
libros y opúsculos, con la evidente diferencia que siempre hay 
entre palabra oral y palabra escrita. Claro es que Agustín se 
preocupó de estudiar la Biblia también en sus obras más sólidas, 
pero esto, queda ya dicho, sale ahora de mi campo. 

Pedro Langa Aguilar
RELIGIÓN Y CULTURA/200. Págs. 69-78

....................
1 Conf. Xl, 2, 3 (BAC 11, pp. 465s.; 5ª. ed.
2 Constitución dogmática «Dei Verbum» sobre la divina revelación, 8 
(Concilio Vaticano II, Consti- tuciones. Decretos. Declaraciones. 
Legislación posconciliar. BAC 252, p. 166; 5ª. ed.). 
3 Ep. 21, 3 (BAC 69, p. 76; 2ª. ed.). 
4 Ep. 21, 6 (BAC 69, p. 79); LANGA, P., «La ordenación sacerdotal de San 
Agustín»: RA 33 (1992) 51-93, esp. 59s. 
5 Ep. 21, 3 (BAC 69, p. 76) 
6 Ep. 21, 4: petendo, quaerendo, pulsando, id est orando, legendo, 
plangendo (p. 77). Nótense implícitamente juntos el estudio y la oración, 
como requisitos para entender la Escritura, en el asindeton de los seis 
gerundios. 
7 POSIDIO, Vita Augustini (=VA), 3 (BAC 10, p. 307, 4º. ed.); LANGA, P., «La 
ordenación sacerdotal»: RA 33, p. 54. 
8 Cf. POSIDIO. VA 11. 1: LANGA, P.: RA 33, p. 63, n. 44. 
9 VA 11, 1: «Proficiente porro doctrina divina sub sancto et cum sancto 
Augustino» (p. 318). Cf LANGA, P.: RA 33, pp. 62s. 
10 VA 5, 2 (BAC 10, p. 310).
11 Sobre la socorrida expresión Dispensator verbi et sacramenti véanse 
TRAPÉ, A., S. Agostino. L'uomo, il pastore, il místico. Editrice Esperienze, 
Fossano 1976, esp. c. 22. Dispensator verbi pp. 195-203; LANGA, P., «La 
ordenación sacerdotal...», esp. 2. «Dispensator verbi, et sacramentiç: RA 
33, pp. 70s, nc 70; ID., n 33. «Dispensator verbi et sacramenti»: BAC 541, 
pp. 805-807. 
12 Serm. 357, 2 (BAC 461, p. 273); Conf. X 30, 41: «antes de ser dispensador 
de tu sacramento (antequam dispensator sacramenti tui fierem)» (BAC 11, 
p. 427). Más de 25 veces ha contabilizado LAMIRANDE, E., nc 16. 
Dispensator (Dispensatio dispensare): BA 32, pp. 709s; Id., nc 50. 
13 VA 31 (BAC 10, p. 363). 
14 Cf. De s. D. in mont. II, 30; In Ps. 77,42. 
15 In lo. 34, 1: «Nadie se lamentará de no haber gustado del pan de la palabra 
que en la mesa se ha puesto [posito pane verbi]» (BAC 139, p. 675). 
16 HAMMAN, A. G., La vida cotidiana en África del Norte en tiempos de San 
Agustín. F. A. E. - O. A. L. A., CETA. Iquitos-Madrid 1989, esp.. El servidor de 
la Palabra pp. 284-294. LANGA, P., «San Agustín y el hombre de hoy. 
Charlas en Radio Vaticano». Religión y Cultura. Madrid 1988, pp. 93-95; ID.: 
RA 33, p. 72, n. 77. 
17 LANGA, P., RA 33, p. 72, n. 78. 
18 LANGA, P., RA 33, p. 72. 
19 De d. chr. IV, 4, 6: Divinarum Scripturarum tractator et doctor (BAC 168. p. 
220) 
20 De d. chr. IV, 5, 7: «Porque hay algunos que las leen y las descuidan; las 
leen para retenerlas de memoria. y descuidan entenderlas A los cuales sin 
duda debe preferirse los que no tienen tan en la memoria sus palabras, 
pero ven el meollo de ellas con los ojos de su espíritu. Pero mejor que 
ambos es aquel que cuando quiere las expone y las entiende a 
perfección» (BAC 168, p. 222); Serm. 128, 5, 7. 
21 In Io, 20, 3 
22 Serm. 145, 1.
23 De d. chr. IV, 5, 8 (p.223). 
24 Serm. 179,1 (BAC 443, p.754). 
25 Cf. In Ps. 126,3. 
26 Serm. 179,1 (BAC 443, p 754)
27 Confesiones Xl, 2. 3 (BAC 11, p.465). 
28 Serm. 301 A, 1 (BAC 448, p.386). 
29 Serm. 301 A,1 (BAC 448, p.386). 
30 In lo. 20, 1 (BAC 139, p. 458). 
33 Cf. Serm. 23,1 (BAC 53, pp. 363s).
37 Serm. 52, 4, 8: «Os agrada la dificultad propuesta. Dios nos ayude para 
que os agrade también una vez resuelta. Fijaos en lo que digo, para que 
nos libere tanto a mí como a vosotros. En el nombre de Cristo nos 
mantenemos en una misma fe, bajo un mismo Señor vivimos en una 
misma casa, bajo una sola cabeza somos miembros de un mismo cuerpo, 
y un mismo espíritu nos anima» (BAC 441, p. 56). 
38 De d. chr. IV, 30.63. (BAC 168. D. 284: 2ª. ed.). 
40 Se trata del Serm. 339 (BAC 461. pp. 3-21).
42 Cf. De d. chr. lIl, 27, 38; Conf. Xll, 30, 41-31,42; sobre los cuatro sentidos de 
la Ecritura, véase De u. cred. 3.
45 Cf. In Ps. 90, 2,1; Ep. 28, 3, 3; 82, 1, 3; 137, 1,3; Conf. XII, 14-17-32,43). 
46 Cf. Conf. Xl, 2,2-4; Ep. 261,5; De c. evang., p. 412; TRAPE, A., BAC 422, pp. 
409 ss. 
47 Cf. De Trin. I-V; De p. mer. 1, 33,33 -28, 56; De sp. et litt.; De gratia et libero 
arbitrio; De unitate Ecclesiae.
48 Cf. De Gen. Iitt. I, 21, 41.