LAS HEREJÍAS

Dedicado a Quodvultdeo

Traductor: P. Teodoro C. Madrid, OAR

LIBRO ÚNICO

Prólogo

1. Atiendo a lo que me pides repetidamente y con tanta insistencia, santo hijo Quodvultdeo, que escriba sobre las Herejías algo digno de leer para quienes desean evitar los dogmas contrarios a la fe cristiana y que engañan con el señuelo del nombre cristiano.

Has de saber que, en otro tiempo, y mucho antes de pedírmelo, ya había pensado hacerlo, y lo habría hecho de no haber caído en la cuenta de que excedía mis propias fuerzas al considerar con cuidado la calidad y la extensión de trabajo semejante. Pero, porque confieso que nadie como tú me ha importunado pidiendo, y en tan molesta importunidad he tenido en cuenta también tu nombre, me he dicho: voy a intentarlo, y haré lo que Dios quiere (Quodvultdeus).

Y yo confío en que Dios también lo quiere, si me lleva a feliz término con su misericordia para que por el ministerio de mi lengua logre esclarecer tamaña dificultad, o incluso mejor eliminarla con la plenitud de su gracia.

La primera de las dos cuestiones hace tiempo que la vengo pensando, estoy dándole vueltas y hasta lo medito. Lo que te he dicho a continuación, confieso que yo no lo he aceptado, y aún no estoy seguro si lo aceptaré en tanto que trabajo para llevarlo a cabo, mientras pido, mientras busco, mientras llamo 1. Sé también que ni voy a pedir ni a buscar ni a llamar cuanto es suficiente, si no recibo a la vez este afecto por una gracia de la divina inspiración.

2. Así, pues, en esta empresa que he aceptado por voluntad de Dios, apremiándome tú con pasión, ves que para llegar a buen fin debo ser apremiado no tanto con tus repetidas súplicas cuanto ser ayudado con piadosas oraciones a Dios, no sólo tuyas, sino también de cuantos hermanos fieles compañeros tuyos para esta tarea pudieres encontrar. Para que esto suceda, he procurado darme prisa en mandar a tu caridad, con la ayuda de Dios, las primicias de mi trabajo donde va este prolegómeno. Así, por todo lo que aún falta, podréis conocer cuánto tenéis que orar por mí quienes lleguéis a saber que estoy embarcado en una tarea tan enorme que estáis deseando ver acabada.

3. Me pides, como indican las cartas que me has enviado cuando comenzaste a pedirme todo esto, que exponga "breve, ceñida y sumariamente qué herejías ha habido y hay desde que la religión cristiana recibió el nombre de la herencia prometida; qué errores han inspirado e inspiran; qué han sentido y sienten frente a la Iglesia acerca de la fe, de la Trinidad, del bautismo, de la penitencia, de Cristo-hombre, de Cristo-Dios, de la resurrección, del Nuevo y Antiguo Testamento" 2. Pero, como ves que todas estas averiguaciones tuyas se pierden en la inmensidad, pensaste que había que hacer un compendio de amplitud general, y has dicho: "además, absolutamente todos los puntos que disienten de la verdad" 3, para añadir a continuación: "cuáles mantienen aún el bautismo y cuáles no: y después, a cuáles bautiza la Iglesia sin jamás rebautizar; de qué modo recibe a los que llegan; y qué responde a cada uno con la ley, la autoridad y la razón" 4.

4. Cuando pides que exponga todo esto me admiro de que tu luminoso ingenio sienta hambre de tantas y tan grandes cosas, y que a la vez, temiendo el hastío, pida brevedad. Pero también te has dado cuenta qué podría pensar de este pasaje de tu carta, y, como en guardia, te has adelantado a mi pensamiento al decir: "Que tu beatitud no me crea tan inepto que no vea cuántos y cuán gruesos volúmenes sean necesarios para ventilar todo eso. Pero yo no reclamo tanto, puesto que sé que eso ya se ha hecho muchas veces" 5. Y apuntándome el consejo de cómo puede conseguirse la brevedad y desplegar las velas de la verdad, añades las palabras anteriores, diciendo: "Pero lo que te ruego es que expongas breve, ceñida y sumariamente las opiniones de cada herejía y, por el contrario, qué es lo que la Iglesia sostiene que hay que enseñar como suficiente para la instrucción" 6. Otra vez te pierdes en la inmensidad. No porque todo esto no pueda o no deba ser expresado brevemente, sino porque son tantas las cuestiones, que exigen mucha literatura para poder decir brevemente cuanto se quiera.

Ahora bien: tú dices "que formado, por así decirlo, como un compendio de todo ello, si alguno quisiera conocer más y mejor las objeciones y las críticas, pueda dirigirse a los opulentos y magníficos volúmenes, según consta que otros, y sobre todo -añades- tu reverencia, han escrito sobre esto". Al hablar así, das a entender que tú deseas algo así como un compendio de todo. Ves, pues, cómo quedas ya advertido sobre qué es lo que pides.

5. Un tal Celso recogió en seis volúmenes no pequeños las opiniones de todos los filósofos que fundaron diversas sectas hasta su época; mas tampoco podía. No hizo ninguna réplica a nadie, únicamente puso de manifiesto lo que opinaban, con tal sobriedad que sólo emplea la palabra justa cuando es necesario, no para alabar ni criticar, ni afirmar o defender, sino para poner al descubierto y notificar. Llegó a nombrar a casi cien filósofos, de los cuales no todos fundaron herejías propias, porque no le pareció que debía callar aquellos que siguieron a sus maestros sin oposición alguna.

6. En cambio, nuestro Epifanio, obispo de Chipre, no hace mucho tiempo difunto, escribió también seis libros hablando de ochenta herejías, recordando todo su ambiente histórico y combatiendo sin discusión alguna contra la falsedad en favor de la verdad. Realmente son breves estos libritos, y si se juntan en uno solo, no se podría comparar por su extensión con cualquiera de los libros míos o de otros. Si fuese a imitar tal brevedad al recoger las herejías, no tendrás algo más resumido que pedir o esperar de mí. No consiste en eso el resumen de este trabajo mío, como podría llegar a parecerte también a ti, bien porque yo te lo demuestro, bien porque tú mismo lo adivinas, cuando lo hiciese. Cierto que verás en la obra del mencionado obispo cuán lejos está de lo que tú mismo quieres, ¿y cuánto más de lo que quiero yo? Porque tú, aunque breve, ceñida y sumariamente, quieres, sin embargo, que responda también a las herejías reseñadas. Que aquél no hizo.

7. Yo incluso quiero hacer bastante más, si Dios también lo quiere: ¿cómo puede ser evitada toda herejía, cuál es conocida y cuál desconocida, y cómo puede ser descubierta rectamente cualquiera que llegara a aparecer? En efecto, no todo error es una herejía, aunque toda herejía, porque se sitúa en el vicio, no puede dejar de ser una herejía por algún error. Qué es lo que hace que uno sea hereje, según mi humilde opinión, o no se puede definir con precisión del todo o muy difícilmente. Esto lo iré declarando a lo largo de la obra, si Dios me guía y conduce mi discusión hasta donde yo pretendo. Para qué sirve esta investigación, aun cuando no consigamos comprender cómo debe ser definido un hereje, lo iremos viendo y diciendo en su lugar. Porque si esto pudiera ser comprendido, ¿quién no iba a ver cuánta es su utilidad?

Según esto, la primera parte de la obra será Las Herejías, que han existido desde la venida de Cristo y su Ascensión en contra de su doctrina, y siempre que hayan podido llegar a nuestro conocimiento. En la segunda parte, en cambio, disputaré sobre qué es lo que hace a uno ser hereje.

Catálogo

Cuando el Señor subió al cielo, aparecieron los siguientes herejes:

1. Simonianos

2. Menandrianos

3. Saturninianos

4. Basilidianos

5. Nicolaítas

6. Gnósticos

7. Carpocratianos

8. Cerintianos o Merintianos

9. Nazareos

10. Ebionitas o Ebioneos

11. Valentinianos

12. Secundianos

13. Ptolomeos

14. Marcitas o Marcianos

15. Colorbasos

16. Heracleonitas

17. Ofitas

18. Caianos o cainianos, cainitas

19. Setianos

20. Arcónticos

21. Cerdonianos

22. Marcionitas

23. Apelitas

24. Severianos

25. Tacianos o Encratitas

26. Catafrigas

27. Pepucianos o Pepudianos y Quintilianos

28. Artotiritas

29. Tesarescedecatitas

30. Alogios o Alogos, Alogianos

31. Adamianos

32. Elceseos o Elceseítas y Sampseos

33. Teodotianos

34. Melquisedecianos

35. Bardesanistas

36. Noetianos

37. Valesios

38. Cátaros o Novacianos

39. Angélicos

40. Apostólicos

41. Sabelianos o Patripasianos

42. Origenianos

43. Otros Origenianos

44. Paulianos

45. Fotinianos

46. Maniqueos

47. Hieracitas

48. Melecianos

49. Arrianos

50. Vadianos o Antropomorfitas

51. Semiarrianos

52. Macedonianos

53. Aerianos

54. Aetianos y también Eunomianos

55. Apolinaristas

56. Antidicomaritas

57. Masalianos o Euquitas

58. Metangismonitas

59. Seleucianos

60. Ploclianitas

61. Patricianos

62. Ascitas

63. Pasalorinquitas

64. Acuarios

65. Colutianos

66. Florinianos

67. Los disconformes con el estado del mundo

68. Los que andan con los pies descalzos

69. Donatistas o Donatianos

70. Priscilianistas

71. Los que no comen con los hombres

72. Retorianos

73. Los que afirman la divinidad pasible de Cristo

74. Los que piensan a Dios triforme

75. Los que afirman que el agua es coeterna con Dios

76. Los que dicen que la imagen de Dios no es el alma

77. Los que opinan que los mundos son innumerables

78. Los que creen que las almas se convierten en demonios y en cualquier animal

79. Los que creen que el descenso de Cristo a los infiernos liberó a todos

80. Los que dan comienzo al tiempo con el nacimiento de Cristo del Padre

81. Luciferianos

82. Jovianistas

83. Arábicos

84. Elvidianos

85. Paternianos o Venustianos

86. Tertulianistas

87. Abeloítas

88. Pelagianos y Celestianos

Libro

1. Los Simonianos. Vienen de Simón Mago, el cual, como se lee en los Hechos de los Apóstoles, bautizado por el diácono Felipe, quiso comprar de los santos Apóstoles con dinero que el Espíritu Santo fuese dado también por la imposición de sus manos. Había engañado a muchos con sus magias 7. En cambio, enseñaba que había que detestar la torpeza de usar indiferentemente de las mujeres. Decía que Dios no había creado el mundo. Negaba también la resurrección de la carne. Y afirmaba que él era Cristo. Y hasta quería creerse el mismo Júpiter, que Minerva era realmente una meretriz llamada Elena, a la que había hecho cómplice de sus crímenes, y las imágenes, tanto suyas como de la meretriz, las daba a sus discípulos para adorarlas, y hasta las había levantado en Roma con autorización pública como simulacros de los dioses. En Roma, el apóstol Pedro lo aniquiló con el poder verdadero de Dios omnipotente.

2. Menandrianos, de Menandro, mago también y discípulo suyo, que afirmaba que el mundo no había sido hecho por Dios, sino por los ángeles.

3. Saturninianos, de un cierto Saturnino, de quien se dice que confirmó en Siria la torpeza simoniana. Además decía que el mundo lo habían hecho, solos, siete ángeles, fuera de la conciencia de Dios Padre.

4. Basilidianos, de Basílides, el cual se apartaba de los simonianos en que decía que existían trescientos sesenta y cinco cielos, con cuyo número de días se completa un año. También recomendaba como nombre santo la palabra - $ D " > " H , cuyas letras, según el cómputo griego, hace el mismo número. En efecto, son siete letras: " , $ , D , " , > , " y H , que suman: uno más sesenta. La suma total son trescientos sesenta y cinco.

5. Nicolaítas, llamados así por Nicolás; se dice que era uno de los siete varones a quienes los apóstoles ordenaron diáconos 8. Como fuese acusado de los celos de su hermosísima mujer, se dice que para expiarlo permitió que usara de ella quien quisiera. Este hecho se convirtió en una secta torpísima donde se aprueba el uso indiscriminado de las mujeres. Tampoco separan sus alimentos de aquellos inmolados a los ídolos ni se niegan a los ritos de las supersticiones gentiles. Además, cuentan fábulas sobre el mundo, mezclando en sus disputas no sé qué nombres de príncipes bárbaros para aterrar a los oyentes, causando risa a los prudentes más que temor. Son conocidos también porque no atribuyen la criatura a Dios, sino a algunas potestades en las que creen o al menos fingen creer con increíble vanidad.

6. Gnósticos, son los que se glorían de ser llamados así o de que debieran ser llamados así por la superioridad de su ciencia, siendo más vanidosos e infames que todos los anteriores. Y aunque son llamados por unos y otros de distintos puntos de la tierra y de diversos modos, no pocos los llaman también Borboritas, que significa como inmundos, por la desbordante infamia que dicen realizar en sus misterios. Algunos opinan que proceden de los Nicolaítas. Otros que de Carpócrates, de quien hablaremos luego. Enseñan dogmas plagados de fábulas: atrapan también a las almas inferiores con nombres terribles de príncipes o de ángeles y urden sobre Dios y la naturaleza de las cosas muchas ficciones lejos de la verdad saludable. Afirman que la sustancia de las almas es la naturaleza de Dios, y su venida a los cuerpos presentes y su regreso a Dios los mezclan según sus errores con sus mismas fábulas inacabables y estúpidas. A los que creen en ellos los hacen, por así decirlo, no sobresalir por su mucha ciencia, sino envanecerse por su charlatanería. Sostienen también en sus dogmas que existe un dios bueno y un dios malo.

7. Carpocratianos. Vienen de Carpócrates, que enseñaba toda clase de torpezas y toda inventiva de pecado, y que no pueden escapar de otro modo ni marcharse los principados y las potestades, a quienes gusta todo esto, para poder llegar al cielo más empíreo. Se dice que creyó también que Jesús era solamente hombre, nacido de los dos sexos, pero que recibió un alma tal con la que llegaría a saber todas las cosas superiores y las anunciaría. Rechazaba la resurrección del cuerpo juntamente con la ley. No aceptaba que el mundo fue hecho por Dios, sino por no sé qué virtudes. Se cuenta que fue de esta secta una tal Marcelina, que daba culto a las imágenes de Jesús, de Pablo, de Homero y de Pitágoras, adorando y poniendo incienso.

8. Cerintianos, de Cerinto, y los mismos llamados también Merintianos, de Merinto, que afirman que el mundo fue hecho por los ángeles, y que conviene circuncidar la carne y observar los otros preceptos de la ley. Que Jesús fue solamente hombre, que no resucitó, pero aseguran que resucitará. Inventan también que va a haber mil años, después de la resurrección, en un reino terreno de Cristo según los placeres carnales del vientre y la libido. Por esto se les llama también Quiliastas.

9. Nazareos, que confiesan que Cristo es hijo de Dios; sin embargo, observan todo lo de la Antigua Ley, que los cristianos han aprendido por tradición apostólica, no a observarlo carnalmente, sino a entenderlo espiritualmente.

10. Ebioneos (Ebionitas); afirman igualmente que Cristo es sólo hombre. Observan los mandatos carnales de la ley, como la circuncisión de la carne y las demás cargas de las que nos ha librado el Nuevo Testamento. Epifanio vincula esta herejía a los Sampseos y Elceseos, de modo que los pone con la misma numeración como una misma herejía, dando a entender, sin embargo, que algo los diferencia. Aunque también habla de ellos en los números que siguen con numeración propia. Eusebio, en cambio, aludiendo a la secta de los Elcesaítas, afirma que enseñaron que en la persecución hay que negar la fe y guardarla en el corazón.

11. Valentinianos, de Valentín, que imaginó muchas cosas fabulosas, afirmando que han existido hasta treinta eones o siglos, cuyo principio es el abismo y el silencio; al abismo también lo llaman padre. Afirman que de estos dos, como de un matrimonio, han procedido el entendimiento y la verdad, y que han producido en honor del padre ocho eones. Del entendimiento y la verdad han procedido la palabra y la vida, y han producido diez eones. Finalmente de la palabra y de la vida han procedido el hombre y la Iglesia, han producido doce eones. Así, dieciocho y doce hacen treinta eones, y como hemos dicho, su primer principio es el abismo y el silencio. Que Cristo, enviado por el padre, esto es por el abismo, tomó consigo un cuerpo espiritual o celeste, sin que haya tomado nada de la Virgen María, sino que pasó por ella como por un río o canal, sin tomar nada de su carne. También niegan la resurrección de la carne, afirmando que el espíritu y el alma reciben la salvación únicamente por Cristo.

12. Secundianos; se diferencian de los valentinianos, según dicen, en que añaden las obras deshonestas.

13. Ptolomeo; discípulo también de Valentín, que, deseando fundar una nueva herejía, prefirió afirmar cuatro eones con otros cuatro productos.

14. Marcos, o no sé quién, fundó la herejía que niega la resurrección de la carne y afirma que Cristo no sufrió verdaderamente, sino supuestamente. También opinó que para él había, por el contrario, dos principios, afirmando de los eones algo parecido a lo de Valentín.

15. Colorbaso, siguió a los anteriores, pensando no muy distinto que ellos y afirmando que la vida de todos los hombres y la generación consistía en siete astros.

16. Heracleonitas, de Heracleón, un discípulo de los anteriores. Afirman que hay dos principios, uno del otro, y de estos dos otras muchas cosas. Se dice que casi redimía a sus moribundos con un modo nuevo: por medio del aceite, el bálsamo y el agua, más las invocaciones que dicen en hebreo sobre sus cabezas.

17. Ofitas; se llaman así por la culebra, que en griego se dice Ð n 4 H . Piensan que así es Cristo. Pero tienen también una culebra verdadera encantada para lamer sus panes, y que de este modo, con ellos, los santifica como una eucaristía. Algunos dicen que estos ofitas proceden de los nicolaítas o de los gnósticos, y por medio de sus invenciones fabulosas llegaron a dar culto a una culebra.

18. Caianos (o cainianos y cainitas); así llamados porque honran a Caín, diciendo que era de poderosísima fortaleza. Consideran también en el traidor Judas algo divino y su crimen un beneficio, asegurando que él supo de antemano cuánto aprovecharía al género humano la pasión de Cristo, y por eso lo entregó a los judíos para matarlo. Se dice que también veneran a aquellos que perecieron al abrirse la tierra cuando promovían un cisma en el primitivo pueblo de Dios, así como a los sodomitas. Blasfeman de la ley y de Dios, autor de la ley, y niegan la resurrección de la carne.

19. Setianos; toman el nombre del hijo de Adán llamado Set. Le honran, pero con una vanidad fabulosa y herética. En efecto, afirman que nació de una madre de lo alto, que dicen se juntó con un padre de lo alto, de quien nacería otro germen divino distinto, el de los hijos de Dios. Estos novelan también muchas cosas vanísimas sobre los principados y las potestades. Algunos afirman que creían que Sem, el hijo de Noé, era Cristo.

20. Arcónticos; llamados así por los príncipes (arcontes); dicen que la universalidad que Dios creó son las obras de los príncipes. Hacen también una especie de torpeza. Niegan la resurrección de la carne.

21. Cerdonianos, de Cerdón, que dogmatizó que existían dos principios que se oponen entre sí. Que el Dios de la Ley y los Profetas no es el Padre de Cristo, ni que Dios es bueno, sino justo; que el Padre de Cristo sí es bueno; que el mismo Cristo ni nació de una mujer ni tuvo carne; ni murió verdaderamente o padeció cosa alguna, sino que simuló la pasión. Algunos cuentan que en sus dos principios dijo que había dos dioses, de manera que uno de ellos era bueno y el otro malo. Niega la resurrección de los muertos, despreciando además el Antiguo Testamento.

22. Marción también, de quien se llaman Marcionitas, siguió los dogmas de Cerdón sobre los dos principios. Aunque Epifanio diga que sostuvo tres principios: lo bueno, lo justo y lo perverso. Pero Eusebio escribe que el autor de los tres principios y naturalezas es un tal Sinero y no Marción.

23. Apelitas, porque el principal es Apeles, que introduce también dos dioses: uno bueno y otro malo. Sin embargo, no existen como dos principios diversos y opuestos entre sí, sino que el uno es el principio, es decir, el dios bueno, que hizo también al otro, el cual, como fuese un maligno, fue descubierto que en su malignidad hizo el mundo. Algunos dicen que este Apeles también pensó cosas tan falsas de Cristo que él no se quitó de encima desde el cielo la carne que dio al mundo, cuando resucitando sin carne subió al cielo, sino que la tomó de los elementos del mundo.

24. Severianos, de Severo; no beben vino porque afirman con vanidad fabulosa que la vid germinó de Satanás y la tierra. También éstos hinchan, con los nombres de príncipes que les agradan, su doctrina no sana, despreciando la resurrección de la carne con el Antiguo Testamento.

25. Tacianos, fundados por cierto Taciano; también se les llama Encratitas. Condenan el matrimonio, y lo equiparan por completo a las fornicaciones y otras corrupciones; no reciben en su grupo a ninguno, varón o mujer, que haga uso del matrimonio. Tampoco comen carne, y la abominan todos. Estos también conocen algunos aplazamientos fabulosos de los siglos. Están en contra de la salvación del primer hombre. Epifanio distingue entre tacianos y encratitas, de modo que a los encratitas los llama cismáticos de Taciano.

26. Catafrigas, son los que tienen por fundadores a Montano como paráclito y a dos profetisas suyas, Prisca y Maximila. Les dio el nombre la provincia de Frigia, porque allí han existido y allí han vivido, y hasta hoy tienen en aquellos lugares algunos pueblos. Afirman que la venida del Espíritu Santo prometida por el Señor se cumplió en ellos y no en los apóstoles. Tienen como fornicación a las segundas nupcias; y por eso dicen que el apóstol Pablo las permitió, porque en parte lo sabía y en parte profetizaba: ya que aún no había llegado lo que es perfecto 9. Ahora bien: ellos deliran que esto perfecto vino sobre Montano y sus profetisas. Dicen que los sacramentos los tienen por funestos. Realmente cuentan que de la sangre de un niño de un año, que extraen con pequeñas punciones de todo su cuerpo, realizan en cierto modo su eucaristía, mezclándola con harina y haciendo un pan. Si el niño llegase a morir, lo tienen por mártir; pero si viviera, por gran sacerdote.

27. Pepucianos o Quintilianos, así llamados por cierto lugar que Epifanio llama ciudad desierta. Ellos, convencidos de que es algo divino, la llaman Jerusalén. De tal manera dan solamente a las mujeres el primer puesto, que hasta ejercen el sacerdocio entre ellos. Realmente dicen que Cristo se apareció en figura de mujer en la misma ciudad de Pepuza a Quintila y Priscila, por lo cual se llaman también quintilianos. Hacen también éstos con la sangre de un niño lo que hemos dicho antes que hacían los catafrigas. En efecto, se dice que nacieron de ellos. Finalmente, otros dicen que la tal Pepuza no es una ciudad, sino que fue la villa de Montano y sus profetisas, Prisca y Maximila. Y porque vivieron allí, el lugar mereció llamarse Jerusalén.

28. Artotiritas, son los llamados así por sus ofrendas. En efecto, ofrecen pan y queso diciendo que ya los primeros hombres celebraron las oblaciones de los frutos de la tierra y de las ovejas; Epifanio los une a los pepucianos.

29. Tesarescedecatitas; se llaman así porque no celebran la Pascua, sino la luna decimocuarta, cualquiera que sea el día ocurrente de la semana; y si fuera domingo, ayunan y guardan vigilia ese día.

30. Alogos, Alogios, Alogianos, los sin palabra; se llaman así como negadores del Verbo (la Palabra) -8 ` ( @ H , en griego, significa palabra-, porque no quieren admitir al Verbo-Dios (la Palabra-Dios), despreciando el Evangelio de San Juan y su Apocalipsis, negando, por supuesto, que estos escritos sean suyos.

31. Adamianos, de Adam, cuya desnudez en el Paraíso antes del pecado imitan. De donde también se oponen al matrimonio, porque Adam, ni antes de pecar, ni después de haber sido expulsado del Paraíso, conoció a su mujer. Creen, por tanto, que el matrimonio no habría existido si nadie hubiera pecado. Conviven, pues, desnudos hombres y mujeres, escuchan sus lecciones desnudos, oran desnudos, desnudos celebran los sacramentos y por eso piensan ellos que su iglesia es el paraíso.

32. Elceseos o Sampseos; Epifanio, según su orden, los nombra aquí, y dice que fueron engañados por cierto pseudo-profeta llamado Elci, de cuyo linaje presenta a dos mujeres adoradas por ellos como diosas. Lo demás es semejante a los ebioneos.

33. Teodotianos; formados por un tal Teodoto, afirman que Cristo es solamente hombre. Y dicen que lo enseñó el mismo Teodoto porque, lapso en la persecución, creía que de este modo evitaba el oprobio de su caída si aparecía que él no había negado a Dios, sino a un hombre.

34. Melquisedecianos; creen que Melquisedec, sacerdote del Dios Altísimo 10, no fue un hombre, sino la virtud de Dios.

35. Bardesanistas; de un cierto Bardesano; se dice que al principio sobresalió insigne en la doctrina de Cristo; pero después, aunque no en todo, cayó en la herejía de Valentín.

36. Noetianos; de un tal Noeto, que decía que Cristo era él mismo el Padre y el Espíritu Santo.

37. Valesios; se castran a sí mismos y a sus huéspedes, pensando de este modo que deben servir a Dios. Se dice también que enseñan otras cosas heréticas y torpes; pero cuáles son, ni siquiera Epifanio las recordó, y yo tampoco he podido encontrarlas en parte alguna.

38. Cátaros; porque se llaman a sí mismos con este nombre soberbia y odiosísimamente, no admiten las segundas nupcias como por amor a la pureza y se oponen a la penitencia, siguiendo al hereje Novato. Por esto se llaman también Novacianos.

39. Angélicos, propensos al culto de los ángeles. Epifanio atestigua que ya habían desaparecido por completo.

40. Apostólicos; los que se llaman por vana presunción con este nombre, dado que no recibían en su comunión a los que usaban de su cónyuge y poseían bienes propios, como tiene la Católica muchos monjes y clérigos. Pero por eso son herejes, porque, separándose de la Iglesia, juzgan que no tienen esperanza alguna los que usan de esas cosas de las que ellos carecen. Son semejantes a los encratitas. También se les llama Apotactitas. Y no sé qué más cosas heréticas enseñan como propias.

41. Sabelianos; se dice que salieron de aquel Noeto que hemos recordado antes. Algunos dicen también que Sabelio fue discípulo suyo. Por qué causa Epifanio las enumera como dos herejías, no lo sé. Veamos cómo pudo suceder que este Sabelio fuese más famoso y que por eso esta herejía tomara de él mayor renombre. En efecto, los noetianos difícilmente son conocidos por alguien; en cambio, los sabelianos están en la boca de muchos. Algunos los llaman también Praxeanos, de Práxeas, y tal vez Hermogenianos, de Hermógenes; de los cuales, Práxeas y Hermógenes, que pensaban lo mismo, se dice que estuvieron en África. Pero no son varias sectas, sino que tienen diversos nombres de una sola secta, según los hombres que han destacado más en ella. Lo mismo que son donatistas los parmenianistas, como son pelagianos los mismos celestianos. Es decir, que el citado Epifanio pone a los noetianos y sabelianos no como dos nombres de una sola herejía, sino como dos herejías distintas. Yo no lo he podido encontrar claramente, porque si existe alguna diferencia entre ellos, lo dijo tan oscuramente, por la brevedad tal vez, que no lo entiendo. Mencionando a los sabelianos, tan distantes de los noetianos, en este mismo pasaje, sin duda, como nosotros, dice: "Los sabelianos, que dogmatizan igual que Noeto, menos esto que dicen que el Padre no padeció". ¿Cómo puede entenderse esto de los sabelianos, cuando se distinguen porque dicen que el Padre padeció de tal modo que se les llama con más frecuencia patripasianos que sabelianos? Y si tal vez en la frase "menos esto que dicen que el Padre no padeció" quiso que se entendiese que eso lo decían los novacianos, ¿quién puede distinguirlos con esta ambigüedad? O ¿cómo podemos entenderlos, a cualquiera de ellos que no afirman que el Padre sufrió, cuando dicen que es la mismísima cosa el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo? Filastrio, obispo de Brescia, en un libro muy prolijo que escribió sobre las herejías, también estimó que debía enumerar ciento veintiocho herejías. Poniendo a los sabelianos a continuación de los noetianos, dice: "Sabelio, su discípulo, que siguió paso a paso a su maestro, por lo que también han sido llamados sabelianos y patripasianos, praxeanos, de Práxeas, y hermogenianos, de Hermógenes, que estuvieron en África; y por pensar de este modo fueron separados de la Iglesia católica". Muy bien dice que después fueron llamados sabelianos, porque defendían lo mismo que Noeto; y recordó los otros nombres de la misma secta. No obstante, puso a los noetianos y sabelianos con dos numeraciones distintas, como a dos herejías. ¿Por qué? Él lo sabrá.

42. Origenianos, por un cierto Orígenes, no el famoso conocido de casi todos, sino de otro no sé quién. Epifanio, hablando de él y de sus seguidores, dice: "Origenianos, de un tal Orígenes, de acciones torpes, que realizan cosas nefandas, entregando sus cuerpos al desenfreno". Sin embargo, a continuación, al añadir Otros Origenianos, dice:

43. Origenianos, "son otros, los del tratadista Adamancio, que rechazan la resurrección de los muertos: introduciendo a Cristo como criatura y al Espíritu Santo, alegorizando además el paraíso, los cielos y todas las otras cosas". Esto dice Epifanio de este Orígenes. Pero quienes lo defienden afirman que enseñó que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son de una y de la misma sustancia, que no rechazó la resurrección de los muertos, aunque quienes han leído sus muchas obras se esfuerzan por refutarle también en todo esto. Este Orígenes tiene otros dogmas que no acepta la Iglesia católica, en los cuales le arguye con verdad y sus defensores no pueden desmentir. Sobre todo en cuanto a la purgación y liberación, y a que después de un largo tiempo se vuelve de nuevo a los mismos males por la revolución de toda la criatura racional. Realmente, qué cristiano católico, docto o indocto, no se horroriza con vehemencia de esa que llama purificación de los males; esto es, que aun aquellos que acabaron esta vida con pecados, abominaciones, sacrilegios e impiedades las más atroces, incluso al final al mismísimo diablo y a sus ángeles, si bien, después de tiempos incontables, son restituidos al Reino de Dios y a la luz una vez purgados y librados; pero de nuevo, también después de larguísimos tiempos, todos los que han sido liberados, volverán a caer en los mismos males y a levantarse, y que estos períodos de felicidad y de miseria de la criatura racional siempre han existido y siempre existirán? De semejante vanidosísima impiedad he disputado con el máximo cuidado en los libros de La Ciudad de Dios contra los filósofos de quienes Orígenes aprendió tales cosas.

44. Paulianos, de Paulo de Samosata; dicen que Cristo no existió siempre, sino que sostienen su comienzo desde que nació de María, y no lo creen algo más que hombre. Esta herejía fue algún tiempo de un cierto Artemón, pero cuando falleció la restauró Paulo y después la confirmó Fotino, de modo que los Fotinianos son nombrados con más celebridad que los Paulianos. Por cierto que el Concilio de Nicea estableció que estos paulianos debían ser bautizados en la Iglesia católica. De donde hay que creer que no mantenían la regla del bautismo que muchos herejes se llevaron consigo al separarse de la Católica y la conservan.

45. Fotinianos; Epifanio no los coloca inmediatamente después de Paulo o con Paulo, sino después de interponer a otros. Pero no calla que creyó cosas parecidas. Sin embargo, afirma que en algo se le opuso; qué sea ese algo lo calla por completo. Filastrio, en cambio, pone a continuación a los dos con numeración particular y propia, como dos herejías distintas, mientras afirma que Fotino siguió en todo la doctrina de Paulo.

46. 1. Maniqueos; existieron por cierto persa que llamaban Manés, aunque sus discípulos preferían llamarle el Maniqueo, cuando comenzó a predicar en Grecia su loca doctrina insana para evitar el nombre de locura. Por lo cual, algunos, como más espabilados y por lo mismo más mentirosos, por la letra n geminada, le llaman el Manniqueo, como el que derrama manná.

46. 2. Este inventó dos principios diversos y contrarios entre sí, los dos eternos y coeternos, esto es, que existieron siempre. Siguiendo a otros herejes antiguos, opinó que existen dos naturalezas y sustancias, a saber: una del bien y otra del mal. Novelan muchas fábulas que sería muy largo de relatar aquí, afirmando según sus doctrinas la lucha y la mezcolanza de las dos naturalezas entre sí, la purgación del bien por parte del mal y del bien que no puede ser purgado, mientras para el mal la condenación eternamente; novelan muchas fábulas que sería muy largo de relatar aquí.

46. 3. Por estas fábulas suyas vanas e impías se ven obligados a decir que las almas buenas, a las que creen que deben liberar de la mezcolanza de las almas malas, a saber: de la naturaleza contraria, son de esa naturaleza de la que es Dios.

46. 4. En consecuencia, confiesan que el mundo fue hecho por la naturaleza del bien, esto es, por la naturaleza de Dios; pero de aquella mezcolanza del bien y del mal que salió cuando lucharon entre sí las dos naturalezas.

46. 5. De hecho, afirman que esta purgación y liberación del bien por parte del mal la hacen las fuerzas de Dios, no sólo por todo el mundo y de todos sus elementos, sino también sus Elegidos por medio de los alimentos que consumen. Dicen que la sustancia de Dios, ciertamente, está mezclada también en esos alimentos, como en el mundo entero, y creen que es purgada en sus Elegidos por el género de vida con que viven los Elegidos maniqueos como más santa y excelentemente que sus Oyentes. De estas dos profesiones, Elegidos y Oyentes, quisieron que constase su iglesia.

46. 6. En el resto de los hombres, e incluso en sus mismos Oyentes, creen que esta parte de la sustancia buena y divina está retenida, mezclada y atrapada en los alimentos y bebidas, y sobre todo en los que engendran hijos está atrapada más estrecha y corrompidamente. La parte de la luz, que es purgada por doquier, a través de ciertas naves, que quieren que sean el sol y la luna, vuelve al reino de Dios como a sus sitiales propios. Por lo mismo, dicen que estas naves están fabricadas de la sustancia pura de Dios.

46. 7. Y afirman que es también naturaleza de Dios esta luz corpórea que agrada a los ojos de los animales mortales, no sólo en esas naves, donde creen que la luz es purísima, sino también en otras cualesquiera cosas lúcidas, en las cuales según ellos es retenida con la mezcolanza, y creen que para ser purgada. En efecto, para la gente de las tinieblas dan cinco elementos que han engendrado sus propios príncipes, y a esos elementos los llaman con los nombres siguientes: humo, tinieblas, fuego, agua y aire. En el humo han nacido los animales bípedos, de quienes piensan que proceden los hombres; en las tinieblas, los reptiles; en el fuego, los cuadrúpedos; en las aguas, los natátiles; en el aire, los volátiles. Para vencer a estos cinco elementos malos han sido enviados del reino y de la sustancia de dios otros cinco elementos, y en esa lucha quedaron mezclados: la atmósfera con el humo, la luz con las tinieblas, el fuego bueno con el fuego malo, el agua buena con el agua mala, el aire bueno con el aire malo. Pero distinguen aquellas naves, es decir, los dos luminares del cielo, de tal modo que sostienen que la luna fue hecha del agua buena y el sol del fuego bueno.

46. 8. Que en esas naves existen las virtudes santas, que se transfiguran en hombres para atraer a las mujeres de la gente mala, y a su vez en mujeres para atraer a los hombres de la misma gente mala, y al ser conmovida mediante esta tiniebla la concupiscencia que hay en ellos, huya la luz que retenían mezclada entre sus miembros, y sea tomada para su purgación por los ángeles de la luz, y como purgatorio se les imponga que tienen que transportarla en esas naves hasta sus propios reinos.

46. 9. Con esta ocasión, o más bien por exigencias de una superstición execrable, los Elegidos están obligados a tomar como una eucaristía rociada con semen humano, para que de ella, como de los demás alimentos que toman, sea purgada igualmente aquella sustancia divina. Ellos niegan que hacen tal cosa, y afirman que son otros, no lo sé, los que hacen eso con el nombre de Maniqueos. Sin embargo, tú mismo lo sabes, en Cartago fueron cogidos in fraganti en la iglesia, siendo tú allí ya diácono, cuando a instancias del tribuno Urso, que entonces estaba al frente de la casa real, fueron llevados a su presencia algunos donde una muchacha, por nombre Margarita, denunció semejante torpeza nefanda, porque, cuando aún no tenía doce años, según ella afirmaba, fue maliciada mediante ese misterio sacrílego. Entonces con dificultad se vio obligada a confesar que una medio beata maniquea, llamada Eusebia, sufrió lo mismo por la misma causa. Como al principio aseguró que ella se mantenía virgen y pidió ser reconocida por una comadrona, fue reconocida, y ¿qué descubrieron? Contó de forma parecida todo aquel sacrilegio torpísimo, en el cual ella se tendía debajo con harina para recoger y mezclar el semen de los que se acostaban con ella. Esto no lo había oído por estar ausente cuando lo indicó Margarita. Y más recientemente fueron sorprendidos algunos maniqueos, y llevados al tribunal eclesiástico, como lo demuestran las Actas Episcopales que me enviaste, confesaron mediante un diligente interrogatorio que eso no era sacramento, sino un execramento, una execración.

46. 10. Uno de ellos, llamado Viator, no pudo negar que todos son maniqueos en general, tanto los que decían que quienes hacían eso se llamaban propiamente Cataristas, como los que se dividían en otros grupos de la misma secta maniquea como los Matarios, y específicamente los maniqueos, puesto que todas estas tres formas tienen como propagandista a un mismo agente. Y ciertamente que los libros maniqueos son comunes a todos sin duda alguna, y en ellos están escritas las fábulas monstruosas sobre la transfiguración de hombres en mujeres y de mujeres en hombres, para atraer y disolver por medio de la concupiscencia de los dos sexos a los príncipes de las tinieblas, de manera que la sustancia divina que está atrapada cautiva en ellas, liberada, huya de ellos; de donde procede tamaña torpeza que todos niegan pertenecer a ella. En efecto, ellos piensan que imitan a las virtudes divinas, hasta donde pueden, para purgar la parte de su dios, que sin la menor duda está mancillada también en el semen del hombre, como en todos los cuerpos celestes y terrestres y en las semillas de todas las cosas. De donde se sigue que ellos, comiendo, tienen que purgar también la del semen humano del mismo modo que las demás semillas que toman en los alimentos. Por esto se les llama también Cataristas, como los purgadores, que la purgan con tanta diligencia que no se abstienen siquiera de esa comida tan horrenda y torpe.

46. 11. Pero no comen carnes, como si la sustancia hubiese huido de los muertos y matados, y así permaneciese tan grande y pura que ya no es digno el purgarla en el vientre de los Elegidos. Ni siquiera comen huevos, porque cuando se rompen es como si expiraran, y no se debe comer cuerpo alguno muerto; únicamente queda vivo de la carne lo que se toma con harina para que no muera. Tampoco toman la leche aunque se ordeñe y mame de un cuerpo animal vivo, no porque crean que allí no hay nada mezclado con la divina sustancia, sino porque no están seguros de ello. Ni beben vino, porque dicen que es la hiel de los príncipes de las tinieblas; cuando se comen las uvas no sorben nada del mosto, aunque sea recentísimo.

46. 12. Creen que las almas de sus Oyentes se convierten en Elegidos, o, con ventaja más feliz, en alimentos de sus Elegidos, para que purgadas de ese modo ya no se vuelvan a convertir en ningún cuerpo. En cambio, piensan que las demás almas vuelven o bien a los animales, o bien a todo lo que está enraizado y que se alimenta en la tierra. Realmente opinan que las hierbas y los árboles viven de tal modo que creen que la vida que hay en ellos es sensible, y que se duelen cuando son dañados; así que nadie puede arrancar o desgajar algo de ellos sin sufrimiento. Por eso limpiar el campo de espinos lo tienen por ilícito; y en su demencia llegan a acusar a la agricultura, que es la más inocente de todas las artes, como culpable de muchos homicidios. Sostienen que todo eso se les perdona a sus oyentes, porque ofrecen de su parte los alimentos a sus Elegidos, para que la divina sustancia purgada en sus vientres les alcance el perdón a aquellos que los dan en oblación purgatoria. De este modo, los mismos Elegidos, sin trabajar nada en los campos, ni coger frutos, ni arrancar siquiera hoja alguna, están esperando que todas esas cosas se las acarreen sus Oyentes con sus costumbres, viviendo de tan numerosos y tan enormes homicidios ajenos según su vanidad. Aconsejan también a los mismos Oyentes que, si comen carne, no maten a los animales, para no ofender a los príncipes de las tinieblas atrapados en los seres celestiales, de los cuales tiene origen la carne.

46. 13. Y si usan de sus mujeres, que eviten la concepción y la generación, para que la sustancia divina, que entra en ellos por los alimentos, no sea atrapada en la prole con los vehículos de la carne. Así, creen con certeza que las almas vienen a toda carne, a saber: por medio de los alimentos y de las bebidas. En consecuencia, condenan el matrimonio sin duda alguna, y en cuanto está en su mano, lo prohíben.

46. 14. Cuando prohíben engendrar, porque los matrimonios deben unirse, es porque afirman que Adán y Eva nacieron de los padres príncipes del humo: como su padre, de nombre Saclas, hubiese devorado a los fetos de todos sus compañeros, también todo lo que de allí había tomado mezclado con la sustancia divina al cohabitar con su mujer había quedado igualmente atrapado en la carne de la prole como un vínculo firmísimo.

46. 15. En cambio afirman la existencia de Cristo, a quien nuestra Escritura llama serpiente, que ellos aseguran que los ha iluminado para abrir los ojos del conocimiento y conocer el bien y el mal. Que ese Cristo, en los últimos tiempos, vino a librar las almas, pero no los cuerpos. Que no existió en carne verdadera, sino que presentó una especie de carne simulada para engañar a los sentidos humanos, desde el momento en que anunciaba falsamente no sólo la muerte, sino también y de igual modo la resurrección. Que el Dios que dio la ley por Moisés y que habló por los Profetas hebreos no es el verdadero dios, sino uno de lo príncipes de las tinieblas. Leen las Escrituras del mismo Nuevo Testamento falseadas, de tal modo que toman de ellas lo que les pete y rechazan lo que no, y anteponen a ellas algunas escrituras apócrifas que tienen como un todo verdadero.

46. 16. Dicen que la promesa del Señor Jesucristo sobre el Espíritu Santo Paráclito quedó cumplida en su heresiarca Manés. Por eso se llama a sí mismo en sus cartas apóstol de Jesucristo, porque Jesucristo había prometido que él sería enviado y en él habría enviado al Espíritu Santo. Por todo esto Manés tuvo también doce apóstoles, a la manera del número apostólico, que guardan hasta hoy los maniqueos. En efecto, de los Elegidos tienen a doce a los que llaman maestros, y a un decimotercero como el principal de ellos; en cuanto a los obispos, tienen setenta y dos ordenados por los maestros; además, los presbíteros que ordenan los obispos. Los obispos tienen también diáconos; los restantes se llaman solamente Elegidos. Pero también son enviados aquellos que parecen idóneos para defender y aumentar este error, donde ya está implantado, o para sembrarlo también donde no lo está.

46. 17. Manifiestan que el bautismo de agua no trae a nadie ninguna salvación, y así creen que ninguno de los que engañan debe ser bautizado.

46. 18. Hacen oraciones: durante el día, hacia el sol por la parte que va girando; por la noche, hacia la luna cuando sale; si no sale, hacia la parte del aquilón, por donde al ponerse el sol vuelve al oriente. Cuando oran están de pie.

46. 19. Atribuyen el origen de los pecados no al libre albedrío de la voluntad, sino a la sustancia de la gente enemiga. Dogmatizando que está mezclada entre los hombres, afirman que toda carne no es obra de Dios, sino de un espíritu malo que es coeterno del principio contrario a Dios. Que la concupiscencia carnal, por la cual la carne codicia contra el espíritu, es una enfermedad innata en nosotros desde la naturaleza viciada con el primer hombre; pero quieren que exista una sustancia contraria que está tan adherida a nosotros que, cuando somos liberados y purgados, se separa de nosotros, y ella misma vive también inmortal en su propia naturaleza. Que estas dos almas o dos mentes, una buena y otra mala, luchan entre sí en cada hombre, cuando la carne codicia contra el espíritu y el espíritu contra la carne 11. Que este vicio no llegará a ser sanado en nosotros en parte alguna, como nosotros afirmamos, sino que esta sustancia del mal separada de nosotros y encerrada en alguna esfera, como en una cárcel sempiterna, ha de vencer, una vez acabado este siglo, después de la consumación del mundo por el fuego. Afirman también que a esa esfera se acercará siempre y se adherirá como un cobertor y baldaquino de las almas naturalmente buenas, pero que, sin embargo, no han podido llegar a ser purificadas del contagio de la naturaleza mala.

47. Hieracitas, porque su autor se llama Hiéracas; niegan la resurrección de la carne. Únicamente reciben en su comunión a monjes y a monjas y a los que no tienen matrimonio. Dicen que los niños no pertenecen al reino de los cielos, porque no hay en ellos ningún mérito de lucha con que superen los vicios.

48. Melecianos, llamados así por Melecio, porque al no querer rezar con los conversos, es decir, con aquellos que claudicaron en la persecución, hicieron un cisma. Dicen que ahora están unidos a los arrianos.

49. Arrianos, de Arrio, son conocidísimos por aquel error con que niegan que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son de una y la misma naturaleza y sustancia o, para decirlo más claramente, esencia, que en griego se llama @ Û F \ " , sino que el Hijo es criatura, pero además que el Espíritu es criatura de la criatura, es decir, quieren que sea creado por el mismo Hijo. En cambio, son mucho menos conocidos en aquello que opinan sobre que Cristo recibió la carne sola sin el alma. Y no hallo a nadie que les haya rebatido nunca en este punto. Y esto es verdad. Epifanio tampoco lo calló, y yo lo he comprobado con absoluta certeza por algunos escritos suyos y conversaciones. Sabemos que rebautizan también a los católicos; si hacen lo mismo a los no católicos, lo ignoro.

50. Vadianos, a quienes llama así Epifanio, y los quiere presentar claramente como cismáticos y no como herejes. Otros los llaman Antropomorfitas, porque se representan a Dios con un conocimiento carnal a semejanza del hombre corruptible. Lo cual Epifanio lo atribuye a su rusticidad, disculpándolos de llamarlos herejes. Sin embargo, dice que se separaron de nuestra comunión, echando la culpa a que los obispos son ricos, celebrando la Pascua con los judíos. Aunque también hay quienes aseguran que en Egipto comulgan con la Iglesia católica. Sobre los Fotinianos, que Epifanio recuerda en este pasaje, ya he hablado bastante más arriba.

51. Semiarrianos llama Epifanio a los que afirman que el Hijo es de esencia semejante (Ò : @ 4 @ b F 4 @ < ), como no plenamente arrianos; de igual modo que los arrianos no quieren la esencia semejante, porque los Eunomianos propagan que esto lo dicen ellos.

52. Macedonianos, son los de Macedonio, a quienes los griegos llaman A < g L : " J @ : V P @ L H , porque disputan acerca del Espíritu Santo. Realmente, piensan bien del Padre y del Hijo, que son de una y de la misma sustancia o esencia; pero no quieren creer esto del Espíritu Santo, diciendo que es una criatura. A éstos, con más propiedad, algunos los llaman Semiarrianos porque, en esta cuestión, por una parte están con ellos y por otra con nosotros. Aunque algunos manifiesten que al Espíritu Santo no le dicen Dios, sino la deidad del Padre y del Hijo, y que no tiene una sustancia propia.

53. Aerianos, de un tal Aerio, el cual, siendo presbítero, se dice que estaba muy dolido de que no pudo ser obispo, y cayendo en la herejía de los arrianos, añadió de su cosecha algunos dogmas, afirmando que no era conveniente hacer ofrendas por los difuntos, ni había por qué celebrar los ayunos establecidos solemnemente, sino que se debía ayunar cuando cada uno quisiera, para que pareciese que estaba bajo la ley. También afirmaba que un presbítero no debía distinguirse de un obispo en nada. Algunos señalan que éstos, como los Encratitas o Apotactitas, no admiten a su comunión sino a los continentes y a aquellos que de tal manera han renunciado al siglo que no poseen nada propio. Epifanio dice que, en cambio, no se abstienen de comer carne. Filastrio sí les atribuye esa abstinencia.

54. Aetianos, así llamados por Aetio, y los mismos llamados también Eunomianos, de Eunomio, un discípulo de Aetio, por cuyo nombre son más conocidos. En efecto, Eunomio, mejor dialéctico, defiende esta herejía con más agudeza y vehemencia, afirmando que el Hijo es en todo desemejante al Padre, y el Espíritu Santo al Hijo. Se dice también que hasta tal punto fue enemigo de las buenas costumbres, que llegaba a asegurar que en nada le perjudicaría la realización y la perseverancia de cualesquiera pecados a quien fuese partícipe de esa fe que él enseñaba.

55. Apolinaristas; los fundó Apolinar; han disentido de la Católica sobre el alma de Cristo, diciendo, como los arrianos, que Cristo-Dios tomó carne sin alma. Vencidos en esta cuestión por los testimonios evangélicos, dijeron que la mente por la cual el alma del hombre es racional, faltó en el alma de Cristo, pero en vez de ella existió en Él el mismo Verbo. Por cierto, es bien notorio que se apartaron de la recta fe sobre su misma carne, hasta llegar a decir que aquella carne y el Verbo son de una sola y de la misma sustancia, asegurando obstinadamente que el Verbo se hizo carne, esto es, que algo del Verbo se convirtió y cambió en carne, pero no que la carne fue tomada de la carne de María.

56. Antidicomaritas; se llama así a los herejes que se oponen a la virginidad de María, de tal modo que afirman que, después de nacido Cristo, ella estuvo unida con su marido.

57. Masalianos; Epifanio pone como última la herejía de los Masalianos, nombre de la lengua siria. En griego se llaman Euquitas, de orar. Realmente, oran tanto que hasta a los que lo saben por ellos mismos les parece imposible. Porque cuando dijo el Señor: Conviene orar siempre y no desfallecer 12; y el Apóstol: Orad sin descanso 13, lo cual se entiende rectísimamente que ningún día deben faltar algunos tiempos de oración, ellos lo cumplen tan exageradamente que por eso se han adjudicado el mérito de ser contados entre los herejes. Aunque algunos dicen que ellos cuentan no sé qué fábula fantástica y ridícula sobre la purgación de las almas, a saber: que se ve salir de la boca del hombre que es purgado una cerda con sus cerditos, y que entra en él de forma visible como un fuego que no le quema. Epifanio los une a lo Eufemitas, Martirianos y Satanianos, y a todos éstos los pone con ellos como una sola herejía. Se dice que los Euquitas opinan que a los monjes no les es lícito trabajar en cosa alguna para sustentar su vida, y que ellos mismos se profesan monjes, de modo que estén ociosos completamente de trabajo.

El tantas veces citado obispo de Chipre, tenido entre los grandes por los griegos y alabado por muchos en la pureza de la fe católica, llegó en su obra De las herejías hasta éstos. Yo, al recordar a los herejes, he seguido no sólo su exposición, sino también su orden. Si bien he tomado de otros algunas cosas que él no tomó, así como no he puesto otras que él puso. Por lo mismo, he explicado algunas cosas con mayor amplitud que él, y otras, en cambio, más brevemente, procurando en la mayoría una brevedad semejante, moderándolo todo como lo exigía mi plan propuesto. Así, pues, él contó ochenta herejías, y, según le pareció, separó veinte que existieron antes de la venida del Señor; las sesenta restantes, nacidas después de la ascensión del Señor, las recoge en cinco brevísimos libros, y así completa todos los seis libros de su misma obra entera. Pero yo, como me he comprometido, según tu petición, a recordar aquellas herejías que después de la glorificación de Cristo se levantaron, hasta con la fachada del nombre cristiano, contra la doctrina de Cristo, he trasladado a mi obra cincuenta y siete de la obra del mismo Epifanio, agrupando dos en una cuando no he podido encontrar ninguna diferencia; y cuando él ha querido hacer de dos una, las he puesto a cada una con su numeración propia. Todavía debo recordar las herejías que yo he encontrado en otros, y también las que yo mismo recuerdo. Ahora añado las que ha puesto Filastrio y que no ha puesto Epifanio.

58. Metangismonitas; pueden llamarse así los que afirman el Metangismon, diciendo que el Hijo está en el Padre como un vaso en otro vaso, uniéndolos a semejanza de dos cuerpos carnalmente, de tal modo que el Hijo entre en el Padre como el vaso menor en el vaso mayor. De donde tamaño error recibe tal nombre, que en griego se dice : g J " ( ( 4 F : ` H : porque • ( ( g à @ < , en esa lengua, significa vaso, pero la penetración de un vaso en otro, en latín no puede decirse con una sola palabra, como en griego ha podido : g J " ( ( 4 F : ` H .

59. Seleucianos y también Hermianos; lo son por sus autores, Seleuco y Hermias, que dicen que la materia de los elementos, de la que fue hecho el mundo, no fue creada por Dios, sino que es coeterna a Dios. Tampoco atribuyen el alma a un Dios creador, sino que opinan que los creadores de las almas son los ángeles del fuego y del aire (espíritu). Pero aseguran que el mal, algunas veces, es de Dios, y otras, de la materia. Niegan que el Salvador en carne esté sentado a la derecha del Padre, porque dicen que se despojó de ella y la puso en el sol, tomando el pretexto del Salmo, donde se lee: En el sol puso su tabernáculo 14; también niegan el paraíso visible. No reciben bautismo de agua. Creen que no habrá resurrección, sino que se está realizando día a día en la generación de los hijos.

60. Proclianitas; han seguido a los anteriores, añadiendo que Cristo no vino en la carne.

61. Patricianos, así llamados de su autor, Patricio; dicen que la sustancia de la carne humana no es creada por Dios, sino por el diablo; y creen que hay que evitarla y detestarla de tal modo, que algunos de ellos han preferido librarse de la carne dándose muerte.

62. Ascitas, así llamados por el odre. En efecto, el griego • F 6 ` H se dice uter en latín (odre o pellejo en español), al que refieren que, una vez lleno y cerrado, dan vueltas a su alrededor los bacantes, como si ellos mismos fuesen los nuevos odres evangélicos llenos del vino nuevo.

63. Pasalorinquitas; estiman tanto el silencio que se ponen el dedo en sus narices y labios para no romper el silencio ni con el hálito de la boca; en efecto, B V F F " 8 @ H , en griego, significa palo, y Ö b ( P @ H , nariz. Por qué han preferido significar el dedo por medio del palo los que han formado ese nombre, no lo sé, porque en griego dedo se dice * V 6 J L 8 @ H , y podían llamarse con mucha más claridad Dactilorinquitas.

64. Acuarios, así llamados porque ofrecen agua en el cáliz del Sacramento y no lo que ofrece toda la iglesia.

65. Colutianos, de un tal Coluto, que decía que Dios no hace los males, contra aquello que está escrito: Yo el Dios que crea los males 15.

66. Florinianos, de Florino, que, por el contrario, decía que Dios creó los males contra lo escrito: Dios hizo todas las cosas, y he ahí que son muy buenas 16, y por eso, aunque diciendo lo contrario entre sí, sin embargo los dos se oponían a las palabras divinas. En efecto, por un lado Dios crea males, infligiendo castigos justísimos. Lo cual Coluto no veía. En cambio, por otro lado, nunca lo hace creando naturalezas y sustancias malas (seres malos), en cuanto son naturalezas y sustancias, en lo cual erraba Florino.

67. Filastrio recuerda una herejía, sin autor y sin nombre 17, que sostiene que este mundo, aun después de la resurrección de los muertos, ha de permanecer en el mismo estado en que está ahora, y que no ha de ser cambiado de modo que sea un nuevo cielo y una tierra nueva, como promete la Escritura Santa.

68. Hay una herejía de los que andan siempre con los pies desnudos, porque el Señor dijo a Moisés y a Josué: Deja el calzado de tus pies 18, y porque al profesa Isaías se le mandó andar con los pies desnudos 19. Precisamente por eso es herejía, porque andan así no por la mortificación del cuerpo, sino porque entienden de ese modo los testimonios divinos 20.

69. Donatistas o Donatianos. 1. Son los que primeramente hicieron el cisma por haber sido ordenado contra su voluntad Ceciliano, obispo de la iglesia de Cartago, echándole en cara unos crímenes no probados y, sobre todo, porque fue ordenado por los traditores de las Divinas Escrituras. Pero después de declarada la causa y fallada la sentencia, fueron descubiertos como reos de una falsedad, y hecha firme su pertinaz disensión, añadieron el cisma a su herejía: como si la Iglesia de Cristo, por los crímenes de Ceciliano, verdaderos o falsos, como apareció más claramente ante los jueces, hubiese perecido en todo el orbe de la tierra, donde había sido prometido que existiría; y, por tanto, ha permanecido sólo en la parte africana de Donato, puesto que en las otras partes de la tierra quedó extinguida como por el contagio de la comunión. También se atreven a rebautizar a los católicos, en lo cual se confirma que ellos son más herejes, cuando a toda la Iglesia católica no le agrada anular el bautismo común ni en los mismo herejes.

69. 2. Damos por hecho que el primero de esta herejía fue Donato, el cual, viniendo de la Numidia y dividiendo al pueblo cristiano contra Ceciliano, juntándosele otros obispos de su partido, ordenó en Cartago a Mayorino como obispo. A este Mayorino le sucedió en la misma división otro Donato, quien con su elocuencia confirmó esta herejía, de tal modo que muchos llegan a creer que más bien se llaman donatistas por él. Se conservan sus escritos, donde se ve claramente que él sostuvo igualmente la opinión no católica sobre la Trinidad, sino que, aunque de la misma sustancia, creyó que el Hijo es, sin embargo, menor que el Padre, y el Espíritu Santo menor que el Hijo. Pero la mayoría de los donatistas no se han inclinado hacia ese error suyo sobre la Trinidad, ni es fácil hallar entre ellos alguno que conozca haberlo seguido.

69. 3. Estos herejes, en la ciudad de Roma, son llamados los Montenses, a quienes, por su parte, desde África suelen enviar un obispo, o, si les pareciere mejor ordenar a uno allí, suelen venir hasta él obispos africanos suyos.

69. 4. En África pertenecen también a esta herejía los que se llaman Circunceliones, un género agreste de hombres y de una audacia increíble, no sólo para cometer contra los demás los mayores crímenes, sino hasta para no perdonárselos a sí mismos con una fiereza demencial. Así, acostumbran matarse con diversos géneros de muerte, y sobre todo de precipicios, de agua y de fuego; así como a seducir hacia esta locura a los que pudieren de ambos sexos, amenazándoles de muerte si no lo hacen, y a veces hasta matarlos ellos. Sin embargo, a la mayoría de los Donatistas les desagradan esas gentes, y creen que no se contaminan con su comunión quienes en todo el orbe cristiano se oponen al crimen demencial de unos fanáticos africanos.

69. 5. También hay entre ellos muchos cismas. Y unos y otros se han ido dividiendo en grupúsculos diversos, de cuya separación la gran masa restante ni se entera. Sin embargo, en Cartago, Maximiano, ordenado contra Primiano por casi cien obispos de su mismo error, pero condenado de un crimen atrocísimo por otros trescientos diez, y con ellos doce que habían intervenido también en su ordenación con su presencia corporal, los empujó a reconocer que aun fuera de la Iglesia puede darse el bautismo de Cristo. Así han recibido entre ellos y con todos los honores a algunos que se habían bautizado fuera de su Iglesia, sin repetir en ninguno el bautismo, ni a denunciarlos para que los castigue el poder público, ni temieron que su comunión se contaminase con los pecados exagerados vehementemente por la sentencia condenatoria de un concilio suyo.

70. 1. Priscilianistas; son los que en España fundó Prisciliano y siguen los dogmas entremezclados de los Gnósticos y los Maniqueos. Aunque también han confluido en ellos con horrible confusión, como en una cloaca, las inmundicias de otras herejías. Para ocultar sus contaminaciones y torpezas tienen entre sus dogmas la siguiente consigna: Jura, perjura, pero no descubras el secreto. Aseguran que las almas de la misma naturaleza y sustancia de Dios han descendido gradualmente a través de siete cielos y de algunos principados para llevar a cabo una lucha espontánea en la tierra e irrumpir en el príncipe maligno que ha hecho este mundo, y ser diseminados por este príncipe a través de los diversos cuerpos de carne. Garantizan también que los hombres están atrapados por la fatalidad de las estrellas, y que nuestro mismo cuerpo está compuesto según los doce signos del cielo, como esos que el pueblo llama matemáticos (horóscopos): poniendo en la cabeza a Aries, en el cuello a Tauro, Géminis en los hombros, Cáncer en el pecho, y recorriendo los demás signos por sus nombres, llegan a las plantas de los pies, que atribuyen a Piscis, que es el último signo de los astrólogos. Esta herejía ha novelado estas y otras cosas fabulosas, vanas y sacrílegas, que es largo de contar.

70. 2. Reprueban también las carnes como alimentos inmundos, desuniendo a los cónyuges a quienes este mal ha podido convencer, tanto a los maridos contra la voluntad de sus mujeres como a las mujeres contra la voluntad de sus maridos. La hechura de toda carne la atribuyen no a un Dios bueno y verdadero, sino a los ángeles malignos. En esto son aún mucho peores que los maniqueos, porque no rechazan nada de las Escrituras canónicas, que leen todos juntamente con los apócrifos, y los citan como autoridad; pero luego, alegorizando a su capricho, van expurgando todo cuanto en los libros santos destruye su error. Sobre Cristo aceptan la secta de Sabelio, diciendo que Él mismo es a la vez no sólo el Hijo, sino también el Padre y el Espíritu Santo.

71. Filastrio dice que hay unos herejes que no comen alimentos con los hombres; pero no dice si lo hacen con otros que no son de su misma secta o entre ellos mismos. Afirma también que piensan rectamente del Padre y del Hijo, pero no en católico sobre el Espíritu Santo, porque opinan que es una criatura 21.

72. Dice también que un tal Retorio fundó una herejía de inaudita vanidad, porque afirma que todos los herejes caminan rectamente y dicen la verdad. Lo cual es tan absurdo que me resisto a creerlo 22.

73. Hay otra herejía que afirma que la divinidad sufrió en Cristo cuando su carne era clavada en la cruz 23.

74. Hay otra que afirma que Dioses de tal modo triforme, que una parte de Él es el Padre, otra el Hijo, otra el Espíritu Santo; o sea, que las partes de un solo Dios son las que hacen esta Trinidad, como si Dios se compusiese de esas tres partes, y no es perfecto en sí mismo ni el Padre, ni el Hijo, ni el Espíritu Santo 24.

75. Otra dice que el agua no ha sido creada por Dios, sino que siempre ha sido coeterna con Él 25.

76. Otra, que el cuerpo del hombre, y no el alma, es la imagen de Dios 26.

77. Otra, que los mundos son innumerables, como han opinado algunos filósofos paganos 27.

78. Otra, que las almas de los perversos se convierten en demonios y en algunos animales, proporcionados a sus méritos 28.

79. Otra, que creyó que al descender Cristo a los infiernos los incrédulos y todos fueron liberados de allí 29.

80. Otra, que al no entender al Hijo nacido sempiternamente, cree que ese nacimiento tomó el principio del tiempo; y, sin embargo, al querer confesar al Hijo coeterno al Padre estima que existió en Él antes de que naciese de Él, o sea: Él existió siempre, pero no fue siempre Hijo, sino que comenzó a ser Hijo por aquel de quien nació 30. He creído que estas herejías debía trasladarlas a esta obra mía de la obra de Filastrio. Todavía trae él algunas otras que a mí no me parece que deban llamarse herejías. Las que he citado sin nombrar tampoco él ha recordado sus nombres.

81. Luciferianos, salidos de Lucifer, obispo de Cagliari, y muy renombrados, tanto que ni Epifanio ni Filastrio los ha puesto entre los herejes, creyendo, según pienso, que solamente habían fundado un cisma y no una herejía. En alguno, cuyo nombre no he podido encontrar ni en su mismo opúsculo, sí he leído que ha puesto a los luciferianos entre los herejes por estas palabras: "Los luciferianos, aunque aceptan en todo la verdad católica, caen en este error estultísimo de que el alma es engendrada por transfusión, y además dicen que es de carne y de la sustancia de la carne". Si, en efecto, creyó, y creyó rectamente, que debía ponerlos entre los herejes por lo que piensan sobre el alma (si verdaderamente lo piensan así); o también, si no lo han pensado o no lo piensan ya, son herejes, sin embargo, porque se obstinan con terca animosidad en su disensión, es una cuestión distinta en la que me parece que no debo entrar aquí.

82. Jovinianistas, a los que yo he llegado a conocer, los he hallado ciertamente en ese opúsculo sin nombrar. Esta herejía nació, en nuestra época, de un cierto monje llamado Joviniano, cuando todavía éramos jóvenes. Decía, como los filósofos estoicos, que todos los pecados son iguales; que el hombre, después de recibido el bautismo, no puede pecar, y que no sirven de nada ni los ayunos ni la abstinencia de algunos alimentos. Negaba la virginidad de María, diciendo que al dar a luz no quedó intacta. También equiparaba la virginidad de las consagradas y la continencia del sexo viril en los religiosos que eligen la vida célibe a los méritos de los matrimonios castos y fieles, de tal modo que, según dicen, algunas vírgenes consagradas y de edad ya provecta, en la misma ciudad de Roma donde lo enseñaba, se casaron al oírlo. Es verdad que él mismo ni tenía ni quiso tener mujer. Sostenía que todo eso no serviría para mérito alguno mayor ante Dios en el reino de la vida eterna, sino para aprovechar la necesidad presente, o sea, para que el hombre no tuviese que soportar las molestias conyugales. Sin embargo, esta herejía fue oprimida y extinguida tan pronto que no pudo conseguir engañar a sacerdote alguno.

83. Cuando investigué la Historia de Eusebio, a la cual Rufino, después de trasladarla al latín, añadió dos libros de las épocas siguientes, no encontré herejía alguna que no haya leído en éstos (Epifanio y Filastrio), a excepción de la que Eusebio pone en el libro sexto, cuando cuenta que existió en Arabia. Y como a esos herejes no los señala ningún autor, podemos llamarlos Arábicos. Estos dijeron que las almas mueren y se corrompen con los cuerpos, y que al final de los siglos resucitan ambos. También dicen que fueron corregidos rapidísimamente en una disputa con Orígenes, que estaba presente y los instruyó.

Ahora ya debo recordar aquellas herejías que yo no he encontrado en ninguno, pero que de alguna manera me han venido a la memoria.

84. Elvidianos, de Elvidio; de tal modo contradicen la virginidad de María, que defienden que después de Cristo tuvo también otros hijos de su esposo, José. Pero me causa extrañeza que a éstos Epifanio no los ha llamado Antidicomaritas, omitido el nombre de Elvidio.

85. Paternianos; opinan que las partes inferiores del cuerpo humano no fueron hechas por Dios, sino por el diablo, y viven impurísimamente dando rienda suelta a todos los pecados con esas partes. Algunos los llaman también Venustianos.

86. Tertulianistas, de Tertuliano, de quien muchos libros escritos elocuentísimamente son leídos, decayendo poco a poco hasta nuestros días, han podido durar en sus últimas reliquias en la ciudad de Cartago. Pero estando yo allí hace algunos años, como creo que tú también te acordarás, se acabaron del todo. En efecto, los poquísimos que habían quedado se pasaron a la Católica, y su iglesia, que ahora es también famosísima, la entregaron a la Católica. Tertuliano, pues, como está en sus escritos, dice que el alma ciertamente es inmortal, pero que ella lucha por ser cuerpo, y no sólo ella, sino hasta el mismo Dios. Sin embargo, no se le llama hereje por esto. Ya que de algún modo se podría pensar que a la misma naturaleza y sustancia divina la llama cuerpo, no este cuerpo cuyas partes puedan y deban pensarse unas mayores y otras menores, como son los que propiamente llamamos cuerpos, aun cuando sobre el alma opine alguna otra cosa; pero, como he dicho, se pudo por eso pensar que llama a Dios cuerpo porque no es nada, no es vaciedad, no es cualidad del cuerpo o del alma, sino todo en todas partes, y no repartido por espacio alguno local, permanece inmutablemente en su naturaleza y sustancia. Por eso Tertuliano no es hereje, sino porque, pasándose a los catafrigas, a quienes antes había destruido, comenzó también a condenar las segundas nupcias como estupros contra la doctrina apostólica 31. Después, separado de ellos, propagó sus grupúsculos. Además, también dice que las almas de los hombres pésimos, después de la muerte, se convierten en demonios.

87. Existe una herejía rusticana en la zona rural nuestra, esto es, de Hipona, o más bien existió, porque poco a poco se ha reducido hasta encerrarse en una villa exigua, donde, aunque eran poquísimos, todos fueron de la secta; los cuales se han corregido ahora y se han hecho católicos, de modo que no queda ni rastro de aquel error. Se llamaban Abelonios, por la declinación púnica del nombre. Algunos dicen que se llamaron así por el hijo de Adam, que fue Abel; por eso nosotros podemos llamarlos Abelianos o Abeloítas. No se mezclaban con mujeres y, sin embargo, no les era lícito vivir sin ellas, según dogma de su secta. El varón y la mujer habitaban juntos, profesando continencia, y adoptaban para ellos, como pacto de su convivencia, que un niño y una niña serían sus sucesores. Si la muerte sorprendía a cualquiera de ellos, otros les sustituían, siempre que los dos sucediesen a los otros dos de distinto sexo en la sociedad de aquella casa. Si moría no importa qué padre de los dos, los hijos atendían al superviviente hasta su muerte. Después de su muerte, adoptaban también ellos un niño y una niña del mismo modo. Nunca les faltó a quienes adoptar, porque los vecinos de los alrededores, al engendrar, daban gustosos sus hijos pobres con la esperanza de la herencia ajena.

88. 1. Pelagianos. La herejía de éstos es la más reciente de todas, nacidas en nuestro tiempo del monje Pelagio. Celestio lo siguió como a un maestro, de tal modo que sus discípulos se llaman también Celestianos.

88. 2. Son tan enemigos de la gracia de Dios, por la que somos predestinados a la adopción de hijos por Jesucristo para Él 32, que nos libera de la potestad de las tinieblas para que creamos en Él y seamos llevados a su reino 33, por lo que dice: Nadie viene a mí si mi Padre no se lo ha dado 34, y que derrama la caridad en nuestros corazones 35 para que la fe obre por amor 36, que llegan a creer que sin la gracia el hombre puede cumplir todos los mandamientos divinos. Y si esto fuese verdadero, parece inútil que haya dicho el Señor: Sin mí no podéis hacer nada 37. Además, Pelagio, increpado por los hermanos de que no atribuía nada a la ayuda de la gracia de Dios para cumplir sus mandamientos, cedió a su corrección hasta el punto de no anteponerla al libre albedrío, sino subordinarla con astucia desleal, diciendo que para eso fue dada a los hombres, para que lo que está mandado cumplir por medio del libre albedrío lo puedan cumplir más fácilmente por medio de la gracia. Exacto, al decir "para que lo puedan cumplir más fácilmente" quiso hacer creer que aun en lo más difícil los hombres podrían cumplir los mandamientos divinos sin la gracia de Dios. Eso sí, esa gracia de Dios, sin la cual no podemos hacer nada bueno, dicen que no está sino en el libre albedrío, porque lo ha recibido de Él nuestra naturaleza sin que preceda mérito alguno suyo, ayudando Él únicamente por medio de su ley y su doctrina para que aprendamos lo que debemos hacer y lo que debemos esperar; en modo alguno para que obremos por el don de su Espíritu cuanto hayamos aprendido que debemos obrar.

88. 3. Por esta razón confiesan que Dios nos da la ciencia para eliminar la ignorancia; en cambio, niegan que nos dé la caridad para vivir piadosamente. O sea, que sí es don de Dios la ciencia que infla sin la caridad, pero no es don de Dios la misma caridad que edifica para que la ciencia no infle 38.

88. 4. Destruyen también las oraciones que hace la iglesia, tanto por los infieles y los que se oponen a la doctrina de Dios, para que se conviertan a Dios, como por los fieles, para que aumente en ellos la fe y perseveren en ella. En efecto, porfían que la fe los hombres no la reciben de Dios, sino que la tienen por sí mismos, diciendo que la gracia de Dios, por la que somos librados de la impiedad, se nos da por nuestros propios méritos. Que es lo que Pelagio se vio obligado a condenar en el juicio episcopal de Palestina; sin embargo, en sus escritos posteriores se ve que es eso lo que él enseña.

88. 5. Llegan incluso a decir que la vida de los justos en este siglo no tiene en absoluto pecado alguno, y de ellos está constituida la Iglesia de Cristo en esta mortalidad, para ser completamente sin mancha ni arruga 39. Como si no fuese Iglesia de Cristo la que por toda la tierra clama a Dios: Perdónanos nuestra deudas 40.

88. 6. Niegan también que los niños nacidos de Adam según la carne contraen el contagio del pecado desde la concepción. Ellos afirman que nacen sin vinculación alguna de pecado original, de tal modo que no hay en suma por qué convenga perdonarlos con el bautismo, sino que son bautizados para que, adoptados por la regeneración, sean admitidos al reino de Dios, trasladados de lo bueno a lo mejor, pero no absueltos por la renovación de algún mal de la vieja deuda. En realidad, aunque no sean bautizados, les prometen, por supuesto fuera del reino de Dios, una cierta vida propia, pero en todo caso eterna y bienaventurada.

88. 7. También dicen que el mismo Adam, aunque no hubiese pecado, habría muerto en el cuerpo; de este modo no ha muerto por mérito de la culpa, sino por condición de la naturaleza. Se les atribuyen otras muchas cosas, pero eso es lo principal, de donde entendemos que depende todo o casi todo lo demás.

Epílogo

1. Ya ves cuántas herejías he recordado y, sin embargo, no he colmado la medida de tu petición. Porque, empleando tus mismas palabras, ¿cómo voy a poder recordar todas las herejías desde que "la religión cristiana recibió el nombre de la herencia prometida", yo que no he podido conocerlas todas? Por lo mismo pienso que ninguno de cuantos he leído que han escrito sobre este asunto las han recogido todas. Puesto que he encontrado en uno las que el otro no puso. Además, he puesto más que ellos, porque he recogido de todos todas aquellas que no he encontrado en cada uno, añadiendo todavía las que, recogiéndolas yo mismo, no he podido encontrar en ninguno de ellos. Por eso creo con razón que yo mismo tampoco he puesto todas, porque ni yo he podido leer a todos los que han escrito de esto, ni veo que lo haya hecho nadie de cuantos he leído. Finalmente, en el supuesto de que haya puesto todas, que no lo creo, ciertamente no sé si todas lo son. Y, en consecuencia, lo que tú quieres que acabe con mi escrito, ni siquiera puede abarcarlo mi conocimiento, porque yo no puedo saberlo todo.

2. He sabido que el santo Jerónimo escribió sobre las herejías, pero ni he podido encontrar su obrita en la biblioteca ni sé dónde pueda adquirirla. Si tú lo supieras, acércate a ella y a lo mejor consigues algo más completo que esto mío; aunque me parece a mí que tampoco él, siendo hombre doctísimo, ha podido indagar todas las herejías. Por ejemplo, seguro que él ignoró a los herejes Abeloítas de nuestra región, y lo mismo a otros desconocidos por otras partes en lugares ocultísimos, que tratan de evitar su descubrimiento con la misma oscuridad de sus lugares.

3. En cuanto a lo que insinúan tus cartas: que exponga completamente todo aquello en que los herejes se apartan de la verdad, aun cuando lo supiese todo, no podría hacerlo. ¡Cuánto menos al no poder saberlo todo! En efecto, hay herejes, y lo confieso, que atacan, cada uno en un dogma o poco más, la regla de la verdad, por ejemplo, los Macedonianos o Fotinianos, y cualesquiera otros que tienen la misma situación. En cuanto a aquellos, por así llamarlos, fabulistas, es decir, los que tejen fábulas vanas, y ésas interminables y complejas, están tan repletos de falsos dogmas, que ni ellos mismos son capaces de enumerarlos o dificilísimamente pueden hacerlo. Por otra parte, a ningún extraño se le deja conocer una herejía tan fácilmente como a los suyos. En consecuencia, tengo que confesar que yo no he podido decir ni aprender todos los dogmas, ni siquiera de las herejías que he recordado. Porque ¿quién no comprende el enorme trabajo y la cantidad de cartas que esto exige? Sin embargo, no es de poco provecho el evitar esos errores que he recogido en esa obra, una vez leídos y conocidos. De lo que tú has pensado, que yo debía decirte: sobre qué es lo que la Iglesia católica piensa de las herejías, es una cuestión superflua, ya que es suficiente saber que siente en contra, y que nadie debe creer nada de eso.

En cambio, ¿cómo hay que acoger y defender lo que con respecto a ellas hay de verdadero?, excede el plan de este trabajo; lo que sí vale mucho es un corazón fiel para discernir qué es lo que no se debe creer, aun cuando no pueda refutarlo con la facultad de disputar. Por tanto, el cristiano católico no debe creer nada de eso, pero no todo el que no lo cree debe en consecuencia creerse o llamarse ya cristiano católico. Porque bien pueden existir o llegar a nacer otras herejías que no están mencionadas en esta obra mía, y quien aceptase alguna de ellas no sería cristiano católico. Finalmente, hay que investigar qué es lo que a uno hace ser hereje, para que, a la vez que lo evitamos con la gracia de Dios, evitemos los miasmas heréticos, no sólo los que conocemos, sino también los que ignoramos, bien los que ya han nacido, bien los que todavía no han podido nacer.

Y pongo ya fin a este volumen que, antes de terminarlo del todo, he creído que te lo debía enviar, para que quienes de entre vosotros lo leyereis, veáis que aún lo que queda por hacer es tan enorme que me tenéis que ayudar con vuestras oraciones.

Apéndice

1. Timoteanos; dicen que el Hijo de Dios es ciertamente verdadero hombre nacido de la Virgen María, pero que no ha resultado una sola persona, de tal modo que no se ha formado una sola naturaleza. Queriendo que las entrañas de la Virgen fuesen un crisol por medio del cual las dos naturalezas, o sea, Dios y hombre, disueltas y compactas en una sola masa, han mostrado la forma única de Dios y hombre, o sea, la fusión de las naturalezas eficientes, quedando inmutable su propiedad. Y para confirmar esta impiedad de que Dios ha cambiado su naturaleza, toman el testimonio del evangelista, que dice: Y el Verbo se hizo carne, que lo interpretan así: la naturaleza divina se ha cambiado en naturaleza humana. ¡Abolición que mancilla la sustancia inviolable! El principio de esta impiedad fue Timoteo, que, estando desterrado primeramente en Biza, ciudad de Bitinia, engañó a muchos con la apariencia de una vida continente y religiosa.

2. Nestorianos, del obispo Nestorio, quien se atrevió a dogmatizar contra la fe católica: que nuestro Señor Jesucristo era únicamente hombre (algunos manuscritos traen "que se atrevió a dogmatizar que Cristo nuestro Señor era Dios-hombre únicamente"); ni que quien fue hecho Mediador de Dios y de los hombres fue concebido en el vientre de la Virgen del Espíritu Santo, sino que después Dios fue unido al hombre. Decía que Dios-hombre no padeció ni fue sepultado; esforzándose por vaciar todo nuestro remedio por el cual el Verbo de Dios de tal modo se dignó asumir al hombre en el seno de la Virgen que se hiciese una sola persona del Dios-hombre; y por ello nació tan singular y maravillosamente, murió, también por nuestros pecados, y después de cancelar aquello que Él no había robado, el Dios-hombre, después de resucitar de los muertos, subió al cielo.

2A. Nestorianos; se llama así a la herejía por su autor, Nestorio, obispo de la iglesia de Constantinopla. Su perversión consistió en que predicaba que solamente fue engendrado el hombre de Santa María Virgen, a quien el Verbo de Dios no asumió en la unidad de persona y en sociedad inseparable. Por eso, la Virgen-Madre debe entenderse no como Madre de Dios, sino como madre del hombre, lo cual en modo alguno han podido aceptar los oídos católicos, porque esa versión afirmaba no al único Cristo, verdadero hombre y verdadero Dios, sino a un doble Cristo, lo cual es impiedad.

3. Eutiquianos; nacieron de un tal Eutiques, presbítero de la iglesia de Constantinopla (algún códice añade "monje"), el cual, pretendiendo refutar a Nestorio, cayó en Apolinar y en Manés, y negando la verdadera humanidad en Cristo, todo cuanto asumió el Verbo de nuestra propiedad lo imputa únicamente a la esencia divina, de modo que al negar nuestra naturaleza en Cristo llega a anular el sacramento de la salvación humana, que no existe sino en las dos sustancias, sin entender con necia impiedad que se arrebataba a todo el cuerpo lo que hubiese faltado a la cabeza.

3A. Eutiquianos, del presbítero Eutiques, el cual, como ambicionase para sí amparo y patrocinio regio, se atrevió a dogmatizar que antes de la encarnación hubo en Cristo dos naturalezas. Pero que después, cuando el Verbo se hizo carne, hay una sola naturaleza, la divina, ya que todo el hombre se convirtió en Dios, sin que fuese concebido un verdadero hombre en el seno de la Virgen ni fuese tomada la carne del cuerpo de María. Ignoro cómo construía el cuerpo formado tan sutilmente que pudiese alumbrarlo por medio de las inmaculadas entrañas virginales de la Madre, confirmando así que todo él es Dios en una sola naturaleza, y no Dios-hombre, sino que sólo la divinidad sufrió la pasión y subió al cielo, a la vez que lo nacido de María Virgen y engendrado de la semilla de David según la carne fue crucificado, muerto y sepultado, que resucitó de los muertos y subió al cielo hombre perfecto, a quien esperamos que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. La fe católica nos confirma y toda la autoridad de las Divinas Escrituras lo proclama. Revolviéndose contra esta fe el mencionado Eutiques, cuando el Concilio de Éfeso fue perseguido por el poder regio y sobre todo cuando Dióscoro, obispo de Alejandría, seguía sus errores, privó al obispo de Constantinopla no sólo de su honor, sino que hizo que fuera hasta desterrado de su patria por Flaviano, siendo testigo y oponiéndose Hílaro, diácono de la venerada Sede Apostólica. En cambio, a los demás sacerdotes ausentes los deshonraron en la segunda sesión, pero a éste la divina majestad providente lo consumió en juicio repentino y justo. En efecto, desaparecido y muerto el emperador Teodosio, así como también Crisafio, con cuyo patrocinio el tantas veces citado Eutiques atacando a la fe católica había difundido su error, yéndose antes a Dios el santo obispo y confesor Flaviano, de modo que fuesen enterrados a la vez, como se ha referido el examen de Dios juez justo. Así, pues, con la autoridad de la predicha Sede Apostólica fue restablecido el vigor de la fe y extinguido el error de tan nefando dogma. Asimismo, recuperado el cuerpo del confesor con honores, la dignidad de la santa Iglesia alegó que se les restituyese en el sacerdocio a los relajados evidentemente en él si se reconciliaban con Dios por medio de una digna confesión y eran bien vistos de los hombres. El autor de tan nefando error, Eutiques, fue expulsado de la provincia, y el Sínodo predicho, apartando con su firma los errores mal concebidos, como doctrina contraria y no razonable, como paz de la santa madre Iglesia, repone a sus sacerdotes.