O R Í G E N E S

 

La Escritura.

La voz de Dios la oyen aquellos a quienes Dios se hace oir.

La voz celeste que proclamaba que Jesús era el Hijo de Dios diciendo: «Éste es mi hijo amado en el cual me he complacido» (Mt 3, 17) no está escrito que fuera audible a las turbas... Asimismo la voz de la nube en la montaña alta sólo fue oída de los que subieron con él. Porque la voz divina es de tal naturaleza que sólo es oída de aquellos a quienes quiere hacerla oir el que habla. Y he de añadir que ciertamente la voz de Dios a que se refiere la Escritura no es una vibración del aire, o una comprensión del mismo, o cualquier otra teoría que digan los tratados de acústica: por lo cual es oída por un sentido más poderoso y más divino que el sentido corporal. Y puesto que cuando Dios habla no quiere que su voz sea audible a todos, el que tiene aquel oído superior oye a Dios, pero el que tiene sordo el oído del alma no percibe nada cuando habla Dios... 40

Hay que sacar el agua del pozo de las Escrituras y del de nuestras almas.

El pueblo muere de sed, aun teniendo a mano las Escrituras, mientras Isaac no viene para abrirlas... Él es el que abre los pozos, el que nos enseña el lugar en el que hay que buscar a Dios, que es nuestro corazón... Considerad, pues, que hay sin duda dentro del alma de cada uno un pozo de agua viva, que es como un cierto sentido celeste y una imagen latente de Dios. Este es el pozo que los filisteos, es decir, los poderes adversos, han llenado de tierra... Pero nuestro Isaac ha vuelto a cavar el pozo de nuestro corazón, y ha hecho saltar en él fuentes de agua viva... Así pues, hoy mismo, si me escucháis con fe, Isaac realizará su obra en vosotros, purificará vuestro corazón y os abrirá los misterios de la Escritura haciéndoos crecer en la inteligencia de la misma... El Logos de Dios está cerca de vosotros; mejor, está dentro de vosotros, y quita la tierra del alma de cada uno para hacer saltar en ella el agua viva... Porque tú llevas impresa en ti mismo la imagen del Rey celestial, ya que Dios, cuando en el comienzo hizo al hombre, lo hizo a su imagen y semejanza. Esta imagen no la puso Dios en el exterior del hombre, sino en su interior. Era imposible descubrirla dentro de ti estando tu morada llena de suciedad y de inmundicia. Esta fuente de sabiduría estaba ciertamente en el fondo de ti mismo, pero no podía brotar, porque los filisteos la habían obstruido con tierra, haciendo así de ti una imagen terrestre. Pero, la imagen de Dios impresa en ti por el mismo Hijo de Dios no pudo quedar totalmente encubierta. Cada vicio la recubre con una nueva capa, pero nuestro Isaac puede hacerlas desaparecer todas, y la imagen divina puede volver a brillar de nuevo... Supliquémosle, acudamos a él, ayudémosle a cavar, peleemos contra los filisteos, escudriñemos las Escrituras: cavemos tan profundamente que el agua de nuestros pozos pueda bastar para abrevar a todos los rebaños... 41

Dios nos habla como se habla a niños.

Cuando la divina Providencia interviene en los asuntos humanos, adopta las maneras de pensar y de hablar humanos. Y así como, si hablamos con un niño de dos años, usamos un lenguaje infantil, pues es imposible que, cuando se habla a los niños, éstos nos comprendan a menos que, abandonando la gravedad de las personas mayores, condescendientes con su lenguaje, del mismo modo creemos que actúa Dios cuando entra en relaciones con el linaje de los hombres, y particularmente con aquellos que son todavía niños. Bien ves cómo nosotros, adultos, cuando hablamos con los niños cambiamos hasta las palabras: nombramos el pan con una palabra que es propia de ellos, y el agua con otra, y no utilizamos las que nos sirven cuando hablamos a hombres de nuestra edad. ¿Somos acaso por esto imperfectos? Y si alguien nos oye hablar de este modo con los niños, ¿crees que dirá: este viejo está chiflado? Así habla Dios a los hombres-niños 42.

El espiritu y la letra de la ley.

Nosotros afirmamos que la ley tiene un doble sentido, el literal y el espiritual, lo cual fue enseñado ya por algunos de nuestros predecesores (cf. Filón, de Spec. Leg. I, 287 y pássim). No somos nosotros, sino el mismo Dios hablando por uno de sus profetas quien dice que la ley en sentido literal es «juicios que no son buenos» y «mandamientos que no son buenos»; en cambio, el sentido espiritual, se dice en el mismo profeta que habla de parte de Dios, que es «juicios buenos» y «mandamientos buenos». El profeta no se contradice patentemente en un mismo pasaje, sino que el mismo Pablo, de acuerdo con esto, dijo que «la letra», que equivale al sentido literal, mata, pero el «espíritu» que es lo mismo que decir el sentido espiritual, vivifica. (Cf. Ez 20, 25; 2 Cor 3, 7). En efecto, se puede hallar en Pablo algo semejante a lo que algunos piensan que es contradictorio en el pronta. Así, Ezequiel dice en un lugar: «Les di juicios que no eran buenos y mandamientos que no eran buenos, por lo cual no podrán tener vida en ellos», y en otro lugar: «Les di juicios buenos y mandamientos buenos, por lo cual tendrán vida en ellos.» Asi también Pablo, cuando quiere atacar el sentido literal de la ley dice: «Si el ministerio de la muerte, grabado con letras en las piedras se hizo con gloria, hasta el punto de que los hijos de Israel no podían mirar al rostro de Moisés a causa de la gloria de aquel rostro, que tenia que desvanecerse, ¿cómo no será más glorioso el ministerio del espíritu?» (2 Cor 3,7). Pero cuando se pone a admirar y a aceptar la ley, la llama espiritual diciendo: «Sabemos que la ley es espiritual» (Rm 7, 14); y la acepta con estas palabras: «De suerte que la ley es santa, y el mandamiento es santo y justo y bueno» (Rm 7, 12).

Así pues, si la letra de la ley promete riquezas a los justos, Celso, según la letra que mata, piensa que la promesa se refiere a la ciega riqueza. Pero nosotros lo entendemos de la riqueza que mira a lo profundo, según la cual se enriquece uno «en toda inteligencia y en toda sabiduría» (1 Cor 1, 5), según aquello que recomendamos: «Los ricos en este mundo no piensen altivamente ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios que da opulentamente todas las cosas para que gocemos de ellas, para que hagamos el bien, para que seamos ricos en obras buenas, dispuestos a distribuir y a compartir» (1 Tim 6, 17). Igualmente, según Salomón, el que es rico en bienes verdaderos «es rescate del alma de un hombre», mientras que la pobreza contraria es perniciosa, y «el que es pobre con ella no resiste una amenaza» (Prov 13, 8) 43.

La eficacia de la palabra divina depende no tanto de la artificiosidad del estilo cuanto de la gracia de Dios y de la voluntad de recibirla.

Nos acusan de que la Escritura está en un estilo pobre, que queda oscurecido frente a la brillantez de una buena composición literaria. Porque nuestros profetas, Jesús y sus apóstoles, se preocuparon de una forma de evangelizar que no sólo contuviera la verdad, sino que fuera capaz de atraer a la multitud. Cada uno, después de su conversión y de su admisión puede ascender según su capacidad propia a las verdades ocultas expresadas en un estilo que parece pobre. Y aun me atrevo a decir que el bello y trabajado estilo de Platón y de otros semejantes beneficia sólo a unos pocos, si es que beneficia a alguno; mientras que el estilo de muchos que enseñan y escriben de una manera más sencilla, práctica y adecuada a lo que pretenden, beneficia a muchos más. Al menos podemos ver que Platón se encuentra sólo en las manos de los que pasan por eruditos, mientras que Epicteto es admirado por toda clase de hombres, que se sienten atraídos a aprovecharse de él al experimentar cómo con sus palabras pueden mejorar sus vidas.

No digo esto con ánimo de atacar a Platón, del cual gran número de hombres han sacado beneficio, sino para explicar el sentido de los que dicen: «Mi palabra y mi predicación no son con palabras persuasivas por su sabiduría, sino con la demostración de espíritu y de poder, a fin de que nuestra fe no se funde en la sabiduría de hombres sino en el poder de Dios» (1 Cor 2, 4). La Escritura divina dice que la palabra, aunque sea en sí verdadera y sumamente creíble, no es suficiente para arrastrar al alma humana, si el que habla no recibe un cierto poder de Dios y no se infunde en lo que dice una gracia que no se da a los que predican eficazmente, si no es por concurso de Dios. Porque dice el profeta en el salmo 67 que «el Señor dará la palabra a los que envangelizan con un gran poder».

Así pues, aunque en ciertas cosas sean idénticas las opiniones de los griegos y las de los que creen nuestras doctrinas, no por ello tienen el mismo poder para arrastrar las almas y confirmarlas en estas doctrinas. Por esto los discípulos de Jesús, que eran ignorantes en lo que se refiere a la filosofía griega, recorrieron muchas naciones de todo el mundo, influyendo en cada uno de los oyentes de acuerdo con el designio del Logos según sus méritos: y se hacían hombres mucho mejores, en proporción a la libre inclinación de cada uno para recibir el bien 44.

El Antiguo Testamento, boceto del Nuevo.

Nosotros, los que somos de la Iglesia, recibimos a Moisés con sobrada razón, y leemos sus escritos, pensando que él, como profeta a quien Dios se ha revelado, ha descrito en símbolos, alegorías y figuras los misterios futuros, que nosotros enseñamos que se han cumplido a su tiempo. El que no comprenda esto en este sentido, ya sea judío o de los nuestros, no puede ni siquiera mantener que Moisés sea profeta. ¿Cómo podrá mantener que es profeta aquel cuyas obras dice que son comunes, sin conocimiento del futuro y sin ningún misterio encubierto? La ley, pues, y todo lo que la ley contiene, es cosa inspirada, según la sentencia del Apóstol, hasta que llegue el tiempo de la enmienda, y tiene una función semejante a lo que hacen los que modelan estatuas de bronce, fundiéndolas: antes de sacar a luz la obra verdadera, de bronce, de plata o de oro, empiezan por hacer un boceto de arcilla, que es una primera figura de la futura estatua. Este esbozo es necesario, pero sólo hasta que se ha concluido la obra real. Una vez terminada la obra en vistas a la cual fue hecho el boceto, se considera que éste ya no tiene utilidad. Considera que hay algo de esto en las cosas que han sido escritas o hechas en símbolos o figuras de las cosas futuras, en la ley o en los profetas. Cuando llegó el artista en persona, que era autor de todo, trasladó la ley que contenía la sombra de los bienes futuros a la estructura misma de las cosas 45.

Pablo y el Evangelio nos enseñan cómo interpretar el A.T.

El apóstol Pablo, doctor de las gentes en la fe y en la verdad, transmitió a la Iglesia que él congregó de los gentiles, cómo tenía que haberse con los libros de la ley que ella había recibido de otros y que le eran desconocidos y sobremanera extraños, de forma que, al recibir las tradiciones de otros y no teniendo experiencia de los principios de interpretación de las mismas no anduviera sin saber qué hacer con un extraño instrumento en las manos. Por esta razón, él mismo nos da algunos ejemplos de interpretación, para que nosotros hagamos de manera semejante en otros casos. No vayamos a pensar que por usar unos escritos y unos instrumentos iguales a los de los judíos, somos discípulos de los judíos. En esto quiere él que se distingan los discípulos de Cristo de los de la Sinagoga: en que mostremos que la ley, por cuya mala inteligencia ellos no recibieron a Cristo, fue dada con buena razón a la Iglesia para su instrucción mediante el sentido espiritual.

Porque los judíos sólo entienden que los hijos de Israel salieron de Egipto, y que su primera salida fue de Ramesses, y que de allí pasaron a Socot, y de Socot pasaron a Otom, en Apauleo, junto al mar. Finalmente allí les precedía la nube, y les seguía la piedra de la cual bebían el agua, y pasaron el mar Rojo, y llegaron al desierto del Sinaí. Ahora veamos el modelo de interpretación que nos dejó para nosotros el apóstol Pablo: escribiendo a los Corintios en cierto lugar (1 Cor 10, 1-4) dice: «Sabemos que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, y todos fueron sumergidos por Moisés en la nube, y en el mar, y todos comieron del mismo manjar espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual: porque bebían de la piedra espiritual que les seguía, la cual piedra era Cristo» ¿Veis cuán grande es la diferencia entre la historia literal y la interpretación de Pablo? Lo que los judíos conciben como una travesía del mar, Pablo lo llama bautismo; lo que ellos piensan que es una nube, Pablo dice que es el Espíritu Santo, y quiere que veamos su semejanza con aquello que el Señor manda en el Evangelio cuando dice: «Si uno no renaciera del agua y del Espíritu Santo, no entrará en el reino de los cielos» (Jn 3, 5). Asimismo el maná, que los judíos tomaban como manjar para el vientre y para saciar su gula, es llamado por Pablo manjar espiritual». Y no sólo Pablo, sino que el mismo Señor en el Evangelio dice: «Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Pero el que coma del pan que yo le doy no morirá jamás» (Jn, 6, 49). Y luego dice: «Yo soy el pan que descendí del cielo.» Pablo habla después de «la piedra que les seguía», y afirma claramente que «la piedra era Cristo». ¿Qué hemos de hacer, pues, nosotros, que hemos recibido estas lecciones de interpretación de Pablo, el maestro de la Iglesia? ¿No parece justo que estos principios que se nos dan los apliquemos también en casos semejantes? No podemos dejar, como quieren algunos, lo que nos legó este apóstol tan grande y tan insigne, para volver a las fábulas judaicas. A mí me parece que apartarse del método de exposición de Pablo es entregarse a los enemigos de Cristo, esto es precisamente lo que dice el profeta «Ay del que da a beber a su prójimo de una mezcla turbia» (Hab 2, 15). Así pues, tomando de san Pablo apóstol la semilla del sentido espiritual, procuremos cultivarla en cuanto el Señor, por vuestras oraciones, se digna iluminarnos 46.

La Escritura es el pan que el Señor multiplica por medio de sus intérpretes.

Considera cómo el Señor en el Evangelio rompe unos pocos panes y alimenta a millares de hombres y cómo quedan tantas canastas de sobras (Mt/14/19ss/ORIGENES). Mientras los panes están enteros, nadie se sacia con ellos, nadie se alimenta, ni los mismos panes se multiplican. Considera, pues, ahora cómo nosotros rompemos unos pocos panes: tomamos unas pocas palabras de las Escrituras divinas, y son miles de hombres los que con ellas se sacian. Pero si estos panes no hubiesen sido partidos, si no hubiesen sido rotos a pedazos por los discípulos, es decir si la letra de la Escritura no hubiese sido partida y discutida a pequeños pedazos, su sentido no hubiera podido llegar a toda la multitud. En cambio, en cuanto la tomamos en nuestras manos y discutimos cada punto en particular, entonces las turbas comen de ella cuanto pueden. Lo que no pueden comer hay que recogerlo y guardarlo «para que no se pierda» (Jn 6, 12). Así nosotros. lo que las turbas no pueden coger, lo guardamos y lo recogemos en cestos y canastas. No hace mucho, cuando desmenuzábamos el pan en lo referente a Jacob y Esaú, ¿cuántos pedazos sobraron de aquel pan? Todos los recogimos con diligencia, para que no se perdieran, y los guardamos en cestos y canastas hasta que veamos qué manda el Señor que hagamos con ellos.

Pero ahora comamos los panes y saquemos agua del pozo, todo lo que podamos. Procuremos también hacer aquello que nos recomienda la Sabiduría cuando dice: «Bebe agua de tus propias fuentes y de tus pozos, y sea tu fuente tuya propia» (Prov 5, 18). Procura tú que me oyes tener tu propio pozo y tu propia fuente, de suerte que, cuando tomas el libro de las Escrituras, comiences a sacar alguna inteligencia por ti mismo, y de acuerdo con lo que aprendiste en la iglesia, intenta beber en la fuente de tu propio ingenio. Dentro de ti hay una agua viva natural, unas venas de agua permanentes, las corrientes que fluyen del entendimiento racional, al menos mientras no quedan obstruidas por la tierra y los escombros. Lo que tienes que hacer es cavar la tierra y quitar la suciedad, es decir, arrojar la pereza de tu inteligencia y la somnolencia de tu corazón. Oye lo que dice la Escritura: Aprieta el ojo, y derramará una lágrima; aprieta el corazón y alcanzará sabiduría» (Eclo 12, 19). Procura, pues, limpiar también tú tu inteligencia, para que alguna vez puedas llegar a beber de tus propias fuentes, y puedas sacar agua viva de tus pozos. Porque si has recibido en ti la palabra de Dios, si has recibido y guardado con fidelidad el agua viva que te dio Jesús, se hará en ti «una fuente de agua que brota hasta la vida eterna» (Jn 4, 14), en el mismo Jesucristo, nuestro Señor, de quien es la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén 47.

De la negligencia en oir la palabra de Dios.

«Isaac, dice la Escritura, crecía y se fortalecía» (Gén 21, 8), es decir, crecía el gozo de Abraham cuando miraba «no lo que se ve, sino lo que no se ve» (2 Cor 4, 18), pues no se gozaba Abraham con los presentes, ni con las riquezas del mundo, ni con las hazañas del siglo. ¿Quiéres saber con qué se alegraba Abraham? Oye al Señor hablando a los judíos: «Vuestro padre Abraham deseó ver mi día y se alegró» (Jn 8, 56). Con esto, pues, crecía Isaac, con lo que proporcionaba a Abraham aquella visión con la que veía el día de Cristo, y se amontonaba el gozo en aquella esperanza que hay en él. Y ojalá que vosotros os convirtierais en Isaac, y fuerais gozo de vuestra madre la Iglesia. Pero me temo que la Iglesia pare todavía a sus hijos con tristeza y con gemidos: porque ¿acaso no está triste y no gime cuando vosotros no acudís a oir la palabra de Dios, y apenas os llegáis a la iglesia en los días de fiesta, y aun esto no tanto por deseo de la palabra cuanto por gana de fiesta y en busca de un cierto solaz en común? ¿Qué haré yo, que tengo confiada la distribución de la palabra? Pues, aunque soy «siervo inútil» (Lc 7, 10) fui encargado por el Señor de la distribución «de la medida de trigo a la familia del Señor». ¿Qué he de hacer? ¿Dónde y cuándo puedo encontrar vuestro tiempo? La mayor parte de él, y aun casi todo, lo gastáis en ocupaciones mundanas, parte en el foro, parte en los negocios; uno se entrega a sus tierras, otro a sus pleitos pero nadie, o muy pocos, se entregan a oir la palabra de Dios. Pero, ¿por qué os reprendo por vuestras ocupaciones? ¿Por qué me quejo de los ausentes? Aun los que venís y permanecéis en la Iglesia, no estáis atentos, y según vuestra costumbre os entretenéis con las fábulas comunes, y volvéis la espalda a la palabra de Dios o a las lecturas sagradas. Temo que el Señor no os diga lo que fue dicho por el profeta: «Volvieron a mí sus espaldas, y no sus rostros» (Jer 18, 17). ¿Qué tengo que hacer, pues, yo, a quien se ha confiado el ministerio de la palabra? Porque lo que se lee tiene un sentido místico, y se ha de explicar por los misterios de la alegoría. ¿Puedo meter en oídos sordos y mal dispuestos las «piedras preciosas» (Mt 7, 6) de la palabra de Dios? No lo hizo así el Apóstol, sino que mira lo que dice: «Los que leéis, no oís la ley: porque Abraham tuvo dos hijos. . . », a lo que añade: «cosas que tienen un sentido alegórico» (Gál 4, 21). ¿Acaso revela los misterios de la ley a aquellos que ni leen ni oyen la ley?

PD/LECTURA/ORIGENES: Aun a los que leían la ley les decía: «No oís la ley.» ¿Cómo, pues, podré declarar y explicar los misterios y alegorías de la ley que hemos aprendido del Apóstol a aquellos que no tienen experiencia ni de la audición ni de la lectura de la ley? Tal vez os parezca que soy demasiado duro, pero no puedo andar «untando las paredes» (Ez 13, 14) que se derrumban. Temo lo que está escrito: «Pueblo mio, los que os felicitan os seducen y confunden las sendas de vuestros pies» (Is 3, 12). «Os amonesto como a hijos carísimos» (1 Cor 4, 14). Me admiro de que no hayáis llegado a conocer todavía el camino de Cristo, de que ni siquiera hayáis oído que no es «ancho y espacioso», sino que «estrecho y angosto es el camino que lleva a la vida» (Mt 7, 13). Así pues, vosotros entrad por «la puerta estrecha» y dejad la holgura para los que van a la perdición. «Precedió la noche, sobrevino el día»; «caminad como hijos de la luz» (Ro». 13, 12)...

...Consideremos lo que se nos acaba de leer: «Rebeca iba con las hijas de la ciudad a sacar agua del pozo» (Gén 24, 16). Rebeca iba todos los dias a los pozos, todos los días sacaba el agua. Y porque todos los dias iba a los pozos por esto pudo ser hallada por el mozo de Abraham y pudo arreglarse su matrimonio con Isaac. ¿Piensas que esto son fábulas y que el Espiritu Santo cuenta cuentos en las Escrituras? Hay aquí una enseñanza para las almas y una doctrina espiritual, que te instruye y te enseña a ir todos los dias a los pozos de las Escrituras, a las aguas del Espiritu Santo, para que saques siempre y te lleves a casa una vasija llena como hacia la santa Rebeca, la cual no se habría podido casar con tan gran patriarca como Isaac—que era nacido de la promesa (Gál 4, 23)— sino viniendo por agua y sacándola en tanta cantidad que pudiera saciar no sólo a los de su casa, sino al mozo de Abraham, no sólo al mozo, sino que era tan abundante el agua que sacaba de los pozos que pudo abrevar a sus camellos, como dice, «hasta que dejaron de beber» (Gén 24, 19). Todo lo que está escrito son misterios: porque Cristo quiere también desposarse contigo, ya que te habla por el profeta diciendo: «Te desposaré conmigo para siempre, te desposaré conmigo en la fe y en la misericordia, y conocerás al Señor» (Os 2, 19). Porque quiere desposarse contigo, te envia a este mozo.

El mozo es la palabra profética: si tú primero no la recibes, no podrás desposarte con Cristo. Pero has de saber que nadie recibe la palabra profética si no se ejercita y toma experiencia de ella, es decir, si no sabe sacar el agua de lo profundo del pozo y en tanta cantidad que pueda bastar aun para aquellos que parecen irracionales y perversos, que están figurados por los camellos, de suerte que puede decir «me debo a los prudentes y a los necios» (Rm 1, 14).

Asi había hablado en su interior el mozo aquel: «De las doncellas que vienen por agua, la que me diga: Bebe tú y yo abrevaré a tus camellos, aquélla será la esposa de mi señor» (Gén 24, 14). Asi Rebeca, que quiere decir «paciencia», cuando vio al mozo y consideró la palabra profética, depuso la hidria de su hombro: a saber, depone la enhiesta arrogancia de la facundia griega, y se inclina a la humilde y simple palabra profética diciendo: «Bebe tú, y yo abrevaré a tus camellos» (Gén 24, 14).

...Así pues, si no vienes cada día a los pozos, si no sacas agua cada dia, no sólo no podrás dar de beber a otros, sino que tú mismo sufrirás la sed de la palabra de Dios. Oye al Señor, que dice en el Evangelio: «EI que tenga sed, que venga a mi y beba» (Jn 7, 37). Pero, a lo que veo, tú «no tienes hambre ni sed de justicia» (Mt 5, 6): ¿cómo podrás decir: «Como el ciervo desea las fuentes de las aguas, así mi alma desea al Señor»? (Sal 41, 1). Os ruego a vosotros, los que siempre estáis entre mi auditorio, que tengáis paciencia mientras amonestamos un poco a los negligentes y perezosos. Tened paciencia, pues hablamos de Rebeca, que quiere decir paciencia. Es necesario que amonestemos con paciencia a aquellos que descuidan las reuniones y que dejan de oir la palabra de Dios, que no apetecen el «agua viva» y el «pan de vida», que no salen de sus cuarteles ni abandonan sus «chozas de barro» para recoger el maná; que no vienen a la piedra, para beber de la «piedra espiritual, la Piedra que es Cristo», como dice el Apóstol (1 Cor 10, 4). Como digo, tened vosotros un poco de paciencia, pues mis palabras se dirigen a los negligentes y los que se encuentran mal: «Los sanos no necesitan de médico, sino los que se encuentran mal» (Lc 5, 31). Decidme vosotros, los que sólo venís a la Iglesia los dias de fiesta, ¿es que los demás días no son dias de fiesta? ¿No son dias del Señor? Es propio de los judíos observar determinadas solemnidades de tiempo en tiempo, y por eso les dice Dios que «no tolera sus neomenias y sus sábados y su día grande: vuestros ayunos y solemnidades y fiestas odia mi alma» (Is 1, 13). Odia, pues, Dios, a los que piensan que un solo día es la festividad del Señor. Los cristianos comen todos los días las carnes del cordero, esto es, toman todos los dias las carnes de la palabra. «Porque Cristo ha sido inmolado como nuestra Pascua» (1 Cor 5, 7). Y porque la ley de la Pascua señala que se ha de comer al atardecer, el Señor padeció en el atardecer del mundo, para que tú comas siempre las carnes de la palabra, porque estás siempre en el atardecer, hasta que venga la mañana 48.

Cristo nos abre los ojos al sentido del Antiguo Testamento.

Agar «andaba errante por el desierto con su hijo» y el niño lloraba, y lo abandonó Agar diciendo: «No vea yo la muerte de mi hijo» (Gén 21, 15). Después, estando el niño abandonado a punto de morir y llorando, se acercó un ángel del Señor a Agar, «y le abrió los ojos, y vio un pozo de agua viva» (Gén 21, 19). ¿Cómo puede relacionarse esto con la historia? ¿Dónde encontramos que Agar hubiera tenido los ojos cerrados, y que luego le fueran abiertos? Está más claro que la luz que aquí hay un sentido espiritual y místico. El que fue abandonado es el pueblo «según la carne», el cual yace con hambre y sed, no con hambre «de pan, ni con sed de agua, sino con sed de la palabra de Dios» (cf. Am 8, 11) hasta que se le abran los ojos a la sinagoga. Éste es el misterio de que habla el Apóstol, a saber, «que la ceguera ha caído sobre una parte de Israel hasta que la masa de los gentiles haya entrado, y entonces todo Israel será salvado» (Ro». 11, 24). Ésta es la ceguera de Agar, la que engendró «según la carne»; y esta ceguera permanecerá en ella hasta que «sea retirado el velo de la letra» (2 Cor 3, 16) por el ángel de Dios y vea el agua viva.

BI/LE-ORA/ORIGENES: Pero, nosotros mismos hemos de estar alerta, porque muchas veces también estamos echados junto al pozo de agua viva, es decir, junto a las escrituras divinas, y andamos perdidos en ellas. Tenemos los libros en las manos y los leemos, pero no alcanzamos su sentido espiritual. Por ello son necesarias las lágrimas y la oración ininterrumpida, a fin de que el Señor abra nuestros ojos, ya que a aquellos ciegos que estaban sentados en Jericó no les habrían sido abiertos los ojos si no hubiesen clamado al Señor (Mt 20, 30). Pero, ¿por qué digo que se han de abrir nuestros ojos, si en realidad ya están abiertos? Porque Jesús vino efectivamente a abrir los ojos de los ciegos, y nuestros ojos han sido abiertos, y ha sido retirado el velo que tapaba la letra de la ley. Pero temo que nosotros los volvemos a cerrar de nuevo con un sueño profundo, porque no vigilamos ni andamos solícitos de alcanzar la inteligencia espiritual, ni sacudimos el sueño de nuestros ojos, ni contemplamos las cosas espirituales a fin de que no nos encontremos, como el pueblo carnal, puestos junto a las mismas aguas y perdidos. Todo lo contrario: andemos despiertos, y digamos con el profeta: «No daré sueño a mis ojos, ni dejaré descansar a mis párpados, ni reposaré mi cabeza, hasta que encuentre un lugar para el Señor, un tabernáculo para el Dios de Jacob» (Sal 132, 4). A él sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos 40.

El Antiguo Testamento no es todavía Evangelio, como tampoco la mera narración histórica de lo que Cristo hizo; pero sí la exhortación a creer en él.

El Antiguo Testamento no es «evangelio» (buena nueva), porque no muestra al que había de venir, sino que lo anuncia; en cambio, todo el Nuevo Testamento es evangelio, porque no sólo dice como al comienzo del evangelio: «Aquí está el cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29), sino que contiene diversas alabanzas y enseñanzas de aquel por quien el Evangelio es evangelio. Más aún: puesto que Dios puso en la Iglesia apóstoles, profetas y evangelistas como pastores y maestros (cf. I Cor 12, 28), si investigamos cuál es la misión del evangelista, veremos que no es precisamente la de narrar de qué manera el Salvador curó al ciego de nacimiento, o resucitó a un muerto maloliente o hizo cualquier otro prodigio, y no tendremos dificultad en admitir que, siendo lo característico del evangelista la palabra que exhorta a tener fe en lo que se refiere a Jesús, se pueden también llamar en cierta manera evangelio los escritos de los apóstoles... El evangelio es las primicias de toda la Escritura: y yo presento como primicia de los trabajos que espero llevar a cabo, este trabajo sobre las primicias de la Escritura.

...Un evangelio es un discurso (logos) que contiene el enunciado de cosas que han de alegrar razonablemente al que las oye, porque le han de procurar un beneficio si recibe lo que se le anuncia. Tal discurso no es menos evangelio (buena nueva) porque requiera, además ciertas disposiciones en aquel que lo oye. O también, un evangelio es un discurso que comporta la presencia de un bien para el que lo acepta con fe, o un discurso que anuncia la presencia de un bien esperado. Todas las definiciones dichas cuadran bien con nuestros evangelios escritos. Porque cada uno de los evangelios es un conjunto de anuncios útiles al que los acepta con fe y no los interpreta mal: ellos reportan beneficios. y proporcionan una alegría razonable, pues enseñan que por los hombres ha venido Jesucristo, el primogénito de toda la creación (Col 1, 15), para ser su Salvador. Está claro para todo el que cree que cada evangelio es un discurso que enseña la venida del Padre de bondad en el Hijo, para todos los que quieran recibirle. Y no hay duda de que por estos libros se nos anuncia un bien esperado: porque puede decirse que Juan Bautista habla por la voz de todo el pueblo cuando envía a decir a Jesús: «Eres tú el que ha de venir, o hemos de esperar a otro» (Mt 11, 3). Cristo era el bien que el pueblo esperaba, anunciado por los profetas, hasta el punto de que todos los que estaban bajo la ley y los profetas sin distinción tenían en él las esperanzas, como lo testifica la samaritana cuando dice: «Sé que ha de venir el Mesías, llamado Cristo: cuando él venga, nos lo anunciará todo» (Jn 4, 25)...

...Antes de la venida de Cristo, la ley y los profetas no contenían el anuncio que se implica en la definición de evangelio, porque todavía no había venido el que tenía que aclarar los misterios que en ellos se encontraban. Pero cuando vino el Señor e hizo que el evangelio se encarnara, hizo por el Evangelio que todas las Escrituras fuesen como un evangelio. No estará fuera de lugar recurrir a aquella parábola: «Un poquito de levadura hace fermentar toda la masa» (Gál 5, 9): porque al quitar de los hijos de los hombres con su divinidad el velo que estaba en la ley y los profetas, mostró el carácter divino de todas las Escrituras, ofreciendo claramente a todos los que quieran hacerse discípulos de su sabiduría cuáles son las realidades verdaderas de la ley de Moisés, de las que el culto de los antiguos era una imagen y una sombra, y cuál era la verdad de las cosas de los libros históricos: porque estas cosas «les acontecieron a ellos en figura» (1 Cor 10, 11), pero se escribieron por nosotros, los que hemos llegado en la plenitud de los tiempos. En efecto, todo hombre que ha recibido a Cristo, no adora a Dios ni en Jerusalén ni en el monte de los samaritanos, sino que habiendo aprendido que «Dios es espíritu», le da un culto espiritual, «en espíritu y en verdad» (Jn 4, 24), y ya no adora en figuras al Padre y Creador de todas las cosas.

Así pues, antes del Evangelio que ha tenido lugar con la venida de Cristo, ninguna de las cosas antiguas eran evangelio. Pero el Evangelio que es la Nueva Alianza, nos ha arrancado de la letra aviejada (cf. Rom 7, 6) y ha hecho resplandecer con la luz del conocimiento el Espíritu nuevo que jamás envejece, que es la novedad propia de la Nueva Alianza y que estaba depositada en todas las Escrituras... 50

La antigua alianza sombra de la realidad celeste, que ya está presente en la Iglesia.

Había en los cielos una realidad, y sobre la tierra su sombra y su imitación. Mientras esta sombra existió sobre la tierra, había una Jerusalén terrestre, un altar, un culto visible, pontífices y sacerdotes... Pero cuando, con el advenimiento de nuestro Señor Dios, la Verdad, bajando de los cielos nació de la tierra, y la Justicia contempló los cielos, las sombras y las imitaciones llegaron a su fin. Jerusalén ha sido destruida, el templo ha sido derribado, el altar ha desaparecido: por esto en adelante el lugar en el que hay que adorar ya no es el monte Garizim, ni Jerusalén, sino que los verdaderos adoradores adoran en espíritu y en verdad. Es decir, en cuanto ha aparecido la Verdad, han desaparecido la figura y la sombra. Desde que se hizo presente el templo edificado por el Espíritu Santo y la virtud del Altísimo en el seno de la Virgen, el templo piedra se ha desplomado. La divina Providencia ha hecho que todas las cosas que antes estaban esbozadas sobre la tierra quedaran arruinadas, a fin de que cesando las figuras quedase el camino abierto a la verdad que se buscaba. Pues bien, tú, judío, que vienes a Jerusalén, la ciudad terrestre, y la encuentras arrasada, reducida a cenizas y polvo, no llores sobre ella, sino busca en su lugar la ciudad celeste. Mira a lo alto, y allí encontrarás la Jerusalén celeste que es la madre de todos. Si ves el altar arrasado, no te llenes de pesar; si no encuentras al pontífice, no te desesperes: hay un altar en los cielos y un Pontífice que en él celebra el culto: el Pontífice de los bienes futuros, escogido por Dios según el orden de Melquisedec, Asi pues, es a causa de la bondad y de la misericordia de Dios que os fue arrebatada esta herencia terrestre, a fin de que busquéis la herencia que está en los cielos 51.

Jesús nos abre los ojos para que veamos el sentido de la Escritura.

«Dos ciegos estaban sentados junto al camino, y oyendo que pasaba Jesús clamaban diciendo: Apiádate de nosotros, Señor, Hijo de David» (Mt 20, 29). Podemos decir que los ciegos eran Israel y Judá antes de la venida de Cristo. que se encontraban sentados junto al camino de la ley y de los profetas. Estaban ciegos porque no veían en sus almas antes de la venida de Jesús la palabra verdadera que se hallaba en la ley y los profetas. Pero gritaban «Apiádate de nosotros, Señor, Hijo de David» por sentirse ciegos y no poder ver la intención de las Escrituras, mas con el deseo de contemplar y ver la gloria que hay en ellas. Eran todavía ciegos al no concebir nada grande acerca de Cristo, sino que sólo atendían a su apariencia carnal: llamaban al que fue engendrado «del linaje de David según la carne» (Rm 1, 3), pues no llegaban a comprender más que esto, que era Hijo de David. Toda su elocuencia, aparentemente magnífica por su reverencia, no sabía decir acerca del Salvador sino que era el hijo de David... Por esto le gritan diciendo: «Apiádate de nosotros, Señor, Hijo de David.» Cuando se trata de hacer beneficios, no «pasa» el Salvador, sino que se para, a fin de que estando parado no se cuele ni se escape el beneficio, sino que como de una fuente permanente fluya hacia los beneficiados.

Parándose, pues, Jesús, e impresionado por los gritos y las peticiones de aquellos, los hace venir a sí. Principio del beneficio era llamarlos a sí, pues no los llamaba en vano y para no cumplir nada una vez llamados. Ojalá que cuando nosotros gritemos y le digamos «Apiádate de nosotros, Señor», nos llamara, aunque hubiéramos comenzado diciendo «Hijo de David», y se parase al llamarnos, atendiendo a nuestra petición.

Dice, pues, a aquellos: «¿Qué queréis que haga con vosotros?»; lo cual, según pienso, quería decir: mostrad lo que queréis, declaradlo, para que todos los que salen de Jericó y los que me siguen lo oigan y contemplen lo que va a hacerse Y ellos respondieron: «Señor, que se abran nuestros ojos.» Tal repuesta le gritaron aquellos, que eran ciertamente bien nacidos—pues eran de Israel y de Judá—, pero estaban ciegos por la ignorancia de la que tenían conciencia. Y habiendo oído lo que se decia acerca del Salvador, le dicen que quieren que se abran sus ojos. Y muy en particular dicen esto los que al leer las Escrituras no son insensibles al hecho de que están ciegos en lo que a su sentido se refiere. Estos son los que dicen: «Apiádate de nosotros» y «Queremos que se nos abran nuestros ojos». Ojalá que también nosotros tuviéramos conciencia de la medida en que estamos ciegos y no somos capaces de ver. Sentados junto al camino de las escrituras y oyendo que Jesús pasa, lograríamos hacerle parar con nuestras peticiones y le diríamos que «queremos que se nos abran nuestros ojos». Y si dijésemos esto con la disposición descosa de ver lo que él nos conceda ver, tocando Jesús los ojos de nuestras almas, mostraría nuestro Salvador sus entrañas de misericordia, mostrando ser la fuerza, y la palabra, y la sabiduría, y todo lo que está escrito sobre él. Tocaria nuestros ojos, ciegos antes de su venida, y al tocarlos, se retiraría la tiniebla y la ignorancia, e inmediatamente no sólo recobraríamos la vista, sino que le seguiríamos a él, que nos devolvió la vista, para que no hagamos ya otra cosa que seguirle, para que siguiéndole perpetuamente seamos conducidos por él hasta el mismo Dios y veamos a Dios con los ojos que recobraron la vista por su virtud, juntamente con aquellos que se dicen bienaventurados porque tienen limpio el corazón 52.

Historicidad y sentido espiritual de los evangelios.

Así hay que pensar que sucede con los cuatro evangelistas: ellos utilizaron muchas de las cosas obradas y dichas por Jesús con su poder milagroso y extraordinario, pero tal vez en ciertos momentos han insertado en sus escritos como una expresión sensible de lo que se les había manifestado de una manera puramente intelectual. Yo no les reprocho si, a beneficio de la finalidad mística que perseguían, han cambiado tal vez algo presentándolo de manera distinta de como sucedió históricamente, por ejemplo, si dicen que sucedió en tal lugar lo que sucedió en tal otro, o en tal momento lo que sucedió en otro, o refiriendo con ciertos cambios lo que había sido anunciado de una manera determinada. Su propósito era el de exponer en lo posible la verdad tanto en su aspecto espiritual como también en su aspecto material: pero cuando no se podía hacer ambas cosas a la vez, preferían lo espiritual a lo material, de suerte que muchas veces salvaban la verdad espiritual con una, por así decirlo, falsedad material. Es como si dijéramos, saliendo de nuestro tema, que cuando Jacob dice a Isaac: «Yo soy Esaú tu primogénito» (Gén 27, 19), esto es verdad en sentido espiritual, porque Jacob había obtenido ya la primagenitura que su hermano había perdido, y por medio del vestido y de las pieles de cabrito tomaba el aspecto de Esaú y se había convertido en Esaú excepto en la voz que alaba a Dios, de suerte que Esaú tuviera ocasión de ser bendecido en segundo lugar. En realidad, quizá si Jacob no hubiese sido bendecido en lugar de Esaú, el mismo Esaú no hubiese podido recibir por si mismo la bendición. Pues bien, Jesús tiene múltiples aspectos (epinoiai), y es natural que los evangelistas tomaran diversos de estos aspectos, y escribieran sus evangelios concordando a veces en algunos de ellos. Así, por ejemplo, es decir verdad acerca de nuestro Señor, aunque literalmente sean cosas contrarias, que «es hijo de David» y que «no es hijo de David»: porque es verdad que es hijo de David según dice el Apóstol: «Nacido de la estirpe de David según la carne» (Ro». 1, 3), si consideramos su realidad corporal; pero, por otra parte, esto es falso si entendemos que nació de la estirpe de David con referencia a su divina potencia, pues «fue constituido Hijo de Dios en el poder» (Rm 1, 4). Seguramente por esta razón las profecías santas lo llaman a veces «siervo» y a veces «hijo». Es siervo por su «forma de siervo» (Flp 2, 7) y por su «estirpe de David»; pero es hijo según su poder de primogénito. Y así, responde a la verdad llamarlo hombre y no hombre: hombre en cuanto capaz de morir, no hombre en cuanto es Dios más allá de lo humano... 53.

El Espíritu Santo se manifiesta a los hombres particularmente después de la venida de Cristo.

Observo que la principal venida del Espíritu Santo a los hombres se manifiesta después de la Ascensión de Cristo más particularmente que antes de su venida. En efecto, antes el don del Espíritu Santo se concedía a unos pocos profetas; tal vez cuando alguno llegaba a alcanzar méritos especiales entre el pueblo. Pero después de la venida del Salvador está escrito que se cumplió «aquello que había sido dicho por el profeta Joel» que «vendrán los días últimos y derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán» (cf. Act 2, 17; Jl 3, 1); lo cual efectivamente concuerda con aquello: «Todas las gentes le servirán» (Sal 71, 11). Así pues, por esta donación del Espíritu Santo, lo mismo que por otras muchísimas señales, se hace patente aquello tan extraordinario, a saber, que lo que estaba escrito en los profetas o en la ley de Moisés entonces lo comprendían pocos, es decir los mismos profetas, y apenas alguno del pueblo podía ir más allá del sentido literal y adquirir una comprensión más profunda, penetrando el sentido espiritual de la ley y los profetas. Pero ahora son innumerables las multitudes de los que creen, las cuales, aunque no puedan siempre de manera ordenada y clara explicar la razón del sentido espiritual, sin embargo casi todos están perfectamente convencidos de que ni la circuncisión ha de entenderse en un sentido corporal, ni el descanso del sábado, ni el derramamiento de sangre de los animales, ni las respuestas que Dios daba a Moisés sobre estas cosas; y no hay duda de que esta comprensión se debe a que el Espíritu Santo con su poder inspira a todos 54.

Las distintas etapas en el conocimiento de Dios.

La lámpara es de gran valor para los que están en la oscuridad, y es útil hasta que sale el sol. También es de gran valor, pienso yo, la gloria que está en el rostro de Moisés y de los profetas, y bella es la visión por la que somos llevados a ver la gloria de Cristo. Primero hemos tenido nosotros necesidad de esta gloria: pero ella desaparece al punto delante de una gloria superior. Una ciencia parcial es necesaria: pero será eliminada en cuanto llegue la ciencia perfecta. Porque, en efecto, toda alma que llega a la infancia y va avanzando hacia la perfección tiene necesidad, hasta que llega al tiempo de su madurez, de pedagogos, ayos, procuradores: inicialmente no difiere en todo esto del esclavo, pero luego, cuando es constituida dueña de todo y es liberada de su tutela, recibe los bienes paternos. Es como alcanzar la perla preciosa, cuando uno se ha hecho capaz de recibir la sublimidad de la doctrina de Cristo, habiéndose antes ejercitado en aquellos conocimientos que son luego superados por el conocimiento de Cristo.

La mayoría no comprenden la belleza de las múltiples perlas de la ley de todo conocimiento todavía parcial de la profecía, y piensan que pueden, sin haber penetrado a fondo en todo esto, encontrar la única perla preciosa y contemplar la sublimidad del conocimiento de Cristo, en comparación del cual todo lo que precedió, aunque no era precisamente estiércol, aparece como tal...

Cada cosa tiene su tiempo: hay un tiempo para coger las bellas perlas, y un tiempo para encontrar la Perla única, la preciosa: entonces es cuando hay que ir y vender todo lo que uno tiene, a fin de comprarla. El que quiere alcanzar la sabiduría en las palabras de verdad, ha de instruirse inicialmente en los rudimentos y ha de darles gran importancia, progresando poco a poco, sin que, sin embargo, se quede en ellos, aunque estando reconocido a lo que le ha servido para introducirse en la perfección. Igualmente las cosas de la ley y de los profetas, si se comprenden bien, son rudimentos que llevan a la inteligencia perfecta del Evangelio, y al conocimiento pleno y espiritual de las palabras y las acciones de Cristo 55.

La palabra de Dios, fortaleza en la tribulación.

Si la tribulación se echa sobre nosotros, si nos oprime la angustia del mundo, si nos pesan las necesidades del cuerpo, acudiremos a la grandeza de la sabiduría y de la ciencia de Dios, en la cual todo el mundo puede no encontrarse en apreturas. Iré de nuevo a las inmensas llanuras de las Escrituras divinas, buscaré en ellas la inteligencia espiritual de la palabra de Dios, y ya no me oprimirá angustia alguna. Iré a galope por los amplísimos espacios de la inteligencia mística. Si sufro persecución, y confieso a mi Cristo delante de los hombres, tengo la seguridad de que también él me confesará delante de su Padre que está en los cielos. Si se presenta el hambre, no podrá turbarme, pues tengo el Pan de vida que ha bajado del cielo y reconforta a las almas hambrientas. Este Pan jamás puede faltar, sino que es perfecto y eterno 56.

Relaciones entre la filosofía y la revelación.

Abimelec, por lo que veo, no siempre está en paz con Isaac, sino que a veces riñe con él y a veces quiere hacer las paces. Si os acordáis de lo que anteriormente dijimos, que Abimelec representa a los estudiosos y sabios del siglo que con el estudio de la filosofía llegaron a alcanzar muchas cosas de la verdad, podréis comprender cómo en este pasaje ni puede estar siempre en oposición a Isaac, que representa el Verbo de Dios que se encuentra en la ley, ni puede siempre estar en paz con él (cf. Gén 26, 26). Porque la filosofía ni es en todo contraria a la ley de Dios, ni en todo está de acuerdo con ella. Muchos filósofos han escrito que Dios es uno y que creó todas las cosas. En esto están de acuerdo con la ley de Dios. Algunos incluso que Dios hizo todas las cosas y las gobierna por medio de su Verbo, y que es el Verbo de Dios el que rige todas las cosas. Bajo este aspecto, no sólo están de acuerdo con la ley, sino aun con los evangelios. La filosofía que llaman moral y natural se puede decir que casi en su totalidad admite nuestras doctrinas. Pero está en desacuerdo con nosotros cuando dice que la materia es coeterna con Dios. Igualmente cuando dice que Dios no cuida de las cosas mortales, sino que su providencia queda circunscrita a los espacios de la esfera supralunar. Igualmente cuando dice que las vidas de los que nacen dependen de los cursos de las estrellas. Igualmente cuando dice que este mundo es eterno, y que no ha de tener fin. Y hay aún otros muchos puntos en los que está en desacuerdo, y otros en que está de acuerdo. Por esto se dice que Abimelec, que es figura de esto, a veces está en paz con Isaac, y veces está en desacuerdo con él.

Además, creo que no sin razón el Espíritu Santo, que escribe estas cosas, ha tenido cuidado de añadir que vinieron otros dos con Abimelec, a saber, Ocozat, su yerno, y Picol, el jefe de su ejército (Gén 26, 26). Ocozat significa «el que aguanta», y Picol «boca de todos». Mientras que Abimelec significa «mi padre es rey». Estos tres, en mi opinión, son imagen de toda la filosofía, la cual dividen los filósofos en tres partes, lógica, física y ética, es decir, racional, natural y moral. La racional es aquella que confiesa a Dios como padre de todas las cosas: tal es Abimelec. La natural es aquella que está firmemente aguantando todas las cosas, como que está fundada en las mismas leyes de la naturaleza: ésta es la que representa Ocozat, que significa «el que aguanta». La moral es la que anda en la boca de todos y la que a todos atañe, y la que se encuentra en la boca de todos en cuanto que semejantes son los mandamientos comunes a todos: es la designada por aquel Picol, que significa «boca de todos». Todos éstos, pues, instruidos en estas disciplinas, vienen al encuentro de la ley de Dios y dicen: «Hemos observado y hemos visto que Dios está contigo, y hemos dicho: hagamos una alianza entre nosotros y tú, y establezcamos contigo un pacto por el que no nos has de hacer mal, sino que de la misma manera que nosotros no te hemos maldecido, así seas tú bendecida del Señor» (Gén 26, 27) 57.

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40. C. Cels. Il, 72.
41. Hom. in Gen. XIII, 3-4.
42. Hom in Jer. XVIlI, 6.
43. C. Cels. VII, 20-21.
44. Ibid. Vl, 2.
45. Hom, in Levit. X, 1.
46. Hom. en Exod. V. 1.
47. Hom. in Gen, XII, 5.
48. Ibid. X.
49. Ibid. vIl, 5.
50. Com. in Jo. I, 17ss.
51. Hom. in Jos. XVII, 1.
52. Com. in Mat. XVI, 10.
53. Com. in Jo. X, 18ss.
54. De Princ. Il, 7, 2.
55. Com. in Mat. X, 9-10.
56. Com. in Rom, 7, 11.
57. Hom. in Gen. XIV, 3.