ORÍGENES

 

La creación y la providencia.

Todas las cosas han sido hechas para el hombre y para los seres racionales: porque todas las cosas han sido creadas primariamente para la creatura racional. Celso puede decir que la creación no es más para el hombre que para el león o cualquiera de los seres que menciona. Pero nosotros diremos que el creador no hizo todas las cosas para el león, o el águila o el delfín, sino que todas estas cosas las hizo para la creatura racional y con el fin de que este mundo, como obra de Dios, sea completo y perfecto desde todos los puntos de vista. En este punto hemos de admitir que tiene razón. Pero Dios no tiene cuidado, como piensa Celso, únicamente del todo, sino que por encima de esto cuida en particular de cada uno de los seres racionales. Jamás la providencia abandonará el todo, pues si algo de este todo se corrompe a causa del pecado de la naturaleza racional, cuidará de purificarlo y de hacer que con el tiempo el todo vuelva hacia sí. Dios no se mueve a ira por causa de los monos o de las ratas: en cambio impone justicia y castigo a los hombres porque violan los impulsos de la naturaleza. A éstos los amenaza por medio de los profetas y del Salvador que vino a nosotros para bien de todo el género humano. Con esta amenaza, los que la oyen pueden convertirse, mientras que los que desprecian la invitación a la conversión son castigados según su merecido. Es justo que Dios imponga estos castigos según su voluntad, para bien del todo, a los que necesitan de este tipo de tratamiento doloroso y de corrección 17.

La materia no es increada.

Muchos hombres de consideración pensaron que la materia es increada, y afirmaron que ésta debía su existencia y su naturaleza al azar. Lo que a mí me sorprende es cómo estos mismos hombres pueden atacar a los que niegan simplemente la existencia de un creador o de un orden en el universo... pues, al decir que la materia es increada y coeterna con el Dios increado, adoptan un punto de vista igualmente impío. En efecto. si suponemos que no hubiera existido la materia, entonces Dios, en su manera de ver, no hubiera podido tener actividad alguna, pues no hubiera tenido materia con la cual comenzar a operar. Porque, según ellos, Dios no puede hacer nada de la nada, y al mismo tiempo dicen que la materia existe por azar, y no por designio divino, imaginando que esta materia que se encontró allá porque sí es suficiente explicación de la grandiosa obra de la creación... 18

Origen de la diversidad en los seres creados.

Para que nuestro silencio no se convierta en pábulo de la audacia de los herejes, responderemos según la medida de nuestras fuerzas a las objeciones que suelen ponernos. Hemos dicho ya muchas veces, apoyándolo con las afirmaciones que hemos podido hallar en las Escrituras, que el Dios creador de todas las cosas es bueno, justo y omnipotente. Cuando él en un principio creó todo lo que le plugo crear, a saber, las criaturas racionales, no tuvo otro motivo para crear fuera de sí mismo, es decir, su bondad. Ahora bien, siendo él mismo la única causa de las cosas que habían de ser creadas, y no habiendo en él diversidad alguna, ni mutación, ni imposibilidad, creó a todas las creaturas iguales e idénticas, pues no había en él mismo ninguna causa de variedad o diversidad. Sin embargo, habiendo sido otorgada a las criaturas racionales, como hemos mostrado muchas veces, la facultad del libre arbitrio, fue esta libertad de su voluntad lo que arrastró a cada una (de las creaturas racionales), bien a mejorarse con la imitación de Dios, bien a deteriorarse por negligencia. Éista fue la causa de la diversidad que hay entre las creaturas racionales, la cual proviene, no de la voluntad o intención del creador, sino del uso de la propia libertad. Pero Dios, que había dispuesto dar a sus creaturas según sus méritos, hizo con la diversidad de los seres intelectuales un solo mundo armónico, el cual, como una casa en la que ha de haber no solo «vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro, unos para usos nobles, y otros para los más bajos» (cf. 2 Tim 2, 20), está proveído con los diversos vasos que son las almas. En mi opinión éstas son las razones por las que se da la diversidad en este mundo, pues la divina providencia da a cada uno lo que corresponde según son sus distintos impulsos y las opciones de las almas. Con esta explicación aparece que el creador no es injusto, ya que otorga a cada uno lo que previamente ha merecido; ni nos vemos forzados a pensar que la felicidad o infelicidad de cada uno se debe a un azar de nacimiento o a otra cualquier causa accidental; ni hemos de creer que hay varios creadores o varios orígenes de las almas (como pretenden los gnósticos) 19.

Los distintos grados de los seres.

La consumación final de los santos será en el reino «de lo invisible y lo eterno» (cf. 2 Cor 4, 18). Ahora bien, pienso que... puede suponerse que las creaturas racionales tuvieron un momento inicial semejante a lo que será aquel momento final, y que si su comienzo fue semejante al fin que les espera, en su condición inicial existieron en el reino «de lo invisible y lo eterno». Si esto es así, hay que pensar que no sólo descendieron de una condición superior a otra inferior las almas que merecieron tal tránsito a causa de la diversidad de sus impulsos, sino también otras que aun contra su voluntad fueron trasladadas de aquel mundo superior e invisible a este inferior y visible para beneficio de todo el mundo. Porque, en efecto, «la creatura ha sido sometida a la vanidad contra su voluntad, por causa de aquel que la sometió en esperanza» (Rm 8, 20-21). De esta suerte, el sol, la luna, las estrellas o los ángeles de Dios, pueden cumplir un servicio en el mundo, y este mundo visible ha sido hecho para estas almas que por los muchos defectos de su disposición racional tenían necesidad de estos cuerpos más burdos y sólidos.

La palabra katabolé (que significa a la vez constitución y descenso, y es usada en la Escritura con referencia a la constitución del mundo), parece indicar este «descenso» de las realidades superiores a lo inferior. Es verdad, sin embargo, que toda la creación lleva consigo una esperanza de libertad, para ser liberada de la servidumbre de la corrupción, cuando sean reducidos a unidad los hijos de Dios que cayeron o fueron dispersados, cuando hayan cumplido en este mundo aquellas funciones que sólo conoce Dios, artífice de todo. Y hay que pensar que el mundo ha sido hecho de tal naturaleza y magnitud que puedan ejercitarse en él todas las almas que Dios ha determinado, así como también todas aquellas virtudes que están dispuestas para asistir y servir a aquellas. Pero que todas las creaturas racionales son de la misma naturaleza es algo que puede probarse con muchos argumentos: sólo así puede quedar a salvo la justicia de Dios en todas sus disposiciones, a saber, poniendo en cada una de ellas la causa por la que ha sido colocada en tal determinado orden de vivientes o en tal otro.

Algunos no han sabido comprender esta disposición de Dios por no haberse dado cuenta de que Dios dispuso la variedad que vemos a causa de las opciones libres (de las naturalezas racionales), y que, ya desde el origen del mundo, previendo Dios la disposición de aquellos que habían de merecer venir a tener cuerpo a causa de un defecto en su actitud racional, así como la de aquellos que habían de ser seducidos por el deseo de las cosas visibles, y la de aquellos que, voluntaria o involuntariamente, tenían que prestar un servicio a los que habían caído en tal estado, eran forzados a su condición mundana por aquel que «los sametía en esperanza» (cf. Rom 8, 20). Entonces se busca como explicación la acción del azar, o se dice que todo lo que hay en este mundo sucede por necesidad y que no tenemos libertad alguna. Con esto es imposible dejar de culpar a la providencia... 20

Diferencia entre la «providencia» y la «voluntad» de Dios. VD/PROVIDENCIA/DIFES

Mantenemos con fe firme e inmutable que Dios es incorpóreo, omnipotente e invisible. Pero también que Dios cuida de las cosas humanas, de suerte que nada tiene lugar sin su providencia, lo mismo en los cielos que en la tierra. Pero hemos de hacer notar que hemos dicho «sín su providencia», y no «sin su voluntad». Porque muchas cosas suceden sin su voluntad, pero ninguna sin su providencia. Por su providencia Dios administra, dispone y vigila lo que acontece, mientras que por su voluntad determina que algo acontezca o no... Ahora bien, si profesamos creer que Dios administra y dispone todas las cosas, se sigue que él ha de revelar su voluntad a los hombres, mostrándoles lo que es bueno para ellos. Si no lo hiciera así, habría que decir que se despreocupa de los hombres, y que no tiene cuidado alguno de las cosas mortales 21.

El problema del mal y la providencia de Dios.

Partiendo de las divinas Escrituras, consideremos brevemente lo que se refiere al bien y al mal. ¿De qué forma hay que responder a la objeción de cómo es posible que Dios hiciera el mal y por qué es incapaz de convencer y amonestar a los hombres? Según las divinas Escrituras, los bienes propiamente dichos son las virtudes y las obras que de ellas provienen, y los males propiamente dichos son lo contrario de esto. Bástenos por el momento con las palabras del salmo 33, que muestran esto así: «Los que buscan al Señor no serán privados de bien alguno. Mirad, hijos, oídme: os enseñaré el temor de Dios. ¿Quién es el hombre que ama la vida, que desea ver días buenos? Guarda tu boca del mal, y tus labios de hablar con engaño. Apártate del mal y haz el bien» (vv. 11- 15). Las palabras «apártate del mal y haz el bien» no se refieren a los males corporales, como los llaman algunos, ni a los males externos, sino a los males y bienes del alma. El que se aparta del mal y hace el bien en esto sentido, amando así la vida verdadera, llegará a poseerla.

El que «desea ver dias buenos», iluminados por el «Sol de justicia» (cf. Mal 4, 2) que es el Logos, llegará a alcanzarlos, pues Dios le librará «del malvado tiempo presente» (Gál 1, 4) y de los días malos, de los que dijo Pablo: «Rescatando el tiempo, porque los días son malos» (Ef 5, 16).

En un sentido menos exacto puede encontrarse que las cosas corporales y exteriores en cuanto contribuyen a la vida según la naturaleza se consideran bienes, y sus contrarios, males. Así Job dice a su mujer: «Si hemos recibido los bienes de la mano del Señor, ¿no nos someteremos a los males?» (Job 2, 10). En este sentido se halla en las Escrituras divinas un pasaje que hace decir a Dios: «Yo soy el que hago la paz, y el que creo los males» (Is 45, 7). Y en otro se dice de él: «Bajó el mal de parte del Señor sobre las puertas de Jerusalén, ruido de carros y de jinetes» (Miq 1, 12). Estos pasajes han confundido a muchos lectores de la Escritura, pues no han sabido comprender lo que en ella se significa cuando se habla de bienes y de males.

Nosotros afirmamos que Dios no hizo los males, ni la misma maldad, ni las acciones que de ella proceden. Si Dios hubiese hecho lo que verdaderamente es malo, ¿cómo se podría tener la audacia de anunciar el mensaje del juicio, que nos enseña que los malvados son castigados por sus malas acciones en proporción a su pecado, y que los que han vivido según la virtud y han obrado virtuosamente serán felices y alcanzarán los premios de Dios? Sé muy bien que los que quieren audazmente decir que Dios hizo los males aducirán ciertos pasajes de la Escritura; pero no lograrán con ella hacer un tejido argumental completo, porque la Escritura condena a los que pecan y aprueba a los que obran bien, aunque contiene aquellas afirmaciones, (no) pocas en número, que parecen poner en dificultad a los lectores no educados acerca de las palabras divinas...

Así pues, Dios no ha hecho los males, si uno entiende con esta palabra lo que propiamente se llama tal. Pero de las obras que él tuvo intención primaria de hacer, se han seguido algunos males, pocos en comparación con el orden de todo el conjunto. Así también de las obras que el carpintero hace con intención primaria se siguen las virutas espirales y el serrín; y los albañiles parecen hacer la suciedad esparcida junto a las edificaciones, que son los desperdicios de las piedras y el cemento.

Si uno se refiere a estos llamados males en un sentido menos exacto, los males corporales o externos, hay que conceder que a veces Dios ha hecho alguno de ellos, como medio para la conversión de algunos. ¿Qué dificultad puede haber en esta doctrina? Hablando vulgarmente llamamos males a los dolores que infligen los padres, maestros y educadores a los que se educan, o los que infligen los médicos cortando y quemando con vistas a la curación. De la misma manera si se dice que Dios inflige alguna de estas cosas, para conversión y curación de los que tienen necesidad de tales dolores, no habrá que objetar nada a este modo de hablar. Aunque se diga que «bajó el mal de parte del Señor sobre las puertas de Jerusalén», en forma de dolores infligidos por los enemigos, tales miran a la conversión. O aunque se diga que visita con una vara las iniquidades de los que abandonan la ley de Dios, y con un látigo sus pecados (cf. Sal 88, 31-33) o se diga: «Tienes carbones ardientes: siéntate sobre ellos, y ellos te servirán de ayuda» (Is 47, 14). De la misma manera explicamos las palabras «Yo soy el que hace la paz y el que crea los males»: pues Dios crea los males corporales y externos para purificar y educar a los que no quieren dejarse educar por la razón y por la sana enseñanza...

...La objeción «por qué Dios no puede convencer a los hombres» se presenta también a todos los que creen en la Providencia. Lo que hay que responder es lo siguiente: El persuadir pertenece al género de las que llaman acciones recíprocas, como aquel a quien cortan el cabello es activo en cuanto que se lo deja cortar. Por ello, no basta con la acción del que persuade, sino que se requiere, por así decirlo, sumisión al que persuade, o aceptación de lo que éste dice. Por esto, con respecto a los que no se persuaden, no hay que decir que Dios no puede persuadirlos, sino que ellos no aceptan las palabras persuasivas de Dios...

...Porque para que uno quiera lo que le indica el que le persuade, de manera que prestando oído a éste se haga digno de las promesas de Dios, es necesaria la voluntad del que oye y su aceptación de lo que le dice... 22

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17. C. Cels. IV, 99.
18. De Princ. Il, 1, 4.
19, Ibid. Il, 9, 6.
20. Ibid. III, 5, 4.
21. Hom. in Gn. III, 2.
22. C. Cels. IV, 54-57.