ORÍGENES

 

La Trinidad.

Hay una cosa que turba a muchos que quisieran ser piadosos: con la preocupación de no admitir dos dioses, caen en el otro extremo con doctrinas falsas e impías, pues o bien niegan que el Hijo tenga una individualidad (idiotéta) distinta de la del Padre y confiesan que aquel que, al menos de nombre, llaman Hijo, es Dios, o bien niegan la divinidad del Hijo, estableciendo que su individualidad y su sustancia concreta (ousía katá perigraphén) es distinta de la del Padre. He aquí como se puede dar una solución: hay que decirles que Dios es Dios-en-si, y por esto dice el Salvador en su oración al Padre: «Para que te conozcan a ti, el único Dios verdadero» (Jn 17, 3); fuera del Dios-en-si, todo lo que es divinizado por participación de la divinidad de aquél no debiera llamarse propiamente «el Dios», sino «Dios»: y aquí el «primogénito de toda la creación» (cf. Col 1, 15), que por «estar en Dios» (cf. Jn 1, 1) es el primero en atraer hacia sí la divinidad, es absolutamente superior en dignidad a los otros que son dioses fuera de él—de los cuales Dios es «el Dios» según aquella palabra: «El Dios de los dioses, el Señor, ha hablado y ha convocado a la tierra» (Sal 49, 1)—; él ha sido el ministro de su divinización, sacando de Dios y comunicándoles a ellos generosamente según su bondad su divinización.

Dios, pues, es el Dios verdadero: los que han sido conformados según él, son como reproducciones de un prototipo; pero, por otra parte, la imagen arquetipo de estas múltiples imágenes es el Logos «que está en Dios», el que estaba «en el principio», el cual, por estar «en Dios» permanece siempre «Dios». Porque no sería si no estuviera «en Dios», y no permanecería Dios si no permaneciera en incesante contemplación de la profundidad del Padre... 7.

Trinidad (tendencia subordinacionista).

Nosotros aceptamos la palabra del Salvador: «El Padre que me envió es mayor que yo» (Jn 14, 28), por la cual no acepta la apelación de «bueno» que le es dada (cf. Mc 10, 18) en su sentido propio, verdadero y pleno, sino que la refiere agradecido al Padre, reprochando al que quería glorificar al Hijo más de lo justo. Afirmamos que lo mismo el Salvador que el Espíritu Santo no pueden ponerse en parangón con ninguna de las cosas creadas, sino que las sobrepasan con una trascendencia sobreeminente; pero al mismo tiempo son sobrepasados por el Padre cuanto el Salvador y el Espíritu Santo sobrepasan a los demás seres y aún más. No es necesario que digamos cuánta es la gloria del Hijo que sobrepasa a los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades y todo otro ser que pueda ser nombrado no sólo de este siglo, sino también del futuro, trascendiendo además a los santos ángeles y espíritus y almas de los justos. Sin embargo, siendo superior a tantos y tan grandes seres por su sustancia, su dignidad, su poder, su divinidad—siendo el Logos viviente—, su sabiduría, no puede parangonarse en nada con el Padre. En efecto, él es la imagen de su bondad y esplendor, no ya de Dios, sino de su gloria y de su luz eterna, emanación (atmís), no ya del Padre, sino de su poder, profluvio (aporroia) genuino de su gloria omnipotente, espejo sin mancha de su actividad, por el cual espejo Pablo y Pedro y los que se les asemejan contemplan a Dios, pues dice: «El que me ve a mí, ve al Padre que me envió» (Jn 14, 9) 8.

La generación del Hijo no es como las generaciones naturales.

Es cosa blasfema e inadmisible pensar que la manera como Dios Padre engendra al Hijo y le da el ser es igual a la manera como engendra un hombre o cualquier otro ser viviente. Al contrario, se trata necesariamente de algo muy particular y digno de Dios, con el cual nada absolutamente se puede comparar. No hay pensamiento ni imaginación humana que permita llegar a comprender cómo el Dios inengendrado viene a ser Padre del Hijo unigénito. Porque se trata, en efecto, de una generación desde siempre y eterna, a la manera como el resplandor procede de la luz. El Hijo no queda constituido como tal de una manera extrínseca, por adopción, sino que es verdaderamente Hijo por naturaleza... 9

Hemos de entender que la luz eterna no es otra que el mismo Dios Padre. Ahora bien, nunca se da la luz sin que se dé juntamente con ella el resplandor, ya que es inconcebible una luz que no tenga su propio resplandor. Si esto es así, no se puede decir que hubiera un tiempo en el que no existiera el Hijo; y, sin embargo, no era inengendrado, sino que era como un resplandor de una luz inengendrada, que era su principio fontal en cuanto que de ella procedía. Con todo, no hubo tiempo en el que (el Hijo) no existiera 10.

El Espíritu Santo es increado.

Hasta ahora no he hallado pasaje alguno de las Escrituras que sugiera que el Espíritu Santo sea un ser creado, ni siquiera en el sentido en que, como he explicado, habla Salomón de que la Sabiduría es creada (cf, Prov 8, 2V, o en el sentido en que, como dije, han de entenderse las apelaciones del Hijo como «ávida» o «palabra». Por tanto, concluyo que el Espíritu de Dios que «se movía sobre las aguas» (Gén 1, 2) no es otro que el Espíritu Santo. Ésta parece la interpretación más razonable: pero no hay que mantenerla como fundada directamente en la narración de la Escritura, sino en el entendimiento espiritual de la misma 11.

El Espíritu Santo es persona. ES/PERSONA/ORIGENES

«El Espíritu sopla donde quiere» (Jn 3, 8). Esto significa que el Espiritu es un ser sustancial, no, como algunos pretenden, una simple actividad de Dios sin existencia individual. El Apóstol, después de enumerar los dones del Espíritu, prosigue: «Y todas estas cosas proceden de la acción de un mismo Espíritu, que distribuye a cada individuo según su voluntad» (1 Cor 12, 11). Por tanto, si actúa, quiere y distribuye, es un ser sustancial activo, y no una mera actividad... 12

El Espíritu mismo está en la ley y en el Evangelio: él está eternamente con el Padre y el Hijo, y como el Padre y el Hijo existe siempre, existió y existirá 13.

Después de la Ascensión, el Espíritu Santo es asociado al Padre y al Hijo en honor y dignidad. Pero acerca de él no podemos decir claramente si ha de ser considerado como engendrado o inengendrado, o si es o no Hijo de Dios 14.

Cómo se relaciona el Espíritu con el Padre y el Hijo.

Si es verdad que mediante el Verbo «fueron hechas todas las cosas» (cf. Jn 1, 3), ¿hay que decir que el Espíritu Santo también vino a ser mediante el Verbo? Supongo que si uno se apoya en el texto «mediante él fueron hechas todas las cosas» y afirma que el Espiritu es una realidad derivada, se verá forzado a admitir que el Espíritu Santo vino a ser a través del Verbo, siendo el Verbo anterior al Espíritu. Por el contrario, si uno se niega a admitir que el Espíritu Santo haya venido a ser a través de Cristo, se sigue que habrá de decir que el Espíritu es inengendrado... En cuanto a nosotros, estamos persuadidos de que hay realmente tres personas (hypostaseis), Padre, Hijo y Espiritu Santo; y creemos que sólo el Padre es inengendrado; y proponemos como proposición más verdadera y piadosa que todas las cosas vinieron a existir a través del Verbo, y que de todas ellas el Espíritu Santo es la de dignidad máxima, siendo la primera de todas las cosas que han recibido existencia de Dios a través de Jesucristo. Y tal vez es ésta la razón por la que el Espíritu Santo no recibe la apelación de Hijo de Dios: sólo el Hijo unigénito es hijo por naturaleza y origen, mientras que el Espiritu seguramente depende de él, recibiendo de su persona no sólo el ser' sino la sabiduría, la racionalidad, la justicia y todas las otras propiedades que hemos de suponer que posee al participar en las funciones del Hijo...

Además, supongo que el Espíritu Santo se puede decir que proporciona lo que podríamos llamar la materia de los dones espirituales de Dios a los que reciben el nombre de santos a través de él y por participación de él: esta materia actúa a partir de Dios, siendo administrada por el Verbo y existiendo a causa del Espíritu Santo. Me mueven a hacer esta suposición las palabras de san Pablo acerca de los dones espirituales: «Hay dones diferentes pero uno es el Espiritu; y hay diferentes administraciones, pero uno es el Señor; y hay diferentes acciones, pera uno es Dios que da la actividad a todas las cosas» (1 Cor 12, 4ss) 15.

La actividad de las tres divinas personas.

Puede preguntarse por qué cuando un hombre viene a renacer para la salvación que viene de Dios (en el bautismo) hay necesidad de invocar al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, de suerte que no quedaria asegurada su salvación sin toda la Trinidad. Para contestar esto será necesario, sin duda, definir las particulares operaciones del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En mi opinión, las operaciones del Padre y del Hijo se extienden no sólo a los santos, sino también a los pecadores, y no sólo a los hombres racionales, sino también a los animales y a las cosas inanimadas: es decir, a todo lo que tiene existencia. En cambio, la operación del Espíritu Santo de ninguna manera alcanza a las cosas inanimadas, ni a los animales que no tienen habla; ni siquiera puede discernirse en los que, aunque dotados de razón, se entregan a la maldad y no están orientados hacia las cosas mejores. En suma, la acción del Espiritu Santo está limitada a los que se van orientando hacia las cosas mejores y andan en los caminos de Cristo Jesús, a saber, los que se ocupan de buenas obras y permanecen en Dios 18.

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7. Com. in Jo. II, 16.

8. Ibid. XIII, 151-152. La problemática subordinacionista no se manifestó explicitamente sino en tiempos posteriores a los de Origenes, y, por. tanto, no se puede exigir de éste la precisión de términos y de conceptos que luego se definió. Con todo, no se puede negar que Origenes tiene expresiones subordinacionistas, que algunos interpretan como de un subordinacionismo meramente «económico», es decir, que no implicaria una inferioridad del Hijo con respecto al Padre en su esencia, sino sólo una dependencia de él en la generación. Es indudable la fuerza que hacía a Orígenes el pasaje de Juan que empieza comentando en este lugar, que utiliza en el contexto polémicamente contra los gnósticos que defendían un emanatismo por el que los mismos hombres «pneumáticos» habrían sido consustanciales con el Padre. Origenes va al extremo opuesto afirmando la absoluta transcendencia del Padre, aun por encima del mismo Hijo. En otras ocasiones Orígenes parece estar influenciado por la mentalidad filosófica neoplatónica acerca de la transcendencia del ser supremo, que requiere al Hijo o Logos como intermediario entre él y el mundo.

9. ORÍGENES, De Principiis, I, 2, 4.

10. In Hebr. fr. I, (cf. GCS, V. 33n).

11. De Princ. I, 3, 3.

12. Fragm. in Jo. 37.

13. Com. in Rom. 6, 7.

14. De Princ., Praef. 4.

15. Com. in Jo. Il, 10.

16. De Princ. I, 3, 5.