5.    Valoración moral de algunos comportamientos sexuales concretos

5.1.         Enseñanza  general de la Iglesia

Aunque con más detalle, y acudiendo a textos más particulares, lo veremos al estudiar cada comportamiento, conviene recordar a nivel general los principios que enuncia el Catecismo.

CEC nn: 2351-2359

Las ofensas a la castidad

2351             La lujuria es un deseo o un goce desordenados del placer venéreo. El placer sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de las finalidades de procreación y de unión.

2354             La pornografía consiste en dar a conocer actos sexuales, reales o simulados, fuera de la intimidad de los protagonistas, exhibiéndolos ante terceras personas de manera deliberada. Ofende la castidad porque desnaturaliza la finalidad del acto sexual. Atenta gravemente a la dignidad de quienes se dedican a ella (actores, comerciantes, público), pues cada uno viene a ser para otro objeto de un placer rudimentario y de una ganancia ilícita. Introduce a unos y a otros en la ilusión de un mundo ficticio. Es una falta grave. Las autoridades civiles deben impedir la producción y la distribución de material pornográfico.

 

2355             La prostitución atenta contra la dignidad de la persona que se prostituye, reducida al placer venéreo que se saca de ella. El que paga peca gravemente contra sí mismo: quebranta la castidad a la que lo comprometió su bautismo y mancha su cuerpo, templo del Espíritu Santo (cf 1 Co 6, 15-20). La prostitución constituye una lacra social. Habitualmente afecta a las mujeres, pero también a los hombres, los niños y los adolescentes (en estos dos últimos casos el pecado entraña también un escándalo). Es siempre gravemente pecaminoso dedicarse a la prostitución, pero la miseria, el chantaje, y la presión social pueden atenuar la imputabilidad de la falta.

 

2356             La violación es forzar o agredir con violencia la intimidad sexual de una persona. Atenta contra la justicia y la caridad. a violación lesiona profundamente el derecho de cada uno al respeto, a la libertad, a la integridad física y moral. Produce un daño grave que puede marcar a la víctima para toda la vida. Es siempre un acto intrínsecamente malo. Más grave todavía es la violación cometida por parte de los padres (cf incesto) o de educadores con los niños que les están confiados.

 

Ver también:

·        Pontificio Consejo para la familia: Sexualidad humana: verdad y significado (8/12/1995)

·        Pontificio Consejo para la Educación Católica: Orientaciones educativas sobre el amor humano (1/11/1983)

·        Congregación para la Doctrina de la Fe:  Declaración Persona Humana: acerca de ciertas cuestiones  de ética sexual  (29/12/1975): “Tiene por objeto recordar el juicio de la Iglesia sobre ciertos puntos particulares, vista la urgente necesidad de oponerse a errores graves y a normas de conducta aberrante, ampliamente difundidas”. Se refiere a “las relaciones sexuales prematrimoniales”, “la homosexualidad”, “la masturbación” , “el pecado grave y la opción fundamental”.

·        Congregación para la Doctrina de la Fe: Atención pastoral a las personas homosexuales (1/10/1986)

·        Congregación para la Doctrina de la Fe: Notificación sobre algunos escritos del Revdo. P.   Marciano Vidal (22/2/2001)

.     Pontificio Consejo para la Familia: Vademecum para los confesores sobre algunos temas de moral conyugal (12/02/1997)

.    Congregación para la Doctrina de la Fe: Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la recepción de la comunión eucarística por parte de los fieles divorciados que se han vuelto a casar (14/09/1994)

 

 

5.2.         Gravedad de estos pecados.

“Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el reino de Dios” (1Cor 6,9) Desde los primeros siglos, los pecados consumados contra la castidad fueron considerados graves y alguno, como el adulterio, aparece citado enseguida, junto a la idolatría y el asesinato, entre los pecados de especial gravedad. En general el pecado sexual se describe como “satisfacción desordenada del apetitos sexual”, o bien “abuso de la facultad sexual”, es decir, empleo contrario a su sentido y finalidad[1].

Actualmente “existe una tendencia actual a reducir hasta el extremo, al menos en la existencia concreta de los hombres, la realidad del pecado grave (sexual), si no es que se llega a negarla” (PH,10).

Es evidente que algunos sectores del pensamiento católico, durante bastante tiempo, han exagerado la gravedad de los pecados contra la virtud de la pureza. Este juicio es aún más negativo por cuanto esa atención preferente a los pecados sexuales influyó en el reduccionismo moral que no tomaba en la debida consideración las faltas contra otras virtudes, en concreto, las injusticias cometidas en el campo social y político. El mismo término “pureza” -además de ciertas connotaciones negativas en la valoración de la sexualidad humana- llevó a algunos a considerar que la legitimación moral se alcanzaba, de modo prioritario, en la ausencia de pecados sexuales.

Pero esta constatación no justifica el error contrario: el que pretende eximir de falta grave a ciertos usos indiscriminados de la actividad sexual del hombre. La discusión actual se centra en dos niveles: gravedad de los ciertos pecados sexuales y, si en este tema se da lo que, en lenguaje de escuela, se denomina “parvedad de materia”; o sea, si los pecados contra la virtud de la pureza son graves “ex toto genere suo”.

Aun supuesta cierta ignorancia de la ciencia psicológica y algunos prejuicios culturales sobre el valor de la sexualidad, no cabe pensar que el conjunto de la tradición cristiana se haya desviado del querer de Dios acerca del comportamiento sexual del hombre, hasta el punto de que se llegase a juzgar como intrínsecamente malo lo que hoy algunos pretenden calificar como éticamente bueno y aun beneficioso para el recto desarrollo del hombre. Un mínimo de rigor intelectual ayuda a valorar lo que representa la concepción cultural de la época y lo que pertenece a la naturaleza de las cosas en sí mismas, ajenas a la mera interpretación histórica.

En la desvaloración ética en el campo católico -además de lo que hemos subrayado con el recurso a la “ley del péndulo”- hay que añadir una razón más: aquellas corrientes que pretenden probar que el pecado mortal es algo que difícilmente puede ser cometido por el hombre. Lo cual sólo acontece, dicen, cuando se toma una “opción fundamental” contra Dios o en perjuicio del prójimo.

Pues bien, según estos autores, tal doctrina acerca de la posibilidad de cometer un pecado mortal tiene plena aplicación en el caso de la vida sexual: es muy difícil, aseguran, que en este terreno, el creyente tome una “opción fundamental” contra Dios. Más bien, se debe interpretar que tales acciones  o bien constituyen exigencias del amor o son consecuencias de la fuerte pasión sexual o secuelas de hábitos contraídos.

Este falso planteamiento es el que tiene a la vista la Declaración Persona humana (cfr. PH,10). En primer lugar, la Congregación para la Doctrina de la Fe rechaza aquella consideración de “opción fundamental” que no toma en cuenta el valor de los actos singulares, pues “una opción fundamental puede ser cambiada totalmente por actos particulares”. En efecto, la fidelidad matrimonial, por ejemplo, se rompe por un solo adulterio. Y de ello es testigo el dolor y la decepción que experimenta la parte inocente.

Asimismo, la Declaración advierte que para que se cometa una falta grave tampoco se requiere que el pecador se proponga directamente lesionar el amor de Dios: “Según la doctrina de la Iglesia, el pecado mortal que se opone a Dios no consiste en la sola resistencia formal y directa al precepto de la caridad: se dan también en aquella oposición al amor auténtico que está incluida en toda transgresión deliberada, en materia grave, de cualquiera de las leyes morales”. También la esposa del ejemplo antes aludido lamentará el adulterio del marido, aunque éste en ningún momento haya pretendido directamente herir el amor de su esposa.

Ya en relación a la gravedad del pecado sexual, la Declaración concluye:

“Por lo tanto, el hombre peca mortalmente no sólo cuando su acción procede de menosprecio directo al amor de Dios y del prójimo, sino también cuando consciente y libremente elige un objeto gravemente desordenado, sea cual fuere el motivo de la acción. En ella está incluido, en efecto, según queda dicho, el menosprecio del mandamiento divino; el hombre se aparta de Dios y pierde la caridad. Ahora bien, según la tradición cristiana y la doctrina de la Iglesia, y como también lo reconoce la recta razón, el orden moral de la sexualidad comporta para la vida humana valores tan elevados, que toda violación directa de este orden es objetivamente grave” (PH,10).

Ahora bien, como también ha reconocido la teología moral de los buenos Manuales, en ninguna materia como en ésta -así lo testifican los estudios de psicología- es preciso distinguir cuidadosamente entre el orden objetivo y el plano subjetivo: los múltiples factores psicológicos, afectivos, pasionales, etc. pueden disminuir la voluntariedad de ciertas acciones. Así lo expresa la Declaración:

“Es verdad que en las faltas de orden sexual, vista su condición especial y sus causas, sucede más fácilmente que no se dé un consentimiento plenamente libre; esto invita a proceder con cautela en todo juicio sobre el grado de responsabilidad subjetiva de las mismas. Es el caso de recordar en particular aquellas palabras de la Sagrada Escritura: “El hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón” (1 Sam 16,7)” (PH,10). 

“Sin embargo, recomendar esa prudencia en el juicio sobre la gravedad subjetiva de un acto pecaminoso particular no significa en modo alguno sostener que en materia sexual no se cometen pecados mortales”.

Este mismo juicio moral se recoge en el Catecismo de la Iglesia Católica:

CatIglCat, 2396 “La lujuria es un deseo o un goce desordenados de placer venéreo. El placer sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de las finalidades de procreación y de unión”.

: "Entre los pecados gravemente contrarios a la castidad se deben citar la masturbación, la fornicación, las actividades pornográficas y las prácticas homosexuales".

En consecuencia, a la vista de esa doctrina, será preciso concluir con dos anotaciones:

1.      Aceptada la existencia de pecado mortal sexual, éste no constituye la falta moral más grave. La tradición teológica ha distinguido siempre una gradación en la gravedad del pecado. Un acto es más grave cuando el hombre peca contra una virtud más elevada o, si tal pecado supone una especial maldad en su corazón. Así es más grave una blasfemia u otra falta contra el honor divino o el amor al prójimo, porque en ambos casos supone la lesión de la virtud de la fe y de la caridad. Y es grave más aún, si a esas faltas acompaña el deseo deliberado de hacer tal mal. Asimismo, sería más grave un pecado mortal de soberbia, porque peca lo más elevado del hombre, cual es el espíritu, si se le compara con un pecado contra la pureza, en el que se ve comprometido lo más débil del hombre, que es la pasión de la carne. A este respecto, será preciso la formación moral de la conciencia de los fieles. La falta sexual tiene, ciertamente, una significación muy singular: “Cualquier pecado que comete un hombre, fuera de su cuerpo queda, pero quien fornica, peca contra su propio cuerpo” (1 Cor 6,18). No es, pues, sólo una falta moral, sino que razones íntimas hace que el pecado sexual “manche” especialmente al que lo comete. Con todo no es el pecado más grave, por ello requiere una conveniente educación con el fin de evitar el riesgo de reducir la existencia moral a la guarda de la virtud de la pureza.

2.      Pero el pecado sexual -sin ser el más grave- conlleva, a modo de “efecto secundario”, una especial dificultad para la vida cristiana, pues, cuando se comete con frecuencia y se le busca ansiosamente, obstaculiza el sentido religioso y oscurece la fe. Si el espíritu del hombre requiere unas condiciones “ambientales” para su desarrollo, al menos, con la misma exigencia, el espíritu sobrenatural demanda un estilo de vida para que pueda mantenerse, crecer y desarrollarse. En consecuencia, por la propia naturaleza de la vida religiosa, se deduce que una persona sensualizada y sexualizada pierde sensibilidad para los valores sobrenaturales. De aquí el riesgo para la fe de lo que se ha denominado “la sociedad de consumo”. Una cultura o una sociedad o un grupo social que viva en el ámbito materialista al que conduce la sociedad consumista, no puede creer. En tales circunstancias será preciso hablar no de crisis de fe, sino de crisis de las condiciones que hacen posible la fe[2].

 

De aquí la solicitud que merece la educación sexual. Ello facilita no sólo adquirir el dominio de la sexualidad, sino dispone al individuo a vivir de modo adecuado para alcanzar la experiencia cristiana. En este sentido, la castidad no es una virtud negativa, sino eminentemente positiva, pues ayuda al hombre a vivir como hombre o como mujer y, cuando se vive, “comunica una especie de instinto espiritual” para captar las cosas de Dios según la sexta Bienaventuranza: “los limpios de corazón verán a Dios” (Mt 5,8). San Pablo contrapone las “obras de la carne”, entre las que enumera “la fornicación, la impureza y la lascivia”, y “los frutos del espíritu” a los que pertenece, entre otros, la fe. Ahora bien, las obras del espíritu y las de la carne “se oponen unas a otras” (Gál 5,16-24).

 

5.3.         Algunos principios pastorales

Consideración del respeto a la dignidad que toda persona tiene.

Afirmación de una verdad objetiva sobre la verdad ética de la sexualidad. Los actos serán éticos si se adecuan a esta verdad, de lo contrario no serán éticos.

La intención puede ser buena, pero el acto total no será bueno, si va contra la verdad ética objetiva del acto.

Recordar que siempre debe llevarse a cabo la verdad con caridad (Ef. 4,15), pero que el primer servicio de la caridad es dar a conocer la verdad, porque sólo la “verdad os hará libres”(Juan 8, 32).

La Ley de la gradualidad que siempre es necesaria para acompañar hacia el recto obrar, y la gradualidad de la ley que afirma que la ley no se aplica a todos por igual. La ley de la gradualidad significa que a veces hay que ir ayudando poco a poco a descubrir todos los aspectos de la enseñanza de Dios, por la situación de desconocimiento de esa persona.

Así:

Ciertamente, continúa siendo válido el principio, también referido a la castidad conyugal, según el cual es preferible dejar a los penitentes en buena fe si se encuentran en el error debido a una ignorancia subjetivamente invencible, cuando se prevea que el penitente, aun después de haberlo orientado a vivir en el ámbito de la vida de fe, no modificaría su conducta, pasando a pecar formalmente; sin embargo, aun en esos casos, el confesor debe animar a estos penitentes a acoger en su vida el plan de Dios, también en las exigencias conyugales, por medio de la oración, la llamada y la exhortación a la formación de la conciencia y la enseñanza de la Iglesia.[3]

La gradualidad de la ley lleva a afirmar que la ley no se puede aplicar a todas las personas en su total verdad, sino según las circunstancias.

Es necesario, sobre todo, evitar la «gradualidad» en la ley de Dios, según las diversas situaciones en las que los esposos se encuentren. La norma moral nos da a conocer el proyecto de Dios sobre el matrimonio, el bien entero del amor conyugal; querer reducir ese proyecto es una falta de respeto a la dignidad del hombre. La ley de Dios expresa las exigencias de la verdad de una persona humana.

Se nos puede preguntar, en efecto, si la confusión entre la «gradualidad de la ley» y la «ley de la gradualidad» tiene también su explicación en una escasa estima y valoración de la ley de Dios. Se la considera no adecuada para cada hombre, para cada situación, y, por eso, se la quiere reemplazar por otra ordenación distinta de la divina[4].

5.4.         Relaciones prematrimoniales

En general

2353             La fornicación es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio. Es gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la sexualidad humana, naturalmente ordenada al bien de los esposos así como a la generación y educación de los hijos. Además, es un escándalo grave cuando se da corrupción de menores.

 

Ciertamente esta definición de la fornicación es susceptible de recibir diversos adjetivos, según las circunstancias en las que se encuentran las personas. Una cosa es la prostitución, otra las relaciones sexuales en las que ambos solo buscan el placer que le produce el otro, otro caso es el de los novios comprometidos, y una última situación es la de los que cohabitan sin formalizar su unión de ninguna forma. Hay una gradación del sentido de utilización del otro, de amor verdadero, de proyecto de vida, de donación. Sin embargo, en todo los casos, falta lo que constituye la bondad ética de la relación sexual: el significado del acto sexual como expresión de un amor total y definitivo, la dimensión social (el otro y el hijo) y el carácter vinculante de esa relación. No se puede vivir como si se fuese lo que todavía no se ha decidido y comprometido en que sea.

Por eso advierte PH: “Se van difundiendo, cada vez más, entre los adolescentes y jóvenes ciertas manifestaciones de tipo sexual que de suyo disponen a la relación completa, aunque sin llegar a ella. Estas manifestaciones genitales son un desorden moral porque se dan fuera de un contexto matrimonial.

Las relaciones íntimas deben llevarse a cabo sólo dentro del matrimonio, porque únicamente en él se verifica la conexión inseparable, querida por Dios, entre el significado unitivo y el procreativo de tales relaciones, dirigidas a mantener, confirmar y manifestar una definitiva comunión de vida -"una sola carne"-  mediante la realización de un amor "humano", "total", "fiel y exclusivo" y "fecundo", cual el amor conyugal. Por esto las relaciones sexuales fuera del contexto matrimonial, constituyen un desorden grave, porque son expresiones de una realidad que no existe todavía; son un lenguaje que no encuentra correspondencia objetiva en la vida de las dos personas, aun no constituidas en comunidad definitiva con el necesario reconocimiento y garantía de la sociedad civil y, para los cónyuges católicos, también religiosa[5].

“Como enseña la experiencia, para que la unión sexual responda verdaderamente a las exigencias de su propia finalidad y de la dignidad humana, el amor tiene que tener su salvaguardia en la estabilidad del matrimonio. Estas exigencias reclaman un contrato conyugal sancionado y garantizado por la sociedad; contrato que instaura un estado de vida de capital importancia tanto para la unión exclusiva del hombre y de la mujer como para el bien de su familia y de la comunidad humana. A la verdad, las relaciones sexuales prematrimoniales excluyen las más de las veces la prole; y lo que se presenta como un amor conyugal no podrá desplegarse, como debería indefectiblemente, en un amor paternal y maternal; o, si eventualmente se despliega, lo hará con detrimento de los hijos, que se verán privados de la convivencia estable en la que puedan desarrollarse, como conviene, y encontrar el camino y los medios necesarios para integrarse en la sociedad”

5.5.         Las uniones de hecho[6]

El fenómeno de la existencia de uniones de parejas que rechazan o simplemente ignoran la institucionalización de su unión es un fenómeno que se ha desarrollado más recientemente. Sin embargo conviene señalar, que la expresión unión de hecho o unión extramarital en realidad no abarca una única modalidad con caracteres comunes, sino una pluralidad de manifestaciones con rasgos distintos. Junto al concubinato que tiende a ser estable, normalmente no destinado a concluir en matrimonio y que suele ser resultado de una seria deliberación, existe toda una gama de situaciones con las características del concubinato a tiempo parcial: jóvenes que cohabitan antes de casarse; parejas que se plantean una relación transitoria y sin vistas al matrimonio; uniones fecundas y otras deliberadamente estériles; unas diseñadas como maternidades solitarias voluntariamente programadas, etc. Esto, sin olvidar que, junto a las de carácter heterosexual, existen las establecidas entre homosexuales, en las cuales también se dan situaciones distintas.

El fundamento de la falta de eticidad de estas situaciones  hay que buscarlo no sólo en una mala vivencia de la sexualidad en sí misma considerada, sino en la vertiente social que tiene el ejercicio de la sexualidad. No en vano la sociedad ha vinculado el matrimonio a una serie de reglas que lo regulan. En efecto la sexualidad no debe considerarse sólo como una forma de realización personal en el encuentro con el otro, sino como factor profundo de socialización. Por una parte establece una relación estable entre personas por el compromiso mutuo que adquieren, y esto les da derechos y deberes que deben ser reconocidos por la sociedad, para que puedan ser reclamados. Su correcto ejercicio fomenta la paz social y el crecimiento del bien común. Por otra parte el ejercicio de la conyugalidad permite la llegada al mundo de nuevos ciudadanos que deben ser tratados como personas, y esto crea unos derechos y deberes de los padres con respecto a las nuevas vidas. Tienen derechos para poder ejercer su estado de padres y deberes para ejercerlo adecuadamente. No es ajeno al correcto ejercicio de este deber-derecho la estabilidad matrimonial.

Hacer público el amor y su aceptación  por los demás es una condición que garantiza su autenticidad antropológica. La reciprocidad del hombre y la mujer que desemboca en el amor, se institucionaliza no para perder su sentido, sino para asegurar su plena expansión y duración[7]. Y esto ante los hombres y ante Dios. La celebración matrimonial no es un rito externo y ajeno al amor conyugal, sino que forma parte de su correcto cumplimiento.

El fundamento de  la regulación del matrimonio es la defensa de esta institución pero en cuanto defensa de los integrantes de ella respecto de unos con otros y respecto a la sociedad.

La regulación jurídica de las parejas de hecho, no supondría mucha dificultad si se entendiese desde los derechos personales de asociación, con un tipo específico de asociación. Esto abriría esta realidad a muchas parejas de hecho que no tienen su origen la relación sexual, y que sin embargo conviven “de hecho”. Sin embargo no esta la situación en la que se va buscando la regulación de estas situaciones.

Se puede reconocer que el tipo de convivencia que se pretende regular tiene algunas características:

. origen sexual, con frecuencia homosexual.

. buscando una equiparación a los derechos de la familia

. la equiparación alcanza al deseo de que se reconozca los derechos de adopción.

.con una fundamentación de derechos de la persona, lo cual pretenda exima de las responsabilidades que lleva aparejada la institución matrimonial. También en el caso de la adopción se plantea más como el derecho a adoptar que como el derecho a ser adoptado.

Me parece que todo este fenómeno es difícil de aclarar si no se reconoce la fuerte presencia de la reclamación de equiparación de derechos entre las parejas homosexuales y el matrimonio. La exigencia de un reconocimiento de igualdad entre ambas situaciones. Me parece claro que en el caso de parejas heterosexuales, las leyes matrimoniales no suponen un plus respecto a lo que sería la regulación de su situación. En efecto, ellas mismas tienen que definir si quieren ser sólo de hecho, o tener un reconocimiento social. En este segundo caso, y tal como están las leyes matrimoniales actuales, pienso que no tendrían muchas dificultades para pasar a ser matrimonio en el orden jurídico. Quedarían sólo las que realmente rechazan todo reconocimiento social, y por tanto no exigen, ni quieren su “legalización”. En cambio las leyes matrimoniales, al menos hasta ahora, siempre han reconocido como exigencia básica la heterosexualidad de los cónyuges, y esto cierra el paso a la matrimonialización de las parejas de homosexuales. Pienso que ellos buscan este reconocimiento pretendiendo la equiparación de su situación al matrimonio.

En el caso de las parejas heterosexuales que buscan las uniones de hecho como convivencia sin más pretensión jurídica y con rechazo del reconocimiento matrimonial, hay que acudir a algunos aspectos de la cultura actual para entender la dificultad que tienen de acudir al matrimonio. La primera es la crisis de todo lo que es institucional, visto como represión del ejercicio de la más plena autonomía y libertad personal. No se conoce, porque no se entiende o no se ha explicado es aspecto social del ejercicio conyugal de la sexualidad. En esta situación se ve innecesario acudir a una formalización exterior que nada dice respecto a las propias elecciones. Ciertamente hay aquí una comprensión muy personal y privada de este amor conyugal.

Además hay una dificultad importante para compatibilizar libertad y compromiso. Con frecuencia se ven como opuestos, y acaba primando la libertad en el sentido del mantenimiento de la posibilidad de nueva elección en el tiempo, frente al compromiso para siempre. El concepto que este planteamiento del amor supone es más bien de satisfacción personal que de donación, aunque sea de dos satisfacciones convivientes.

La dificultad para este planteamiento de la vida en pareja es que al no llevar a plenitud su donación, no se lleva a plenitud el amor, y por tanto tampoco la satisfacción del amor pleno ni la fuerza para la vida que produce este amor. Los Obispos españoles reconocen:

La extensión actual de las denominadas “parejas de hecho” muestra, como su mismo nombre indica, una profunda inseguridad ante el futuro, una desconfianza en la posibilidad de un amor sin condiciones. Tal amor impide la esperanza y por ello incapacita para construir con fortaleza. El modo como se establecen estas relaciones, a espaldas del reconocimiento social, indica un afán de privacidad que incapacita para acoger a la persona en su totalidad, rechazando aspectos fundamentales de la misma, implicados en su condición de sujeto social.[8]

 

 

5.6.         Autoerotismo.

2352             Por la masturbación se ha de entender la excitación voluntaria de los órganos genitales a fin de obtener un placer venéreo. "Tanto el Magisterio de la Iglesia, de acuerdo con una tradición constante, como el sentido moral de los fieles, han afirmado sin ninguna duda que la masturbación es un acto intrínseca y gravemente desordenado". "El uso deliberado de la facultad sexual fuera de las relaciones conyugales normales contradice a su finalidad, sea cual fuere el motivo que lo determine". Así, el goce sexual es buscado aquí al margen de "la relación sexual requerida por el orden moral; aquella relación que realiza el sentido íntegro de la mutua entrega y de la procreación humana en el contexto de un amor verdadero" (CDF, decl. "Persona humana" 9).

       Para emitir un juicio justo sobre la responsabilidad moral de los sujetos y para orientar la acción pastoral, ha de tenerse en cuenta la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros factores síquicos o sociales que pueden atenuar o tal vez reducir al mínimo la culpabilidad moral.

“Es objetivo de una auténtica educación sexual favorecer un progreso continuo en el control de los impulsos, para abrirse a su tiempo a un amor verdadero y oblativo. Un problema particularmente complejo y delicado que puede presentarse, es el de la masturbación y sus repercusiones en el crecimiento integral de la persona. La masturbación, según la doctrina católica, es un grave desorden moral, principalmente porque es usar la facultad sexual de una manera que contradice esencialmente su finalidad, por no estar al servicio del amor y de la vida según el designio de Dios .

   Aun teniendo en cuenta la gravedad objetiva de la masturbación se requiere gran cautela para evaluar la responsabilidad subjetiva de la persona”[9].

   “Las encuestas sociológicas pueden indicar la frecuencia de este desorden según los lugares, la población o las circunstancias que tomen en consideración. Pero entonces se constatan hechos. Y los hechos no constituyen un criterio que permita juzgar del valor moral de los actos humanos. La frecuencia del fenómeno en cuestión ha de ponerse indudablemente en relación con la debilidad innata del hombre a consecuencia del pecado original; pero también con la pérdida del sentido de Dios, con la depravación de las costumbres engendrada por la comercialización del vicio, con la licencia desenfrenada de tantos espectáculos y publicaciones; así como también con el olvido del pudor, custodio de la castidad.

   La psicología moderna ofrece diversos datos válidos y útiles en tema de masturbación para formular un juicio equitativo sobre la responsabilidad moral y para orientar la acción pastoral. Ayuda a ver cómo la inmadurez de la adolescencia, que a veces puede prolongarse más allá de esa edad, el desequilibrio síquico o el hábito contraído pueden influir sobre la conducta, atenuando el carácter deliberado del acto, y hacer que no haya siempre falta subjetivamente grave. Sin embargo, no se puede presumir como regla general la ausencia de responsabilidad grave. Eso sería desconocer la capacidad moral de las personas”[10].

   100. Para ayudar al adolescente a sentirse acogido en una comunión de caridad liberado de su cerrazón en sí mismo, el educador "debe despojar de todo dramatismo el hecho de la masturbación y no disminuir el aprecio y benevolencia al sujeto"; debe ayudarlo a integrarse socialmente, a abrirse e interesarse por los demás, para poder liberarse de esta forma de autoerotismo orientándose hacia el amor oblativo, propio de una afectividad madura; al mismo tiempo lo animará a recurrir a los medios recomendados por la ascesis cristiana, como la oración y los sacramentos, y a ocuparse en obras de justicia y caridad”[11].

5.7.         Homosexualidad.

2357             La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece ampliamente inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19,1-29; Rm 1,24-27; 1 Co 6,10; 1 Tm 1,10), la Tradición ha declarado siempre que "los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados" (CDF, decl. "Persona humana" 8). Son contrarios a la ley natural.

Cierran el acto sexual al don de la vida.

No proceden de una complementariedad afectiva y sexual verdadera.

No pueden recibir aprobación en ningún caso.

2358             Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente radicadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor, las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.

2359             Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante las virtudes de dominio, educadoras de la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.

 

“ Indudablemente esas personas homosexuales deben ser acogidas, en la acción pastoral, con comprensión y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades personales y su inadaptación social.

También su culpabilidad debe ser juzgada con prudencia.

Pero no se puede emplear ningún método pastoral que reconozca una justificación moral a estos actos por considerarlos conformes a la condición de esas personas. Según el orden moral objetivo, las relaciones homosexuales son actos privados de su regla esencial e indispensable.

En la Sagrada Escritura están condenados como graves depravaciones e incluso presentados como la triste consecuencia de una repulsa de Dios. Este juicio de la Escritura no permite concluir que todos los que padecen de esta anomalía son del todo responsables, personalmente, de sus manifestaciones; pero atestigua que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados y que no pueden recibir aprobación en ningún caso”[12].

En la Carta a los Obispos sobre la “Atención pastoral a las personas homosexuales” (SCDF, 1.10.1986) da un enfoque que es importante tener en cuenta:

“Optar por una actividad sexual con una persona del mismo sexo equivale a anular el rico simbolismo y el significado, para no hablar de los fines, del designio del Creador en relación con la realidad sexual.

La actividad homosexual no expresa una unión complementaria, capaz de transmitir la vida, y por lo tanto contradice la vocación a una existencia vivida en esa forma de auto-donación que, según el Evangelio, es la esencia misma de la vida cristiana.

Esto no significa que las personas homosexuales no sea a menudo generosas y no se donen a sí mismas, pero cuando se empeñan en una actividad homosexual refuerzan dentro de ellas una inclinación sexual desordenada, en sí misma caracterizada por la auto-complacencia.

Como sucede en cualquier otro desorden moral, la actividad homosexual impide la propia realización y felicidad porque es contraria a la sabiduría creadora de Dios. La Iglesia cuando rechaza las doctrinas de la homosexualidad, no limita sino que más bien defiende la libertad y la dignidad de la persona, entendidas de modo realista y auténtico.” (n.7)

“La Iglesia es consciente de que la opinión según la cual la actividad homosexual sería equivalente, o por lo menos igualmente aceptable, a la expresión sexual del amor conyugal, tiene una incidencia directa sobre la concepción que la sociedad tiene acerca de la naturaleza y de los derechos de la familia, poniéndolos seriamente en peligro” (n.9)

“La justa reacción a las injusticias cometidas contra las personas homosexuales de ningún modo puede llevar a la afirmación de que la condición homosexual no sea desordenada (n.10).”

El desorden viene no ya de la intención que puedan tener sino de la valoración objetiva de la sexualidad. La comprensión de la sexualidad humana desde el sentido unitivo y procreativo, motiva un juicio moral negativo sobre los actos homosexuales: no pueden realizar esta doble valencia de la sexualidad: la generación de una vida nueva, y la expresión de un amor recíproco. Lo primero es obvio, lo segundo puede ser más difícil de aceptar. Sin embargo, como hemos visto la expresión del amor que se da mediante la sexualidad va inseparablemente unida a la apertura a la vida. Los dos sexos están constituidos de tal manera que se completan mutuamente y por ello buscan la unión permanente. La complementariedad sostiene el compromiso de estabilidad. Todo indica que la estabilidad de la pareja homosexual es muy problemática, más que la heterosexual, y esto no depende solamente de condicionamientos sociales. La falta de complementariedad y de apertura a la procreación no es un dato irrelevante. La complementariedad es raíz de la unión amorosa, y la procreación, fuente de vinculación[13]

“¿Qué debe hacer entonces una persona homosexual que busca seguir al Señor? Sustancialmente, estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, uniendo al sacrificio de la cruz del Señor todo sufrimiento y dificultad que puedan experimentar a causa de su condición. Para el creyente la cruz es un sacrificio fructuoso, puesto que de esa muerte provienen la vida y la redención. ...

Así como la Cruz es el centro de la manifestación de amor redentor de Dios por nosotros en Jesús, así la conformidad de la auto-renuncia de los hombres y de las mujeres homosexuales con el sacrificio del Señor constituirá para ellos una fuente de auto-donación qe los salvará de una forma de vida que amenaza continuamente con destruirlos.

Las personas homosexuales, como los demás cristianos están llamadas a vivir la castidad. “ (n.12)

5.8.         Desviaciones sexuales

Se entiende por desviación sexual la tendencia habitual a buscar una satisfacción sexual anormal.

La anomalía puede residir bien en que se fija el comportamiento erótico en un objeto inadecuado (zoofilia, fetichismo), bien porque se deforma el acto sexual reemplazándolo por otros equivalentes eróticos (voyerismo, exhibi­cionismo, sadomasoquismo). Suponen una alteración cualitativa de la persona, cuya sexualidad pierde su verdadero significado humano de relación y comunión afectiva. En las desviaciones sexuales se intenta conseguir la satisfacción sexual genital a través de unas circunstancias que suponen un fallo en el desarrollo de la sexualidad. Sin embargo, resulta difícil precisar los límites entre normalidad, desviación y perversión. Su raíz está normalmente en el defectuoso desarrollo e integración de los impulsos sexuales. Moralmente, la culpabilidad resulta difícil de determinar, porque en mayor o menor medida conlleva una disminución de la libertad. Son muchos los que defienden que deben considerarse como enfer­medades.

5.8.1.                  Bestialidad

Consiste en servirse de los animales para obtener la excitación y el placer sexual. Es en sí misma antihumana; representa uno de los actos más antinaturales y contrarios a la dignidad de la persona.

El Antiguo Testamento la considera como una infamia grave (Lv 18,23) y, en cuanto tal, es rigurosamente prohibida y castigada con la pena de muerte (Ex 22,19; Lv 20,15). En su valoración moral no haría falta detenerse mucho. Resul­ta evidente que esta práctica hace imposible la realización del significado personal de la sexualidad humana.

5.8.2.                  Fetichismo

Como sucede con la bestialidad, esta desviación es más importante por su signi­ficación que por su frecuencia. El fetichismo implica el uso de prendas de vestir, objetos o partes del cuerpo como medio para obtener el placer y la satisfacción sexual. En el feticihismo, la persona desaparece o pasa a un segundo plano; el objeto (fetiche), en cambio, resulta indispensable para llegar al placer sexual.

 

5.8.3.                  Exhibicionismo y voyerismo

El placer de mirar y de exhibirse ha sido considerado en la moral desde la pers­pectiva del pudor y de la pudicicia. Pero las desviaciones que implican el voyeris­mo y el exhibicionismo tienen un significado propio.

En cuanto desviación sexual, el exhibicionismo consiste en la necesidad de exhibir públicamente los órganos genitales o las zonas eróticas del cuerpo, con indiferencia ante las posibles consecuencias del acto. Puede tener un carácter patológico o perverso.

Opuesta al exhibicionismo, el voyerismo es una desviación que consiste tam­bién en una sexualización de la visión. Se busca la excitación sexual a través de la visión de personas desnudas contempladas en el acto de desvestirse o en el acto sexual. Constituye una desviación cuando sustituye al acto sexual normal. Es un síntoma de graves perturbaciones anímicas.

 

5.8.4.                  Sadismo y masoquismo

En cuanto desvia­ción sexual, es la inclinación a la satisfacción erótica infligiendo a los demás dolor (físico o psicológico). Es considerado, a veces, como una exaltación pato­lógica de la voluntad de dominio y de agresividad. se observan en la edad infantil. Puede tener su origen en la no superación del complejo de Edipo.

El masoquismo es el reverso. La satisfacción sexual se busca en el dolor su­frido. El mismo individuo se inflige, a veces, el dolor, o bien se busca padecerlo a través de otro. El masoquismo se expresa en la sumisión completa y absoluta al otro, del cual se acepta cualquier insulto, afrenta o tormento.

Sadismo y masoquismo se asocian con frecuencia. Son desviaciones comple­mentarias que a veces se describen como una desviación bipolar: el sadoma­soquismo. La excitación sexual producida por el dolor infligido o sufrido puede realizarse a través de formas muy diversas, desde las más larvadas a las más crueles y brutales.

5.8.5.                  El fenómeno de la transexualidad

Los tran­sexuales pertenecen a uno de los dos sexos, pero tienen un fuerte deseo psicológi­co de pertenecer al sexo opuesto. En esto se distingue del homosexualismo, en el que no se quiere cambiar de sexo, sino mantener relaciones con personas del mismo sexo. El trasvestismo tampoco supone querer cambiar de sexo sino tan sólo desear vestirse con prendas del otro sexo com condición necesaria para sentir la excitación sexual.

Aunque se podría matizar podemos decir en general que existe, pues, en ellos una oposición radical entre su sexo morfológico (fenotipo) y su sexo psicológico. En realidad, la transexuali­dad constituye para los sujetos una verdadera estructura psicosexual no elegida y que, normalmente, viven como una carga sumamente pesada y en un estado de tensión permanente. Se instaura en los primeros años (1 o 2). Hay diversas teorías acerca de su origen psico-social o neuro-hormonal. Esto es importante respecto a las soluciones que se pueden poner. Todos están de acuerdo sin embargo en que normalmente es irreversible

Este fenómeno ha sido objeto de estudios serios que se han preguntado por su origen y causas, por las razones de este desajuste entre biología y psicología.

Pero ¿sería posible y aconsejable moralmente llegar a la intervención quirúrgica para cambiar el sexo? Se trata de una cuestión compleja por la diversidad de situaciones personales. En general se puede decir que las experiencias que se han hecho no han superado la conflictividad anterior ni tampoco restaura la armonía con el nuevo sexo, sino que puede agravar la sensación de frustración.

No se puede olvidar que, en realidad, el cambio de sexo no es tal; es, más bien, un pseudo-cambio. Se trata solamente de un cambio exterior. La cirugía no cambia el verdadero sexo biológico. Ni la nueva mujer puede concebir, ni el nue­vo varón puede engendrar hijos. Todo se reduce a una operación de apariencia para asemejarse al sexo opuesto. Por esto mismo, no es raro que la operación no resuelva los problemas.

 

5.9.         Posturas críticas de algunos teólogos con respecto a la enseñanza de la Iglesia.

5.9.1.                  Antecedentes: Tensión libertad <-> verdad, teólogo <->magisterio

No es novedoso, más bien normal la existencia de tensiones libertad/verdad, teólogo/Magisterio. No son necesariamente posiciones inconciliables, sino el resultado de modos diferentes de acercarse a una misma verdad compleja y rica a la vez.

Las tensiones de los años 50, como ha reconocido el mismo Magisterio, revelaron su fecundidad y se convirtieron en estímulo para el Concilio Vaticano II. Admitirlas  no significa descuido o indiferencia, sino más bien -con expresión de Donum vitae, n. 6- la “paciencia de la maduración”, requerida para que la semilla germine y produzca nuevos frutos. Las nuevas ideas deben adecuarse  gradualmente al patrimonio doctrinal de la Iglesia, para abrirlo después a las riquezas insospechables que contenía dentro de sí. La prudencia del Magisterio sabe como así se alcanzan comprensiones más profundas de la Verdad para el mayor bien de los fieles. Es la actitud de Juan Pablo II, cuando en la Veritatis Splendor, se abstiene de «imponer a los fieles ningún sistema teológico particular» (n. 29).Llegará la hora de la poda y del discernimiento, pero nunca antes de que surja y se abra lo que está germinando. (La Decl. Dominus Iesus, n. 3 describe este proceso aplicado al diálogo interreligioso).

Junto a la tensión, puede surgir por desgracia la oposición que va en detrimento del patrimonio de la Iglesia y puede cristalizar en tesis ambiguas o claramente erróneas, cuando el teólogo expone errores que le apartan de la verdad. La vigilancia de los Pastores pertenece a la función que el Señor les confió de mantener intacto el «depósito de la fe» para el bien de toda la Iglesia (Cf. Donum veritatis,  n. 14).

En ocasiones esta oposición no aparece directamente manifestada, sino en las soluciones que se proponen. Se atribuye un papel insuficiente a la Tradición y al Magisterio moral de la Iglesia, que se filtran a través de las frecuentes «opciones» y «preferencias» del cada autor, etc. Incluso con frecuencia se informa de la doctrina eclesial sobre un tema, pero se distancia de ella a la hora de proponer soluciones concretas a los problemas que se plantean.

La actitud de oposición es nociva para todos: para el teólogo, el cual, negadas algunas verdades, se expone a caer en otros errores que podrían llevarlo a cerrarse a la Verdad; para el Pueblo de Dios, que tiene derecho inalienable a  la verdad cristiana y, por último, para los Pastores, por verse privados de una sana teología, para cumplir todavía mejor la misión confiada por el Señor. El Magisterio, al vigilar el depósito de la fe no desea destruir, sino enderezar para edificar.

Esta vigilancia se extiende a la comunidad teológica de la que forma parte el P. Marciano Vidal. Lo que se dice ahora constituye, para los demás miembros de esa comunidad, la ocasión de examinar sus contribuciones a la luz de lo que el Magisterio reconoce, en este caso particular, como perteneciente o no al «depósito» confiado a la Iglesia.

5.9.2.                  La Notificación de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre algunos escritos del Revdo. P. Marciano Vidal

Elegimos este texto porque indudablemente Marciano Vidal puede considerarse el moralista más representativo de estos últimos años con un planteamiento original que ha desarrollado en numerosas publicaciones.  Lo más conveniente es leer directamente la Notificación. En ella se describe el iter que se ha seguido, los sucesivos requerimientos y la actitud favorable del autor a aceptar las rectificaciones que se proponían, y la fundamentación de los puntos que se consideran incompatibles con la enseñanza católica así como su enumeración. Aquí haremos un breve resumen.

5.9.2.1.                        Algunas indicaciones sobre la Notificación

La presente Notificación contiene preciosas indicaciones, algunas de las cuales son de gran importancia:

1ª. El cristocentrismo de la teología moral católica. Reconociendo el valor de la recta ratio para conocer al hombre, Cristo es siempre el punto de referencia indispensable para adquirir un conocimiento íntegro de la persona humana, que será después el fundamento de un obrar moral integral, en el  que no hay dicotomía alguna entre lo que depende del humanum y lo que  procede de la fe.

La Veritatis Splendor ha sido explícita en este punto. El joven  se acerca a Cristo para recibir una respuesta acerca de sí mismo y de lo que debe hacer para adecuarse a su propia identidad y encontrar el verdadero bien, el bien que consiste en realizarse según el designio de Dios (cfr. Mt 19, 16-21) (Cf. V.Sp. n.2 y  R.H., n. 10).

2ª. Derivada de la anterior: la dignidad intangible de la sexualidad humana. En el contexto actual, el contorno de su auténtico significado puede fácilmente difuminarse. Esto puede conducir  a la tentación de, ante la <lectio difficilior>, dar la <responsio facilior>, pero a costa de la verdad. El Magisterio ha demostrado siempre que no cabe aceptar ninguna transacción en este ámbito y  que la vocación cristiana, en sus diversos estados de vida, encuentra su condición de posibilidad en una sexualidad humana integral.

Con las premisas anteriores se entiende por qué la Iglesia considera siempre objetivamente grave la masturbación y las relaciones  de tipo homosexual (Cf., CEC  2352. 2357-2359. 2396). En la misma óptica la Iglesia  invita a los matrimonios cristianos a la paternidad responsable en el respeto a la inseparable unión entre los significados unitivo y procreativo del acto conyugal (Cf. HV, nn. 11-14; FC n. 32; CEC, 2370 y 2399).

Las mismas razones se encuentran sobre la fecundación artificial homóloga. Se trata de los actos propios de los esposos como único lugar digno de la procreación humana, y, de la necesidad de evitar cualquier forma de manipulación del embrión humano (Donum vitae, n. II, B, 5).

Respecto al aborto no es suficiente afirmar la inmoralidad global del aborto y después atenuar ese principio al aplicarlo a casos concretos particularmente complejos.

Ateniéndose al principio de la integridad de la sexualidad humana y al del respeto de la vida, conectado con el primero, la Iglesia no oprime al hombre, más bien, lo valoriza; lo hace sobre la base de la idea que Jesucristo y la Tradición apostólica han tenido del hombre, a pesar del contexto cultural de su tiempo. 

La Notificación comenta estos hechos como algo importante para la vida de la Iglesia, para la persona inmediatamente interpelada, y también para el entero Cuerpo eclesial, del cual el teólogo en cuestión es y continúa siendo miembro. Puede entenderse estas indicaciones como un “destruir”, pero también ‘construir’, ‘edificar’ (cfr. 2 Co 10, 8; 13, 10). A primera vista, el verbo ‘destruir’ puede parecer el más adecuado, pero a largo plazo y a la luz del amor invencible del Señor, el ‘construir’ prevalecerá y suscitará la inalterable alegría de haber perseverado en la verdad hasta el final (cfr. 2 Jn 2). En esto consiste la esperanza de la Iglesia: «sabemos que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios, los que según su designio son llamados» (Rm 8, 28).

5.9.3.                  Cuestiones Particulares

5.9.3.1.                        Aborto

En general es ilícito. Puede ser lícito en determinadas circunstancias, cuando haya un bien premoral, etc.).

Afirma que los métodos interceptivos (actúan despues de la fecundación y antes de la anidación) generalmente son medios lícitos para controlar la natalidad: “en situaciones de notable gravedad, cuando es imposible el recurso a otros médicos. Aplica el mismo criterio a la esterilización “ya que lo que se intenta es realizar de una manera responsable un valor humano. La Notificación considera valoraciones contrarias a la enseñanza de la Iglesia (Enc. Evangelium vitae,  nº 58; Para esterilización: Humanae vitae, n. 14; CEC, n. 2399).

Da una valoración moral negativa del aborto en términos generales, pero su posición acerca del aborto terapéutico es ambigua al sostener la posibilidad de ciertas intervenciones médicas en algunos casos más difíciles, no se entiende claramente si se está refiriendo a lo que tradicionalmente se llamaba «aborto indirecto», o si en cambio admite también la licitud de intervenciones no comprendidas en la categoría tradicional mencionada. No menos ambigua es su posición sobre el aborto eugenésico. Por lo que se refiere a las leyes abortistas, el autor explica correctamente que el aborto no se puede considerar como contenido de un derecho individual, pero a continuación añade que «no toda liberalización jurídica del aborto es contraria frontalmente a la ética».Parece que se refiere a las leyes que permiten una cierta despenalización del aborto. Pero, dado que existen diversos modos de despenalizar el aborto -algunos de los cuales equivalen, en la práctica, a su legalización, mientras que ninguno de los demás es, en todo caso, aceptable según la doctrina católica (Enc. Evang.Vitae, nn.71-74; Decl. De aboroto procurato, nn.19-23) y que el contexto no es suficientemente claro, al lector no le es posible entender qué tipo de leyes despenalizadoras del aborto se consideran “no contrarias frontalmente a la ética”.

5.9.3.2.                        Homosexualidad

Para M. Vidal en la doctrina de la Iglesia  hay fallos que pueden advertirse “en todo el edificio histórico  de la ética  sexual cristiana”. La doctrina de la Iglesia en cuanto a la homosexualidad tiene cierta coherencia, pero no goza de suficiente fundamento bíblico, adolece de importantes condicionamientos y ambigüedades.

En la valoración moral de la sexualidad, dice M. Vidal, “se debe adoptar un actitud de provisionalidad”, “ha de formularse en clave de búsqueda y apertura”. El juicio moral cristiano coherente sobre el homosexual irreversible “no pasa necesariamente por la única salida de una moral rígida: cambio a la heterosexualidad o abstinencia total”.

Estas valoraciones no son acordes al Magisterio de la Iglesia, con independencia de la imputabilidad subjetiva que esas relaciones puedan tener en cada caso. Aspecto que aquí no se contempla.

5.9.3.3.                        Masturbación

Mantiene que no se ha probado “la gravedad  <ex toto genere suo> de la masturbación”.

Ciertas condiciones personales son en realidad elementos objetivos de ese comportamiento, por lo «que no es correcto hacer “abstracción objetiva” de los condicionamientos personales y formar una valoración universalmente válida desde el punto de vista objetivo». «No todo acto de masturbación es “materia objetivamente grave”». Sería incorrecto el juicio de la doctrina moral católica de que los actos autoeróticos son objetivamente acciones intrínsecamente malas (Cf. Decl Persona humana, n. 9; CEC, n. 2352).

5.9.3.4.                        Procreación responsable (métodos anticonceptivos y Magisterio):

Considera el autor que ninguno de los métodos actuales para regular los nacimientos reune una bondad absoluta. «Es incoherente y arriesgado inclinar la valoración moral por un método determinado».

Aunque el Magisterio de la Iglesia tiene el cometido de orientar positiva y negativamente el empleo de las soluciones concretas, en casos de conflicto «seguirá siendo válido el principio básico de la inviolabilidad de la conciencia moral».

Pero incluso fuera de los casos conflictivos, «la utilización moral de los métodos estrictamente anticonceptivos ha de ser objeto de responsable discernimiento de los cónyuges».

Entre los diversos criterios ofrecidos por el autor para guiar ese discernimiento, no se encuentra el valor objetivo y vinculante de la norma moral contenida en la «Humanae vitae» (Cf. Enc.Humanae vitae, nn. 11-14) y en los demás documentos del Magisterio pontificio anteriores (Cf Las fuentes citadas en Humanae vitae, n. 14) y posteriores a ella (Cf. Familiaris consortio, n.32; CEC. Nn. 2370 y 2399).

5.9.3.5.                        Fecundación in vitro homóloga:

El autor se separa de la doctrina eclesial (Instr. Donum vitae, n. II, B, 5). «Por lo que respecta a la fecundación completamente intraconyugal (“caso simple”), creemos que no puede ser descartada...». Si se neutraliza todo lo posible la probabilidad de riesgos para el nascituro, si existe una razonable proporción entre los fracasos y el éxito fundadamente esperado, y se respeta la condición humana del embrión, «la fecundación artificial homóloga no puede ser declarada en principio como inmoral».

5.9.3.6.                        Fecundación in vitro heteróloga e inseminación artificial:

«Moral de Actitudes» contiene juicios ambiguos. Es el caso, por ejemplo, de la inseminación artificial por parte de personas casadas con semen de un donador, o bien el de la fecundación in vitro heteróloga y el aborto».


 


[1] Cfr. E. Albuquerque Frutos, Moral de la Vida y de la Sexualidad, 2 ed. , p. 239

    [2] Sobre el tema escribí más ampliamente en Hecho religioso y hecho cristiano, o.c., 215-220.

[3] Pontificio Consejo para la Familia, Vademécum para los Confesores sobre algunos temas de moral conyugal, n. 8

[4] Discurso del Papa a los participantes en el Congreso organizado por el Centro de Estudios e Investigación sobre la regulación natural de la fertilidad (5-VI-1987).

[5] Orientaciones educativas sobre el amor humano  1/11/1983 : Algunos problemas particulares., n. 94

[6] Se puede ver: D. García Hervás: Las mal llamadas uniones de hecho

[7] Albuquerque… p. 265

[8] CEE, La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad,  n. 63

[9] Orientaciones educativas sobre el amor humano  1/11/1983 : Algunos problemas particulares., n. 97-99

[10] Persona humana, n. 9

[11] Orientaciones educativas sobre el amor humano  1/11/1983 : Algunos problemas particulares., n. 100

[12] Persona humana, n. 18

[13] Cfr.-Albuquerque…, p. 284