27 de Octubre
Santos Vicente, Sabina y Cristeta
Archidiócesis de Madrid
Vicente, Sabina y Cristeta son hermanos. Han nacido y viven en Talavera
(Toledo). Los tres disfrutan de su juventud —Cristeta, casi niña- y, como en
tantos hogares después del fallecimiento de los padres, hace cabeza Vicente que
es el mayor.
Manda en el Imperio la tetrarquía hecha por Diocleciano con el fin de poner
término a la decadencia que se viene arrastrando a lo largo del siglo III por
las innumerables causas internas y por las rebeliones y amenazas cada vez más
apremiantes en las fronteras. Diocleciano, augusto, reside en Nicomedia y ocupa
la cumbre de la jerarquía; su césar Galerio reside en Sirmio y se ocupa de
Oriente; Maximiano es el otro augusto que se establece en Milán, con su césar
Constancio, en Tréveris, gobiernan Occidente.
El presidente en España es Daciano hombre cruel, bárbaro y perverso, que odia
sin límites el nombre cristiano y que va dejando un riego de mártires en
Barcelona y en Zaragoza. Llega a Toledo y sus colaboradores buscan en Talavera
seguidores de Cristo.
Allí es conocido como tal Vicente, que se desvive por la ayuda al prójimo y es
ejemplo de alegría, nobleza y rectitud.
Llevado a la presencia del Presidente, se repite el esquema clásico, en parte
verídico y en parte parenético de las actas de los mártires. Halagos por parte
del poderoso juez pagano con promesas fáciles, y, por parte del cristiano,
profesiones de fe en el Dios que es Trinidad, en Jesucristo-Señor y en la vida
eterna prometida. Amenazas de la autoridad que se muestra dispuesta a hacer
cumplir de modo implacable las leyes y exposición tan larga como firme de las
disposiciones a perder todo antes de la renuncia a la fe nutriente de su vida
que hace el cristiano. De ahí se pasa al martirio descrito con tonos en parte
dramáticos y en parte triunfales, con el añadido de algún hecho sobrenatural con
el que se manifiesta la complacencia divina ante la fidelidad libre del fiel.
Bueno, pues el caso es que a Vicente lo condenan a muerte por su pertinacia en
perseverar en la fe cristiana. Lo meten en la cárcel y, en espera de que se
cumpla la sentencia, es visitado por sus dos hermanas que, entre llantos y
confirmándole en su decisión de ser fiel a Jesucristo, le sugieren la
posibilidad de una fuga con el fin de que, sin padres que les tutelen, siga él
siendo su apoyo y valedor. La escapada se realiza, pero los soldados romanos los
encuentran en la cercana Ávila donde son los tres martirizados, en el año 304.
El amor a Dios no supone una dejación, olvido o deserción de los nobles
compromisos humanos. Vicente, aceptando los planes divinos hasta el martirio,
hizo cuanto legítimamente estuvo de su parte para sacar adelante su compromiso
familiar.