20 de Agosto

SIERVA DE DIOS
TERESA MARÍA ORTEGA PARDO
Virgen dominica contemplativa

Puente Caldelas (Pontevedra, España), 25-diciembre-1917
+ Olmedo (Valladolid), 14-octubre-1954

 

'Cuando se mira a Dios cara a cara un día y otro día, una hora y otra hora sin cansarse, sin dejar de mirarle, sin perderle de vista, los ojos quedan llenos de él. La luz se mete por la vida y todo el ser se convierte en una transparencia de Dios.

Gástate muchas horas..., gástate la vida entera en mirarle, gástate los ojos hasta romperlos, y cuando el mundo te vea, sabrá quién es el Dios de los cristianos, el Dios de la vida, el Dios del amor.»

Estas expresiones de madre Teresa Maria reflejan la grandeza de un alma enamorada de Dios.

Quisiera acertar a trazar, ¡cosa muy difícil!, el perfil espiritual de la misma. Es para mí una suave obligación, ya que mi encuentro con madre Teresa a lo largo de su vida lo ha hecho un deber ineludible.


DE GALICIA A ZARAGOZA Y A TODA ESPAÑA

Teresa nace en Puente-Caldelas (Pontevedra), donde su padre, José Maria Ortega Ijazo era jefe de servicios de telégrafos. Allí se había casado con Manuela Pardo. El matrimonio tuvo tres hijos: Teresa, Encarnación y Gregorio. Ella nació en la noche del 25 de diciembre de 1917: era una noche de paz y de alegría, noche de Navidad. En 1926 su padre es destinado a Teruel, de donde era originario y vivía su familia; y donde en 1927 muere su esposa. Teresita acusó intensamente el impacto que este suceso causó en su alma; toda la vida se resintió del mismo. Desde entonces se preocupó de los huérfanos una hermana soltera del padre, la «tía Encarna».

El ambiente familiar era profundamente religioso y económicamente de un buen pasar. Los primeros estudios los hizo con su profesor en casa y luego en el colegio de las Terciarias Franciscanas hasta 1935, en que comienza el bachillerato en el colegio de la Institución Teresiana.

En los años de su adolescencia (14 ó 15 años) sintió un tanto la llamada del mundo. Era muy agraciada, simpática, alegre, hábil para todo (estudio, música, labores...). Pero el clima familiar, y sus trabajos iniciales en la Acción Católica, salvaron la situación sin problemas. Una gran influencia ejercieron en ella durante estos años: Dolores Alber, célebre propagandistas de las mujeres de Acción Católica de Teruel, y don Manuel Hinojosa, santo sacerdote, mártir en 1937, que la dirigió espiritualmente y cuyo venerado recuerdo ella guardó siempre.

La guerra del 36 encuentra a la familia en Teruel; y la toma de la ciudad por los comunistas a primeros de 1938 tuvo como consecuencia la prisión de todos los que la formaban. Primero fueron llevados a Segorbe y después a Valencia, siendo libertada pronto Teresa, que fue acogida por una familia turolense en Valencia, como sirvienta.

Al terminar la guerra sigue sus estudios de bachillerato en Valencia (1940-1941) en las Teresianas, para comenzar en la Universidad (noviembre de 1941) los cursos de Filosofía y Letras. Como la familia se traslada a Zaragoza en 1943, allí continúa sus estudios universitarios. Examen final en septiembre de 1945. Licenciatura en 13 de mayo de 1946.

A lo largo de sus años de estudio Teresa ejerce cada vez más una influencia grande entre sus amistades, compañeros de estudios y hasta profesores. Y trabaja más y más en la entonces floreciente Acción Católica. En 1946 es nombrada vocal de propaganda de la juventud femenina de Zaragoza: organiza la escuela de formación con cursos vibrantes que ella misma dirige, planifica la diócesis para los efectos de la propaganda, y se lanza (y lanza a sus propagandistas) por todas partes.

Hasta 1955 Teresa será un apóstol de acción incansable y llameante. No sólo en la diócesis de Zaragoza, sino por otras muchas partes de España, adonde iba siendo conocida y llamada: Palencia, Peñafiel, Aranda, Burgo de Osma, Ávila, Alcoy, Onteniente, Algemesí, Carcagente, Ciudad Rodrigo, etc. Trazar el itinerario de sus correrías apostólicas es muy difícil y quizá nunca podrá hacerse completo.


TERESA, EN OLMEDO

En 1947 hizo unos ejercicios espirituales en Teruel, dirigidos por el autor de estas líneas. Esto fue ocasión de viajar después varias veces a Ávila para consultar conmigo, para asistir a las semanas teresiano-sanjuanistas que allí todos los veranos se celebraban, y para propagandas de Acción Católica. También para que en 1951 Teresa se trasladase a Olmedo (entonces de la diócesis de Ávila), a fin de formar allí un grupo de jóvenes que vitalizasen el ambiente cristiano de la citada villa. Aquí permanece un año largo (el pretexto, de momento, fue dar clases como licenciada en el colegio que allí había). Vive pobrísimamente en casa de unos pastores: José González y Sagrario de la Rosa, e irradia fe y amor en muchas chicas (y en otras personas) tanto de Olmedo como de los pueblos en torno.

Su estancia en Olmedo fue ocasión para que Teresa conociese y se relacionase con el monasterio dominicano de Madre de Dios, necesitado de personal, de renovación, de ayudas de todo género. De acuerdo con el obispo de Ávila, el arzobispo de Zaragoza y las monjas, consigue que se trasladen a Olmedo tres religiosas del convento de dominicas de Daroca. Una de éstas fue la madre Teresita Iriarte (fi 14 de octubre), enviada en 1953 como priora, monja santa, con espíritu extraordinario de abnegación y sacrificio, cuyo proceso de beatificación está ya finalizado por la diócesis de Zaragoza. Al mismo tiempo Teresa orientaba hacia Madre de Dios de Olmedo a algunas de las jóvenes que ella cultivaba en su escuela de formación y que sentían atracción por la vida contemplativa. Pero el plan parecía venirse al suelo al morir santamente el 14 de octubre de 1954 madre Teresita.

Entretanto Teresa también deseaba la vida del claustro. Su vocación, hasta entonces de »canto rodado de Dios, se transformaba en vocación contemplativa. Era la llamada misteriosa de Dios lo que ella sentía; y quiso responder con generosidad a la misma. Teresa entraba el 8 de diciembre de 1955 en el monasterio jerónimo de Santa Paula de Sevilla para mejor oscurecer su vida en la obediencia. Toma el hábito el 8 de junio de 1956; y profesa el 9 de junio de 1957. La madre Cristina de la Cruz de Arteaga (-' 13 de julio) estaba por entonces al frente de la comunidad jerónima.


DOMINICA, EN EL MONASTERIO DE «MADRE DE DIOS•

Pero en Olmedo aquellas novicias que ella había enviado (y otras que siguieron después), quedaban sin las monjas de Daroca (al morir madre Teresita, las otras dos se volvieron a su convento) y en situación precaria y difícil. Las llamadas a Sevilla se multiplicaban. Ella aconsejaba como podía desde allí; hasta que pareció claro ser voluntad de Dios el traslado de Teresa a Olmedo para salvar aquella comunidad tan necesitada. Con los permisos pertinentes, Teresa tomaba el hábito dominicano en Olmedo el 22 de octubre de 1957. Una nueva etapa, una nueva aventura.

La situación era muy difícil. Sor Teresa María no era oficialmente nadie. Y la formación, observancia, orden, espíritu..., de aquella casa no podían mejorar. Pero una oportuna visita canónica, con su correspondiente cambio de cargos, saneó el ambiente. Sor Teresa, «más con su postura y ejemplo que con sus palabras», fue ejerciendo una influencia benéfica y elevando la espiritualidad del monasterio. Los sufrimientos, sin embargo, que ello llevó consigo pueden figurarse.

Un nuevo cambio de escenario tenía lugar en 1959. Recién comenzadas las Federaciones de monasterios dominicanos, se pedía al de Olmedo un refuerzo para ayudar al de Belmonte (Cuenca). Sor Teresa María, todavía profesa simple, fue enviada al frente de otras cuatro para ello. Derrochando amor, se fue haciendo con el cariño de sus nuevas hermanas. Es más, consiguió el traslado de la comunidad a Olmedo, haciendo de las dos una; le pareció más sencillo y eficaz para la reforma que de otra manera. Pero pueden calcularse las dificultades, las resistencias, los trámites, los permisos..., que todo ello llevó consigo. El 20 de agosto de 1960 llegaban a Olmedo las monjas de Belmonte. Y el 15 de septiembre siguiente hacía Teresa su profesión solemne.

El 23 de diciembre de ese año 1960 era elegida priora. Ya lo sería hasta morir. Ahora podía dar toda su medida en la elevación de su comunidad, y en su fuerza de irradiación fuera de la misma. La tarea fue ardua; había que fundir en la mitad tres grupos de monjas que, aunque mujeres consagradas sinceramente todas, no dejaban de ser mujeres: el grupo anterior de Olmedo, el de Belmonte, y el de las nuevas que habían seguido aumentando al olor de la presencia de Teresa. Fue un esfuerzo gigante. Todo se fue renovando: se implantó la liturgia solemne (todo cantado, maitines a medianoche); se hicieron obras de mejora del viejo edificio; se hizo nuevo coro y arreglo de la iglesia; se instaló el trabajo bien organizado.


FUNDACIÓN DE NUEVOS MONASTERIOS

Pronto se sintió la necesidad de fundar nuevos monasterios. La afluencia de vocaciones lo exigía. A la llamada de los padres dominicos de Puerto Rico (1961) respondió Olmedo enviando un grupo de tres religiosas al que siguieron otros envíos. En 1966 era erigido canónicamente el monasterio de Bayamón. Pero hubo que hacer otros traslados y puede decirse que no quedó definitivamente asentado hasta después de muerta la madre; ella lo sostuvo con sus cartas de fuego y su aliento poderoso.

En 1971 surgió la posibilidad de una fundación en Angola. Fue la última gran ilusión de madre Teresa. Prepara con atención especialísima el grupo fundacional, atiende hasta los últimos detalles, y ve partir, ya enfermísima, a sus monjas, en la mañana del 6 de marzo de 1972, hacia aquella África negra, hacia Benguela, su postrer misionero amor eclesial.


POR LA CRUZ, AL ENCUENTRO CON DIOS

Enfermísima..., porque no hemos dicho que desde niña lo estuvo. Cada vez más delicada, cada vez peor. Y aquel débil organismo tuvo que sufrir y resistir una serie de operaciones fuertes, agotadoras: 1950 en Zaragoza; 1952 en Ávila, en malas condiciones sanitarias, pero urgentemente; en 1963 y en 1966 en

Zaragoza; en 1968, 1969 y 1971 en Pamplona; y en 1972 en Navarra otra vez, para en ella morir. Páncreas, hígado, vesícula, riñón..., todo se fue deteriorando. Y, sin embargo, esta mujer era una fuente de energía: hablaba, escribía, atendía a todos, oraba, no perdía en lo posible una misa, y nunca una comunión. La mayoría de los que la trataban de fuera no podían sospechar que estaba deshecha, con picores insoportables, que sólo a fuerza de amor y de generosidad se sostenía y actuaba. Los últimos tiempos hubo de pasar en cama largas temporadas, acribillada de inyecciones, sueros, etc. Pero desde allí dirigiendo, formando, escribiendo..., como si no le pasara nada. Y levantándose, eso sí, a la celebración de la Eucaristía y de parte del oficio a veces.

En vida nos dejó varios libros: Historia de un sí»; Lo que dijo Dios al volver; «Sí a nuestros compromisos»; «Sí, Dios». Y centenares de cartas, de notas, de escritos ocasionales, de cintas grabadas... Con fragmentos de este material inmenso se ha publicado después de su muerte un bello libro de pensamientos: »Trigo de su era», »Asomadas de luz», «Sedienta de Eucaristía», «Orando entre llamas» y «Su amor a la Iglesia» (Edibesa ha editado dos libros de M. Teresa María: Sedienta de Eucaristía (2.a ed., 1999), y Orando entre llamas (1994).

Las oraciones de madre Teresa María tienen mucha y altísima doctrina, que no en vano estaba magníficamente preparada, cultivaba siempre doctrinalmente su fe, y era la mujer más inteligente que yo he conocido en mi larga vida. Pero no son oraciones doctrinales, sino, como antes decía, pasionales, psicológicas, poéticas... Por psicología y por gracia de Dios, ella era así, y así tenía que hablar con su Dios, con su todo... Páginas que recuerdan a otras parecidas de Catalina de Siena, de Ángela de Foligno, de Teresa de Jesús...

Murió el 20 de agosto de 1972 en la clínica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra, donde había sido operada ya otras veces a costa de la caridad de sus familiares, y adonde era la admiración de médicos, monjas y enfermeras. El relato emocionante de aquellos últimos días llenaría muchas páginas. En la operación no se pudo ya hacer nada. Fueron días de mucho dolor y mucho amor. De santo abandono:

«Lo que queráis, lo que queráis...» «¡Oh! mi voluntad, ya no la tengo, creo haber pasado a otra región distinta, la de la voluntad de Dios. Es vivir en un plano distinto, donde todo se ve de otra manera, a otra luz, con otra fuerza... Antes era yo la que jugaba con mi voluntad, tratando de buscar siempre la de Dios. Ahora es otra cosa... Empiezo a vivir en la suya, como perdida y abandonada... No sé ni puedo explicar más...»

«¿Tú crees que ya están limpios estos ojos para ver a Dios?», preguntaba en alguna ocasión. «Sí, Dios... Sí, Dios...», repetía otras. La última palabra que se le oyó murmurar varias veces, como un susurro, poco antes de morir, fue: Contentísima, contentísima... Era la rúbrica a todo su vivir entregado al Amor.


«¡MI NATURALEZA ES FUEGO!»

Madre Teresa fue una personalidad de cualidades extraordinarias. Esto es algo indiscutible para todos aquellos que la conocieron y trataron. Muy inteligente, de una agilidad mental facilísima; por eso en el diálogo y la discusión era dueña en seguida del campo. Su voluntad de acero le venía de casta de reciedumbre aragonesa. Pero sensibilísima y delicada en el fondo. Hábil para todo: bordaba primorosamente en oro, componía música, poetisa, etc.

Pronto su vida se imantó hacia Dios. Y su entrega fue total y para siempre. Con una absolutez que admiraba y..., asustaba a veces a algunos. Su psicología y su generosidad no podían hacer de otra manera. Los que la tratamos de cerca, y conocemos por sus escritos y su biografía de Santa Catalina de Siena (-29 de abril), instintivamente las comparábamos en cuanto al espíritu, en cuanto al estilo. Madre Teresa podía haber dicho también: «¡Mi naturaleza es fuego!». Por eso a muchas almas arrastró entusiasmadas por su camino de cumbres, a otras les tuvo que parecer excesivo. Y hay que reconocer que en cuanto al ideal cristiano en sí mismo no puede haber concesiones. ¿Hay algo más radical que el Evangelio? En cuanto a la metodología para llevar a encarnarlo concretamente, existencialmente, es cuestión de pedagogía, de discreción, de prudencia sobrenatural. Cada alma es un alma, hay diversidad de vocaciones, de momentos espirituales, de gracias divinas. A madre Teresa le encantaba la «furia» de San Juan de la Cruz (-14 de diciembre).

Su vida espiritual podemos reducirla a estos grandes temas claves.


DIOS, LO PRIMERO

Naturalmente, lo primero Dios. ¡Con qué fuerza le llama, se abisma en su hoguera infinita, se pierde en su mar de fuego...! Y necesariamente, como es lógico, el aspecto Trinitario del Misterio. La Trinidad de Personas es la cúpula de la revelación de Dios a los hombres, el centro íntimo de su Misterio, secreto de las Tres Llamaradas Personales de la Llama divina... Por citar algunas frases suyas, ahí van las siguientes:

Dios... Dios... Dios... Sí, sí; te conozco... Eres el mismo. Dios... Dios..., me impresiona tu igualdad, tu calma, tu silencio... Eres el mismo. No cambias en nada. Eres el enamorado, el incansable amador.

He llegado a tu silencio y me he encontrado con los mismos ojos de siempre, penetrantes y fuertes..., que rompen la vida y la dejan rota a tus pies.

Dios... Dios..., qué denso es tu silencio, qué fuerte, qué misterioso... Está todo muy callado porque estás callado tú..., y tu silencio corta el aire. Nadie se atreve a hacer ruido. Hasta el aire parece que se ha paralizado...»

«No comprendo, por qué ya se me va haciendo ciego el amor...; no comprendo, no sé, no entiendo nada.

Dios... Dios..., ¿por qué me amas? No me lo digas, pero déjame que te lo pregunte muchas veces... No me lo digas... Pero, ¿por qué me amas? ¿Es que no sabes qué hacer con tu amor?; ¿o es que la infinitud de tu misericordia necesita de mi miseria? Es que como el rico necesita al pobre para descongestionar sus arcas..., ¿tú me necesitas a mí? Es que como el sabio necesita al ignorante para volcar su ciencia, ¿tú te vuelcas sobre mí?

No, no...; es otra cosa más honda, más vital, más Dios... Dios... Es eso que no puede decirse, ni medirse, ni comprarse. Es Dios adueñándose de la entraña del ser de su criaturilla para hacerla de alguna manera Dios».

«Dios... Dios... Dios... Trinidad mía..., unidad también mía, no dejes de envolver al alma en el oleaje misterioso de tus aguas torrenciales, de tu fuego huracanado. ¿Quién, Dios mío, se podrá escapar de esa central de la vida, donde se explica todo en el amor? Dios... Dios... Dios..., quiero ser el testigo de tu amor...»

«¡Qué cerca estás, Señor...! En la oración de la mañana el alma te descubría cerca, se veía envuelta en ti, e instintivamente se lanzó al abismo trinitario. ¡Qué locura!, descubrir que ese abismo es mío, que lo llevo dentro y que ahí está para mí todos los días (aunque no siempre lo saboree) y a todas las horas. ¡Qué exigencias las de ese abismo misterioso de Presencia viva y constante...!

Me he asomado al fuego y he buscado el viento, porque dicen que el viento impetuoso quería calmar esas llamas, pero el viento era caliente, era abrasador como el viento ese de arena, ese viento fuerte. Y lejos de apagar el fuego, lo agitaba más todavía... ¡Qué calor hace ahí dentro...! Es la misma vida de Dios. Está ahí Dios con su misma vida. ¡Qué calor hace ahí dentro...! ¡Yo me he asomado a la vidal... La tengo ahí dentro, me la han regalado, la tengo dentro. ¡Qué calor hace ahí dentro...!

Dios es mi vida, la que tengo...

No has venido de visita... Es que yo te estoy oyendo engendrar a ti, Padre. ¡Qué rumores tan misteriosos...! Dios, ¡qué engendros tan divinos!

Y luego, después de engendrado tu Verbo, después de conocido ese Verbo tuyo, cuando brota como torrentera misteriosa tu Espíritu divino..., ¡qué ímpetu...!, ¡qué rugido de amor...!

¡Cuánto calor hace ahí dentro... Me he asomado a tu vida. Dios, me has asomado a tu vida. Te has puesto a vivir dentro de mí, te has puesto a vivir conmigo. ¡Estás viviendo tu vida dentro de mí!... Y tomas mi vida y la quieres llevar a la tuya... Quieres darme tu vida... Mi vida se abrasa. Es el calor..., es el ímpetu del fuego..., es el fuego con viento impetuoso que viene abrasando..., que viene arrollándolo todo...

¡Gracias, gracias, Dios..., gracias por hacer venido a vivir aquí conmigo...!»

 

EL VERBO ENCARNADO, JESUCRISTO

El Verbo Encarnado, Jesucristo. Toda su pasión de amor por él se compendia en la historia de la imagen de Cristo crucificado que, bajo su inspiración, ejecutó el artista J. L. Vicent para la iglesia del monasterio. Ella quería un Cristo vivo, como lo soñaba su alma. La relación que ella dejó escrita, de cómo ella veía a su Cristo, es un documento vivo:

»Mi vivir es Cristo. Mi vivir, o lo que es igual, mi actuar, mi ser, mi pensar, mi latir es Cristo. Yo no tengo vida propia, mejor dicho, tengo la vida más propia que puedo tener: Cristo es mi única propiedad, el alma de mi alma, la vida de mi vida, mi dimensión fundante, radical.

Él explica mi ser, lo diviniza. Cristo es la fuerza, la alegría, la felicidad, el amor, la plenitud. Cristo, mi esperanza y mi posesión.»

Su encuentro con Cristo lo vivió intensamente y de muchas maneras: en la Iglesia, en los hombres hermanos; en la Escritura santa, que manejó incesantemente y enseñó a manejar a sus amigas y a sus monjas; pero sobre todo lo vivió en la Eucaristía. Ella misma nos dejó un escrito autobiográfico sobre las principales manifestaciones de su amor eucarístico. Se titula: Sedienta de Eucaristía (Edibesa, Madrid, 2.á ed., 1999). Para ella fue el centro focal de su vida. Misas y comuniones, costasen lo que costasen. Durante el asedio de Teruel, ella rescató heroicamente el Santísimo Sacramento de la iglesia de San Juan. Durante las propagandas apostólicas, la Eucaristía no podía faltar, aunque hubiese que hacer sacrificios muy difíciles. En 1950, Año Santo, fue su peregrinación a Roma (por supuesto en tercera, por pobreza); y las peripecias del viaje por no perder su comunión diaria fueron de un cuento de aventuras o, mejor, de providencias divinas. Así hasta morir. En los últimos días aún pudo, medio moribunda, seguir la misa en su habitación de la clínica, y beber con avidez la sangre preciosa. Y luego sus ratos, horas, noches casi enteras a veces de sagrario, como una abeja en su panal, en su pulmón divino de acero para poder respirar a gusto...

Soñar con el sagrario..., soñar con la comunión de cada mañana..., soñar con el trigo limpio de mi Dios hecho pan. Ir como loca en busca de mi tesoro. Buscarle como le buscaba María en la mañana de la Resurrección. Comerle con hambre y preparar el alma para volver a tener hambre de nuevo. Fundirme con la hostia de nuestras misas, y ser una hostia viva que se dé y se reparta para que todos coman...»

»Ten sed de Eucaristía..., ten sed de mirarle a los ojos, ten sed de quemarte a sus pies, ten sed de buscarle siempre..., siempre... Ten sed de no perderle de vista... No sientas nunca cansancio de estar a sus pies... Siéntate allí, y mírale fijo..., como le miraba María en Betania; no se cansaba de mirarle, no se cansaba de escucharle. Es que..., ¡no se cansaba de amarle!»


MARÍA, MADRE Y MAESTRA

María fue un descubrimiento vivo al vivir en Jesús. Sobre todo ya en el monasterio fue un profundizar en ese aspecto del misterio cristiano abisalmente. Sobre ella su palabra hablada y escrita se hizo inagotable.

«Nuestra Madre fue para el mundo una sonrisa de Dios; nosotras debemos ser una prolongación de esa inefable sonrisa. Si sonreímos siempre, verán a María en nosotras.»

«¡Madre! No quiero temblar..., no quiero temer..., no quiero huir de tus voluntades maternales sobre mi vida. Quiero creer, quiero aceptar, quiero amar el plan de Dios y abrazarme estrechamente con él. Madre, fíjame en Dios.»

»»Dile a la Madre que te introduzca para siempre en la clausura de su corazón. Allí cerrada a las cosas pequeñas, te abrirás a las eternas, absolutas, esas que llenan la vida plenamente.»

«Para una mayor humildad, para una mayor bondad, para una mayor suavidad...: un mayor amor a la Virgen. Ella y sólo ella lo resuelve todo.»

»Madre, quiero ser, hasta la entraña de mi alma, apasionada de tu amor y de tu alegría. Radical como Jesús y su Evangelio. Mansa como las bienaventuranzas y enamorada como fuisteis los dos.»»

Su amor a Maria quedó materializado en la estatua de la Virgen del Sí, que preside el jardín del monasterio, y en la virgencita de la capilla del mismo, que tiende sus manos hacia el Cristo vivo en el sagrario.


PASIÓN POR LA IGLESIA

Su recia y sólida formación le permitió penetrar en el misterio del Cristo total (él, más su Iglesia) de modo admirable. Y esa visión y amor suyos se hicieron vibración vital en su monasterio. Todos los problemas de la Iglesia y del mundo hallaron allí eco. Ante la reja del coro, un gran globo terráqueo recuerda a las monjas que ellas llevan al mundo sobre sus espaldas; que sus vidas se tienen que quemar a fuego lento por las necesidades de todos los hombres, por la gloria de Dios. El papa, la Orden de Predicadores, los sacerdotes, las misiones, el ecumenismo, los problemas humanos todos..., hay que pasarlos por el corazón, hay que envolverlos en oración, hay que, silenciosa y amorosamente, vivirlos. Por citar un texto:

«La Iglesia está abriendo sus secretos a las almas consagradas. Está contándoles el dolor que la desgarra, los misterios insondables que tiene dentro de su corazón de Madre universal...

Si en las almas consagradas no encuentra el eco de su dolor, la Iglesia temblará con el más desgarrador de sus temblores. Abramos los ojos a este temblor de la Iglesia. Despertemos..., sí, despertemos a la realidad profunda de este misterio eclesial.»

De esta conciencia eclesial, tan fuertemente sentida por ella y contagiada a sus monjas, surgieron las fundaciones. Y precisamente en países o regiones donde no hubiera instituciones de esa vida contemplativa pura, a fin de que esa dimensión esencial de la Iglesia se hiciera presente allí. Por eso las energías del monasterio se orientaron en esa dirección, más que en dispersar monjas para reforzar monasterios ya existentes en España, donde hay muchos. Ello ha hecho posible la fundación de dominicas contemplativas en todos los continentes. Madre Teresa tuvo una larga visión y misión eclesial.


LA CONTEMPLACIÓN, ELEMENTO VITAL

La contemplación fue su elemento vital. Y esto desde siempre. Aquella joven que entusiasmaba hablando a veces hasta a cientos de soldados, no digamos a pueblos, a chicas, etc., aquella propagandista, aquel »canto rodado» de Dios..., encerraba una contemplativa cien por cien. Por eso el sueño pagaba el tiempo que se llevaba la actividad apostólica exterior. Horas y horas de oración silenciosa por las noches. Muy sencilla, muy amorosa, muy contemplativa.

Esa necesidad de contemplación la llevó al claustro. Y allí se sació, en cuanto ello fue posible. Porque en Sevilla fue una monja sin especiales responsabilidades: novicia exacta, observante, obediente, trabajadora, orante... En Olmedo también, pero pronto el peso de la casa gravitó sobre ella. Y tuvo que orar, que actuar orando; pero dejando a salvo las horas de oración: ella implantó las dos horas de oración desde el comienzo de su priorato. Y pasando luego, cuando enferma, las noches de insomnio, dolorosas, en una oración agónica y corredentora. La nostalgia del desierto espiritual la persiguió siempre. Sólo en parte pudo gustar del aire silencioso y caliente del mismo.

«Llevaré el alma a la soledad y allí le hablaré al corazón. Allí la meteré en la roca, en el agujero de la peña, en la oquedad misteriosa, donde de tanta luz sólo hay tiniebla a lo divino... Secretos insondables de amor.»

Déjate introducir en la peña soñada... Déjate meter en la región del silencio y déjate envolver en secretos insondables de soledad desértica, de muerte y vida, de claridad oscura.»

«Cuando se mira a Dios cara a cara un día y otro día, una hora y otra hora sin cansarse, sin dejar de mirarle, sin perderle de vista, los ojos quedan llenos de él. La luz se mete por la vida y todo el ser se convierte en una transparencia de Dios.

Gástate muchas horas..., gástate la vida entera en mirarle, gástate los ojos hasta romperlos, y cuando el mundo te vea, sabrá quién es el Dios de los cristianos, el Dios de la vida, el Dios del amor».


EL AMOR Y LA ENTREGA

Su sensibilidad y apertura hacia los demás se concretó también en su afán de caridad, de unidad entre las hermanas del monasterio y de los monasterios de «Madre Teresa», pero acentuada en sus años definitivos. Por ella luchó incansablemente. Y fue un trabajo complicado: tuvo que fundir comunidades, monjas de muy distintas psicologías y procedencias, mantener la identidad del monasterio fontal y de los monasterios derivados, tan distantes todos, pero unidos sin embargo en un mismo espíritu y en un mismo sentir y pensar. Sólo una mujer de sus cualidades y de su temple pudo con esa empresa. Sólo consumiéndose ella en el crisol que esa función de almas comportaba.

Madre Teresa aseguro que fue una santa; pero de mucha talla, a la que no es fácil medir con medidas corrientes. Una santa profética, con misión especial en la orden dominicana, en la Iglesia. Ahí está su obra: nueve monasterios contemplativos, extendidos por diferentes continentes. Dios la escogió para ser un grito recio en defensa de la vida contemplativa pura e institucionalizada en la Iglesia.

Una vida de contemplación amorosa, callada, humilde, misionera, como la vivieron y enseñaron las dos Teresas, de Ávila (,v 15 de octubre) y de Lisieux (-' 1 de octubre), a las que hay que añadir esta nueva Teresa, regalo de Dios a la Orden de Santo Domingo y de Santa Catalina de Siena, regalo de Dios a la Iglesia y a España, en esta hora grandiosa y de fuego en que nos ha tocado por suerte vivir.

Antes la vivió madre Teresa, que continúa viva, en tantos monasterios que la recuerdan como madre. Y quiera Dios que su ejemplo y su mensaje sean pronto patrimonio de toda la Iglesia, por el reconocimiento oficial de las virtudes heroicas de madre Teresa María. El 14 de octubre de 1999, el arzobispo de Valladolid, monseñor José Delicado Baeza, presidía en Olmedo la solemne apertura del proceso canónico de canonización de madre Teresa Maria Ortega Pardo.

 

BALDOMERO JIMÉNEZ DUQUE