13 de Julio

SILAS o SILVANO
Compañero de misión de San Pablo

 

El primer acercamiento a este personaje singular nos aconsejaría eliminar la dualidad de los nombres y optar por uno de ellos. Y ello porque no estamos ante el caso de un nombre añadido, por distintas razones, al que era utilizado para designar a una persona, como era el caso de Pedro añadido al de Simón o el de Pablo añadido al de Saulo. En ambos casos su entidad sigue/siendo la misma, aunque les hayan sido asignadas nuevas funciones. En nuestro caso ni Silas añade nada a Silvano ni viceversa. Tampoco sirve recurrir a que le haya sido cambiado el nombre. No hay indicio alguno de ello.

La opción por la unidad de uno de ellos evitando la dualidad nos la prohíbe el respeto debido al texto sagrado. Silas es la forma nominal aramea. Deriva de la misma raíz de la que brota el nombre de Saúl. Es destacable que siempre le es aplicado ese nombre en los múltiples pasajes del libro de los Hechos de los Apóstoles. Silvano es la forma nominal latina de Silas. Lo utilizan exclusivamente los textos paulinos y la primera Carta de Pedro. Esta constatación podría obligarnos a concluir que Silvano sería su autodesignación. Una hipótesis aceptable que, en cualquier caso, no resuelve el problema de la diversidad de los nombres.

La ausencia de información fuera de los textos bíblicos ha llevado a algunos a dudar infundadamente de su existencia. La importancia de las funciones que le fueron encomendadas en la primitiva comunidad cristiana y la seriedad en el cumplimiento de las mismas le acreditan como hombre de confianza y de prestigio para resolver las tensiones existentes en los orígenes del cristianismo. Estamos ante una personalidad de talla indiscutible, que puede haber sido adornada con algún rasgo añadido, pero en modo alguno haber sido inventada para explicar determinados problemas existentes que exigirían la intervención de una persona solvente. La literatura cristiana primitiva se hubiese opuesto radicalmente a su creación «de la nada».

Silas -así lo llamaremos a partir de ahora hasta que lleguemos a los textos paulinos y a la primera Carta de Pedro- era judeo-cristiano, en el mejor sentido de la palabra: un judío convertido al cristianismo. Perteneció a la segunda generación cristiana que le reconoció una autoridad indiscutible. Las razones de la misma puede haber sido su categoría de ciudadano romano (Hch 16, 37-38) y, sobre todo, la de ser profeta (Hch 15, 32), profundo conocedor del mensaje cristiano y anunciador infatigable del mismo. Estas dos características eran las más adecuadas para servir de mediador o puente entre el Evangelio, libre de la ley judía, tal como era predicado por Pablo, y la necesidad de las adiciones de la misma para completar la eficacia salvadora de la fe, como pretendía la facción o tendencia cristiano-judaizante.

Representantes de esta tendencia habían logrado infiltrarse en la comunidad de Antioquía y habían perturbado la tranquilidad con que vivían su fe. Pues bien, las autoridades de Jerusalén consideraron que Silas y Judas, llamado Barsabas, eran las dos personas indicadas para exponer a la comunidad de Antioquía el resultado de las deliberaciones del Concilio de Jerusalén, que se había pronunciado por la libertad del Evangelio frente a la ley judía. Una decisión definitiva que, además, desautorizaba a aquellos que se habían presentado como representantes o delegados de la Iglesia de Jerusalén para predicar lo contrario. Lo habían hecho sin contar con ella. Era necesario desenmascararlos.

Las exigencias de observar la ley judía, que presentaban como necesarias para salvarse, eran meras opiniones de unos fanáticos que no querían renunciar a las prácticas habituales del judaísmo (Hch 15, 22). Los elegidos son considerados como «varones principales entre los hermanos», que debían acompañar a Pablo y a Bernabé, que habían sido considerados por la Iglesia de Antioquía como sus representantes para resolver aquella importantísima cuestión en diálogo con las autoridades de la Iglesia. Silas y Judas tenían la misión de respaldar la autoridad de Pablo y de Bernabé frente a quienes presumían de ostentar la delegación recibida de la Iglesia de Jerusalén para introducir sus propias opiniones.

Dada la delicada misión que Silas, juntamente con Judas, había recibido no podemos considerarlo como representante de una postura teológica o eclesial destacadas. Tal vez ahí vieron las autoridades de la Iglesia de Jerusalén su capacidad para apaciguar las tensiones existentes entre la tendencia a seguir manteniendo la obligación de observar la ley judía (petrinismo, santiaguismo o conservadurismo, como ha sido llamada) y la del Evangelio puro y desnudo, libre de adherencias o mixtificaciones procedentes del judaísmo (paulinismo, liberalismo progresista, frente a las exigencias aludidas). Es claro que la neutralidad de Silas era relativa, ya que se le descubre fácilmente como más cercano y partidario de Pablo y de «su» evangelio.

De hecho, una vez cumplida su misión, se quedó en Antioquía (Hch 15, 34). Aquella comunidad, pletórica de vida, estaba preparando la gran misión, que nosotros conocemos como el segundo viaje misionero o apostólico de Pablo. Y Silas se integró en el grupo de los que la llevarían a efecto. Esta decisión y la consiguiente actitud y actividad le hace acreedor al calificativo de gran misionero, roturador de nuevas tierras. Pablo le considera como absolutamente fiable y, por tanto, el compañero más adecuado para visitar las iglesias cristianas que ya habían surgido con motivo de otras actividades apostólicas (Hch 15, 40); ambos se hallan solos ante el motín levantado en Filipos contra ellos por la predicación del Evangelio, que había tenido como consecuencia la liberación del espíritu pitónico de una esclava que lo posesía y que la convertía, por esta razón, en una fuente de ingresos para sus amos (Hch 16, 19); Pablo y Silas fueron encarcelados y durante la noche siguieron con tan buen ánimo que hacen oración y alaban a Dios; de este modo expresan su fe ejercitando su tarea evangelizadora ante los presos; fue una manera de comunicarles el anuncio liberador (Hch 16,25); el carcelero reconoció la dignidad singular de aquellos presos que le impresionaron porque no habían huido de la cárcel pudiendo haberlo hecho y, arrojándose a sus pies, manifestó su deseo de salvarse, lo que debía hacer para conseguirlo y se bautizó con todos los suyos (Hch 16, 29).

Su actividad en Tesalónica hizo surgir un buen grupo de adeptos a Pablo y Silas (Hch 17, 4). Su éxito exasperó a los dirigentes judíos que intentaron eliminar a los apóstoles. El libro de los Hechos hace una excepción honrosa considerando a Pablo y a Silas como apóstoles (Hch 17, 5) y repite la excepción hecha también a favor de Pablo y Bernabé. (Téngase en cuenta que, fuera de estas dos excepciones, el libro de los Hechos reserva el título únicamente para los Doce.) La situación conflictiva suscitada en Tesalónica les obliga a seguir viaje hacia Atenas, que era la meta donde Pablo tenía puestos sus ojos (Hch 17, 16 ss.). En Berea quedaron Silas y Timoteo con el encargo recibido de Pablo para que se le incorporasen lo antes posible (Hch 17,5). Del encuentro en Atenas nos informa Hechos 18, 5.

Como misionero incansable le encontramos en Corinto con Pablo y Timoteo (2Co 1, 19). Allí influyó decisivamente en la formación de aquella comunidad. Desde su prolongada estancia en Corinto los tres integrantes más importantes del equipo evangelizador –Pablo, Silvado y Timoteo–, escriben en carta común, por dos veces, a los tesalonicenses (1Ts y 2Ts 1, 1), ala-bando su permanencia en la fe y estimulándolos a continuar manteniendo en su conducta los principios determinantes de la vida cristiana.

La última referencia a Silvano nos la ofrece la primera Carta de Pedro. Silvano aparece como el portador de la carta (1P 5, 12), porque era conocido entre sus destinatarios desde su actividad conjunta con Pablo en aquella zona. La Iglesia de Babilonia (1P 5, 13) se refiere, sin duda, a Roma. Así es designada también en el libro del Apocalipsis.

Las demás noticias extrabíblicas: que fuese obispo de Corinto, que sufrió el martirio en Macedonia, que sus restos fue-ron trasladados el 691 a Thérouanne (Francia), pertenecen al terreno de la leyenda.

 

FELIPE F. RAMOS