17 de Junio

SANTA TERESA DE PORTUGAL
Reina de León y monja del Císter


Coimbra (Portugal), 1175
+ Lorváo, 17-junio-1250

 

Hermana mayor de las princesas Sancha (-13 de marzo) y Mafalda (-,2 de mayo), tres flores brotadas en el palacio real de Coimbra, hogar cristiano de Sancho I de Portugal y Aldonza de Aragón. La primogénita del matrimonio regio era Teresa. Llama la atención la honda espiritualidad que se debía respirar en aquel hogar, cuando vemos brotar de él tres azucenas fragantes que dejaron tras de sí tan honda huella de virtud.

Teresa debió nacer en 1175. Ningún autor lo indica —fuera de un español— y esto sólo lo hace por deducción, pues si fue la primogénita de los hermanos, y sus padres contrajeron matrimonio en 1174, parece normal que naciera ella al año siguiente. Pusieron sus padres para formarla una institutriz llena de honda piedad, la cual fue formando su corazón y asimilando todas las prácticas piadosas hacia las cuales mostraba la niña gran atractivo.

Fue creciendo en virtud, con deseos de consagrarse a Dios. Pero llegó un momento en que la escogieron como víctima propiciatoria para solucionar diferencias existentes entre los reinos leonés y portugués. La mejor manera de llegar a un acuerdo en estos casos era un enlace matrimonial entre príncipes de ambos reinos. En León reinaba Alfonso IX, joven arrogante de 19 años, y es natural que anduviera buscando compañera con quien compartir sus penas y alegrías. Quienes le rodeaban, pusieron los ojos en Teresa, porque tenía fama de ser un encanto de criatura e interesaba por razones de Estado, sin tener en cuenta que eran hijos de primos hermanos, y que no se podía contraer el matrimonio sin una dispensa especial de la Santa Sede, que no la concedía fácilmente. Tampoco importaba que se tratara de una niña de trece a catorce años.

 

REINA DE LEÓN

La boda se celebró en Guimaraes el 15 de febrero de 1191, trasladándose a León —residencia habitual de la reina— tras una luna de miel que debió ser muy corta por exigencias de la política, ya que el rey debía acudir a solucionar asuntos bélicos en Andalucía. El cometido de la reina se limitó a hacer feliz a su marido, a compartir con él sus penas y alegrías y en derrochar beneficios a manos llenas a favor de todos cuantos acudían a ella. Ángel Manrique, historiador cisterciense del siglo XVI, poco amigo de tributar encomios a las personas, al hablar de Teresa se deshace en alabanzas para ponderar sus virtudes, considerándola mujer superdotada, entregada en alma y cuerpo a solucionar todos los problemas que se le presentaban.

Como era de esperar, pronto manifestó la reina su fecundidad, pues en cinco años que convivieron juntos le nacieron tres hijos: Sancha, Fernando y Dulce o Aldonza. Ninguno de ellos continuó la casa real, por haber fallecido sin descendencia. El destinado para ceñirse la corona era Fernando, pero el Señor le arrebató de este mundo en 1214, cuando su padre se hallaba más ocupado preparándole para que fuera un buen rey. Las dos princesas optaron por Cristo y fueron religiosas del Císter.

Pero Teresa, a pesar de que en derredor suyo no hallaba más que agasajos y alabanzas, dadas sus brillantes prendas físicas y morales, no era feliz. No sólo le quitaban el sueño los peligros inminentes que rodeaban a su marido, luchando casi de continuo en la reconquista del suelo patrio, sino que, como era un alma de conciencia delicada, una pena mayor le mordía de continuo: su estado matrimonial en desacuerdo con los sagrados cánones. Ansiaba regularizarlo lo antes posible, pero los pontífices no accedían fácilmente, porque deseaban que los reyes y magnates fueran espejo en que se miraran sus súbditos. Y la Santa Sede impuso la anulación del matrimonio.

 

OPTA POR CRISTO

Veinte años tenía Teresa cuando se vio obligada a dejar León y regresar de nuevo a Portugal, con su hija Dulce en brazos, niña de pocos meses. En León quedaron los otros dos, Sancha y Fernando, bajo la custodia del rey, que se encargaría de su educación, y se casaría con su también prima Berenguela, hija de Alfonso VIII de Castilla. Teresa quedaba completamente libre para poder optar a un nuevo matrimonio, pues tenía a su favor juventud y unas prendas personales inmejorables, adquiridas en aquellos años al frente del pequeño reino leonés.

Sin duda pensó que precisamente porque aquella cruz pesada que el Señor acababa de descargar sobre ella, viéndose en un instante despojada del rango de reina, era el gran medio de que se valía para poder lograr lo que pensaba en su niñez, consagrarse a él de por vida. Eso fue lo que hizo, alejarse de un mundo donde a veces se encuentran reveses de fortuna tan lacerantes como el que acababa de sucederle.

Quedaba desligada del matrimonio, pero no de los deberes impuestos a una madre, los cuales trataría de cumplir con fidelidad. Uno de ellos, la formación del corazón de su hijo Fernando, que había de suceder a su padre en el reino leonés, porque es de advertir que si bien el matrimonio lo declararon nulo, sin embargo, la Santa Sede legalizó la prole como la de cualquier otro matrimonio canónico. En 1214 fue atravesada por una espada de dolor muy fuerte, cuando su hijo, a quien formaba con tanto esmero, moría prematuramente, dejando desamparado el reino leonés, porque sólo quedaban dos princesas, Sancha y Dulce, a las cuales dejaría Alfonso IX sucesoras en el trono. Sin embargo, renunciaron en favor de su medio hermano Fernando III el Santo (-30 de mayo), quien se encargaría de pasarles una pensión anual para que vivieran desahogadamente.

Hay que aclarar una confusión reinante entre los historiadores, aún de nuestros días. Al separarse Alfonso IX de Teresa y luego de Berenguela, se unió con una dama noble llamada Teresa Gil de Soberosa, de la cual tuvo otra princesa llamada Sancha. La casi totalidad de los historiadores confunden a las dos madres y a las dos hijas, llegando a apellidar a nuestra Teresa «Gil», cuando es hija de Sancho I.

Libre ya de los cuidados impuestos por el reino leonés, le faltaba solucionar la situación de las dos princesas Sancha y Dulce, que estaban viviendo en Villabuena, en el Bierzo, en el palacio que Alfonso IX les había facilitado para que pudieran vivir en él. Allí se hallaban con un grupo de doncellas. Teresa iba y venía a Portugal, por no perderlas de vista, hasta que al fin optaron también por Cristo, rechazando el matrimonio y deseando vivir consagradas a él. Para ello, la madre fundó el monasterio de Villabuena en la observancia del Císter, y, una vez cumplido este deber de madre, regresó ya definitivamente a Portugal, se encerró en el monasterio de Lorváo, que había reformado y puesto en él religiosas del Císter, y allí se hizo religiosa, sin ningún distintivo personal de lo que había sido. Lo único en que sobresalía, según las crónicas del monasterio, era en los ejemplos de humildad que dio a sus hermanas al abrazar las ocupaciones más sencillas de la casa. Gozaba y dejó fama de verdadera santa. Las grandes contrariedades y cruces que tuvo en la vida, le sirvieron para acercarse más y más a Dios.

Falleció esta egregia princesa —honra de Portugal y de España— el 17 de junio de 1250. Su fiesta la celebra la Iglesia en ese día aniversario de su muerte. España le guarda una eterna gratitud por el amor e interés que tuvo a nuestro pueblo, por la prudencia con que intervino en los asuntos de nuestra Historia, además de la santidad con que brilló». Sus restos mortales se conservan hoy en una preciosa urna de plata en la iglesia de su monasterio de Lorváo, haciendo juego con los de su hermana Sancha que reposan en otra urna idéntica al lado opuesto.

DAMIÁN YÁÑEZ, O.C.S.O.