SAN
LUIS MARIA GRIGNON DE MONTFORT
(†
1716)
Es
el apóstol por excelencia de la Santa
Esclavitud de María, o de la Perfecta
Consagración a la Santísima Virgen, según la fórmula por él
popularizada: "Por María, con María, en María, para María".
Nació
el 31 de enero de 1673 en Montfort (Bretaña francesa), no lejos de la ciudad de
Rennes. Fueron sus padres Juan Bautista Grignon y Juana Robert de la Biceule.
Bautizado con el nombre de Luis el 1 de febrero en la iglesia parroquial de San
Juan, hizo su primera comunión en el vecino pueblo de Iffendic. El nombre de
"María" le tomó en la confirmación.
Ocho
años de estudios, hasta el primero de teología inclusive, en el colegio de los
padres jesuitas de Rennes (1685-1693), donde fue congregante mariano y trabó
amistad con sus compañeros Juan Bautista Blain y Claudio Poullart des Places; y
otros ocho en París (1693-1700) completando los estudios de teología y preparándose
para el sacerdocio a la sombra del seminario de San Sulpicio. El 5 de junio de
1700 era ordenado sacerdote, y poco después, en el altar de Nuestra Señora de
San Sulpicio, que muchas veces, con cariño filial, había él adornado, decía
su primera misa: "como un ángel”, en expresión de su amigo Blain.
Su
gusto hubiera sido consagrarse a la evangelización de los infieles en las
misiones extranjeras; pero su director, el señor Leschassier, que lo era de San
Sulpicio, tenía otros planes. Los jansenistas de Nantes monopolizaban por
entonces la enseñanza en aquella ciudad. Dueños de la Universidad, habían
logrado, además, eliminar del Seminario Mayor a los sacerdotes de San Sulpicio.
Para contrarrestar su influjo en el clero, un santo sacerdote, Rene Léveque, de
la diócesis de Nantes, en unión con uno de los arcedianos de la misma, el señor
Jonchéres, había fundado una asociación de celosos sacerdotes, que formaron
la Comunidad de San Clemente, así llamada de la parroquia a que fueron
adscritos. El señor Jonchéres se encargó del Seminario y el señor Lévéque
de la Comunidad. Como auxiliar de este último, ya anciano, era enviado a Nantes
Montfort. La estancia iba a ser para él durísima. En el Seminario, se había
infiltrado el espíritu jansenista en la persona del profesor Lanoë-Menard, y,
obligada a oír sus conferencias, se había contagiado también la Comunidad de
San Clemente. Muy pronto se dio cuenta Montfort de aquel ambiente, irrespirable
para un fervoroso hijo de la Iglesia romana.
Providencialmente
Dios le sacó pronto de aquella casa, encaminándole a Poitiers, donde le
esperaban no ligeras cruces, pero donde encontraría a la que años adelante,
bajo su dirección, sería la fundadora de las Hijas de la Sabiduría, María
Luisa Trichet, hija del primer magistrado de aquella ciudad. Nombrado capellán
del hospital de Poitiers, por tres veces Fue despedido malamente de él. En una
de estas ocasiones se trasladó a París. Destrozado del viaje, hecho como
siempre a pie, se acogió al hospital de La Salpêtriére, en el cual, escribía
él, se encontró con 5.000 pobres enfermos. Apenas repuesto un poco, había
comenzado a ejercitar allí el oficio de enfermero con la misma heroica abnegación
que en Poitiers, cuando un día, al sentarse a la mesa, encontró bajo su
cubierto una esquela en que se le despedía. Y allí quedaba sin asilo y sin pan
en medio de la ciudad inmensa. El pan se lo dieron de limosna las benedictinas
del Santísimo Sacramento, y, por fin, bajo una escalera en la calle del
Pot-de-fer, halló un cuchitril donde cobijarse. En este rincón se cree que
escribió su primer libro; El amor de la
sabiduría eterna, y en este inmenso desamparo fue donde comenzó a planear
la fundación de la Compañía de María, poniéndose al habla con su antiguo
condiscípulo Poullart des Places.
Vocación
definitiva de Montfort era la de misionero popular. En el mismo Poitiers dio ya
con gran fruto cuatro o cinco misiones; pero, en vista de las dificultades que
se le presentaban en aquella y en otras diócesis de Francia, pensó de nuevo en
las misiones de ultramar, y con este intento se encaminó a Roma para pedir la
bendición del Papa. El 6 de junio de 1706 era recibido en audiencia por
Clemente XI, el debelador del renacido jansenismo, que le mandó quedarse en
Francia. Para autorizar sus misiones le concedió el título de misionero apostólico.
En
los diez años escasos que le quedan de vida Montfort misionará, primero en
medio de grandes contrariedades, en las diócesis de Rennes (1706), de Saint
Malo y de Saint Brieuc (1707-1708) y en la de Nantes (1708-1711). Sólo los
cinco últimos años (1711-1716) trabajará con alguna tranquilidad en las diócesis
de La Rochela y de Lujon, cuyos prelados no se habían doblegado al jansenismo.
En estos últimos años, sobre todo, se esforzará por formar sus Congregaciones
religiosas.
Una
de las grandes tribulaciones de la primera etapa (1706-1711), tal vez la mayor
de toda su vida, fue la demolición ordenada por Luis XIV, siniestramente
informado, del grandioso Calvario de Pontchateau, en que, durante quince meses,
dirigidos por Montfort, habían trabajado más de 20.000 obreros. Las misiones
en las diócesis de La Rochela y de Luon fueron en conjunto triunfales, aunque
no sin cruces: "Ninguna cruz: ¡que gran cruz!", solía decir el
Santo.
En
las afueras de La Rochela, y en una ermita llamada de San Eloy, fue donde
compuso las Reglas de las Hijas de la Sabiduría, y también, según se cree, el
tratado de la verdadera devoción. Allí,
una vez más, sintió la necesidad de reclutar un escuadrón de sacerdotes que
se dedicaran a misionar por los pueblos. Tal vez allí brotó de sus entrañas
la llamada justamente oración abrasada.
Un viaje a París en el verano de 1713 buscando candidatos para la Compañía de María en el seminario fundado por su condiscípulo Poullart, y otro a Rouen, en el de 1714 para invitar a su amigo Blain, canónigo en aquella catedral, a que se le uniera en el proyecto de esta fundación. A la vuelta de este viaje se detuvo unos días en Nantes, en la casa de los "Incurables" por él fundada; y en Rennes, el último día de unos ejercicios hechos en su antiguo colegio, escribió la encendida carta a los amigos de la cruz.
Vuelto
a La Rochela, se ocupó, sobre todo, en organizar las escuelas de caridad, y fue
allí donde, llamadas por él, vinieron a encontrarle sus hijas, María Luisa
Trichet y Catalina Brunet —otra joven vivaracha de Poitiers—, para ponerse
al frente de las escuelas de niñas, que se llamarían Escuelas de la Sabiduría.
Pero
se acercaba el fin de su vida —el había presentido y aun predicho que moriría
antes de acabarse aquel año 1716—; y las fundaciones por que tanto había
suspirado apenas estaban esbozadas. Había que alcanzar del cielo su desarrollo;
y acudió a Nuestra Señora de Ardillers. Postrado a sus plantas se sintió
escuchado. Ya podía morir.
Su
última misión fue la de San Lorenzo de Sévre. Pudiera decirse que la muerte
le asaltó en el púlpito, predicando el último día por la tarde ante su gran
amigo el obispo de La Rochela. El 27 de abril, después de dictar su testamento
en el que pedía que su corazón fuera enterrado bajo la tarima del altar de la
Santísima Virgen, entregaba su espíritu al Señor. Tenía cuarenta y tres años
y tres meses. No menos de 100.000 personas de la comarca acudieron a venerar los
restos de su apóstol
Apenas
ha podido entreverse por lo dicho aquí la eficacia extraordinaria de su palabra
evangélica. Debíase esta eficacia, desde luego, a la gracia divina, que el
Santo alcanzaba muy principalmente por intercesión de la Virgen Santísima.
Junto con el crucifijo llevaba él siempre consigo una estatuita de Nuestra Señora,
que instalaba en su habitación, en el confesonario, en el púlpito... en todas
partes: Era la "Reina de los Corazones". A los ojos del pueblo, su
vida penitente, su pobreza en el vestir, su espíritu de oración, su modestia
constante, le conciliaban la veneración de todos. Venía sobre esto la
predicación sabia y ardiente. Al mismo tiempo Montfort era maestro, en utilizar
toda clase de recursos populares. Hasta siete procesiones, nos dice su contemporáneo
Grandet, organizaba en cada misión. Especial solemnidad revestía la de la
renovación de las promesas del bautismo. Otro elemento capital en todas sus
misiones eran los cánticos. Son unos 24.000 los versos compuestos por él, que
abarcan todos los temas usuales en las Misiones.
Nada
podemos decir aquí del desarrollo que, por fin, han logrado sus fundaciones
religiosas. En cuanto a sus libros, ya se indicó la difusión inmensa que han
tenido El secreto de María y
la Verdadera devoción. Esos y los demás pueden verse en la edición española
de la B. A. C., vol. III (1954), donde se hallará, en la introducción, la
bibliografía que puede desearse. El 22 de enero de 1888 el siervo de Dios fue
beatificado por León XIII; y el 20 de julio de 1947 canonizado por Pío XII.
CAMILO
Mª. ABAD, S. I.