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DIOS REHABILITÓ AL AJUSTICIADO

 

 

"Muerto el perro se acabó la rabia", debieron pensar a la vez los fariseos, los sacerdotes y los romanos en aquel primer viernes santo de la historia.

Sin embargo, algo ocurrió en seguida que revolucionó todo. Como dirá Festo, por culpa de "un tal Jesús, ya muerto, de quien Pablo afirma que vive" (Hech 25, 19).

Es sabido que para Aristóteles "fue la admiración lo que inicialmente empujó a los hombres a filosofar''1. También la teología cristiana, y la Iglesia misma, tuvieron su origen en el asombro de los discípulos al encontrar vivo al que creían muerto. El asombro de la filosofía palidece ante el asombro de la teología.

 

 ¿Qué ocurrió realmente?

En el oratorio de Rodion Stschedrin "Lenin en el corazón del pueblo", el guardia rojo, junto al lecho de muerte de Lenin, canta: "¡No, no, no; no puede ser! ¡Lenin vive, vive, vive!" Es decir, Lenin vive porque su causa sigue adelante y su recuerdo no se ha apagado.

¿Qué diremos de Cristo? ¿Simplemente que está vivo porque después de dos mil años tiene el honor de "cubrir" dos veces en un solo año la portada de "Time"?; ¿porque tras la presuntuosa afirmación del beatle John Lennon en 1966 de que "Los Beatles son más populares que Jesucristo", se disolvió el famoso conjunto y, cinco años después, uno de sus antiguos componentes, George Harrison, cantaba "My sweet Lord, I really want to know you" (Mi dulce Señor, necesito realmente conocerte)? ¿Recordamos a Cristo como a Sócrates, Confucio, Buda, etcétera: Los "hombres normativos" de los que habla Karl Jaspers?

De ninguna manera: Se trata de mucho más. La causa de Lenin podía seguir adelante sin su protagonista, pero no pasa lo mismo con la causa de Jesucristo. La doctrina y la vida de Jesús de Nazaret no pueden separarse. Por eso en la polémica Bergmann-Bultmann decía el primero: "Jesús no ha 'resucitado' como Goethe" 2.

Debemos afirmar rotundamente que Jesús no vive porque su causa sigue adelante, sino que sigue adelante su causa porque vive.

Sin embargo, a la vez, debemos aclarar que no vive igual que nosotros. Recientemente fueron descubiertos en los alrededores de Jerusalén los huesos de un crucificado -uno de tantos como hubo- de casi dos mil años de antigüedad 3. No faltó quien se preguntase: ¿Y si fueran los restos de Jesucristo? ¿Qué pasaría entonces con la fe en la resurrección?

Semejante pregunta denota un error grosero en la concepción que muchos cristianos tienen de la resurrección de Cristo. Piensan que consistió en la revivificación de su cadáver. Sin embargo, debemos afirmar con claridad que hay una diferencia fundamental entre la resurrección de Jesús y la de Lázaro (/Jn/11/01-44), aunque designemos a ambas con el mismo término.

Lázaro volvió a la vida de antes; simplemente se le concedió una prórroga para morir. Jesús, en cambio, "ya no muere" (Rom 6, 9) porque no volvió a esta vida, sino que "entró en su gloria" (Lc 24, 26). Mientras a Lázaro hay que soltarle las vendas para que pueda moverse (Jn 11, 44), como a cualquier ser humano, el Resucitado se presenta en medio de sus discípulos sin abrir las puertas (Jn 20, 19 y 26). Y es que el cuerpo de Cristo resucitado no es como el cuerpo físico que tenía antes de morir. San Pablo dedica casi una veintena de versículos (1 Cor 15, 35-53) a explicar la diferencia entre los cuerpos físicos y los cuerpos resucitados, tras lo cual uno tiene la impresión de no haberse enterado de nada. Y es que la resurrección carece de analogías. Desde luego, no ha sido el Nuevo Testamento quien ha proporcionado a tantos pintores los datos para representar a Jesús en el momento de salir glorioso de la tumba.

Afirman los evangelistas que nadie presenció la resurrección en si misma 4. Es lógico: Si no hubo testigos de tal acontecimiento es sencillamente porque no podía haberlos. Los cuerpos gloriosos no impresionan la retina. La palabra ófthe, que aparece en textos decisivos (1 Cor 15, 5 y ss.; Lc 24, 34; Hech 9, 17; 13, 31; 16, 9...) se emplea en los LXX 5 para expresar la rnanifestación de Dios o de seres celestes normalmente inaccesibles a los ojos. Santo Tomás de Aquino afirma que los apóstoles vieron a Cristo tras la resurrección "oculata fide" 6: No con los ojos del cuerpo, sino con los "ojos de la fe".

Por eso el Nuevo Testamento resalta expresamente que sólo hubo apariciones a creyentes: Se aparece "no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había escogido de antemano" (Hech 10, 41), es decir, a los que creían en él, como los apóstoles, o a los destinados a creer, como Pablo. Si Pilato o Tácito hubieran estado en el lugar en que Jesús se apareció a sus apóstoles, no habrían visto nada. Hacía falta fe.

En este sentido afirmamos que la resurrección de Cristo es un hecho real, realísimo, pero no es un acontecimiento histórico porque nadie lo presenció ni podía presenciarlo. La resurrección de Cristo, afortunada o desafortunadamente, no puede ser probada ni desmentida por la historia. En un artículo cuyo título ya es significativo: "Seguridad pascual sin garantías", escribe el exegeta E. Schweizer: "Existen garantías sobre la consistencia de un puente que se acaba de construir, sobre la exactitud de una operación matemática, (. .) Pero para aquello que constituye el meollo de lo humano nunca hay garantías: no existen garantías para la belleza de un cuadro, para la fuerza arrebatadora de una sonata, para el amor auténtico de una mujer" 7.

Lo más que podríamos decir es que la resurrección de Cristo es un acontecimiento metahistórico porque, sin ser histórico, toca a la historia en cuanto contribuye a modificar los acontecimientos de este mundo y ha sido percibido en sus efectos.

Pero haríamos mejor en decir que es un acontecimiento escatológico. (La escatología se refiere al final. La resurrección de Cristo es final no en sentido cronológico, por ser lo último, sino en sentido cualitativo, por ser algo en sí mismo insuperable y, por tanto, definitivo.)

Nos gustaría poder imaginar cómo fue todo. ¡Desgraciadamente no es posible en absoluto! No sería una vida completamente distinta si pudiéramos representarla con conceptos e imágenes tomados de la vida actual. Con esa dificultad toparon los apóstoles al querer expresar la vivencia que tuvieron y que era inexpresable. Les fallaba el lenguaje y tenían que corregirse a sí mismos constantemente: afirman que el cuerpo resucitado era como antes (Jn 20, 20) y a la vez que no era igual (Jn 20, 15; 20, 19; Lc 24, 16...). Ni siquiera saben qué palabra utilizar: Descubren que "resurrección" es insuficiente y por eso coexiste en el Nuevo Testamento otro lenguaje que habla más bien de exaltación (Flp 2, 9; Hech 2, 36; 5, 30 y ss.; 1 Tim 3, 16; Heb 1, 3; etc.).

La tumba-vacía (Jn 20, 1-10) habría que inscribirla en este contexto de inadecuación del lenguaje. ¿Dijeron los apóstoles que Jesús había resucitado porque encontraron la tumba vacía, o afirmaron que la tumba estaba vacía para expresar que Jesús había resucitado?

Realmente, si la resurrección de Cristo es como la nuestra, y nosotros no dejaremos de resucitar porque nuestros cuerpos queden en la tumba, ningún problema habría en que eso mismo haya ocurrido con el de Jesús. Repitamos una vez más que la resurrección no es volver a esta vida terrena, sino, a través de la puerta de la muerte, pasar a la vida eterna, entrar en una nueva dimensión.

 

El significado

El primer significado de la resurrección salta a la vista: Dios rehabilitó al ajusticiado.

La muerte de Jesús en la cruz le había convertido a los ojos de todos en alguien maldito (Gál 3. 13). Ahora Dios corrige la sentencia de sus representantes, y éste es el contenido nuclear de la predicación apostólica:

 

"Vosotros le matasteis clavándole en la cruz (...) Dios le resucitó" (Hech 2, 23-24).

 

El mensaje de la resurrección revela algo completamente inesperado. A pesar de las apariencias, este Crucificado tenía razón: Era Hijo de Dios y ya no hay quien detenga el avance del Reino.

Ahora, y sólo ahora, entendemos las bienaventuranzas (Mt 5, 1-12) y el Sermón de la Montaña entero (Mt 5-7): No fue un iluso; al resucitar se convirtió en el "bienaventurado"; es decir, en alguien que se había aventurado bien. A partir de ese momento su amor y su lucha por el Reino se hicieron contagiosos: "El amor de Cristo nos apremia" (2 Cor 5, 14).

La resurrección de Cristo permite dar respuesta a la pregunta para la que ningún humanismo tiene respuesta: ¿Qué sentido tiene perder la vida por los semejantes? O. simplemente: ¿Para qué vivir, si nos morimos?

Unamuno, en un libro cuyo mismo título ya dice mucho, gritaba, rnás que escribía:

 

"No quiero morirme, no, no, no quiero ni puedo quererlo; quiero vivir siempre, siempre, siempre, y vivir yo, este pobre yo que soy y me siento ser ahora y aquí" 8.

 

 Y, rebelde, citaba repetidamente a Sénancour:

 

"Si nos está reservada la nada, vivamos de modo que esto sea una injusticia." 9

 

Marx ha prometido para el futuro una sociedad comunista donde habrá sido superada la alienación. Pero, ¿y todos los que morirán sin llegar a verla? ¿Por qué la humanidad de hoy debe ser sacrificada a la que mañana cantará? Además, ¿qué decir del que muere de cáncer, y su muerte -a diferencia del que muere en las barricadas- ni siquiera prepara el canto de mañana? Por otra parte, la futura humanidad feliz no dejará de oír a la muerte cuando diga: "Et in Arcadia ego", o sea, "Yo, la muerte, también estoy en Arcadia". La muerte vendrá a ser el Convidado de Piedra en la sociedad sin conflictos de Marx.

Marx se ve obligado a guardar silencio. Sabido es que, según él, "el hombre no se propone más que aquellos problemas que puede resolver" 10. Y el filósofo marxista Ernst Bloch intenta resolver el problema con la famosa tesis de la extraterritorialidad, que no hace otra cosa que renovar el famoso sofisma de Epicuro: La muerte no tiene por qué preocupar al hombre, pues mientras éste sea, ella no será, y cuando ella sea, aquél no será 11. Pero es un asunto de mucha envergadura para pretender solucionarlo con una frase ingeniosa. ¿Quién me impedirá parafrasear a Bloch y decir: Nada me debe importar la futura sociedad sin clases, porque cuando ella sea, yo no seré; y mientras yo sea, ella no será?

Camus es más coherente que Bloch cuando escribe: "La muerte exalta la injusticia. Ella es el abuso supremo" 12.

Así queda perfectamente reflejado el drama de cualquier humanismo-ateo: Sin resurrección no hay ninguna artropología aceptable para la dignidad de la persona humana. San Pablo lo vio claramente: "Si Cristo no resucitó... isomos los más desgraciados de los hombres! (1 Cor 15, 19).

En cambio, con la resurrección de Cristo todo cambia: Con ella llega la justicia a un mundo en que muertos y vivos piden justicia a gritos; porque El no resucitó por un privilegio irrepetible, sino "como primicias de los que durmieron" (I Cor 15, 20). Cuando nosotros resucitemos, la cosecha estará completa.

Ahora podemos, como Jesús de Nazaret, vivir sin miedo a morir y morir sin perder la vida. Cuando el hombre se analiza en profundidad, descubre que "la raíz de toda obra buena es la esperanza de la resurrección" 13.

 

 Amenazado de resurrección

He aquí el testimonio de un periodista guatemalteco amenazado de muerte:

"Dicen que estoy 'amenazado de muerte'. Tal vez. Sea ello lo que fuere, estoy tranquilo, porque si me matan, no me quitarán la vida. Me la llevaré conmigo, colgando sobre mi hombro como un morral de pastor.

A quien se mata se le puede quitar todo previamente, tal como se usa hoy, dicen: los dedos de las manos, la lengua, la cabeza. Se le puede quemar el cuerpo con cigarrillos, se le puede aserrar, partir, destrozar, hacer picadillo. Todo se le puede hacer, y quienes me lean se conmoverán profundamente con razón.

Yo no me conmuevo gran cosa, porque desde niño Alguien sopló a mis oídos una verdad inconmovible que es, al mismo tiempo, una invitación a la eternidad: 'No temáis a los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden quitar la vida.'

La vida, la verdadera vida, se ha fortalecido en mí cuando, a través de Pierre Teilhard de Chardin, aprendí a leer el Evangelio: el proceso de la resurrección comienza con la primera arruga que nos sale en la cara; con la primera mancha de vejez que aparece en nuestras manos; con la primera cana que sorprendemos en nuestra cabeza un día cualquiera peinándonos; con el primer suspiro de nostalgia por un mundo que se deslíe y se aleja, de pronto, frente a nuestros ojos...

Así empieza la resurrección. Así empieza no eso tan incierto que algunos llaman 'la otra vida', pero que en realidad no es la 'otra vida', sino la vida 'otra'. . .

Dicen que estoy amenazado de muerte. De muerte corporal a la que amó Francisco. ¿Quién no está 'amenazado de rnuerte? Lo estamos todos, desde que nacemos. Porque nacer es un poco sepultarse también.

Amenazado de muerte. ¿Y qué? Si así fuere, los perdono anticipadamente. Que mi Cruz sea una perfecta geometrfa de amor, desde la que pueda seguir amando, hablando, escribiendo y haciendo sonreír, de vez en cuando, a todos mis hermanos, los hombres.

Que estoy amenazado de muerte. Hay en la advertencia un error conceptual. Ni yo ni nadie estamos amenazados de muerte. Estamos amenazados de vida, amenazados de esperanza, amenazados de amor. . .

Estamos equivocados. Los cristianos no estamos amenazados de muerte. Estamos 'amenazados' de resurrección. Porque además del Camino y de la Verdad, él es la Vida, aunque esté crucificada en la cumbre del basurero del Mundo..." 14

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  1 ARISTÓTELES. Metafísica. Iib. 1, cap 2; en Obras, Aguilar. Madrid, 2ª ed., 1977, p. 912.

  2 Der Spiegel (11 de abril de 1966) 93.

  3 I resti dell'uomo crocifisso, scoperti a Giv ' at ha-Mivtar: La Civiltà Cattolica 3 (1971) 492-498.

  4 RS/APOCRIFOS: Es el evangelio apócrifo de Pedro (siglo II) el que hizo un re]ato fantástico de la resurrección: "Vieron los cielos abiertos y dos varones que bajaban de allí teniendo un gran resplandor y acercándose al sepulcro. Y la piedra aquella que habían echado sobre la puerta. rodando por su propio impulso. se retiró a un lado, con lo que el sepulcro quedó abierto y ambos jóvenes entraron. Al verlo, pues, aquellos soldados, despertaron al centurión y a los ancianos, pues también éstos se encontraban allí haciendo la guardia. Y, estando ellos explicando lo que acababan de ver, advierten de nuevo tres hombres saliendo del sepulcro, dos de los cuales servían de apoyo a un tercero, y una cruz que iba en pos de ellos..." (36-39* en SANTOS OTERO, Los evangelios apócrifos, BAC Madrid, 2ª ed., 1963, pp. 389-390).

  5 BIBLIA-LXX: Traducción de la Biblia hebrea (Antiguo Testamento) al griego realizada entre los años 250 y 150 a. C. Se llama así porque según una leyenda transmitida por la epístola de Aristeas, fue realizada por 72 judíos (seis de cada tribu) en 72 días

  6 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, 3, q. 55. a. 2;

  7 Sonntagsblatt (14 de abril de 1968).

  8 MIGUEL DE UNAMUNO, Del sentimiento trágico de la vida; Obras completas, Escélicer, t. 7, Madrid, 1966, p 136.

  9 MIGUEL DE UNAMUNO, o.c., pp. 135, 262, 264...

10 KARL MARX, Contribución a la crítica de la economía política, Alberto Corazón, Madrid, 2." ed., 1978, p. 43.

11 ERNST BLOCH, El principio esperanza, t. 3, Aguilar, Madrid, 1980, p. 287.

12 ALBERT CAMUS, El mito de Sísifo: Obras completas, Aguilar, México, 3ª ed., 1973, t. 2, p. 189.

13 SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis 18, 1; PG 33, 1017.

14 JOSÉ CALDERÓN SALAZAR, Amenazado de resurrección: Actualidad Pastoral (Buenos Aires, mayo 1978).