Discípulos.

Revista de Teología y Ministerios

Nº 5 enero 2002

http://www.ciberiglesia.net/discipulos/index.htm#conocer

 

 

Conocer al espíritu que nos habita

En los últimos meses hemos vivido situaciones para las que no estábamos preparados. Los atentados del 11 de septiembre y las reacciones subsiguientes, la inseguridad y la conciencia de lo que nos separa de otros grupos religiosos nos han hecho, de repente, retroceder décadas en la construcción de la paz mundial.

Por otro lado nos ha hecho más humildes, más conscientes de que, definitivamente, no podremos conseguir la paz sin la justicia y la solución a problemas sangrantes como Palestina. No bastan soluciones policiales y militares al terrorismo. Hay algo que está fallando estrepitosamente y que, seguramente, es un signo de los tiempos que el Señor nos da para que despertemos.

De allí que nos hayamos sorprendido de que en momentos como éstos salen de nuestro interior colectivo las mismas reacciones atávicas que pensábamos ya civilizadas, la misma tendencia al odio y la revancha, el mismo miedo al otro.

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 necesitamos examinar los espíritus que nos habitan para saber si son del Señor
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En el nuevo número de Discípulos queremos reflexionar sobre la Espiritualidad, casi a contrapelo. Os invitamos a dejaros sorprender. Quizá necesitemos, como nos dice San Pablo, ante todo, examinar los espíritus que nos habitan para saber si son del Señor...

 

 

La Espiritualidad
en el Siglo XXI

 

Juan Yzuel
juanyzuel@ciberiglesia.net

 "¿Escribir sobre Espiritualidad? ¿Estáis en vuestro cabales?" Esta podría ser la reacción de algunas personas ante las reflexiones que presentamos en este nuevo número de Discípulos. El atentado de las torres gemelas de Nueva York, la guerra de Afganistán, la crisis económica y la inseguridad, la sangrante herida de Palestina y muchos otros temas han acaparado tanto nuestra atención y han alterado en tal manera nuestras prioridades que plantearnos hablar de espiritualidad ante las consecuencias de estos cambios parece colocarnos en una posición de alejamiento de la realidad. Sin embargo, es en estos momentos cuando más nos debemos plantear las cuestiones fundamentales de nuestra opción cristiana, nuestra espiritualidad. Con Karl Rahner, el teólogo más importante del Concilio Vaticano II, queremos seguir afirmando: El siglo XXI será espiritual, contemplativo, místico... o no será.

La palabra espiritualidad evoca muchas ideas diferentes que responden, a su vez, a diversos modelos antropológicos y formas de concebir la vida cristiana. Frente a una concepción dualista de la persona (compuesta de alma y cuerpo), y una teología que coloca a Dios –y lo espiritual- en un cielo lejano a "los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo..." (Gaudium et Spes, 1), definiremos espiritualidad como la forma de vida del discípulo de Jesús que se deja guiar por su Espíritu.

La espiritualidad no es sólo la vida de oración. No es una parte de la vida cristiana, el rato que dedicamos a hacer silencio o a nuestras devociones privadas, sino el conjunto de nuestra vida, en todas sus dimensiones. Una vida verdaderamente cristiana, espiritual, integrará esta dimensión con el resto de las dimensiones del ser humano: política, social, económica, familiar, sexual, racional,... La vida entera está llamada a ser vivida bajo la inspiración del Espíritu de Jesús.

A lo largo de la historia de la Iglesia el Espíritu ha ido animando a personas y comunidades a descubrir nuevos acentos y formas de vivir. Algunas de estas formas de vida o "espiritualidades" han tenido una importancia decisiva. Basta recordar el movimiento franciscano en la Edad Media. La pregunta que nos inquieta ahora es: ¿podemos, al menos, clarificar algunos de los elementos que una espiritualidad cristiana en el siglo XXI?

Para comenzar andar es necesario, como nos pide Jesús en el Evangelio, revisar lo que hay en nuestra bolsa para quedarnos con lo mejor y aligerar lo que es peso inútil. La espiritualidad del siglo XX se ha ido viendo iluminada, sin lugar a dudas, por las reivindicaciones de los grandes movimientos de renovación que desembocaron en el Concilio Vaticano II: el bíblico, el litúrgico, el ecuménico, el comunitario, el carismático, el catecumenal. A ellos hay que añadir la conciencia afinada o despertada por todos los movimientos de liberación, en especial el obrero, el feminista, el homosexual, el Negro y el de los pueblos del Tercer Mundo. Que no falte, además, la sal de la nueva conciencia ecológica y planetaria, mitad globalizada, mitad nacionalista (entendiendo el nacionalismo como la defensa en diálogo de lo que cada cultura y pueblo aporta a la gran familia humana: su lengua, constumbres, tradiciones, idiosincrasia...).

Una espiritualidad para el siglo XXI debe ser evangélica, poner a Jesús en el centro y tener en el discipulado, en el seguimiento activo de Jesús desde una comunidad, el modelo más eficiente sobre el que construir esa vida inspirada por el Espíritu Santo y en permanente búsqueda de la voluntad del Padre en un mundo que es nuestro reto y lugar teológico permanente.

Una espiritualidad renovada debe recobrar la presencia de las disciplinas espirituales, herramientas o prácticas que nos permiten responder al Señor y ser más maleables al Espíritu. Entre ellas hemos de redescubrir la importancia de la oración personal y comunitaria, cuyos cimientos son el silencio y la soledad. En un mundo incapaz de "cerrar la puerta" para hablar al Padre en lo escondido, ¿cómo plantear una vida interior rica y profunda? Hemos de recuperar el sentido profundo y cristiano (no siempre se han practicado cristianamente) de otras disciplinas ascéticas como la meditación, el ayuno y la abstinencia (cada uno sabe de qué debe ayunar pues conoce debe conocer los apegos de su corazón), la penitencia, la limosna, las obras de misericordia... Hemos, finalmente, de revalorar el acompañamiento espiritual, limpiando las resistencias que llevaron a la desaparición del modelo de dirección espiritual directivista e infantilizadora.

En resumen, hemos de caminar hacia una espiritualidad que nos lleve del inmovilismo tradicionalista al conocimiento y respeto por la tradición desde la obediencia creativa al Espíritu, una espiritualidad radicalmente laica y de discipulado basada en la Palabra de Dios, profundamente contemplativa, encarnada en la realidad cultural, política y social desde la opción por los pobres, con una nueva visión del ser humano, desde una concepción positiva de la sexualidad y el matrimonio, creadora de intimidad y silencio, capaz de admiración ante la naturaleza, con una opción por la sencillez de vida frente al consumismo, vivida desde los sacramentos, en diálogo ecuménico y desde la integración del trabajo y el ocio.

En los artículos que ofrecemos se nos explican un poco más algunas de estas ideas. Esperamos que os resulten positivas, útiles y fáciles de asimilar para que creen verdadera vida en el Espíritu.

Bibliografía         

  • Estrada Díaz, Juan Antonio. La espiritualidad de los laicos en una eclesiología de comunión. Madrid: Ediciones Paulinas, 1992.

 

Una Espiritualidad en lo cotidiano   

José LuisGraus josete@bch.navegalia.com

La vida, la importante, se juega en lo cotidiano, en lo de cada día. Cada amanecer es una nueva oportunidad para trabajar por el Reinado de Dios. Cada anochecer es un nuevo espacio para reconocer nuestra fragilidad y limitación hecha carne en el cansancio y sabernos amados por Aquel que acoge incondicionalmente nuestra fragilidad.

 Una vida que se va fraguando en el Espíritu de Jesús Resucitado, precisa de lo cotidiano como espacio privilegiado de acción. Una vida impulsada, animada por el Espíritu de Aquel que nos amó primero, sabe que sólo puede cobrar sentido desde los múltiples rostros que cada día van cruzándose en su camino.

 Acudir cada mañana a las fuentes de nuestra espiritualidad es necesario para poder refrescarnos y dejar el entumecimiento propio del sueño. Acudir por la noche a estas fuentes, supone reconocer la necesidad de reconfortar nuestra vida fatigada de la lucha diaria y hasta de nosotros mismos.

 Vivir cada momento como si fuera el último que tenemos para amar, para dar la vida, hace que lo cotidiano cobre una intensidad inusitada que encuentra sentido en la mirada buena de una buen Dios que es Padre, Hermano y Espíritu.

 Hemos recibido el regalo de la espiritualidad de lo cotidiano, o mejor, de la espiritualidad en lo cotidiano. El regalo de reconocer la brisa suave, susurrante de Dios en los acontecimientos diarios. Desde ahí creo que hemos recibido el regalo de cientos de millones de espirtualidades en lo cotidiano y de lo cotidiano. Tantas como creyentes, tantas como modos de reconocer la presencia de Dios en medio del dolor y del sufrimiento cotidiano. Tantas como búsquedas esperanzadas hay cada día de la justicia y la paz regaladas por Dios. Tantas como proyectos fraternos se van entretejiendo entre hombres y mujeres que deciden seguir a Jesús en modos comunes.

 Esto nos anima a tener los ojos abiertos para ser capaces de reconocer la riqueza de vivir en una Iglesia amplia, abierta, que acoge y promueve las múltiples espiritualidades en lo cotidiano. Pero sobre todo nos anima a apoyarnos unos a otros en la necesidad de andar por el camino de Dios en lo cotidiano. Nos anima a saber que la presencia liberadora de Jesús en nuestra vida sencilla producirá el milagro de ver convertidas las armas en podaderas y que la opción preferente de Dios por las personas que sufren pobreza es posible en lo cotidiano desde su Espíritu vivo entre nosotros.

 

ESPIRITUALIDAD
PARA EL NUEVO MILENIO

Siete pautas para seguir a Cristo hoy

 

Por Monseñor Robert F. Morneau,
Obispo auxiliar de Green Bay, Wisconsin

san Agustín se refiere a Dios en sus "Confesiones" como la Belleza, siempre antigua, siempre nueva. Hay algunas cosas en la vida que reúnen al mismo tiempo las cualidades de novedoso y añejo: El sol de la mañana, el amor humano, el misterio de la muerte, el nacimiento de un bebé. No hay nada nuevo en ellas, nada maravillosamente original; tampoco nada viejo, nada extrañamente antiguo.

 ¿Habrá una única espiritualidad para el nuevo milenio? ¿Hubo una espiritualidad especial durante los últimos 1000 años? Sí y no.

La espiritualidad implica una respuesta consciente por parte del ser humano a la acción de Dios en determinadas circunstancias. En pocas palabras espiritualidad es escuchar y responder, ser obediente y generoso, decir sí a un Dios que nos visita regularmente.

Nuestra respuesta generosa a la llamada de Cristo para llevar a cabo obras de amor y misericordia, es ciertamente una buena manera de decir sí a Dios, cuyo Espíritu permanece vivo entre nosotros. Aquí tienes 7 nuevas, y a la vez viejas, obras de amor y misericordia que nuestra vocación de discípulos puede exigir.

1 – Sé un administrador responsable.

San Pablo nos dice que somos administradores de los misterios de Dios. Toda vida nos es dada para que la cuidemos. Toda la creación es parte de este jardín nuestro que debemos cultivar. Una espiritualidad madura es inclusiva y responsable. Dios no solo nos ha dado talentos sino que también nos ha agraciado con tiempo y tesoros. ¿Le hemos devuelto a Dios una porción de todo esto en aquellos que padecen necesidad?

El materialismo y el consumismo son realidades generalizadas. A la Codicia parece irle muy bien en un mundo en el cual miles mueren diariamente de desnutrición mientras los deportistas reciben contratos multimillonarios. Hay valores sesgados que parecen primordiales cuando países con economías precarias derrochan billones de dólares en gastos militar. Algo no funciona.

La espiritualidad reta tanto a cada persona y como a una nación entera a ser totalmente responsables de cultivar y compartir sus numerosos talentos. Desde el punto de vista de la fe, nada nos pertenece. Todo pertenece a Dios y nosotros somos esencialmente depositarios de estos bienes. Una nueva espiritualidad llama a un cambio en nuestra identidad, para pasar de considerarnos propietarios a ser administradores. Esta conversión psíquica y moral no es una transición fácil. Continuamos viviendo con la ilusión de creer que esto "es mío". La muerte sin embargo, nos deja bien claro que dejamos este mundo tan desnudos como el día en que llegamos a él; nunca se ha visto un camión de mudanzas detrás de un coche fúnebre.  

A menos que tomemos conciencia de nuestra identidad de administradores, nuestro nuevo milenio se caracterizará por una distribución de la riqueza y la pobreza todavía menos equitativa que en el anterior. Y, por supuesto, semejante situación de desigualdad engendrará guerras. Una buena administración es cuestión de vida o muerte. 

2 – Equilibra tu interioridad con una preocupación por lo que pasa fuera

Una de las grandes contribuciones de la Espiritualidad Cuáquera es su insistencia en que vivimos en un silencio re-creador (interiorización -vida desde el centro) y que particularizamos la misericordia y ternura de Dios al adoptar un compromiso concreto.

Entramos en este milenio a la carrera. Somos una civilización pragmática cargada de prisas y hostilidad. Reducir la velocidad, entrar en el silencio, vivir en la profundidad de nuestra alma es algo bastante extraño para la mayoría de la gente.

Nuestros sentidos de la dignidad y el valor están basados en logros: diplomas, dinero, posición, prestigio, posesiones. El ocio, en su sentido de re-creación (crearse de nuevo) es raro. Incluso nuestros deportes y juegos alcanzan un nivel de competición tan alto que se transforman en trabajo. 

Se necesita urgentemente silencio, un rico silencio interior que oye las cosas profundas de la vida, el misterio de Dios habitándonos. No es una disciplina narcisista. Todo lo contrario: de la relación personal y el dialogo con Dios, la gente es enviada a la misión de asistir a aquellos que padecen necesidad. Se nos dará una conciencia de un problema a la que muchos otros despertarán. Entonces este mundo frágil y cansado será devuelto al silencio para ser sanado y renovado.

3 - Entra en un diálogo honesto y permanente con la cultura.

Cuando la comunicación se hace superficial, una relación se empieza a ajar y muere. El mensaje del Evangelio, La Buena Noticia de Jesús, tiene que ser dirigido a toda una variedad de culturas, cada una de las cuales tiene su propio vocabulario, imágenes, valores, rituales, códigos de conducta, arte y entendimiento de la vida. Sólo a través de un diálogo honesto y continuo puede darse un entendimiento mutuo.

Un elemento clave en la espiritualidad es la creencia de que el Espíritu Santo sopla dónde el Espíritu desea. Es por eso que, estando en diálogo con diversas culturas, es de gran importancia que los evangelizadores reconozcan como ha estado el Espíritu presente y operativo en una cultura antes de que llegara el Evangelio. Por supuesto, en cada cultura hay pecado y oscuridad; hay valores y comportamientos contrarios al camino del discipulado. Pero, antes de criticar, es de sabios afirmar la presencia de Dios. No se necesita ni más ni menos que el don del discernimiento.

El centro del mensaje evangélico -el amor y la misericordia de Dios puestos de manifiesto en Jesús a través de las obras del Espíritu- exige encarnación. El Cristianismo toma prestado de una cultura especifica su lenguaje, música y arte como elementos de encarnación y diálogo. La Fe, un don precioso, debe ofrecerse a las personas en modos inteligibles y llenos de sentido. Esta adaptación no debería ni diluir nuestra creencia ni confundir a los fieles. 

4 -  Utiliza la tecnología como un medio y no como un fin en sí mismo

A veces es conveniente recordarles a los miembros de las Sociedades Gastronómicas que la comida no es un fin en sí misma sino una forma de mantener el cuerpo en buena salud. A los cambistas hay que hacerles el mismo recordatorio: el dinero es para la gente, no al revés. Jesús tuvo que tratar con la confusión de la gente respecto al Sabbath. No debe convertirse en un ídolo y ganar una falsa autonomía.

La tecnología es una fuerza poderosa hoy en día. Es una posesión que fácilmente puede poseernos a su vez, dejándonos sin libertad y dominados por su seductor estímulo y promesa de control. La gente se pierde en Internet. La televisión puede convertirse en una adicción. (Los americanos de unos 50 años han pasado 9 años - casi un quinto de sus vidas- frente a un televisor. Tal inversión entre medios y fines nos lleva a la confusión, el caos y el mal.

La Espiritualidad se relaciona con el orden y la paz. Es una forma de vida que trata de poner lo realmente importante en primer lugar, clarificar medios y fines, discernir cómo las maravillas de la tecnología pueden ser utilizadas para humanizar nuestra vida y acercarnos más a Dios. No debemos temer a la tecnología, más bien tenemos la obligación de usarla apropiadamente en nuestro misión de evangelizadores. No saber usar este medio poderoso trae sobre nosotros la justificada acusación de negligencia. Si San Pablo estuviera vivo hoy, ¿acaso no saldría en televisión y enviaría sus epístolas vía Internet?

La tecnología, no obstante, también lleva aparejadas una serie de deficiencias en el trabajo evangelizador. El contacto personal a menudo se pierde, y la multiplicidad de mensajes y estímulos puede ser tan abrumadora que nos deje exhaustos. Un diálogo abierto, tan importante y presente en la formación religiosa, con frecuencia brilla por su ausencia.

Con todo, la tecnología es un instrumento poderoso y debe ser entendida y usada apropiadamente para difundir la fe.

5 - Abraza el Misterio.
Busca la sabiduría

Albert Schweitzer (1875-1965), filósofo alemán, físico y humanista, afirmó que el más alto conocimiento que se puede alcanzar es la conciencia de que estamos rodeados de misterio. Yo diría, más bien, que estamos envueltos y sostenidos por el misterio. La explosión del conocimiento ha sido y sigue siendo extraordinaria. En todos los campos -ciencias físicas, ciencias sociales, humanidades, filosofía, teología- hay tal sobreabundancia de nuevos materiales que a veces ni siquiera los expertos pueden mantenerse al día de los cambios.

Un destacado reumatólogo, de una humildad inusual, admitía que la información actual en su campo está solamente arañando la superficie. Una doctora en matemáticas decía, después de haber estado diez años fuera de su área haciendo trabajos administrativos, que para entrar de nuevo en el mundo de las matemáticas tendría que volver a la escuela.

La Espiritualidad trata del misterio de Dios y la Creación, del misterio de la persona humana y de la comunidad, del misterio de la oración, la ascética y el ministerio. Andamos aquí con pies de plomo y gran cautela. Nuestro lenguaje es siempre inadecuado para expresar la realidad de las cosas; nuestra comprensión finita se humillada ante el infinito y eterno Dios.

Uno de los desafíos centrales es ver la inmensidad del lado oscuro del ser humano -sus guerras y demonios- mientras contemplamos el infinito mar de la luz, la vida y el amor de Dios. Recuperar todo el simbolismo de la Cruz, un signo del amor extravagante de Dios y de la maldad humana, va a resultar esencial. El poeta alemán Johann Wolfgang von Goethe acertó en 1812 al decir: No saber esto, morir y resucitar así, en la ignorancia, es como habitar permanentemente en las tinieblas.

La sabiduría debe ser buscada si queremos morar en el misterio.

6 -  Vive sencillamente; encuentra el centro.

Con gran movilidad y rapidez, con una plétora de ideologías y estilos de vida, con el rechazo a la autoridad y la exaltación de la libertad, entramos en este nuevo milenio en un torbellino de actividades y opiniones contradictorias. ¿Cómo conseguir un corazón íntegro, saber lo que es verdaderamente necesario, vivir en el centro de la vida y experimentar la simplicidad? Algunos, como el paleontólogo Loren Elseley (1907-1977), ven la vida demasiado compleja y rechazan la posibilidad de alcanzar la sencillez

Escapar a un monasterio puede parecer la salida de esta carrera de locos, a pesar de que vidas como la de Thomas Merton y otros monjes indican que la simplicidad es un don esquivo. O lo encontramos dentro de nosotros o no lo encontraremos en ningún sitio.

La sencillez es un asunto del corazón. Es vivir profundamente el momento presente, rechazando ser influenciado por el pasado (con su posible amargura o remordimiento) o por el futuro (con su miedo y ansiedad potenciales). La sencillez es jerarquizar el valor de la vida según unas prioridades, vivir en la verdad de las cosas, permanecer con los ojos fijos en la presencia orientadora e interior de Dios.

Toni Morrison en su reciente novela “Paraíso” habla de las tres “d” que llevan a la perdición: el desorden, dejarse conducir por la mentira e ir a la deriva (y la peor de todas es ir a la deriva). He aquí los asesinos de la simplicidad y los padres de una complejidad insana y una existencia caótica.

María, sentada a los pies de Jesús, experimentó lo único necesario. Seguramente al día siguiente tuvo que ir de nuevo a hacer la compra y la colada pero su corazón, incluso al realizar estas actividades, estaba centrado. El núcleo de cada individuo y de cada comunidad es un refugio de la gracia y del mismo Espíritu que lo habita. Ofrecer hospitalidad y cortesía a Dios, y estar convencidos de su gran valor central nos pone en el camino de experimentar la simplicidad. Sin ello vamos a la deriva, atrapados por los vientos y engaños de la complejidad, perdidos en el cosmos.

7 - ¡Recupera la alegría!

Salimos del siglo XX asustados. A pesar de todo el “progreso” y el optimismo en la ciencia, la educación y la tecnología, nuestro historial anota 100 millones de vidas arrebatadas o destrozadas por las guerras y la opresión política. No deberían sorprendernos a tristeza generalizada, la melancolía y la desesperación. El planeta tierra se ha convertido en un campo de exterminio y los campos de concentración son un símbolo de nuestra inhumanidad.

Esto sólo es una parte. Millones de personas han hecho y siguen haciendo muchas cosas buenas. Los hambrientos son alimentados, los sin techo son acogidos, los extranjeros son bienvenidos. Los actos de bondad nos dan alegría y mantienen la esperanza. Surge una frescura y una vitalidad mucho más profundas que las corrientes de oscuridad y muerte. Nuestro desafío está en creer que la comunicación entre personas es más profunda que la alienación y en actuar con energía para ser alegres trabajadores por el entendimiento y el amor en un mundo frágil, roto e imperfecto.

Ahí reside la alegría, en el compartir la luz, el amor y la vida de Dios. Esta alegría no es un estado pasajero, sino una cualidad permanente. Es una alegría que nadie puede arrebatarnos pero que podemos perder si volvemos a la oscuridad, a la indiferencia, al odio. Una joya tan preciosa de la gracia de Dios debe ser protegida, alimentada, defendida, cuidada y compartida.

San Juan de la Cruz, habla de “la mirada amorosa de Dios”. No puede ser de otra manera, ya que Dios es Amor. Esta mirada puede parecer una mirada de cólera a los pecadores, pero ese no es el caso. La mirada de Dios es siempre misericordiosa y llena de cariño. La fuente de nuestra alegría es tan constante como la mirada de Dios. El poeta inglés William Blake (1757-1827) sabía que la pregunta que planteaba en su poema “El tigre” acerca de Dios mirando al tigre y al cordero recibió una respuesta afirmativa: ¿Sonreía (Dios) viendo su trabajo/ ¿Quién hizo al cordero te hizo también a ti (el tigre)?

Podemos dar una respuesta afirmativa a Dios escuchando y respondiendo a su llamada. Al hacerlo invocamos a nuestra propia espiritualidad, que nos alimentará para continuar el camino de Dios en este nuevo milenio.

 

 

 

Vivir la espiritualidad en el día a día

A la brisa del Espíritu, brújula para navegantes

Pepe Laguna

 

 "Ellos se fatigaban remando, pues el viento les era contrario" (Mc 6,48)

Al principio de los tiempos el aliento de Dios aleteaba sobre las aguas (Gn 1,2). Ese mismo Espíritu de Yahvé, en forma de nube durante el día y columna de fuego por la noche, guió al pueblo elegido en su peregrinar por el desierto hacia la tierra prometida (Éx 13, 20ss). Jueces y profetas fueron seducidos por la fuerza del Espíritu anunciando con sus actos y palabras las entrañas de misericordia y justicia de Dios mismo (Je 20, 7-9). Jesús se vio arrastrado por el Espíritu al desierto de las tentaciones y a liberar cautivos, oprimidos, ciegos (Lc 4, 1ss). En Pentecostés, hombres y mujeres hasta entonces temerosos por miedo a los judíos (Jn 20,19) anuncian con una libertad peligrosa la Buena Noticia de un Dios hecho pobre hombre (Hch 2, 1ss).

La Biblia es el diario de a bordo donde hombres y mujeres curtidos en tormentas, oleajes y mareas, dan fe de la presencia del Espíritu en la historia[1]. Nosotros queremos asomarnos a ese armario de bitácora, buscando brújulas, sextantes y mapas que nos ayuden a orientar las velas de nuestra vida cotidiana para bogar a la brisa del Espíritu. 

Costas, amarras y anclas

El Espíritu es excéntrico. Su soplo nos hace salir de nuestros centramientos narcisistas hacia desiertos y mares inhóspitos, para encontrarnos con el "Otro" en la relación con tantos "otros" condenados a la "letra pequeña" del libro de una sociedad opulenta y marginalizadora.

"Desierto", "mar", "amarras", no son metáforas para referirse a experiencias individuales de luchas y vaciamientos interiores desenraizados de la realidad -¡cuánto nos han des-orientado los mapas dibujados por espiritualistas de tierra adentro!-. Hoy como ayer, el espíritu sopla hacia los márgenes de la ciudad, hacia los excluidos, seres de "categoría inferior", sobre los que la sociedad del bienestar construye su "progreso". Sólo en ese encuentro se perciben los gritos del sufrimiento (Ex 1,23) y se ora con los gemidos del Espíritu (Rom 8, 26ss). Sólo en esa encrucijada histórica, cobran sentido el combate espiritual con la complicidad personal, y una lucha contra los demonios exteriores encarnados en leyes, instituciones y personas[2].

No es nada fácil abandonar la seguridad de las costas que nos hemos ido construyendo por más Tierra Prometida que se anuncie en el horizonte. Seduce más el olor de las ollas del faraón que la promesa de un maná incierto (Ex 16,3)

El miedo a la libertad prometida siempre encuentra razones para aplazar la salida. Siempre habrá algún muerto que enterrar, algún campo que cultivar o algún banquete al que asistir antes de poner un pie fuera de nuestras seguridades (Lc 9,57-62).

Ni las canas de Abraham (Gn 12,4), ni la niñez de David (1 Sam 16, 11), ni la esterilidad de Sara e Isabel (Gn 18,12: Lc 1,36); , ni la virginidad de María (Lc 1,34) sirven de excusa; el cuaderno de a bordo es categórico, todos los hombres y mujeres de espíritu han abandonado tierra firme. A la Tierra que mana leche y miel sólo se llega atravesando el desierto, la Salvación acontece fuera de las murallas de la ciudad al lado de los excluidos.

El Espíritu nos libera de nuestras dinámicas posesivas que echan amarras en las bollas-ídolo del tener, aparentar y poseer. Las mismas tentaciones que intentaron anclar a Jesús a la eficacia de un mesianismo mágico y poderoso (Lc 4, 1ss).

 

 Templos y cometas 

Es duro admitir que las más de las veces andamos costeando la experiencia del Espíritu; que estamos demasiado ocupados en llenar nuestros graneros, con la preocupación de qué vamos a comer y vestir Lc 12,13-34) , procurando ascender en la vida laboral y social para sentarnos en los primeros puestos de la sociedad (Mt 22, 1ss).

Y suplimos nuestra falta de valor construyendo templos de altas torres desde las que otear el horizonte allá a lo lejos, almenaras donde la brisa del Espíritu apenas llega a rozarnos. Y nos aferramos a mapas y ritos que intentan atrapar en repeticiones cansinas a un Dios que vuela libre en Espíritu y Verdad (Jn 4, 24).

Nuestras Iglesias no huelen a sudor y salitre, ya nadie nos toma por borrachos (Hch 2,13). No nos reunimos en comunidad alrededor del Maestro, sucios y cansados de tanto bregar, para oír de su boca que hay demonios que sólo se van con mucha oración (Mc 9, 29)

Preferimos jugar como veletas amarradas a tierra, que levar el ancla y lanzarnos en velero. A lo más, nos emocionaremos leyendo juntos los mensajes de las botellas que de tarde en tarde aparecen en nuestras costas; en una lectura que acaba confundiendo el estudio de ajados pergaminos con el espejismo de un viaje no realizado. Los viajes en alta mar –diremos para tranquilizar nuestra conciencia- sólo son para hombres y mujeres escogidos, ¡como si la experiencia del Espíritu no fuera para todo bautizado! (Hch 2,38)

Otra forma de justificar los miedos que nos impiden abandonar nuestros puertos es neutralizar el quemazón continuo del Espíritu (Jer 20, 9) con el bálsamo de la ironía y un aparente sentido común: pájaros y flores despreocupados, zorras sin madriguera, aguas que brotan de rocas y costados, tierras de leche y miel, mares que se abren en dos, no son más que poesía inútil. Palabras que no ayudan a llegar a fin de mes, a pagar las letras del piso o el colegio de los niños. Y a fuerza de matar la utopía acabaremos por institucionalizar el lenguaje y argumentos de una "razón técnica" intrínsecamente conservadora y prácticamente inmune a los problemas de la justicia y de la compasión[3]. Al ridiculizar la voz del profeta, matamos la promesa que anuncia; apagamos el don del Espíritu (1 Tes 5, 19)

Y si a pesar del ruido con que amordazamos la llamada del Espíritu, éste no nos dejara dormir tranquilos (1 Samuel 3ss), siempre podremos acudir a Juan el Bautista a bautizarnos sólo con agua, con la esperanza de quedar justificados en una pagana ética de mínimos: ¿Qué tenemos que hacer? No hagáis violencia a nadie ni saquéis dinero; conformaos con vuestra paga (Lc 3,14); no sea que al acercarnos a Aquel que bautiza con Espíritu y Fuego, se rompa en pedazos la tibieza de nuestra honradez y nos remita inexorablemente al encuentro con el prójimo más necesitado: "Todo eso lo cumplí desde la juventud".

Jesús, al oírlo, le dijo: "Te queda una cosa: vende todo lo que tienes y distribúyelo entro los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; y vuelve aquí y sígueme.

El, al oír esto, se puso muy triste, pues era muy rico" (Lc 18,21-23)

Trasatlánticos y navegaciones virtuales

Al desierto se sale con lo justo. Ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero (Lc 9,3). El cuaderno de bitácora es claro: sólo compartiendo se puede atravesar el desierto y llegar a la Tierra Prometida. No hay otros caminos. El maná que se acumula se pudre (Ex 16, 19). Cinco panes y dos peces compartidos pueden saciar a más de cinco mil hombres, mujeres y niño (Mt 1417-19).

Dar la túnica, acompañar dos leguas al que pide sólo una, compartir comida con el hambriento, presencia con el preso, hogar con el transeúnte, salud con el enfermo, impotencia con el débil (Mt, 25, 31-46 ), es el único equipaje del peregrino.

Desde el trasatlántico no se hacen compañeros/as de camino, no se comparte la vida, no se crean relaciones. Desde el trasatlántico se da limosna, se hace caridad, se planifican asépticas acciones sociales. Desde el trasatlántico no se ven las pateras.

Aunque el trasatlántico navegue por alta mar, no lo hace empujado por el viento del Espíritu sino confiado en sus potentes motores. Cuántas ONG’S-trasatlánticas proponen cruceros solidarios a voluntarios-turistas que profanan la tierra sagrada del sufrimiento ajeno. Cuántos "especialistas de lo social" saltan al abordaje y saqueo de vidas rotas, amurallados tras mesas de despacho que los protegen del riesgo del encuentro con el otro.

El navegante del Espíritu sabe que el Misterio de Dios se teje con las hebras del dolor, la pobreza y la marginación, por eso se descalza antes de entrar en la chabola, el hospital o la cárcel (Ex 3,5). El navegante del espíritu no renuncia a las eficacias de las planificaciones ni a los análisis de las causas estructurales que generan exclusión, pero sabe que a la tierra de la Justicia sólo se llega por el camino de la compasión y la contemplación. ¿Cómo ir a casa a descansar cuando el pueblo duerme a la intemperie? (2Sam 11).

       Piratas de medio pelo, pastores blasfemos (Lc 2,8), publicanos arribistas (Lc 5,27), prostitutas, adúlteras (Jn 8,1ss) leprosos, enfermos de SIDA, toxicómanos son compañeros de viaje. Necios, débiles, despreciados, son los elegidos por Dios para descifrar los meridianos que conducen a la Salvación (1 Cor 26-31)

Desde la paz artificial del trasatlántico se escriben historias románticas de piratas honrados, prostitutas arrepentidas y ladrones solidarios. La realidad es mucho más prosaica, el marinero que come de menú en la taberna del puerto comparte mesa con el amor apasionado de María Magdalena (Jn 20,16-17), la amistad de Juan (Jn21,20), la ambición de los Zebedeos (Mt 20,20ss), las contradicciones de Pedro (Mt 26, 69ss), el corazón paciente de María (Lc 2, 50) o la traición de Judas (Lc 22,48). Apostar por la relación con hombres y mujeres con la desmesura de Dios mismo, supone mancharse los pies con el barro de lo humano, con sus grandezas y miserias.

Sólo se sirve desde la relación, "de sanador herido a sanador herido". Cualquier otra forma de "ayuda" es mentira o poder. La solidaridad virtual, tan de moda en esta época, que pretende resolver problemas con un clic de ratón es falsa porque niega el encuentro personal.

Vigías, grumetes, patrones

Apóstoles, profetas, maestros, milagros, dones de curar, de asistencia, de gobierno, de diversas lenguas son dones del Espíritu Santo para el servicio y el bien común (1 Cor 12,28ss).

Ya el marinero Pablo nos avisa: ni todos patrones, ni todos vigías ni todos grumetes. (1 Cor 12,29). Sólo si cada uno ejerce la vocación a la que ha sido llamado/a, el barco de la Iglesia navegará rumbo al Espíritu.

Las amarras del poder alentarán motines a bordo en los que vigías, grumetes y timoneles querrán arrebatar el mando al patrón.

El barco encallará una y otra vez cada vez que el patrón, seducido por el brillo de sus galones, olvide que su vocación es un regalo del Espíritu para el servicio de la comunidad, que es don para administrar y no para atesorar.

La embarcación dará vueltas en círculo cuando por falta de discernimiento se condene al vigía al cuarto de máquinas, y su vista afinada para otear el horizonte acabe agostada a la luz del candil. Cuántos profetas condenados a galeras en los vientres de pesadas embarcaciones. Instituciones más preocupadas por mantener el rumbo –hoy errante- que marcaron sus mayores, que en arrojar el lastre de sus servidumbres y ponerse rumbo al Espíritu.

La barca de la Iglesia naufragará en la calma chicha de mares muertos si no es capaz de desatar rancios nudos marineros que impiden izar las velas de lo femenino, de la sexualidad gozosa, de la riqueza de lo diferente, de la inculturación. Velas que, de izarse, se hincharían con el viento de los signos de los tiempos.

Cantos de sirena

En las casas de los pescadores, alrededor de la chimenea, los viejos  cuentan leyendas de marineros seducidos por cantos de sirena, que nunca regresaron a la costas de sus desconsoladas Penélopes.

            Los espejismos del desierto, las sirenas en alta mar, la borrachera de espíritu, invitan a plantar la tienda (Mc 9,5ss), a lanzarse suicidamente por la borda, o a desertar de las responsabilidades cotidianas. Se echa el ancla en alta mar con la ilusión de haber llegado ya a puerto.

En el cuaderno de bitácora se narra la historia de dos ciudades portuarias: Tesalónica y Corintio, cuyos habitantes quedaron hechizados por cantos de sirena. La primera encalló en el oasis imaginario de una parusia ya presente ("el día del Señor" (parusia) "esta ya ahí" 2 Tes, 2, 1-3; 3,6.11-12), y desde el estado febril de un mundo llegado a su plenitud, ¿para qué trabajar?, ¿para qué hacer nada? (2 Tes 3,6ss). Los Corintios, por su parte, andaban borrachos de espíritu, fascinados por los carismas más llamativos como la glossolalia (hablar extático en lenguas) 1 Cor 12,1-14,40. Frente a estos espiritualismos narcisistas y desencarnados de la historia, el apóstol Pablo dará un golpe de timón  recordando que el Espíritu del Resucitado pasa necesariamente por la cruz histórica del compromiso con los más necesitados (1Cor 2,2), y que el discernimiento de los dones del Espíritu se hace desde los criterios de la caridad y el servicio a la comunidad 1 Cor13,1; 14,-912).

Nuestros tiempos postmodernos ávidos de experiencias interiores sensibles no andan muy lejos de las tentaciones que acabamos de ver[4]. Hoy más que nunca, la Iglesia necesita profetas que nos prevengan de cantos de sirena que nos alejan del horizonte del encuentro con los hermanos más necesitados y nos amarran a metástasis eclesializantes que identifican Iglesia con Reino de Dios.

 

De tormentas y oleajes

Romper amarras interiores, caminar al lado de los más pobres, hacer fructificar los carismas recibidos, es un viaje gozoso pero no siempre fácil. El don del Espíritu es gratuito pero no superfluo. Místicos y místicas, marineros curtidos al sol de mil tormentas, nos hablan de noches oscuras, desolaciones, de un Dios que se esconde tras el eclipse de un silencio aterrador.

El camino espiritual no es un juego de niños. Aunque sabemos que el yugo es ligero y que junto al maestro podemos descansar nuestras fatigas (Mt 28,30), hay ocasiones en las que se sale al desierto a pelear con Dios, aún a riesgo de quedar heridos en el talón (Gn 32,28). En noches cerradas hay tormentas que amenazan con hundir la cáscara de nuez de nuestras vidas: olas de dolor sin sentido, de muertes prematuras, de sufrimiento “injusto”, de naufragios vitales. Momentos en los que la maldición y la blasfemia se pelean por asomarse a nuestra boca. Pendientes que empujan a la Promesa hasta el abismo de la desesperanza, allí donde las espinas de la historia resecan los surcos en los que nosotros plantamos semillas de vida (Lc 8, 4-8).

Si no hemos vivido la angustia de tener que achicar agua porque la barca se nos iba a pique; si en las bodegas de nuestra vida nunca hemos descubierto polizones que nos hicieron replantearnos nuestros rumbos; si no nos hemos acercado al pozo de Samaria para beber del agua dulce del maestro (Jn 4, 12); tenemos que sospechar que no estamos haciendo el viaje el Espíritu. Lo más seguro es que andemos navegando en cruceros de placer o, quizás, nunca hayamos abandonado las costas de nuestras seguridades.

 

La luna y sus mareas

La luna de la marginación hace crecer las mareas de la injusticia donde naufragan los polizones de la vida.

Lunas negras que arrastran barcos fantasmas cargados de niños esclavos, mujeres obligadas a prostituirse para pagar un viaje a ninguna parte, parados de larga duración arrojados por la borda de empresas que siguen aumentando sus beneficios económicos, mafias que cobran precios de primera clase por arrojar pateras a la deriva... No podemos quedarnos quietos mirando al cielo (Hch 1,11). Hacen falta marineros que se lancen al abordaje de barcos fantasmas, al rescate de náufragos. Hacen falta hombres y mujeres de espíritu capaces de navegar rumbo al puerto de una Humanidad Nueva.

No hay tiempo que perder, en el camino no estaremos solos, el Señor nos acompañará abriéndonos los ojos para interpretar la Palabra, alimentándonos con el Pan de la Vida (Lc 24, 35-45; Jn 6, 35), calmando tempestades (Mt 8,23).Las estrellas de tantos marineros que nos precedieron en el camino de la fe conforman constelaciones que nos orientarán en la travesía.

Es hora de levar el ancla y echarse a la mar...

 PARA EL DIÁLOGO

Costas, amarras y anclas

¿Qué amarras (personales, sociales, laborales, etc.) te impiden viajar hacia el prójimo más necesitado?

Templos y cometas

¿Vives en una confortable ética de mínimos o en un Espíritu de máximos?

Trasatlánticos y navegaciones virtuales

¿La utopía es un horizonte que nos hace avanzar o poesía consoladora?

Vigías, grumetes, patrones

¿Tienes conciencia agradecida de tus carismas?

¿Los pones al servicio de la comunidad?

¿Qué carismas eclesiales descubres en nuestro momento actual?

Cantos de sirena

¿Crees que hoy en día existe el peligro de caer en espiritualismos desencarnados?

De tormentas y oleajes

¿Has pasado por “noches oscuras?, ¿qué o quién te ayudó a atravesarlas?

La luna y sus mareas

¿Tu oración incluye como contenido prioritario la suerte de los más desfavorecidos?

¿De qué fuentes sacias tu sed?

 

 

 

 

El reto de la Espiritualidad
en la evangelización
y la vida cristiana

Javier Salinas Viñals, obispo de Tortosa

Doy gracias al Señor por esta oportunidad de poder dirigiros la palabra dentro del conjunto de actividades de este XVII Multifestival David (Tortosa, España, Julio 2001). El tema que este año vertebra este encuentro es la educación para una nueva espiritualidad. Los hombres de hoy están necesitados de descubrir aquel dinamismo, aquella sabiduría que les permita vivir los acontecimientos con sentido. Hablar de espiritualidad, significa hablar de la fe hecha vida en actitudes, en valoraciones, en capacidad para actuar. No nos bastan los grandes discursos; necesitamos aquellas propuesta de vida que nos permitan, realmente, realizar la mejor obra de arte: una vida transfigurada por la presencia del Espíritu y cuyo fruto más visible ser para los demás.

Precisamente el Papa Juan Pablo II nos ha advertido de la necesidad de atender esta dimensión fundamental de la existencia. Recordemos estas palabras de su última carta apostólica: "¿No es acaso un "signo de los tiempos" el que hoy, a pesar de los vastos procesos de secularización, se detecte una difusa exigencia de espiritualidad, que en gran parte se manifiesta precisamente en una renovada necesidad de orar?. También las otras religiones, ya presentes extensamente en los territorios de antigua cristianización, ofrecen sus propias respuestas a esta necesidad, y lo hacen a veces de manera atractiva. Nosotros, que tenemos la gracia de creer en Cristo, revelador del Padre y Salvador del mundo, debemos enseñar a qué grado de interiorización nos puede llevar la relación con él".

En un mundo marcado por las cosas, por el ruido, por el movimiento. En un mundo en el que se subraya más lo global, las condiciones de vida, las estructuras, surge en el corazón de las mujeres y los hombres la necesidad de ser alguien, de tener una palabra propia, de ser reconocidos. Hoy existe una sed de vida personal, de respuesta en libertad, de capacidad para afrontar las dificultades en primera persona. Esta novedad de nuestra cultura se manifiesta en el ansia de libertad personal. A veces, esta libertad puede vivirse como un individualismo, pero también puede vivirse como la posibilidad de que cada uno sea reconocido en su originalidad y pueda hablar desde su experiencia.

La ponencia que a continuación presentaré tiene en cuenta todas estas realidades, una necesidad de vivir la fe desde la experiencia personal y comunitaria, una llamada a vivir la fe como un camino de libertad, de realización personal para el bien de todos.

La realidad espiritual del ser humano.

La vida espiritual se realiza en la vida humana de cada día. En la persona humana no hay que contraponer vida espiritual a vida material. La espiritualidad afecta a todo el ser, le alcanza en todas sus dimensiones. Hablar de vida espiritual es referirse a la dimensión única e irrepetible de cada ser humano. La realidad material nos iguala, pero la realidad más íntima de cada uno nos hace diferentes. Cada ser humano es un misterio para el otro. De hecho, únicamente podemos llegar a conocer la realidad más profunda del otro si él nos la revela. En la relación interpersonal es donde mejor se pone de manifiesto la realidad espiritual del ser humano, el secreto de su intimidad irrepetible y su capacidad de autotrascendencia. La palabra, el diálogo y la comunicación, son sus signos más visibles.

La expresión "vida espiritual" se refiere a una dimensión de la experiencia humana, por la que nos preguntamos sobre el sentido de nuestra vida, exploramos nuestro propio interior y asumimos conscientemente nuestros sentimientos y comportamientos. El fundamento de la vida espiritual es la necesidad de dar sentido que existe al ser humano. Es precisamente esta exigencia la que nos lleva a buscar, a trascender lo inmediato, e ir a la profundidad de cada uno.

La vida espiritual pertenece, pues, a todo ser humano. Uno puede sentir la tentación de vivir en la superficialidad de las cosas, de responder únicamente a los estímulos exteriores, de dejarse llevar por las presiones externas. Pero, en último término, puede contemplar todo esto y decir no, dando otra orientación a su vida.

La vida según el Espíritu.

La espiritualidad, en sentido cristiano, es la vida según el Espíritu. Como afirma San Pablo: "los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, esos son sus hijos". (Ga. 5,18). Esta vida espiritual cristiana está relacionada con la vida espiritual de todo ser humano, pero la trasciende. Para comprender mejor su significado, entremos de una forma más directa en lo que es la realidad del Espíritu Santo en nuestra vida.

El punto de partida de la fe cristiana es el misterio de Dios. Él nos ha revelado que es amor, comunicación, relación. La afirmación de la fe cristiana sobre Dios lleva a reconocer que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Padre, origen de todo, ha enviado para nuestra plenitud al Hijo; para que nos asemejemos a Él nos ha entregado el Espíritu, que habita en nuestro corazón. El Dios cristiano es el Dios íntimo, que permanece entre nosotros. Existe una imagen de un teólogo, que nos representa a Dios como un Padre que nos abraza; un brazo es su Hijo eterno, el otro el Espíritu del amor. Así, aunque nuestros ojos no lo vean, nuestra fe nos dice que el cielo ya ha comenzado en la tierra, pues hemos entrado en comunión de vida y amor con Dios, gracias a la entrega de Jesucristo y al don del Espíritu Santo que nos habita.

El Espíritu no viene a nosotros directamente de la eternidad sino a través de la historia de Jesús. El Espíritu florece en la Iglesia, cuerpo de Cristo en el tiempo. En el Espíritu, y con Cristo, entramos en comunión directamente con el Padre. (Rm. 8,15). Cuando invocamos al Espíritu, no deberíamos mirar idealmente a lo alto, pues no es de ahí de donde viene sino de la Cruz de Cristo. (Jn. 19,30). Un Padre de la Iglesia, parafraseando las palabras del Evangelio de San Juan, pone en boca de Jesús estas palabras: "Padre, el Espíritu que me has dado a mí, se lo he dado a ellos" (Jn. 20,20).

El Espíritu Santo es el misterio de la permanencia de Jesús en medio de nosotros. Él se hace presente haciendo presente a Jesús. El Señor resucitado vive y se manifiesta en el Espíritu: "como el Padre se hace visible en el Hijo, así el Hijo se hace presente en el Espíritu" (San Basilio).

Así pues, la espiritualidad cristiana consiste en vivir según el Espíritu de Cristo, que se hace presente en la Iglesia. Por ello, los elementos que caracterizan esta espiritualidad son la escucha de la Palabra; la relación con Dios y una vida según su Reino:

a)     Escuchar la palabra.

El punto de partida de la espiritualidad cristiana es el hecho de que "Dios es el primero que ama a los hombres" (1 Jn. 4,19). La vida espiritual es una respuesta al amor de Dios que se manifiesta en la creación, en su llamada a través de toda la historia de la salvación; en el acontecimiento del Bautismo, por el que nos incorporamos a esta historia y en la conciencia más profunda de cada uno. No existe espiritualidad sin escucha de la Palabra. En la Sagrada Escritura que la Iglesia proclama, Dios nos habla, pero su hablar alcanza toda la realidad, todos los acontecimientos. En la Sagrada Escritura tenemos la clave para poder rastrear e interpretar esta palabra de Dios en el corazón de la vida. No es posible escuchar la Palabra si no vivimos desde la moderación, desde aquella actitud que ha marcado toda la historia de la espiritualidad: la atención a Dios y a su reino, la superación de los "poderes de este mundo", la capacidad de centrarse en lo esencial. El silencio y la contemplación son compañeros necesarios de toda escucha atenta de la Palabra.

b)     Un modo de relacionarse con Dios.

El fundamento de toda espiritualidad cristiana es el Espíritu Santo, que habita el corazón de cada bautizado. Por el Espíritu podemos entrar en la relación de amor que une al Padre y al Hijo. Quedamos conformados a imagen del Hijo. Así podemos reproducir en nuestra vida sus mismas actitudes ante Dios, su Padre, y ante los hombres, sus hermanos. Estas actitudes nos han sido dadas desde el bautismo, por el que hemos recibido el Espíritu Santo, y hemos empezado a ser una criatura nueva. "El Espíritu actúa interiormente en él, y lo transforma en lo más hondo de su ser; lo santifica con su gracia para que sea y viva como hijo de Dios, y se parezca en su ser y en su conducta a Jesucristo."

"Este hombre nuevo vive siguiendo a Jesús: cree en Dios, espera en Él y ama a Dios y, en Dios, al prójimo.

Al obrar así –creyendo, esperando y amando- se comporta como lo que es: como un hijo de Dios que está unido a Cristo y que posee el don del Espíritu Santo. A estas actitudes permanentes de vivir, propias de la nueva criatura nacida de la gracia santificante, las llamamos virtudes teologales. El Espíritu Santo actúa libremente en el interior de los hombres, los ilumina y los mueve a ser justos y santos ante Dios:

·         para que lo busquen y lo puedan encontrar,

·         para que puedan confiar en Dios y acoger su amor,

·         para despertar en ellos el temor filial a Dios, la fe, la adoración, la esperanza y la caridad,

·         para que puedan, en una palabra, cumplir en todo la voluntad de Dios.." (Catecismo Esta es nuestra fe, pág.310).

Esas tres virtudes o actitudes llamadas teologales, pues son don de Dios, constituyen el fundamento de toda espiritualidad cristiana y nos capacitan para una nueva relación con Dios Padre y con los demás a imagen de Jesucristo y por la acción del Espíritu Santo. Cuando celebramos los sacramentos se va alimentando esta relación que lleva a un nuevo estilo de vida, a la fraternidad de los hermanos. Sin esta dimensión histórica, la fe cristiana quedaría en un sueño; pero no es un sueño, es una nueva propuesta de esta vida concreta.

Vivir la relación con el Padre, según el Espíritu de Cristo, no es posible sin la vinculación a la Iglesia, pues en Ella el Señor se hace presente: "Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt. 28,20). No podríamos saber nada de Jesús, como salvador nuestro, no podríamos participar de su dinamismo de vida si no lo hubiéramos recibido a través de esa gran cadena de testigos, los cristianos. Ellos son la herencia de Jesús, pero no una herencia carcomida y polvorienta sino vivificada por el Espíritu, con capacidad para hacer resplandecer su Evangelio hoy, en la vida de cada día.

c)     Una vida según el reino de Dios.

La espiritualidad cristiana como forma de vivir tiene su punto de referencia en aquella petición del Padrenuestro: "Venga a nosotros tu reino". Esta oración es una llamada a colaborar decididamente en la construcción del reino inaugurado por Cristo. Por el Bautismo, todo el pueblo de Dios ha sido constituido pueblo sacerdotal (1 Pe. 2,4-5). Nada humano es ajeno a la relación viva con Cristo; todo tiene una dimensión que va más allá de lo inmediato que, si es vivido desde el Espíritu de Cristo, es piedra viva en la construcción del reino. Desde esta perspectiva, la espiritualidad cristiana no es una búsqueda de nosotros mismo sino el crecimiento en la relación con Dios y con los hermanos. Nada humano queda alejado de la posibilidad de ser vivido en relación con Dios, pero, a su vez, nuestra relación con el misterio de Dios tiene una dimensión histórica, unas consecuencias en la vida. Siguiendo aquel principio antiguo: "si oras de verdad, cambiará tu vida", presentamos a continuación algunos elementos de la espiritualidad cristiana que estamos llamados a vivir en el hoy de nuestro mundo y de nuestra Iglesia. Precisamente uno de los temas fundamentales al que debe responder toda espiritualidad cristiana es el de la unidad entre la fe y la vida. Dicho de otro modo, es referirnos a la vocación a la santidad como el elemento característico de todo aquel que ha sido bautizado en Cristo.

La espiritualidad asume el diálogo entre la fe y la cultura, entre el Evangelio y la vida. Por eso han nacido distintas espiritualidades a lo largo de la historia. Hoy, una espiritualidad cristiana se podría caracterizar por estas siete dimensiones inspiradas en las Siete Pautas que nos ofrece Monseñor Robert F. Morneau , Obispo auxiliar de Green Bay, Wisconsin:

1.      "Sé un administrador responsable"

El materialismo y el consumismo son realidades generalizadas. Nuestro mundo se ha convertido en un gran supermercado donde privan las necesidades del consumo, la realización de los deseos individuales. Y frente a esto, miles de personas mueren diariamente de desnutrición mientras algunos deportistas reciben contratos multimillonarios. Hay valores sesgados que parecen primordiales cuando países con economías precarias derrochan billones de dólares en gasto militar. Algo no funciona.

Frente a esta realidad, vivir según el Espíritu nos debería llevar, en primer lugar, a no perder de vista a los que sufren. Todos huimos del sufrimiento. Molesta porque nos sentimos muchas veces impotentes y cuestiona nuestra forma de vivir. Vivir según el Espíritu de Jesús significa ponerse en lugar del último, o, al menos, acercarnos a quien sufre y compartir su situación. No lo podemos transformar todo, pero al actuar así quedaremos transformados. Entonces descubriremos que cada persona es una realidad sagrada, un valor y no un medio de usar y tirar. Este es el camino a seguir para superar el materialismo y consumismo en el que todo empieza y termina en nosotros.

2.      "Equilibra tu interioridad con una preocupación por lo que pasa fuera"

Hoy se necesita urgentemente el silencio, un silencio que nos ayude a ir más allá de la superficialidad, a entrar en el misterio de la vida en que Dios habita. Esta no es una disciplina narcisista sino la posibilidad de entrar en relación personal con Dios. Cómo no recordar estas palabras de San Agustín en un momento cumbre de su itinerario espiritual: "¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé! El caso es que tú estabas dentro de mí y yo fuera. Y fuera te andaba buscando, y como un engendro de fealdad, me abalanzaba sobre la belleza de tus criaturas. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me tenían prisionero lejos de ti aquellas cosas que, si no existieran en ti, serían algo inexistente. Me llamaste, me gritaste, y desfondaste mi sordera. Relampagueaste, resplandeciste, y tu resplandor disipó mi ceguera. Exhalaste tus perfumes, respiré hondo, y suspiro por ti. Te he paladeado, y me muero de hambre y de sed. Me has tocado, y ardo en deseos de tu paz" (San Agustín. Confesiones. Libro X, nº27). Afirmar esta presencia de Dios en nuestra vida es fundamental en toda espiritualidad cristiana. Amar a los demás es importante, pero sin olvidar a Aquel que es fundamento de todo y no competidor de nadie: Dios amor.

Desde esta realidad hay que cuidar siempre la atención a los demás. Es la otra cara del espejo, el rostro en el que se transparenta la imagen oculta de Jesucristo, sobre todo si es un rostro marcado por el dolor y la necesidad de ser reconocido.

El cultivo de la interioridad es un tema urgente para no despersonalizarnos, para no convertirnos en marionetas de las circunstancias o de los propios deseos, pero sin olvidar que el descubrimiento de nuestro interior pasa por el descubrimiento del otro. La espiritualidad cristiana pasa necesariamente por este situarnos ante de Dios desde la situación del otro. Ser prójimos es una exigencia de todo encuentro con el Dios vivo y verdadero que quiere la vida de los hombres. Nada más contrario a una espiritualidad cristiana que fijar como objetivo fundamental la pacificación de nuestros sentidos y de nuestros deseos. El silencio también es necesario, pero como camino para mejor disponernos al encuentro con Dios y al encuentro con las alegrías y sufrimientos de los hombres.

El hombre siempre ha buscado respuestas a los interrogantes más profundos de la vida y, de alguna forma, ha podido entrever la misteriosa realidad que todo lo fundamenta. El cristiano, al entrar en el centro de su corazón se encuentra con el misterio de Dios y, desde ahí, se abre realmente a todo cuanto existe. "Los cristianos, justamente porque adoramos a Dios, nos sentimos urgidos a servir al hombre creado a imagen de Dios. En el servicio al hombre se refleja la auténtica adoración del Dios verdadero. Un dios que no nos enseñase a vivir como hermanos sería un dios falso" (CCE, El servicio de la fe).

3.     "Entra en un diálogo honesto y permanente con la cultura"

Un elemento clave en la espiritualidad cristiana es la creencia de que el Espíritu Santo sopla donde quiere. Por eso, entrar en diálogo con las diversas culturas es de gran importancia para los evangelizadores, pues así pueden reconocer el trabajo del Espíritu en tantas culturas y pueblos. El Espíritu siempre va por delante en nuestra vida, bajo su impulso el hombre construye, descubre valores y toma decisiones sobre lo que es justo, verdadero y bueno. Es verdad que en cada cultura, como en cada persona, existe la marca del pecado, la oscuridad, la tentación. Pero lo sabio es descubrir la presencia del Espíritu en el corazón de cada hombre, en las diversas manifestaciones de la cultura y de la historia. No deberíamos olvidar aquel episodio del Evangelio: "Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino entraron en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?. El se volvió y los regañó. Y se marcharon a otra aldea" (Lc. 9,51-56).

Hoy, la vida según el Espíritu se realiza en la capacidad de discernir la realidad que nos envuelve, a fin de descubrir las huellas del Espíritu en nuestra propia historia. Durante mucho tiempo hemos vivido la relación con los no cristianos desde una postura de confrontación y sospecha. Ha llegado el momento de entender que solamente desde el diálogo, que acoge y valora al otro, es posible ofrecer la verdad de nuestra fe. Estamos llamados a ser hermanos universales, a caminar con todos aquellos que buscan el crecimiento y la dignificación de cada ser humano. Bien sabemos que "el hombre vivo es gloria de Dios: y la vida del hombre es la visión de Dios" (San Ireneo).

4.     "Utiliza la tecnología como un medio y no como un fin en sí mismo"

Cómo no utilizar hoy los medios que pone a nuestro alcance la técnica para el mejor desarrollo. Sin embargo, el primer problema es si esto está al alcance de todos los seres humanos. No podemos magnificar los grandes progresos de la ciencia si esta no alcanza, en sus efectos, a todos. Otro gran tema es la finalidad misma de la técnica. Se está imponiendo una forma de pensar en la que la técnica tiene todos los derechos y se olvida que sólo es un medio para un fin. Hoy parece que los medios se han convertido en fines. Una espiritualidad cristiana deberá afrontar esta cuestión promoviendo una nueva conciencia de lo realmente importante. Para un cristiano, lo importante es el reino de Dios. Es decir, Dios que actúa aquí y ahora. Esto comporta una respuesta: el amor a Dios y a los demás. La técnica puede ser muy útil siempre que promocione al ser humano, que no lo esclavice, o que ocupe el lugar de Dios convirtiéndola en un absoluto. Ante las múltiples iniciativas que promueve la ciencia y la técnica a favor del hombre siempre habrá que recordar que es el bien del hombre, de todo el hombre, la medida del desarrollo. "La limitación impuesta por el mismo Creador desde el principio, y expresada simbólicamente con la prohibición de comer del fruto del árbol (Gen. 2,16), muestra claramente que ante la naturaleza visible estamos sometido a leyes no sólo biológicas sino también morales, cuya transgresión no queda impune" (SRS, nº 34).

Vivir las realidades de este mundo según el Espíritu nos debería llevar a hacer nuestro este anuncio de Jesús: "Por esto os digo: no estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido?. Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?... Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos" (Mt. 6,25-34).

5.     "Abraza el misterio. Busca la sabiduría"

Vivir según el Espíritu es vivir en presencia de Dios, saberse su colaborador, desear participar de su vida misma. El hombre es siempre un buscador. Esta historia nos debería ayudar para no dejarnos cautivar por las apariencias, por aquellas cosas que en realidad no tienen valor suficiente por el que valga la pena dar la propia vida:

"Esta es una historia que me han contado. Escuchad.

Un padre tenía dos hijos y dos hijas. Un día partió a un país lejano. Sus hijos se pelearon, jugaron, trabajaron y fundaron, cada uno de ellos, su propia familia. Pasado un tiempo recibieron una carta que les invitaba a abandonar su lugar de origen y a dirigirse a una lejana cabaña de madera, donde alguien estaba esperándoles. La carta estaba firmada: "Vuestro padre que os quiere". Uno de los hijos afirmó con indiferencia que la carta era probablemente falsa, que el "viejo" seguramente había muerto y que, en cualquier caso, la distancia era demasiado grande para que el viaje valiera la pena. se quedó en su casa.

Los otros tres, intrigados, se pusieron en marcha. Las indicaciones de la carta eran enigmáticas y el itinerario a tomar, estrecho y difícil. Por fortuna, fueron encontrando a intervalos regulares lugares de descanso donde poder reponerse.

Durante el camino encontraron también a maestros y magos que les propusieron algunos atajos o bien otros destinos diferentes al originario. Una de las hijas siguió una de estas sendas, se perdió en un bosque y, agotada, despertó presa en una fortaleza.

Los otros dos buscadores perseveraron en el camino señalado por la carta. Tras buen número de alegrías y penas, de momentos de extremo cansancio y de valor renovado, llegaron a la cabaña de madera. Felices y curiosos, penetraron en el modesto alojamiento. Descubrieron maravillados un espacio ricamente ornamentado, como dispuesto para una fiesta. Les habían preparado manjares refinados y valiosos tesoros.

Subyugado, el joven, que había sobrevivido a las penalidades de la búsqueda, se apoderó de todo cuanto pudo acaparar en sus manos y bolsillos. Cargado de bienes y ebrio de alegría, se volvió a su casa.

El último de los hijos, la hija más pequeña de los cuatro, maravillada por tantas riquezas pero insatisfecha en fondo de sí misma, se preguntó: "Pero, ¿dónde está nuestro padre?". Después de buscar por toda la estancia, reparó en una pequeña puerta en el fondo de la misma. Apenas el tiempo de llamar, la puerta se abrió y una persona sonriente la recibió con alegría y delicadeza en sus brazos. "Hija mía, por ti estaba muerto y ahora estoy vivo, estaba ausente y ahora estoy presente". Abrieron el uno al otro sus corazones hasta bien entrada la noche y festejaron su reencuentro. Poco antes del alba, la joven regresó feliz a su hogar, se reencontró con alegría con los suyos y les contó el viaje.

Luego marchó al encuentro de sus hermanos y hermana para entregarles una nueva carta de su padre. Colmado y triste, éste continúa esperándonos." (Shafique Keshavjee "Dios, mis hijos y yo", pág. 29-30).

Quien esté dispuesto a seguir los pasos del más joven de los hermanos encontrará realmente la sabiduría que le permitirá vivir esta vida, sin desesperación, pues siempre encierra un misterio que nos habla de Alguien más grande, que los cristianos creemos que existe y nos ama. Quien entra en el centro de la realidad, que es Dios, se encuentra con todo. Ya los antiguos monjes afirmaban, desde su soledad, que quien se encuentra con Dios se encuentra con todos los seres. Quien saborea la presencia de Dios afina su espíritu y se capacita para descubrir las excelencias del ser humano. Dios siempre está más allá de nuestro deseo, colma nuestras búsquedas dejando espacio a nuestra libertad. Dios no se impone, sino que, como el amor, llama a la puerta y, si le abrimos, tiene la capacidad de hacernos crecer, aunque también pide de nosotros una respuesta libre y no posesiva.

6.     "Vive sencillamente; encuentra el centro"

Vivimos en un torbellino de actividades y opiniones. ¿Cómo conseguir un corazón íntegro, saber lo que es verdaderamente necesario, vivir en el centro de la vida y experimentar su simplicidad?. Esta es una cuestión central en la espiritualidad. No bastan los buenos deseos y los sueños. Es preciso tener el coraje de llevarlos a la práctica, y esto exige simplicidad, gusto por lo esencial. En este sentido, la espiritualidad cristiana tiene en el camino de la caridad su centro más propio. ¿De qué sirve ganar el mundo entero si perdemos la vida?. ¿De qué sirve todo el esfuerzo por llevar una vida exigente, si no somos misericordiosos, si no intentamos perdonar y compartir las cargas de los demás?. El amor no puede ser una palabra meramente sentimental, se tiene que traducir en formas de vida concreta: acoger al que es diferente, compartir el camino con el que no coincidimos en todo, reanudar nuestra relación a pesar de las dificultades... Siempre será necesario armarse de un corazón que busca en el torbellino de las cosas y los acontecimientos el rostro concreto de las personas, que no se deja arrastrar por las grandes palabras sino por las personas concretas, y no para buscar el propio provecho, que también vendrá como un regalo, sino para que sean ellas mismas. En la espiritualidad cristiana, el amor es el camino que nos conduce al corazón mismo de Dios, y es la forma que adquiere la fe cuando se convierte en vida. La tradición cristiana siempre ha afirmado que la "caridad es la forma de todas las virtudes". Sin esta experiencia fundamental toda nuestra fe en el Dios amor se desvanece como la espuma. Tiene razón San Ignacio cuando afirma que en el amor el acento debe ponerse más en las obras que en las palabras. Vivir de forma sencilla significa moderar nuestros deseos porque hemos encontrado el tesoro más grande, aquel por el que vale la pena dejarlo todo. Este tesoro tiene que ver con el amor a Dios y a los demás.

7.      "Recupera la alegría"

El siglo XX ha sido un siglo marcado por grandes progresos, pero también por una historia de muerte y opresión política. Los graves problemas ecológicos y sociales que genera nuestra forma de vivir salta a la vista en la distancia que existe entre Norte y Sur. Si tomamos conciencia de nuestra responsabilidad al respecto, ¿tendremos motivos para la alegría?. Sonreír un instante, evadirnos de la situación, divertirnos, es una tarea al alcance de cualquiera, pero la alegría es otra cosa. Esta nace de la esperanza, de la certeza de que este mundo no termina en sí mismo, de que las puertas de la historia están abiertas a un futuro que viene de Dios. Podemos disfrutar de cada instante, de cada pequeño gesto, de cada encuentro, sin desesperación, pues sabemos que todo está en camino hacia una plenitud más grande y, aunque el sufrimiento también nos alcanza, éste no tiene la última palabra. Recuerdo que cuando me nombraron Obispo de Ibiza, a la hora de elegir mi lema episcopal, me decidí por este: "Gaudete in domino". Era la fiesta de San Felipe Neri, toda una promesa de que mi tarea episcopal debería estar marcada por la alegría. Después, con el paso del tiempo, descubrí que la alegría no nace del buen temperamento sino del encuentro con algo realmente valioso, el encuentro con Jesucristo, presente hoy en su Iglesia y cercano a tantos hombres y mujeres que piden de mí una respuesta.

La espiritualidad del cristiano de hoy debe ser de esperanza, de confianza en las promesas de Dios que nos llevan a luchar de una forma más decidida para que nuestro hoy sea realmente un anuncio, una semilla del futuro. "Sostengo además, que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios... Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior aguardando la hora de ser hijos de Dios.

 

 

 

 

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Irene Loreto iloreto@badellgrau.com

Señor Jesús, en el caer de la tarde, te ofrezco mi cansancio,
Al amanecer te dije que todo lo haría por tí, ahora renuevo mi deseo.
Enseñame a encontrarte en el trabajo,
Enseñame a encontrarte en el dolor,
Enseñame a encontrarte en lo que no entiendo,
en lo que me causa sufrimiento,
en lo que me causa dolor,
en las personas que queriendo o sin querer me hacen sufrir.
Que sepa orar, aun en los momentos de contradicción,
Que sepa que tu estás a mi lado y me comprendes,
Que el conocimiento de que eres mi Padre me de seguridad, aliento
esperanza que nada haga desfallecer.
Que encuentre la alegría y la seguridad solamente en Tí.
A veces dudo, porque soy débil.
Fortalece mi debilidad.
Que sepa encontrar la felicidad solamente en tí,
que cuando la vida me quite cosas, esté contenta
porque nadie me puede quitar tu amor.
Amén

 

 

 

La espiritualidad desde la perspectiva femenina
y desde la óptica de los excluidos

Mª Victòria Molins, Teresiana

 

1.    Curioso y alusivo título

Sí, no puedo negar que el título me ha resultado, al menos, chocante. Perspectiva femenina y óptica de excluidos. ¿Será porque esos dos colectivos guardan alguna relación? No es que quiera ponerme en plan de víctima. Sólo pregunto.

En mi caso, claro está que hablaré desde la perspectiva femenina porque soy mujer desde que nací.

Pero tengo también una ventaja para ponerme en la segunda óptica que se pide en esta ponencia: la de los excluidos. Y es que hace tiempo estoy muy cerca de ellos y vivo los problemas de su mundo, afectándome continuamente por ellos.

Ahora bien, cuando hablamos de espiritualidad no distingo sexos, ni lugares sociales. Sí, como dice el título de esta ponencia, perspectivas. No cabe duda que, incluso mi espiritualidad, centrada desde la juventud en una escuela determinada, como es la teresiana, ha ido cambiando al colocarme en una perspectiva y en una óptica determinada. Ya lo veremos.

La verdad es que me alegra poder centrarme en un tema que me ha venido interesando desde hace muchos años y en el que he crecido, en continua adaptación a los tiempos.

Cuando hablamos de una espiritualidad del siglo XXI, los que hemos vivido durante muchas décadas en el siglo pasado, podemos colocarnos mejor en esta perspectiva porque tenemos muchos términos de comparación.

Por otra parte, aunque de suyo, la espiritualidad cristiana no vincula a ninguna perspectiva ni masculina ni femenina, la óptica más cercana al mensaje evangélico es precisamente la de los pobres y excluidos. Trabajando con ellos y viviendo junto a ellos, creo que me encuentro en un lugar privilegiado para hablar de espiritualidad del siglo XXI.

2.    Espíritu, materia y yo personal

Cuando hablamos de espiritualidad lógicamente hacemos alusión al espíritu. Y éste nos hemos acostumbrado a contraponerlo a la materia. Seguramente por influencia platónica, esta división tan grande y drástica ha marcado la visión del hombre durante muchos siglos. Esto ha hecho, en muchas ocasiones, que se separara todo aquello que parecía pertenecer al mundo de lo "espiritual" de lo que casi se despreciaba como el mundo de "lo material".

Dejando a un lado la contraposición de San Pablo cuando se refiere al bien y el mal que hay en nosotros -"espíritu y carne"-, esa división ha hecho que encerráramos a menudo lo que llamábamos vida espiritual en un compartimento que nada tenía que ver con el mundo que nos rodeaba.

Mi propia experiencia fue marcada por ese signo durante muchos años. Una separación del "mundo", una extracción de todo aquello que podía representar lo material, hacía que la espiritualidad de los años anteriores al Concilio Vaticano II fuese un tanto desencarnada y ajena a muchas realidades temporales. Lo sé bien porque que me tocó vivir esta espiritualidad en mi infancia y primera juventud,

Aunque se hacía notar más en la vida religiosa consagrada, también afectaba esta separación ala vida laical. Cuando una joven, como en mi caso, se sentía llamada a vivir la vida del espíritu en plenitud, creía no tener más que un camino: el del convento. Si había tenido una fuerte experiencia de Dios que le acercaba a gustar de Él y de la Palabra con fuerza inexplicable, creía que debía abandonar todo aquello, que por "mundano" y material, le separaba de esa espiritualidad.

Cuando se intuía otra postura y se deseaba gustar de otras cosas, la formación de la época lo presentaba, a menudo, como tentación que había que desechar.

Creo que en un momento determinado de mi juventud empecé a entender algo que ahora intento vivir plenamente y desde una perspectiva mucho más madura, la que da los años...

Descubrí, gracias a las tendencias personalistas de algunos filósofos como Mounier, Kierkegard, Ortega y Gasset, etc. que el espíritu es algo más profundo que una simple contraposición a la materia, es lo que constituye el yo íntimo e irrepetible de la persona, en donde crece la vida del Espíritu con mayúscula y en donde se dan las operaciones más elevadas del ser humano.

Pero también entendí que la vida espiritual no era algo circunscrito a una parte de la realidad humana, sino a toda la realidad de la persona y lo que le rodea.

Fue a raíz de mi lectura de Teilhard de Chardin cuando comprendí más profundamente lo que suponía ese crecimiento de la humanidad hasta la plenitud y por tanto la riqueza de lo que el llamaba "el medio divino". Todo está impregnado de Dios y todo puede llegar a ser espiritual desde nuestra vida si nuestra actitud lo impregna de ese espíritu que llamamos evangélico y que constituye la verdadera espiritualidad cristiana. La del mensaje de la Buena Nueva.

3.    Mi perspectiva de mujer

No creo que esta perspectiva añada algo nuevo a la espiritualidad del siglo si no es precisamente el poder hablar de ella y el tener un puesto para ser representativa en esta espiritualidad. Tener voz y voto, opinión y testimonio... Y eso es algo que durante mucho tiempo, en la Iglesia y en la sociedad en general, estaba rodeado de dificultades. Lavar los manteles y poner floreros, o servir a los obispos en el peor de los casos, era el papel de la mujer en la Iglesia. Pero creo que era un asunto social no de espiritualidad. Porque la espiritualidad iba marcada por otros elementos comunes al hombre y a la mujer.

Lo que no estaba claro es cómo podía influirse en la sociedad desde una espiritualidad en especial laica y femenina. Hace muchos años descubrí a una mujer excepcional que me ayudó a entender muchas cosas en este campo de la vida espiritual encarnada en el mundo. Fue Madaleine Delbrêl, laica de la primer mitad del siglo XX, que se adelantó a su tiempo. Ella trabajó como obrera en un mundo comunista, -símbolo en aquel momento del materialismo frente a cualquier espiritualidad- y quiso mezclarse en medio de un mundo ateo con su vida llena de Dios, para ser testimonio desde la propia vida de una riqueza interior que le cambió por completo.

En los años cincuenta del siglo XX se adelantó al Vaticano II en su interpretación de la fe en el mundo: "La fe nos encomienda la misión de introducir en el mundo el amor mismo de Dios con "medios humanos", con "maneras de ser humanas": las de Cristo. Nos encarga realizar en el mundo una especie de compromiso temporal del amor eterno de Dios.

Al lado de esto, el resto existe y debe existir, pero la fe sirve para que Dios ame al mundo a través de nosotros como a través de su Hijo." Del libro "La alegría de creer". MADALEINE DELBRÊL . Sal Terrae. Santander, 1997

De esta mujer aprendí mucho. Como lo había hecho y lo sigo haciendo de una de las más grandes mujeres de la historia de la Humanidad y de la Iglesia, Teresa de Jesús. Ella me enseñó algo muy importante para una espiritualidad encarnada, a pesar de ser la más grande mística del siglo XVI y vivir en un convento como contemplativa: se puede resumir este tipo de espiritualidad en alguna de sus frases más acertadas: "Obras quiere el Señor", "¿Sabéis que es ser espirituales de veras?: Ser siervos de todos como lo fue Cristo..." (Moradas 5ªs. Y Moradas 6ªs.)

4. Pero fue la óptica de los excluidos la que me enseñó una espiritualidad actual

Cuando decimos que alguien tiene un "espíritu artista", o tiene un "espíritu ahorrador" o bien que tiene un "espíritu comercial" todos lo entendemos muy bien. Del mismo modo podemos hablar de tener "espíritu cristiano" que no es otro sino el "el Espíritu de Jesús". Y ésa es la auténtica espiritualidad cristiana. No hay otra. Pero aún así, podemos hablar de una espiritualidad cristiana actual, o de una determinada época. Quiere eso decir que, siendo el mismo Espíritu el que mueve, hay unos "signos de los tiempos", que pueden hacer que es espíritu de Jesús muestre distintos matices en unas u otras épocas.

No cabe duda de que en este momento hay una sensibilidad especial para todo lo que se oponga al desequilibrio de clases que se va manifestando cada día con más hiriente realidad, creando distancias cada vez mayores entre Norte, Sur, entre ricos y pobres. Esto engendra, entre otras cosas, un movimiento de solidaridad que contrasta con el egoísmo consumista que, por otra parte, nos domina a todos.

Desde la óptica de los excluidos la espiritualidad se tiñe de exigencia, no sólo solidaria sino contracultural, oponiéndose al consumismo, a la injusticia, a todo lo que excluya.... Vivir una espiritualidad desde el ámbito de los excluidos quiere decir, a mi entender, estar atenta al grito de los que no tienen voz y tener en nosotros los sentimientos de Cristo, aquellos por los que seremos examinados en el último día y que identifican a los excluidos con el mismo Jesús: "Porque tuve hambre, sed, estaba desnudo, encarcelado, enfermo... y me atendiste". Y nos coloca en la postura que se nos pide en el Evangelio que es precisamente la contraria a la que todos aspiramos, la del poder, el dinero, la influencia...: "Sabéis que los que gobiernan a los pueblos, los tiranizan y que los grandes los oprimen, pero no ha de ser así entre vosotros; al contrario, el que quiera subir, ha de ser servidor vuestro, y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos, porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir".

Esta actitud de servicio a los pobres y de ocupar un lugar en las fronteras, es lo que marca una de las características más inteligibles del mensaje evangélico y de la espiritualidad del siglo XXI.

Se ha dicho mucho que los pobres nos evangelizan. Y yo creo que esta frase ya estereotipada nos lleva a una realidad profunda. Y es que, junto a ellos y con ellos, el mandamiento del amor se hace más inteligible. Y cuando tus propios intereses llegan a tener menos espacio porque lo ocupan aquellos a quienes amas, la vida cambia por completo, el Evangelio se entiende mejor y ocupa en nuestra vida un lugar de exigencia que antes no tenía.

Pero hay algo más. Cuando aquí, en el Primer Mundo, hablamos de los excluidos, nos referimos a los que nosotros, en nuestra sociedad de consumo, en nuestras sociedades de opulencia, hemos dejado relegados por un complejo de problemas económicos y sociales. Es evidente que las bolsas de pobreza de lo que llamamos el Cuarto Mundo aumentan. Y ahora se hacen alarmantes con la llegada masiva de inmigrantes que han tenido que dejar su país por los mismos motivos excluyentes, llamémosle globalización o como queramos.

En ese mundo desestructurado y excluyente, los marginados están también al margen de los grandes valores de la existencia, a donde les ha lanzado nuestro egoísmo. Siempre me ha angustiado el hecho de que en nuestras Iglesias sólo tienen un lugar: en la puerta y con la mano extendida.

Hablamos de ver el rostro de Dios en los pobres. Pero creo que una espiritualidad de hoy, en este mundo sin fe, y a menudo sin esperanza, nos llama a que los pobres vean el rostro de Dios en nosotros. Sólo a través del amor que nosotros podamos darles, van a reconocer el amor de Dios que el Espíritu ha derramado en nuestros corazones. Porque, como dice San Juan, "a Dios nadie le ha visto, pero si nos amamos mutuamente, Dios está en nosotros y su amor se está realizando en nosotros..."

Esto es lo que he experimentado en muchas ocasiones y lo que ha cambiado mi vida y mi espiritualidad. ¡Cuántas lecciones he recibido de personas que no se lo pueden ni imaginar! Sin hablar directamente de Dios, he podido experimentar que el lenguaje del amor es el más claro y evidente y el que lleva a la fuente del amor, Dios.

Si ésta no es la espiritualidad del siglo XXI, el Evangelio no tendrá vigencia en un mundo descristianizado. Y eso, estoy segura, no puede darse porque lo dijo Jesús: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras, no pasarán...

 

 

 

El negocio de la espiritualidad

JUAN-JOSÉ TAMAYO

 

Tomado de El País, 15 de marzo de 2001

La espiritualidad ha entrado en los círculos comerciales y se ha convertido en un ingente negocio que, según datos tomados de Wall Street Journal, mueve mil millones de dólares. El mundo empresarial ha descubierto su poder e invierte en espiritualidad esperando conseguir pingües beneficios a muy corto plazo. Tres fenómenos se mueven en esa órbita: los grupos de autoayuda, que cuentan con una amplia difusión; los movimientos de la 'Nueva Era', que invaden el mercado religioso y cultural, y las nuevas manifestaciones de la magia, que desembocan en una credulidad laica. Son tres ejemplos de perversión de la espiritualidad hasta límites insospechados.

Los grupos de autoayuda se presentan como formas de realización integral de la persona y cauces privilegiados para el logro de su equilibrio emocional. Pero eso es sólo la apariencia, la intención confesada. Sin embargo, su objetivo en muchos casos es el estímulo para un mayor rendimiento y la consecución de mejores resultados en el ámbito laboral dentro de la competitividad que impone el mercado mundial.

La 'Nueva Era' es, según la certera observación del historiador de las religiones Giovanni Filoramo, una etiqueta creada por razones preferentemente mediáticas, que comprende experiencias heterogéneas desde el channeling o comunicación con maestros superiores y espíritus hasta las artes curativas conforme a la creencia tradicional del origen espiritual de la enfemedad. Estamos ante una reinterpretación del espiritismo de hace dos siglos.

El mundo de la magia tiene un fuerte arraigo no tanto en el terreno de las creencias religiosas tradicionales cuanto en el imaginario colectivo de las sociedades occidentales laicas. Se extiende la 'cultura de los horóscopos' con el apoyo de no pocos medios de comunicación y crece en proporciones insospechadas el número de personas que los consultan a diario y se rigen ciegamente por sus previsiones. El individuo renuncia así a su libertad de elección y se pone en manos de las fuerzas del destino. Lo que entre muchas personas comienza como un juego o una distracción, con el paso del tiempo se convierte en una especie de imperativo categórico a seguir. Las consultas de los videntes, cartomantes, magos y adivinos cuentan cada vez con más clientes en busca de mensajes optimistas que alivien las tensiones y los conflictos de la vida. El alivio, empero, es pasajero y se torna frustración en cuanto la persona se enfrenta con la dura realidad cotidiana. Los honorarios por las consultas de este tipo no suelen estar sometidos a regulación alguna y pueden constituir una forma de extorsión económica legitimada socialmente y no controlada por las instancias correspondientes.

Estas creencias no conocen edades ni clases sociales. A ellas se adhieren personas acomodadas en busca de mejoras 'existenciales' y personas desfavorecidas para encontrar una salida a su vida sin futuro. No faltan jóvenes, incluso no creyentes, que se instalan en ese mundo sin experimentar contradicción alguna. Según una encuesta del Instituto de la Juventud, el porcentaje de jóvenes españoles que cree en adivinos, 'profetas' y enviados ha subido en cinco años 7 puntos, pasando del 15% en 1995 al 22% el 2000.

Estas manifestaciones demuestran que se ha producido un desplazamiento múltiple: de la creencia crítica que caracterizó el fenómeno religioso de las décadas anteriores a la credulidad acrítica; de la gratuidad de la experiencia religiosa que definió los movimientos espirituales alternativos al interés crematístico que define hoy nuestra cultura; de una fe movilizadora de las conciencias y de las energías utópicas a una fe pasiva y alienante; de la relación directa con la divinidad a la comunicación a través de múltiples mediadores, guías espirituales, gurus, etc.

El negocio de la espiritualidad constituye una de la más graves manifestaciones de la perversión de lo sagrado, como ya viera Marx con especial lucidez. Corruptio optimi, pessima.

Pero ésta es sólo una cara del actual clima religioso. Junto al mercantilismo de la espiritualidad asistimos hoy al renacimiento de la mística como tema de estudio y como experiencia religiosa.

En los estudios sobre el fenómeno místico se ha producido un cambio de escenario. Hoy no es sólo ni principalmente la teología la que se ocupa de dicho fenómeno. Son también las diferentes ciencias humanas y de la religión las que investigan sobre él en sus aspectos antropológico-sociales y le conceden especial importancia en nuestra cultura. Ha cambiado también la perspectiva de los estudios, que deja de ser confesional y apologética y se torna crítica y laica. Ambos cambios dan como resultado una modificación sustancial en la concepción de la mística y en la imagen de los místicos.

La mística ha sido presentada como un fenómeno antiintelectual y antirracional, que se mueve en la esfera puramente emocional. Sin embargo, los más recientes estudios interdisciplinares parecen desmentirlo y las experiencias religiosas profundas muestran que la mística compagina sin especial dificultad el intelecto y la afectividad, la razón y la sensibilidad, la experiencia y la reflexión, la facultad de pensar y la de amar.

Si otrora se ponía el acento en el carácter ahistórico, desencarnado, puramente celeste y angelical de la mística, hoy se subraya su dimensión histórica. La mística tiene mucho de sueño y se mueve en el mundo de la imaginación, es verdad, pero el sueño y la imaginación están cargados de utopía. Y, como dice Walter Benjamin, la utopía 'forma parte de la historia', se ubica en el corazón mismo de la historia, mas no para acomodarse a los ritmos que impone el orden establecido, sino para subvertirlo desde sus cimientos; no para quedarse a ras de suelo, sino para ir a la profundidad.

A la mística se la ha acusado de huir de la realidad como de la quema y de recluirse en la soledad y la pasividad de la contemplación por miedo a mancharse las manos en la acción. Pero eso es desmentido por los propios místicos y místicas, como la carmelita descalza Cristina Kauffmann, para quien la mística 'es el dinamismo interno de toda actividad solidaria y creativa del cristiano. Crea personas de incansable entrega a los demás, de capacidad de transformación de las relaciones interpersonales'.

Los místicos y las místicas aparecen, a los ojos de la gente, como personas excéntricas, pacatas, conformistas, integradas en el sistema. Sin embargo, su vida se encarga de falsar esa imagen. En realidad, se comportan con gran libertad de espíritu y acusado sentido crítico. Son personas desinstaladas, reformadoras y con capacidad de desestabilizar el sistema, tanto religioso como político. Por eso resultan la mayoría de las veces tan incómodos para el poder que no puede controlarlos. Son sospechosos de heterodoxia, de rebeldía y de dudosa moralidad. Por eso, con frecuencia son sometidos a todo tipo de controles de ortodoxia por parte de los inquisidores, de fidelidad institucional por parte de los jerarcas, de integridad moral por parte de los cancerberos de la moralidad. Y no cabe extrañarse, porque así ha sido siempre. Baste recordar a dos de los más relevantes místicos del cristianismo: san Juan de la Cruz, encarcelado por los enemigos de la reforma carmelitana, y al maestro Eckhart, cuyas doctrinas fueron condenadas después de su muerte.

La experiencia mística es objeto de revalorización fuera del ámbito religioso. El filósofo Henri Bergson la considera la esencia de la religión. Para el psicólogo William James, la raíz y el centro de la religión personal se encuentran en los estados de conciencia místicos. El científico Albert Einstein, nada sospechoso de apologista de la religión, ve en la mística la más bella emoción del ser humano y la fuerza de toda ciencia y arte verdaderos, y llega a afirmar: 'Para quien esta experiencia resulte extraña, es como si estuviera muerto'.