Teología Pastoral
I. NATURALEZA.
1. Concepto. La T. p. es la parte de la Teología (v.) que estudia el desempeño
de la función de cura de almas. Etimológicamente la denominación de «pastoral»
deriva -por analogía- de la misión del pastor: este oficio -cuidado y crianza de
la greyexige atención, entrega, vigilancia, aprecio; y desde muy antiguo se
encuentra aplicado, de modo figurado, a quien ha de velar por la comunidad.
También la S. E. emplea con frecuencia esta figura referida a Dios, y a los
reyes y, en general, a los que gobiernan Israel; los profetas también llaman
pastor al Mesías esperado. Jesucristo gustó de acudir a la imagen del pastor en
la predicación: parábola de la oveja perdida (Lc 15,1-10), descripción del
juicio universal como una grey en que eJ pastor selecciona las ovejas de los
cabritos (Mt 25,32-33), etc.; y especialmente en la alegoría del Buen Pastor (lo
10, 1-18), con la que reivindica para sí las profecías del A. T., y, por tanto,
la misión stíprema de apacentar a su pueblo (V. BUEN PASTOR). La transmisión del
oficio pastoral a sus sucesores (lo 21,15-17) y la utilización de este título
por los Apóstoles (Eph 4,11; 1 Pet 5,1-4) hizo que pasara al acervo común de la
Iglesia para designar a aquellas personas que debían velar por la grey cristiana
y conducirla hacia su último fin, según las indicaciones del Pastor Supremo.
Así, pues, T. p. es la ciencia teológica de la cooperación ministerial de la
Iglesia al plan divino de la salvación que nos ha sida revelado por Jesucristo.
Se puede distinguir -aunque no separar- entre la pastoral como tarea o actividad
(v. PASTORAL, ACTIVIDAD) y la T. p. como disciplina sistematizada: la primera
-entendida como la práctica misma de la misión pastoral- ha existido siempre en
la Iglesia por mandato de Cristo (cfr. lo 21,16 ss.); la T. p., como estudia
sistemático de los diversos aspectos de la acción pastoral a la luz de la
Revelación (v.), es una ciencia teológica que se ha ido desarrollando al mismo
tiempo que la vida de la Iglesia. La denominación de T. p. es relativamente
reciente: el término lo utiliza S. Pedro Canisio por vez primera en el s. XVI y
aparece coma disciplina aparte en los planes de estudio del s. XVIII; pera esto
no quiere decir que en los tiempos anteriores no se haya hecho tal ciencia, sino
sencillamente que no se ha cultivado de forma separada, y, por tanto, que era
estudiada e incluida dentro de la Teología en general. Insistamos finalmente en
que la distinción entre actividad pastoraly T. p. no debe ser forzada; la T. p.
supone el conocimiento de la naturaleza de la Iglesia y de la historia de su
ministerio pastoral a lo largo de los siglos; si no se puede hacer ciencia
teológica de ningún tipo, si el teólogo no se adentra con su propia vida en la
intimidad divina, no puede hacerse T. p. si no se recorre a la vez el camino de
la acción pastoral. Esto explica quizá que durante tantos siglos no se hayan
preocupado demasiado de distinguir la ciencia teológica pastoral de la Teología
misma, y sobre todo de la vida, exigencias y labor de la pastoral de almas, y
que, por tanto, haya tardado tanto en nacer la T. p. como disciplina aparte.
2. La Teología pastoral como ciencia. a. Determinación de su objeto y contenido.
Es ésta una cuestión debatida en el s. XX como resultado de la evolución
histórica de esta disciplina en la época moderna. En el s. XVIII, al ser
constituida como disciplina autónoma en las escuelas austriacas, es concebida
como un estudio de la praxis sacerdotal desde una perspectiva más bien jurídica
y reglamentadora, de acuerdo con las tendencias regalistas del ambiente
austriaco de aquella época (v. JOSEFINISMO). A finales del s. XVlII y principios
del XIX se inicia una corriente que quiere vincular la T. p. a una eclesiología
más precisa e integral. En esta línea se mueven diversos autores de la escuela
de Tubinga (v.), y especialmente, ya a mediados del s. XIX, Anton Graf, que
propone una nueva estructuración de la T. p. que dejaría de estar centrada en el
sacerdote y su ministerio para considerar a la Iglesia en su conjunto.
La idea de Graf ha tenido fuerte influencia en el desarrollo posterior de las
estudios. Se entiende fácilmente, ya que tiene aspectos muy positivos: pone, en
efecto, de relieve que todos los cristianos participan de la misión de la
Iglesia y, por consiguiente, son responsables de la difusión de la verdad
cristiana, etc. (v. IGLESIA III, 3-6; APOSTOLADO). Presenta, no obstante -si no
es muy bien matizada-, aspectos negativos. En primer lugar, al poner el acento
en la Iglesia en su conjunto como sujeto de la pastoral, corre el riesgo de
desdibujar la diversidad de funciones, y provocar un olvida práctico -o al menos
una minusvaloración- de la distinción entre el sacerdocio ministerial y el común
de los fieles, dando así lugar a actitudes que coartan la libertad que la
Jerarquía debe tener en el ejercicio de sus funciones o que clericalizan la vida
laical. En segundo lugar -yen parte en dependencia de lo anterior-, puede llevar
a un desconocimiento práctico de la diversidad de carismas y vocaciones
individuales, originando una tendencia a la uniformidad y una centralización que
mata la espontaneidad del espíritu. Por todo ello nos parece que caben dos
soluciones:1) Concebir la T. p. como estudio de la actividad de toda la Iglesia,
pero distinguiendo en ella una parte general, que estudiará algunos criterios
generales (sentido de la fe y de la unidad, actitud de servicio, etc.), y que
sería necesariamente muy breve, y diversas partes especiales, según los
ministerios o funciones que se consideran.
2) Centrar la T. p. en el estudio de la actividad de los pastores en sentido
estricto, es decir, aquellas que, junto con la consagración sacerdotal, han
recibido el ministerio de la cura de almas. Esta segunda solución parece
preferible, ya que, de una parte, las principios generales a que hemos hecho
referencia son las consecuencias de una buena eclesiología y son por eso ya
vistos en ese tratado; y, de otra, el adjetivo pastoral tiene en la tradición
cristiana un significado preciso que no nos parece oportuno desvirtuar.
Finalmente, el apostolado que realizan los fieles es tan variada -depende de las
múltiples situaciones de familia, cultura, sociedad, profesión, etc.que
pretender someterlo a unas reglas resulta metodológicamente imposible, con lo
que se oscilaría entre afirmaciones genéricas o la tendencia a una
reglamentación excesiva que ahogaría la vida; es importante, repetimos,
salvaguardar la legítima libertad personal con la que cada cristiano debe
cumplir la misión apostólica a la que por el Bautismo (v.) está llamado.
En resumen, lo que hay de positivo en la idea de Graf debe ser recogido en la
eclesiología y en la T. p. -ya que uno de los criterios que las pastores deben
tener en el ejercicio de sus funciones es defender y promover el sentido activo
de todo el pueblo de Dios-, pero no debe llevar a cambiar el objeto de la T. p.,
que, a nuestra juicio, debe continuar ocupándose de estudiar el desempeño de la
función de cura de almas.
b. Fuentes y método. Señalemos, en primer lugar, que la T. p. presupone la
Teología dogmática (v.), especialmente la Eclesiología (v.), así como la
Teología moral (v.) y la Teología espiritual (v.). Empieza, en efecto, su tarea
presuponiendo ya conocida la misión de la Iglesia y las funciones que Cristo le
ha confiado, e inicia su trabajo preguntándose sobre el ejercicio de la misión
pastoral en servicio de la tarea de glorificación de Dios y salvación de las
almas a la que la Iglesia se ordena. Para ello es necesario que el cultivador de
la T. p. dirija de nueva su atención a la Revelación misma: es ella, en efecto,
no sólo la norma que define la naturaleza de la misión pastoral, sino la regla
primera que determina su ejercicio.
Remitiendo para un estudio general de las fuentes y método teológicas a TEOLOGÍA
II y III, digamos aquí que quien estudia la T. p. debe empaparse ante todo de la
S. E., en la que no sólo se nos comunica el mensaje de Cristo y se nos define la
misión por Él encomendada, sino que se nos transmiten múltiples consejos y
normas pastorales concretas: llamada a la santidad de los ministros (Lev 21,1-9;
2 Cor 6,4.6.7); necesidad del estudio y de guardar la buena doctrina (1 Tim
4,13.16; 6,20-21); virtudes que debe vivir el pastor de almas (Act 20,28; 1 Pet
5,2); mandato de predicar a todas las criaturas (Me 16,15), administrando los
sacramentos y enseñando la doctrina de Cristo (Mt 28,19-20), con ocasión y sin
ella (2 Tim 4,2), etc. Como síntesis o visión de conjunto de la figura del
pastor y del desempeño del ministerio pastoral encontramos las instrucciones
dadas por Cristo con ocasión de la primera misión de los Apóstoles (Mt 10,1-42),
así como las normas y orientaciones dadas después por los Apóstoles (v., en
especial, las epístolas a Tito y Timoteo), pero, sobre todo, el ejemplo de
Cristo mismo, «camino, verdad y vida» (lo 14,6), en el que encontramos las luces
más claras para entender y orientar rectamente el oficio pastoral.
A esa consideración constante de la S. E., el estudioso de la T. p. debe unir el
estudio de la Tradición (v.) y de la praxis de la Iglesia, que le llevará no
sólo a conocer y comprender la palabra divina, sino también a enriquecerse con
los tesoros de experiencia acumulados a lo largo de la historia cristiana; y,
especialmente, el de las decisiones con las que el Magisterio ha ido señalando
los modos concretos de servir a la misión recibida de Dios. Desde los primeros
sínodos hasta el Conc. Vaticano II prácticamente todos los Concilios (v.)
ecuménicos han emanado decretos disciplinares que deben ser conocidos por el
pastoralista; recordemos, por su especial relieve, la amplia labor del Conc. de
Trento, no sólo con sus decretos, sino con su indicación de que se redactara el
que luego se llamó Catecismo romano, Catecismo para párrocos o Catecismo de San
Pío V, capital para toda teología de la predicación y de la catequesis. A ello
se une, finalmente, el estudio de las enseñanzas y orientaciones del Magisterio
(v.) ordinario, de la Liturgia (v.), escuela de formación en la fe, Derecha
canónico (v.), etc.
Siendo el objeto de la T. p. no el estudio de la naturaleza de la misión
pastoral, sino el de su ejercicio, asume para su desarrollo las reales
adquisiciones de diversas ciencias humanas que pueden servir a ese fin: la
Psicología (v.) y la Sociología (v.), que ayudan a conocer la manera de
reaccionar de las personas o las circunstancias del momento histórico en que se
encuentran; la Pedagogía (v.) y la Retórica (v.), que ilustran sobre las vías
para transmitir una enseñanza viva, etc. Dejando clara la importancia que para
la T. p. tienen esos saberes, conviene a la vez insistir en su carácter
subordinado: no son ellos, sino el dato revelado, quienes rigen la Teología
pastoral. En ese sentido es oportuno precaver frente a un doble peligro: 1)
colocar el énfasis en los medios humanos y técnicos, olvidando la eficacia
intrínseca que tienen la propia palabra de Dios y la gracia, que trasciende los
condicionamientos humanos y gustan en ocasiones servirse de lo débil según la
carne, más que de lo fuerte (cfr. 1 Cor 1,17-31); 2) recurrir a los estudios
psicológicos y sociológicos como si a ellos les correspondiera determinar por
entero el modo de ejercicio de la actividad pastoral, olvidando que el mensaje
revelado y la vida que en él se anuncia tienen una sustantividad y determinan,
por tanto, en su núcleo central, el modo de su transmisión. Lo que las ciencias
humanas pueden, y deben, aportar son complementos y ayudas en la comprensión de
la pastoral, bien en general. bien en una concreta circunstancia histórica, pero
en modo alguno la determinación de su sustancia. Las desviaciones en que han
incidido diversos estudios pastoralistas, sobre todo en la época posterior a
1960, derivan, a nuestro parecer, de haber invertido esta jerarquía de fuentes a
que acabamos de hacer referencia.
c. División y temática. No hay un acuerdo general sobre la división o
estructuración de esta disciplina: basta revisar los índices de los manuales
para comprobarlo.
Por ello, más que proponer aquí una posible sistematización, vamos a comentar
cuál es, en general, su temática. En ese sentido puede decirse, ante todo, que
la T. p. comprende el estudio de la actividad de los pastores, que, según una
división ya tradicional, puede analizarse según tres funciones o munera: 1) La
función o misión profética, es decir, el anuncio del Evangelio invitando «a
todos con instancia a la conversión a la santidad» (Conc. Vaticano II, Decr.
Presbyterorum Ordinis, 4), que comprende formas muy variadas: la enseñanza
magisterial (v. MAGISTERIO ECLESIÁSTICO); la catequesis (v.); la predicación
(v.), tanto en general como homilética (v.); la dirección espiritual (v.); la
atención a los que yerran o no creen, etc. 2) La función sacerdotal o litúrgica,
en la que se incluye tanto la dispensación de los sacramentos (v.), y
especialmente -por su particular incidencia pastoral- la Penitencia (v.) y la
Eucaristía (v.), como la acción de gracias y la alabanza divina (v. LITURGIA;
OFICIO DIVINO). 3) La misión regia o de gobierno (también llamada por algunos
hodegética: del vergo griego hodegeo, que significa guiar, mostrar el camino),
que abarca tanto el gobierno propiamente dicho (v. JERARQUÍA ECLESIÁSTICA), como
la atención que cada presbítero debe dedicar a los fieles que de algún modo le
han sido encomendados, la promoción de la caridad fraterna, la solicitud para
con los más necesitados, etc.
La T. p. estudia esas diversas funciones o tareas tanto por lo que se refiere a
su desempeño individual, como a las estructuras que puedan constituirse en su
servicio (V. CIRCUNSCRIPCIÓN ECLESIÁSTICA; DIÓCESIS; PARROQUIA; ASOCIACIONES V;
etc.). Y ya que ninguna tarea o estructura se realiza o vive por sí sola, sino
según los individuos que la asumen o vivifican, la T. p. se ocupa -y como parte
especialísima- de la figura del pastor de almas y de analizar los medios que
conducen a su formación adecuada. Sin exponer un programa detallado de formación
pastoral (v., al respecto, PASTORAL, ACTIVIDAD; SACERDOCIO IV y V; SEMINARIOS Y
UNIVERSIDADES ECLESIÁSTICAS), no queremos dejar de esbozar algunas líneas de
fuerza que no deben faltar jamás en la preparación para la función pastoral y en
el ejercicio de la misma: sentido de la fe; esfuerzo para alcanzar la santidad
personal, como base imprescindible para un desempeño adecuado de la misión
recibida; caridad y espíritu de servicio; conciencia del valor insustituible de
los sacramentos como fuentes del vivir cristiano; valentía y decisión en la
proclamación de la palabra de Dios; coherencia interior, de manera que el modo
de vivir se adecue a lo que se dice y sirva de ejemplo y estímulo.
Es propio de la T. p. -así como del gobierno pastoral, en el nivel en que a cada
uno le corresponde- llegar a algunas normas, criterios u orientaciones
generales. Recordemos al respecto lo que ya decíamos al principio: si bien
alcanzar esos criterios generales es fundamental -se trata de servir a la misión
confiada por Dios a la Iglesia y, por tanto, de comprender cuál es la manera de
actuar adecuada a ella-, debe evitarse toda reglamentación o programación
excesiva, que coarte y ahogue la iniciativa individual y los carismas que Dios,
libremente, pueda conceder a cada uno. De ahí que cada fiel cristiano goce de
una legítima libertad en el ámbito de su vida profesional, social y familiar; y
que cada sacerdote -dentro de la obediencia que debe a su Ordinario y de las
determinaciones propias de su ministerio- pueda escoger aquellos modos
pastorales que considere más apropiados para su peculiar tarea, etc.
3. El arte de la pastoral. La formación pastoral no se adquiere sólo con el
estudio de la T. p., ya que requiere tanto o más adquirir la vida cristiana y
aprender un arte; solamente así se podrán poner en práctica los conocimientos en
el ejercicio concreto del ministerio. Este ejercicio requiere algunas dotes
naturales: equilibrio, objetividad, comprensión, etc., que se perfeccionan con
la práctica y, sobre todo, con la petición humilde al Señor; dotes todas ellas
que tienen un firme apoyo en la prudencia (v.) adquirida y sobrenatural; además,
esas virtudes son iluminadas y perfeccionadas por el don de consejo y el de
sabiduría (v. ESPÍRITU SANTO III).
Como todo arte, no se aprende sólo en los libros, es preciso adquirirlo también
de modo vivo bajo la dirección de sacerdotes con experiencia: «Puesto que es
necesario que los alumnos aprendan el arte de ejercer el apostolado no sólo
teóricamente, sino también en la práctica, y que sepan actuar bajo su propia
responsabilidad y en unión con otros, deben ser iniciados en la práctica de la
pastoral (...) por medio de actividades oportunas. Éstas deben realizarse (...)
bajo la dirección de varones expertos en cuestiones pastorales, recordándoles
siempre la primordial importancia de los medios sobrenaturales» (Conc. Vaticano
II, Decr. Optatam totius, 21).
Por todo ello, la formación pastoral no puede ser algo exclusivamente teórico,
sino que debe ir acompañado de una entrega práctica a la tarea que se estudia.
Concebir la formación pastoral, o su posterior actualización y puesta al día,
como una tarea exclusivamente académica, confiada sólo a cursillos y
conferencias, sería adentrarse por un camino inadecuado.
II. HISTORIA.
1. Introducción. En el Evangelio encontramos el fundamento de la misión pastoral
de la Iglesia: Cristo, antes de volver al Padre, transmite a Pedro y a los demás
Apóstoles la misión de apacentar a sus ovejas, de instruirlos en su doctrina y
de administrar los sacramentos por El instituidos (v. IGLESIA I, 2). En él
encontramos también el relato de la acción pastoral de Cristo, que constituye el
modelo, el ejemplo y la luz que orientan toda la acción práctica y la obra
escrita de sus discípulos en el ejercicio de la misión recibida. En los Hechos
de los Apóstoles y en las Epístolas escritas por los Apóstoles mismos,
encontramos el testimonio de cómo se preocuparon en transmitir íntegro el legado
del Maestro, enseñando su doctrina según la diversidad de personas a las que se
dirigen en cada caso. Naturalmente, sería ingenuo pensar que la predicación y la
labor de los Apóstoles haya quedado sistematizada en un tratado; pero es
evidente que en sus Epístolas se estructuran de modo neto los temas centrales de
la figura y misión del sacerdote con los distintos fieles, tal como debe ser
siempre en la Iglesia.
Los sucesores de los Apóstoles realizaron su tarea en los más variados
ambientes; y la predicación de la misma fe y la administración de los mismos
sacramentos fue llegando a todos los ambientes de la tierra. De este esfuerzo
por hacer vivir la vida cristiana y defender a los fieles del error en las más
dispares circunstancias, surge un ejemplo de actividad pastoral, así como
numerosos escritos, no sólo con frecuencia eminentemente pastorales, sino en los
que se tratan expresamente muchas cuestiones de Teología pastoral. Por esa -como
se dice en i- consideramos un error identificar la historia de la T. p. con su
historia como disciplina autónoma. En la exposición que sigue, que comenzaremos
con la época patrística, daremos una visión, obviamente muy somera, de la
presencia de lo pastoral a lo largo de esos siglos; como podrá verse, en
ocasiones se trata de una presencia de temas y preocupaciones pastorales, en
otras encontramos ya verdaderos intentos de sistematización científica.
2. Época patrística. La obra de los Padres apostólicos está llena de temas
pastorales: S. Ignacio de Antioquía (v.) explica la necesidad de que todos
permanezcan unidos a su obispo, tanto en la doctrina como en materia
disciplinar; S. Clemente Romano (v.) indica de un modo muy didáctico y preciso
los deberes morales del cristiano; el Pastor de Hermas (v.) es particularmente
rico en transmitirnos elementos de la práctica de la Penitencia. En general, se
puede decir que la literatura cristiana de esta época tiende a un ferviente
ascetismo, fruto de la íntima unión a Cristo.
En el s. II son frecuentes las luchas en el campo teológico: paganismo,
judaizantes, gnósticos, montanismo, etc. Los Padres de este siglo aparecen más
bien como defensores de la fe; pero, en ocasión de esta defensa, salen a relucir
en sus obras muchos aspectos de su labor pastoral. Así, S. Justino (v.) describe
las reuniones cristianas en torno a la Eucaristía y al Bautismo; S. Ireneo (v.)
recuerda que la verdadera enseñanza de la Iglesia es la recibida por tradición
ininterrumpida de los Apóstoles, y que viene impartida por los pastores
actuales, etc.
En el s. III se desarrollan las escuelas catequéticas: Clemente (v.), segundo
director de la de Alejandría, en El Pedagogo presenta al Verbo como educador de
las almas, y en sus escritos está siempre presente el aspecto educativo y moral
como momento central de la enseñanza. Orígenes (v.) -aparte de su personal
actividad pastoral: a decir de su biógrafo, predicaba casi a diario y se
conservan más de 200 homilías-, en su vasta bibliografía, trata de abundantes
temas pastorales, aparte de los fundamentos de una Teología espiritual
desarrollada. En las obras de S. Cipriano (v.) encontramos no tanto un teórico
de la doctrina, sino un pastor de almas cuya principal preocupación es conducir
la grey a la práctica de la virtud: en esa línea se mueven todos sus escritos.
La época llamada de esplendor patrístico (s. IV y V) marca también un impulso en
el estudio de los problemas de la T. p., que viene fomentado por las numerosas
conversiones -tanto en estratos sociales elevados como en las masas campesinas-
y las grandes controversias trinitarias y cristológicas, que exigieron de los
pastores todo su celo e interés para evitar que se deformara la fe de los
fieles. En esta época adquiere un gran desarrollo, junto a las homilías y los
tratados, el género epistolar: las cartas -personales o circulares- se utilizan
para confirmar en la doctrina, resolver problemas concretos, anunciar alguna
solemnidad, exhortar la práctica de virtudes, etc. Por su importancia destacan
S. Atanasio (v.), los Capadocios (v.), en particular S. Gregorio Nacianceno (v.)
con su De sacerdotiis; S. Ambrosio (v.) con su De officciis ministrorum, S. Juan
Crisóstomo (v.) con el De sacerdotüs y S. Agustín (v.) con diversas obras (baste
citar el De doctrina cristiana, De moribus clericorum, De catechizandis rudibus,
etc.).
El fin de la patrística está dominado por los nombres de S. León Magno (v.), S.
Juan Damasceno (v.) y, especialmente, S. Gregorio Magno (v.), que en medio de
una intensa actividad pastoral escribió uno de los primeros libros dedicados
exclusivamente al ejercicio de la actividad pastoral: el Liber regulae
pastoralis, donde pone de relieve la dignidad y género de vida propios de los
pastores, e indica las reglas de predicación y dirección que deben tenerse
presentes según las peculiares condiciones de los fieles.
3. Edad Media. En esta época, los grandes continuadores de los Padres, al
intentar una sistematización de la enseñanza cristiana, no dejaron fuera el
aspecto pastoral. Para no recargar la exposición, nos referiremos sólo a tres
nombres clave: S. Bernardo, S. Buenaventura y S. Tomás de Aquino.
La mayor parte de la obra de S. Bernardo (v.) la constituyen sus Sermones, de
los que se conservan más de 330, siendo un modelo de predicación; también
escribió más de 500 cartas sobre temas disciplinares, teológicos, ascéticos,
deberes de los fieles, etc. Es justo destacar el opúsculo De officüs episcoporum
y el De consideratione. Es un místico que se apoya en un sólido ascetismo;
preocupado por conducir las almas a Dios, insiste en la necesidad de progresar
continuamente en la perfección (v.), a la que están llamadas todas las almas.
Aunque su bibliografía oratoria -conferencias y sermones- es extensa, S.
Buenaventura (v.) es de una tendencia menos práctica que S. Bernardo; sin
embargo, supo dar a toda la obra teológica una impronta espiritual o mística, ya
que para él la primera finalidad de la Teología era la mejora personal en el
camino de la santidad. Entre sus obras merece citarse el De regimine animae.
Summa confesionalis.
Como en los otros campos de la Teología, S. Tomás (v.) representa un momento
cumbre que siempre tiene actualidad; entre sus enseñanzas recordemos sus
afirmaciones sobre la necesidad de que la predicación sea reflejo de la
contemplación y oración personales («contemplata aliis tradere»). No faltan, por
lo demás, entre sus obras algunas escritas con una finalidad pastoral: atajar
algún error, ilustrar algún punto de doctrina, etc.; mencionemos sus comentarios
a los Diez Mandamientos, Ave María, Pater Noster y Credo.
El nacimiento de escuelas teológicas contrapuestas, el voluntarismo y el
nominalismo, marcan una cierta decadencia en los estudios en los s. XIV y XV: en
lugar de los problemas básicos de la Teología, el interés se centra en las
opiniones de escuela; los estudios fundamentados en la Revelación dan paso a
recetarios prácticos con poca o ninguna hondura teológica; se produce una cierta
laguna en la formación sacerdotal, que repercute sobre la que reciben los
fieles.
4. Edad Moderna. La reacción católica contra la decadencia del Bajo Medievo y la
herejía protestante se hace particularmente importante en el Conc. de Trento
(v.). Además de las definiciones dogmáticas, se emanaron decretos disciplinarios
sobre enseñanza de la doctrina, deberes y derechos de los obispos y sacerdotes,
creación de seminarios, revisión del Misal y Breviario, etc. La preocupación por
una enseñanza adecuada de la fe culmina con la publicación del Catecismo romano
por S. Pío V (v.) en 1566, que aparte de un resumen hondo y fundamentado de la
catequesis cristiana, es, por las instrucciones que da y por su orientación
misma, un tratado de los deberes del pastor de almas en lo que se refiere a la
predicación catequística. En los años posteriores a la reforma tridentina
encontramos una serie de pastores -S. Carlos Borromeo (v.), S. Juan de Ribera
(v.), S. Tomás de Villanueva (v.), etc- que encarnan la figura del obispo tal y
como el Concilio la había delineado y que han constituido un modelo para los
siglos posteriores. Deben ser también mencionados, por su hondo influjo en la
praxis pastoral, S. Ignacio de Loyola (v.), S. Juan de Ávila (v.), S. Pedro
Canisio (v.) y, ya en una época algo posterior, S. Francisco de Sales (v.).
En los s. XVII y XVIII se observa un importante y siempre más vivo esfuerzo
pastoral: las misiones (v.) se multiplican con renovado fervor, se fundan nuevas
órdenes y congregaciones religiosas con objeto de atender necesidades
específicas, y proliferan los devocionarios y libros de oración. Destaca S.
Alfonso M. de Ligorio (v.) con su Homo apostolicus. Pero a la vez se infiltran
desviaciones como el jansenismo (v.), el cesaropapismo (v. GALICANISMO;
JOSEFINISMO) y el racionalismo (v.). Es en este contexto -tránsito del s. XVIII
al s. XIX- en el que nace la disciplina de la T. p., como materia a se; puede
fijarse la fecha: 3 oct. 1774, por un decreto de la emperatriz María Teresa de
Austria (v.); empezó a enseñarse en 1777.
A pesar de los límites que tenía ese intento, tuvo gran eco, y a partir de esa
fecha vemos multiplicarse los manuales de Teología pastoral. Uno de los primeros
que se escriben en España es el titulado Instituciones de Teología pastoral
(Madrid 1805), del agustino Lorenzo Antonio Marín. Entre otros muchos que sería
prolijo mencionar, citemos el Manuale pratico del parocho novello (Novara 1863)
de G. Frassinetti, el Tesoro del sacerdote (Barcelona 1861) del jesuita J. Bach,
los Apuntes para el régimen de la diócesis de S. Antonio María Claret (v.), etc.
Paralelamente encontramos el intento de los autores de la escuela de Tubinga
(v.), sobre cuyo sentido y límites ya nos hemos pronunciado al exponer antes la
finalidad y objeto de esta disciplina (v. I, 2); las obras más importantes en
esa línea fueron: J. M. Sailer, Vorlesungen aus der Pastoraltheologie (3 vol.,
1788-89); A. Graf, Kritischen Darstellung des gegenwárigen Zustands der
praktischen Theologie (1841); J. Amberger, Pastoraltheologie (3 vol., 1850-57).
Por otra parte, los diversos intentos de revitalización de la escolástica, y
especialmente la vuelta a S. Tomás, con todo lo que eso suponía de recuperación
de una visión unitaria del saber teológico, produjo frutos también en este
campo; debe ser citado sobre todo el profesor de Friburgo A. StoIz con su
Kalendar f ür Zeit und Ewigkeit (1858-84). En el terreno de la práctica pastoral
tiene especial relieve S. Juan María B. Vianney (v.), cuya vida y labor han
quedado como modelo de la actividad sacerdotal (cfr. Juan XXIII, Enc. Sacerdotii
nostri primordía, 1 ag. 1963).
5. Epoca actual. La vasta acción de los Pontífices posteriores al Conc. Vaticano
I encaminada a vitalizar la formación y la acción pastoral -baste recordar de
modo particular a S. Pío X (v.)- culmina con la entrada en vigor del Código de
Derecho Canónico en 1918, que recoge y sistematiza la legislación anterior sobre
los deberes pastorales de los obispos, sacerdotes, etc., y establece que en los
Seminarios (v.) se imparta la enseñanza de la T. p. «con ejercicios prácticos
especialmente sobre la manera de enseñar el catecismo a los niños o a otros, de
oír confesiones, de visitar a los enfermos y de asistir a los moribundos» (CIC,
can. 1.365). La Const. Deus Scientiarum Dominus (1931) da ulterior vigor a esas
enseñanzas. Posteriormente otros documentos pontificios recalcan el deber del
estudio de la T. p.: cfr. p. ej., la Const. Sedes sapientiae (1956), la creación
del Instituto Pontificio Pastoral por la Const. Ad uberrima (1958), etc. Esta
acción del Espíritu Santo en promover nuevos caminos de santidad y acercamiento
a Dios ha cristalizado en los documentos del reciente Conc. Vaticano II (v.):
sabido es que ha querido ser un concilio eminentemente pastoral, cosa que por
otra parte se puede deducir del tenor de sus documentos. Resta ahora, como
sucedió después de Trento y del Vaticano I, un serio esfuerzo para que la
doctrina de la fe conserve su plenitud de sentido, de forma que llegue al
espíritu y al corazón de todos los hombres a quienes va dirigida (cfr. Paulo' VI,
Ex. Ap. Quinque ¡am anni, dirigida a los obispos con ocasión del 5° aniversario
de la clausura del Conc. Vaticano II, 8 dic. 1970: AAS 63, 1971, 97-106).
En el terreno de la elaboración científica encontramos continuadores de las
diversas tendencias ya señaladas en el s. XIX, con intentos por desgracia no
siempre acertados. Tal es, a nuestro juicio, p. ej., el de H. Schuster (formado
en la escuela de K. Rahner, v., y uno de los principales colaboradores del
Handbuch der Pastoraltheologie, 5 vol., Friburgo 1964 ss.), que, insistiendo en
la referencia a la praxis concreta que es consustancial a la T. p., acaba en
realidad subordinándola a la actualidad inmediata y, por tanto, a los estudios
de tipo sociocultural. No es por esa línea, a nuestro parecer, como puede venir
un crecimiento de la T. p., sino más bien por el de una profundización en la
doctrina revelada, de modo que el anuncio de la salvación se realice «no con
palabras persuasivas de humana sabiduría» (1 Cor 2,4), sino con «la palabra de
Dios que es viva y eficaz, y más penetrante que espada de dos filos» (Heb 4,12).
V. t.: IGLESIA III, 6; PASTORAL, ACTIVIDAD.
I. J. DE CELA .A Y URRUTIA.
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Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991