Teocracia I
 

1. Origen y sentido del concepto. El término t. se aplica a las formas de poder o gobierno político en las que se piensa que éste es de alguna manera ejercido concreta y directamente por Dios, de modo que el poder sea considerado absoluto y único. El término griego theokratia (de Theos, Dios, y krátos, poder o dominio) lo acuñó el historiador juego-helenista Flavio Josefo (v.) en el s. I (Contra Apion, 11,16,165), «violentando el idioma», dice él mismo, para distinguir el régimen políticoreligioso judío de los otros coetáneos (monarquía, oligarquía, democracia, etc., conforme a la clasificación típica de Platón, Aristóteles, Polibio, Cicerón, etc.; V. GOBIERNO III). «Nuestro legislador -añade- no se fijó en ninguno de esos sistemas de gobierno sino que... instituyó la teocracia, situando en Dios el poder y la fuerza»; y expone a continuación los atributos divinos, tal como los proclamó Moisés, en quien se inspiraron -afirmalos sabios más eminentes de Grecia.

Aunque muchos autores, siguiendo a Flavio Josefo, consideran el régimen político judío veterotestamentario como ejemplo típico de t., sin embargo, la forma política de los judíos no era una t. en el sentido que suele usarse esta palabra en la historia de las ideas políticas y del derecho político. En todo caso, se trataría de una t. distinta. En efecto, por una parte, el pueblo hebreo a lo largo de su historia conoció diversas formas políticas (federación de tribus, jueces, monarquías, consejos de ancianos, sanedrín, etc.; V. HEBREOS I); por otra parte, eran diferentes y separadas las funciones y autoridades políticas y civiles de las sacerdotales, proféticas y religiosas, al menos en la mayor parte de su historia; y también era limitado el poder de esas autoridades, limitado por las leyes del «Reino de Dios» (v.) y de la «Alianza» (v.).

Tampoco puede confundirse la «Alianza» divina con el pueblo, y el «Reino de Dios» que trataba de instaurar y conservar esa Alianza, con una fórmula política de gobierno, puesto que la «Alianza» y el «Reino» eran algo de carácter marcadamente religioso y moral. Aunque muy unidos con la misma vida civil y política de la comunidad del A. T., para que ésta pudiese llegar a realizar su misión, la «Alianza» y el «Reino» eran distintos de la vida política, en cuanto estaban dirigidos especialmente a la intimidad del hombre y a la salvación eterna personal, así como a la propagación a todo el mundo de esa salvación; lo cual se puso particularmente de relieve en Jesucristo y el N. T., a los que apunta continuamente el Antiguo (v. t. PUEBLO DE DIOS).

En la vida y predicación de Jesucristo, a partir del principio «dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mt 22,21 y para].) y de todo el conjunto de la doctrina neotestamentaria (v. IGLESIA IV, 5A),se distingue claramente el poder político del religioso. De este modo, el cristianismo (v.), al mismo tiempo que muestra la necesidad de obedecer a la justa autoridad civil, también por motivos religiosos y morales (lo 19,11; Rom 13,1-7; 1 Tim 2,1-2; Tit 3,1; 1 Pet 2,13-15), ha sido el máximo impedimento doctrinal e histórico para que se desarrollase la teocracia. No puede pensarse que el reconocimiento de Dios como único Señor del universo y fuente de todo poder, de modo que tanto los poderes civiles como los religiosos proceden en último extremo de Él, implique, ni de derecho ni de hecho, una teocracia. Al contrario, en la doctrina cristiana queda claramente imposibilitada, puesto que, además de distinguir los dos poderes, éstos quedan subordinados al poder y a la ley de Dios (ley moral: v. LEY), a la responsabilidad ante Él, siendo así ambos más delimitados y en ningún caso considerados como absolutos.

En cambio, en términos generales, la t. fue el régimen frecuente o al que se tendía en muchos pueblos y civilizaciones precristianas, en los grandes imperios antiguos, en los que se identificaba o tendía a confundir los poderes civiles y políticos con los religiosos y espirituales, o se subordinaban más o menos completamente los unos a los otros, con lo que, en todo caso, el poder se hacía absoluto (cosa que no solía ocurrir en Israel, y que el cristianismo no admite). A veces la t. era al mismo tiempo una hierocracia, es decir, el gobierno temporal o político era ejercido por los sacerdotes; pero t. y hierocracia no se identifican necesariamente, siendo ésta sólo una de las posibles formas concretas de aquélla (v. HIEROCRATISMO). También hay casos de pueblos y civilizaciones precristianos en los que, reconociendo a Dios o a las diversas divinidades el señorío y poder supremos, no se da la teocracia. Ésta se daba en aquellas civilizaciones en las que la vida religiosa adquiría una organización fuertemente estatal, con un tipo de politeísmo (v.) de cierta tendencia monoteísta; es decir, con un panteón organizado, en el que un dios adquiría rango principal y supremo sobre los demás y cuyo representante, manifestación o descendiente en la tierra era, como el dios, jefe absoluto y arbitrario del pueblo.

2. La teocracia en la antigüedad. La t. se encuentra más en pueblos antiguos altamente civilizados, y menos en los primitivos. Dentro de los diversos grados y formas de t., ejemplos claros de la misma pueden encontrarse en gran parte de los imperios del antiguo medio oriente, de Asiria (v.) y Babilonia (v.), en los hititas (v.), y, de modo especialmente claro, en los antiguos imperios de Egipto (v.). Más al oriente, destaca en este sentido el sintoísmo (v.) japonés, y también el lamaísmo (v.) del Tibet; más al occidente, diversos momentos del imperio de Roma (v.). También hay ejemplos de t. en la América precolombina, destacando el imperio de los incas (v.) en Perú, en gran parte los mayas (v.) y de algún modo los aztecas (v.). De sus conquistas por el oriente, Alejandro Magno (v.) trajo, junto con el sincretismo (v.) y la teocrasia (v.), el culto a los emperadores y su divinización, hasta entonces desconocido en Grecia, de donde después lo copiaron los romanos (v. APOTEOSIS); de ahí surgieron las persecuciones (v.) a los cristianos.

Y en general son teocráticos, o de tendencia teocrática, aquellos pueblos y civilizaciones cuya religión o religiosidad era del tipo de las que han sido calificadas por los historiadores como «étnico-políticas» o «nacionales» (v. RELIGIONES ÉTNICO-POLÍTICAS). Con frecuencia, en estos casos de verdadera t. que se han señalado, el emperadoro rey no sólo era la máxima autoridad civil y religiosa al mismo tiempo, sino que era también sumo sacerdote, e incluso era considerado como dios o como descendiente o manifestación de la divinidad. De esta forma, sus decretos o leyes eran automáticamente divinos, y su autoridad era omnímoda, identificándose, en general, la felicidad y prosperidad del rey con la del pueblo. Los sacerdotes o eran también gobernadores de lo temporal, o, si se limitaban a funciones cultuales y culturales, venían a ser como funcionarios reales.

En todos estos casos, lo que se puede llamar tendencia monoteísta del politeísmo oficial de estos pueblos era de una naturaleza peculiar. Por una parte, los mitos (v.) eran abundantes, especialmente los que narraban el «origen de los dioses», y cómo uno de ellos llegaba a ser preeminente, y los que ponían a la dinastía o familia reinante en relación con esa divinidad. Por otra parte, los dioses y el concepto de divinidad eran de carácter terrible, arbitrario y absorbente (los mitos solían describir los celos, envidias e intrigas entre ellos y con los humanos); en estas deformes religiosidades de carácter político-oficial (a las que muchos autores vacilan en calificar como religiones), los dioses eran considerados más como dueños y amos caprichosos de la humanidad que como justos y omnipotentes o como padres. Por ello, se comprende que difícilmente se pueda considerar como t. el régimen propio del pueblo judío.


JORGE IPAS.
 

BIBL.: V. TEOCRACIA III
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991