Trabajo. Antropología
 

La palabra trabajo (del latín trabs, traba, o de tripaliare, torturar con un instrumento de tres palos, lo que pone de relieve su carácter oneroso) es muy densa de contenido, pues se aplica a todo lo que, de alguna manera, supone un esfuerzo. Quizá la significación más común sea aquella que lo considera como la aplicación de las fuerzas humanas a una tarea socialmente relevante, sea en el orden intelectual 0 cultural, sea en el productivo o económico, etc. Más restringidamente se habla del trabajo limitando su ámbito al ejercicio de la facultades humanas sobre objetos exteriores para comunicarles utilidad y valor, a fin de que puedan servir para satisfacer las necesidades vitales, permitan realizarse como hombres, contribuyan al progreso social, etc. El trabajo, pues, supone un quehacer humano, una especie de comunicación inteligente del hombre con las cosas y el mundo, en la que imprime como un sello representativo de su personalidad. El trabajo es por eso algo personal, en cuanto que implica un despliegue de muy variadas energías de la persona humana y expresa algunas de sus dimensiones más íntimas; necesario, porque a él está vinculado necesariamente el desarrollo del destino humano; social, puesto que relaciona al hombre con otros y es él mismo realizado mediante la cooperación y coordinación de esfuerzos; transitivo y cósmico, puesto que proyecta al hombre con el mundo exterior y prolonga y desarrolla su corporalidad. Digamos finalmente que el trabajo, al vincularse a la vida humana, se estructura como profesión (v.), es decir, como modo estable y socialmente reconocido de ganarse la vida y cooperar al bien común.

El trabajo como aplicación de la energía consciente o esfuerzo realizado para alcanzar un fin supone una acción creadora dentro de lo propiamente humano y, por ello, más que una función es un atributo en potencia. Además de constituir una acción individual que permite creaciones humanas, el trabajo tiene el efecto de hacer posible la vida del hombre, razón por la cual puede calificarse como atributo. Así como desde el punto de vista social el trabajo es un deber, desde el plano individual constituye un derecho cuyo ejercicio -en cuanto medio para la adquisición de los recursos materiales y espirituales necesarios para el mantenimiento y desarrollo de la vida familiar- es un elemento instrumental en la consecución del fin trascendente último para el que fue creado el hombre de Dios.

El trabajo ha sido enjuiciado socialmente de muy distinta manera a través de los tiempos. Salvo algunas ocupaciones calificadas como nobles, las demás se han tenido durante siglos como ordinarias e incluso degradantes. No obstante, algunas concepciones filosóficas y religiones de la antigüedad inician una tónica de prestigio del trabajo.

Cicerón considera el arte de vivir trabajoso y fructuoso y sostiene que quien cultiva su campo no piensa hacer mal a nadie. Virgilio aseguró que «todo lo vence el áspero trabajo y la necesidad que nos espolea en los negocios que fatigan». Ovidio llega a exclamar: « ¡Sorpréndame la muerte en medio de mi trabajo! » Y Confucio decía que «Dios ha puesto el trabajo por centinela de la virtud».

La asignación al trabajo de valores de la más alta significación la da Jesucristo con el ejemplo personal de sus treinta años de vida oculta trabajando en Nazareth; el cristianismo le otorga el tratamiento adecuado desde todos los puntos de vista, considerando que no solamente el trabajo da paz al alma y vigor al cuerpo, sino que es un medio para la adquisición de la virtud, mantenimiento y mejora de la vida familiar y cumplimiento del fin último de la persona. El ejercicio del trabajo en cuanto deber cumplido es un medio de santificación individual (v. vii). Pero también supone una posibilidad de proyección humana creadora, que todo ser humano, con mayor o menor intensidad, desea realizar y cuya consumación produce gozo íntimo, con independencia del valor del trabajo como virtud y medio de santificación.

Desde otro punto de vista, puede decirse que gracias al trabajo supervive la sociedad; y no sólo depende del mismo su existencia, sino que la estructura social está extraordinariamente influenciada por la intensidad y clase del trabajo de sus componentes, hasta el punto que crea grupos o estamentos en los que la clase de trabajo es el elemento aglutinante. En todo caso, el trabajo unido a la naturaleza es factor decisivo de la producción y motor de la economía, y aunque ésta no es el módulo único sobre el que la sociedad se construye, sí puede considerarse como uno de los elementos más importantes para la identificación y estructuración de la misma; sin olvidar, por otro lado, que en el plano de lo económico, el trabajo supone para el hombre el nexo natural con su propia condición de consumidor, que determina el nivel de vida.


J. M. VILLAR MIR.
 

BIBL.: H. ARVON, Filosofía del trabajo, Madrid 1965; F. BATTAGLIA, Filosofía del lavoro, Bolonia 1951; E. BORNE, F. HENRY, El trabajo y el hombre, Buenos Aires 1944; H. DUBREUII, Le travail et la Civilisation, París 1954; H. H. HiLF, La ciencia del trabajo, Madrid 1963; J. OUSSFT, M. CREUZET, El trabajo, Madrid 1964; VARIOS, La creativitá del lavoro, «Studi Cattolici» n, 138-139, Milán 1972 (con artículos de E. S. LoDovici, P. P. DONATi, R. FABRIS, A. Livi); J. TODOLI, Filosofía del trabajo, Madrid 1954; J. ViLATOUX, Significación humana del trabajo, Barcelona 1962.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991