SOCIALISMO I. HISTORIA POLITICA.


1. Concepto general. La palabra s. deriva del adjetivo socialis, lo relativo a la sociedad, e implica, en principio, una concepción general sobre la manera de regularse y dirigirse en ésta; históricamente designa una forma de concebir la organización social posterior a la revolución industrial (v.) caracterizada por la atribución de un fuerte protagonismo económico al Estado, tendencia a propugnar la colectivización de los medios de producción, etc. Genéticamente es un producto de la revolución industrial inglesa y de la Revolución ideológica francesa (v.).
     
      La Revolución francesa de 1789 proclamó los «inmortales principios» de libertad, igualdad y fraternidad; en lo económico se concretó, en parte por razones ideológicas, en parte por intereses materiales, con la aplicación de esos principios de manera puramente jurídico-formal: libertad en el sentido de abstención del Estado (v. LIBERALISMO), libertad e igualdad ante la ley, y fraternidad más bien retórica que se plasma prácticamente sólo en exiguas normas de beneficencia o de filantropía privada. De esa forma, la Revolución industrial produjo de hecho grandes desigualdades; en concreto, al ir acompañada de la expansión de la producción industrial y, con ello, del gran desarrollo de la masa obrera, la privación de libertades auténticas y la introducción de nuevas desigualdades se centraron singularmente en el plano de lo económico y laboral.
     
      Todo ello dio origen a nuevas reacciones de diverso signo, tanto en el orden práctico (movimientos obreros y sindicales, etc.) como en el doctrinal (v. CUESTIÓN SOCIAL). Dentro de ese conjunto de reacciones se sitúa el s., que podemos caracterizar diciendo que en su base se encuentra la unión de dos grandes ideas: a) aceptación del industrialismo, es decir, renuncia a todo intento de remediar los nuevos males sociales con medidas románticas de vuelta al mundo agrícola preindustrial; y b) invocación de los principios de libertad, igualdad y fraternidad para propugnar en la economía industrial una colectivización o estatalización lo más amplia posible. Esto es lo más característico de los movimientos socialistas: considerar la sociedad, representada por el Estado y los organismos o poderes públicos, como lo primario; con ello, en realidad, se producen mayores desigualdades e injusticias. El individuo humano, la persona, y las sociedades naturales (sobre todo la familia) tienden así a ser subordinadas a la «totalidad». Por consiguiente, los derechos y libertades personales tienen siempre un carácter derivado, subordinado en cada caso al programa establecido por el Estado. No existen, pues, en esa concepción, derechos personales y familiares; el Estado ya no es protector e impulsor de esos derechos, sino su titular total; de ahí que el s. tienda al totalitarismo (v.), lo contrario de la libertad. El s. no resuelve, pues, los problemas de producción y distribución de bienes materiales, sino que trata de dar un sesgo a la vida en su conjunto, y con una concepción global del mundo que desconoce la existencia y valor de lo trascendente (Dios, la persona y el más allá), aceptando en último análisis el supremo valor burgués: el buen vivir material en este mundo. De ahí que se haya podido decir que el s. viene a ser el capitalismo del Estado y de sus funcionarios; de ahí también que, en la segunda mitad del s. XX, algunos de sus representantes hayan evolucionado abandonando varios de sus presupuestos económicos, acercándose en más de una ocasión al izquierdismo radical y laicista burgués.
     
      2. Origen y primera evolución. El s. no puede ser estudiado en el campo de las ideas abstractas, sino en constante relación con la evolución histórica. Ya hemos visto cómo su origen se vincula a circunstancias específicas y concretas de carácter político y económico. Ante todo, conviene reafirmar que la revolución de 1789 no fuesocialista, sino que incluso reprimió cruelmente los intentos igualitarios de Babeuf. El triunfo de Napoleón y la ulterior restauración borbónica no cambiaron las cosas; tampoco lo hizo la Monarquía liberal de Luis Felipe, que supuso el triunfo pleno de la burguesía. Pero es justamente en este tiempo cuando surgen los primeros programas socialistas de acción: poco después de 1830, la oposición republicana se fraccionó, dando origen a un ala socialista o comunista (v. FRANCIA V). Y, entonces, empieza a generalizarse el término s., usado por primera vez por escrito por el francés Reyland (Études sur les réformateurs socialistas modernes, 1840) y por el inglés R. Owen (v.; What is socialism, 1841). No obstante, la expresión seguía teniendo un contenido vago y aún en 1848 el poeta Victor Hugo podía llamarse «socialista» en la Asamblea constituyente francesa.
     
      Importancia decisiva en la formación de los perfiles concretos de la doctrina, en la forma que ha acabado por adoptar casi universalmente, tuvieron los escritos de Marx (v.) y Engels (v.), aunque éstos inicialmente aceptaron el rótulo de «comunismo», como sucede en el famoso Manifiesto comunista de 1848, redactado por ambos. F. Engels explicaría más tarde que las teorías anteriores a Marx -Saint Simon (v.), Fourier (v.), Owen (v.), etc.debían ser desterradas como s. utópico, basado en meras especulaciones abstractas o en utopías carentes de base realista; y frente a él quedaba el s. científico de El Capital y demás obras de Marx y del propio Engels. tse es el que se impuso en la I Internacional (v.) de 1864, dominando desde entonces con polémicas, desviaciones y revisionismos hasta entrar en crisis, aunque no universalmente, en la época posterior a la II Guerra mundial.
     
      3. Evolución hasta la I Guerra mundial. Fracasadas las revoluciones de 1848 (v.) y la Commune de París (1870) y disuelta en 1872 la I Internacional, el movimiento socialista quedó casi ahogado, máxime si se tiene en cuenta que encontró no sólo la oposición de los gobiernos conservadores y burgueses, sino también la de los movimientos anarquistas -actitud de Proudhon (v.) y Bakunin (v.) frente a Marx-, etc. Sólo en Alemania tuvo alguna fuerza, dando lugar a la presencia de varios diputados en el Reichstag, con la consiguiente alarma de Bismarck (v.). Éste, que antes había estado en contacto con Ferdinand Lassalle (v.), dio vida mediante su «Política social» a lo que se ha llamado s. de cátedra, que no era propiamente ninguna doctrina socialista, sino únicamente la expresión del propósito de intervenir en la vida económica a favor de las clases menesterosas, pero manteniendo la estructura económica del capitalismo (v.). Con motivo de la Exposición Internacional de París (1888) hubo diversos contactos entre revolucionarios de varios países, que acordaron la creación de la II Internacional socialista. Ésta abandona la base centralizada y autoritaria de la 1 (circunstancias que son, en buena parte, causa de su fracaso) y se organiza mediante una amplia descentralización, a través de los partidos socialistas nacionales. Si en la 1 Internacional dirigía el poderoso Consejo General de Londres, ahora no hay más que un modesto y coordinador Secretariado en Bruselas. Desde entonces, la historia del s. va a ser sustancialmente la historia de los partidos socialistas, con vicisitudes varias según los diversos países.
     
      Salvo en Inglaterra, donde el laborismo tiene raíces propias (V. FABIANISMO; SOCIAL-DEMOCRACIA), se afianzan las influencias marxistas. El programa de Erfurt (1891) de la socialdemocracia alemana consagra ese triunfo, superando la etapa de predominio lassalliano (Programa de Gotka, de 1875). En Francia, sin embargo, las corrientes sindicalistas, de inspiración anarquista, han de oponer seria resistencia al marxismo, al menos en su forma ortodoxa. Resulta apropiado hablar aquí de ortodoxia porque hacia fines de siglo se producirá un movimiento que ha de afectar a la esencia íntima de toda la historia del socialismo. Marx había previsto como inminente la caída del capitalismo (incluso desde 1848); pero la evolución socioeconómica apuntaba ya en sentido contrario; afianzamiento del sistema con demora de las expectativas socialistas. Sucede así que, sin apartarse completamente del marxismo, ha de surgir lo que se llamó el s. evolucionista o reformista, principalmente representado por Eduardo Bernstein (v.). Aparte de las críticas teóricas dirigidas contra los marxistas intransigentes -con Karl Kautsky (v.) a la cabeza, como representante de la «ortodoxia»-, lo interesante es que estos reformistas distinguen entre dos cosas: las mejoras inmediatas (aumento de salarios, reducción de la jornada de trabajo, seguros sociales, etc.) y las aspiraciones supremas (la implantación plena del régimen socialista). Sin abandonar éstas y en vista del sesgo tomado por la evolución del capitalismo, se atiende más a aquellas mejoras. Lo cual además va acompañado de una declaración de fe en la democracia y aun en el liberalismo, aceptándose incluso la colaboración de circunstancias con la burguesía. El s. reformista aparece, en frase de Bernstein, como un «liberalismo organizador». La pugna entre reformismo y ortodoxia ocupará la historia del s. alemán y francés principalmente hasta la 1 Guerra mundial con ocasión de la cual tuvo lugar otro suceso de importancia decisiva para la significación del s. y su configuración actual.
     
      4. Evolución desde la I Guerra mundial. El estallido bélico de 1914 demostró lo endeble de los cimientos del s. europeo, rompiendo con el pacifismo -apenas defendido por el francés Jaurés (v.) y algunos pocos más- y con el internacionalismo, los partidos socialistas se pronunciaron por la guerra, votando los créditos congruentes y aceptando las movilizaciones y la visión nacionalista de la historia. Por otra parte se produce el acontecimiento magno de la Revolución rusa (v.) de 1917, en que por primera vez una facción del s. pasó de la oposición a asumir el poder. Y, con ello, va a tener lugar lo que podríamos llamar la transfiguración del socialismo. Lo que ésta significa -tal como la vamos a analizar ahoradescansa en dos pilares: a) transferencia del acento doctrinal de los fines a los medios; b) creencia en que el único medio idóneo para realizar el s. es la estatificación:a) Ya vimos que el s. nace como continuador del afán humanista e igualitario de la Revolución francesa, como búsqueda de la justicia social y de la libertad e igualdad económicas. En general, se estimó que la causa de las desigualdades e injusticias en este terreno radicaba en la existencia de la propiedad privada; y la consecuencia lógica era que se juzgara que aquella finalidad exigía un medio congruente: la supresión de la propiedad privada. Mas, poco a poco, y como sucede tantas veces, la preocupación por el manejo del medio idóneo desplazó al fin perseguido, y el s. se fue convirtiendo en una doctrina negativa: supresión de la propiedad privada como fin en sí, sin entrar en consideraciones de que la justicia social podía lograrse con ésta (así lo estimó en cambio el s. agrario, que únicamente pedía la justa distribución de la tierra en manos particulares) y sin meditar que tal supresión podía ser compatible con la subsistencia de otras desigualdades y opresiones económicas.
     
      b) Pero no fue eso todo. Inicialmente el medio de realizar el s. se buscó en la transferencia de la propiedadde los medios de producción a los trabajadores, a sus asociaciones, principalmente configuradas como cooperativas. De esta manera se entendía que quedaba liquidado el capitalismo, al volverse a unir el trabajo y el dominio de los instrumentos de trabajo. Los nombres de Buchez, Blanc (v.), Lassalle (v.) y otros deben figurar en la lista de los socialistas que buscaban la transformación de la sociedad y la justicia social fuera del Estado (aunque Lassalle daba importancia a éste). En cierto modo, esos pensadores representan una versión moderna del corporativismo (v.), que entrega la producción económica, no a los individuos (propiedad privada capitalista), ni al Estado, sino a los grupos intermedios profesionales. En esa línea, pero buscando también una forma de socializar sin estatificar, está el guildismo inglés, que propugna un sistema de producción basado en los grupos locales; todavía un Congreso Internacional socialista de 1900 concedía gran importancia a la organización local.
     
      Pero todo eso quedó en el limbo de las abstracciones. La realidad fue muy otra: la primera experiencia positiva de s., la bolchevique de 1917, entregó la economía, no a fuerzas sociales no capitalistas, sino al Estado, y eso influyó no sólo en los partidos comunistas, sino en todo el s. en general. De ahí la transfiguración de que hablábamos. Desde la justicia social (fin ideal inicial) a la estatificación de la economía (medio que se estima necesario y suficiente). Decimos suficiente porque desde ahora la aspiración socialista tiende a ser pura y simplemente nacionalizar o estatificar. Por ello, en vez de s. (palabra que, etimológicamente, pone el acento en la sociedad), debería hablarse de estatismo, o bien, empleando una palabra muy usada, de colectivismo (v.). Así lo confirman constantemente la acción política, no sólo en Rusia y sus países satélites, sino en las experiencias socialistas que han tenido lugar en las democracias occidentales. Y así se recoge y ratifica por los teóricos. L. von Mises dice, p. ej., que la expresión «socialismo de Estado» es un pleonasmo: el s. es siempre y necesariamente s. de Estado. J. Messner sentencia que «el socialismo es en su esencia misma estatismo». Y J. A. Schumpeter lo define como «sistema institucional en que el control sobre los medios de producción y sobre la producción misma corresponde a una autoridad central; o, como también podría decirse, en que los intereses económicos de la sociedad pertenecen a la esfera pública y no a la privada».
     
      Junto a esa transfiguración ideológica, la I Guerra mundial trae consigo otra importante consecuencia: la separación entre s. y comunismo. Lenin, al triunfar, volvió a la denominación de comunismo, usada por Marx y Engels en el Manifiesto de 1848; dio a su partido una organización fuertemente centralizada y denunció vivamente toda aproximación a la democracia liberal, consintiendo sólo su utilización como puro medio táctico. Eso da origen a una escisión del mundo socialista en dos bloques: los partidos comunistas que surgen en los diversos países, y que mantienen una estrecha unión con el régimen de Moscú; y los partidos socialistas que aceptan el método democrático. Dentro de estos últimos hay grados, que oscilan desde una aceptación profunda (v. SOCIAL-DEMOCRACIA), hasta otra más vacilante, y por tanto, más propensa a una política de alianza con los comunistas; es la postura de los Frentes Populares (v. FRENTEPOPULISMO), etc.
     
      En los años posteriores, la fisonomía que acabamos de describir se mantiene. Hay ciertamente algunos cambios importantes entre los que destacan la aparición del fascismo (v.) y del nacionalsocialismo (v.) que en parte provienen de la matriz socialista, pero que añaden otros elementos de tipo sindicalista (v. SINDICALISMO), voluntarista (v. VOLUNTARISMO), etc. Pero, por lo que se refiere al s. más propiamente dicho, estos hechos no llevan a variar en su raíz lo ocurrido durante la guerra de 1914 a 1918. El comunismo experimenta una tendencia muy acentuada hacia el burocratismo y hacia una organización política totalitaria y policiaca, que culmina con Stalin (v.), y que, a pesar de algunos intentos, ha sido mantenida por sus sucesores. En los años posteriores a la II Guerra mundial se produce la escisión entre la línea rusa y la línea china; así como -aunque limitada a algunos intelectuales y grupos minoritarios- un intento de vuelta al llamado «joven Marx» (o Marx anterior al Capital), que implica un cierto acercamiento a posiciones anarquistas o utópicas (v. COMUNISMO; NEOMARXISMO). El s. no comunista alcanza un fuerte auge en la inmediata posguerra -triunfo laborista de 1945, experiencias socialistas iniciadas antes en los países escandinavos, etc.-, que, sin embargo, lo lleva a una grave crisis ideológica: acentúa en efecto esa pérdida de la carga ideal a que ya nos hemos referido. Se advierte así en el s. o una tendencia a refugiarse en una pura técnica económica movida en el fondo por una visión egoísta del bienestar, o un acercamiento a posiciones de tipo radical-laicista propias de la izquierda burguesa. De todas formas, tratándose de un movimiento en curso, es difícil predecir su evolución futura.
     
      5. La ideología socialista. De acuerdo con lo dicho, no puede afirmarse que haya habido o haya una ideología del s. siempre igual y unívoca. Si recogemos las tres fases que F. Braudel encuentra en la evolución del s., podemos afirmar lo siguiente:a) En su primera época (fase revolucionaria e ideológica, de 1815 a 1817) su inspiración ya nos es conocida: el espíritu de la Revolución francesa llevado a sus últimas consecuencias. Como ha dicho W. Sombart, el s. moderno es «hijo auténtico de la Ilustración burguesa». Por eso, ha de remontarse el origen de la doctrina hasta el Renacimiento, como recalcó F. de los Ríos en su obra El sentido humanista del socialismo. Por su parte, el político francés laurés podría decir que el s. es «el individualismo lógico y completo».
     
      b) En la segunda época (fase de luchas obreras organizadas, de 1817 a 1914) el s., que no nació como movimiento obrero, sino como programa que se dirigía a toda la humanidad, tomó al imponerse el marxismo un sesgo netamente obrerista; lo que, por lo demás, no era extraño, si se piensa que la clase proletaria era la que más sufría los males del capitalismo. Con este progreso del obrerismo cambiarán los fundamentos ideológicos. Empiezan a pasar a primer plano las ideas de conflicto de clases y revolución, con lo que entran en juego motivaciones ajenas al humanitarismo originario y se produce el desplazamiento de los fines últimos por los medios, atún antes de imponerse lo que hemos llamado colectivismo. De un lado, crece la ideología de la revolución (la revolución por ella misma, rechazándose soluciones socialistas pacíficas); de otro lado, y en los países latinos, gana importancia el anarcosindicalismo, dando lugar, según expresiones de G. Sorel (v.), a una tercera forma tras el s. utópico y el científico: la de la «ética viviente» (v. SINDICALISMO).
     
      c) En la tercera época (fase política o del Estado, desde 1919) priva una visión estatista. El medio (el Estado, con o sin revolución) domina claramente sobre el fin, surgiendo el colectivismo propiamente dicho y con él seproduce una degeneración de los aspectos ideales y humanitarios del movimiento, que van siendo absorbidos por metas exclusivamente económico-políticas. De esta suerte, hoy por hoy, lo que se llama ideología socialista puede, aunque salvando casos particulares diversos, reducirse a dos cosas: un estatismo o colectivismo, con su adoración ciega e incondicional del Estado y de lo que él representa; y un hedonismo (v.), ya que, perdidas las ilusiones de una mejora radical de la humanidad, el s. no se presenta ya como un ideal de cultura y de reforma del hombre, sino como un medio técnico de aumentar la producción de bienes materiales. Esto se inicia, por lo que se refiere al comunismo en Rusia, en 1929, con los planes quinquenales; y, por lo que se refiere al s. en sentido estricto en Occidente, hacia 1951, tras el fracaso ideológico del s. democrático ya aludido.
     
      En los países africanos y asiáticos, recién salidos de la experiencia colonial, se emplea con frecuencia la palabra s., pero con un sentido vago. En ocasiones designa auténticas corrientes socialistas; otras veces se refiere más bien a un autoritarismo nacionalista más o menos estatificador, y otras, finalmente, a un intento de mantener en vida, actualizándolas, antiguas formas de propiedad tribal o colectiva. Es, por tanto, necesario en cada caso atender al contexto para valorarlo exactamente.
     
      6. Organización del socialismo. La esbozaremos en dos momentos o aspectos distintos: antes y después de la toma del poder:a) Los partidos socialistas. Las primeras manifestaciones activas del s. carecieron de organización propia eficaz. O se unían a los partidos burgueses -cartismo (v.) inglés, Revolución de julio -en Francia- o se expresaban en intentos más románticos que prácticos (ligas secretas, la I Internacional). Es después de 1870 cuando, fracasada la Commune de París -que sólo fue movimiento socialista en cuanto quiso continuar el 1793-, y disuelta la I Internacional, se van a producir los primeros intentos de organización propia de la clase obrera en partidos políticos (v.) privativos. En realidad, la primera base organizatoria está en la Asociación alemana de trabajadores, fundada en 1863 por F. Lassalle, de la que derivará la socialdemocracia alemana. Enfrentados inicialmente internacionalistas y lassallianos, se fusionan en 1874, dándose el programa de Gotha, muy criticado por Marx. Fruto de esta fusión fue el Partido obrero alemán, que triunfó en las elecciones de 1890. El nuevo programa de Erfurt (1891) fue más de inspiración marxista, bajo la dirección de Kautsky (v.). Este partido alemán, el más poderoso de Europa con mucho, fue el modelo de los de las demás naciones, con su punto de vista básico, el intervencionismo del Estado y su denominación (socialdemocracia). Desde el congreso de Dresde (1903) adoptó el programa marxista de conquista del poder para socializar por medios violentos y legales. Si bien lo cierto es que suave e informalmente iba penetrando el espíritu del s. revisionista, favorable a la democracia, partidario de medios pacíficos y de colaboración con la burguesía radical. Al estallar la I Guerra mundial en 1914 era la minoría más numerosa, con mucho, en el Reichstag (v. ALEMANIA V).
     
      En Francia no se aceptó el nombre de partido socialista o socialdemocrático, sino que la organización tomó la denominación de Sección Francesa Obrera de la Internacional (SFOI), que ha conservado hasta hace muy poco. En ella las tendencias radicales y las modernas estuvieron siempre en pugna (v. FRANCIA V). En Italia, la moderación fue más clara y prematura. En el congreso del partido socialista italiano de 1902, Turati hizo votar una moción que, aun manteniendo el objetivo final, admite las reformas sociales. Y en el Congreso de 1906 por enorme mayoría se votó no hacer uso frecuente de la huelga general (la intentona de Milán en 1907 fracasó precisamente por la abstención de los socialistas; v. ITALIA V). En Inglaterra tiene lugar una trayectoria peculiar (v. SOCIAL-DEMOCRACIA). En cambio, en Rusia, donde el Partido obrero socialdemócrata ruso se fundó en 1898, predominó enseguida la voluntad de los bolcheviques (o mayoritarios en el Congreso de Londres, de 1903) frente a los mencheviques (o minoritarios), siendo los primeros más radicales y extremistas, llegando a expulsar del partido a los segundos en 1912 (v. UNIÓN SOVIÉTICA I).
     
      En España se organizó clandestinamente en 1879 la primera Agrupación del Partido Socialista Obrero Español, que se acoge al régimen jurídico de asociaciones en 1881. Arrastrando primero una vida lánguida, empezó a tomar fuerza desde 1886 (en que aparece el periódico El socialista) y desde el I Congreso Nacional de Barcelona, en 1888, que nombró un Comité presidido por Pablo Iglesias (v.), alma del s. español; cuando había obtenido algunas representaciones en los Ayuntamientos y en las Cortes, la Dictadura del general Primo de Rivera suprimió el partido, aunque el Gobierno mantuvo relaciones relativamente cordiales con las organizaciones obreras socialistas. Al proclamarse la República apareció como la minoría más numerosa en las Cortes, dirigiendo buena parte de la política hasta 1933. El triunfo del Frente Popular (1936) le devolvió al poder, si bien ahora el partido comunista empezó a hacerle sombra. Primera formalización del predominio comunista fue la creación de las juventudes Socialistas Unificadas, en que los comunistas tenían más influjo que los clásicos socialistas. La Guerra civil de 1936-39 acabó por liquidar el partido, que desde entonces vivió lánguidamente en el exilio y en la clandestinidad (V. ESPAÑA VII; REPÚBLICA ESPAÑOLA, SEGUNDA), reorganizándose a partir de 1975-76.
     
      El momento decisivo en la historia de los partidps socialistas fue el del final de la I Guerra mundial, con la creación del partido comunista ruso (bolchevique). Desde entonces, y con la creación de la III Internacional (v.), se planteó al s. de los diversos países el dilema de sumisión a Moscú o mantener la situación anterior de la II Internacional, ahora completamente democratizada y moderada. En todos los países europeos las mayorías de los partidos socialistas se inclinaron por la segunda posición, dando lugar a la secesión de minorías que crearon partidos comunistas. Desde entonces podemos resumir la situación europea así: de un lado, los partidos comunistas fieles a Moscú, extremistas y totalitarios (últimamente, como reacción frente al fenómeno nuevo de los grupos trotskystas y maoístas se advierte una moderación, aunque muy relativa, de los pro soviéticos); de otro, los clásicos partidos socialistas, partidarios de la reforma evolutiva y de la democracia parlamentaria (v. SOCIAL-DEMOCRACIA); y a veces, en medio, unos grupos que se siguen llamando «socialistas» y que quieren ser intermediarios entre el comunismo y la socialdemocracia -ejemplo típico, el Partido socialista italiano de Pietro Nenni (v.).
     
      En América la evolución y situación del s. organizado es completamente distinta de la europea. Dejando aparte los Estados Unidos de América del Norte, donde el s. no ha conseguido encarnarse, señalaremos que en Iberoamérica la creación de partidos socialistas de tipo europeo rara vez han conseguido crearse clientelas importantes y fieles, salvo en Argentina (v.) y Chile (v.). En la primera,la existencia de una clase obrera, en parte de reciente origen europeo, permitió la formación de un partida socialista, a la vez que el desarrollo de un sindicalismo libre. Alfredo Palacios, rector de la Univ. de La Plata, fue el jefe de más prestigio del partido, el cual, sin llegar al poder, consiguió alguna influencia. El peronismo (v. JUSTICIALISMO; PERÓN, JUAN DOMINGO), con su demagogia y su actuación gubernamental redujo casi a la nada la significación del partido, sin que la actual situación (1974) permita hacer augurios sobre el porvenir del s. argentino. En Chile, el partido socialista llegó al poder en 193842, dentro del Frente Popular; y nuevamente en 1970 bajo la presidencia de Salvador Allende, cuyo programa desembocó en un fracaso, hasta ser depuesto por un golpe de estado militar en 1973.
     
      b) Los regímenes socialistas. Repercute aquí, es decir, en la organización del poder una vez asumido, la diferenciación entre comunistas y socialistas. En forma esquemática podemos resumir así la diversificación de regímenes:J° Modelo soviético: socialización total (sobre base dogmática) de los medios de producción industrial y del comercio, salvo escasísimas empresas artesanas; consumo privado protegido con la llamada «propiedad ciudadana»; gran planificación y fuerte centralización (suavizada con las reformas de los años sesenta inspiradas en las teorías del economista Liberman); explotación de la agricultura a base principalmente de los koljoses (propiedad estatal del suelo y cultivo a perpetuidad en forma cooperativa; Stalin los llamó instituciones «semiprivadas»); totalitarismo autoritario con régimen de partido único. En algunos países satélites, que siguen este modelo, se conserva la pequeña propiedad agraria, como en Polonia.
     
      2° Modelo yugoslavo: autogestión con mínima intervención del poder central y democracia social absoluta (al menos en el papel); autoritarismo con partido único. El alzamiento húngaro de octubre de 1956 no buscó restablecer el capitalismo, sino romper con el burocratismo centralizador, entregando las empresas a los trabajadores. Esto mismo se evidenció en la famosa revuelta francesa de mayo-junio 1968, que en ningún momento abogó por un «colectivismo» de tipo soviético.
     
      3° Modelo chino: destacan en él dos notas, desde el punto de vista organizativo: de un lado, incertidumbre y vacilaciones, pues, aunque empezó inspirándose en Rusia, luego, sobre todo con la revolución cultural, hubo una reacción contraria, sin acabar de definirse qué estructura concreta se quería en esa revolución; de otro lado, las comunas populares que, por lo menos en su intento inicial, tendían a socializar también el consumo, acabando aquí con el privatismo de la vida familiar y restableciendo una forma de vida comunitaria muy similar a la de los clanes y tribus arcaicos (Jrushchov las llamó instituciones arcaicas y retrógradas).
     
      4° Modelo laborista; o en general, socialdemócrata: nacionalización sólo de las principales ramas de actividad industrial (Banca, acero, transportes); ninguna socialización de la agricultura; democracia liberal con respeto de las libertades básicas; pluripartidismo.
     
      V. t.: COMUNISMO; MARX Y MARXISMO; SOCIAL-DEMOCRACIA; MATERIALISMO.
     
     

BIBL.: J. M. DE BEDOYA, El desafío de la libertad, Madrid 1974; J. MESSNER, La cuestión social, Madrid 1960; fD, El experimento inglés del socialismo, Madrid 1957; W. SOMBART, Socialismo y movimientos sociales, Valencia s. í.; L. vox MisEs, Le socialisme. Étude économique et sociale, París 1938; G. D. H. COLÉ, Historia del pensamiento socialista, 3 vol., México-Buenos Aires 1952-66; G. A. SCHUMPETER, Capitalismo. socialismo y democracia, Madrid 1968; L. LABEDZ, El revisionismo, Madrid 1968; M. DOBB, Argumentos sobre el socialismo, Madrid 1967; CH. BETTELHEIM, Problémes théoriques et pratiques de la planification, París 1951; J. DRoz, Le socialisme démocratique, 1864-1960, París 1966; íD, Historia del socialismo, Barcelona 1968; H. W. LAIDLER, Historia del socialismo, Madrid 1933; U. A. GRIMALDI, El socialismo en Europa, México 1961; E. HALEVY, Histoire du Socialisme Européen, París 1946; G. E. LAVAD, Partis politiques et réalités sociales, París 1953; R. SELUCKI, El modelo checoslovaco de socialismo. (Economía socialista de mercado o peligro para las democracias populares?, Madrid 1969; M. CANTARERO DEL CASTILLO, Tragedia del socialismo español (Un estudio de los procesos socialistas en España), Barcelona 1971; R. DE LA CIERVA, La historia perdida del socialismo español, Madrid 1972; S. G. PAYNE, La Revolución española, Barcelona 1972; R. LAMBERET, Mouvements ouvriers et socialistes (Chronologie et Bibliographie), L'Espagne (1750-1936), París 1953; N. MACKENZIE, Breve historia del socialismo, 2 ed. Madrid 1973; L. SILVA, Latinoamérica al rojo vivo, Madrid 1962; CAHIERS DE LA FONDATION NATIONALE DES SCIENCES POLITIQUES, Tableau des partis politiques en Amérique du Sud, París 1969,Y. t. la bibl. citada en las voces MARX Y MARXISMO; COMUNISMO.

 

A. PERPIÑÁ RODRÍGUEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991