SINTOÍSMO


1. Nombre, descripción general y fuentes literarias. Con el nombre de s. se designa en castellano a la religión étnica particular y tradicional del Japón. La palabra procede del chino Shin-tao o Shintó, en japonés Kami-nagarano-michi, «el Camino de los Kami» o «el Camino divino». Esta forma religiosa no tiene fundador, ni dogmas, ni código moral precisos; su comprensión para el occidental es difícil, porque es al mismo tiempo menos que una religión, aunque contenga elementos religiosos, y más que una religión, mejor dicho, algo distinto de una religión; en suma, una mezcla de elementos religiosos y otros varios de diversa índole. Desde millares de años el s. ha venido siendo fuente y reflejo de la inspiración espiritual del Japón y del comportamiento de los japoneses; ha tenido un papel importante no solamente en lo que se refiere a las actividades religiosas, sino también en cuanto a la organización social y a la postura frente a los problemas de la vida, ya sean de tipo privado o público. Es más una actitud sagrada que una religión, y las diversidades de pensamiento dentro del s. y las indefinidas variaciones del ritual confirman este carácter.
     
      La primera vez que aparece la palabra shintó para designar la religión original de los japoneses es en el Nihongi o Nihonshoki (anales japoneses terminados en el 720 d. C.), en la crónica que hace del emperador Yó-mei (519-687); en su origen no se le designaba con un nombre especial. Cuando se introdujeron y comenzaron a difundirse en el Japón el confucianismo y sobre todo el budismo (llamado buppó, «ley de Buda», o butsudó, «camino de Buda»), se llamó shinió a la religiosidad tradicional, para diferenciarla de aquéllas. Literalmente significa «camino (tó) de los dioses (shin) », y, como buppó y butsudó, es palabra chino-japonesa tomada probablemente de la literatura china arcaica (cfr. F. K. Numazawa, o. c. en bibl., 362).
     
      No hay en el s. un libro sagrado propiamente dicho; existe una literatura importante sobre las enseñanzas del s., cuyo conjunto se llama Shinten, pero no tienen consideración de algo sagrado en el sentido de revelado o de sobrenatural. Entre esos textos se puede citar el Kojíki (La narración de las cosas antiguas) fechado en el 712 d. C.; describe la historia de la tierra hasta el a. 628 según las tradiciones japonesas; existen dos traducciones inglesas realizadas por Basil Hall Chamberlain y por Shunji Inoue. Otro texto venerado es el Nihongi (Crónicas o anales del Japón), fechado en el a. 720 d. C., escrito en chino y dos veces más voluminoso que el Kojiki; existe una traducción inglesa de W. George Aston. Hay otros textos de leyes, de comentarios, de- leyendas, de historias, de literatura, de oráculos y de enseñanzas. Se pueden citar como muy interesantes los Norito, que son las palabras mágicas, las salmodias sagradas y oraciones a los dioses del s.; estas fórmulas rituales son todavía en gran parte secretas y parecen muy antiguas; ciertos autores las fechan en el siglo I a. C.; están contenidas en una sección del Engishiki, compilación de las reglas del siglo X d. C.
     
      En su conjunto, el s. es la expresión, decantada a través de siglos, de una religiosidad natural, con las lógicas evoluciones y añadiduras en su formulación, ritos, etc. En lo esencial, el s. es un ejemplo de las llamadas «religiones primitivas», propias de los pueblos culturales de la más remota antigüedad y de los pueblos primitivos hoy existentes, con la peculiaridad de que ha permanecido, incluso con carácter oficial y legal, en un pueblo moderno como el japonés; y ello es una muestra del valor tanto del s. como del pueblo japonés. En la historia y ciencia de las religiones, por «religión primitiva» se entiende una religión que contiene o conserva con más o menos pureza los elementos permanentes de la religiosidad natural humana, no deformada o poco deformada por elementos mitológicos, mágicos u otras aberraciones morales o rituales (v. PRIMITIVOS, PUEBLOS II; RELIGIÓN). En lo esencial del s. se encuentra una cierta tendencia monoteísta, al menos en su origen, como parece desprenderse de la consideración del Dios supremo Ame-no-minaka-nushi, y también en tiempos modernos, en los que han ido perdiendo importancia dioses animales y de la naturaleza y haciéndose más claro el monoteísmo, con cierta influencia cristiana, todavía pequeña; hay un cierto conocimiento de la creación, y de la inmortalidad del alma, con un culto o veneración por los antepasados; el culto divino esencialmente consta de oraciones, ofrendas y purificaciones por los pecados; la moral se basa en gran medida en llevar una vida conforme con la voluntad divina; etc. Todo ello, como es lógico, muy ligado con la vida familiar y social. Poco a poco aparecieron también deformaciones politeístas, mitologías, algunas prácticas mágicas, adivinatorias y supersticiosas, cte., con arraigo variable.
     
      2. Los Kami: dioses, seres y poderes superiores. Para comprender el s. es esencial el estudio del concepto del Kami, o shinmei, que está en su base. Kami tiene un significado polivalente: se traduce por dioses, pero tiene también el significado de algo superior, de potencia sobrehumana, de una entidad sagrada. El Kami es invisible en nuestra conciencia normal, pero ejerce su influencia sobre nuestro universo y se le debe ofrecer culto. Reside en objetos naturales o en otros hechos por la mano del hombre: montaña, árbol, animal, roca, relámpago, espada, espejo; ese objeto es como soporte material del Kami, potencia invisible, oculta, sagrada que reside en él. El número de los Kami es infinito; todo lo que tiene un carácter extraño, eminente, peligroso o mágico es Kami;los emperadores; los hombres potentes, ilustres, los genios humanos excepcionales, los grandes guerreros, todos llegan a ser Kami después de su muerte.
     
      En el s. hay una división clásica entre los Kami celestes, Ama-tsu-kami, y los Kami terrestres, Kuni-tsu-kami; las interpretaciones actuales afirman que los Kami terrestres conservan la tierra en su estado actual y la protegen contra las influencias hostiles, y los Kami celestes traen a la tierra las influencias divinas. Por otra parte, en el culto, el concepto de Kami es a veces impreciso; el mismo Kami tiene nombres distintos y, al contrario, un solo nombre puede designar a varios Kami adorados colectivamente; un Kami puede ser uno o varios, de acuerdo con los templos. Se han intentado varias clasificaciones de los Kami del s.; una les divide en cuatro clases: los Kami de la tierra, los dioses, los hombres ilustres y los Kami del universo. Existen Kami malvados, inferiores, demoniacos, los ashiki-Kami, espíritus de apariencia terrorífica, con cuerpo semi-humano y grandes poderes; se les llama Oni. Según algunos escritores japoneses, los Kami simbolizan e individualizan las fuerzas vitales que animan el universo; son, a la vez, las fuentes de la vida humana y las de la vida de toda la naturaleza, de todo el cosmos. En este polivalente uso de la palabra kami quizá haya, en parte, imprecisión o falta de vocabulario.
     
      Según el Kokiji, la jerarquía de los Kami, dioses y seres superiores, es la siguiente, de acuerdo con el orden de creación del universo: en primer lugar está el Kami dueño del centro del cielo, Ame-no-minaka-nushino-kami; después, la dualidad primordial de la creación que recuerda al yin y al yang del taoísmo (v.) chino, los Kami que representan los aspectos masculino y femenino del cosmos. Viene después la pareja de los Kami creadores de la tierra y de todo lo que contiene, así como de los otros Kami: el dios Izanagi-no-mikoto y la diosa Izanamino-mikoto. Entre sus numerosos hijos podemos citar a los Kami del viento, del mar, de las montañas y del fuego, cuyo nacimiento provocó la muerte de su madre, Izanami. De su cadáver nació el Kami del agua. Izanagi intentó reunirse con su mujer en los infiernos, pero no lo logró, y, estando impuro por este viaje, tuvo que purificarse legalmente. De las lustraciones nacieron muchos Kami, entre los cuales hay dos muy especializados que tienen un papel importante en el culto del s.: Amaterasu-ó-mikami, la diosa del sol que ocupa ahora el primer puesto en el panteón del s., y su hermano Susano-wo-no-mikoto; la lucha entre ellos va a ocupar gran parte de la mitología del sintoísmo. El Dios supremo, Ame-no-minaka-nushi, sin embargo, no tiene padre, madre, mujer o hijos, no está antropomorfizado, no tiene mitología, ni tiene culto ritual organizado.
     
      Susano-wo fue encargado por su padre de gobernar la tierra, mientras que su hermana dirigía el cielo; Susanowo buscó a su hermana, de quien estaba enamorado, con tanto empeño, que Amaterasu tuvo que esconderse en una caverna, de donde los otros Kami tuvieron muchas dificultades para sacarla. Vuelto a la tierra, Susano-wo tuvo muchos hijos, muchos Kami, algunos de los cuales tienen numerosos santuarios: p. ej., Kami de la agricultura, de la alimentación. Por fin, y después de la pacificación de la tierra, los Kami celestes pudieron bajar y tomar posesión de ella. A su cabeza estuvo el príncipe Ninigi, nieto de Amaterasu, la diosa del sol; entre las dos esposas del príncipe se contaba Kono-hana-saku-ya-hime, que llegó a ser la diosa del monte Fujiyama, la montaña más sagrada del Japón. Uno de sus hijos se casó con una hija del Kami del mar; la hermana de esa hija, Tama-yorihime, tuvo un hijo, Jimmu-tennó, que fue el primer emperador terrestre del Japón. Empieza entonces la larga lista de los Kami «históricos», emperadores, hombres ilustres, de grandes virtudes y devoción a la patria; son también Kami las familias importantes y las personas de valor extraordinario que merecen este homenaje popular. Los grandes soldados muertos por la defensa del Japón son Kami; el templo sinto (o mejor dicho, shintó) de Yasukuni-jinja de Tokio recuerda la memoria de todos los japoneses muertos durante las guerras.
     
      Los Kami no son ni omnipotentes ni omniscientes; cada uno dispone de ciertos poderes, shintoku, una cierta especialización en los poderes sobrehumanos.
     
      3. La «deificación» de los emperadores. Esta deificación, que fue una de las características de la cultura japonesa, puede resumirse así: el emperador era una especie de Ser Supremo, o su representante, en el cosmos japonés, del cual todo emana y en quien todo queda; era lo supremo en todas las cosas temporales y espirituales' del Estado. Descendía directamente de Amaterasu-ó-mi-kami por su nieto, el príncipe Ninigi, encargado de reinar sobre «la rica llanura de las hermosas espigas frescas de arroz», lo que justificaba su autoridad temporal y espiritual. Desde hace 2.600 años, por las venas de los emperadores del Japón corre la sangre de la diosa del sol, a través de una línea ininterrumpida y exclusiva de emperadores que recibieron las tres insignias del poder y ocuparon el trono. El emperador era hijo del cielo, Ten-shin; simbolizaba la divinidad en forma humana, Aki-tsu-mi-kami, y la potencia sagrada que hace claro y transparente lo que es oscuro y turbio; era Tennó, el Soberano celestial; se le consideró como un Kami viviente, venerado y amado por su pueblo. Eso explica el ritual religioso complicado que se seguía en el acceso al trono de un nuevo emperador, con ritos de purificación, entrega de las tres insignias del poder (shinki), y comida del arroz con su antepasado (el daijó-sai). Una de las tareas imperiales se llamaba iku-kuni, taru-kuni, es decir, desarrollar el país, su vitalidad, sus riquezas materiales y espirituales.
     
      En el a. 1945, los americanos obligaron al emperador del Japón a firmar una declaración en la cual afirmaba que no era divino; es difícil decir si esta decisión política ha tenido efectos religiosos en el pueblo; de hecho no parece que haya afectado al s. como tal, aunque se suprimió exteriormente todo culto al emperador. Se puede decir que esta decisión política ocasionó un choque muy fuerte en la nación, pero no cambió los conceptos arraigados en la cultura japonesa desde hacía más de 2.000 años. Ello quizá sea una muestra más de que en el s. el culto al emperador no sea estrictamente el culto a un dios, sino más bien el reconocimiento de una autoridad social, considerada necesaria, en la que se concentran todos los poderes, como en tantos otros pueblos y religiones (fuera del cristianismo, sobre todo en las religiones primitivas y naturales, no es habitual distinguir el poder civil o temporal y el religioso o espiritual). Sobre todo a partir del siglo vii se concentró en el emperador todo el poder que, hasta entonces, había estado más repartido entre los jefes de cada sippe (conjunto de familias descendientes de un mismo antepasado). El culto al emperador tiene mucho de aceptación y reconocimiento de la autoridad, síntesis del culto y veneración también dados a los jefes de las sippes y a los antepasados, a lo que en ocasiones se añadió una cierta divinización de su detentador, a veces en vida, pero sobre todo a su muerte, semejante a la del culto a los héroes (v.) y a las apoteosis (v.) del antiguo mundo grecorromano.
     
      4. Doctrina y moral. En la historia religiosa del tapón (v.) se ha estudiado el desarrollo histórico del s., sobre todo en sus relaciones con el budismo (v.). Vamos a ver ahora los conceptos religiosos, espirituales y éticos que rigen el sintoísmo.
     
      a. Antropología. La naturaleza del hombre es a la vez divina y humana; el hombre es un hito, un lugar donde reside el espíritu; vive gracias a la protección y a la bendición de los dioses, los Kami. En él hay algo que sobrevive a la muerte del cuerpo y que es eterno; es el lama o mitama, la parte esencial del hombre; en las guerras, en las relaciones humanas, el lama tiene un papel tan importante como el cuerpo; ello se manifiesta en el aspecto extraño y misterioso que a veces tienen algunos elementos de las luchas japoneses: el judo y el sumó. Todas las entidades animales, vegetales y minerales tienen su propio tama; por eso, un árbol o una roca pueden considerarse como Kami y venerarse en consecuencia. Dentro del lama del hombre hay cuatro funciones: aramitama, poder destructor de lo que es malo, y elemento constructor, divino, que representa una tendencia de fuerza, de lucha; nigi-mitama que es, al contrario, apacible, dulce, la paz armoniosa, la esencia de las cosas; salo-mitama es lo que le hace a uno feliz, lo que da el amor puro, lo que confiere las bendiciones; kushi-mitama es lo mágico en el hombre, su poder de descubrimiento, de transformación. Estas partes o funciones del lama llegan a ser, a veces, Kami, porque tienen un poder especial.
     
      b. Escatología. ¿Qué pasa después de la muerte del hombre en el sintoísmo? Para el s. no hay fin del mundo, sino una evolución progresiva y sin fin. No hay en él una palabra para la muerte; en lugar de morirse, el hombre se retira (mi-makaru) o va al cielo al final de su vida. El lugar de residencia de los Kami es Takama-no-hara, la alta llanura del Cielo; es el mundo invisible (kakuri-yo), es el mundo de la paz. Yomi es el lugar al que se va después de la muerte. Cuando llega ésta, la parte inferior, anímica, del alma humana (kuni-mitama) vuelve a la tierra de donde viene; la otra (wake-mitama) va al reino de los muertos, donde se transforma en Kami. Todos los antepasados son Kami y hay que venerarles como tal. En ciertos medios místicos japoneses del s., se cree que allí el alma se purifica, desarrolla sus posibilidades y trabaja para la mejoría del mundo.
     
      c. Moral. j. Herbert (o. c. en bibl.) afirma que una característica muy particular del s. es que no ofrece ningún código moral reconocido, argumento que se ha esgrimido para afirmar que el s. no tiene carácter de religión, pero no son exactas ni la una ni la otra apreciación. Es cierto que cuando el budismo (v.) penetró en el Japón, llevó su código ético, muy minucioso, y se impuso así fácilmente en el país. Pero, como es lógico, no falta la moral en el s., aunque esté menos minuciosamente codificada que en el budismo. Según el s., los hombres son los descendientes de los Kami, de los dioses; tienen que conformarse naturalmente con el modo de vivir legado por estos divinos antepasados. Tienen el conocimiento innato, intuitivo, de lo que deben hacer y de aquello de lo que deben abstenerse; los autores del s. citados por J. Herbert escriben que los juicios sobre el bien y el mal varían según los hombres y, en el s., se insiste más sobre una actitud dinámica de la vida que lleva a la gente a comportarse moralmente bien. Además, son numerosas y rigurosas las prescripciones rituales del culto y de las actitudes obligatorias que tiene todo japonés, y forman, dehecho, un código sagrado-ético-social valedero; la vía (michi) de los dioses es recta y justa y el japonés no debe apartarse de ella.
     
      Hay también virtudes fundamentales en el s., que son la pureza interior del corazón, estado natural del hombre; la sinceridad (makoto), que es una toma de conciencia de lo divino, una actitud de vivir tan limpia como la superficie de un espejo sagrado, símbolo material muy utilizado en los templos, donde sirve de soporte para los Kami; la paz interior (wa)"; el gozo del corazón (se¡me¡) ; la gratitud para con los Kami, la familia, la sociedad, la patria (kansha) ; la sumisión a la patria divina (kenshin) ; la piedad filial (kókó) para con el emperador y los antepasados. Lo esencial de la enseñanza del s., según la tradición, consiste en las tres virtudes de la honestidad, la benevolencia y la pureza; estas tres palabras se encontraban grabadas en las armas de los samurai.
     
      Existe además en el s. un agudo sentido de pureza ritual que se conserva todavía; las principales causas de manchas rituales (¡mi) son el alumbramiento, la menstruación y la muerte; eso explica por qué en el s. la mujer está excluida de algunas ceremonias. Los Kami se irritan cuando se infringe la moral o la pureza ritual, y pueden entonces castigar a los hombres. Éstos tienen que purificarse interiormente por ejercicios de meditación, oraciones (misogi) y corporalmente por baños de agua fría, utilización de la sal (shio), baños de mar y ejercicios de respiración rítmica que practican ciertas sectas místicas japonesas con influencias budistas. El norito de la gran ceremonia purificatoria ofrece un resumen de las ideas morales de los japoneses de la antigüedad, y también una lista de pecados (entre ellos: muchos contra la agricultura, p. ej., romper los diques o rellenar las zanjas de inundación de los campos de arroz; tratar cruelmente a animales domésticos, el incesto, la bestialidad, etc.).
     
      5. Culto. a. Lugares. El culto del s. se practica en templos (honsha) que pueden ser muy grandes, o pequeños como una colmena (hokora); los templos más antiguos y venerados están en sitios a los que se atribuyen acontecimientos mitológicos, o señalados por una visión o un sueño, o porque era necesario adorar allí a un Kami. La forma antigua del culto del s. tenía lugar cerca de un árbol sagrado, y el ritual se hacía al aire libre. Se delimita el recinto sagrado por muros con puertas, con los tres pórticos característicos japoneses (los toril), pero de origen hindú, y por arroyos que se atraviesan con puentes. Los toril pertenecen al paisaje japonés, y tenían antes un sentido mágico primitivo y un valor religioso, pues señalaban el paso a un recinto sagrado; las entradas están decoradas con linternas, así como con esculturas de animales guardianes, habitualmente dos leones de piedra (koma-inu), caballos (shin-ba), pájaros y zorros. El templo shintó está hecho de madera de ciprés japonés (hinoki) y, a menudo, sin pintar; sobre el techo hay vigas cruzadas (chigi).
     
      El templo (honsha) se compone de tres secciones, una detrás de otra, a veces juntas, a veces separadas: la sala de oración para los fieles (haiden), la sala de ofrendas para el clero (heiden), y el lugar reservado donde reside el Kami (honden). Existen otras salas en el recinto sagrado para las representaciones de danzas sacras (el kagesra-den), para la purificación de los fieles (harae-do) y de los sacerdotes (saikan). Las tiras de papel de color (gohei) son ofrendas al Kami y significan que el dios está en su templo. Este espíritu reside en el honden, donde sólo puede entrar el jefe de los sacerdotes; sus puertas están cerradas habitualmente. El Kami reside en un objeto (mitama-shiro) : espada, espejo, estatuas, cuadros, piedra, que se conserva cuidadosamente. Durante .la II Guerra mundial y cuando los esfuerzos americanos intentaban destruir sistemáticamente los santuarios del s. como símbolos de la resistencia nacional, los mitama-shiro fueron escondidos en grutas, a menudo detrás del hondea del templo, para que el culto siguiese. Cuando antiguamente el enemigo amenazaba con cogerlos, también se les quemaba y las cenizas se echaban al mar. A veces, el mitama-shiro es un objeto natural, una montaña, una cascada, una roca, un árbol. Los sacerdotes tienen que llevar una tela blanca sobre la boca para no manchar el objeto sagrado cuando están frente a él.
     
      Desde febrero de 1946 existe la Asociación nacional de los templos shintó, el Jinja-honchó, que tiene su sede en Tokio, y una sección en cada prefectura del país. En las estadísticas del año 1947 tenía bajo su control alrededor de 80.000 templos; trabaja en colaboración con la universidad del s., Kokugakuim. Cada templo tiene un grado (shin-kai) dentro de una jerarquía general, que corresponde también a la de los Kami y que puede modificar el emperador como jefe espiritual y supremo del sintoísmo.
     
      b. Personal. Los servidores del culto s. son numerosos, con diversos grados; las cifras estadísticas varían, pues hay fluctuaciones en ese personal y en sus grados; en 1964 se daba la cifra de 21.000 «sacerdotes». Su papel es servir y adorar a los Kami para que estos dioses protejan y guíen a los hombres, al pueblo y al emperador del Japón. No actúan como guías espirituales o como directores o consejeros de conciencia, ni predican, sino que solamente celebran los servicios divinos. Se les llama kannushi, con el sentido de un medium a través del cual habla el Kami, y que ahora es un término de cortesía; y también shinshoku, el que sirve al Kami. El grado más elevado es el de itsuki-no-miya, princesa consagrada al Kami, y que es una princesa virgen de la familia imperial, que sirve de medium y que reside en el templo de Isejingú.
     
      El jefe de un templo es el gúji, cuyo cargo se transmite hereditariamente; en los templos importantes, bajo su autoridad hay subjefes y sacerdotes administradores, los negi; después vienen los shuten, los jóvenes shusshi, y las jóvenes miko, hay además otros servidores y músicos. Hay mujeres que sirven de medium para su posesión por el Kami (takusen), quien dicta su voluntad a través de su boca. Las mujeres pueden ejercer funciones de culto; todos pueden casarse. Las miko son vírgenes que llevan una vida monacal bastante severa, ayudan a los sacerdotes, ejecutan ciertas danzas sagradas y sirven de secretarias en el templo. Prestan servicio entre cinco y diez años. La formación de los sacerdotes se hace en la universidad sintoísta central, Kokugakuim, o en un centro regional; los futuros sacerdotes deben seguir una serie de estudios y exámenes y después de su dedicación o nombramiento conservan sus funciones toda su vida. Viven en el recinto de los templos, pero pueden renunciar y volver al mundo.
     
      c. Ritos. El culto es individual o colectivo, y en ambos casos se compone esencialmente de oraciones, ofrendas y purificaciones. Muchos objetos utilizados tienen un simbolismo complicado y un carácter sagrado. Se pueden citar los tres tesoros imperiales, los sanslzu-no-shinki: el espejo, la espada y unas joyas. No se conocen las descripciones exactas de estos antiguos tesoros nacionales, muyescondidos y considerados como secretos. El culto individual (kairei) utiliza a menudo la adivinación. Además, cada etapa importante de la vida del japonés va señalada por una ceremonia shintó, con unas visitas al Kami tutelar o protector, Uji-gami o Ubu-suna; según el s., el matrimonio es hermoso e impresionante, con música, bebida ritual del sake -alcohol de arroz- y comida sagrada.
     
      El culto colectivo se hace para las fiestas, los matsuri. El matsuri se compone de una serie de ceremonias en el orden siguiente: purificación. llamada del Kami, presentación de ofrendas, danzas, cantos mágicos y oraciones de norito, adivinación, salida del Kami, comida de comunión. Las danzas ejecutadas durante los matsuri tienen un estilo especial.
     
      6. El shintó moderno. En el Japón, el s. se presenta bajo cuatro aspectos: el Jinja-shintó es el s. de todos los japoneses, el de los templos y del culto que acabamos de describir; el Kóshitu-shintó es el s. celebrado en la casa del emperador; el Kyóha-shintó es el s. de movimientos religiosos creados por ciertos individuos después de una experiencia personal, social o mística; a veces, en estas sectas sintoístas hay huellas de confucianismo v de budismo; y, por fin, el Minkan-shintó o s. del pueblo, que no tiene organización y estructura dogmática, admitido por el Jinja-shintó, pero no muy grato al shintó oficial.
     
      El s. ha penetrado la vida japonesa y ha impregnado su estética, sus modales, su visión de la vida, su comportamiento pasado y presente. Las manifestaciones artísticas forman parte de toda ceremonia del s.: arreglo de las flores, representaciones teatrales, cantos y poesías. La influencia del s. sobre el budismo en el Japón ha sido profunda y duradera. El s. representa la actitud religiosa profunda del pueblo; con ella ha nacido la cultura japonesa primitiva y con ella ha seguido hasta ahora; eso explica los aspectos primitivos, en el sentido de religiosidad natural, de sus creencias y de su ritual junto a valores estéticos y éticas elevadas. La creencia en la multitud de almas, de fuerzas divinas, Kami, que pueblan el universo, ha dado al japonés un sentido muy agudo de la comunión de todos los seres que se refleja en su estética.
     
      Desde el siglo v d. C., el taoísmo, el confucianismo y sobre todo el budismo han dejado huellas en el s., pero sin que llegaran a fundirse con él. «Pero lo que sí hemos de reconocer -escribe un autor japonés- es que gracias a la influencia ejercida por las ideas chinas e indias, las sintoístas experimentaron un desarrollo cultural bastante elevado. Los antiguos ideales morales japoneses fueron adquiriendo una nobleza cada vez mayor, la noción sintoísta de Dios se racionalizó cada vez más, ganó en profundidad metafísica y se hizo más estable. Algunos dioses que antiguamente habían sido objeto de intensa veneración (p. ej., dioses animales y otros de la naturaleza) perdieron paulatinamente su influencia. La concepción politeísta de la deidad fue haciéndose progresivamente más vaga, y, en cambio, la idea monoteísta de Dios, más evidente y más clara. Cada vez más claramente fue imponiéndose la idea de que la omnipotencia, la omnisciencia, la verdad y la bondad eran propiedades esenciales de la divinidad. El henoteísmo es un síntoma de la natural tendencia monoteísta de las ideas religiosas. Desde la introducción del cristianismo en el siglo xvi, la influencia que en este punto ha ejercido sobre el shintó ha sido muy grande (mejor que «sobre el shintó» sería decir «sobre el pueblo japonés»). La concepción cristiana de Dios es la meta última de la evolución del shintó y de todas las religiones de la tierra» (F. K. Numazawa, o. c. en bibl., 376-377).
     
      SIONISMOV. t.: JAPÓN VI.
     
     

BIBL.: J. HERBERT, Aux sources du Iapon, le Shintó, París 1964; M. ANESAKI, Religious lije ol the Iapanese People, Tokio 1961; J. W. T. MASON, The Meaning ol Shintó, Nueva York 1935; S. ONO, The Kami Way; An Introduction to Shrine Shintó, Tokio 1960; W. G. ASTON, Shintó, The Way ol the Gods, Londres 1905; K, FLORENZ, Die historischen Quellen der Shintó Religion, Gotinga 1919; J. M. MARTIN, Le Sintoisme, religion nationale, Hong-Kong 1924; M. REVON, Le Sintaisme, París 1907; R. PETAZZONI, La mitologie giapponese, Bolonia 1929; D. SCHILLING, Religione e política in Giappone, Roma 1950; M. MUCCtOL[, Lo shintoismo, religione nazionale de Giappone, Milán 1958; P. TACCHIVENTURI y G. CASTELLANI (der.), Storia delle religione, V, 6 ed. Turín 1971; F. K. NUMAZAWA, Las religiones del Tapón, en F. KóNIG (der.), Cristo y las religiones de la Tierra, III, Madrid 1961, 357-377.

 

J. ROGER RIVIÉRE.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991