Signo y Significacion. Liturgia.
1. Introducción: religión, culto y signos. En la
aventura de su conocimiento y de su acción, el hombre percibe de algún modo
realidades que sobrepasan su experiencia y a la vez la dominan. Pero ¿es posible
que el hombre llegue a captar lo trascendente a través de lo sensible, que es su
ordinaria vía de acceso para conocer los seres? De lo visible a lo invisible,
tal es efectivamente la ruta por la que el hombre puede llegar a conocer a Dios.
La naturaleza, los hombres, su propio ser son o pueden ser un libro abierto al
humano, y que le descubre una presencia: la de su Autor, la presencia
trascendente que anima todo y da vida a todo. Y esto es un conocimiento por los
s., un conocimiento deductivo o inductivo que es estrictamente racional (es un
error reducir lo racional a la deducción). Cuando se acrecienta el espíritu
crítico humano, con los aspectos positivos que ello comporta, pero también con
los negativos, se precisan tal vez s. más fuertemente sorprendentes, como son
los milagros (v.). Pero éstos no dejan de pertenecer a la categoría de s., y así
los llama con frecuencia el Nuevo Testamento. Ante las maravillas de la
naturaleza o ante la sorprendente irrupción de poder en los milagros, el hombre
siente fácilmente la presencia de lo sagrado, de lo santo, de lo numinoso, que
se presenta como algo tremendo, majestuoso y fuerte, y a la vez como algo
fascinante que atrae e invita a comulgar con Él (v. II-III). Presencia que
descubre también de otras maneras, p. ej., en su interior, en su conciencia. Y
que, en definitiva, impulsa a tratar y buscar personal y directamente a Dios.
Y aquí brota el s. cultual y el s. litúrgico. El hombre, ante la realidad
sagrada manifestada en los s., responde también con s. más o menos espontáneos,
que reflejan su actitud interior ante la presencia de lo divino. Estos s. se dan
individualmente y también al nivel de la comunidad en que el hombre vive, porque
una de las características de la experiencia religiosa es que lo divino se
percibe como algo manifestado y válido no sólo para el individuo aislado, sino
para todo el mundo, para toda la sociedad, o para un conjunto de personas que,
precisamente al sentirse juntamente convocadas por la llamada divina,
constituyen una comunidad cultual. Por otra parte, toda relación o acercamiento
auténticos a Dios conduce al hombre a acercarse y relacionarse más con los demás
(cfr. 1 lo 4,20). Así se presenta la necesidad yla obligación no sólo del culto
individual, sino también social y público; este último es el llamado, en la
terminología cristiana, Liturgia.
El s. litúrgico es, pues, expresión del encuentro del hombre con Dios realizado
socialmente (v. ORACIÓN; CULTO; LITURGIA; ASAMBLEA LITÚRGICA; CELEBRACIÓN
LITÚRGICA); es expresión del culto personal y social, íntimamente relacionados.
El s. litúrgico es ascendente, manifestativo del anhelo del hombre por llegar a
Dios, rindiéndole homenaje, alabanza, ofreciendo expiación, pidiendo dones; y
descendente, manifestativo de la acogida que Dios hace al hombre salvándolo,
santificándolo, perdonándolo. Además, toda religión tiende más o menos a que sus
s. sean eficaces; es decir, no sólo a que manifiesten el amor del hombre a Dios
y que Dios salva, sino a comunicar por ellos mismos la salvación divina. En lo
humano, la eficacia del s. depende del compromiso de la voluntad; la firma de un
contrato tiene validez porque en ella están comprometidas las voluntades
humanas. Si el hombre quiere dar eficacia religiosa a los s. partiendo
únicamente de su voluntad, se llega a la magia (v.). Sólo si la voluntad divina
está de alguna manera comprometida en el gesto, ese s. puede tener eficacia
salvadora, y ello se da de modo claro y eminente en el culto cristiano, en la
Liturgia (V. t. SAGRADO Y PROFANO; SIMBOLISMO RELIGIOSO III).
2. El signo litúrgico cristiano. El cristianismo presenta también en su culto un
sistema de s., es decir, de cosas utilizadas, de gestos y de palabras (v.
SACRAMENTOS; GES TOS Y ACTITUDES LITÚRGICOS; SIMBOLISMO RELIGIOSO III). Pero el
s. fundamental, por el que todos los demás adquieren sentido, es Cristo mismo,
Verbo encarnado, más que simple s., es el Invisible hecho personalmente visible.
Los s. principales del culta cristiano, los sacramentos, contienen la vida
divina porque son los gestos mismos de Jesús, ahora realizados por su mandato en
la Iglesia. Estos gestos, en Jesús y en la Iglesia, no están aislados, sino que
se inscriben en las dimensiones totales de la historia de la salvación.
Los sacramentos son los s. centrales del culto público cristiano, es decir, de
la Liturgia (v.), porque han sido instituidos por Cristo mismo dándoles eficacia
cultual (ascendente) y santificadora (descendente). Por ello se llaman y son s.
eficaces; por expresa voluntad divina, el culta y glorificación de Dios que
significan los hacen verdaderamente, y la gracia y salvación que significan las
dan realmente a los hombres; en cuanto son acciones de Cristo mismo, es decir,
de Dios, su eficacia es infalible, con tal que los ministros idóneos hagan lo
que hizo Cristo y tengan la misma intención de éste y de su Iglesia. Así, p. ej.,
el lavado externo con agua y las palabras del Bautismo (v.) son un acto de
culto, un acto de obediencia y sumisión a Dios, que mandó bautizar para el
perdón de los pecados, y producen verdaderamente este perdón (lavado interior,
significado por el lavado exterior). Los s. (cosas, gestos, palabras) de cada
sacramento guardan cierta analogía o semejanza externa con el efecto
sobrenatural e interior que significan; Dios se sirve de esos s. externos, dados
por medio de Cristo a los hombres, como de un instrumento para manifestar su
gloria y santificar a los hombres, y en este sentido, como hemos dicho, son
infalibles; aunque los hombres, limitados, recibirán sus efectos según sus
disposiciones y diversa participación (v. PARTICIPACIÓN IV).
Pero además de estos s. centrales se dan otros muchos secundarios, anclados
también con frecuencia en estratos bíblicos. Otros factores condicionan la
existencia de muchos s. litúrgicos. Ante todo, el clima cultural. El
cristianismo oriental tiende más a «ver», y el occidental a «oír»; la liturgia
oriental es más rica en gestos, y la occidental más sobria y con una carga de
palabras más densas. Dentro de estos ámbitos culturales, épocas o pueblos
diversos han dejado sus huellas (v. RITO, Intr. y l). En cuanto a la palabra,
sirve ante todo para consagrar el gesto; descifra además el s. y lo vincula a un
orden de duración (in illo tempore) en el que se han dado las acciones divinas
modélicas, de las que la liturgia es una reactualización. En las religiones
naturales, este tiempo primordial está fuera de la historia; en la religión
cristiana, este tiempo es el de las intervenciones históricas de Dios para
salvar al hombre, sobre todo el de la intervención decisiva en Cristo (v.
REVELACIÓN I). Palabras y ritos viven compenetrados, pero a la vez en tensión.
Si la tensión se rompe por preponderancia exclusiva del rito, nos acercaríamos a
la magia; si la ruptura favorece excesivamente a la palabra, nos acercamos a un
intelectualismo religioso poco humano (V. RITO, 2).
La pastoral de la Iglesia debe preocuparse por la transparencia del s. (V. t.
RÚBRICA). La Jerarquía eclesiástica debe ir eliminando los s. secundarios
inadecuados. Y no cerrar la puerta a nuevos s. secundarios adaptados a la
mentalidad del hombre de cada momento. Para los s. y símbolos en concreto, v.
SIMBOLISMO RELIGIOSO III.
V. t.: CULTO II; RITO; SAGRADO Y PROFANO.
J. M. LECEA YÁBAR.
BIBL.: L. BOUYER, Le rite et l'homme, París 1962; I.
H. DALMAIS, Initiation a la liturgie, Brujas 1960; R. GUARDINI, Los signos
sagrados, Barcelona 1957; A. KIRCHGASSNSNER, El simbolismo sagrado en la
liturgia, Madrid 1963; E. MASURE, Le signe, París 1953; B. PIAULT, Qué es un
sacramento, Andorra 1964; H. U. VON BALTHASAR, Ensayos teológicos, II, Madrid
1965; M. NICOLAU, Teología del signo sacramental, Madrid 1969; M. SCHMAUS,
Teología dogmática, VI: Los Sacramentos, 2 ed. Madrid 1963, n. 225 ss.; C.
VAGAGGINI, El sentido teológico de la Liturgia, Madrid 1965 (cfr. índice
alfabético); v. t. la Bibl. de SIMBOLISMO RELIGIOSO III.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991