SEXUALIDAD. PSICOLOGÍA Y PSIQUIATRIA
1. Definición y generalidades. En principio, el vocablo s. expresa la
sustantivación de todas aquellas actividades específicas y directamente
relacionadas con la condición sexual de los seres vivos diferenciados
morfológicamente en orden a su reproducción (v.). Dichas actividades son
exclusivamente instintivas en las especies animales. Pero en el hombre, aun
cuando la s. supone y reclama la existencia de un instinto o tendencia básicos,
la actividad sexual no siempre se desencadena de manera instintiva o autónoma.
Por eso en el estudio de este tema conviene partir siempre de una distinción
mucho más importante de lo que en principio pudiera parecer, a saber: la s. como
actividad ordenada a la procreación, y la s. como experiencia personal o
manifestación estrictamente psicológica, en un momento dado, al margen del
consentimiento o no de su cardinal finalidad.
Que la s. como experiencia humana plantea problemas es del dominio común y
algo tan antiguo como la propia existencia del hombre. Aparte de los dos
preceptos del Decálogo (6° y 9°), todas las civilizaciones históricas, y aun el
testimonio de los pueblos primitivos, contienen disposiciones legales relativas
a su ejercicio (v. CASTIDAD I; PURIFICACIÓN I-II). Sin embargo, hasta fechas
relativamente recientes no se ha producido una reflexión científica sobre todo
lo que atañe a la cuestión. La Sexología es disciplina moderna. Sus fundadores
han sido, sobre todo, los psicólogos médicos, los psiquiatras y los fisiólogos.
Luego han intervenido los biólogos, los sociólogos y los pedagogos.
Después de la I Guerra mundial se fundó en Berlín un Instituto de
Sexología. El tema preferente fue, durante varios años, el de las perversiones
sexuales. Los autores más conocidos de esta primera época son, entre otros,
Havelock-Ellis, Kraft-Ebing, Goldschmidt y Albert Moll. Estudios más antiguos de
Moreau y Tarnowski eran bastante incompletos. Estos trabajos no fueron más allá
de la clínica y de la actividad forense. Ya por entonces el interés por la s.
había recibido un impulso a partir del psicoanálisis (v.); primero, en los
países de Centro eropa; luego, a favor de la diáspora de las ideas y de los
hombres, provocada por la situación política de entreguerras, en Inglaterra y
los EE. UU. de América. Una novedosa interpretación del hombre y la cultura en
sus más diversas proyecciones, e impregnada de pansexualismo, va penetrando en
el pensamiento psicológico y en grandes sectores literarios de Occidente.
Finalizada la II Guerra mundial, y al hilo de la hegemonía
político-económica de Norteamérica, retorna el psicoanálisis a Europa, a la vez
que se facilita su difusión en algunos países iberoamericanos. Pero hay un
segundo hecho, cuyo impacto acaso haya sido mayor en la masiva clase media de
allende el Atlántico: la publicación, en 1948, de la llamada «encuesta Kinsey
sobre la conducta sexual del varón», a la que siguió unos años más tarde la
relativa a la de la mujer.
La encuesta Kinsey y sus efectos han motivado diversidad de estudios (v.
bibl.). Su planteamiento es equívoco por cuanto.se limita a verificar desde un
punto de vista «zoológico» un hecho que no es exclusivamente biológico,
prescindiendo, a priori, de su valoración humana global. Y lo que es más grave:
el empeño de derivar de unos datos estadísticos los principios de una normativa.
Kinsey, profesor de Zoología, y sus colegas Pomeroy y Martín, de la Univ. de
Indiana, pretenden haber tratado el asunto con métodos absolutamente
«científicos», que excluyen, por definición, otras fuentes y métodos
antropológicos de inexcusable empleo.
No es difícil imaginar cuánto pueden influir, en el seno de una opinión
pública perfundida por una civilización secularizada y técnica, los productos
científicos. Las ideas sexológicas del hombre medio, tan importantes como
argumento democrático, han venido a resultar, en buena parte, de una combinación
de las caliginosidades instintivas revueltas por el psicoanálisis y de las
medias aritméticas lanzadas por ciertos sociólogos y economistas sobre la mesa
de los «moralistas» de situación. Cuando a partir de los años 60 se suscita el
problema de la demografía del hambre y su inevitable corolario de la regulación
de los nacimientos (v. NATALIDAD), nadie que desee abordar seriamente tan
sonoras cuestiones podrá soslayar la decisiva importancia de los fenómenos
anotados en las ideas que sobre la s. manejan amplios sectores de población.
2. Sexualidad y Psicología. La s., como todas las manifestaciones de la
vida humana, depende de instancias y factores bien diversos. Ni siquiera es
simplemente un producto psicológico, aun tomada la Psicología (v.) en su
concepto y alcance actual. La insuficiencia de los esquemas sobre la s. se
acentúa cuando trata de explicarse desde la perspectiva del psicoanálisis y
psicologías afines. Ni el hombre es sólo instintividad, ni la instintividad
puede reducirse a un solo instinto (v.) y, lo que es más, ni siquiera lo
instintivo puede interpretarse hoy día desde los supuestos de cualquiera de las
escuelas de Psicología profunda (v.). En cualquier caso, el ingrediente
instintivo de la s., como acontece en todos los tipos de comportamiento de
carácter tendencial, ni es exclusivo ni podría actuarse por sí solo.
Hablar de instintos es aludir a una de las modalidades dinámicas que
intervienen en cualquier operación humana. Los vocablos instintividad,
afectividad y racionalidad son los sustantivos correspondientes a esas tres
formas o modos del ser psíquico que ofrece el análisis de las funciones de
acuerdo con las tres modalidades o estratos de la referencia ontológica: el
biológico, el pático (psicológico por antonomasia) y el espiritual o noético.
Que sean discernibles no quiere decir que existan o actúen por separado. El
hombre es unidad pluridimensional: es sujeto de requerimientos biológicos,
siente y conoce; a la vez que la vida humana es constitutivamente individual,
social e histórica. Como dice V. Frankl, «en el hombre se hace compatible lo
inconmensurable».
La actividad sexual del hombre contiene una disposición tendencial básica
en la que pueden reconocerse los caracteres comunes que los fisiólogos y
psicólogos, realizando una abstracción respecto de la totalidad del ser natural,
catalogan del siguiente modo:
a) Es innata: nace con el individuo y no es aprendida.
b) Es teleológica: se ordena a un fin preciso. Dicho fin es independiente
de la mera conciencia del proceso somato-psíquico requérido por la actividad en
cuestión. Por eso la exclusiva franquía en la realización de dicho proceso y la
conclusión formal del mismo no debe confundirse con su finalidad específica.
c) Es psicológicamente trascendental. Puede decirse que sus efectos, como
los de toda operación instintiva, desbordan el ámbito de la experiencia interna
(vivencia) del sujeto en el momento de su actuación.
d) No exige la intervención de la inteligencia in actu, aun cuando, de
hecho, la conciencia psicológica de la situación suponga un determinado grado de
atención y pragmatismo.
Dentro de la común finalidad de lo instintivo -conservar la vida-, el
instinto sexual se especifica por cumplir este fin en forma transitiva. Dicha
disposición es original aunque sólo pueda actuarse cuando el sujeto, dentro del
proceso de su desarrollo, alcanza cierto grado de maduración.
3. Sexualidad y reproducción. Debe advertirse que el denominado instinto
de conservación de la especie no es uniforme en los seres vivos. Sus modalidades
son variadas. Hay dos clases fundamentales de reproducción: asexuada y sexuada.
Son muy numerosas las especies que siguen en exclusiva la primera
modalidad; en general, los microorganismos -bacterias, p. ej.-, pero también
algunos vegetales que se reproducen por gemación, como las hidras de agua dulce.
Los vegetales y animales llamados superiores (por su complejidad orgánica)
se reproducen observando, preferentemente, el patrón sexuado. Algunas especies
siguen una y otra modalidad alternativamente y no pocos realizan la
multiplicación de sus elementos a nivel celular y en ciertas fases embrionarias
en forma asexuada, aunque la reproducción de los individuos demande el
ayuntamiento de seres o elementos sexualmente diferenciados. Así, en el hombre.
Como dice Allers «el sentido íntimo e inmanente de la sexualidad es engendrar
hijos. La fórmula sinónima de que el fin primario del matrimonio estriba
precisamente en engendrar prole, no es tan sólo un postulado de la moral y de la
fe cristianas, sino también una ley de la misma naturaleza» (o. c. en bibl.,
114).
De acuerdo con estas observaciones, la s. tiene, respecto del instinto de
conservación de la vida, carácter objetivo, interviniendo, en todo caso, en
forma instrumental, y sólo cuando el desarrollo anatómico y fisiológico de los
órganos genitales permite instrumentar la función genérica. El error del
pansexualismo psicoanalítico, especialmente en lo que se refiere a su hipótesis
del desarrollo de la s. en la infancia, estriba en la excluyente interpretación
instintiva de la vida humana y la reducción de su despliegue a una serie de
modelos de comportamiento determinados por el principio de placer, en los que
todo lo demás es accidental y secundariamente exigido por las circunstancias de
la realidad.
4. Desarrollo de la sexualidad. El mero instinto no es suficiente en el
desarrollo de la sexualidad. En primer lugar, porque una instintividad
específicamente sexual sólo puede actuarse cuando el organismo ha alcanzado
cierto grado de complejidad y diferenciación morfológica en el que intervienen,
además de la integridad de los órganos genéricos, una serie de correlaciones
neuroendocrinas. El fenómeno forma parte del proceso eeneral dela adolescencia
(v.). Sin embargo, ciertos fenómenos sexuales aparecen de ordinario en la
segunda infancia o, como muy tarde, en el periodo prepuberal en forma de
preordenación incoada. Se trata, especialmente, de cierta curiosidad no siempre
determinada específicamente, capaz de alimentar representaciones, fantasías y
deseos tan vagos como pasajeros. Frecuentemente tales hechos son provocados por
noticias incidentales y por la ordinaria y defectuosa información que reciben
los niños a través de sus compañeros de colegio o de juego entre los seis y los
diez años. Ciertas maniobras consideradas equivocadamente por el psicoanálisis
como masturbatorias pueden tener lugar incluso dentro del primer año de edad;
responden al impulso de acariciar las partes salientes del cuerpo que el
psicólogo francés Crouchet denominó peotillomanía. También la tendencia a la
imitación, tan importante en la infancia, suele intervenir en la génesis de
muchos de los dichos y hechos de la s. en estas edades.
Las primeras inquietudes y curiosidades específicamente sexuales suelen
comenzar, en forma más o menos crítica, en la etapa puberal. Con ellas se abre
el tiempo oportuno para una intervención educacional discreta. La especificidad
sexual de tales fenómenos viene condicionada tanto por ciertas manifestaciones
espontáneas o provocadas de carácter fisiológico -menstruación en la mujer y
primera polución seminal en el varón-, correlativos con la aparición de los
llamados caracteres sexuales secundarios -vello axilar y pubiano y cambio de la
voz comunes a ambos sexos, pelo de la barba y bigote en el hombre y desarrollo
mamario en la mujer- (v. ADOLESCENCIA v JUVENTUD), como por la presencia de
auténticos sentimientos eróticos. Fenomenológicamente se trata de una tendencia
que parece operar como por tanteo en la dirección de su objeto. Ello da lugar a
una cierta disyunción psicológica: mientras la referencia afectiva oscila con
independencia del sexo, la actividad sexual se reduce al orden de la imaginación
y al de las sensaciones. Y como, en definitiva, estos fenómenos forman parte de
procesos más comprehensivos en el ámbito personal y más o menos críticos, como,
p. ej., sentimientos de soledad o incomprensión y sus correlativas exigencias
existenciales de compañía y apoyo, se explican así ciertos apasionamientos en
las relaciones con los congéneres de uno y otro sexo, donde la incidencia de
factores eróticos alimenta el talante emocional y crítico de las mismas.
A medida que avanza el proceso general de la adolescencia, el impulso
original se decanta en la dirección del completamiento: las fases finales de la
crisis se caracterizan porque, gracias a la decisiva intervención de las
tendencias estéticas y creadoras, el objeto erótico es asumido, desde el plano
superior de los sentimientos anímicos y espirituales, por la necesidad, más
sentida que vista o pensada, de alcanzar la identificación en el fruto común del
amor, entendido éste como simultáneo «impulso a la entrega y captación de un
ser» (jaspers).
Semejante complejidad factorial confiere a los procesos instintivos una
plasticidad y riqueza expresiva que no sólo distingue radicalmente al hombre de
los demás seres vivos, sino que lo singulariza de modo personal. Más aún:
estando, como están, los instintos al servicio de la vida, pueden ser
renunciados de la misma manera que puede renunciarse a la vida misma. Es claro
que la renuncia a la conservación de la vida individual supone la muerte del
sujeto, con todas sus consecuencias; no así la declinación de exigencias que,
por ser genéricas de la especie, quedan en su cumplimiento al libre arbitrio del
individuo, sin que la renuncia le produzca, en su caso, alcance moral. Por el
contrario, la experiencia clínica demuestra que, independientemente del
porcentaje y aun de las elasticidades de la conciencia social en relación con
éstas y otras perversiones, su existencia provoca, caso por caso, indudables
sentimientos de culpabilidad y perjuicio, que reflejan la norma transgredida. El
ejemplo más común lo constituye la interpretación vulgar de las consecuencias
negativas que para la salud física (sic) puede tener la reiteración de los actos
sexuales solitarios.
Los trastornos de la actividad sexual son muy variados. Su importancia
deriva de las graves consecuencias que reportan, no sólo para la salud de los
sujetos que los padecen, sino también para la vida y bienestar de terceros.
Frecuentemente, además, originan problemas jurídicos de difícil solución
práctica. Las anomalías se refieren tanto a los aspectos formales del acto
sexual en sí mismo, como a la cualidad objetiva del estímulo. Los criterios para
su estimación o clasificación son, por lo dicho anteriormente, médicos, morales
y jurídicos. Su interés social se ha acrecentado durante los últimos tiempos por
la importancia que se atribuye a la problemática de las relaciones
interpersonales en la génesis de los mismos.
En relación con el grado de actividad, tanto el exceso patológico,
erotismo, como la disminución y el apagamiento del apetito sexual, pueden ser
debidos a enfermedades psíquicas y orgánicas, y pueden ser influidos por
determinados medicamentos o sustancias tóxicas. La falta de sensaciones
específicas y la correspondiente falta de orgasmo en la mujer constituye la
frigidez. Esta anomalía, lo mismo que la impotencia coeundi en el varón y la
ejaculatio precox, suelen ser temporales y muy circunstanciadas, lo que
demuestra, descartados posibles factores orgánicos, su ordinario origen
psíquico.
Perversiones sexuales. Las restantes anomalías y, concretamente, las
perversiones, se deben a causas múltiples y complejas. En ocasiones, el simple
ejercicio desordenado de la s., al modificar el dispositivo del proceso,
convirtiendo en fin lo que sólo es medio, puede dar lugar a las acciones más
perversas (v. III, 2). Algunos trastornos forman parte de síndromes neuróticos
complejos.
En el fetichismo hay una sustitución del objeto excitante. La natural
atracción del cuerpo se desplaza generalmente hacia prendas de vestir o de
ornato personal. En el sadismo, determinados impulsos concomitantes del instinto
sexual desencadenan el deseo de imponer a la otra persona sufrimientos físicos o
morales. En el masoquismo, el afán de sumisión y dependencia es estimulado por
los malos tratos recibidos. La pedofilia o inclinación erótica por las personas
impúberes del sexo opuesto es menos frecuente y suele aparecer combinada con las
anteriores.
El exhibicionismo parece estar en relación con las perversiones
anteriores, sobre todo con la homosexualidad. Fuera de ésta y de su eventual
manifestación en dementes graves, es rara como anomalía exclusiva. Sin embargo,
en forma mitigada es fenómeno característico de ciertas épocas. Igualmente debe
considerarse anómala la masturbación (v.), ipsación o acto solitario, que puede
adquirir por su reiteración caracteres verdaderamente morbosos. Puede ser
también la primera manifestación de trastornos mentales graves. El onanismo
-acción naturalmente incompleta por evitar la inseminación in situse interpreta
como sinónimo de la masturbación.
La homosexualidad, a pesar de que el llamativo porcentaje del rapport
Kinsey parezca abonar la pretensión de tratarse de una anomalía relativa y muy
circunstanciada, es una de las perversiones más dolorosas y demayor peligrosidad
social. La atracción o comercio erótico con individuos del mismo sexo puede
manifestarse de muy variadas maneras: desde la amistad apasionada, exclusivista
y celopática, hasta acciones aberrantes en las que se pretende incluir el placer
sexual. Intervienen en ella factores muy diversos; no hay acuerdo sobre su
etiología, si bien cada vez se tiende más a interpretarla partiendo del
psiquismo. El fondo psicopático, neurótico y aun psicótico de estos pacientes
suele ser la regla (v. III, 3).
7. Educación sexual. Normalmente, la educación sexual (v. ENUNCIACIÓN V)
debe formar parte de la educación general. En personas sanas no requiere
instrucciones especiales. Se trata, fundamentalmente, de una cuestión de
ambiente: la familia es, sin duda, el lugar adecuado. La prudencia, la
naturalidad y la sencillez son el mejor vehículo para abordar el tema. Por el
contrario, la mojigatería, la mentira más o menos disimulada y las restricciones
mentales pueden ser contraproducentes y provocan la desconfianza de los chicos
hacia sus padres y educadores.
Por regla general, las primeras noticias llegan a los niños a través de
sus compañeros de colegio o de juego, entre los seis y los diez años; suelen ser
nociones parciales y deformadas. En los medios rurales, por la inmediatez del
contacto con la Naturaleza y la simplicidad y descuido de los adultos, la
comunicación resulta más fácil y precoz que entre los niños de las ciudades.
Este saber inicial se olvida de ordinario hasta que los barruntos críticos de la
adolescencia -alrededor de los 12 añosdesencadenan las primeras inquietudes y
curiosidades, abriendo el periodo más oportuno para ilustrar gradualmente sobre
las funciones genésicas y la dignidad de sus fines. Debe aprovecharse
adecuadamente las ocasiones, y no se ha de olvidar que, por muy bien que se
exponga el tema, ni siquiera un saber completo sobre el mismo basta para librar
al adolescente de las inevitables tormentas que comporta todo lo relativo al
misterio de la vida. Sólo una formación religiosa y moral bien entendida pueden
ayudar de manera segura a superar dichos conflictos.
Lo contrario, la deseducación, procede a menudo del medio ambiente. El
psicoanálisis ha cargado injustamente la mano en la cuenta del carácter y
comportamiento de los padres. Salvo en casos claramente patológicos, y aun en
éstos, la falta de criterios imperantes en la cuestión es un fenómeno claramente
social. Depende, en buena parte, de la masificación. Los individuos se
despersonalizan, las ideas pierden su capacidad creadora y las opiniones se
convierten en fósiles que los medios de difusión se encargan de incrustar en esa
deficiente cultura de la imagen que todo lo envuelve. Así se ha llegado a la
peligrosa erotización del mundo moderno. El sex-appeal se convierte en un
imperativo de la publicidad de cualquier negocio.
La importancia de este hecho es evidente, pero, a la hora de considerar
los problemas y consecuencias de la actividad sexual, se soslaya de manera
flagrante. Se escamotea la cardinal finalidad del sexo, se exageran sus efectos
socio-económicos y se tergiversan los planteamientos, pretendiéndose, p. ej., en
relación con la natalidad que lo que hoy es legitimado por la libertad en la
aceptación de sus fines y la elección de los medios honestos puede resultar
gravemente peligroso para la demografía.
La s. cobra su definitivo valor y consistencia a partir del amor -ágape-
que entre hombre y mujer desencadena una relación típica de búsqueda y
encuentro. laspers incluye en el grupo de los llamados instintos intelectuales o
superiores el de la tendencia a la captación y entrega de un ser. Dicha
tendencia encuentra su correlato y paralelo en los planos subyacentes de la
afectividad y del instinto de multiplicación de los seres vivos. Así, el
correspondiente sentimiento erótico determina psicológicamente la tendencia
inferior -sexual-, y cualifica el amor conyugal como género concreto de relación
interpersonal. Justamente, de esa dimensión existencial de la vida humana cuyo
eje psicológico son los sentimientos (v.) se deriva de modo singular, original y
preciso la suprema significación del sexo como algo que se ordena a un
cumplimiento sagrado de la vida.
De ahí el sentido de misterio, la conturbación y el temblor que lo sexual
desencadena por mucho y bien que se sepa de ello; y las actitudes de pudor,
respeto, modestia, recogimiento de los sentidos y tantas y tan razonadas
cautelas como exige lo sexual.
V. t.: PSICOANÁLISIS.
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J. M. POVEDA ARIÑO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991