SET
Las noticias que da el Génesis (v.) de este personaje prehistórico proceden de
la llamada tradición yahwista (Gen 4,25-26) y de la sacerdotal (Gen 5,1-6; v.
PENTATEUCO). En el texto yahwista leemos: «Adán (v.) conoció de nuevo a su mujer
y ésta parió un hijo, a quien puso por nombre Set, diciendo: Dios me ha dado
otra descendencia en lugar de Abel, a quien mató Caín. También a Set le nació un
hijo, al que llamó Enós. Entonces se comenzó a invocar el nombre de Yahwéh». La
última frase es traducción directa del hebreo; en el texto griego de los
Setenta, en vez de «se comenzó a invocar», se lee: autós élpisen, es decir,
«éste (Enós) comenzó a invocar». La madre es la que impuso el nombre a su hijo,
llamándole S., del verbo hebraico sat, dar, conceder. El hecho de que sea la
madre la que impone el nombre al hijo (4,1) recuerda un derecho del régimen del
matriarcado. S. aparece como un don que concedió Yahwéh (sat fi) a Eva (v.) de
un hijo en sustitución del justo Abel (v.). Con la muerte violenta y prematura
de éste, había desaparecido el sector de la humanidad que se mantenía vinculado
a Dios y a su ley, y únicamente subsistía la descendencia de Caín (v.) que,
dejando de lado sus deberes religiosos, se ingeniaba para asegurarse una vida
confortable y placentera, con la construcción de aglomeraciones urbanas,
fabricación de utensilios de bronce y de hierro y de instrumentos músicos (Gen
4,17-24). Con el progreso material se dio paso a la inmoralidad, que llegó a su
punto álgido con la poligamia y los crímenes de Lamec (4,19-24). De su canto, la
pieza más antigua de la poesía hebraica, decía Lenormant que «respira tal acento
de ferocidad primitiva que cuadra muy bien en la boca de un- salvaje de la Edad
de Piedra, danzando junto al cadáver de su víctima y.blandiendo su estaca de
sílex o la mandíbula de un oso de las cavernas» (F. Lenormant, Les origines de
1'histoire d'aprés la Bible et les traditions des peuples orientaux, I, París
1880, 187). Los planes divinos sobre la economía de la salvación reclamaban se
llenara este vacío dejado por Abel con otro hombre que fuera justo como él y
que, lo que no obtuvo Abel, fuera el progenitor de una posteridad con marcado
carácter religioso.
La vida religiosa de S. fue superada por su hijo Enós (hombre), por haber
sido el primero en invocar a Dios bajo el nombre de Yahwéh (4,26). Como hemos
indicado, el verbo hebraico en forma pasiva, huhal «se comenzó», se considera
como extraño a la frase, prefiriéndose la lección griega, según la cual fue Enós,
como un nuevo Adán=primer hombre en la línea religiosa de la humanidad, el
primero que invocó a Yahwéh. Era natural que la tradición yahwista proyectara al
hombre de los orígenes el conocimiento del nombre divino de Yahwéh, que las
tradiciones elohísta y sacerdotal hacen remontar a Moisés (Ex 3,13-15; 6,2-3).
Pero no existen contradicciones entre las diversas tradiciones sobre el
particular, ya que en la yahwista no se piensa tanto en el conocimiento del
término Yahwéh para designar a la divinidad cuanto en el culto que se le rendía.
Como si dijera que, hasta entonces, se rendía culto a Yahwéh sin las
formalidades que señalaba la ley, mientras que Enós invocó a Yahwéh, o le rindió
culto, en altares erigidos exprofeso para ello (Gen 12,8; 13,4). Es de notar que
Eva (vers. 25) habla de Elohim, mientras que S. o Enós usan eJ nombre de Yahwéh.
Con las noticias sobre la religiosidad de S. y de su descendencia (hebreo
zera'), quiere el autor subrayar la idea de que el progreso religioso promovido
por S. fue más beneficioso para la humanidad que toda la técnica creada por los
cainitas, ya que el progreso material, unido a la irreligiosidad, desencadenó el
cataclismo del diluvio (v.). Toda la humanidad hubiera perecido si un setita
(?), Noé (v.), no hubiera conservado el ideal religioso. La idea del diluvio
estaba presente en la mente del autor yahwista, y unida estrechamente a la
mención de S. y de los setitas, lo que aparece confusamente en el texto, por
haber desplazado el compilador último del Génesis a un contexto sacerdotal (cap.
5) la mención que se hace de Noé en 5,29, verso éste de matiz claramente
yahwista. El motivo de este desplazamiento fue que el compilador quiso
reproducir antes del relato del diluvio el catálogo de patriarcas (v.)
antediluvianos y, por lo mismo, colocar a Noé en último lugar, por estar
íntimamente unido al mismo. En el contexto actual, Gen 5,28-29, se dice: «Era
Lamec de 182 años cuando engendró un hijo, al que puso por nombre Noé, diciendo:
éste nos consolará de nuestros quebrantos y del trabajo de nuestras manos por la
tierra que maldijo Dios». En primer lugar, la expresión dt que Lamec «engendró
un hijo» rompe el esquematismo literario del relato sacerdotal; se esperaba que
en su lugar se nombrara a Noé (vers. 6.7.12.15.18.21.25). La mentalidad yahwista
se descubre también por el empleo del nombre divino de Yahwéh, y por la alusión
manifiesta a la maldición del suelo (Gen 3,17-19). Noé, por su religiosidad,
entraba en la línea de S. y no en la de Caín, con Lamec como padre.
El relato sacerdotal dice de S.: «Éstas son las generaciones (hebreo
tóledot, del verbo yalad, engendrar) de Adán: Cuando Dios creó al hombre, lo
hizo a imagen de Dios... Tenía Adán 130 años cuando engendró un hijo a su imagen
y semejanza, y lo llamó Set... Era Set de 105 años cuando engendró a Enós. Vivió
después de engendrar a Enós 807 años, y engendró hijos e hijas. Todos los años
de Set fueron 912, y murió» (5,1-8). El relato enlaza directamente con el primer
capítulo del Génesis, como si su autor ignorara toda la tragedia de la caída de
Adán y Eva en el pecado, y su expulsión del paraíso (3,1-23; v. PROTOEVANGELIO).
Por esta y otras razones, ¿puede admitirse que existió en Israel una polémica (precanónica,
naturalmente) contra la tradición según la cual Adán perdió su primitiva gloria?
Una admitiría el hombre del yahwista que cayó en el pecado; otra, el hombre de
la tradición atestiguada por el sacerdotal y el Ps 8,6-7, que estaba cerca de
Dios, en el paraíso, imagen de Dios, rey del universo, es decir, el segundo Adán
(F. Stier, Adam, en Encyclopédie de la lo¡, 1,28), del que nacería S., como si
éste fuera su único hijo, que engendró «a su imagen y semejanza», y al cual dio
el nombre.
Como introducción al nacimiento de S., el autor sacerdotal resume lo
esencial de Gen 1,26-28: Adán, imagen de Dios; creación simultánea de los dos
sexos; bendición de la primera pareja humana en orden a la procreación. Adán
transmite a su hijo «su imagen y semejanza» por vía de generación. En este lugar
el sentido de imagen se refiere a que Adán engendró un hijo igual a él, en
cuanto a su organismo y silueta física y en cuanto que era un nefes hayyah, un
ser viviente de la especie humana, que, como su padre, retransmitiría a su
posteridad su propia imagen y semejanza. La primera pareja humana transmite a su
posteridad su imagen y semejanza y, a través de ella, la imagen-semejanza de
Dios.
De Adán y Eva no se dice explícitamente que engendraran hijos e hijas,
como se afirma de S. y sus descendientes. Según el texto hebreo, Adán engendró a
S. a la edad de 130 años; S. engendró a Enós a los 105. La versión griega de los
Setenta eleva estos números a 230 y 200 años respectivamente, aunque los años de
vida de Adán y S. sean los mismos en uno y otro texto: 930 y 912. Enós =hombre
es muy probablemente el primero entre los hijos e hijas de S. La lista
sacerdotal de los descendientes de S. se cierra con Noé. En todo este catálogo
de patriarcas no se alude nunca a sus ocupaciones y quehaceres materiales. Si la
narración estereotipada y monótona se rompe alguna vez es para poner de relieve
la santidad de alguno de los patriarcas setitas (Henoc). S. transmitió a su
posteridad el sentido religioso de la vida, que se caracteriza por «andar con
Dios» o «andar en la presencia de Dios» (Gen 5,22), invocar el nombre de Yahwéh
en la oración (Ps 3,2; 4,2; 6,1) y en el sacrificio (Gen 12,8), en los lugares
destinados al culto. Entre los descendientes de S., y como figura última y
definitiva, incluye San Lucas a Jesús (Le 3,23-28), el nuevo Adán, que cierra la
genealogía de hombres portadores de la revelación primitiva, por ser Él el
«mediador y plenitud de toda la revelación» (Conc. Vaticano II, Const. Dei
Verbum, 1,2; 2,7).
V. t.: PATRIARCAS BÍBLICOS.
BIBL.: A. CLAMER, La Genése, traduite et commentée, en La Sainte Bible, (dir. L. PIROT), París 1953; A. DEIMEL, Die babylonische und biblische Uberlieferung bezáiglich der vorsintflutlichen Uradter, « Orientalia» 17 (1925) 47-64; FR. HORTS, Die Notiz voni Anfang des Yahwekultus in Gen 4,26, «Beitráge zum Evangelische Theologie), (1957) 66-74; CH. HAURET, Réflexions pessimistes et optilnistes sur Gen IV,17-24, «Sacra Pagina), (Miscellanea Biblica congressus int. catholici de re biblica), I, Gembloux 1959, 358-359; J. GABRIEL, Die Kainitengenealogie (Gen 4,17-24), «Biblica» 40 (1959) 409-427.
LUIS ARN.ALDICH.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991