Santuario (sagrada Escritura)
 

Conjunto desmontable y portátil, integrado por un tabernáculo, una valla y otros utensilios de culto, que formaban un recinto sagrado, donde se guardaba el Arca de la Alianza (v.) y se tributaba el culto a Dios, entre los antiguos israelitas, desde la época de Moisés (1225 a. C.) hasta la construcción del Templo de Salomón (v.) en Jerusalén (953 a. C.;v. TEMPLO II).

1. Descripción. Los datos principales se encuentran en el libro del éxodo (V.) caps. 25-28 y 35-39. Las medidas son ahí dadas en codos, probablemente el codo egipcio, que equivalía a 525 cm. El S. constituía un recinto sagrado, de forma rectangular de 100 codos de longitud (=52,50 m.) y 50 de anchura (=26,25 m.), limitado por una valla. Comprendía, pues, unos 1.350 mz. En medio se alzaba el Tabernáculo, también rectangular, de 30 codos de largo (=15,75 m.) por 12 de ancho (=6,30 m.). El S. se montaba con la entrada al oeste en uno de los lados menores; el culto divino se hacía mirando al este, hacia donde se orientaba el Santuario.
El interior del Tabernáculo se dividía en dos estancias separadas por un velo, a unos 10 codos de la pared de fondo. La primera, desde la entrada del Tabernáculo hasta el velo, se llamaba el Santo: en ella se encontraban la mesa de los panes de la proposición, el candelabro de los siete brazos y el altar del incienso. La segunda estancia, la más interior, detrás del velo, era el Santo de los Santos o Santísimo; contenía el Arca de la Alianza, que guardaba las dos tablas de la Ley dada por Dios a Moisés; el Arca tenía una tapa, el propiciatorio, con escultura de dos querubines encima, extendidas sus alas de uno a otro y mirándose mutuamente.
Delante del Tabernáculo, entre éste y la entrada del recinto sagrado, se encontraba el altar de los holocaustos y la pila del agua para las abluciones.

2. Nomenclatura. El texto original hebreo presenta abundancia de vocabulario, que obedece a la riqueza teológica con que se contempla la destinación del S.: el lugar sagrado, donde Dios quiere que se le tribute el culto; donde quiere habitar de manera especial en medio de su pueblo; donde los hombres puedan encontrarle de una manera peculiar; donde se guarde el Arca, que servirá de testimonio de su Alianza con él pueblo, y de recuerdo de los mandamientos dados por medio de Moisés, etc. Según esto, podemos establecer las siguientes equivalencias de nuestra traducción con el texto original hebreo, la versión griega de los Setenta y la Vulgata latina: Santuario: 1°) Mi~, hagíasma, sanctuarium (=lugar sagrado); (Ex 25,8; Lev 12,4; 16,12; Num 10,21; 18,1); 2°) Beth Yahwéh, Oíkos Kyríou, Domus Domini (=Casa del Señor) (Ex 23,19; 34,26; los 6,24; 9,23; Iud 18,31).
Tabernáculo: 1°) 'Ohel, Skené, tabernaculum (=tienda de campaña). Algunas veces, a 'Ohel mo'ed, tienda de la reunión, es decir, donde Dios se reúne con los sacerdotes y levitas, sus intermediarios con el pueblo. O bien ohel ha-`eduth, tienda del testimonio (griego: Skene toú martyríou), expresión que le venía por contener las Tablas de la Ley, llamadas también `eduth (Ex 25,16.21; 27,21; 30,26; 31,18; 33,7; Num 9,15; 17,7; 18,2; Di 31,14; Act 7,44). 2°) Misktrn, traducida igualmente por skene y• tabernaculum, pero no exactamente sinónima de 'ohek éste significa la cubierta de la tienda de campaña, aunque también se toma por la misma tienda; miskún, en cambio, significa genéricamente el habitáculo del nómada.
Santo: Qodes, hágion, sanctum (=primera de las dos estancias del Tabernáculo; a él no podía acceder el pueblo sino sólo los sacerdotes y levitas, por su carácter de santo, sagrado, reservado a Dios) (Ex 26,33; Ley 4,6; Num 3,38; 4,12).
Santos de los santos, o Santísimo: ha-Qodes, o bien Qodes ha-godá stm, hágion esoteron, sanctum sanctorum (=el lugar más santo de todos, sacratísimo, reservadísimo a Dios; sólo Moisés entraba en él, y después de Moisés, sólo el Sumo sacerdote y una sola vez al año, en el gran día de la expiación) (Ex 26,33; Lev 4,6; Num 3,38; 4,12; 16,2).
Velo del Tabernáculo: Aron ha-Bérith, Kibotós tés Diathekes, Arca Foederis.

3. Materiales y ornato del Santuario. No obstante la penosa situación de los israelitas en su éxodo de Egipto, el S. estaba fabricado con los mejores materiales propios del área geográfica y de la época. Moisés había hecho un llamamiento a tal efecto. Los israelitas respondieron generosamente entregando cuanto de valioso y útil portaban consigo para la fabricación del S. (Ex 35,4-29; 36,2-7). Tal riqueza de materiales para la «casa de Dios» era una manera bien patente de mostrar a Dios el honor, reverencia y amor que le son debidos; adecuada manifestación de la adoración y del sacrificio, elementos esenciales de la religión.
Las paredes del Tabernáculo (miskán) estaban formadas por tablas amplias recubiertas de láminas de oro. El velo (pdroket) que separaba el Santo de la otra estancia estaba tejido cuidadosamente en lino fino, de varios colores y adornado con imágenes de querubines; colgaba, por medio de anillos de oro, de una barra sostenida por cuatro columnas de madera de acacia, recubiertas de oro y con base de plata. Una primera cobertura hacía de techo y rebosaba por las paredes del Tabernáculo hasta el suelo: compuesta de varias piezas unidas por lazos de oro, estaba tejida de lino fino, con colores vivos.
Para la protección de la intemperie, se colocaban todavía tres coberturas más, que es lo que constituía propiamente la «tienda» ('ohel). La más interior, tejida con pieles de táhas, mamífero marino abundante en el Mar Rojo; la de en medio, fabricada con pieles ('oroth) de carnero, teñidas de rojo; la más externa, hecha de pieles de `izzim, probablemente pieles de cabra (Ex 26,7.14), que constituyen un tejido muy resistente y protector de la intemperie. Tales coberturas estaban izadas a la manera nómada de levantar las tiendas, cubriendo ampliamente el Tabernáculo por todas partes hasta el suelo. La valla que limitaba el recinto sagrado constaba de 56 ó 60 columnas de madera, sobre basas de bronce y con capiteles recubiertos de plata. De columna a columna se extendían las barras, de las que pendían tapices fuertes, tejidos de hilos de lino trenzados. La altura de la valla era de 5 codos (=2,62 m.).
Cerca del Tabernáculo, entre éste y la entrada del S., se elevaba el altar de los sacrificios, mizbeah ha-`oláh, altare holocausti, cuadrado de cinco codos de lado y tres de alto (Ex 38,1 ss.), de madera de acacia y revestido de cobre. En el interior del Santo estaba el altar del incienso o de los perfumes, mizbeah ha-gétoreth, altare thymiamatis (Ex 30,1 ss.), cuadrado de un codo de lado y dos de alto, también de acacia y recubierto de oro. Cerca del altar de los sacrificios, al norte, se colocaba la pila de bronce para las abluciones.
Dentro del Santo de los santos estaba el Arca de la Alianza, de 1,30 m. de longitud y 0,78 de altura, de madera de acacia y revestida de oro por dentro y por fuera. En los lados, cuatro anillas grandes de oro permitían su traslado mediante barras, igualmente de acacia recubiertas de oro. El propiciatorio y los dos querubines eran de oro macizo.

4. Teología del Santuario. Cuando el pueblo de Israel salió de Egipto, «Yahwéh iba delante de ellos, de día en columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en columna de fuego, para alumbrarlos» (Ex 13,21 s.). Era una señal de la providencia especial con que Dios cuidaba del pueblo que había elegido. Más tarde cantará el salmista: «Les tendió una nube como cubierta y un fuego para alumbrarlos de noche» (Ps 105,39). Al prescribir la erección del S. había dicho Yahwéh: «Ellos me harán un santuario y Yo habitaré en medio de ellos» (Ex 25,8). Entonces, el pueblo habitaba en tiendas y se desplazaba en su lenta aproximación a la Tierra prometida. De ahí que, para «habitar en medio de su pueblo», mandara Dios que le fabricaran un santuario portátil, para seguir al pueblo en su desplazamiento, o más bien para que el pueblo siguiera a Dios: «El día en que fue alzado el Tabernáculo, la nube lo cubrió y desde la tarde hasta la mañana hubo sobre el Tabernáculo como un fuego. Así sucedía siempre: de día lo cubría la nube y de noche parecía de fuego. Cuando la nube se alzaba del Tabernáculo emprendían la marcha los hijog de Israel, y en el lugar en que posaba la nube, allí asentaban el campamento... cuanto tiempo estaba la nube sobre el Tabernáculo, permanecían en el lugar» (Num 9,15-18). De este modo, Dios manifestaba su presencia en medio de su pueblo, «morando» como ellos en una tienda; al mismo tiempo les enseñaba a adorar su trascendencia, prohibiéndoles que le representaran por figura alguna. Los textos sagrados insisten en esa presencia de Yahwéh en el S.: El día en que se terminó de erigir el S. «la nube cubrió la tienda de la reunión y la gloria de Yahwéh llenó el Tabernáculo» (Ex 40,34).
Abundantes pasajes del Pentateuco (v.) completan la descripción de la significación religiosa del S.: Unos hablan de que el Tabernáculo era el lugar de encuentro de Yahwéh con Moisés, donde le daba las instrucciones y mandatos para regir al pueblo (Num 1,1); Moisés oía la voz de Yahwéh, que le hablaba, desde encima del Arca, entre los dos querubines (Num 7,89). Otros pasajes explicitan aún más la presencia de Dios encima del propiciatorio, entre los querubines: «Yahwéh, Dios de Israel, que estás sentado sobre los querubines» (2 Reg 19,15; cfr. Ps 79,2; 98,1; Is 37,16; Dan 3,55; todos estos textos repiten la expresión: «Deus qui sedes super cherubim»). El pueblo tenía una señal de la presencia de Yahwéh en el Tabernáculo, a la vez sensible y velada, por la nube que lo recubría (Ex 33,7-11; 40,36 ss.; Num 14,10; 16,19), de ahí el nombre de Miski-Ln, «morada, habitación» dado al Tabernáculo, así como el de Beth Yahwéh, «Casa de Yahwéh». Por otra parte, por contener el Arca de la Alianza, con las tablas de la Ley, el Tabernáculo era un recuerdo o testimonio constante de esa Alianza: de ahí su nombre de «Tienda del testimonio», Miskcin ha-`eduth. Ex 29,42-46 resume varios de estos aspectos religiosos y teológicos del Santuario: « [Dios dijo a Moisés] será holocausto perpetuo de vuestras generaciones a la entrada de la Tienda de reunión delante de Yahwéh, donde Yo me encontraré contigo para hablarte allí. Me reuniré con los hijos de Israel en ese lugar, que será consagrado por mi gloria. Consagraré la Tienda de reunión y el altar, y consagraré también a Aarón y a sus hijos, para que sean mis sacerdotes. Habitaré en medio de los hijos de Israel, y seré su Dios. Y reconocerán que Yo soy Yahwéh, su Dios, que los he sacado de la tierra de Egipto, para poner mi morada en medio de ellos».
¿Qué explicación teológica tienen todas esas expresiones del A. T. acerca del habitar Dios en el S., en medio de - su pueblo? Hay dos cuestiones que distinguir. La primera, la posibilidad de tal modo de presencia divina. La segunda, el carácter profético de dichas expresiones, que anuncian un anticipo de lo que tendrá su realización plena en la tierra con la Encarnación del Verbo (sentido plenior, v. NOEMÁTICA) y su consumación definitiva en los cielos (sentido anagógico, v. NOEMÁTICA).
a. La presencia de Dios en el Santuario. En cuanto a la primera cuestión, hay que decir -que, por el atributo de la inmensidad divina, Dios habita en todas partes de la creación visible, pero ninguna de éstas es capaz de contenerle en su totalidad (circumscriptive, en terminología teológica). No obstante es innegable un modo especial de presencia de Dios en el antiguo S. de Israel y resultaría temerario, teológicamente hablando, negar la posibilidad, y, por tanto, la realidad de que Dios haya tenido de hecho un modo peculiar de presencia en el S., que se destaque del común estar de Dios en todas partes por esencia, presencia y potencia. Sin embargo, es muy difícil, a su vez, dar una explicación teológica segura del modo de esa especial presencia de Dios en el antiguo S. de Israel.
b. Sentido profético del antiguo Santuario de Israel y su cumplimiento en Jesucristo. La segunda cuestión planteada es teológicamente más fácil- de explicar, aunque su realidad sobrenatural hunda sus raíces en el misterio de la salvación. El N. T. comienza con la realidad misteriosa de la Encarnación (v.) del Verbo, que asume la naturaleza humana en las entrañas purísimas de la Virgen María, y se hace verdadero hombre para siempre, sin dejar de ser verdadero Dios. Esta Encarnación del Verbo constituye la más plena presencia imaginable de Dios en medio de los hombres y, por tanto, la realización cumplida de la promesa profética, repetida en el A. T., de que Dios habitará en medio de su pueblo. Precisamente, al comienzo de su Evangelio, S. Juan escribe, iluminado por la gracia de la inspiración divina (v. BIBLIA III), esa frase profundísima, que resume el misterio de la Encarnación: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (lo 1,14). A la letra, «habitó» habría que traducirlo por «plantó su tienda», eskenosen. Es común sentencia de los exegetas que el Evangelista, al escribir esta frase, tuvo en mente el antiguo Tabernáculo del. desierto, y que -guiado por esa inspiración divina- empleó la imagen de la tienda y del plantar la tienda para expresar resumidamente ese aspecto del gran misterio de la Encarnación.
En Jesucristo (v.), pues, tuvo lugar el cumplimiento pleno de la promesa del A. T. «habitaré en medio de ellos» y Jesucristo es la realidad de la figura representada anticipadamente por el S.: éste es una figura, un anticipo, de la realidad de la presencia de Dios en medio de los hombres, que es Jesucristo. A esta apreciación teológica viene a corroborar el texto mesiánico de Is 7,14: «Pues bien, Yahwéh mismo os dará una señal: He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Immanu-El» (=Con-nosotros-Dios). La revelación neotestamentaria nos enseña que en el nacimiento virginal de Jesús se cumplió esta profecía (Mt 1,22-23).
Finalmente, por el dogma de la presencia real de Jesucristo en las especies eucarísticas (v. EUCARISTÍA), tenemos también el cumplimiento continuado de la presencia de Dios en medio de los hombres. Según este dogma, en las especies eucarísticas está real, sustancial y verdaderamente presente Jesucristo, todo El indiviso, su humanidad y su divinidad unidas indisolublemente en virtud de la unión de las dos naturalezas, divina y humana, en la única persona, divina, del Verbo (unión hipostática). Pero además, en virtud de lo que en Teología se llama «circumincesión» (circumincessio, perichorésis), existencia de una cualquiera de las Personas divinas en las otras, junto con Jesucristo están también presentes el Padre y el Espíritu Santo, aunque con distinto modo de presencia (cfr. S. Tomás, Sum. Th. 1 q42 a5).
e. Sentido anagógico del Santuario. El S., como lugar de manifestación de la presencia de Dios en medio del pueblo escogido, tiene un sentido anagógico, esto es, trasciende su mera realidad terrestre para significar la realidad celestial, donde Dios está en medio de las criaturas inteligentes (ángeles y hambres bienaventurados), haciéndoles participantes de su propia visión y conocimiento, de su propia naturaleza y de su vida. Tal realidad celeste, significada por el antiguo S., consta principalmente por la revelación neotestamentaria del Apocalipsis y por algunas palabras de Jesucristo. Apc 21,22, p. ej., dice que en la celestial ciudad santa no hay ningún templo porque Dios y el Cordero son su Templo (cfr. también Io 2,19-22). El sentido anagógico del S. no se reduce a la realidad escatológica del final de los tiempos, sino que indica también el cielo, donde ya ahora las almas de los bienaventurados gozan de la visión beatífica de Dios, junto con los ángeles.
d. Simbolismo del Santuario. Santos Padres y Tradición cristiana han visto un rico simbolismo en el conjunto del S. y en muchos de los elementos que lo integraban. El S. en su conjunto parece simbolizar el universo creado, en el cual Dios se revela a sus criaturas y habita en medio de ellas. El Tabernáculo, en el centro del S., simboliza el cielo o morada de Dios, adonde sólo tienen acceso los elegidos, simbolizados a su vez por los sacerdotes y levitas, los únicos que tenían acceso al antiguo Tabernáculo. El Santo de los santos simboliza, dentro del Tabernáculo, el cielo empíreo; en aquél el hombre no tenía acceso, a excepción del sumo sacerdote y una sola vez al año. Este sumo sacerdote simboliza a Jesucristo, que penetró en el santo de los santos, el cielo, como verdadero sumo sacerdote una vez para siempre, con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna (Heb 9,11-12). Los querubines del Arca simbolizan la corte celestial del Dios invisible. La oscuridad del Tabernáculo (sus paredes y coberturas lo cerraban herméticamente a la luz) simboliza que por la luz divina que posee, el cielo no necesita de la luz creada. El oro y los demás materiales nobles recordaban y rendían honor a las perfecciones de Dios.

5. Conclusión. Dios quiso a través del antiguo S. de los israelitas iniciar un aspecto de su revelación sobrenatural. El S. del desierto no era ciertamente la morada ordinaria de Dios, pero en él manifestaba de modo conveniente su presencia y hacía partícipes a los hombres de sus favores. Se trataba sólo de un signo provisional, que simboliza y sería sustituido en el N. T., a diversos niveles, por el Verbo Encarnado, por el Cuerpo eucarístico de Cristo y aun por los Templos cristianos que lo guardan. Más allá de esto, el S. del A. T. venía a indicar también, como símbolo y anticipo, la realidad definitiva de los cielos, donde los bienaventurados gozan de la visión de Dios. De este modo, la «Palabra de Dios permanece para siempre» (Is 40,8; 1 Pet 1,25) y lo que dice se cumple, cada vez de manera más trascendente, desde los modos más elementales y provisionales de los comienzos de la historia sagrada, hasta las realidades definitivas de la vida eterna.

V. t.: ALIANZA [Religión] II; ÉXODO, LIBRO DEL; MOISÉS; REDENCIÓN; TEMPLO II; TRINIDAD SANTÍSIMA.


J. M. CASCIARO RAMÍREZ.
 

BIBL.: 1) Fuentes: Libro del Éxodo, especialmente caps. 25-28 y 35-39; Epístola a los Hebreos, especialmente cap. 9; FLAVIO JOSEFo, Antiquitates judaicas, III, vi. 2) Santos Padres y Doctores de la Iglesia: S. AGUSTfN, in Heptateuchum, 11,112 (PL 34,635); S. JERáNIMo, Epístola 64; S. TOMÁS DE AQuiNo, Summa Theologica, 1 q42 y 1-2 8102. 3) Literatura científica: B. N. WAMBAcQ, Tabernáculo, en Enc. Bibl. VI,839-842; A. COLUNGA, Habitaré en medio de ellos y seré su Dios (Ex 19,45), Un ejemplo de sentido pleno, en XII Semana Bíblica Española, Madrid 1952, 463-481; H. LESETRE, Tabernacle, en DB V,1951-1961; L. BouYER, La schékinah: Dieu avec nous, «Bible et Vie Chrétienne» 20 (1957-58) 7-22; E. BURRows, The doctrine of the Shekinah and the Theology of the Incarnation, en The Gospel of the Infancy and the others biblical Essays, Londres 1940.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991