Sacramentos. Liturgia y Pastoral
 

1. Liturgia sacramentarla general. La comprensión de la Liturgia (v.) sacramentaria no puede darse sino en la inteligencia de toda la economía de salvación estructurada en forma de signos (v.) que de algún modo desvelan y a la vez comunican el don divino de la salvación. Cristo, en su humanidad glorificada, es el centro de la vida litúrgica y sacramental, es la corporeidad primordial del misterio salvador. De Él deriva la Iglesia, sacramento original, signo permanente ante el mundo, del designio salvador. En el seno de la Iglesia el don salvador, se especifica según las diversas situaciones existenciales del hombre, alcanzado por ese don, en relación con la Iglesia misma.
El encuentro salvador del hombre con Cristo en la Iglesia a través de los s. adquiere naturaleza litúrgica, gracias a las realidades sensibles utilizadas y a la palabra de fe pronunciada. Es decir, gracias al signo constituido por lo que la teología medieval designó como materia y forma. S. Tomás inicia su tratado de s. afirmando ante todo su naturaleza de signo con la presencia de realidades sensibles y palabras (Sum. Th. 3 q60); desde un ángulo filosófico, descubre la conveniente presencia de cosas y palabras en la peculiar condición de la naturaleza humana que sólo puede llegar a la inteligencia de los seres pasando el puente de las realidades sensibles (ib. 3 q60 34); pero genialmente ve también que esta estructura de acercamiento a los seres se da en los s. como derivada de la misma fuente de santificación de los hombres, el Verbo encarnado: «A Él se asemeja de alguna manera el sacramento por el hecho de añadir las palabras a las cosas sensibles, pues en el misterio de la encarnación la Palabra de Dios se unió a una carne sensible» (ib. 3 q60 a6).
Una importante cuestión litúrgica en torno a los s. surge al preguntarnos si estos signos sensibles de gracia son permanentemente inmutables o si, por el contrario, precisamente porque, en cuanto signos, están al servicio de la inteligibilidad de la gracia, pueden variar según las circunstancias y tiempos. La dogmática responde diciendo que Cristo ha establecido como inmutables siete y nada más que siete s., y que ha determinado además sus elementos sustanciales. En torno a ese núcleo sustancial se articulan y estructuran una serie de signos circundantes (p. ej., V. CANTO III; COLOR III; GESTOS Y ACTITUDES LITÚRGICAS; INSIGNIAS LITÚRGICAS; UTENSILIOS LITÚRGICOS; VESTIDURAS LITÚRGICAS) que explican y desarrollan la riqueza del signo central, a la vez que posibilitan una más intensa participación del mismo (V. LIBROS LITÚRGICOS; RÚBRICAS).
Los elementos sensibles manejados por la liturgia son muy variados. Cada uno de ellos tiene su propia historia, cuyo conocimiento es preciso para captar todas las resonancias del símbolo y de este modo poder realizar una catequesis litúrgica auténtica (v. SIMBOLISMO RELIGIOSO III); esta historia muestra con frecuencia una evolución compleja. ¿Qué leyes han presidido este desarrollo?: entre otras, el desarrollo dogmático y la autoridad de la Escritura, también la influencia de épocas y culturas diversas, y, tal vez, sobre todo, la ley suprema de la actividad de la Iglesia, que es el bien de las almas (cfr. I. Pascher, L'évolution des rifes sacramentels, París 1952). Este afán del bien de las almas ha impulsado a la Iglesia de una parte a salvaguardar ante todo la autenticidad de la fe y, por tanto, a defender la permanencia de los ritos cuando con su variación facilitaba que a través de ellos se introdujesen herejías, y, de otra, a introducir modificaciones, incluso importantes, cuando, sin peligro de la integridad de la fe, ello facilitaba el acercamiento a los s., la dignidad del culto (v.), la participación de los fieles (v. PARTICIPACIóN IV). Pastoralmente, es importante que los ritos sean expresivos y conocidos por los fieles. Sobre ellos ha de montarse la catequesis, como lo hacían los Padres de la antigua Iglesia, teólogos a la vez que pastores (así las catequesis mistagógicas de S. Cirilo, S. Ambrosio, Teodoro de Mopsuestia, la recomendación que el Catecismo romano hace a los párrocos para que expliquen los ritos sacramentales, etc.).
Parte esencial del rito es la forma o palabra de la fe (V. PALABRA DE DIOS II y III), dicha por el ministro de la Iglesia en nombre de la Iglesia, en nombre de Cristo. Como en el Evangelio la palabra de Jesús aparece portadora de salud y de gracia, así también ahora, penetrando hasta el interior mismo de la acción sacramental, santifica los elementos sensibles, haciéndolos vehículos de salvación. Pero a la vez es una palabra que, suscitando o alimentando la fe del hombre, lo prepara para recibir el don de Dios. De ahí que el Conc. Vaticano II haya querido que en toda acción litúrgica aparezca clara la conexión entre palabra y rito y haya determinado una mayor abundancia de lecturas de la Escritura, considerando también el sermón u homilía (v. HOMILIÉTICA) como parte integrante de toda acción litúrgica (Const. Sacrosanctum Concilium, 35).

2. Sacramentos y comunidad cristiana. Tanto los elementos sensibles como la palabra dicha sobre ellos que, juntos, constituyen la acción sacramental se realizan en un ámbito vital, más o menos expresamente manifiesto, pero siempre presente: la Iglesia. La presencia activa de la Iglesia se hace al menos visible en la persona del ministro que ha de estar en unión con ella y obrar, como lo exige el Conc. de Trento (Denz.Sch. 1611), con la intención de hacer lo que hace la Iglesia. También el sujeto, al acudir al s., se sitúa ante la Iglesia, que es la depositaria de los s.; y, en virtud de ese efecto del s. que se llama en la escolástica res el sacramentum, queda en una relación nueva con ella, y así, y dado que ese efecto intermedio, que a la vez que es producido por el signo exterior es por su parte signo de una realidad más invisible: la gracia (v.), el encuentro personal con Dios tiene dimensiones eclesiales. En algunos s. este efecto eclesial es permanente y se llama carácter (v. SACRAMENTOS II, 4, b).
La dimensión eclesial de los s., por ley interna, tiende a encontrar su máxima expresividad también en el rito, y debe fomentarse el que la encuentre. La forma de encontrar esa expresividad varía según los diversos s.; sobre ella, V. PARTICIPACIÓN IV; ASAMBLEA LITÚRGICA; así como los artículos dedicados a cada s. desde el punto de vista litúrgico.
Otra perspectiva desde la que también se manifiesta la eclesialidad de los s. es la inserción de las acciones sacramentales en el año litúrgico (v.). La suprema lección es la de la conexión de los s. con la Pascua (v.). Todos los s. reciben su poder del misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo (Const. Sacr. Conc., 61). Pastoralmente, es muy importante ofrecer a los fieles en visibilidad esta relación, tanto por respeto a la realidad objetiva, como porque así los fieles pueden percibir mejor la gracia sacramental como un don de Dios en Cristo, y hacerse más conscientes de la iniciativa gratuita de Dios que salva. La Iglesia antigua concentró en torno a la Pascua la mayor intensidad posible de realizaciones sacramentales. En la noche de Pascua recibían los neófitos el Bautismo, la Confirmación y la participación primera en la. Eucaristía (v. INICIACIÓN CRISTIANA). Y dentro del triduo sacro -en el jueves- se reconciliaban los penitentes y se consagraban los óleos (v.), materia que se utiliza en varios s. (v. SEMANA SANTA). El desarrollo posterior de la Iglesia ha multiplicado los momentos de recepción de s., alejándolos así de su centro pascual. No pueden negarse valores positivos a esta evolución, y pecaría de arqueologismo un retorno simplista a prácticas del pasado; pero a la vez es importante no dejar de señalar y de expresar del modo que sea en cada caso más oportuno la conexión de las acciones sacramentales con el misterio de la Pascua, y, por tanto, sea con la fiesta de Pascua como con el domingo, celebración semanal de la Pascua. La comprensión del sentido pascual del domingo (v.) permite así dar más expresividad pascual a los sacramentos. Ello no quiere decir que ésta sea la única forma de hacer visible este aspecto fundamental; otros signos, como la presencia y utilización del cirio pascual en la ceremonia del Bautismo, pueden contribuir también a dar relieve al simbolismo pascual. No se olvide tampoco la norma canónica de comulgar al menos una vez al año, y en tiempo de la Pascua. Una catequesis destinada a subrayar la necesidad del s. de la Penitencia practicada durante la cuaresma contribuye por su parte a hacer aparecer la penitencia, incluida su forma sacramental, como religada a la Pascua, de la que es preparatoria dicho tiempo litúrgico. Y así otros muchos usos que hacen más visible el carácter pascual de todo s. desde la originalidad específica de cada uno de ellos.
El año litúrgico ofrece también oportunidades, para la realización más intensa de los s. y para su catequesis, en otros momentos de su desarrollo. Así las témporas (v.) para la Penitencia o el Orden sagrado. Pentecostés para la Confirmación. Las curaciones y milagros de Jesús narrados durante el tiempo per annum posibilita con frecuencia una base para integrar la catequesis sacramental dentro de la homilía de la misa, que ofrece a la vez su contexto eucarístico y pascual para una mayor profundización de los misterios sacramentales.

3. Sacramentos y vida cristiana. Sería erróneo reducir la pastoral de los s. al momento mismo en que se cumple la acción sagrada. La vida sacramental, sobre todo la Eucaristía, constituye el centro, la cumbre y la fuente de toda la vida de la Iglesia (Const. Sacr. Conc., 10), pero sin agotar al mismo tiempo todo su dinamismo (ib., 9), y ello supone la inserción orgánica de la vida sacramental en la vida de cada cristiano como en la vida de la Iglesia misma. La participación en los s. exige la fe, y en algunos de ellos también el estado de caridad y gracia, es decir, la fe viva y operante. Una recepción fructuosa de los s. requiere una preparación que no puede reducirse al momento mismo de la recepción. Se requiere una catequesis previa de los creyentes, y una palabra que estimule constantemente a la conversión, pues el encuentro con Dios hecho visible en los s. no puede separarse, si quiere ser auténtico, de un encuentro interior cada vez más intenso, encuentro ciertamente realizado por el s., pero preparado y posibilitado por la predicación.
A su vez este encuentro con Dios en el s. estimula al hombre a una vida en la que la caridad de Dios se proyecte hacia las realidades de la existencia. La comprensión sincera del s. no conduce nunca a una evasión de las responsabilidades ante un mundo en pecado, sino al contrario, a una dedicación a confirmar con las obras la fe, pues el designio de Dios salvador en Cristo es renovar todas las cosas (v. SANTIDAD; PERFECCIÓN).


J. M. LECEA YABAR.
 

BIBL.: J. DANIÉLOU, Sacramentos y culto según los Santos Padres, Madrid 19b2; C. DILLENSCHNEIDER, El dinamismo de nuestros sacramentos, Salamanca 1965; J. M. LECEA, Los sacramentos, Pascua de la Iglesia, Barcelona 1967; G. MARTIMORT, Los signos de la nueva Alianza, Salamanca 1962; A. G. MARTIMORT y OTROS, La Iglesia en oración, Barcelona 1964; O. SEMMELROTH, El sentido de los sacramentos, Madrid 1965; E. WALTER, Fuentes de santificación, 2 ed. Barcelona 1965.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991