Retribución (Sagrada Escritura)
 

El tema de la r. en la Biblia ha ido desvelándose poco a poco, en el desarrollo progresivo y homogéneo de la Revelación; es uno de los ejemplos típicos de cómo textos bíblicos inspirados más antiguos pueden ser mejor entendidos a la luz de textos bíblicos posteriores (v. HEURÍSTICA).

1. Retribución en el Antiguo Testamento. a. Ideas hebreas antiguas. La idea de que Dios es justo en sentido ` moral, en cuanto premia el bien y castiga el mal, pertenece a la época más remota de la humanidad. Toda la Historia de Israel es una continua manifestación de esta justicia divina. Yahwéh hizo una Alianza con Israel (Ex 24,8), y en virtud de ella se comprometió a defender el «derecho de Israel» sobre los demás pueblos. Pero con la condición explícita de que el pueblo observase las estipulaciones de orden moral y religioso que Yahwéh le había impuesto (Ex 19,5; 24,3; Dt 11,13 ss.; 28). De aquí se sigue que la doctrina bíblica de la r. esté en íntima relación con los conceptos de elección y de alianza (v. ELECCIÓN DIVINA; ALIANZA [Religión] II). La r. se puede considerar, además, como un corolario inmediato de la doctrina de la justicia divina, y constituye una cuestión de importancia fundamental en la Biblia. La trayectoria doctrinal de la r. se ha ido desarrollando en diversas etapas, sobre todo en el A. T.
Al principio, la r. se presenta frecuentemente en forma de un castigo colectivo a los enemigos de Israel (Ex 23,27; los 24,12). También se consideró como un juicio divino sobre el mismo pueblo de Israel, cuando éste profanaba la alianza en su conjunto, o en sus diferentes miembros (Ex 32; Num 11;1; 13,25-14,38; 17,6-15; 25,3; los 7; 22,20). La doctrina según la cual Dios castiga el pecado y la desobediencia a las prescripciones de la Alianza y, al mismo tiempo, recompensa la obediencia y la sumisión a sus mandamientos, aparece, en efecto, en los más antiguos escritos recogidos por la llamada tradición yahwista (Gen 3,16-19; 11,6-9; etc.). Toda la historia de Israel, tal como aparece principalmente en los libros históricos, es interpretada por los hagiógrafos a la luz de esta doctrina de la r. del bien y del mal. El criterio para juzgar la conducta de Israel no es sólo de orden moral, sino también de orden religioso y cultual, y parece inspirarse en los preceptos del Deuteronomio. La Historia de Israel, después de su instalación en Canaán (v.), es reducida pragmáticamente por la literatura deuteronomista a cuatro términos: pecado-castigo-conversión-perdón (Idc 2,11-23; 3,7-9, etc.). Los reveses nacionales de Israel son considerados como el castigo por las infidelidades del pueblo a la Alianza (Idc 4,1 ss.; Is 1,4; 10,6 ss.). Los reyes son juzgados en relación con su fidelidad al Dios de Israel y a las leyes que regulan su culto en Jerusalén (1 Reg 14,22 ss.; 22,43 ss.).
b. Retribución colectiva e individual. La explicación más antigua de la r. la presenta más bien en su carácter colectivo. El castigo o la recompensa (Ex 20,5 s.; Dt 5,9 s.) alcanza juntamente a todo el pueblo y a los individuos, a los antepasados y a sus descendientes (Num 14,18; 16,20-22; Idc 3,7 s.; 2 Sam 24,16 s.; 2 Reg 17, 7-23; Am 7,17). Hasta el s. vit a. C. los profetas se preocuparon casi exclusivamente de las sanciones que habían de alcanzar a la nación como un todo. El Deuteronomio (v.), compuesto en la época de Ezequías o tosías, sigue, en la r., la doctrina de los profetas, pero insistiendo más que éstos en la recompensa divina por la obediencia a las leyes y preceptos de Yahwéh (Dt 4,1.40; 6,18; 11,8), así como la desobediencia a los preceptos divinos traerá sobre Israel el castigo de Yahwéh, que destruirá al pueblo y lo dispersará entre las naciones (Dt 4,25-27).
Hasta la época de Ezequiel, suele considerarse la r. colectiva, es decir, la r. mira más a Israel como nación. Sin embargo, ya en época anterior al destierro se encuentran alusiones a la r. individual, contra la idea de una r. únicamente colectiva (Ex 34,7 ss.; Num 12,10; 2 Sam 6,6; etc.), especialmente en ciertos refranes populares (Ier 31,29). Jeremías (v.) rechaza estos proverbios de sus contemporáneos; pero, al mismo tiempo que considera la r. colectiva (Ier 2,5-9; 11,22; 16,10 ss.; 20,6; 29,32), enseña la r. individual (Ier 31,29 s.). El profeta Ezequiel (v.) dio realce especial a la doctrina de la responsabilidad
individual (Ez 18,33,10-20). También la literatura litúrgica (Ps 1; 32,10; 62,13; 94; etc.) y la sapiencial (2 Par 21,15-18; 24,24; 26-20) insisten de modo particular en la r. de cada fiel israelita por parte de Dios (Eccli 16,11-23). Dios premia o castiga toda acción, toda palabra y todo pensamiento (Tob 14,9-11; Eccl 3,17; 11,9; 12,14; Prv 24,12; Sap 1,7-11). Sin embargo, aun después de Ezequiel, la teoría de la r. colectiva persiste de diversas formas en muchos ambientes israelitas (Is 65,6-7). ,
c. Carácter de la retribución. Tanto la r. colectiva como individual parece muchas veces colocada más bien en este mundo. Hay que llegar a los libros de Daniel, 2 Macabeos y Sabiduría para encontrar menciones más explícitas de sanciones ultraterrenas. La Ley prometía recompensas a los justos describiéndolas en forma de bienes temporales, y amenazaba a los malvados con castigos de este mundo (Lev 26,3-45; Dt 4,40; 28). Al que teme a Dios y cumple sus mandamientos, se promete la prosperidad, una larga vida y una numerosa descendencia (Gen 15,15; 25,8; Idc 8,32; Dt 30,20; Ps 21,5; lob 5,26). Por el contrario, se amenaza al impío y al malvado con castigos y con la muerte; sus días serán cortos y desgraciados (Ps 52,7; lob 15,20; Eccl 7,17; Ecc1i 40,14 s.). La mayor parte de los libros veterotestamentarios ejemplifican la r. con sanciones terrenas (Prv 2,21 s.; 3,2; 11,5-8; Ps 1,2 s.; 31,20 s.; 33,18 s.; 34,10 ss.; 55,19 ss.; 92; 125). Incluso libros próximos a la época neotestamentaria, y notables por su piedad, explican la r. con descripciones de felicidad terrena (Eccli 1,12; 11,14 ss.; 41,5-3; Tob 4,5 ss.; 14).
Ante la interpretación estrictamente literal de las sanciones terrenas, hubo profetas y sabios que reaccionaron fuertemente. Su insuficiencia para explicar muchísimos hechos que parecían contradecirla era flagrante (Mal 3,13). Habacuc (v.) pide a Dios le explique el sentido de la aflicción de los justos (Hab 1,1-4). No comprendía cómo Yahwéh podía conceder la victoria a los babilonios, cuando eran mucho peores que los impíos que había en Judá. También Jeremías preguntaba al Señor: «¿Por qué es próspero el camino de los impíos, y son afortunados los perdidos y los malvados?» (Ier 12,1 s.). Este doloroso problema se refleja también grandemente en algunos salmos, que han expresado con elocuencia lo doloroso, e incluso lo escandaloso, que resultaba para las almas justas el espectáculo de la felicidad de los malvados (Ps 37; 38; 39; 49; 73; 92). Pero fue el libro de Job (v.) el que planteó el problema de un modo particularmente patético, É1 experimenta en su propia persona la falsedad de la interpretación literal de la r. terrena, pues Dios le castiga a pesar de ser inocente (lob 6,9 ss.; 9,17; 13,15 s.; 27,2-10). El libro del Eclesiastés (v.) vuelve a considerar el mismo tema, aunque bajo un punto de vista un poco distinto: el valor de la vida. Para él, la vida presente no basta, y ni siquiera la vida más bella del mundo dejaría satisfecho; tiene sueños, deseos de eternidad (Eccl 2,16 s.; 5,14; 6,6; 9,5.10). El hecho de que los justos sufran y los impíos prosperen le parece un desorden grave en sí, una violación de la justicia (8,10.14). Esto lleva a rechazar la opinión fácilmente popular y corriente sobre la r. en sentido material, como inadecuada y contraria a los hechos (Eccl 7,15; 9,2).
Estas reflexiones de los sabios judíos abren el camino para una visión y comprensión más adecuada del problema de la r. En ciertos salmos se percibe ya un intenso deseo de unión estable con Dios (Ps 16,8 ss.; 73; 23 ss.). La profunda piedad de los `anawzm (v. POBRES DE YAHWÉH) los lleva a profundizar en perspectivas más interiores y duraderas.
d. La retribución en la vida futura. Aunque ya desde el principio se encuentran en la S. E. claras alusiones a la inmortalidad del alma y la vida en el más allá (Gen 15,15; 25,8.17; Dt 31,16; etc.), es el libro de Daniel (v.) el documento inspirado del A. T. que habla más explícitamente de la suerte diferente que aguarda a los buenos y a los impíos después de la muerte (Dan 12,1-3). En el último día del mundo, muchos de entre los muertos resucitarán: unos, es decir, los israelitas fieles a la Ley, resucitarán para la vida eterna; otros, para la vergüenza eterna. También el segundo libro de los Macabeos afirma claramente la resurrección de los muertos (2 Mach 7,9.11. 14.15.16 s. 18 s. 23). Admite, además, la posibilidad de una satisfacción después de la muerte por las faltas cometidas y no expiadas aún (12,43-46). La resurrección de los justos, según 2 Mach, tendrá lugar al fin de los tiempos en la vida futura; mientras tanto, los justos viven en un estado transitorio, esperando la resurrección. Respecto de los impíos alude a que también son castigados en este mundo (5,9 s.). Finalmente, el libro de la Sabiduría (s. I a. C.; v.) enseña claramente con su doctrina sobre la inmortalidad la bienaventuranza de los justos al lado de Dios. Los buenos, una vez librados del cuerpo corruptible, irán a morar junto al Señor (Sap 2,21-23; 3,9; 5,15); serán asociados a su reino y recibirán una hermosa corona de manos del Señor (3,8; 5,16) (v. RESURRECCIóN DE LOS MUERTOS; MUNDO III).

2. Retribución en el Nuevo Testamento. En el N. T. confluyen todas las líneas de desarrollo de la doctrina de la r. del A. T. y de la teología judía. Pero, al mismo tiempo, el N. T. ofrece algo peculiar que no se encuentra en el A. T.
a. Los Evangelios. Nuestro Señor une frecuentemente la idea de la r. en este mundo con la del fin de los tiempos. Así sucede, p. ej., en las bienaventuranzas (v.) y en las imprecaciones, tal como se nos ofrecen en Le 6,20-26. Lo mismo acaece cuando Jesús promete la recompensa a los discípulos que lo han seguido y han renunciado a todo por amor a Él: «recibirán el céntuplo ahora en este tiempo..., y la vida eterna en el siglo venidero» (Me 10,29). También cuando asegura a sus seguidores que hallarán el descanso para sus almas, y promete aliviar a los que estén fatigados (Mt 11,28 ss.); y cuando habla del castigo de Jerusalén (Mt 23,37 ss.; cfr. Le 19,41-44). Pero también Cristo habla de la vida y del castigo eternos que serán dados a los buenos y a los malos en el último juicio (Mt 25,46; cfr. Me 8,35; 9,43 ss.), y del tesoro que irán amontonando en el cielo los buenos con su desprendimiento de las riquezas de este mundo y con sus obras buenas (Me 10,21; Mt 6,19). Tienen igualmente sentido escatológico las imágenes de «sentarse a la mesa en el Reino de Dios» (Le 13,29), y las de «más vale entrar manco en la vida, que con ambas manos ir a la gehenna, al fuego inextinguible» (Me 9,43.47), que está «preparado para el diablo y para sus ángeles» (Mt 25,41).
Jesús defiende el concepto de r. individual: Dios dará a cada hombre un salario según sus obras (Mt 16,27; Me 9,41). Cada uno debe decidir su suerte por medio de fe, de la conversión y por amor a Dios y al prójimo (Mt 10,32; 25,31-45). Nuestro Señor admite la posibilidad de que un pueblo entero, una ciudad, una generación pueda ser castigada (Me 9,19; Mt 11,20-24; 12,38 ss.), pero rechaza absolutamente la idea de que
un individuo pueda ser castigado por las culpas de otros, y de que los judíos se creyesen salvados por los méritos de sus antepasados (lo 8,33; Le 16,26). La única excepción será su muerte «para redención de muchos» (Me 10,45), que será en realidad la auténtica superación del concepto colectivo de r., porque habla de la humanidad entera. Lo que propiamente especifica la enseñanza de Cristo sobre la r. es su independencia de la doctrina del tardo judaísmo. La doctrina de Jesús evita todo cálculo mezquino, toda equivalencia material entre el cumplimiento de un hecho, de una acción y su recompensa. Para Él, el premio es un premio gracioso y libre que el Padre concede por puro amor (Mt 20,1-15; Le 15,11-32).
La doctrina de Jesús sobre la r. se sintetiza en el Reino de Dios (v.) tal como es anunciado por Cristo. Entrar en el Reino es el premio (Mt 5,3.10; 25,34); ser excluido de él, el castigo. Lo que significa que Jesús no reconoce ningún premio fuera de Dios. El premio de los justos es el mismo Dios, y el castigo el alejamiento del mismo (Le 17,7-10; 18,10-14). Por eso, el auténtico imitador de Cristo hará de este premio, que es Dios mismo, el motivo de su propio obrar; temiendo, por otra parte, el terrible castigo de poder ser alejado de Él. La norma en que Dios se basa, para dar la r. a los hombres, es la actitud que éstos adoptan respecto del mismo Cristo.
b. Los demás libros del Nuevo Testamento. La doctrina de la r. en el resto del N. T. continúa desarrollando la enseñanza de Cristo. Por eso se afirma que cada uno recibirá la r. en conformidad con sus obras (Rom 2,6; 1 Cor 5,10; 2 Tim 2,12; Apc 20,12). Además, si exceptuamos el texto de 1 Cor 11,30 en que S. Pablo parece aludir a una r. de Dios en este mundo, la r. se pone siempre en el día de la parusía (v.), en el juicio final (2 Cor 5,10; lac 5,9; 1 Pet 1,4 s.; 4,13; 5,14; Apc 22,12). Y se basa sobre las obras de cada uno (lo 5,29) y sobre la fe en Cristo (lo 12,47-50; 2 Thes 1,7). El premio se describe bajo las imágenes de ingreso en el Reino eterno del Señor (2 Pet 1,11), de gloria, honor, paz, inmortalidad y gozo (Rom 2,6 s. 10; 1 Pet 4,13). El castigo, en cambio, es como una muerte que dura eternamente (lo 5,24; 8,51; Rom 1,32; 6,21 ss.; lac 1,15; Apc 2,11), como la perdición y la ruina del hombre (Philp 1,28; 1 Thes 5,3; 1 Tim 6,9).
Sin embargo, el premio y el castigo del último día son también como una realidad en cierto modo ya presente. Así, S. Juan enseña que los hombres se juzgan a sí mismos según la actitud que toman respecto de Cristo (lo 8,24). El juicio y la suerte final de los hombres se manifiestan ya en la separación actual (lo 3,18 s.; 9,39). S. Pablo, por su parte, explica cómo la r. divina es ya aquí un desarrollo orgánico de la vida sobrenatural en el que toma parte el hombre (Gal 6,7-10). Pero éste no podrá conseguir nada sin la ayuda de Dios; de ahí que la r. sea un don gracioso y totalmente gratuito de Dios; por eso el hombre no podrá gloriarse de sus obras (Rom 3,27), ya que todo es obra del Espíritu Santo (Rom 8,14-17; Gal 5,22; Philp 2,13).

V. t.: FELICIDAD II; CIELO II;INFIERNO II; ESCATOLOGÍA; JUICIO; RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS; PREDESTINACIÓN Y REPROBACIÓN.


J. SALGUERO GARCÍA.
 

BIBL.: J. CHAINE, Révélation progressive de la notion de rétribution dans 1'A. T., «Rencontres» 4 (París 1941) 73-89; M. J. GRUENTHANER, The Old Testament and Retribution in this Life, «Catholic Biblical Quarterly» 4 (1942) 101-110; J. HARVEY, Collectivisme et individualisme (Ez 18,1-3; ler 31,28), «Sciences Ecclésiastiques» 10 (1950) 167 ss.; M. GARCÍA CORDERO, intuiciones de retribución en el más allá..., en XV Semana Bíblica Española, Madrid 1955, 70 ss.; G. DIDIER, Désintéressement du chrétien. La Rétribution dans la Morale de St. Paul, París 1955; J. SALGUERO, justicia y retribución en el Antiguo Testamento, «La Ciencia Tomista» 88 (1961) 507-526; P. VAN IMscHOoT, Teología del Antiguo Testamento, Madrid 1969, 691 ss.; P. HEINISCH, Teologia del Vecchio Testamento, Turín 1950, 282-289 y 307-327; J. BONSIRVEN, Teología del Nuevo Testamento, Barcelona 1961 C. SPICQ, Teología moral del Nuevo Testamento, Pamplona 1970.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991