REFORMA PROTESTANTE


La llamada R. p. del s. XVI puede inscribirse dentro del movimiento general de reforma que se gesta en el seno de la Iglesia desde comienzos del s. XV, representando el ala que, en lugar de promover una renovación de la vida eclesial, terminó por segregar de la Iglesia católica y romana a una parte de la cristiandad.
      1. Precedentes. Partiendo de dos núcleos centrales unidos entre sí de forma muy débil (Wittenberg y Ginebra), a los que se unieron Zurich y Londres como escenarios secundarios, consiguió un efecto de gran amplitud. El movimiento protestante se vio favorecido por circunstancias políticas, y también porque, después de las decepciones sufridas una y otra vez en los dos últimos siglos, algunos creyeron ver en el movimiento desatado por Lutero (v.) el cumplimiento de sus esperanzas de renovación de la Iglesia. La R. abarcó el Imperio Alemán, Suiza, los Países Bajos y el Norte escandinavo, alcanzando a Inglaterra y a los países bálticos, a Polonia y Hungría,y amenazó incluso durante algún tiempo a Francia. El que la R. apenas penetrase en España hay que atribuirlo quizá tanto al influjo del tomismo todavía vigoroso allí en la Teología como a la reforma interna de la Iglesia española que fue llevada a cabo por los cardenales Mendoza (v.) y Cisneros (v.), y apoyada por los Reyes Católicos (v.). La campaña que dirigieron contra la ignorancia religiosa, sus esfuerzos por la formación religiosa y cultural de los sacerdotes y religiosos; la renovación de la observancia en los conventos de las órdenes mendicantes; la integración de las principales abadías benedictinas a la Congregación reformada de Valladolid; el estudio de la S. E., son tantos otros factores a los que hay que añadir la nueva misión del país, acogida con fervor: llevar a la fe cristiana las «Indias» recién descubiertas.
      Los supuestos de la R., vistos desde el lado político y estructural, radicaban en la desaparición de estructuras fundamentales sobre las que se apoyaba la cristiandad medieval: el Imperio occidental y el Papado universal. En cuanto al primero, se había debilitado en el aspecto externo por la oposición de las monarquías nacionales -sobre todo Francia-, y en su constitución interna se había debilitado también por el reforzamiento de los poderes de los príncipes territoriales de las ciudades y por las tensiones sociales entre los distintos estamentos. El Papado, a causa del movimiento conciliar -consecuencia del gran cisma- había perdido autoridad y prestigio. Aun cuando el conciliarismo (v.) había sido superado en su aspecto superficial, quedó, sin embargo, como peligroso precedente.
      El centralismo en la administración y jurisdicción eclesiásticas despertó, incluso entre gentes de buena fe, un sentimiento de animadversión hacia Roma, creando un estado de opinión de oposición a la curia, máxime cuando los Papas del Renacimiento parecían preocuparse más de combatir el peligro turco que de una renovación interna de la Iglesia, y de proteger las Bellas Artes que de su misión espiritual y religiosa. Fuera de Roma la situación no era muy diferente. Frente a un puñado de sacerdotes y obispos fervorosos, de grandes teólogos y enérgicos reformadores existían otros obispos y prelados, orgullosos de su origen noble, deseosos de aumentar sus rentas y prebendas, ávidos de poder político, y con escasa formación jurídica y teológica. Hay que añadir todavía a esto el ingente número de sacerdotes y religiosos carentes de formación ascética y doctrinal. En tanto que muchos miembros del clero secular arrastraban una vida precaria, seguían viviendo en concubinato, y veían sus obligaciones como el cumplimiento del servicio externo, en la mayoría de los antiguos monasterios dominaba un clima de relajamiento y los monjes de las abadías -al igual que los frailes de las órdenes mendicantesdescuidaban la guarda de la pobreza personal y de la clausura, y provocaban el malestar entre los fieles por sus disputas con los sacerdotes seculares. El pueblo cristiano carecía, pues, de una recta dirección religiosa dentro del espíritu evangélico. La sensibilidad religiosa de la época, reforzada por expectativas escatológicas, no sólo creó las magníficas iglesias del gótico florido, sino que también se proyectó en numerosas obras y fundaciones para dar mayor realce al servicio de Dios, al culto a los santos y a la caridad cristiana. Se dio también una proliferación a veces indiscreta de devociones populares y una especial valoración de las indulgencias (v.), las peregrinaciones (v.) y las reliquias (v.).
      2. Martín Lutero. Las tensiones y abusos que acaban de señalarse fueron el caldo de cultivo en el que crecieron los deseos de reforma que tan amplios son en esos siglos (v. MODERNA, EDAD II), y entre los que se sitúan los que, desviados, dieron origen al protestantismo. El movimiento que desembocó en la escisión protestante apareció cuando un maestro de la Univ. de Wittenberg, el monje agustino Martín Lutero (v.), envía el 31 oct. 1517 a los obispos responsables -y poco después a sus amigos- sus tesis sobre las indulgencias. Estas 95 tesis, que 10 meses más tarde explicaría por medio de las «resolutiones», pretendían ser una llamada al restablecimiento de la antigua verdad cristiana. Lutero -acusado por varios teólogos- fue llamado a Roma. Para evitar ese desplazamiento aprovechó el momento político, que aconsejaba al Papa acceder a los deseos del Príncipe elector de Sajonia -señor territorial de Lutero- en vísperas de la elección para la corona imperial alemana, y obtuvo que su proceso se tramitara en Alemania. Los coloquios de Augsburgo en octubre 1518 con el card. Cayetano (v.) fracasaron ante la negativa de Lutero a reconocer la doctrina de los méritos de Cristo -el llamado «tesoro de la Iglesia»- ni la eficacia objetiva de los sacramentos. Lutero huyó y apeló al Papa «mejor informado». En 1519, en los debates de Leipzig, Lutero afirma que también los Concilios podían equivocarse. Con esto, y con el- convencimiento a que había llegado después de ardua lucha interior acerca de la justificación (v.) mediante la sola fe, había puesto las bases de su fundamental principio teológico: sólo la Escritura es regla de la fe. El Papado y su autoridad de Magisterio (v.) se convertían así para él en enemigos del Evangelio. El intermedio que siguió, de casi dos años, en el proceso de Lutero -que se debió a consideraciones diplomáticas de la Curia- se convirtió en el periodo de incubación de su doctrina, durante el cual se constituyó un numeroso grupo de amigos y partidarios, que traspasaban incluso las fronteras del Imperio. La quema de la Bula Papal que amenazaba con la excomunión, y la efectiva declaración de excomunión en el año 1521 fueron el resello oficial de la separación de Roma -interiormente ya producida hacía tiempo- aun cuando Lutero no pensase entonces en fundar una nueva organización de tipo eclesiástico. La citación del excomulgado Lutero a la Dieta de Worms (v.) en abril 1521 se convirtió en una eficaz propaganda para su causa.
      Es verdad que el Edicto de Worms declaraba proscrito a Lutero, pero su ejecución fue muy limitada en el territorio imperial. Las guerras con Francia y el surco obligaban al emperador Carlos V a cuidar sus relaciones con los príncipes alemanes, impidiendo así una y otra vez una intervención más eficaz contra el movimiento secesionista. Bajo la protección de su señor territorial, Lutero tradujo en el castillo de Wartburg el N. T. al alemán, ganándose mediante ello mayor número de seguidores de los que había podido conseguir con sus anteriores escritos, fuertemente polémicos y demagógicos (v. BIBLIA VI, 9 A). Cuando en Wittenberg el antiguo sistema eclesiástico se disolvió violentamente, Lutero se creyó obligado a organizar uno nuevo. Empezó así la separación en toda regla, las deserciones de los monasterios y la lucha contra el santo Sacrificio de la Misa. El ímpetu del protestantismo parecía incontenible, máxime cuando los obispos alemanes se mostraban inseguros e indolentes, y dejaban la defensa de la fe y de la Iglesia en manos de unos cuantos teólogos, competentes pero sin un influjo sobre el pueblo parecido al que tenía Lutero (v. MODERNA, EDAD III, 3). Estratos populares habían acogido con entusiasmo la predicación luterana y en su nombre creían poder provocar un cambio revolucionario de la situación social. Pero las atrocidades de la guerra de los campesinos impulsaron a Lutero a apoyar la autoridad de los príncipes, y a confiarles la organización de su comunidad eclesiástica. Se institucionalizó así el luteranismo (v.), convirtiéndose en iglesia territorial de los diferentes Estados del Imperio, primero en Hessen, a través de una inspección eclesiástica y de una nueva Universidad, y luego en el Electorado de Sajonia. Los príncipes alemanes partidarios de Lutero habían preparado el camino, procurando en sucesivas Dietas el continuo debilitamiento del Edicto de Worms. La consecuencia fue el concierto dealianzas políticas entre los príncipes fieles a la antigua fe y los partidarios de la nueva doctrina, con la consiguiente amenaza de una división en el Imperio. Contra el intento de la Dieta de Spira (v.) de 1529 de prohibir nuevas innovaciones religiosas hasta la celebración del proyectado Concilio, seis Príncipes y 14 ciudades presentaron solemnemente su protesta, naciendo así la denominación de «protestantes».
      3. Continuación de la Reforma. El año 1530 presenció la formulación oficial de la confesión luterana así como de la de Zwinglio (v.). El movimiento zwingliano, iniciado en Zurich desde 1523, estaba orientado desde un principio hacia una reforma política. Había conquistado -junto a diversos cantones suizos- las ciudades del Sur de Alemania. La Confessio Augustana, la Tetrapolitana -de cuatro ciudades del Sur de Alemania- y la Ratio fi dei de Zwinglio, fueron presentadas en la Dieta de Augsburgo: en parte no fueron aceptadas y en parte -como la Augustana- formalmente refutadas. Los protestantes se unieron en 1531 en la Liga de Esmalcalda y los años siguientes vieron la victoria de la R. p. en nuevos territorios alemanes y en las grandes ciudades de Augsburgo, Nuremberg y Francfort. La convocatoria del Concilio y la invitación del Papa a los protestantes a asistir al mismo provocó una nueva tirantez. La interpretación relativamente moderada dada por Melanchthon (v.) a la Confessio Augustana fue corregida y completada con los artículos de Esmalcalda redactados en tono duro, y se declaró que ambos textos formaban un conjunto unitario y de carácter vinculante (v. CONFESIONALES, ESCRITOS PROTESTANTES). El peligro renovado del turco, una nueva guerra contra Francia, el fracaso de la primera convocatoria del Conc. de Trento (v.) formaron el trasfondo histórico dentro del cual Brandemburgo y otros territorios se pasaron tácitamente al protestantismo. Las negociaciones con los protestantes llevadas a cabo por el Emperador sobre todo en Worms y Ratisbona no condujeron a ningún resultado a causa de las insalvables diferencias entre las partes sobre la naturaleza de la Iglesia. Finalmente, Carlos V, aliado con el Papa, declaró la guerra a la Liga de Esmalcalda. Esta «guerra de Esmalcalda» terminó con la victoria del Emperador en Mühlberg (v.), el cual, sin embargo, en la siguiente Dieta se dio por satisfecho con una solución parcial, el Interim, hasta que se clausurase el Concilio, ya iniciado pero luego vuelto a suspenderse. Con la resistencia pasiva de los protestantes, el Interim quedó prácticamente sin efecto, siendo anulado por la revuelta de Mauricio de Sajonia y sustituido en 1555 por la paz de Augsburgo. Con esta paz desaparece básicamente la unidad religiosa en el Imperio y se coloca el destino religioso de cadaterritorio en manos de su propio Príncipe. El reservatum ecclesiasticum había de impedir la pérdida para la Iglesia de los territorios episcopales, en caso de cambio de religión del prelado, pero no pudo detener la marcha del protestantismo. Casi todos los obispos del Norte de Alemania eran ahora protestantes. Pero con esto quedó agotada la iniciativa de la acción luterana, que ahora había de enfrentarse a la fuerte renovación católica operada en la Iglesia después del Concilio de Trento (v.).
      No faltaron, sin embargo, nuevos choques confesionales que desembocaron, finalmente, en la Guerra de los Treinta Años (v.), al término de la cual (1648) quedó cristalizado el statu quo confesional que dominaría en Europa durante siglo y medio.
      Entretanto, el movimiento luterano había traspasado las fronteras del Imperio. Desde 1530 Dinamarca, Noruega y Suecia se hicieron luteranas. El territorio de las órdenes germánicas y las ciudades bálticas abrazaron el protestantismo ya en 1525. La nobleza polaca buscó durante una época predicadores luteranos. En Bohemia, restos de los hussitas (v. HUSS Y HUSSITAS) se unieron con los luteranos. Estudiantes de Wittenberg llevaron a Hungría la nueva doctrina. No obstante, desde 1550 tanto aquí como en Polonia el luteranismo fue desplazado por el calvinismo.
      4. Juan Calvino. En los coloquios sobre Religión de Worms y Ratisbona había participado también Juan Calvino (v.), casi una generación más joven que Lutero. Calvino había conocido en la Univ. de París escritos luteranos que habían penetrado en Francia procedentes del Sur de Alemania. En 1530 inició sus ataques contra el sacrificio de la Misa. La persecución de los protestantes en Francia le condujo primero a Basilea, donde el entonces joven jurista de 26 años redacta un resumen de la fe -la Instrucción cristiana- destinado a convencer al rey de Francia de la ortodoxia de los protestantes. De regreso desde Ferrara, donde había visitado a una princesa de la Casa de Este inclinada hacia el protestantismo, pasó por Ginebra, que pocos años antes se había convertido en una ciudad-Estado protestante, poniendo término al señorío episcopal; allí le retuvo el predicador Farel, ocupado en combatir los focos de resistencia católica. Al exigir Calvino a los ciudadanos el juramento de fidelidad al credo reformista y aceptar el poder de excomunión, la oposición de los patricios le llevó al destierro al cabo de dos años. Permanece tres años en Estrasburgo, donde mantuvo un estrecho contacto con los luteranos alemanes y franceses refugiados en la ciudad por motivos religiosos. Llamado de nuevo a Ginebra, presentó sus condiciones y pretensiones: trataba de implantar en la ciudad el reino de Dios sobre la tierra. Desde el principio no se contentó con la predicación de la doctrina reformada, sino que implantó en Ginebra una auténtica teocracia calvinista. Con un Tribunal de Costumbres, cuya jurisdicción llegaba hasta lo más íntimo de la vida social y que castigaba despiadadamente a los «pecadores», directrices autoritarias, para asegurar un culto sencillo y austero, y constitución eclesiástica proyectada totalmente sobre la comunidad social como institución creada por Dios, mantuvo unidos a sus seguidores. A diferencia de Lutero, quería a su comunidad totalmente independiente del poder político. La autoridad recibida de Dios debía más bien mover a la congregación a gobernar la comunidad según la palabra divina. Los calvinistas ginebrinos vivían con la profunda convicción de ser seres elegidos, con la fe puesta en su predestinación. Esta fe era la raíz de un intenso sentimiento de mesianismo. Desde el comienzo trató Calvino de misionar el mundo entero desde Ginebra, haciendo de ella una segunda Roma. Los procesos contra los disidentes religiosos y la constante admisión de refugiados franceses huidos de su país por motivos religiosos, y a los que se concedía la ciudadanía ginebrina, debían hacer de su ciudad cada vez más un centro de la secesión protestante; la fundación de la Univ. de Ginebra (1559) significó la constitución de un vivero de predicadores reformados destinados a propagar el calvinismo por Europa. Solamente una comunidad tan sólidamente estructurada podía a la larga resistir la avalancha de la verdadera reforma de la Iglesia planteada en el Conc: de Trento.
      5. Expansión del calvinismo. El centralismo calvinista produjo pronto sus frutos. Calvino mantenía todos los hilos en su mano, sosteniendo con los suyos una dilatada relación epistolar que llegaba hasta Lituania y Escocia, y sabiendo también poner la política al servicio de su reforma. En Polonia y Hungría, Calvino consiguió sustituir a los predicadores luteranos por gente suya. En Francia mantuvo unidos a sus partidarios, predominantemente gentes pobres y sencillas, a base de sus cartas y argumentos, consiguiendo que renunciasen a una resistencia activa frente a las presiones de la autoridad civil y ganando para su doctrina casi un tercio de la población. Mandó mensajeros a todos los círculos bíblicos protestantes que existían en Europa desde 1520, y que carecían de una eficiente organización, fundando nuevas comunidades por todas partes. Estos enviados calvinistas aparecieron pronto en Holanda y Alsacia; desde 1547 se les encuentra en Inglaterra, y desde 1551 en el Bajo Rhin y todavía en vida de Calvino organizaron las comunidades en Francia y en Holanda constituyendo sus respectivos sínodos nacionales. Llevaron su doctrina incluso hasta el propio luteranismo alemán. Al anciano Melanchton se le reprochó su aproximación a Calvino en la doctrina sobre la comunión. Surgieron comunidades calvinistas en Francfort y Estrasburgo, en Frisia del Este y en Bremen. En 1560 el Palatinado abrazó la doctrina calvinista y puso a su disposición la Univ. de Heidelberg. En 1563 se publicó allí por encargo del príncipe Elector el Catecismo Heidelberguense que había de adquirir validez universal. Sólo con gran esfuerzo pudieron más tarde los luteranos defenderse en Brandemburgo y Sajonia contra la acción, abierta o solapada, del calvinismo.
      En Alemania el calvinismo se convirtió en un elemento agresivo frente a la política imperial, que ofreció una dura oposición al Emperador, y fue además responsable de la insurrección en Bohemia de 1618, y con ello del comienzo de la Guerra de los Treinta Años. En Francia en cambio, el calvinismo se convirtió en un factor político de la mayor importancia, a partir del momento en que se adhirieron a él buen número de familias de la nobleza. El problema dominante en el país era entonces la cuestión de la sucesión al trono. El calvinismo no sólo consiguió introducir un correligionario en el Gobierno de la Regencia, sino que incluso llegó a ganarse a algunos miembros de la dinastía y trató entonces de imponer como sucesor al trono a un príncipe calvinista (v. HUGONOTES). «En este entrelazamiento del calvinismo francés con el confusionismo ocasionado por el problema sucesorio se daba pues la posibilidad de que, por una combinación política, fuese reconocido como confesión religiosa y llegase, incluso, a convertir a Francia en un país protestante» (Zeeden). Una lucha civil de treinta años, las llamadas «guerras de religión», mezcló las pasiones religiosas con las político-nacionales. El conflicto terminó, con ayuda de la sagacidad del papa Sixto V, con la conversión al catolicismo del candidato protestante al trono, Enrique de Navarra, con su victoria sobre la Liga católica aliada con España, y con el reconocimiento de existencia legal del calvinismo francés en el Edicto de Nantes (1598).
      6. Escocia e Inglaterra. En Escocia, donde el protestantismo se hallaba ya muy extendido entre la nobleza y la burguesía, el ex sacerdote Juan Knox (v.) inició la resistencia contra la línea católica de la reina María Estuardo (v.). Knox, a los 50 años, marchó a Ginebra, donde se hizo discípulo de Calvino, del que tomó también muy expresamente sus doctrinas sobre la lucha contra la autoridad antiprotestante. La Liga de Resistencia de la nobleza escocesa -el Convenant- introdujo en 1559 el protestantismo. Un año después, Knox redactó como credo protestante la Confessio Scotica, que ese mismo año fue proclamada por el Parlamento como religión del Estado. La abdicación forzada de María Estuardo aseguró el predominio del calvinismo en Escocia y su transformación peculiar en puritanismo, que había de influir también poderosamente en el reino inglés (v. PURITANOS). En Inglaterra se produjo la separación de la Iglesia católica primero en forma de cisma, cuando Enrique VIII (v.) se hizo proclamar (1534) cabeza de la iglesia en Inglaterra como reacción a la negativa del Papa a declarar disuelto su matrimonio con Catalina de Aragón, y permitirle así contraer nuevas nupcias con su amante Ana Bolena. A la secularización de los monasterios siguió la toma de contacto con los luteranos alemanes, pero finalmente el monarca impuso el llamado «Estatuto Sangriento» que entre otras cosas exigía creer en la transustanciación. A esta situación religiosa sucedió, a la muerte de Enrique VIII y bajo el reinado de Eduardo VI, menor de edad, el apoya oficial a una línea calvinista en la liturgia y en la doctrina, en tanto se conservaban intactas las formas externas de la Jerarquía y Liturgia eclesiásticas. Después de la breve restauración del catolicismo con María Estuardo, Isabel I, por la promulgación de los «39 Artículos», otorgó a la iglesia anglicana -mediante la prestación del juramento reconociendo su supremacía- el carácter de iglesia estatal (V. ANGLICANOS). Los intentos de los calvinistas de reformar el ordenamiento eclesiástico anglicano según el modelo de Ginebra, haciendo de la iglesia estatal episcopal una iglesia presbiteral, movieron a la reina a ordenar también la persecución de los calvinistas. Ocurrió así que por su aversión a la íntima unión de la iglesia establecida anglicana con la monarquía, el puritanismo, que había penetrado procedente de Escocia, adquirió un carácter revolucionario. La resistencia religiosa de los puritanos, que supieron ganarse una gran parte de la burguesía, les llevó primero a la oposición política y finalmente a la guerra civil y a la victoria de la República de Cromwell (v.). Pero la restauración de la monarquía de los Estuardos obligaría pronto a muchos puritanos a emigrar hacia las colonias de Norteamérica (v. No CONFORMISTAS; PILGRIM FATHERS).
      7. Los Países Bajos. A pesar de la resistencia del Emperador, del influjo de la Univ. de Lovaina y más tarde de la acción de la propia España, las ideas luteranas penetraron en los Países Bajos. Visionarios y anabaptistas (v.) consiguieron formar sus círculos, pero desde 1550 fue Calvino quien atrajo a la mayor parte de los elementos protestantes. Perseguidos por la autoridad, los protestantes se refugiaban en Ginebra y regresaban después a su patria convertidos en misioneros calvinistas. Desde 1560 comenzaron las comunidades a organizarse según el modelo ginebrino. En 1561 se formuló la Confessio Belgica. El calvinismo dio a la guerra de independencia de los Países Bajos contra España un signo religioso y una particular dureza. Después de la violenta revolución iconoclasta de 1564, en el Sur de los Países Bajos se alzó la población contra el protestantismo, en tanto que en el Norte, como resultado de las luchas habidas, surgía la República de las Provincias Unidas (los Estados Generales). Dividido el país temporalmente por las controversias teológicas sobre la predestinación y la tolerancia, los Países Bajos fueron, sin embargo, durante mucho tiempo la vanguardia del calvinismo, la segunda Ginebra.
      8. Italia y España. Propiamente no hubo ninguna comunidad protestante en Italia ni en España, aun cuando individualmente algunas plumas simpatizasen más o menos con ésta o aquella doctrina de los reformadores y, sobre todo en Italia, se pasasen al nuevo credo, abandonando entonces su patria. Los grupos de los alumbrados (v. ILUMINISMO) en Toledo y Llerena no estaban libresde influencias árabes, judías, erasmianas y también protestantes. El evangelismo que se extendió en ambos países latinos puede considerarse como un síntoma precursor de la teología pretridentina. Estos «devotos» y «espirituales» se sentían casi sin excepción miembros de la Iglesia católica, aun cuando algunos, p. ej., Juan Valdés (v.), traspasaron las fronteras de la heterodoxia. El Conc. de Trento, con su doctrina claramente definida, y la Inquisición (v.) hicieron sucumbir el movimiento herético, orientando en sentido positivo los gérmenes aceptables de la situación precedente.
      9. Conclusiones. La breve visión panorámica hecha sobre los inicios del protestantismo en Alemania y su expansión ulterior a otros territorios puede completarse con la lectura de otras voces afines: biografías de los primeros reformadores (V. LUTERO Y LUTERANISMO; CALVINOY CALVINISMO; ZWINGLIO Y ZWINGLIANISMO; CARLOSTADIO; BUCERO; MELANCHTON; KNOX, IOHN; LASKI, IAN); nombres de los principales movimientos protestantes (V. PROTESTANTISMO; ANGLICANISMO; EPISCOPALIANOS; PRESBITERIANOS; CONGREGACIONALISTAS; HUGONOTES; ADVENTISTAS; BAPTISTAS; COMUNIDADES EVANGÉLICAS LIBRES; CRIPTOCALVINISTAS; CUÁQUEROS; ESCUDRIÑADORES DE LA BIBLIA; MENNONITAS; METODISMO, MORAVOS, HERMANOS; MORMONES; PENTECOSTALES; PIETISMO; PURITANOS; SALUD, SECTAS DE; SALVACIÓN, SECTAS DE; SANTIDAD, SECTAS DE; TESTIGOS DE IEHOVÁ); primeras controversias doctrinales en el seno del protestantismo y documentos emanados de las mismas (V. ADIAFORíSTICA, CONTROVERSIA; ANTINOMISTA, CONTROVERSIA; MAYORíSTICA Y SINERGíSTICA, CONTROVERSIA; OSIÁNDRICA, CONTROVERSIA; CONFESIONALES, ESCRITOS PROTESTANTES); actitud de la Iglesia ante la expansión de la herejía (V. TRENTO, CONCILIO DE; CONTRARREFORMA; Pío V, SAN; GREGORIO XIII, PAPA; SIXTO v, PAPA) y otros temas históricos muy relacionados (V. CARLOS I DE ESPAÑA; FELIPE II DE ESPAÑA; SPIRA, DIETAS DE; AUGSBURGO, PAZ DE; WORMS, DIETA DE).
      Conviene precisar que el fenómeno que después se conoce con el nombre de protestantismo o de R. p. se encuadra en la situación general de la época: época de reformas eclesiásticas profundas, iniciadas mucho antes y que, en sus aspectos positivos, fueron continuadas después del fenómeno protestante por los hombres de la Iglesia y bajo el impulso del Espíritu Santo; auténtica reforma de la Iglesia hecha tanto por iniciativas varias (reforma de órdenes religiosas ya existentes; fundación de otras nuevas; labor pastoral de numerosos obispos; etcétera) como desde la Santa Sede, especialmente a través de los Concilios ecuménicos V de Letrán (v.) y de Trento. La falibilidad humana hizo que, en el caso que nos ocupa, los deseos de reforma fueran desviados hacia un movimiento de escisión que acabó por producir la ruptura violenta con la Iglesia.
      Es propio de la R. p. un cierto carácter revolucionario que se manifiesta en la guerra de los campesinos, en las guerras de religión en Francia, así como en la revolución inglesa de 1640, y que se ve reflejado ya antes en el temperamento del propio Lutero y de Calvino. Frente a la Iglesia católica, que afirma que en el terreno de la conciencia sólo se puede utilizar la persuasión, adjudican los reformadores protestantes a la autoridad civil el poder sobre la conciencia de los súbditos. El protestantismo no logra un sistema eclesiástico unitario con que reemplazar a la combatida Iglesia católica. Las divisiones y disputas entre los diversos sectores protestantes fueron muy agudas, sirviendo incluso a las apologistas católicos de argumento evidente. Si a pesar de ello el protestantismo, aunque va disolviéndose poco a poco, se ha podido mantener hasta el presente dando a millones de cristianos unos principios religiosos, hay que atribuirlo seguramente a su adhesión a la Sagrada Escritura. El que la R. sirviese de revulsivo a los cristianos, provocando así un verdadero resurgimiento entre los católicos de la Teología, de la piedad y de la cultura, puede ser, al menos en parte, el sentido que tuvo esta tragedia en los planes y permisiones del Señor de la historia y de la Iglesia.
     
     

BIBL.: Bibliographie de la Réforme (1450-1648), Leiden 1958; R. GARCÍA VILLOSLADA y B. LLORCA, Historia de la Iglesia católica, III, 2 ed. Madrid 1967, 519-1090 (con abundante bibl.); H. DANIEL-ROPs, La Iglesia del Renacimiento y de la Reforma, 2 vol. Barcelona 1957; K. ALGERMISSEN, Iglesia católica y confesiones cristianas, Madrid 1964; R. GARCÍA VILLOSLADA, Causas y factores históricos de la ruptura protestante, Bérriz 1961; íD, Lutheo, 2 vol. Madrid 1972; F. J. MONTALBAN, Los orígenes de la reforma protestante, Madrid 1942; H. JEDIN, Historia doctrinal del concilio de Trento, Pamplona 1972; H. TuCHLE, Reforma y contrarreforma, Madrid 1966; J. LORTZ, Die Reformation in Deutsch1and, 2 vol., 4 ed. Friburgo Br. 1962; L. CRISTIANI, Luther, tel qu'il fut, París 1955; P. HUGHES, The Reformation in England, Londres 1963; P. IMBART DE LA ToUR, Les origines de la Réforme, 4 vol. París 1914-35; E. DE MOREAu, La crise religieuse du XVI, siécle, París 1950; C. JOURNET, La riforma protestante, «Studi cattolici» XI (1967) 775-782 y XII (1968) 20-30.

 

HERMANN TÜCHLE.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991