REDENCIÓN I. SAGRADA ESCRITURA.
La voz r. es uno de los términos que desde sus orígenes el cristianismo ha usado
para describir la idea más general de salvación (v.). Aparece por eso asociado a
otros vocablos que forman la constelación terminológica con que se ha expresado
el mensaje de salvación. A su lado hallamos vocablos como expiación (v.) tomado
del lenguaje del culto y de los sacrificios; justificación (v.), donde
encontramos el vocabulario jurídico: reconciliación, liberación, etc.
El sustantivo redención y el verbo redimir provienen originariamente del
lenguaje empleado para designar un cierto tipo de transacciones comerciales que
se daban en la antigüedad: compra-venta, mediante el pago de un precio, de un
hombre que vive en esclavitud. El sentido de liberación de la esclavitud está
aquí presente, aunque debe ser matizado, porque al ser utilizado en el contexto
religioso cristiano su significado adquiere valores propios.
En las lenguas latinas el vocabulario de la r. se ha tipificado en el
grupo redimir (redimir, redentor, etc.). La terminología griega es menos rígida,
lo mismo que la hebrea. Por eso, para un análisis de este vocablo será preciso
recurrir a algunos otros términos que han sido amalgamados en las traducciones
en la terminología de la redención.
1. Terminología. El griego emplea principalmente dos términos para
expresar la idea de r.: los derivados de lytron (lytrousthai, lytrosis,
apolytrosis, etc.) y el verbo agorazein.
Lytron expresa la idea de desligar y de liberar. De aquí el sentido de
redimir o rescatar un cautivo, mediante el pago del valor de la persona redimida
de la esclavitud. En su forma verbal, liberar mediante un rescate y, en voz
media, pagar el rescate. Esta forma griega traduce dosradicales hebreas, g'l y
pdh, que veremos a continuación. Agorazein y exagorazein originariamente se
refiere a lo relacionado con la plaza pública. Así puede significar, tomar parte
en los asuntos tratados públicamente. Más frecuente es el sentido de comprar lo
que se vende en la plaza y, por extensión, ir al mercado y, sobre todo, comprar.
Este es el sentido que hallamos en el N. T. En voz media encierra el sentido de
adquirir para uno mismo.
El grupo lytron es, sin duda, el más empleado. Su uso en el N. T. depende
de la utilización que de él ha hecho la traducción griega de la Biblia. De aquí
la necesidad de examinar primero su sentido en el A. T. El verbo agorazein, en
cambio, no tiene una utilización precisa en el A. T. dentro de contextos
religiosos o teológicos. Por eso solamente examinaremos su presencia en el N. T.
2. En el Antiguo Testamento. Interesa, sobre todo, precisar el sentido y
el desarrollo que ha sufrido la idea de r. en el A. T. Solamente el verbo
lytrousthai y el sustantivo lytrosis han tenido una utilización teológica. Como
hemos indicado, la traducción griega de la Biblia, los Setenta, han vertido al
griego dos radicales hebreas, g'1 y pdh. A través de la primera los hebreos
expresan una característica de su derecho familiar: el go'el es el pariente más
próximo a quien corresponde velar por la familia. Así interviene cuando algún
miembro o parte de la familia ha caído en la esclavitud o ha perdido sus bienes.
Lev 25,23 ss. legisla acerca de las obligaciones del go'el encargado de rescatar
los bienes de un familiar. Cuando un miembro de la familia ha muerto sin
descendencia, el pariente más próximo es el encargado de restaurar la
descendencia legal del difunto tomando por esposa la mujer del hermano o
pariente fallecido; es el caso de Ruth y Booz (cfr. Ruth, cap. 4). El go'el es
igualmente el «vengador de sangre», es decir, el que debía castigar al asesino
de un familiar (los 20). El sentido, por tanto, de la forma verbal ga'al es el
de rescatar o redimir y también el de vengar, aunque cuando encontramos vengar
nos aproximamos a la idea de retribuir y compensar, muerte por muerte.
En el ámbito religioso este término es utilizado para expresar la relación
privilegiada de Israel con su Dios. Dios es el go'el de Israel. En Ex 6,6 Yahwéh
se manifiesta a Moisés como el liberador de la esclavitud egipcia: «yo os
libraré de la esclavitud y os rescataré». El sentido de liberación.y de r. van
juntos. Este aspecto matiza el significado de rescatar eliminando la idea del
pago, o de transacción mediante pago, en la liberación. La acción de Dios
redimiendo a Israel de la esclavitud marcará toda la historia religiosa de este
pueblo. Ya en Ex 19,5 se alude a la liberación de Egipto como causa del derecho
de propiedad que Yahwéh tiene sobre Israel. Israel es un pueblo redimido que se
ha hecho propiedad de su Dios. En el pacto del Sinaí Israel confirmará
libremente su pertenencia .a Yahwéh, que debe reiterar permanentemente por medio
de un digno comportamiento ante Yahwéh (cfr. Ex 19,5).
En los profetas y particularmente en la segunda parte de Isaías (v.) es
muy frecuente referirse a Dios como redentor y liberador de Israel (cfr. Is
41,14 donde los Setenta vierten go'el por ho lytroumenos, en otros casos
traducen por ho rysamenos, «el que libera»; Is 44,6; 47,4; 48,17; 49,7.26,
etc.). En esta segunda parte de Isaías encontramos también la asimilación de la
liberación de la cautividad de Babilonia a la antigua liberación de Egipto: la
nueva liberación, y en realidad todas las liberaciones de que ha sido objeto
Israel, van a ser descritas con esta terminología (cfr. Is 52,3-6). Tiene
importancia este pasaje porque nos da una idea muy real de lo que se entiende
por r. en esta segunda parte de Isaías: «de balde fuisteis vendidos, y sin plata
seréis rescatados» (52,3), donde el carácter de una r. que no es sino una
liberación, queda de manifiesto, sin que intervenga la idea de un precio pagado
por un esclavo a quien se libera de la esclavitud.
En el mismo libro aparece otra idea cuya repercusión posterior va a ser de
mucha importancia: la unión de la idea de rescate o r. con la de perdón de los
pecados. El autor sagrado ve sin duda que la causa del destierro a Babilonia
fueron los pecados y mala conducta del pueblo. Yahwéh, compadecido, mira de
nuevo hacia su pueblo y le promete la restauración. Para ello destruirá sus
pecados y le perdonará. El tema entra en la piedad de Israel y la r. de los
pecados aparece con frecuencia (cfr. Ps 130,7). La doctrina de la r. del N. T.
está impregnada de este pensamiento.
Jeremías contrapone la idea de r. y rescate a la del castigo de la
esclavitud en el destierro (Ier 31,11). En Mich 4,10 Israel es rescatado y
liberado de sus enemigos de Babilonia y en Os 13,14 se habla de una liberación
del sheol y de una r. o rescate de la muerte. Estos textos confirman el sentido
de la r. que hemos dado al hacerlo equivalente al de salvación o liberación.
Un sentido más peculiar es el que hallamos en Ex 13, 13-16, donde el verbo
rescatar es empleado para describir la liberación de los primogénitos de Israel,
propiedad de Yahwéh, que se le debían consagrar. Este texto rememora la
liberación de aquellos primogénitos, cuando el ángel de Yahwéh pasó exterminando
a los primogénitos egipcios. La liberación se efectúa en este caso mediante el
sacrificio de un animal (cfr. Num 18,15.17). El sentido de redimir tiene aquí un
alcance ligeramente diferente de la pura liberación que hemos hallado, ya que
interviene como compensación el sacrificio de un animal, aunque queda también el
valor de liberar o rescatar.
Si de la radical g'l pasamos a la de pdh, otra de las formas que los
Setenta traducen con lytrousthai, observamos un sentido muy similar. Así, en Dt
7,8 se describe la liberación de Egipto como un «rescate de la casa de la
servidumbre» (cfr. Dt 9,26; 13,6; 15,15; 21,8 con idéntica referencia a la
liberación de Israel de Egipto). En 2 Sam 7,23 la idea de r.-liberación está
asociada a la de adquisición. «¿Qué otro pueblo como tu pueblo Israel? Sólo hay
una nación sobre la tierra a la que Dios haya ido a rescatar para hacerla su
pueblo...». El amor y la misericordia de Yahwéh están sosteniendo desde el fondo
esta actitud y actividad liberadora de Dios hacia su pueblo (cfr. Ps 26,11 y
130,7).
El verbo redimir (padah) puede también tener un sentido más bien
psicológico, como en 2 Sam 4,9, cuando exclama David: « ¡Por vida de Yahwéh, que
ha librado mi alma de toda angustia! » (cfr. Ps 25,22).
En Ier 15,20 ss., Yahwéh se declara liberador y redentor de Jeremías: «Yo
te libraré de la mano de los malos y te rescataré del puño de los tiranos». En
textos donde se expresa la piedad personal de Israel también está presente la
idea de Dios redentor del justo que confía en Él.
Este recorrido de pasajes bíblicos en los que está presente la
terminología característica de la r. es suficiente para darnos una idea de lo
que el A. T. entiende por redimir. El cuadro del derecho familiar del go'el nos
da una primera aproximación con el sentido de proteger y de liberar o salvar.
Cuando Dios figura como sujeto de ga'al este significado es manifiesto. Dios no
sólo protege,sino que salva y libera a su pueblo de los males que le amenazan.
Redimir en sinónimo de sacar indemne de un mal trance, por eso equivale a
salvar. El telón de fondo sobre el que se piensa la r. de Israel por parte de
Dios es la liberación de la esclavitud egipcia, que condiciona histórica y
psicológicamente la forma de pensar, la relación de Israel con su Dios. La
segunda gran liberación de Israel ha sido la liberación de la esclavitud de
Babilonia, y ésta ha sido también descrita como una redención.
En la liberación de la esclavitud babilónica, sin embargo, se añade un
nuevo elemento. El destierro, según la interpretación que los profetas han dado,
ha sido el castigo que Dios ha infligido a Israel por su mala conducta, es
decir, por sus pecados. Objetivamente el rescate de la tiranía de Babilonia
sigue siendo una liberación, como lo fue la de Egipto, pero esta nueva
liberación presta atención al estado previo: no sólo van a ser sacados de Babel,
sino que la causa del destierro va a ser eliminada, Dios perdona y redime
también los antiguos pecados, pues ha tenido misericordia de su pueblo. De esta
forma la terminología de la r. se extiende a un nuevo campo y se hace más
profunda. En el judaísmo posterior, y especialmente en el cristianismo, este
sentido se hará predominante.
La intervención redentora de Dios en favor de Israel no tiene otro
fundamento que el amor y la misericordia divina. El esquema estructural sobre el
que se funda la idea de la r. es el de los derechos del go'el que protege y
salva a los suyos. Por tanto, la acción divina es gratuita. Nunca hallamos el
esquema del comprador que, mediante el pago de un rescate, redime a los
esclavizados. El dominio soberano de Dios sobre todos los pueblos de la tierra
la da derecho a intervenir en la historia de los hombres con plena libertad para
castigar y para redimir a su pueblo.
Otro dato importante es la relación de r. con la de adquisición. Yahwéh ha
elegido a un pueblo que va a ser el portador de una promesa de salvación
universal. La elección va unida a la liberación y rescate de ese pueblo hasta
hacer de él una nación. En el A. T. hallamos con frecuencia la idea de que el
derecho de propiedad que Dios tiene sobre Israel se funda en la protección que
le ha dispensado, redimiéndole de la esclavitud. La r. por lo mismo ha hecho de
Israel el pueblo de Yahwéh. Redimir y adquirir van juntos, ya que, por la r.
efectuada, Israel se ha hecho propiedad de Yahwéh.
Finalmente, es muy importante notar que, a lo largo de la historia
sagrada, la idea de r. va derivando de lo colectivo hacia lo personal.
Inicialmente la r. tiene por objeto a la colectividad de Israel; pronto el mismo
vocabulario se aplica a personas concretas, a un enviado de Dios o a un justo
perseguido. Igualmente, la r. que originariamente se refería a la liberación de
una esclavitud externa, se dirá también de la liberación de los pecados: Yahwéh
redimirá a Israel de sus pecados.
3. En el Nuevo Testamento. Sigue de cerca el sentido que hallábamos en el
A. T. La r. neotestamentaria es r. del pecado, liberación y adquisición de un
pueblo por y para Dios. Conviene señalar desde el primer momento dos aspectos:
el N. T. acentúa con fuerza, hasta hacerse casi exclusiva, la r. como liberación
o perdón de los pecados y, en segundo lugar, que cuanto se decía en el A. T. de
Dios redentor de Israel es dicho frecuentemente en el N. T. de Cristo. Este dato
tiene mucha importancia no sólo para la comprensión de la r. cristiana, sino
también para apreciar el itinerario seguido por la cristología neotestamentaria.
Nos encontramos, al examinar el N. T., con fórmulas que recogen textos del
A. T. Así vemos que en Le 1,68 Zacarías da gracias a Dios porque ha visitado y
redimido a su pueblo (cfr. Le 2,38). Lo más frecuente es, sin embargo, que
Cristo figure como sujeto de la redención. Él es quien redime, aunque la obra de
Cristo, y de Dios en Cristo, sean una acción única.
En algunos casos, como los dos que acabamos de citar, la r. figura sin
complemento alguno, de forma absoluta. Jesús, o Dios, redime y rescata a los
hombres. No cabe preguntarse de qué, pues está presente el pensamiento
escatológico del A. T., que justifica esta forma de referirse a la redención. La
liberación final, el juicio de Dios, etcétera, supone la r. de las actuales
tribulaciones de los justos. Sin embargo, a veces tiene un sentido más preciso,
sobre todo cuando las enseñanzas se refieren al estado presente del hombre. En 1
Pet 1,18 vemos que los cristianos «han sido redimidos de la conducta vana
heredada de los padres», donde se refiere al modo de vivir de acuerdo con las
tradiciones recibidas de sus mayores, judíos o paganos. No podemos dejar de
asociar este pasaje a las múltiples observaciones de S. Pablo sobre la Ley
mosaica que nos describe esclavizando al hombre y de cuya esclavitud han sido
liberados los creyentes (cfr. Gal 3,24 ss.; 4,1-7).
La forma más generalizada en el N. T. es la de hablar de la r. de los
pecados. De manera explícita o implícita se encuentra casi siempre este
pensamiento. En Tit 2,14 la muerte de Jesús es presentada como una muerte para
la r. de los pecados: Cristo «se entregó por nosotros para redimirnos de toda
iniquidad». El tema se enlaza con el Ps 130,8. Este texto asociaba dos ideas, la
de la r. de los pecados y la de la purificación, para hacer del pueblo un pueblo
propiedad de Dios: redimir los pecados y purificarlos es prácticamente idéntico.
Por su parte, Col 1,13-14: «Él nos libró del poder de las tinieblas y nos
trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: la
remisión de los pecados», conjuga, a su vez, dos ideas: la r. se explícita
diciendo que no es sino la remisión de los pecados; además la r. implica la
salida del reino de las tinieblas y la entrada en el reino de Cristo. La
metáfora del reino de las tinieblas no puede tener otro sentido que el del reino
del mal o del pecado, pero concebido éste como una fuerza y poder que avasalla y
esclaviza al hombre, sentido habitual en S. Pablo. El pecado es destruido o
eliminado en el hombre, con lo que éste queda libre de su poder. A través de
este pasaje se aclara ya un aspecto que puede oscurecer la inteligencia de la r.
en el N. T.: es perfectamente lógico hablar de r. de los pecados cuando el
pecado es concebido como una fuerza y poder tiránico que esclaviza al hombre. El
cristiano ha sido sacado del reino del mal y trasladado al Reino de Dios. Esta
forma de expresarse es indudablemente arcaica y requerirá un tratamiento
hermenéutico adecuado. Evitará, sin embargo, hacer derivar la interpretación de
la r. hacia fórmulas jurídicas o políticas extrañas al pensamiento
neotestamentario.
El modo como se ha efectuado la r. de los hombres ha sido la muerte de
Cristo. Los escritos del N. T. están en completo acuerdo sobre esta afirmación.
Nos referimos a la muerte de Cristo como acontecimiento salvador total, es
decir, incluyendo la resurrección. La referencia a la muerte puede hacerse de
formas varias: Dios entregó a Cristo por nuestros pecados, Cristo se entregó a
sí mismo y, sobre todo, las alusiones a la sangre de Cristo derramada en su
pasión y muerte (cfr. Rom 3,24 ss.; Eph 1,7; Heb 9,11-14). Esta forma de
referirse a la muerte deJesús presupone que es un sacrificio expiatorio por los
pecados.
Redimir los pecados de los hombres o, simplemente, redimir a los hombres y
expiar los pecados coinciden fundamentalmente. La terminología de la r. nos
lleva hacia la idea de esclavitud respecto del pecado y del mal, personificados
como señores o poderes tiránicos y de liberación de esa esclavitud. La de
expiación (v.) hacia la del pecado como mancha u obstáculo que impide la
aproximación del hombre a lo divino, y que ha de ser eliminado o expiado
mediante un sacrificio o un rito expiatorio. Las ideas cultuales del A. T.
ayudan para la comprensión neotestamentaria de la expiación; el axioma «según la
Ley todas las cosas han de ser purificadas con sangre, y sin efusión de sangre
no hay remisión» (Heb 9,22) lo pone bien de manifiesto.
El uso de estos dos modelos explicativos, expiación sacrificial y r., se
entrecruza en el N. T. dando lugar a cierta confusión para el lector no
habituado a estos tipos de lenguaje. Entre otros ejemplos señalamos a Rom 3,2126
y Heb 9,11-14. En el primero la palabra r. (apolytrosis) aparece en un contexto
sacrificial: los creyentes han sido redimidos por Cristo, ya que Él es el nuevo
lugar del culto y al mismo tiempo la nueva víctima del sacrificio que por su
sangre purifica los pecados. En el texto último citado de la Epístola a los
Hebreos la muerte y la resurrección de Cristo ha sido asimilada al paso del
antiguo sumo sacerdote levítico, que penetra con la sangre del sacrificio en el
interior del santuario, donde mora la divinidad, para efectuar la expiación de
los pecados, «obteniendo una redención (lytrosis) eterna».
La r. sigue siendo en el N. T. fundamentalmente una liberación de la
esclavitud y consiguiente adquisición para Dios de un nuevo pueblo. Siendo el
pecado una fuerza y poder que ha alejado a los hombres de su dueño natural,
Dios, y siendo al mismo tiempo concebido como una mancha o impureza que requería
ser purificada mediante un rito sacrificial, la conjunción de la idea de r. con
la de expiación brota del todo espontánea en una mente bíblica. El no haber
distinguido con suficiente precisión estos dos estratos del pensamiento bíblico
ha llevado a algunos a una incorrecta inteligencia del concepto de r. y a una
falsa interpretación de algunos textos del N. T. Así, p. ej., en la historia de
la teología cristiana ha habido autores que han pensado en la sangre de Cristo
como el precio pagado por Él al mismo demonio para redimir al hombre, idea que
no tiene apoyo bíblico.
La utilización en el N. T. de los verbos agorazein y exagorazein requiere
también explicaciones. El uso corriente de estos dos verbos en el N. T. es el
habitual del griego de la época; significa, en resumen, comprar o adquirir (cfr.
Me 6,36 s.; 11,15; 15,46; 16,1; lo 4,8; 6,5; 13,36; etc.). Ha sido también usado
para expresar la idea de redención. Así: «Habéis sido bien comprados...» (1 Cor
6,20: «Cristo nos compró de la maldición de la Ley haciéndose él mismo maldición
por nosotros»; Gal 3,13) «... con tu sangre nos compraste para Dios» (Apc 5,9).
A primera vista el precio de la compra es la sangre de Cristo; sin embargo, si
el cuadro o esquema de una compra-venta es aplicado rígidamente no sabemos a
quién ha sido dado el precio. Estas expresiones han suscitado numerosas
dificultades.
Se ha pensado, dado que en el A.T. no se encuentra esta concepción, que
los autores del N. T. han utilizado una forma peculiar de transacción que se
daba en el mundo greco-romano. Se trata de una forma de liberarse un esclavo de
su servidumbre: el esclavo llevaba a un templo el dinero que podía ahorrar y lo
depositaba bajo la tutela del dios; cuando la suma depositada correspondía al
precio del esclavo, se efectuaba la liberación. El dios figuraba como el
comprador del esclavo que abonaba al dueña la suma correspondiente. Se trataba
evidentemente de una f ictio iuris, el esclavo en realidad se liberaba a sí
mismo pagando su propio precio.
Las diferencias entre esta forma de liberarse de la esclavitud y la
descrita en los textos del N. T. son manifiestas: la r. cristiana es siempre
vista como una r. absolutamente gratuita, debida únicamente a la misericordia de
Dios. Cristo nunca figura abonando un precio a nadie. Faltan, por tanto,
elementos para hacer una aproximación de la r. cristiana a esta forma de r. que
nos ofrece la religión pagana.
El problema planteado por el uso del verbo agorazein es fundamentalmente
idéntico al que nos ofrecía lytrousthai. La solución por consiguiente es la
misma. El sentido más exacto de agorazein, cuando es usado dentro del contexto
religioso de la r., es más bien el de adquirir mediante algo. Dios adquiere para
sí, de nuevo, a la humanidad mediante la muerte o sangre de Cristo, vista ésta
como sacrificio por los pecados. Por el pecado precisamente el hombre se había
apartado de Dios; conforme al pensamiento bíblico, la eliminación del pecado a
través de un sacrificio expiatorio que lo borra y destruye, es el medio por el
que Dios re-adquiere a una humanidad envuelta en el pecado. Por tanto, la sangre
de Cristo no es un precio sino un medio de r. y liberación (cfr. Eph 1,7-14).
Eph 1,14 confirma plenamente este sentido cuando nos habla de una
«redención de adquisición»: Dios redime al hombre de los poderes malos que le
dominan volviéndole hacia Él. El contexto de este pasaje es escatológico: la
eclosión final de la r. se realizará en la resurrección; de momento, el
cristiano tiene la garantía de que tal realidad se está gestando en el presente
por la presencia del Espíritu de Dios en él, que es arra y prenda de la total y
definitiva r. final (cfr. Rom 8,23; Le 21,28). En Col 1, 13-14: «Él (Dios) nos
libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en
quien tenemos la redención: la remisión de los pecados»; se conjugan con
precisión los tres elementos que venimos examinando: poder de las tinieblas,
Reino de la libertad y r. efectuada por el perdón de los pecados.
La interpretación de la r. como una liberación de un estado o situación de
la humanidad se manifiesta todavía más claramente al observar la fuerza con que
se subraya en el N. T. la resurrección de Cristo (v.) y su poder salvador. La
resurrección no ha sido interpretada por los autores del N. T. como un simple
acontecimiento que sucede a la r. operada por Cristo en la cruz, sino que
penetra en el interior mismo del acontecimiento redentor constituyendo una parte
esencial de él.
La revelación cristiana se ha centrado desde el primer momento en la
muerte y resurrección de Cristo y ha hecho de ellas el centro de su mensaje de
salvación. El hecho de la muerte y resurrección del Mesías desconcertó en los
primeros momentos a los apóstoles, que se resistían a dejar su concepción del
Mesías como un rey victorioso; sólo de modo sobrenatural se produjo el giro
completo para que vieran luego en este doble acontecimiento el punto clave de su
mesianismo. Para comprender la forma en que nos han descrito la r. es preciso
recordar la fuerza con que el pensamiento hebreo sentía la idea de solidaridad,
por la cual los miembros de un grupo o clan participan, para bien o para mal,
unos de otros. Dentro delgrupo funciona también un elemento peculiar, hay un
representante o jefe que de alguna manera reasume al grupo y en quien el grupo
se ve representado. Este representante podía ser el jefe del clan familiar, pero
al nivel del pueblo lo era el rey o el sumo sacerdote. Cuando S. Pablo
contrapone las figuras de Cristo y de Adán no hace sino recurrir a este cuadro,
ampliando el horizonte a la humanidad entera: ambos son los representantes de
dos humanidades, ambos solidariamente llevan tras sí a los hombres, uno hacia un
mundo dominado por el mal y el pecado, otro hacia un mundo restaurado y redimido
que vuelve hacia Dios, su dueño.
S. Pablo nos muestra a Cristo solidario de una humanidad pecadora con un
vigor que no deja de chocarnos: «A aquel que no conoció pecado (Dios) le hizo
pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él» (2 Cor
5,21; cfr. Rom 8,3; Gal 3,13). La muerte de Cristo ha sido, por lo mismo, una
consecuencia necesaria de su plena participación en la situación en que se
hallaba la humanidad, ya que para S. Pablo la unión entre muerte y pecado es
indisoluble. Cuando Cristo, sin tener pecado propio, ha aceptado la muerte, ha
dado el primer paso para la restauración del hombre. La resurrección de la
muerte es el segundo momento de la r. del hombre. Dios interviene librando a
Cristo de «las ataduras del Hades», conforme a la expresión arcaica de Act 2,24
y haciendo de Él, resucitado, el hombre nuevo, cabeza de la nueva humanidad
redimida de la muerte. De esta forma el hombre vuelve a ser plenamente propiedad
de Dios, su creador.
La r. es, pues, una acción esencialmente liberadora y salvadora de Dios
realizada en Cristo. El hombre es liberado de la esclavitud del mal y salvado de
la muerte eterna. En la muerte de Cristo Dios desvela al hombre la naturaleza
íntima de la situación en que se halla ante Él. No se trata de un arreglo de
cuentas entre Dios y el hombre más o menos riguroso, ni de una peculiar fictio
iuris, sino de la expresión objetiva de la realidad humana, tal como es juzgada
por Dios. La resurrección de Cristo (v.) es el acontecimiento final al que está
ordenada su muerte en la cruz. En el Resucitado, Dios ha creado una humanidad
nueva que devuelve a su creador la vieja humanidad alejada de Él por el pecado y
la muerte.
V. t.: SALVACIÓN II; CORDERO DE DIOS I; ENCARNACIiN DEL VERBO II;
EXPIACIÓN.
BIBL.: A. MÉDEBIELLE, Expiation, en DB (Suppl.) IV,1-262; G. BARDY, Le Sauveur, París 1939; J. BONSIRVEN, Théologie du N. T., París 1951, 292-327; M. MEINERTZ, Teología del Nuevo Testamento, Madrid 1966; F. PRAT, La théologie de Saint Paul, 11, 10 ed. París 1925, 53-277; 1. M. BOVER, El dogma de la redención en las Epístolas de San Pablo, «Estudios Bíblicos» 1 (1942) 357-403; 517-541; íD, Teología de San Pablo, Madrid 1952; L. CERFAUX, Le Christ dans la Théologie de Saint Paul, París 1951; D. DE CONCFIAs, Redemptio acquisitionis, «Verbum Domini» 30 (1952) 14-29; 81-91; 154-169; S. LYONNET, De peccato et redemptione, Roma 1960; íD, La historia de la salvación en la epístola a los Romanos, Salamanca 1967; íD, San Pablo. Libertad y Ley Nueva, Salamanca 1964; A. GÜEMES, La libertad en San Pablo, Pamplona 1971; P. HENRY, Kénose, en DB (Suppl.) 7-161; A. ROBERT y C. SPicQ, Médiation, en DB (Suppl.) 997-1083.
MIGUEL ÁNGEL R. PATÓN.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991