Prosélitos (Sagrada Escritura)
Del griego prosélytos, en hebreo guer, pl. guérim.
En general se llaman así aquellas personas que se convierten o aceptan una
religión y en particular los que abrazan el judaísmo. Es el término utilizado en
los Setenta para traducir el hebreo guer, que puede tener diversos matices. En
primer lugar guer era el extranjero o forastero, no judío, que residía entre
israelitas en Palestina, o el que se refugiaba en una tribu que no era la suya
para pedir su ayuda y protección. Así el guer contaba con la hospitalidad
israelita, aunque no llegase a gozar de la plenitud de la Ley. En la liturgia
talmúdica éste podía ser «prosélito de la puerta» (guer tosab) o simple
forastero residente en Palestina, pero si luego llegaba a aceptar toda la Ley se
convertía en «prosélito de justicia» (guer sédeq) o forastero justo. Había
grupos como los llamados «temerosos de Dios», que aun sin llegar a ser judíos
simpatizaban con sus costumbres. Frente al guer estaba el nokrí o extranjero sin
vinculación religiosa con la comunidad judía, mientras que el goy era el gentil
no judío, pero con el sentido de pagano.
El rito para la aceptación del p. consistía en la circuncisión (para el varón),
el baño ritual o bautismo por inmersión y la presentación de un sacrificio en el
Templo. A todo esto precedía un examen para indagar los motivos de la conversión
y una instrucción en los principios básicos del judaísmo. Éstos eran: la unidad
de Dios, la prohibición de las prácticas idolátricas, las leyes dietéticas y la
santificación del sábado (v. JUDAÍSMO). Una vez curado de la herida de la
circuncisión, se procedía al rito de la inmersión en agua hasta el cuello. En
estaceremonia tenía que haber tres testigos expertos en la Ley que le recitaban
los mandamientos durante el baño ritual. Si era una mujer los asistentes eran
femeninos y los entendidos en la Ley quedaban fuera del recinto. El sacrificio
en el Templo era una preparación para poder participar en el banquete del
sacrificio. De acuerdo con la Mi1náh los lazos familiares anteriores a la
conversión quedaban en suspenso; podía volver a contraer matrimonio; en cuanto a
la herencia, ni podía heredar a sus padres ni le heredaban sus hijos a no ser
que también se convirtiesen.
Aunque el pueblo elegido era uno y, por tanto, excluía a los que no pertenecían
a él, sin embargo, desde sus cornienzos existió una aceptación del pacto o
alianza con Dios (bérit) por otras personas no hebreas, que es lo que
verdaderamente convertía en herederos de la promesa divina (v. PUEBLO DE DIOS,
5). Abraham salió de Harán para ir a Canaán con los suyos (Gen 12,5), Dios lo
sacó de Ur de los caldeos para darle esa tierra en legítima posesión (Gen 15,7)
y, como prueba de aceptación del pacto con Dios, se circuncidó a los 99 años
(Gen 17,24). Rebeca, la mujer de su hijo Isaac, y las mujeres y concubinas de
Jacob fueron admitidas en el pacto, y lo mismo las mujeres de Judá y Simeón, que
eran canaaneas. La mujer de Moisés, Zipora, era hija de un sacerdote de Madián.
Incluso el mismo rey David era descendiente de Rut, la moabita, y casó con una
no israelita. Salomón tuvo mujeres extranjeras a pesar de la prohibición de Dios
(1 Reg 11,1-2). En tiempos de Nehemías los judíos se casaron con mujeres
asdoditas, ammonitas y moabitas (Neh 13,23). Para evitar este estado de cosas
Esdras increpó al pueblo, diciéndoles que ya que habían prevaricado, al casarse
con mujeres extranjeras, tenían que separarse de éstas y de las gentes del país
(Esd 10,11). Durante el reinado de Asuero, muchos persas se hicieron judíos por
haberles invadido el temor (Est 8,17). Juan Hircano, el rey asmoneo (v.), al
derrotar en combate a los idumeos, los obligó a aceptar el judaísmo, en el s. il
a. C.; Yannay aniquiló a los moabitas por negarse a aceptar la conversión. Son
pocas las veces que se empleó la fuerza para conseguir adeptos.
Filón (De vita Moisés, 11,5) narra que la ley mosaica atraía poderosamente a los
pueblos griegos y bárbaros, de las islas y de tierra firme, y Flavio Josefo (Ant.
Iud. 18,3-5) ofrece numerosos testimonios de gente noble que abrazaba el
judaísmo, como una tal Fulvia, y como simpatizante, Popea, la mujer de Nerón. En
la segunda mitad del s. I la reina Elena y su hijo Izates de Adiabene, a orillas
del Tigris, se convirtieron al judaísmo y poco después también su otro hijo,
Monobazes II. Esta casa real se mantuvo en la religión judaica hasta que las
legiones romanas de Trajano acabaron con el reino el 115 d. C. (Ant. Iud. 20,2).
De la actividad proselitista de los escribas y fariseos da testimonio el mismo
Jesucristo cuando les increpa que andan rodeando el mar y la tierra por hacer un
p. (Mt 23,15). En Act 2,11 se cita a los p. junto a los judíos y otros nombres
de distintos pueblos de la diáspora.
En principio el convertido tenía los mismos derechos que el judío, pero en la
práctica algunas comunidades los excluían de los cargos públicos y había
diversidad de opiniones sobre si aceptarlos como jueces en causas civiles o
criminales. También había un cierto sistema de castas, ya que en el Talmud se da
un orden en la redención de los cautivos, que es como sigue: sacerdotes,
levitas, judíos legítimos de nacimiento, judíos ilegítimos, descendientes de los
gabacnitas, guer y esclava redimida, pero judía de nacimiento (Horayot 13a).
Algunos rabinos consideraban que no era razón suficiente para la conversión el
tener que contraer matrimonio con cónyuge judío, ya que éstos permanecían en
gran tibieza religiosa las más de las veces. Hubo rabinos que favorecían y
fomentaban la conversión, mientras que otros se oponían y dificultaban la
entrada en la comunidad judía. Alguno llegó a decir que «los conversos eran como
la plaga de la lepra para Israel» (Talmud, Yebamot 47b). Esta discutida cita fue
diversamente explicada para no hacer ver tanto rigorismo en esta opinión
individual. También se llegó a decir que los guérim retrasaban la llegada del
Mesías (Talmud, Niddah 13b) y que se convertían por temor y no por amor. En
líneas generales los rabinos fueron favorables para acoger p., pero la mayor
parte del pueblo les era hostil por ser extranjeros.
La influencia ejercida por el pueblo judío a lo largo de los siglos en la
diáspora (v.) preparó la difusión del cristianismo. Los Apóstoles dirigieron su
actividad misionera en primer lugar al mundo judío en dispersión, así como a los
p. que con ellos convivían, y en segundo lugar trataron con el mundo pagano.
Éste ya tenía una idea de la religión revelada por la traducción de los Setenta
en Alejandría (s. III-II a. C.). Y así se sentía atraído por el monoteísmo
judío. Según Tácito los p. despreciaban a los dioses. Igualmente la ética
bíblica les movía a abandonar las costumbres del paganismo greco-romano. El
espíritu proselitista cristiano hizo declinar a su favor la actividad del
judaísmo. Aunque la elección de un pueblo por parte de Dios pudiera parecer un
privilegio especial, en detrimento de los demás, en los libros sagrados del A.
T. también se hace resaltar la universalidad del amor de Dios. Así en el libro
de Jonás aparece la idea de que los hombres, en general, son hijos de Dios y
merecen su misericordia, apartándose del mal. En Isaías aparecen las visiones de
Sión como fuente de sabiduría y de religión para todo ser humano, pues de Sión
saldrá la enseñanza, y la palabra de Yahwéh de Jerusalén (Is 2,3). Del mismo
modo las profecías referentes al Mesías y a su reino universal, ya que tenía que
congregar a todos los pueblos y lenguas (Is 66,19). En Dios no hay acepción de
personas y ama al guer (Dt 10,17-18). Y en algunos sitios lo equipara la S. E.
al israelita, al compararlos con los hijos de Dios (Lev 25,55; Is 41,8).
A. PERAL TORRES.
IBL.: DAVID MAX EICHHORN, Conversion to Judaism. A
History and Analysis, Ktav Publishing House, Inc. USA 1965; G. RicCIOTTI,
Historia de Israel, 2 vol. Barcelona 1947, II, 206-221; Enciclopedia Judaica
Castellana, México 1950, VIII,634-638; C. GANCHO, Prosélitos en Enc. Bibl.
5,1295-1297; Encyclopaedia Judaica, Jerusalén 1971, 13, 1182-1193.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991