PIETISMO


1. En general. Antecedentes históricos. Con este nombre se designa el movimiento teológico, devocional y misionero que, durante los s. XVII y XVIII, afectó de manera profunda al protestantismo, sobre todo al de tradición luterana. En el fondo, se trataba de una reacción contra el fideísmo exagerado de Lutero (v.) y contra el abandono de la doctrina de la santificación por parte de la primera Reforma (v.). Ésta había centrado su empeño en el poder de la Palabra de Dios y en la fuerza de la santificación por la sola fe. El p. enfocó el problema desde otro ángulo: el de la conversión y el del «hombre nuevo» que resulta de la misma.
      Los pietistas acusaban también a la Reforma de que, tras unos comienzos prometedores, se hubiese anquilosado en un intelectualismo estéril y en las polémicas interminables que caracterizaron el periodo «escolástico» y «ortodoxo» de su teología. Por eso los lemas del p. fueron: «vida contra doctrina», «Espíritu Santo en oposición al oficio ministerial», «realidades contra apariencias de bondad», y «fe vivida» que se manifiesta en «los frutos de la fe» -entendiendo por estos últimos la santificación personal y la práctica del amor a Dios y al prójimo-. De ahí las tendencias del p. hacia la acción social y sus empresas -las primeras dentro de la historia de la Reforma- por la conversión de las almas en tierras de misión. Pero de ahí también el peligro de caer en un misticismo poco sano y hasta morboso, así como el de abandonar la investigación teológica sacrificándola a una piedad sentimental que, en el fondo, era signo de pereza intelectual y de un fideísmo exagerado. Considerado desde otro punto de vista, el p. era una protesta contra la mundanidad, la secularización y el rigidismo estatal en que habían caído, principalmente en Alemania, las comunidades de la Reforma. A este mal opuso como remedio un retorno al contacto directo del alma con Dios a base de la Persona divino-humana de Cristo, colocada como centro de toda nuestra devoción, y la sustitución de las rígidas estructuras eclesiales -en las que el individuo queda anegado en el anonimato- por pequeñas comunidades fraternales -ecclesiolae in Ecclesia- en las que sea posible el ejercicio de una íntima piedad y la práctica de la koinonia que distinguía al primitivo cristianismo (v. t. PROTESTANTISMO II, 2).
      Se discute mucho sobre los antecedentes históricos del p. A. Ritschl (v.) creyó que se trataba de intrusiones de la mística medieval -sobre todo holandesa y renanaen el seno del protestantismo. En cambio, M. Hirsch lo enlaza directamente con «tendencias que se hallaban presentes en los primeros tiempos de la Reforma y se habían integrado ya en la vida de la iglesia luterana» (Geschichte der neueren evangelischen Theologie Gütersloh, 11, 1954, 208). M. Schmidt apoya esta misma hipótesis mostrando el uso frecuente que los pietistas hicieron de los escritos de Lutero, tratando de trasladar su doctrina de la justificación de la sola fe al terreno de una experiencia vivida y personal. Asimismo ciertos luteranos de tendencias místicas: Caspar, Schwenkfeld (v.), Osiander, Jacob, Bóhme y otros, contribuyeron con sus ideas a la elaboración de la teología pietista. Hoy se da también por descontada la contribución del puritanismo inglés (J. Taylor, R. Baxter y John Bunyan; v. PURITANOS) al p. alemán. De ellos aprendió el p. su introspección de la conciencia humana, tendencia que, a su vez, los puritanos habían asimilado, al menos en parte, de ciertos escritores jesuitas de la época. ¿Influyeron también en la aparición del p. los místicos españoles Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Molinos, y los franceses Francisco de Sales, Madame Guyon, B. de Louvigny, Labadie y otros? Del primer grupo, excepto quizá de Molinos (v.) puede seriamente dudarse, ya que en sus obras faltan alusiones a ellos; del grupo francés sabemos que los pietistas estaban familiarizados con algunos de sus representantes menos ortodoxos. Entre otros precursores inmediatos hay que nombrar a Johan Arndt cuyo libro Wahres Christentum (Verdadero Cristianismo), publicado en 1605, «el devocionario más leído por el luteranismo alemán», sirvió con frecuencia de inspiración y de pauta a los pietistas.
      Suelen distinguirse un pietismo bíblico y otro especulativo. El primero tenía por objeto el estudio devoto de la S. E., la devoción a la Persona de Cristo y la aplicación de los principios evangélicos a los diversos órdenes de la vida cristiana; iniciado por Spener, su cultivo se llevó a cabo sobre todo en las Univ. de Halle y Württemberg. El p. especulativo se inclinó desde los comienzos hacia la mística, teniendo como representantes principales a G. Arnold, Dippel, los esposos Petersen y otros. Otra de las ramas más pujantes del p. -la de Zinzendorf y los Hermanos Moravos; v.- siguió una línea intermedia o, por mejor decir, elaboró sus propias teorías tomando sin demasiada discreción de las dos primeras tendencias y adaptándolas a las necesidades concretas de sus seguidores.
      2. Felipe Jacobo Spener (1635-1705), n. en Ribeauvillé, Alsacia, y creció en un ambiente de intensa religiosidad luterana. Tras su ordenación, trabajó como «predicador libre» en Estrasburgo, hasta su nombramiento de pastor para una de las iglesias más importantes de Francfort. Aquí creó los célebres collegia pietatis para reuniones privadas de estudios bíblicos entre amigos y seguidores a quienes animaba a una vida de mayor fervor. Aprovechando también el prólogo que escribía para el libro ya citado de Arndt, expuso Spener su programa reformista en forma de unos Pia Desideria, resumido en estos seis puntos: 1) Creación de conventículos encargados de propagar la Palabra de Dios. 2) El restablecimiento efectivo del sacerdocio universal de los fieles. 3) La confesión de Cristo, más por obras que por infructuosas disquisiciones teológicas. 4) La oración de todos los cristianos en lugar de las polémicas mutuas. 5) La reforma de los estudios teológicos a base de la Theologia Deutsch, las obras de Tauler (v.) y la Imitación de Cristo (v. KEMPIS), discutidas devotamente entre profesores y alumnos. 6) La reforma de la predicación por la introducción de temas devotos y la eliminación de los recursos retóricos. Los Pia Desideria tuvieron gran éxito editorial hasta convertirse en el Vademecum de todos los círculos pietistas de Europa y Norteamérica; el librito dio también a su autor fama nacional hasta el punto de ser nombrado capellán de la corte del Elector de Sajonia, en Dresde. Pero sus ideas le acarrearon también muchos enemigos; y los excesos cometidos por algunos de sus seguidores -entre ellos varias mujeres- que se habían entregado a un misticismo malsano, dañaron notablemente a la causa del p. y a Spener que lo había engendrado. Entre estas desviaciones místicas hay que nombrar las de Godofredo Arnold, las de J. W. y J. E. Petersen y las de J. K. Dippel. estos sobre todo desde algunas ciudades libres del imperio, fomentaron teorías radicales sobre la virginidad (matrimonios espirituales con la sabiduría celeste) que, en más de una ocasión, degeneraron en verdaderas promiscuidades, y predicaron la apocatástasis (v.), es decir, la salvación final de todo el género humano. Todas estas tendencias testimoniaban contra el fundador de un movimiento que se había prestado a estos excesos deplorables. Hay que advertir, además,que Spener, introvertido y hondamente piadoso, carecía de las cualidades de liderazgo que requería la situación. «Se le reprochó también, y con razón, haber despreciado el papel de la ciencia y haber extendido demasiado, a expensas de aquélla, la importancia del sentimiento en el cristianismo. De ello resultó en sus discípulos una sensiblería malsana y una indiferencia funesta por los datos del Dogma y de la Revelación. En un sentido muy real, los partidarios modernos de la experiencia religiosa pueden saludar en Spener a su precursor» (M. Piette, La réaction wesléyenne dans l'évolution protestante, 2 ed. París 1927, 278).
      3. Augusto Francke (1663-1727). Con él entramos en la etapa de maduración y organización del pietismo. Ganado a la causa pietista durante una ceremonia religiosa Francke fue hasta su muerte el baluarte más firme del movimiento. Desde su cátedra de Teología en la Univ. de Halle, el p. estaba llamado a influir en toda Alemania y aun fuera de sus fronteras. Gracias a su potente influjo, dice E. Léonard, «la Alemania de la primera parte del s. XVIII fue pietista, así como la del siglo anterior había sido escolástico-ortodoxa, y la siguiente sería iluminista y racionalista». Francke hizo también que la Universidad, ganada a la nueva ola, se convirtiera en centro y antorcha del p. para el resto del continente. Su Paedagogium albergó entre sus alumnos a lo más granado de la nobleza alemana (se ha dicho que la disciplina del prusianismo tiene raíces pietistas) y en sus aulas se educaron más de 6.000 pastores de la iglesia luterana. Su Orfanato se convirtió en símbolo de la caridad con la niñez abandonada y sirvió de modelo para instituciones protestantes parecidas en ambas orillas del Atlántico. Francke organizó en escala hasta entonces desconocida dentro del protestantismo los collegia pietatis como células vivas de la vida universitaria. Intentaba con ello combinar los estudios con la piedad y las obras de apostolado. Organizados en grupos (conventicula), los estudiantes fomentaban el estudio de la Biblia, practicaban numerosos ejercicios de piedad, sobre todo los relacionados con la Pasión de Cristo, se animaban mutuamente a la práctica de la virtud, y se entregaban al ejercicio de la caridad con el prójimo. Este ambiente se extendió más tarde a la Univ. de Wittenberg donde su representante más famoso fue Johan A. Bengel (1687-1752), autor de una edición crítica del N. T. y del Gnomon Novi Testamenti, uno de los ensayos hermenéuticos más conocidos y revolucionarios del s. XVIII. El p. de la escuela de Francke influyó en varios otros campos de la cultura y de la religiosidad contemporáneas. Mencionemos sólo dos de ellos: el de la música sagrada y el de las misiones entre paganos. Enrique Schütz (v.), cantor en la corte de Dresde, fue el primer compositor de Oratorios, de las Pasiones según los diversos evangelistas, de los Salmos y de las Siete Palabras de Cristo. Federico Hándel (v.), originario de Halle, y discípulo predilecto de su Universidad, bebió en el p. las ideas religiosas que luego vertió en su Mesías y en tantas otras composiciones. Incluso el más grande de los músicos de la época, Juan S. Bach (v.), que trató de ser organista en la catedral de Halle, nos ha transmitido en sus oratorios, en sus corales, e incluso en sus fugas, algo del espíritu pietista de la época, traducido en un continuo y amoroso recurso a los temas de la infancia, pasión y muerte del Señor que quedarán siempre como los trazos más nobles de todo aquel movimiento. A la iniciativa de Francke y a su amistad con el capellán luterano de la corte del rey de Dinamarca, Federico IV, se debió también el envío de una de las primeras expediciones misioneras del protestantismo. Dos pietistas, Ziegenbald y Plütschau, llegaron en 1706 a las costas de la India. De Halle salió también Federico Schwartz (1726-98) a quien se considera como uno de los grandes misioneros de la época (V. t. MISIONES IV). Los pietistas organizaron también misiones entre los judíos. A ellos se debe igualmente la difusión de ejemplares de la Biblia y del N. T., labor en la que precedieron casi en un siglo a los fundadores de las sociedades bíblicas (v.).
      4. Zinzendorf y los hermanos moravos. Si Spener fue el padre del p. y Francke quien plasmó sus principios en el campo doctrinal y práctico, el movimiento recibió un peculiar impulso -y hasta ciertas tendencias desviacionistas- de manos del conde Nicolás Zinzendorf (170060), perteneciente a la pequeña nobleza alemana, y formado en Halle y Wittenberg. En sus viajes había entablado también contacto con los pietistas de tradición calvinista, con varios jansenistas prominentes, e incluso con el Card. de Noailles, arzobispo de París. En esos contactos concibió su plan unionista del Cristianismo a base de «cuantos aman al Salvador» -plan que le valió la amistad de otros pensadores de la época, empezando por el mismo Leibnitz. Pero fue otro el empeño principal de su vida: el de convertirse en fundador de la comunidad de hermanos moravos (v.).
      5. Desarrollo e influencias. La etapa final del p. no fue -al menos en muchos de sus aspectos- gloriosa. Teológicamente su error principal había sido el de sacrificar la firmeza doctrinal en aras de una devoción y de un practicismo excesivos. Francke había definido la Teología como: «el cultivo del alma por la cual, bajo la dirección graciosa del Espíritu Santo y nuestras piadosas oraciones, penetramos en el conocimiento vivo de la Verdad divina, sacada de las Escrituras y confirmada en ellas por la continua práctica». Esto, a pesar de su ortodoxia básica, limitaba mucho el papel de la razón y estaba llamada a despreocuparse de los grandes problemas teológicos que siempre han preocupado a la mente del cristiano. Ninguna de las ramas de la Teología avanzó con el pietismo. Los grandes problemas dogmáticos: Trinidad, Providencia, Salvación, justificación, etc., quedaron subordinados a la simplista solución de la experiencia personal.
      En Eclesiología el p. supuso claramente un retroceso. Los pietistas realzaron el papel individualista hasta el punto de hacer innecesaria la Iglesia. En ella lo importante no es la Iglesia misma, divino instrumento puesto por Dios para nuestra salvación, sino el individuo regenerado, que con sus propias virtudes, y de modo completamente voluntario, da su nombre a unas eclesiolas que no pasan de ser unos clubs creados para la mutua ayuda de sus miembros. El hombre piadoso no necesita de la Iglesia para caminar hacia la perfección; le bastan sus propias fuerzas. La enorme depreciación de la Iglesia, existente en la mayoría de las sectas modernas, sobre todo pentecostales (v.), es una herencia triste y directa del pietismo.
      Lo mismo ha de decirse de su despreocupación de la vida sacramental. El Bautismo no era para ellos el sacramento de la regeneración, sino el símbolo de la regeneración ya obtenida por el esfuerzo individual. La Eucaristía, como sacrificio y como presencia real, apenas figuró en su vida religiosa. La misma mutua confesión que se practicaba en algunas de sus comunidades, tenía finalidades terapéuticas humanas y no valor alguno sacramental. En todo este panorama el único punto claro esel de la insistencia pietista en el valor de la religión interior, la importancia y la posibilidad de la santidad personal y el papel único del Espíritu Santo en la vida del cristiano y de la Iglesia. Eran puntos demasiado relegados al olvido por el protestantismo luterano y que el p. se encargó de recordar.
      Por otra parte, es evidente que en la atmósfera de incipiente racionalismo que brotaba en Europa a principios del s. XVIII (V. ILUSTRACIÓN), el p. tenía casi perdida su batalla. Para aquellos espíritus, ansiosos de ensalzar la razón, Halle y su p. se convirtieron en intolerables y la reacción, como ocurre en tales casos, fue extrema. Ya en vida de Francke se habían profesado, por parte de alumnos de la Univ. de Halle como Christian Thomasius, teorías en favor del suicidio, del divorcio, de la poligamia y del libertinaje, totalmente opuestos a los principios pietistas. El caso fue más grave con Christian Wolff (16771745), recibido en Halle por recomendación de Leibnitz, expulsado luego de la Universidad por sus teorías deterministas opuestas a toda posibilidad de la revelación, y recibido más tarde (1740) en triunfo por su Alma Mater como héroe y corifeo del nuevo racionalismo. La reacción al anti-intelectual¡sino pietista se vio igualmente en Kant (v.), Schleiermacher (v.) y otros que habían sido educados en ambiente pietista o hasta habían frecuentado la academia de Halle. Esa reacción agradó al luteranismo oficial -y a la mayor parte de las universidades alemanas- que, desde el comienzo, habían notado los graves fallos del sistema pietista. Éste se mantuvo todavía durante algún tiempo en la Univ. de Würtenberg, pero no tanto como ideología doctrinal, sino como escuela de devoción y en la comunidad de los moravos que en 1735 se separó del luteranismo oficial para llamarse Unitas Fratrum, y desplegar un celo ardiente en las misiones de Asia y de América. Es la única institución eclesiástica que ha perpetuado, aunque con modificaciones notables, la teología y las prácticas del pietismo. Así terminó un movimiento que a los principios pareció revolucionario y que, al extinguirse, dejaba aparentemente intactas las bases del luteranismo que pensaba combatir.
      ¿Era ésa la realidad o quedaban socavados algunos de los principios fundamentales del protestantismo? La respuesta es difícil. Junto a los defectos inherentes al p. hemos señalado sus méritos. Algunos de éstos: sus tendencias ecuménicas (con el consiguiente desmoronamiento de las fronteras confesionales); el celo misionero y el acento puesto en la 'acción del Espíritu Santo en la vida cristiana, tardarán en hacer sentir sus efectos, pero serán profundos, ya que lograrán desviar en más de un punto el eje de toda la teología protestante. En este sentido se ha llamado al p. «la segunda reforma». Lo mismo debe decirse -aunque en sentido negativo- del impacto que su desviada eclesiología o sus despreocupaciones sacramentarias estuvieron llamadas a hacer en extensas porciones del protestantismo contemporáneo. La doctrina pietista de la religión sentida dará, en las generaciones siguientes, a representantes tan ilustres como Schleiermacher (llamado el «ejecutor de la última voluntad del pietismo»), Ritschl, su historiador más conspicuo, y Kierkegaard (v.) quien, a pesar de su deuda personal al p., lo acusará de haber olvidado que «la perfección más alta del hombre consiste en vivir en necesidad de Dios». Las relaciones entre el p. y -a manera de violenta reacción- el racionalismo teológico del s. XIX, han quedado también indicadas. Es curioso notar que los mejores representantes del romanticismo decimonónico: Lessing, Semler, Kant, Schiller, Goethe y Fichte habían sido educados en el pietismo.
      Aparte de algunas influencias en grupos menores como, p. ej., en el grupo o secta de Bruggelen (v.), entre las confesiones protestantes que se consideran como fruto del movimiento pietista suelen citarse, además de la ya mencionada comunidad de los hermanos moravos, el metodismo de J. Wesley y la iglesia de la Nueva Jerusalén, de Manuel de Swedenborg. El papel del p. en la génesis y organización de la Iglesia metodista fue diverso y, hasta cierto punto, marginal; Wesley (v.) halló en sus conversaciones con los pietistas y durante su estancia en Herrnhut muchos elementos que le repugnaban; en cambio, quedó profundamente afectado por el concepto y la práctica de «religión sentida y experimentada» que constituía el meollo del movimiento (v. METODISMO). A Swedenborg (1688-1772) se le cataloga entre los «pietistas radicales», y esta última connotación señala los limitados influjos recibidos del p. original (v. SWEDENBORG Y SWEDENBORGIANOS); el p. de Swedenborg quedó pronto transformado por un racionalismo religioso que era la antítesis del cristianismo profesado por Spener, Francke y sus mejores discípulos.
      En cambio -y conviene dejarlo anotado porque el tema se pasa en silencio entre muchos comentaristasel p. ha tenido un efecto retardado muy profundo en algunas de las corrientes del protestantismo contemporáneo. Los movimientos de santidad y el pentecostalismo de nuestros días pueden considerarse como los herederos espirituales directos del p. de los s. XVII y XVIII. Son ellos los que han sacado las últimas consecuencias de las ideas sobre el «cristianismo experimentado» y la «presencia viva del Espíritu Santo» en la vida de la Iglesia, sembrados otrora por el pietismo. De este modo, y al cabo de dos largos siglos, aquel conato de «segunda reforma» ha dado lugar a lo que, con cierta exageración, se llama la «tercera fuerza» del cristianismo contemporáneo, integrado por las comunidades eclesiales de tipo pentecostal (V. PENTECOSTALES; SANTIDAD, SECTAS DE).
      6. El pietismo y el movimiento ecuménico. Últimamente el p. ha cobrado una nueva dimensión: la ecuménica. Los historiadores del unionismo ven en aquella renovación religiosa del s. xviii los comienzos de lo que, en nuestros días se ha convertido en un movimiento de relieve (v. ECUMENISMO). La contribución del p. al movimiento ecuménico fue doble: una teológica y la otra práctica. En la primera resalta el empeño pietista de insistir, no tanto en los dogmas específicos que separan a los distintos cristianos, cuanto en la idea de una «religión sentida» y de una «regeneración espiritual» (New Birth) como lazo de unión de todos los seguidores de Cristo. Esta regeneración suscita entre todos los cristianos un sentimiento de fraternidad (fellowship) que, a pesar de ser invisible, basta para ligar a todos los creyentes en el Evangelio, cualquiera que sea la comunidad eclesial a la que pertenezcan. Los creyentes que llevan vidas auténticamente cristianas saben por propia experiencia que, no obstante las diferencias doctrinales y eclesiales que los separan, son una misma cosa en el Señor. En el terreno de la práctica, los dirigentes del p. dieron muestras de una actitud completamente nueva y que ha servido para preparar el ambiente de nuestros días, aunque en lo que tiene de indiferencia doctrinal es ciertamente peligrosa si no acepta las verdades reveladas, y por consiguiente puede ser nociva para un ecumenismo bien orientado.
      Spener entabló contactos amistosos con los disidentesbritánicos, con la Society for the Propagation of the Gospel y con los luteranos daneses. El Orfanato de Francke en Halle, además de recoger a niños de todas las confesiones, debía haber sido en sus planes un «seminario universal» para la preparación de misioneros para todas las denominaciones. Zinzendorf profesaba también un sincretismo singular: alababa el espíritu de pobreza, el amor al nombre de Jesús y el concepto de Iglesia escatológica de los católicos; aceptaba de los calvinistas su rígido predestinacionismo aplicándolo a quienes habían sido elegidos para «amar al Cordero»; admiraba -y procuraba imitar- el espíritu de libertad de los cuáqueros y la severidad moral de los mennonitas. Por esto entabló una interesante y amistosa correspondencia con los cuáqueros de Pensilvania y con el polifacético Leibnitz. Los pietistas publicaron también colecciones de Vidas Ejemplares (por no llamarlas Vidas de Santos) en las que, por primera vez, y con escándalo de las confesiones protestantes oficiales, se entremezclaban biografías de santos católicos, de héroes luteranos, calvinistas y anglicanos. Zinzendorf intentó algo parecido al recopilar himnos comunes a todas las tradiciones eclesiásticas. El sincretismo pietista se reflejó asimismo en sus empresas misioneras, extendidas a diversos continentes, y en las que sus enviados no tenían dificultad de ponerse al servicio de las diversas denominaciones religiosas. Todos estos esfuerzos dieron como resultado la «ruptura de las vallas denominacionales», la disociación definitiva del concepto de iglesia-estatal, tan importante en el protestantismo, y la convicción de que la «unidad básica» de todos los cristianos debe ponerse en la experiencia del «nuevo nacimiento» por encima de los vínculos eclesiales. «El pietismo, comenta M. Schmidt, pensó la realidad ecuménica de la Iglesia de modo totalmente diferente del de sus predecesores, introduciendo así una nueva época en la historia del movimiento ecuménico. Su llamamiento no se hacía a la unidad de doctrina, ni al arte de la diplomacia. Los pietistas no se dedicaron a discusiones públicas ni a la celebración de sínodos. Los planes detallados de unificación de las iglesias ocupaban entre ellos lugar muy secundario. Todas las ideas directrices de sus predecesores en el acercamiento ecuménico les parecían inútiles e impracticables. Negaban que la doctrina constituya el centro del cristianismo; no aceptaban la idea de Iglesia-Estado; rechazaban la condición de una incorporación orgánica en la Iglesia por medio de la liturgia, los sacramentos o la pertenencia efectiva a la misma. O al menos pensaban que todas estas cosas no eran imprescindibles para la unión. Ésta para los pietistas consistía en una amistad espiritual... que había de ser el centro y la base de toda teoría relacionada con la verdadera Iglesia» (R. Rouse-S. Neill, A History of the F_cumenical Movement, Westminster 1967, 99-100). El movimiento pietista contribuyó así poderosamente al nacimiento del espíritu ecuménico, a la par que le ha legado, como consecuencia de su desprecio por los elementos dogmáticos y teológicos, uno de sus lastres mayores: el sincretismo y el relativismo dogmático.
     
     

BIBL.: E. LÉONARD, Historia General del Protestantismo, III, Barcelona 1967, 81-100; K. ALGERMISSEN, Iglesia católica y confesiones cristianas, Madrid 1964, 940-945; A. RITSCHL, Geschichte des Pietismus, 3 vol. Bonn 1880-86; M. SCHMIDTJANNASH, Zeugnisse christlicher Froemmigkeit, Pietismus, Bonn 1962; A. LANGEN, Der Wortschatz des deutschen Pietismus, Tubinga 1954; E. BEYREUTHER, August Hermann Francke, Marburgo 1957; N. SYKES, Daniel Ernst Jablonski and the Church of England, Londres 1950; J. WEINLICK, Count Zinzendorf, Nueva York 1957; A. LANG, Puritanismus und Pietismus, Miinster 1948; E. SEEBERG, Gottfried Arnold, Meerane (Sajonia) 1923;PIGAFETTA, FRANCISCO ANTONIO - PIGALLE, JEAN-BAPTISTEL. ELLIOT-BINNS, The Early Evangelicals, Londres 1953; P. GRÜNBERG, Philip Jakob Spener, 3 vols. Gotinga 1893-1906; G. JORDAN, The Reunion of the Churches, a Study of G. W. Leibnitz, Londres 1927; W. ADDISON, Renewed Church of the United Brethren, Nueva York 1932.

 

PRUDENCIO DAMBORIENA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991