PAZ II. DOCTRINA SOCIAL CRISTIANA.
Necesidad. La p. social, en cuanto convivencia de los hombres en el orden y la
justicia, es presupuesto fundamental para el bienestar (v.) y la consecución del
bien común (v.) (cfr. León XIII, Rerum novarum, 26) y, como tal, aspiración
eterna de hombres y pueblos. Esta aspiración histórica constituye hoy anhelo
apremiante ante dos hechos que consideramos caracterizan esencialmente a la
sociedad contemporánea: la sensibilización del hombre frente a los problemas de
la comunidad internacional como consecuencia de la elevación del nivel cultural
de las masas y del desarrollo de los medios de comunicación, por una parte, y,
por otra, el peligro de catástrofe en que se encuentra dicha comunidad ante «la
acumulación de artefactos cada vez más mortíferos» (Paulo VI, Discurso de 21
oct. 1973) (v. t.: i).
Como dijo Pío XII, la p. es el «anhelo más ardiente de todo el que ama
sinceramente a la humanidad... que aspira a vivir tranquila y pacíficamente en
la dignidad y en el honrado trabajo» (Nell'accogliere, 32). Los pueblos anhelan
«la tranquilidad en la paz y en la justicia» (Radiomensaje de Pentecostés, 26).
También Paulo VI, en el documento Octogesima adveniens, publicado con motivo del
80 aniversario de la Rerum novarum, pone de manifiesto cómo en todas partes se
aspira a una p. inspirada en el respeto mutuo entre los individuos y los
pueblos. A mantener esta p. se dedican esfuerzos y se arbitran instituciones que
han recibido el beneplácito de la Iglesia, como lo demuestra, p. ej., la actitud
de los últimos pontífices ante la ONU, cuyo objeto esencial, según Juan XXIII,
debería ser «mantener y consolidar la paz de las naciones, fomentando entre
ellas relaciones amistosas basadas en los principios de igualdad, mutuo respeto
y múltiple cooperación de todos los sectores de la convivencia humana» (Pacem in
terris, 135).
El problema de la p. está relacionado con el de la justicia (v.) y la
superación de los males sociales, unas veces como origen y otras como
consecuencia de los muchos otros problemas que inciden en dichos males. Sin la
p. es imposible la existencia de un orden social verdadero (León XIII, Rerum
novarum, 26) y, por tanto, de un bien común temporal (Pío XI, Divini illius
Magistri, 36). Sin la p. es imposible, en el orden terreno, el desarrollo y la
perfección del hombre y, en el orden sobrenatural, la difusión de la vida
cristiana y la salvación de las almas. La p. es, en definitiva, necesaria al
individuo, a los Estados y los pueblos para la consecución de sus fines. La
plasmación de un estado que conduzca tanto al bienestar privado como público es
el fin y la razón misma del poder de la autoridad (v.) (Rerum novarum, 26).
Naturaleza. La p. es una virtud eminentemente positiva; por ello, no puede
confundirse con un mero equilibrio de fuerzas, un mantenimiento del orden y la
seguridad o una ausencia de guerra. En palabras de S. Agustín, citadas por Pío
XI (Quadragesimo anno, 84), la p. es tranquilidad en el orden, considerado éste,
a su vez, como armonía en lo diverso. Una situación de p. supone que todos los
hombres se encuentren integrados en la sociedad y todos los pueblos en el orden
internacional. En esta idea abunda la Const. Gaudiuni el spes, del Conc.
Vaticano II, al señalar que la p. no es mero equilibrio de fuerzas o ausencia de
guerra, ni puede surgir de una hegemonía despótica. La p. es obra de la justicia
(v.) y del amor, fruto del orden, y necesita de un continuo hacerse y de una
constante vigilancia por parte de la autoridad (n. 78).
Pero esta p. social, bien fundamental y virtud positiva, no puede nacer
sino de la p. individual, de la p. interior (v.) de cada hombre. Entre ambas
expresiones de la p. existe una fundamental interdependencia. En este sentido,
la p. es imposible sin una reforma de las costumbres, y en ello ha abundado la
Iglesia, en cuyo magisterio, expresión del espíritu evangélico (v. III), es tema
esencial la p.: Pío XI habla expresamente de una «renovación del espíritu
cristiano, del cual tan lamentablemente se han alejado por doquiera tantos
economistas» (Quadragesimo anno, 127). Y Juan XXIII afirma que «por mucho que
progresen la técnica y la economía, no podrá haber en el mundo justicia ni paz
en tanto los hombres no reconozcan la gran dignidad que hay en ellos como
criaturas e hijos de Dios» (Maten et Magistra, 215). Por su parte Pío XII señala
que «ningún materialismo ha sido jamás medio para instaurar la paz, siendo ésta,
ante todo, una actitud del espíritu y sólo en segundo orden un equilibrio
armónico de fuerzas externas. Es, por consiguiente, un error de principio
confiar la paz al materialismo ,moderno, que corrompe al hombre en sus raíces y
sofoca su vida personal y espiritual» (Il Popolo, 18).
Condiciones. La natural evolución de la sociedad humana y el consiguiente
cambio de situaciones y posibilidades hace que varíen los condicionamientos de
la paz. Ajustándose a esta realidad histórica, la Iglesia se ha pronunciado,
desde su nacimiento, acerca de numerosos hechos o factores que podrían
perturbarla. Por lo que se refiere a la situación contemporánea el Magisterio se
ha referido a los siguientes factores que salvaguardan la p. entre los hombres y
los pueblos.
1) Es necesario que haya una justa distribución de los bienes entre todos
los hombres (Quadragesimo anno, 56, 62, 74) y naciones, así como armonía entre
el desarrollo económico y el progreso social: «.,. dada la mayor
interdependencia que cada día se experimenta entre los pueblos, no es posible
que se conserve durante mucho tiempo una paz fecunda entre ellos si sus
condiciones económicas y sociales son excesivamente discrepantes» (Maten et
Magistra, 157; cfr. Gaudium et spes, 8; Paulo VI, Discurso ante la Asamblea
General de la ONU, de 4 oct. 1965).
2) Tanto los individuos como las familias y los pueblos deben gozar de
condiciones de auténtica libertad (cfr. Rerum novarum, 26; Quadragesimo anno,
25; Maten et Magistra, 37); en todo momento deben darse las condiciones externas
que permitan, a cada individuo en particular y a cada comunidad en general,
alcanzar ydisfrutar del lugar que, por derecho natural, le corresponde: «Si se
pesa como se debe el fin de la economía nacional, ésta se convertirá en luz para
los hombres de estado y de los pueblos y les iluminará para orientarse
espontáneamente por un camino que... dará frutos de paz y de bienestar general»
(Radiomensaje de Pentecostés, 18). La propiedad y el uso de los bienes
materiales han de establecer las condiciones necesarias para que la sociedad
goce de paz fecunda y consistencia vital, sin que en ningún momento «engendren
condiciones preca, rias, generadoras de luchas y celos, ni queden abandonadas a
merced del despiadado capricho de la fuerza y la debilidad» (ib. 13).
3) La lucha de clases debe ser superada haciendo que en la sociedad reine
no un ambiente de odio, sino de cooperación y de honesta discusión, para que de
ella salga el fruto de la p. social: «La lucha de clases, siempre que se
abstenga de enemistades y de odio mutuo, insensiblemente se convierte en una
honesta discusión, fundada en el amor a la justicia, que si no es aquella paz
que todos anhelamos, puede y debe ser el principio por donde se llegue a la
mutua cooperación profesional» (Quadragesimo anno, 114).
4) La justicia social, movida por la caridad, ha de ser siempre norte que
oriente la p. social, ya que ésta es fruto de la justicia. «... la salvación que
se desea se ha de esperar principalmente de una gran efusión de la caridad; es
decir, de la verdadera caridad cristiana... que es para el hombre el más seguro
antídoto contra la insolencia del mundo...» (Rerum novarum, 41). Conviene que
las instituciones públicas y toda la vida social estén imbuidas de la justicia y
la caridad sociales (Quadragesimo anno, 88; cfr. también 110, 137, Mater et
Magistra, 67).
BIBL.: Además de los documentos mencionados en el texto, V. t. COMISIÓN EPISCOPAL DE APOSTOLADO SOCIAL, Doctrina social cristiana, Madrid 1963 (donde se encuentran los documentos anteriores a esa fecha); J. L. GUTIÉRREZ GARCíA, Paz, Paz armada, Paz cristiana y Paz internacional, en Principios fundamentales en la Doctrina de la iglesia, III, Madrid 1971, 357-385.
FRANCISCO RAFAEL ORTIZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991