PASCUAL II, PAPA


Perteneciente a la familia Rainerio, había nacido en el castillo de Bleda, provincia de Rávena (se ignora el año); niño aún, ingresa, según parecer de algunos autores, en Cluny. Venido a Roma en su juventud, Gregorio VII (v.) se fijó en él y lo elevó al cardenalato. Más adelante desempeñó una legación en España y el 13 ag. 1099 subía a la cátedra de San Pedro con el nombre de Pascual II, a la muerte de Urbano II.
      El objeto de su pontificado fue continuar el programa de la reforma gregoriana, con varias alternativas en la lucha por la libertad de la Iglesia frente a los príncipes seculares. Aunque el temor del cisma había desaparecido, le tocó gobernar a la Iglesia en tiempos difíciles: la lucha de las investiduras (v.), que volvían a encontrarse con virulencia terrible, p. ej. Pero al fin de su largo pontificado, en casi todos los países, menos en Alemania, las ideas se van aclarando y triunfa la Iglesia. Tras las primeras dificultades con Francia, vino la paz y concordia cuando el rey Felipe I se reconcilió con la Iglesia en 1104. Con Enrique 1 de Inglaterra hubo alguna mayor dificultad, debido no tanto al monarca, que era hombre recto, prudente y amante de la verdad, cuanto a sus áulicos y consejeros que habían sido excomulgados en el Conc. Lateranense de 1105 y, como embajadores en Roma, falseaban la verdad de las determinaciones del Papa. Por medio de una dieta celebrada en Londres bajo la presidencia del arzobispo S. Anselmo (v.) -que hacía poco había sido reintegrado a su diócesis de Canterbury (ag. 1107)-, se firmó un concordato, por el cual renunciaba Enrique I a investir a los obispos con el anillo y el báculo, mientras que la Iglesia se comprometía aque ningún obispo fuera consagrado antes que jurase al monarca fidelidad de vasallo en razón de sus dominios feudales, fórmula que distingue lo espiritual de lo temporal.
      La lucha de las investiduras fue mucho más tenaz y prolongada en el imperio germánico. Cuando P. subió a la cátedra de San Pedro reinaba todavía el tiránico y disoluto Enrique IV, muerto éste en 1106, su hijo Enrique V parecía no tener ya rivales, ni enemigos el Papa en Alemania; juzgaba el pontífice que el nuevo monarca había combatido contra su padre, no por ambición sino por su amor a la Iglesia. Pero sus esperanzas pronto salieron fallidas, pues Enrique no tenía más escrúpulos que su padre. Renunciar a la investidura era para el soberano renunciar al dominio de la corona sobre los feudos anejos de los obispados. En el sínodo de Guastalla (1106) renovó el Papa las condenas de la investidura laica, en el mismo tono que Gregorio VII y Urbano II. Todas las embajadas imperiales, una de ellas presidida por el arzobispo de Tréveris, exigiendo para su señor el derecho de conferir la investidura y de recibir el homagium de los prelados, obtienen una negativa rotunda y enérgica. Por si esto fuera poco y después de celebrar el Conc. de Troyes (1107), que proclama la nulidad del matrimonio de sacerdotes y castiga con la deposición a todo el que reciba de un laico cualquier dignidad eclesiástica, se dirige a Roma, y al año siguiente (1108) le hallamos en el Conc. de Benevento condenando con la misma energía las investiduras laicas y declarando que jamás concedería ese derecho a ningún príncipe de la tierra. Semejantes a éstos son los decretos que establece en el Conc. Lateranense de 1110. En un tratado o convenio, llamado Tratado de Sutri, de 4 feb. 1111, concertó el Papa estipular con el monarca alemán lo siguiente: el rey, desde el día de su coronación renunciaría a toda investidura de cargos eclesiásticos. Las iglesias quedarán libres, contentándose con solas las ofrendas de los fieles y con sus propios bienes. El rey eximiría a los pueblos del juramento de fidelidad a los obispos, como a señores feudales. El patrimonio de San Pedro será reconocido por el emperador, como lo hicieron sus antecesores. El Papa por su parte mandará a todos los obispos entregar al rey los señoríos feudales, prohibiéndoles en adelante adquirir cualquier clase de regalía... En seguida se procedió al solemne acto de la coronación del Emperador en San Pedro el 12 feb. 1111, domingo de quincuagésima. Pero en medio de la ceremonia y ante la declaración del rey en la basílica de que la propuesta pontificia era completamente irrealizable y aun herética, el Papa interrumpió bruscamente las ceremonias. Ante la negativa del pontífice a continuar el rito, fue apresado juntamente con varios obispos y cardenales. Después de más de sesenta días, en que el Sumo Pontífice resistió a promesas y amenazas, al fin tuvo un momento de debilidad y cedió, prometiendo a Enrique coronarle Emperador, no lanzar contra él excomunión y otorgarle el derecho de conferir la investidura virgulae el annuli a los obispos elegidos sin violencia ni simonía. Otorgado este privilegio, fue puesto en libertad. Poco después, el 13 abr. 1111, tenía lugar la coronación imperial. Aquello era una derrota, no sólo del pontífice, sino del pontificado en la lucha con el Imperio. En Roma muchos rechazaban el convenio como vergonzoso, vituperable y aun herético; otros lo tenían por lícito; los demás lo juzgaban sencillamente nulo por haber sido arrancado por la fuerza. El Papa, arrepentido y muy afectado por la oposición, pensó en renunciar a la tiara y retirarse a hacer vida eremítica. Se reunió entonces un sínodo la teranense en mar. 1112 en el que se declaraba nulo el privilegio; éste fue seguido, cuatro años después, por el Conc. de Letrán de 1116, renovando los anteriores decretos contra la investidura laica y condenando una vez más el privilegio. Al penetrar en Roma el emperador a principios de 1117, a fin de ser absuelto de las censuras, no atreviéndose a esperarle, huyó P. a Benevento. Sólo al verse libre la Ciudad Eterna de la prepotencia imperial, volvió el Papa a Roma el 14 en. 1118, logrando por lo menos entrar en el Vaticano y el castillo de Santángelo, para morir siete días después (21 en. 1118).
      En medio de sus éxitos y sus fracasos, P. mantuvo siempre encendidos sus fervores reformistas, sin descuidar los intereses eclesiásticos en ningún reino cristiano.
     
      V. t.: INVESTIDURAS, CUESTIÓN DE LAS.
     
     

BIBL.: PETRUs DIACONUS, Chronica Monasterii Cassinensis, en MGH Scriptores, VII,551-844; HUGO DE FLAvIGNY, Chronicon, en MGH XII1,208-503; BENZO DE ALBA, Liber ad Henricum IV, en MGH Scriptores, XXI,591-681; JAFFÉ-WATTENBACH, Regesta Pont. Rom., Leipzig 1885; L. DUCHESNE, Liber pontificales, II, 1886-92, 2961; J. GAY, Les Papes du XI siécle et la Chrétienté, París 1926; G. MEYER BON KNONAUN, Jahrbucher des deutschen Reichs unter Heinrich IV und Heinrich V, Leipzig 1899; F. MCHELINI, La lotta delle investidure e Pasquale II, Savigliano 1932; A. FLICHE, La Reforme grégorienne et la reconquéte chrétienne, en Fleche-Martin VIII; R. GARCíA VILLOSLADA, Historia de la Iglesia católica, II, 3 ed. Madrid 1963, 346-353.

 

T. MORAL CONTRERAS.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991