PALABRA DE DIOS III. CELEBRACIÓN LITÚRGICA DE LA PALABRA DE DIOS.
1. Notas históricas. La lectura pública de la Biblia, con motivo de festividades
o de actos de culto, se practicaba desde antiguo en el pueblo de Israel; de ello
da testimonio el mismo A. T. Además, los judíos de la diáspora (v.), alejados
por las circunstancias del templo de Jerusalén y de los sacrificios, no por eso
abandonaron el culto de Yahwéh, sino que lo continuaron mediante reuniones
religiosas, en las que la lectura y comentario de la Biblia se acompañaba de
oraciones y cantos de alabanza y gloria a Dios, tomados generalmente de los
Salmos. Así nació el culto sinagoga], eminentemente parenético y laudatorio, que
ha persistido incluso en el judaísmo después de Cristo (v. SINAGOGA; JUDAíSMO II).
Estas celebraciones normalmente estaban integradas por: a) la oración; b) las
lecturas (de la ley: Perascha, y de los Profetas: Hajtara); c) el comentario u
homilía (Misdrash); d) la bendición final; a veces se termina con una colecta en
favor de los pobres de la comunidad.
El culto cristiano (V. CULTO II; LITURGIA), por su carácter esencialmente
sacrificial y eucarístico, sobrepasa con creces los límites de una catequesis
religioso-moral. Sin embargo, ésta existe, tanto dentro como fuera del culto
litúrgico. La primera parte de la Misa (v.) tiene ese carácter: una catequesis a
base de lecturas de la S. E., a las que acompañan oraciones y salmos; de ahí que
muchas veces se haya llamado, a esa primera parte, «Misa de los catecúmenos»,
que guarda cierto paralelismo en su estructura y finalidad con el culto judío
sinagogal. Igualmente en la oración pública de la Iglesia, u Oficio Divino (v.),
las lecturas de la S. E., y de comentarios a la misma por los Santos Padres,
ocupa un lugar especialmente importante en la hora llamada maitines u oficio de
lecturas. Desde muy pronto los primeros cristianos (v.), al reunirse para
celebrar el sacrificio de la Eucaristía (v.), leían previamente con atención
textos del A. T., las cartas de los Apóstoles y los Evangelios; ello además de
las lecturas privadas, producía ese contacto con la p. de D., necesario para la
educación moral y espiritual.
A lo largo de los siglos, dicho contacto de los fieles cristianos con la
p. de D. escrita en la Biblia ha presentado diversas vicisitudes, que sería
largo estudiar aquí; para ello puede verse la historia de las traducciones de la
Biblia en BIBLIA vi, así como las cuestiones relativas a la lectura cristiana de
la Biblia en BIBLIA VIII, e igualmente los arts. relativos a CATEQUESIS y
CATECúMENO. Recordemos únicamente que el Conc. de Trento (v.), al tiempo que,
entre otras cosas, para evitar cualquier deslizamiento hacia las arbitrariedades
protestantes, reglamentó con cuidado la liturgia y lo relativo a la lengua (v.)
litúrgica, recordó también a los párrocos y sacerdotes con cura de almas su
deber de explicar y comentar las lecturas de la Misa (V. HOMILÉTICA). En tiempos
más recientes, el movimiento bíblico (v.) y el movimiento litúrgico (v.), que se
desarrollaron bastante en paralelo desde mediados del S. XIX, promovieron además
traducciones del Misal a las diversas lenguas vernáculas, para que los fieles
pudiesen participar más activa y conscientemente de la liturgia, de sus
oraciones y lecturas. Fue éste, sin duda, uno de los mejores frutos de dichos
movimientos, que empezaron a cuajar a principios del S. XX bajo el gran
pontífice Pío X (v.).
La primera parte, pues, del Santo Sacrificio de la Misa siempre la han
formado las lecturas bíblicas con su comentario y con oraciones. El Evangelio se
escucha de pie, en disposición de seguirlo protamente; las lecturas del A. T. y
de los Apóstoles, sentados, en actitud de meditación y atención. Es una lectura
solemne, que deben hacer los ministros competentes, sacerdote o diácono, y que
trata de hacer comprender a todos el valor santificador y educativo de la p. de
D., al mismo tiempo que los prepara para una mejor celebración de los misterios
litúrgicos. Análogamente, la administración de los sacramentos también es
frecuente y tradicional que vaya precedida de lecturas bíblicas adecuadas; así
en las Ordenaciones, Matrimonio, además de los sacramentos de la iniciación (v.)
cristiana.
Los movimientos bíblico y litúrgico, el estudio cada día más profundo y
exacto de la S. E., las importantes encíclicas y documentos pontificios que se
ocuparon del tema (v. BIBLIA Ix), el resurgir de la responsabilidad apostólica
de los laicos (v.), etc., ayudaron a difundir, entre otras cosas, las
inagotables riquezas espirituales y catequéticas de la Biblia, suscitando al
mismo tiempo en todos los ambientes un deseo de conocer cada vez mejor la p. de
D. contenida en ella. Se multiplicaron los Misales para los fieles y las
traducciones de la Biblia.
En estas circunstancias, y ante la evidencia del hecho de ser la S. E.
excelente cátedra de educación religiosa y manantial inagotable de vida
espiritual, nació hacia 1945 en algunos medios la idea de las «Vigilias
bíblico-litúrgicas». Esta expresión, y otras con que se denominó a estas
celebraciones, dieron motivo a diversidad de criterios ya que, en la práctica,
además de fluctuantes, resultaban equívocas. La Const. Sacrosanctum Consilium,
sobre la Liturgia, del Conc. Vaticano II, vino a poner fin a este problema,
denominándolas «Celebraciones de la palabra de Dios» y recogiendo la intención
de ayudar a hacer más frecuente y provechosa la lectura de la Biblia:
«Foméntense las celebraciones sagradas de la palabra de Dios en las vísperas de
las fiestas más solemnes, en algunas ferias de Adviento y Cuaresma y en los
domingos y días festivos, sobre todo en los lugares donde no haya sacerdote, en
cuyo caso debe dirigir la celebración un diácono u otro delegado por el Obispo»
(Sacros. Conc., n° 35,4).
2. Estructura de las celebraciones de la palabra. Además de las
celebraciones litúrgicas (v.) propiamente dichas de la p. de D., que acompañan y
forman parte de la Misa y de otros Sacramentos, el Conc. Vaticano II prevé,
pues, la posibilidad de otras celebraciones solemnes y públicas de la lectura de
la S. E. La Instrucción del 26 sept. 1964, dada por el Consilium para aplicar la
mencionada Constitución conciliar sobre la Liturgia, reglamenta el tema en la
forma siguiente:«En los lugares donde no haya sacerdote y no se pueda celebrar
la Misa, los domingos y días de precepto, organícese, a juicio del ordinario,
una sagrada celebración de la palabra de Dios, presidida por un diácono, o
incluso por un seglar, especialmente delegado.
La estructura de esta celebración será semejante a la liturgia de la
palabra en la Misa: generalmente, se leerá en lengua vulgar la epístola y el
evangelio de la Misa del día, anteponiendo e intercalando cánticos, tomados
preferentemente de los salmos. Si es diácono el que preside, pronunciará la
homilía, y, si no lo es, leerá la homilía que le haya señalado el Obispo o el
párroco. La celebración terminará con la oración común, o de los fieles, y el
Padrenuestro.
Conviene que también las celebraciones de la palabra de Dios que se
organicen en las vigilias de las grandes festividades o en algunas ferias de
Adviento y Cuaresma, y los domingos y días de fiesta, se ajusten a la estructura
de la liturgia de la palabra de la Misa, aunque nada impide que haya una sola
lectura. Al ordenar las distintas lecturas, la del A. T. precederá normalmente a
la del N. T., y la lectura del santo Evangelio será como la cima de la
celebración, para que se vea claramente el sucederse de la historia de la
salvación.
Para que estas celebraciones se hagan con dignidad y piedad, cuiden las
comisiones litúrgicas de cada diócesis de indicar y proporcionar el material
oportuno» (art. X, n° 37-39; AAS 56, 1964, 884-885).
En estas celebraciones, semejantes a la liturgia de la palabra en la Misa,
en cuanto a las lecturas mismas es obvio destacar que han de realizarse con la
mayor dignidad y con cierta solemnidad, poniendo cuidado en quesea comprensible
y se utilicen versiones aprobadas oficialmente, esmeradamente hechas y a
propósito para una lectura pública. A las lecturas y cánticos intercalados entre
ellas seguirá la homilía, cuidadosamente preparada a fin de que sea un eficaz
complemento de la siempre actual p. de D., que sirva para explicarla y
aplicarla. Finalmente, la oración común de los fieles viene a ser como una
respuesta inmediata de éstos a la p. de D.; es natural que el hijo que ha
recibido la palabra del Padre se dirija a Él con corazón humilde y confiado.
Conviene advertir que en esto, como en todo, ha de evitarse incurrir en
cualquier clase de exageración; non multa sed multum; no un cúmulo de oraciones
y palabras, sino más bien unas fórmulas de plegaria sencillas y claras que al
mismo tiempo que sean oraciones enseñen a orar.
Supuesta la finalidad con que estas celebraciones se idearon; considerando
la facilidad para que todos puedan seguir y entender las lecturas en la liturgia
de la Misa y de los Sacramentos, bien por el uso del Misal traducido por los
fieles, bien por el uso facilitado de hacer directamente en lengua vernácula
especialmente las lecturas; afirmada y recordada de nuevo en el Vaticano II la
conveniencia de la homilía; multiplicadas y fácilmente accesibles a todas las
traducciones de la Biblia; cabe preguntarse si siguen siendo de utilidad estas
«celebraciones de la palabra». La respuesta puede ser afirmativa, aunque
matizada. Las «celebraciones de la palabra de Dios» pueden ser un valioso
instrumento de santificación y catequesis; especialmente en países de misión
pueden resultar un medio primordial y práctico para la formación religiosa y
espiritual de los fieles, donde por la escasez de sacerdotes éstos no puedan
celebrar la Misa y Sacramentos de modo normal los domingos y demás días
festivos, circunstancias estas en las que principalmente hace hincapié la misma
Constitución conciliar al tratar de estas celebraciones. En cambio, allí donde
la vida litúrgica pueda desenvolverse con toda normalidad, estas celebraciones
no podrán nunca asumir el papel primordial que corresponde por naturaleza y
derecho propio a la Santa Misa. Pueden ser de utilidad, sin embargo, no sólo por
lo que son en sí mismas, sino también por lo que pueden ayudar a comprender y
preparar mejor la Misa y los misterios de las distintas festividades del año
litúrgico. En ningún caso, de todas formas, deben suplantar a otros ejercicios
piadosos que tanto las legítimas costumbres, como la tradición y el bien
espiritual de los fieles recomiendan.
BIBL.: M. RIGHETTI, Historia de la Liturgia, II, Madrid 1956, 67-79, 168-260, 649-682; E. DE LA TOUR, Vigilias bíblico-litúrgicas, «Liturgia», enero 1959; A. VEYS, Paraliturgie, «Paroisse et Liturgie», 29 (1947); VARIOS, n« 42 de «La Maison-Dieu» (1955); ÍD, Les Paraliturgies, «Paroisse et Liturgie», 32 (1950); C. VAGAGGINI, El sentido teológico de la Liturgia, 2 ed. Madrid 1965, 424-472, 803-831.
R. ARRIETA GONZÁLEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991