PADRES, DEBERES DE LOS I. PREPARACIÓN PEDAGÓGICA.


La llamada «educación familiar» aparece en los Estados Unidos, con muy variadas iniciativas locales. Posteriormente penetra en Europa occidental, y especialmente en Francia, con movimientos tan característicos como la École des Parenis. Son muy numerosos los medios utilizados: cursillos, conferencias, coloquios, películas educativas, medios de comunicación social e incluso escuelas especializadas que pretenden ser centros de promoción inmediata y directa del trabajo con los padres. Stern destaca las formas impersonales de educación -medios de comunicación social- por su carácter masivo y por su destinatario anónimo (permite actuar con mayor libertad) y critica el escaso atractivo y las ideas preconcebidas que suelen coincidir en las escuelas para padres.
     
      La literatura científica ofrece una gran variedad terminológica para significar un concepto similar: educación de los p., escuelas para los p., educación para la vida de familia, orientación familiar, preparación pedagógica de los p., etc. Algunos autores sugieren como término más adecuado el de orientación familiar, entendiendo por tal el conjunto de medios encaminados a conseguir la formación de los p. y, a través de ella, la de los hijos (Stern y Martín Hernández). Nosotros, no obstante, optamos por la expresión educación familiar, por ser la de mayor difusión en España. La educación de los hijos está en relación directa con la de los p.: conviene, sin embargo, entender la educación en su sentido más amplio, no limitándola al mero uso de técnicas educativas que, aunque indispensables, no constituyen la esencia de la formación de los p., sino sólo algo secundario a la necesaria formación humana y espiritual. Podemos decir, por tanto, que la educación familiar abarcatodo un conjunto de medios disponibles por los p. para desarrollar la personalidad de los hijos.
     
      Misión e importancia de la educación familiar. La mayoría de los autores entienden la educación familiar como una simple información objetiva a los p., evitando todo lo que pueda asemejarse a consejo y coaccione la libertad y personalidad o debilite la responsabilidad de los mismos: que sean los propios p. quienes decidan. Isambert (o. c. en bibl.), reconociendo que imperceptiblemente suele pasarse al consejo imperativo, sugiere recomendar actividades generales, sin entrar en consejos precisos y particulares, máxime cuando el consejero no suele conocer todos los elementos de los problemas familiares.
     
      Otros entienden por educación familiar algo más: la ayuda personal y la acción sobre los p., intentando modificar su personalidad y comportamiento respecto a los hijos, para lograr un mejor entendimiento y comprensión mutuas. La información dicen, es insuficiente y además puede generar reacciones muy diversas, tales como inhibición, culpabilidad, agresividad o rigidez; conviene, por tanto, llevarlo a la práctica. Por último, no faltan quienes equiparan la educación familiar a unas relaciones sociales que procuren mejorar los contactos familiares y su continua adaptación a la sociedad.
     
      ¿Cuál es el papel de los educadores? Han de saber acoger, escuchar, comprender. y ayudar a los p.: informándoles sobre la psicología de los p. (de manera «anónima», para evitar susceptibilidades); haciéndoles considerar su misión concreta dentro de la familia (v.); formándoles e integrándoles en la sociedad. No han de olvidar tampoco que «todo padre y toda madre son virtualmente para sus hijos el padre o la madre ideales, insustituibles. Creer o hacer creer a los padres que existe en algún lugar un modelo superior, ideal, al cual parecerse, equivaldría a caer en la peor de sus propias debilidades y engañarles. Todo padre es para sus hijos el padre ideal y ello sencillamente por la razón de que existe como tal padre» (Favez-Boutonnier, Congreso Mundial de la /nfancia, VII, 1958). En consecuencia, hay que hacer ver a los p. que «sus errores son como una simple etapa normal en el camino hacia su perfeccionamiento» (Millichamp, o. c. en bibl.).
     
      Los p. son «el medio educativo inmediato de la sociedad» (Murphy y Newcomb); sin su participación la educación se desvía, se obstaculiza e incluso puede invalidarse completamente (Stern). Su misión educativa dura toda la vida, y está encaminada a formar el carácter y el desarrollo del hijo. La madre aporta la parte más cordial de las relaciones familiares: el amor, la benevolencia, la ternura, la comprensión, etc.; el p. personifica la autoridad, llena de moderación y basada en la justicia, primera con la que se encuentra la conciencia infantil (cfr. M. Porot, o. c. en bibl. 157, cita 112). La mayor parte de los fracasos individuales y de los casos de desviación de la conducta social y moral se originan por circunstancias familiares negativas. Entre las limitaciones, inconvenientes y peligros de la familia, A. del Pozo (o. c. en bibl.), destaca la falta de preocupación formativa, la visión estrecha de los p., su mutuo desacuerdo y el amor desviado de su recto sentido.
     
      No se debe declinar la función educativa del hogar, dejándolo todo en manos de la escuela. Si queremos una educación completa, han de intervenir los p., que son los primeros educadores; los profesionales de la educación, por tanto, si quieren una labor eficaz, han de conocerles, comprenderles y colaborar con ellos (Vimort), pues «la educación no puede ser eficaz sino a través de una estrecha colaboración» entre p. y profesores (Garcíaoz). «El colegio ideal es una comunidad constituida por padres, profesores e hijos, en la que todos actúen y en la que todos se formen» (Fomento de Centros de Enseñanza). De ahí la importancia práctica de las denominadas Asociaciones de padres.
     
      Si los p. son los primeros responsables de la educación de sus hijos han de ser igualmente los primeros que han de procurar formarse a sí mismos, teniendo presente que «lo que importa durante los primeros años no es lo que hayan dicho los padres del niño, sino lo que hayan hecho y sobre todo lo que hayan sido» (L'éducation, XII, 1931, 172). Para esto no es suficiente la larga experiencia personal adquirida por los p.; es necesario hacerles reflexionar sobre las dimensiones colectivas (ambiente de hogar) e individuales (trato con cada miembro) de la educación familiar, mostrándoles como ideales básicos: el matrimonio (v.) como camino de santidad, las exigencias de la paternidad (v. PATERNIDAD RESPONSABLE), la educación en la libertad, la colaboración con los tutores de sus hijos, etc. La educación prematrimonial, aunque imprescindible, no basta; ha de proseguir, de manera continua y progresiva, durante toda la vida, procurando abarcar todas las actividades, para lograr así una adaptación permanente a los sucesivos cometidos.
     
      ¿Qué esperan los hijos de sus p., para alcanzar su plenitud humana y su personalidad? La educación familiar tiene precisamente por misión contestar a esta pregunta: sugiere los medios adecuados para llevarse a la práctica, enseña a los p. a saber dispensar -en la medida conveniente- amor, dirección y seguridad a sus hijos, haciéndoles ver que su actitud es condición fundamental para que se conserve sana la familia y, por ende, la sociedad (Martín Hernández, A. del Pozo).
     
      Objeto de la educación familiar. Su fin es proponer la orientación necesaria para que los p. puedan educar a sus hijos con arreglo a la capacidad y las disposiciones personales de cada uno. Un diálogo vivo, cordial e interesado entre p. y profesores enriquece la formación de ambas partes y ayuda a unificar las normas de criterio y actuación ante los niños. Esta finalidad general puede reflejarse en un amplio número de aspectos particulares, entre los que Múgica Navarro destaca: a) por parte del centro: 1) hacer participar a las familias en la vida escolar, como elementos de primer orden que son en la educación de sus hijos (Asociaciones de p.); 2) proporcionar con sus medios una formación pedagógica más amplia y útil; y 3) compartir los logros y preocupaciones del binomio alumno-profesor; b) por parte de los padres: 1) ofrecer su experiencia y mostrar sus deseos y exigencias de cara al porvenir de sus hijos; y 2) satisfacer la ilusión de un hijo que ve que se preocupan de él.
     
      Los objetivos de un buen programa de educación familiar no pueden olvidar toda una serie de capacidades que conviene fomentar: encontrar y elegir metas educativas para su propio hogar; ejercer una dirección comprensiva y eficaz del grupo familiar; mejorar la formación del carácter de los hombres; prever, adelantándose a las necesidades propias de cada edad; descubrir centros escolares con los que sea factible colaborar en el proceso educativo; crear un ambiente familiar de confianza, colaboración y respeto a las cosas y a las personas; aprovechar para la educación familiar los vehículos de la cultura ambiental; enseñar a practicar virtudes humanas; y abrir siempre nuevos horizontes a los hombres, lanzándoles a empresas generosas y audaces (cfr. programas de educación familiar del Inst. de Ciencias de la Educación de la Univ. de Navarra).
     
      ¿Cómo ha de ser la educación familiar? Del Pozo responde con una serie de principios: querida, planeada y constante. Además, ha de enseñar la necesidad de un amor racional y generoso que lleve a una progresiva independencia material y espiritual del hijo; y animar a una efectiva participación de los p. en la actividad escolar, ayudando y colaborando con los otros educadores y pidiéndoles consejo e información (Strang, o. c. en bibl.). No conviene olvidar que «la escuela es por su naturaleza una institución auxiliar y complementaria de la familia y de la Iglesia» (Pío XI, Ene. Divini illius Magistri).
     
      Contenido. a) Relaciones conyugales: fruto del amor mutuo, basado en la generosidad; producen una seguridad emotiva y una confianza, cimiento de la personalidad de toda la familia. Hay que evitar: caer en el egoísmo solapado de buscar la propia felicidad en vez de la de los hijos (ejemplo clásico: la mujer que pretende ser más madre que esposa, dejándose acaparar por los hijos, siendo la única que se preocupa de su educación o llenándoles de mimos a escondidas del p.), los desacuerdos entre los cónyuges (el niño se da cuenta de la situación tirante y hostil y corre el riesgo de transferirla a la sociedad entera, sobre todo en aquellas facetas que prefiguren la familia: autoridad, generosidad, solidaridad, etcétera), o el recurrir al niño como apoyo de la hostilidad sentida hacia el otro cónyuge.
     
      b) Relaciones padres-hijos: deben reflejar una amistad específica (uno da más que otro) basada en la sinceridad y confianza mutuas, y una ejemplaridad por parte paterna (los hijos esperan de los p. autoridad, admiración y confianza; y los p. influyen inevitablemente en las ideas, actitudes y costumbres de sus hijos por vía afectiva, efectiva y ejemplar). Para esto conviene que conozcan la evolución general, fisiológica y psicológica del niño, para evitar errores e inquietudes injustificadas ante comportamientos completamente naturales (p. ej., el preferir salir con amigos de su edad no significa en modo alguno falta de afecto hacia los padres). El frecuente conflicto intergeneracional es otro tema cuya solución interesa apuntar: hay que compaginar la existencia de una serie de valores comunes trascendentales, con el respeto de las demás opiniones contingentes, cuyos valores suelen variar con cada generación.
     
      c) Relaciones hermanos-amigos: fomentan la solidaridad y enseñan a «saberse defender en la vida»; mientras que en la familia y en la escuela impera la autoridad del p. y del profesor, en las relaciones con coetáneos (p. ej., pandillas) está presente en gran medida la iniciativa y la espontaneidad, siendo esto un insustituible aprendizaje ante su futuro enfrentamiento al mundo. En resumen, hay que robustecer la vida de familia, creando un ambiente sano y atractivo (estar unos ratos juntos. de sobremesa, p. ej., celebrar pequeñas fiestas, etc.) en el que impere el optimismo, recibiendo con alegría las pequeñas contrariedades y viendo siempre su lado positivo; en una palabra, que los hijos vean el hogar como un sitio donde se está bien, a gusto.
     
      Además de los principios y valores citados, ayudan a intensificar la convivencia familiar otros muchos, entre los que son de destacar la libertad, la responsabilidad, el buen humor, la comprensión, el diálogo, la serenidad, el respeto y la confianza... y la presencia real de los p.. no meramente física, sino más bien la disponibilidad ante los problemas de los hijos. La. educación familiar también debe tener en cuenta las necesidades particulares de los p. y de la comunidad, tras considerar la estructura existente de servicios educativos, sociales y sanitarios, y el contenido resultante puede aplicarse a través de principios generales, informaciones particulares y habilidades prácticas. Todas las circunstancias cooperarán al logro de un hogar feliz, de una familia abierta a la sociedad, en la que los niños no se encuentren «entre algodones» preservándose de los «peligros del mundo», sino por el contrario en la que aprendan a conocerlo y amarlo (Vimort, o. c. en bibl.).
     
      Aspectos específicos de la educación familiar. No haremos sino enunciar los principales temas sugeridos por los p. en su afán de educar a los hijos. Algunos de ellos, por su importancia, tienen voz propia en esta Enciclopedia: aceptación de los hijos, educación de la libertad, educación de la confianza, educación sexual, educación financiera, formación del carácter, hábitos y aficiones, formación religiosa, sinceridad (robo y mentira), empleo del tiempo libre (amistades y diversiones de los niños).
     
      V. t.: EDUCACIÓN VIll, 4; FAMILIA I, 3-5 y III, 3; Hijos, DEBERES DE LOS; RESPONSABILIDAD I.
     
     

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I. MARTíN R.A,MíREz.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991