MURATORI, FRAGMENTO DE
Llamado también Canon de Muratori, es el elenco o índice más antiguo que se
conoce de los libros del N. T. Fue descubierto por Luis Antonio Muratori
(1672-1750), padre de la historiografía italiana, en un código latino del s.
vlli, proveniente de Bobbio y conservado en la Biblioteca Ambrosiana de Milán
(1,101, sup).) Fue publicado por el mismo M. en Antiquitates Italicae Medú Aevi
(cfr. bibl.). Posteriormente se hallaron en la Biblioteca del monasterio de
Montecasino cuatro pequeños fragmentos en códices de los s. x1 y xL1. La edición
más corriente y práctica es la de M. Meinertz (Einleitung in das Neue Testament,
1949, 410-414).
El fragmento muratoriano contiene 85 líneas, redactadas en un latín lleno
de expresiones bárbaras, difícil a veces de llegar a entender plenamente. Está
mutilado al comienzo, faltando las primeras -o al menos la primeralíneas, en las
que probablemente deberían hacer referencia a los Evangelios de Mateo y de
Marcos. En el texto conservado se contiene una valiosa información sobre Lc, lo,
Act, 1 y 2 Cor, Eph, Phil, Col, Gal, 1 y 2 Thes, Rom, Philm, Tit, 1 y 2 Tim, 1 y
2 (3?) lo, Apc, 1 Pet (?). No menciona Heb, Iac, y 2 Pet, mientras que por el
contrario recensiona el Apocalipsis de Pedro, aunque con ciertas reservas, y la
Sabiduría de Salomón, ambas como pertenecientes al canon del N. T. Rechaza
expresamente una Carta a los Laodicenses, a laque califica de falsificación
concebida para fomentar las teorías heréticas de Marción (v.). El racionalista
A. Harnack (v.) supuso que esta carta se identificaba con otra Carta -apócrifa-
de San Pablo a los Laodicenses, escrita quizá originariamente en griego y
conservada en versión latina (cfr. Die apokryphen Briefe des Paulus an die
Laodicener und Korinther, las cartas apócrifas de S. Pablo a los Laodicenses y a
los Corintios, 2 ed. Berlín 1931), pero esta hipótesis generalmente no se
admite; se trata simplemente de un escrito marcionista que se ha perdido, así
como la Epístola a los alejandrinos, de la que no tenemos más noticias que la
que nos ofrece el f. de M. (v. APÓCRIFOS DEL N. T.). Rechaza además otros
escritos heréticos. Permite, sin embargo, la lectura privada del Pastor de
Hermas (v.), por considerarlo libro de utilidad. Al final del f. faltan
probablemente algunas líneas.
La época de redacción hay que fijarla en la segunda mitad del s. 1i,
extremo en el que concuerdan los autores. Refiriéndose, sin duda, al autor del
Pastor de Hermas dice así en las lín. 74-76: «Nuperrime, temporibus nostris, in
urbe Roma Herma conscripsit, sedente cathedra urbis Romae Ecclesiae Pío episcopo
fratre eius» (Muy recientemente, en nuestros tiempos, en la ciudad de Roma,
Hermas escribió -el Pastor-, estando sentado como obispo en la cátedra de la
Iglesia de Roma su hermano Pío). Pío 1 gobernó la Iglesia del 140 al 150. El
lugar de su composición debió ser, según actualmente se opina, Roma o sus
inmediaciones (cfr. P. Batiffol, O. Bardenhewer, R. Cornely-A. Merk, etc.).
Aspecto más discutido es el del autor del escrito. Se proponen diversas
hipótesis, más o menos sugestivas, pero ninguna definitivamente concluyente. El
descubridor de f. lo atribuyó a Cayo Romano. V. Bartlet piensa en Melitón de
Sardes; G. Kuhn en Polícrates de Éfeso; J. Chapmann cree que su autor es
Clemente Alejandrino y C. Erbes saca del polvo a Rodón, el adversario de Marción
y de Apeles, de quien nos habla someramente el historiador Eusebio (cfr. Hist.
Eccl. 5,13,2-4), para hacerlo redactor del f. La opinión más compartida es la
que atribuye el escrito a S. Hipólito de Roma (v.): es la hipótesis de 1. B.
Lightfoot, Th. Zahn y M. J. Lagrange entre otros. Pero las razones que se alegan
no afirman indudablemente ninguna de las teorías, quedando, por tanto, en el
aire la solución de este punto.
Tampoco coinciden los autores sobre la lengua original del f., ya que
mientras Th. Zahn con A. Merk y otros suponen que fue el griego, A. Harnack y B.
Altaner piensan que se trata del latín. Ambos problemas, de autor y de lengua,
íntimamente relacionados, no están aún clara y definitivamente resueltos. Lo que
sí parece cierto es que no se trata de un catálogo con carácter oficial de la
Iglesia Romana, como pretendía A. Harnack. Estamos ante un escrito de máximo
interés histórico, pero no ante un documento oficial romano primitivo, lo que
habrá que tener en cuenta para apreciar con matices el valor de sus elencos y
expresiones.
V. t.: CANON BÍBLICO; LIBRO LITÚRGICO I, 2.
BIBL.: L. A. MURATORI, Antiquitates Italicae Medii Aevi, III, Milán 1740, 851-854; J. CHAPMAN, L'auteur du canon Muratorien, «Revue bénédictine» (1904) 240-265; TH. H. ROBINSON, The authorship o/ the Muratorian canon, «Expositor» (1906) 481-495; V. BARTLET, Melito the auhor ol the Muratorian canon, íb. (1906) 210-224; A. ERBES, Die Zeit des muratorianischen tragments, «Zeitschrift für Kirchengeschichte», 35 (1912) 331-362; M. J. LAGRANGE, L'auteur du canon de Muratori, «Revue Biblique» (1926) 83-88; íD, Histoire ancienne du canon de N. T., París 1933, 66-84.
F. MENDOZA RUIZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991