MONAQUISMO. TEOLOGIA MONÁSTICA


Expresión reciente -inventada por el dominico P. Duployé, divulgada sobre todo por el benedictino I. Leclercq, y generalmente admitida- para designar la teología, o mejor, la explicación teológica de la Sagrada Escritura, elaborada en los monasterios medievales. La teología monástica no es, en realidad, sino la teología tradicional heredada de los Padres, concebida y redactada por monjes y para un público preferentemente monástico. Como máximos exponentes se considera a S. Bernardo de Claraval (v.) y a los victorinos: Hugo de S. Víctor, Ricardo de S. Víctor, etc. (v. SAN VÍCTOR, ESCUELA DE).
      En el s. XII, época de su máximo esplendor, aparecen nítidamente sus características peculiares. Ante todo, es una teología desarrollada en función de una experiencia monástica, es decir, de una fe vivida en el interior del claustro. En ella se hermanan y compenetran el pensamiento religioso y la experiencia espiritual, la investigación intelectual y la perfección moral. Entre sus elementos constitutivos tienen gran importancia la oración y la contemplación. Como dice S. Bernardo, «se investiga de manera más digna, se halla más fácilmente la verdad, por la oración que por la disputa» (De consideratione 5,32). Y Pedro Comestor, con frase polémica subraya la diferencia que, a su juicio, mediaba entre los teólogos monásticos y los de las escuelas seculares escribiendo: «Los hay que se dan a la oración más que a la lectura: son los que habitan los claustros; hay otros que se dedican a la lectura y oran raramente: son los escolásticos» (Sermo 9: PL 198,1747). Tomemos de esa frase la indicación positiva sobre la teología monástica: la experiencia de la unión con Dios es el principio y el fin de esta teología monástica.
      No procede, pues, por conclusiones y razones demostrativas, sino que, al situarse ante un aspecto determinado de los misterios divinos, interroga las fuentes cristianas acerca de todos los otros aspectos buscando una inteligencia espiritual. Más que una ciencia de Dios propiamente dicha, es una contemplación de las cosas divinas en la que la razón no tiene otro cometido que el de eliminar las falsas interpretaciones. Más que una teología especulativa, es una teología admirativa; más que una explicación de Dios, es un himno que canta su gloria. Extremadamente respetuosos con las sagradas materias que estaban tratando, los teólogos monásticos eran muy opuestos a las disputas que tanto apasionaban a los dialécticos de su época. Esta repulsa tiene otra explicación, acaso más decisiva: el abuso de la dialéctica engendra una forma de curiosidad que los monjes rechazan en nombre de la humildad y la simplicidad, dos virtudes que se cultivan con esmero en los claustros y que se oponen a la «ciencia que hincha». La simplicidad, según Pedro el Venerable, dirige la inteligencia a un solo objeto: buscar a Dios, no a discutir sobre Él; si se busca de verdad a Dios se evitarán las discusiones demasiado sutiles y el fragor de las controversias. La teología monástica se caracteriza también por su lenguaje. El contacto íntimo con la Escritura y los Padres hace que evite normalmente los términos abstractos y le sirva de imágenes y comparaciones. Sus escritos alcanzan a veces una gran belleza literaria y poética.
      Gracias al innegable interés que los autores monásticos medievales han despertado en los ambientes académicos y que fructifica en incesantes ediciones críticas de textos, estudios monográficos, etc., nuestros conocimientos sobre la teología monástica se irán completando y perfilando. Con todo, el estado actual de dichos estudios ya no permite repetir algunos juicios peyorativos sobre los teólogos monásticos de la Edad Media, según los cuales esos autores se limitaron a representar un «papel oscuro de intermediarios» (J. de Santo Tomás), y fueron vulgares plagiarios o teólogos aficionados (G. Le Bras). «Escrutaron la Palabra de Dios, trasmitieron la herencia patrística, la asimilaron con la ayuda -de los instrumentos y de las estructuras exegéticas e incluso propiamente teológicas de que disponía su época, la tradujeron a un lenguaje accesible a sus contemporáneos». Y tomaron muy en serio «su función espiritual, destinada a mantener la orientación contemplativa de toda verdadera teología» (R. Grégoire).
     
     

BIBL.: J. LECLERCQ, L'amour des lettres et le désir de Dieu, París 1957, 179-218; M.-D. CHENU, La théologie au XII, siécle, París 1957; V. CILENTO, Medievo monastico e scolastico, MilánNápoles 1961; R. GRÉGOIRE, Bulletin de théologie monastique, «Studia Monastica», 10 (1968) 161-180, 11 (1969) 149-168.

 

GARCÍA M' COLOMBAS.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991